viernes, 7 de agosto de 2015

No os toca a vosotros saber los tiempos o las sazones, que el Padre puso en su sola potestad; pero recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y me seréis testigos...hasta lo último de la tierra

Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6



 
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El Señor Jesucristo establece las enseñanzas para la Iglesia
HECHOS 1:1–8

1 En el primer tratado, oh Teófilo, hablé acerca de todas las cosas que Jesús comenzó a        hacer y a enseñar, 
2 hasta el día en que fue recibido arriba, después de haber dado mandamientos por el            Espíritu Santo a los apóstoles que había escogido; 
3 a quienes también, después de haber padecido, se presentó vivo con muchas pruebas        indubitables, apareciéndoseles durante cuarenta días y hablándoles acerca del reino de      Dios. 
4 Y estando juntos, les mandó que no se fueran de Jerusalén, sino que esperasen la              promesa del Padre, la cual, les dijo, oísteis de mí. 
5 Porque Juan ciertamente bautizó con agua, más vosotros seréis bautizados con el                Espíritu Santo dentro de no muchos días. 
6 Entonces los que se habían reunido le preguntaron, diciendo: Señor, ¿restaurarás el reino    a Israel en este tiempo? 
7 Y les dijo: No os toca a vosotros saber los tiempos o las sazones, que el Padre puso en        su sola potestad; 
8 pero recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y me seréis        testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y hasta lo último de la tierra.




Al leer cuidadosamente lo que Lucas quiere explicar a Teófilo nos encontramos de inmediato con las dos etapas del ministerio de Cristo. En el primer tratado habló acerca de lo que Jesús comenzó a hacer y a enseñar. Ahora, le seguirá mostrando lo que realizó como Cristo ascendido y glorificado. Miremos el cuadro que sigue.


El cuadro señala la continuidad del ministerio del Señor Jesucristo tal como lo muestran los dos libros, dándole a la ascensión una posición trascendente. 

A. En el Evangelio está el principio y fin de su trabajo en Palestina. 
B. En Hechos describe el comienzo y desarrollo de la obra mundial.

Desde el siglo II, y a causa de esto, el título tradicional del libro ha sido “Hechos de los apóstoles”, y en algunos casos “Los hechos de los apóstoles”. Sin embargo, preferimos decirle simplemente “Hechos”, como parece que fue la tendencia en algunos manuscritos antiguos. Debido a la relación que tiene con el Espíritu Santo, tal como lo señalamos en el cuadro, muchos otros preferirían denominarlo “Los hechos del Espíritu Santo”. La base para esto último radica en las muchas maneras en que el Espíritu opera a lo largo de todo el escrito que abarca aproximadamente unos treinta años de historia.

Si somos equilibrados en nuestro juicio veremos que todas estas alternativas son ciertas. Si nos detenemos a ver: 

A. los trabajos de Pedro y Juan (cap. 1–8), 
B. las giras de Pedro (cap. 10–12), Santiago—o Jacobo—en Jerusalén (cap. 15) y 
C. las extensas actividades de Pablo (cap. 9, 13–28), 

Probablemente optemos por “Los hechos de los apóstoles”; pero si pensamos en los muchos otros que sin serlo (en el sentido de los doce o Pablo) fueron y vinieron llevando el evangelio, nos quedaremos sorprendidos. De modo que en un sentido sustancial es el Espíritu Santo quien opera, pero en otro, lo hace por medio de testigos y enviados que obedecen aun a riesgo de sus vidas.

Es por esta razón, reiteramos, que hemos preferido referirnos a este libro simplemente con el nombre de Hechos.

Los primeros dos versículos tratan de explicar los hechos del Señor Jesús “por medio del Espíritu Santo”, y muestran la vitalidad del evangelio a diferencia de lo que enseña cualquier religión. Para dichas creencias, los hechos de sus iniciadores son pasados. Todas las prácticas se relacionan con los años en que ellos vivieron.

En nuestro caso, tal como Lucas lo desea expresar, la vida del Señor fue solamente un comienzo. La preposición “hasta” con que comienza el v. 2 abre un capítulo inmenso para la historia del cristianismo que el mismo Lucas no pudo ver, ni aun millones y millones después de él.

Lo que se inició con la resurrección del Señor Jesús y su ascensión, sobrepasó la vida de todos los historiadores, porque constantemente el Espíritu ha revitalizado el ministerio de los hombres que levanta. Las lecciones que aprendemos del Jesús histórico se ensanchan con las del Jesús “kerygmático” (el Cristo proclamado), y se convierten en la fuerza transformadora del evangelio.


A. Los mandamientos


El texto dice que fue recibido arriba, después de haber dado mandamientos por el Espíritu Santo. Es decir que los apóstoles recibieron instrucciones muy expresas sobre el futuro que comenzarían a vivir. Al leer nuevamente sobre la relación entre Jesús y ellos, nos damos cuenta de la importancia de ser apóstol.

  a.      Los apóstoles habían sido escogidos por Él

Al relatar la elección de los doce, Lucas dice que Jesús había pasado “la noche” orando a Dios. A la mañana “llamó a sus discípulos [seguidores], y escogió a doce de ellos, a los cuales también llamó apóstoles” (Lc. 6:12–13). La multitud estaba animada por tener un profeta hacedor de milagros, pero él tenía los ojos puestos en ese puñado de hombres a quienes enviaría a discipular las naciones.

Necesitaba sacarlos y prepararlos para que miraran a las gentes y aprendieran a identificarse con sus necesidades. Lucas dice que después de nominados, Jesús descendió con ellos del monte y “se detuvo en un lugar llano, en compañía de sus discípulos y de una gran multitud de gente”. 

Al escribir Hechos, Lucas utiliza por segunda vez el verbo eklego̅ (separar, seleccionar, elegir) cuando los hermanos eligen a dos personas para ocupar el espacio dejado por Judas. 

Oraron diciendo: “Tú, Señor, que conoces los corazones de todos, muestra cuál de estos dos has escogido” (1:24). La tercera vez que utiliza esta palabra es en el incidente de la conversión de Saulo y la resistencia de Ananías a asistirlo. El Señor le dijo a Ananías: “Ve, porque instrumento escogido me es éste, para llevar mi nombre” (9:15) (comp. 22:14–15).

De modo singular, Lucas describe una característica básica del propósito del Señor, que sus apóstoles fueran todos llamados al ministerio por él o por su expreso deseo, evitando interferencia extraña en el mensaje.

  b.      Los doce habían recibido una revelación especial

Marcos dice que el Señor “llamó a sí a los que él quiso; y vinieron a él. Y estableció a doce para que estuviesen con él, y para enviarlos a predicar” (Mr. 3:13). La doble intención que señala el escritor fue que tuvieran un mensaje basado en una relación con Jesús y no simplemente con datos pasajeros o una información tradicional.

Desde un comienzo Jesús quiso preparar testigos y no solamente comunicadores. Lucas dice que su escrito es para documentar cosas que eran “ciertísimas” entre ellos. Los predicadores del evangelio son embajadores y no sólo informantes. Los discípulos no componían la masa de seguidores desvinculados de la realidad, sino que eran un grupo selecto a quienes él les daría la oportunidad de conocerlo íntimamente para que posteriormente fueran sus testigos.

Los doce eran el fundamento de la nueva comunidad. Sabían cosas del Señor que nadie había oído (Mt. 13:11) y conocían secretos sobre su muerte y resurrección que nadie sabía. El candidato a ocupar el lugar de Judas debía saber tanto como lo que el traidor sabía, es decir, haber estado con Jesús “comenzando desde el bautismo de Juan hasta el día en que de entre nosotros fue recibido arriba” (1:22).

Era necesario que todos por igual tuvieran evidencias de que la persona resucitada era la misma que habían visto crucificar. Tanto los evangelistas (Ej. Pablo—1 Co. 15:2–7) como los demás tenían que conocer el poder de la resurrección. Tenían que saber con claridad que había tenido entrevistas con varias personas y tanto su amor como su ética era la del Jesús que los había llamado.

Ya vemos cuán importante era que tuvieran más que una simple información sobre lo sucedido. Es la presencia de Cristo lo que destruye las dudas y pone las cosas en su lugar. Durante sus apariciones (en distintas circunstancias y a diferentes personas) por cuarenta días, les fue dando muestras de su poder y comunicando nuevas dimensiones de sus propósitos.

Lucas dice que les habló acerca del “reino de Dios”. Como este asunto ya lo había abordado durante los tres años anteriores, es justo pensar que ahora con “las pruebas indubitables” en sus manos podía enseñarles algo más sobre el tema, especialmente en lo relacionado con la predicación del evangelio (8:12; 28:23, 31).

Lo trascendente de todo lo que oyeron de él es que pudieron aprender y aplicar algunas lecciones que no habían entendido antes. Lucas mismo dice que cuando les predijo su muerte y de su resurrección “ellos nada comprendieron de estas cosas” (Lc. 18:34). Pero también dice que el día que resucitó les abrió el entendimiento a los dos que iban a Emaús “para que comprendiesen las Escrituras” (Lc. 24:45). Posiblemente ésta sea la prueba más indubitable para los once (Jn. 2:22; 12:16), porque pudieron asociar lo que les repetía ahora con algunas enseñanzas que habían olvidado.

  c.      Les dio un mandato distinto (v. 4)

Antes de morir les había dicho: “que os améis unos a otros” (Jn. 13:34; 15:12). Ahora los mandamientos o instrucciones se extienden a otros campos. El v. 4 dice que “estando juntos” (posiblemente en una de las habituales comidas) les mandó que no se ausentaran de Jerusalén, es decir que no pusieran en actividad su propio programa de extensión del reino de Dios, sino el que estaba establecido (comp. Lc. 24:17).

La primera fase del programa era esperar el cumplimiento de la promesa. Ésta era la venida del Espíritu Santo (Lc. 24:49), del cual muchas cosas les había explicado la noche en que fue entregado (Jn. 14:26; 15:26; 16:7–13). Como es el Espíritu de verdad, necesitaban ser guiados por él para caminar el camino de la verdad.

Para ellos esperar era quedarse “dando vueltas” por Jerusalén. Este verbo (en gr. perimeno̅) que se utiliza aquí por única vez, les daba a entender el valor que tenía para el Señor la observación de las circunstancias, mucho más que simplemente “dar vueltas”. El Señor los invita a mirar alrededor, observar los detalles y ver la manera de actuar de Dios. Todo lo que se mueve a nuestro alrededor es una demostración de que Dios está en actividad.


B. La promesa (vv. 4–5)       


La “promesa del Padre” tenía siglos de vida (Is. 32:15; Jl. 2:28). Los grandes profetas creían que algún día Dios visitaría a su pueblo. Los que vivieron en el exilio (como Ezequiel por ejemplo) esperaban que Dios les mostrase cuándo ocurrirían los grandes cambios en los corazones de la nación (comp. Ez. 36:27) porque observaban que el pueblo no entendía la voz del Señor (Zac. 12:10). El Señor Jesús les había anticipado que el cumplimiento de la promesa estaba cerca (Lc. 24:49). Él mismo sería el medio para que se cumpliese: “He aquí, yo enviaré la promesa de mi Padre sobre vosotros …” El “derramamiento” de Joel 2:28 es como un “vestido” en los labios del Señor Jesús. La promesa los investiría con poder (Ro. 13:14. Comp. 1 P. 3:3–4) y los uniría en un grupo.

Lucas volvió a repetir lo que ya había escrito en su primer tratado con el fin de enfatizar los puntos básicos. Dos temas sobresalientes ocuparon la atención de los cuarenta días: el reino de Dios y el cumplimiento de la promesa. No tenemos ningún síntoma de cómo relacionó a los dos, pero en el curso de nuestro estudio observaremos que el poder del Espíritu actuando de varias maneras era fundamental para la extensión del reino. Por esta razón sigue explicando “la promesa”.

Lo que en principio parecía ser un vestido es ahora similar a un bautismo. Juan había confirmado que su mensaje no admitía personas neutrales. Los que lo aceptaban tenían que bautizarse en señal de arrepentimiento y confesión. Los que no lo hacían, aunque demostraron estar de acuerdo, de hecho no aplicaban lo que oían. El bautismo de Juan dividió a su audiencia en dos: los que aceptaban y los que rechazaban.

Con el cumplimiento de la “promesa”, y el recibimiento del “don”, también tendría lugar el “bautismo en el Espíritu Santo”. Los que sabían cómo había sido con Juan, no podían evitar reconocer el “antes y el después” del bautismo en el Espíritu Santo que ocurriría “dentro de no muchos días” (1:5). Era el momento en que serían vestidos “con poder de lo alto”.

“Los que se habían reunido” (v. 6) interrumpieron la enseñanza con la misma duda que los había acompañado durante todo el tiempo que estuvieron con él. Lucas inicia el nuevo párrafo con una modalidad que utiliza a lo largo de todo su escrito. Nuestra versión la traduce como “entonces”, “así que” o “pero los que”, etc. (1:8; 2:41; 5:41; 8:4, 25; 9:31; 11:19; 12:5; 13:4; 15:3, 30; 16:5; etc.)

La duda era profunda y no se había disipado con las explicaciones que les había dado. Ellos querían saber si lo que habían oído era el mecanismo para la restitución del reino a Israel. De modo que la pregunta podría formularse así: La restitución del reino a Israel ¿viene juntamente con el Espíritu Santo o es un hecho aislado?

El término “restituir” significa volver a poner en su lugar (He. 13:19). De modo que lo que querían saber en realidad era: “Señor ¿volverás a reponer el rey sobre Israel? ¿lo hará el Espíritu Santo?” El Señor no contestó la pregunta formulada en estos términos porque se hubiera apartado de los objetivos presentes del reino de Dios (comp. 1 Ts. 5:1; Tit. 1:2).

Les respondió algo así como: “no es competencia de ustedes saber lo que Dios ha reservado para sí” (comp. Dt. 29:29). Les habló de “los tiempos” como el espacio que mediaba entre ellos y el día que esperaban; y las “sazones” como a los sucesos que habían de acaecer durante ese tiempo. 

Si pusiéramos esa respuesta en el idioma de hoy diríamos: “no les corresponde a ustedes saber cuánto tiempo hay entre este momento y la venida del rey, ni tampoco cuáles serán los hechos que lo caracterizarán (comp. Mt. 24:36). La instauración del reino de Israel es algo futuro por lo cual no deben luchar ahora”. Es un tema que el Padre “ha determinado por su propia autoridad” (comp. 17:26).

Sin embargo, los apóstoles estaban aún equivocados porque confundían el reino de Israel con el reino de Dios. Lo que el Señor les respondió está relacionado con el reino de Dios para la promoción del cual les había preparado.
Convendría dejar aclarados algunos detalles:

  a.      El reino de Dios es actualmente espiritual

Lucas señala cómo el pueblo anhelaba ardientemente la venida del Mesías libertador (Lc. 2:25, 38; 23:51). Durante su ministerio, el Señor Jesús proclamó la “entrada” al reino por medio del arrepentimiento y la fe. 

El término aramaico malkuth es más propiamente “soberanía”, es decir un estilo de gobierno más que un espacio territorial. “Buscar primeramente el reino y su justicia” es preparar el camino para el gobierno de Dios y esperar que por su medio venga todo lo demás (comp. Mt. 6:33). En Marcos 10:23–24 leemos de la reacción del Señor Jesús al rechazo del joven rico. Dijo que era muy difícil que entraran al reino los que confían en sus riquezas. Mas adelante al leer el v. 30, advertimos que para él (Cristo), entrar en el reino de Dios es igual a entrar en la vida eterna.

Según Lucas mismo lo explicó, en Jesucristo el reino se presentó como un mensaje de poder, respaldado por milagros y prodigios. Al narrar la gira de los setenta, dice que el Señor les dio instrucciones precisas sobre las labores: “Sanad a los enfermos que en ella haya, y decidles: Se ha acercado a vosotros el reino de Dios”. Si eran rechazados cometían el grave pecado de despreciar el reino: “Sabed, que el reino de Dios se ha acercado a vosotros” (Lc. 10:9–11). 

Al volver, los setenta dieron un informe triunfalista de la gira, señalando que hasta los demonios se les sujetaban en el nombre de Cristo. Fue una buena ocasión para que Jesús les recordara que no debían regocijarse sólo por esto sino más bien porque podían agradecer la procedencia de la autoridad con que se manejaban y administraban (Lc. 10:20).

Ahora nuevamente estamos en vísperas de una labor misionera y otra vez se plantea el tema del poder y autoridad. Pero es diferente. El poder (gr. dynamis) que recibirían cuando viniera el Espíritu Santo es resistente y no temporal, como en el caso de la gira. Habría de operar en ellos una inmediata transformación porque los convertiría en testigos habilitados para dar sus vidas por el nombre de Cristo.
El reino no necesitaba espadas o armaduras humanas para la conquista; necesitaba testigos con poder interior que demostraran con sus vidas la potencia transformadora del Cristo resucitado (comp. 2:32; 3:15; 5:32; 10:39; 13:31; 22:15).

  b.      El reino de Dios no está vinculado a un solo pueblo

La explicación del propósito de Dios que habían recibido era distinta a lo que imaginaban. No debían confundir el reino de Israel con el reino de Dios, porque este último hacía que cada súbdito fuera testigo “hasta lo último de la tierra”. 

El Señor les trazó los círculos de actividad comenzando desde Jerusalén donde “el reino” había sido rechazado, y desde allí seguirían avanzando (13:47). Algunos creen que para aquellos días “lo último de la tierra” era llegar a Roma. Si así fuera, Lucas cumple su propósito trabajando hasta que Pablo llegó a la capital del imperio.

El libro se puede dividir en: (1) Jerusalén (caps. 1–7); (2) Judea y Samaria (8:1–25); (3) “hasta lo último de la tierra” (8:26–28:31).

Cada lugar es un nuevo descubrimiento, cada persona un desafío distinto. Judíos, samaritanos, griegos, religiosos, paganos, siervos, libres, varón o mujer, etc., todos ingresan al reino cumpliendo los mismos requisitos. 

Para evitar la separación que podrían provocar los nacionalismos o los intentos étnicos de superioridad, Dios estableció que “nuestra ciudadanía está en los cielos” (Fil. 3:20) y no en el Imperio Romano o en algún otro lugar de la tierra.

Componemos una comunidad de salvados. Estamos dentro del reino de Dios y el reino está dentro de nosotros. Esto nos lleva a otro tema que el Señor Jesús también explicó.

  c.      El reino de Dios está delante de nosotros como una misión

La pregunta de “los que se habían reunido” no tenía relación alguna con la expansión del mensaje del evangelio. En cambio, la respuesta concordaba con lo que habían oído en Cesarea de Filipo acerca de las “llaves del reino” (Mt. 16:19). Se trataba de que la nueva comunidad fuera testigo de Dios abriendo puertas para muchos corazones sedientos.

Por siglos ya, desde aquellos días el reino ha vivido la expansión, algunas veces visible y otras veces invisible. Pero la manera en que se extendió fue extraordinaria. Si pensamos en que eran sólo ciento veinte los reunidos cuando vino el Espíritu (1:5) y en Pentecostés se agregaron como tres mil más (2:41), nos damos cuenta del rigor con que Dios comenzó a operar. Pero a esto le sumamos cinco mil más algunos días después (4:4) y la sorpresa de las autoridades religiosas por la conmoción. 

Las cosas siguieron adelante (4:32–6:1, 7) y después de la persecución en los días de Esteban, Samaria recibió el mensaje (8:14) y los que habitaban en Lida y Sarón se convirtieron al Señor (9:35). También muchos en Jope (9:42) oyendo el mensaje eran salvos, y los esparcidos por la persecución en los días de Esteban salieron por todas partes, algunos de los cuales llegaron a Siria. En Antioquía una multitud recibió al Señor (11:21). No sabemos qué ocurrió con los que fueron en otras direcciones.

Posteriormente, Saulo y Bernabé salieron a predicar por Galacia y esparcieron el mensaje por toda la región (13:48–49). Desde Antioquía de Pisidia y por toda el Asia Menor se extendía el evangelio en numerosas iglesias que aumentaban constantemente en número (16:5). Pero el mensaje ingresó también en Europa, y los puntos más duros de Grecia se conmovieron por la predicación (Filipos, Tesalónica, Berea y Corinto—16:10; 17:4, 12; 18:10) y desde allí a muchos otros lugares hasta llegar a Roma (Ro. 15:19; Hch. 19:2; 28:24).

Miles y miles de personas de diversas lenguas, culturas y dialectos entraron en el reino de Dios alabando por la gracia de la vida eterna.

Hemos podido constatar que en el propósito de Dios “hasta lo último de la tierra” no es Roma sino el mundo entero. La historia sigue mostrando que todo el mundo está bajo el ojo de Dios. Él se encarga de preparar y enviar a sus siervos a los lugares más remotos para que se cumpla el mandato: “Id y haced discípulos a las naciones”. A medida que los embajadores caminan, aprenden nuevas verdades sobre el poder de Dios.

Así llegamos hasta nuestro día. Como aquellos discípulos nosotros también solemos abandonar nuestra responsabilidad de ser testigos. Nos acostumbramos a ser ciudadanos de nuestras patrias terrenales y nada más. Pero es posible que al estudiar estos versículos, también aprendamos a recrearnos en lo que debemos hacer, y no a tratar de seguir buscando argumentos para permanecer paralíticos.


C. La misión (v. 8)


Para confirmar la misión el Señor les anunció que recibirían poder del cielo cuando viniera sobre ellos el Espíritu Santo.

Para nosotros, como seres humanos, nada es más estimulante que poseer fuerza. No la podemos crear, pero nos encanta reunirla de todos modos y dominar. Son los elementos que hacen posible que seamos grandes y los demás nos sirvan. No obstante, aquí el Señor Jesús no les está prometiendo poder físico como el de Sansón o el del ejército romano, posible de ser controlado por los hombres. No, les anuncia la venida del poder de Dios que los controlaría a ellos. Es el poder proveniente de la unión vital con el Dios eterno. En ese momento quedaría totalmente cumplida la promesa que tendría siempre evidencias frescas y renovadas.

El Espíritu los capacitaría de tal modo que podrían vivir y explicar a otros las maravillas de Dios. Los seres humanos que no conocían la verdad serían impactados por el modo de reprochar del Espíritu y se convertirían al Señor.

Para los apóstoles en aquella hora como para nosotros ahora, la presencia del Consolador cambia todas las cosas. La enseñanza y la guía a toda la verdad (Jn. 16:13) son una garantía para el ministerio en terreno desconocido y lleno de adversidad. Su sabiduría y su poder son también una evidencia de la presencia de Dios. El es el Morador permanente que abre el sentido y santifica las conciencias para hacer la voluntad de Dios.

  a.      Todos serían ordenados como testigos

La venida del Espíritu no sólo sería una prueba de la fidelidad de Dios en cumplir su promesa. Sería además una preparación para esparcir el evangelio al mundo. El soplo (gr. pneuma) de Dios que podía unirlos en un cuerpo, también los constituía en testigos competentes (2:32; 3:15, etc.) Una de las características de estas personas es la valentía para decir lo que han visto y oído. Exponer ante el juez en presencia de los acusadores la verdad de lo que está en curso y demostrar que no solamente hablan sino que también viven lo que dicen.

  b.      Todos deberían operar bajo el poder del Espíritu

El poder les había sido necesario para subsistir hasta ese presente. Pero el que habrían de recibir era la credencial del evangelio (4:33; 6:8) para vivir la victoria. El Señor Jesús dejó bien claro los principios de autoridad con que se manejaba el reino de Dios. Operamos bajo esos principios y cumplimos los estatutos que agradan a sus planes.

  c.      Todos tenían que transmitir el conocimiento de Cristo

“Me seréis testigos” significa mucho más que simplemente ser “testigos míos”. Significa más vale que “ustedes son los testigos que yo pongo para que me representen”. No se limitarían únicamente a una ceremonia forense o judicial sino a hablar en todas partes lo que Jesucristo era y había hecho. Así como un buen cuadro es el mejor testimonio para un artista, o un buen libro para un autor; los santos son los mejores testigos del Señor. Tales testigos saben y hablan de Cristo y para Cristo, con experiencias personales de su amor y poder.

  d.      Todos tenían que moverse en un campo amplio de labor

Era muy difícil el servicio que el Señor Jesús les proponía. Ser testigos en Jerusalén era casi imposible bajo las condiciones imperantes después de lo acontecido con el Señor Jesús.

Sin embargo, las condiciones cambiarían muy pronto. El testimonio sería difícil pero no imposible, y muchos opositores se convertirían al evangelio: Jerusalén sería el lugar para la recepción del Espíritu y también el sitio donde los testigos comenzarían a actuar. La promesa se cumplió en la tierra prometida y allí también se vivió por primera vez la plenitud del gozo. Posteriormente, otros lugares blancos para la siega (Jn. 4:35) tuvieron la experiencia de los hebreos, y así se expandió la obra misionera tal como lo veremos más adelante.

BOSQUEJO DE HECHOS 1:1-8

A. Los mandamientos
       a.      Los apóstoles habían sido escogidos por Él
       b.      Los doce habían recibido una revelación especial
       c.      Les dio un mandato distinto (v. 4)

B. La promesa (vv. 4–5)
     a.      El reino de Dios es actualmente espiritual
       b.      El reino de Dios no está vinculado a un solo pueblo
       c.      El reino de Dios está delante de nosotros como una misión

C. La misión (v. 8)
     a.      Todos serían ordenados como testigos
       b.      Todos deberían operar bajo el poder del Espíritu
       c.      Todos tenían que transmitir el conocimiento de Cristo
       d.      Todos tenían que moverse en un campo amplio de labor
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jueves, 6 de agosto de 2015

Y cuando vuestros hijos os pregunten en el futuro, diciendo: "¿Qué significan para vosotros estas piedras?", les responderéis: "Las aguas del Jordán fueron cortadas ante el arca del pacto de Jehovah. Cuando ésta cruzó el Jordán, las aguas del Jordán fueron cortadas, por lo cual estas piedras sirven de memorial a los hijos de Israel, para siempre."

Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6




 
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PREPARACIÓN DE SERMONES 
JOSUÉ 4:1-9
1 Cuando toda la gente acabó de cruzar el Jordán, Jehovah habló a Josué diciendo: 
2 -Toma del pueblo doce hombres, uno de cada tribu, 
3 y mándales diciendo: "Tomad de en medio del Jordán, del lugar donde están firmes los        pies de los sacerdotes, doce piedras, las cuales llevaréis con vosotros, y las pondréis en      el lugar donde habéis de pasar esta noche." 
4 Josué llamó a los doce hombres a quienes había designado de entre los hijos de Israel,        uno de cada tribu, 
5 y les dijo Josué: 
   —Pasad delante del arca de Jehovah vuestro Dios hasta la mitad del Jordán, y cada uno      de vosotros tome una piedra sobre su hombro, conforme al número de las tribus de los        hijos de Israel, 
6 para que esto sea señal entre vosotros. Y cuando vuestros hijos os pregunten en el              futuro,  diciendo: "¿Qué significan para vosotros estas piedras?", 
7 les responderéis: "Las aguas del Jordán fueron cortadas ante el arca del pacto de                Jehovah. Cuando ésta cruzó el Jordán, las aguas del Jordán fueron cortadas, por lo cual      estas piedras sirven de memorial a los hijos de Israel, para siempre." 
8 Los hijos de Israel hicieron como les mandó Josué: Tomaron doce piedras de en medio        del Jordán, como Jehovah había dicho a Josué, conforme al número de las tribus de los      hijos de Israel. Las llevaron consigo al lugar donde pasaron la noche y las colocaron allí. 
9 Josué también erigió doce piedras en medio del Jordán, en el lugar donde estuvieron los      pies de los sacerdotes que llevaban el arca del pacto. Y están allí hasta el día de hoy



Un plan para recordar la gracia de Dios 
JOSUÉ (4:1–9)

Tomad … doce piedras (2–3)
Es obvio que Dios quiere que los suyos recuerden las manifestaciones de su misericordia hacia ellos (cf. Gn. 28:18; 31:45–47; 35:14 y 1 S. 7:12, para otros memoriales similares). La Pascua era uno de estos memoriales, que se realizaba anualmente; y estas doce piedras servirían como una ayuda para la enseñanza de las generaciones futuras.

Este acontecimiento habría de ser recordado porque tenía un profundo significado religioso. Señalaba un nuevo nivel de profundidad de la dedicación de Israel. Habían estado dispuestos a abandonar su anterior apostadero (3:1); habían dispuesto permanecer tres días a orillas del Jordán sin medios visibles para cruzarlo (3:2); habían estado dispuestos a cruzar el río bajo las aguas amontonadas (3:16); habían estado dispuestos a empezar una cabeza de playa en territorio enemigo (3:17); habían captado la voluntad de Dios y habían obedecido (3:1). Habían entrado en la tierra prometida.

El hecho de que el Señor inspirase un memorial de este acontecimiento (4:1–3) sugiere que El quería que Israel tuviera siempre consciencia de Aquel a quien estaba dedicado como pueblo (3:5); y de que debían honrar siempre a Aquel a quien debían su liberación.

Dios quería que los testimonios respecto a El fuesen precisos. Así es que ordenó que el memorial se erigiera mientras los hechos estaban frescos en la memoria de todos los que habían participado (5). La construcción debía ser hecha por representantes escogidos de las doce tribus (4). Así sería realmente el testimonio personal de aquellos que habían recibido su gracia.

La estructura se compondría de cantos rodados del Jordán (5). Esas piedras serían un testimonio mudo de la sombra de la sombra de muerte que el pueblo de Dios había atravesado, con seguridad. La ubicación de este testimonio sería en el lugar donde habéis de pasar la noche (3); esta posición lo mantendría a la vista de sus hijos, de modo que éstos podrían escuchar frecuentemente la historia (6). Dios quería que las generaciones venideras estuvieran exactamente informadas (7).

El versículo noveno de esta sección sugiere que se erigieron dos memoriales (cf. 8–9). Josué también levantó doce piedras en medio del Jordán, en el lugar donde estuvieron los pies de los sacerdotes que llevaban el arca del pacto. La expresión hasta hoy (9; cf. 6:25) significa que en la época del autor de este relato podía verse el montón de piedras en el paso del Jordán (4:9); y que Rahab estaba viviendo entre los israelitas (6:25).

La significación de este segundo memorial es que dio representación a todo Israel en una situación de “antes” y “después”. C. H. Waller señala que “cada tribu estuvo representada por una piedra a cada lado del Jordán. Los dos montones de piedras representaban un Israel completo en el desierto y un Israel completo en la tierra prometida”. 

Dios los había sacado de Egipto con un tipo muy específico de liberación. Les había dado un segundo tipo de liberación a aquellos que se habían santificado y estaban dispuestos a obedecerle implícitamente. Para esas personas las promesas de Dios se volvieron realidad. Así fue como los que habían andado errantes por el desierto finalmente habían arribado a la tierra de la promesa.

Un monumento para recordar el evento
Josué 4:1–9. 
Toda nación o pueblo acostumbra erigir monumentos para recordar los acontecimientos más significativos de su historia. 

Esta costumbre permite que en cada caso se afirme la unidad nacional y la identidad de un pueblo. También facilita el desarrollo político y social que el presente inmediato y el futuro a mediano plazo exigen. Josué es consciente de este hecho, como lo demuestra el pasaje, y toma en cuenta cada detalle con el fin de ser lo más inclusivo posible, obedeciendo de esta manera la voluntad de Jehovah quien dio la instrucción precisa para la realización de este acto conmemorativo (v. 1).

Pidió que participara un miembro de cada una de las tribus, para erigir los dos monumentos, uno en medio del Jordán (v. 9) y otro en Gilgal (vv. 3, 20). La representatividad en estos dos monumentos destacó que las doce tribus estuvieron juntas en el desierto y entraron juntas a la tierra prometida.

La clase de monumentos que levantaron pertenece a un estilo muy común en los pueblos de la antigüedad. Las piedras reflejan la rudeza de los pueblos nómadas del desierto; su poca elaboración y la falta de lujo no disminuían la posibilidad de durar en la mente de los pueblos.

Permanece en el relato un espíritu de unidad y disciplina que evidencia un reconocimiento del liderazgo de Josué a través del acatamiento de todas sus órdenes. No hay refutación, ni resistencia, ni desgano frente al trabajo que implicaba trasladar las piedras “de en medio del Jordán” (v. 3a). Más bien, hay una disponibilidad total porque el ánimo está muy arriba después de reconocer la presencia milagrosa de Jehovah en la travesía.

Hay una intención pedagógica en la instrucción que da Josué (v. 7) a los doce hombres: Lo que se debe recordar no es solo el milagro de la detención de las aguas para dar paso al pueblo, sino que estas se abrieron “… ante el arca del pacto de Jehovah …” (v. 7b). De esta manera se da importancia al pacto y la fidelidad a éste como causa eficiente de las bendiciones recibidas, en esta ocasión en forma milagrosa.

La presencia del arca siempre quiere enfatizar la necesidad de recordar que es un pueblo del pacto, una comunidad comprometida con el Dios que los sacó de Egipto para hacer de ellos una nación grande. Su grandeza había de incluir cierta labor misionera: ser la nación que proclamaría salvación a todas las naciones.

No obstante, es oportuno hacer una aclaración: Si nos atenemos a la existencia de dos relatos en esta sección, es comprensible que más adelante (vv. 22, 23) no se dé el lugar principal a la presencia del arca, sino que allí solo se destaca la intervención milagrosa de Jehovah. Esto, sin embargo, no constituye una contradicción insalvable para la lógica y la congruencia del relato acerca del cruce del río Jordán. 

Puede ser considerado como énfasis que cada versión del evento da a un aspecto o al otro, como los énfasis que en la actualidad una denominación puede dar a alguna doctrina, con la diferencia que en este pasaje no se da lugar a contradicciones, como sí puede suceder con nuestros énfasis doctrinales. La importancia de los sacerdotes y su función cultual no interfieren con la afirmación de la acción directa y soberana de Dios en la vida de un pueblo.

CONFECCIÓN DE UN SERMÓN EXPOSITIVO CON JOSUÉ 4: 1-9

Semillero homilético
¿Qué significan estas piedras?
Josué 4:1–24
Introducción: 
Dos veces en este capítulo aparece la referencia a esta pregunta, ¿Qué significan estas piedras? (vv. 6, 21). En cada caso se da la hermosa respuesta del significado de las doce piedras que Josué colocó en Gilgal delante de todo el pueblo.

Podemos aprender que estos elementos memoriales o recursos nemotécnicos cumplen una función importante en el proceso de enseñanza y aprendizaje de los valores morales, religiosos y espirituales del pueblo del Señor. En nuestros días necesitamos enseñar a las nuevas generaciones el significado de ciertas celebraciones que nos recuerdan la acción amorosa del Señor para con su pueblo.

  I.      El Señor desea que sus grandes obras sean recordadas.
    1.    El Señor es quien ordena que se recojan doce piedras y se edifique un monumento              para que su actuación sea recordada, vv. 1–4.
    2.    Todas las tribus debían participar de la celebración, por lo tanto se escogió a una                  persona de cada una. La idea es que todos deben recordar los eventos magníficos               del Señor.
    3.    El monumento fue algo sencillo y con fines prácticos. No fue una pirámide hermosa              como las de Egipto, pues la intención no era exaltar una obra maestra construida por            el hombre, sino recordar un evento singular hecho por el Señor.

  II.      El Señor desea que enseñemos sus grandes obras a las nuevas generaciones.
    1.      Había que enseñarles que en ese lugar Dios había manifestado su gran poder.
    2.     Había que enseñarles el relato desde la salida de Egipto y las experiencias que el                 pueblo tuvo por el desierto hasta llegar a ese lugar.
    3.     Había que enseñarles los mandamientos y las instrucciones que Dios les daba para             que pudieran disfrutar las bendiciones de la nueva tierra.
    4.     Había que enseñarles que esa maravillosa historia debía darse a conocer “para                  que todos los pueblos de la tierra conozcan que la mano de Jehovah es poderosa                …” (v. 24).
    5.      Había que enseñarles esa maravillosa historia para que las nuevas generaciones                “teman a Jehovah vuestro Dios todos los días” (v. 24).

Conclusión, aplicación e invitación:
Aquellas piedras fueron sacadas del río y colocadas de tal manera que formaran un monumento sencillo con el doble propósito de ayudar a recordar la obra maravillosa del Señor y servir como recurso didáctico para la nueva generación.

Nosotros hoy hemos sido testigos de muchos actos maravillosos del Señor. Hacemos bien cuando buscamos maneras adecuadas de recordar esos eventos y también para ayudar a nuestros hijos a aprender de esas historias del poder de Dios.

Los monumentos que edifiquemos deben hablar del poder y la obra del Señor más que de nuestra capacidad para hacer el monumento. Quien debe recibir la gloria y el honor es el Señor, no nosotros.
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Cualquiera que bebiere de esta agua, volverá a tener sed; mas el que bebiere del agua que yo le daré, no tendrá sed jamás; sino que el agua que yo le daré será en él una fuente de agua que salte para vida eterna

Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6




 
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Información 




CONSTRUCCIÓN DE SERMONES EXPOSITIVOS
JUAN 4:1-30
Cinco maridos y un corazón sediento (1–30)
1. Buscando a la más pecadora (1–9).
1Cuando, pues, el Señor entendió que los fariseos habían oído decir: Jesús hace y bautiza más discípulos que Juan 
2(aunque Jesús no bautizaba, sino sus discípulos), 
3salió de Judea, y se fue otra vez a Galilea. 
4Y le era necesario pasar por Samaria. 
5Vino, pues, a una ciudad de Samaria llamada Sicar, junto a la heredad que Jacob dio a su hijo José. 
6Y estaba allí el pozo de Jacob. Entonces Jesús, cansado del camino, se sentó así junto al pozo. Era como la hora sexta. 
7Vino una mujer de Samaria a sacar agua; y Jesús le dijo: Dame de beber. 
8Pues sus discípulos habían ido a la ciudad a comprar de comer. 
9La mujer samaritana le dijo: ¿Cómo tú, siendo judío, me pides a mí de beber, que soy mujer samaritana? Porque judíos y samaritanos no se tratan entre sí.

Los versículos 1–3 no son parte de la narración principal sino una transición. De acuerdo al versículo 2, aunque el bautismo se practicaba entre los seguidores de Jesús y con su aprobación, Jesús mismo no era el que bautizaba. (Ver 3:22–24.)

Jesús fue a la ciudad de Sicar porque sabía que allí había una mujer muy pecadora, con un corazón desesperadamente sediento. Jesús también sabía que en este lugar había un gran número de personas que al oírlo experimentarían el renacimiento que el Hijo de Dios ofrece. Jesús siempre ha ido en busca de los pecadores. El mismo declaró: “Los que están sanos no tienen necesidad de médico, sino los enfermos. Yo no he venido a buscar justos sino a pecadores al arrepentimiento” (Lc. 5:31–32). Aún en pleno siglo XX, en un mundo con personas que tienen sed de vida eterna, esta declaración sigue vigente.

Pero además el Señor tenía que pasar por Samaria pues era la ruta más corta para ir desde Judea a Galilea (la más corta, pero no la más popular).

La hora sexta era el mediodía, cuando en la Tierra Santa hace un calor abrasador. Es el momento en que la gente se detiene a descansar. El relato señala que Jesús estaba cansado y sediento. A pesar de que el evangelista Juan desea enfatizar la divinidad de Jesús, también muestra que era humano.

Aparece en escena una mujer perdida, cuya vida moral era condenada aun en la sociedad de su tiempo. Esta mujer tuvo un encuentro que la transformó y la revolucionó moral, espiritual y socialmente.

De acuerdo al estricto código de los fariseos, hablar con una mujer samaritana era casi un crimen. Por un lado, evitaban relacionarse en público con las mujeres;1 y por otro lado, se agregaba el hecho del desprecio judío hacia los samaritanos. (Ver recuadro JUDIOS Y SAMARITANOS.) Ella, por su parte, no ocultó su resentimiento por encontrar a Jesús junto al pozo.2 Era una situación crítica. ¿Cómo dar el mensaje a quien era casi una alienada social? Jesús hallará un punto de contacto para llenar la necesidad espiritual de esta mujer.

1 Un precepto rabínico declaraba: “Que ningún hombre hable con una mujer en la calle. Ni siquiera con su esposa.”
2 En el Oriente muchos sucesos han tenido lugar junto a esta clase de pozos (Gen. 24:11 y sig.; 29:2 y sig.; Ex. 2:15 y sig.).

2. Despertando sed por agua de vida (10–15).
10Respondió Jesús y le dijo: Si conocieras el don de Dios, y quién es el que te dice: Dame de beber; tú le pedirías, y él te daría agua viva. 
11La mujer le dijo: Señor, no tienes con qué sacarla, y el pozo es hondo. ¿De dónde, pues, tienes el agua viva? 
12¿Acaso eres tú mayor que nuestro padre Jacob, que nos dio este pozo, del cual bebieron él, sus hijos y sus ganados? 
13Respondió Jesús y le dijo: Cualquiera que bebiere de esta agua, volverá a tener sed;
14mas el que bebiere del agua que yo le daré, no tendrá sed jamás; sino que el agua que yo le daré será en él una fuente de agua que salte para vida eterna. 
15La mujer le dijo: Señor, dame esa agua, para que no tenga yo sed, ni venga aquí a sacarla.
Jesús sabía que la mujer era sensible y sincera. Cuando ella confiesa su necesidad, en forma inmediata Jesús le ofrece el agua de vida. Sin embargo, su orgullo de samaritana se resiente con la idea de que un judío pudiera producir agua donde el mismo Jacob había tenido que cavar un pozo. ¿Acaso ese judío imaginaba ser más grande que el patriarca?

Paulatinamente Jesús comienza a despertar en el alma de esta mujer pecadora, una tremenda sed por el agua de vida, el agua que llena y refresca el corazón. En ella entonces comienza a crecer una ansiedad para ver si era cierto que este hombre que aún no conocía y que estaba sentado junto al pozo (que aparentemente hablaba de agua física pero en realidad se refería al agua del alma), era un simple hombre o algo más que eso.

El tema del agua de vida cautivó el interés de esta mujer necesitada. Además, Jesús le habló utilizando terminología comprensible y aludiendo a situaciones con las que ella se identificaba.

De hecho, Jesús le estaba diciendo: “Mira mujer, cualquiera que bebiere del agua de este pozo volverá a tener sed. Todos los días tienes que venir a sacar el agua para luego beberla, y debes regresar día tras día en busca de más agua que sólo satisface la sed física.” 
Seguidamente Jesús pasa al tema de un agua diferente, ya no material sino espiritual.1 “Pídeme y te daré el agua de vida que tanto buscas en lugares equivocados.” Estaba hablando de perdón, y esta mujer estaba llena de culpa. Jesús ofrece satisfacer la sed de su conciencia: “Satisfaré la sed de tu corazón y perdonaré tus pecados.”

Hay una fuente interna que satisface la sed del corazón (Jn. 7:38). Es un agua que sacia lo que ni el dinero ni los placeres ni las drogas pueden satisfacer.
3. Revelando pecado y remedio (16–26).
16Jesús le dijo: Vé, llama a tu marido, y ven acá. 
17Respondió la mujer y dijo: No tengo marido. Jesús le dijo: Bien has dicho: No tengo marido; 
18porque cinco maridos has tenido, y el que ahora tienes no es tu marido; esto has dicho con verdad. 
19Le dijo la mujer: Señor, me parece que tú eres profeta. 
20Nuestros padres adoraron en este monte, y vosotros decís que en Jerusalén es el lugar donde se debe adorar. 
21Jesús le dijo: Mujer, créeme, que la hora viene cuando ni en este monte ni en Jerusalén adoraréis al Padre. 
22Vosotros adoráis lo que no sabéis; nosotros adoramos lo que sabemos; porque la salvación viene de los judíos. 
23Mas la hora viene, y ahora es, cuando los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad; porque también el Padre tales adoradores busca que le adoren.
24Dios es Espíritu; y los que le adoran, en espíritu y en verdad es necesario que adoren.
25Le dijo la mujer: Sé que ha de venir el Mesías, llamado el Cristo; cuando él venga nos declarará todas las cosas. 
26Jesús le dijo: Yo soy, el que habla contigo.

El Señor Jesús además revela dos cosas a esta samaritana: 
1) su pecado y 
2) el remedio para su pecado.

Jesús no encubrió el pecado ni simuló desconocer el mal que ella había hecho. No consideró su pecado como algo superficial que pudiera pasarse por alto. Todo lo contrario. El mal debía salir a la luz para que la operación fuese eficaz, para que esta mujer se sometiera al toque diestro de la mano del Hijo de Dios y así él extirpara este cáncer pecaminoso.

La mujer en verdad tenía sed de amor en la vida. De otra manera, ¿por qué correr de hombre a hombre? Sin embargo, nunca encontró satisfacción, y tuvo que haber estado muy sedienta para pensar que un hombre podría satisfacer su alma. Ese nunca fue el plan divino para el ser humano. Dios dijo que su intención era y es que hombre y mujer sean mutua ayuda idónea, pero nunca la satisfacción de la vida.

Notemos cómo Jesús toca la llaga en el corazón de esta mujer, y cómo a pesar de ser directo, su método es suave y compasivo. Le mostró amor y paciencia. No le recriminó su proceder sino que sencillamente reveló conocerlo: “Cinco maridos has tenido, y el que ahora tienes no es tu marido.” El conocía su pasado, tal como conoce el nuestro. Imaginemos la sorpresa de esta mujer cuando un desconocido le revela su pasado en forma clara y específica. No es extraño, entonces, que la samaritana creyera estar en presencia de un profeta. Comienza a vislumbrar que su interlocutor era más que un hombre,1 y este hombre no la señalaba a ella sino que señalaba el camino.

Sin embargo, no es fácil reconocer el pecado; no nos gusta admitir el fracaso o la vergüenza. Tal vez en su intento por desviar el tema de su situación personal, ella recurre a un tema religioso que deslindaba la responsabilidad de lo que acaba de oír acerca de ella misma: “Nuestros padres adoraron en este monte, y vosotros decís que en Jerusalén es el lugar donde se debe adorar” (20).1

Como sucedió en el caso de Nicodemo, Jesús retoma el control de la conversación y maneja las cosas de manera de volver a enfocar la atención en las cuestiones importantes: “Mujer créeme …”

La salvación prometida vendría de los judíos (22c) y se cristalizaría en el Mesías. El concepto estaba claramente expresado en Sal. 147:19–20; Is. 2:3; Am. 3:2; Mi. 4:1–2.2 La salvación procedía de los descendientes de Judá (Gn. 49:10) y estaba dirigida a Israel y a todo el mundo.

Seguidamente Jesús pasa al tema de la adoración, al que ella había hecho alusión en el versículo 20. Con sus palabras (v. 23) Jesús indica que cuando uno recibe a Cristo, la salvación provoca adoración, alabanza y oración a Dios. El corazón de Dios se deleita cuando recibe adoración sincera, no cuando la persona sólo cumple formalidades. La adoración en espíritu es el Espíritu Santo. La adoración en verdad es de acuerdo a y con la Palabra de Dios, no como un concepto lejano y abstracto. La adoración debe ser en espíritu, ya que en el plan de Dios hay mucho más de lo que vemos en el mundo material (ver v. 24).

La mujer samaritana comienza a descubrir que el hombre con el que está hablando es el Cristo, el Hijo de Dios. En ese “YO SOY” (26), Jesús le revela que allí está la solución para los problemas de su vida, el remedio para la depresión, el vacío, el aburrimiento, la sed espiritual.
4. Impactando con el testimonio (27–30).
27En esto vinieron sus discípulos, y se maravillaron de que hablaba con una mujer; sin embargo, ninguno dijo: ¿Qué preguntas? o, ¿Qué hablas con ella? 
28Entonces la mujer dejó su cántaro, y fue a la ciudad, y dijo a los hombres: 
29Venid, ved a un hombre que me ha dicho todo cuanto he hecho. ¿No será éste el Cristo? 
30Entonces salieron de la ciudad, y vinieron a él.
Es interesante observar la reacción de la mujer samaritana al descubrir que Jesús era el agua de vida que podía apagar la sed espiritual: ella inmediatamente regresa a la ciudad a fin de compartir con otros el hallazgo (ver Hch. 4:19–20). Una vez que comprendió lo que Jesús decía, recibió el perdón y se transformó en una nueva mujer. Había sido muy pecadora, pero todos sus pecados fueron perdonados al instante—como siempre sucede con el pecador arrepentido (Ro. 5:8).

Su alma se había conmovido de tal manera que casi sin darse cuenta deja su cántaro, sale corriendo hacia la ciudad y empieza a hacer correr la noticia por todo el pueblo: “Vengan, oigan. He conocido a un hombre que sin conocerme me ha dicho quién y cómo soy. ¿No será éste el Cristo?” En realidad el Señor no le había declarado “todo” lo que ella había hecho en su vida, pero la mujer se dio cuenta de que él lo sabía. Y la Escritura relata que, cuando oyó lo que esta mujer había dicho, todo el pueblo acudió a ver a este “profeta”.

1 Vemos aquí el método de enseñanza que va de lo conocido a lo desconocido. “La verdad que ha de enseñarse ha de ser aprendida por medio de la verdad conocida”, (ver LAS SIETE LEYES DE LA ENSEÑANZA, Juan M. Gregory, Casa Bautista de Publicaciones).

1 Aparte de Moisés, los samaritanos no reconocían a otro profeta que no fuera el de Dt. 18:18, a quien consideraban el Mesías. Tal vez para ella el hecho de reconocer a Jesús como profeta era entrar en la esfera de especulación mesiánica.

1 El pozo de Jacob estaba ubicado al pie del Monte Gerizim, donde los samaritanos habían construido su templo. (Ver recuadro JUDIOS Y SAMARITANOS.)
2 No obstante, como los samaritanos sólo aceptaban el Pentateuco, se perdían todas las profecías mesiánicas.


    La nueva adoración (JUAN 4:1–30)

Los versículos que introducen esta sección describen cuidadosamente una transición en la que se nos explica la obra y vida de Jesús. La sucesión es sencilla. Los fariseos oyeron que Jesús hacía y bautizaba más discípulos que Juan. Cuando el Señor se enteró de esto, abandonó Judea y se fue a Galilea (1, 3; vea el mapa 1). Aquí hay tres cosas interesantes. La primera, que los fariseos representan a los judíos hostiles; el Evangelio de Juan no menciona a los saduceos o herodianos por su nombre. 

La segunda, que no hay indicación de que el autor procurara representar el conocimiento de Jesús como sobrenatural. El Señor entendió (1). Indica solamente que los informes sobre su obra eran ampliamente reconocidos. Tercero, el paréntesis, aunque Jesús no bautizaba sino sus discípulos (2), tenía por objeto corregir el rumor que se había extendido (3:26; 4:1).

Y le era necesario pasar por Samaria (4). Era necesario implica obligación que puede ser de doble naturaleza. El paso por Samaria era la ruta más corta de Judea a Galilea. Sin embargo, por causa de la animosidad entre judíos y samaritanos, muchos de los primeros que iban de Judea a Galilea, pasaban al oriente del Jordán, al norte a través de Perea y volvían a cruzar el Jordán hacia Galilea. Es posible que por causa del tiempo, Jesús haya pasado por Samaria. Sin embargo, parece que la necesidad expresada aquí estaba más en relación con su propósito y misión. Samaria, y particularmente una mujer samaritana, lo necesitaban.

Vino, pues, a una ciudad de Samaria llamada Sicar, junto a la heredad que Jacob dio a su hijo José. Y estaba allí el pozo de Jacob (5–6). Dentro de este marco el escritor introduce siglos de historia (cf. Gn. 33:19, 48:22; Jos. 24:32). El propósito evidente es demostrar que el camino antiguo, identificado con Jacob y José, y aun con el pozo de Jacob, llegaba a tener significado y cumplimiento solamente en Cristo Jesús. La mayor parte de las autoridades concuerdan en que Sicar es la actual villa de Askar al pie del monte Ebal. Está como a tres cuartos de kilómetro al norte del pozo de Jacob.

Entonces Jesús, cansado del camino, se sentó así junto al pozo. Era como la hora sexta (6). De la misma manera que Juan tiene cuidado de mostrar la deidad de Jesús, se preocupa por hacer hincapié sobre su perfecta humanidad. Jesús estaba cansado del viaje y se sentó (cf. 1:14; 19:28; He. 4:15). La expresión se sentó así, tiene un adverbio que significa “de esta manera”. Ha provocado diversas interpretaciones. Una es que la historia de Jesús y la mujer samaritana había sido dicha y redicha muchas veces. El narrador la ilustraría mientras hablaba, y cuando llegara a ese punto, él mismo se sentaba mostrando la postura de Jesús. Jesús… se sentó así—es decir, de esta manera—junto al pozo. Era como la hora de sexta—es decir, era como al medio día, la hora más cálida y tiempo para almorzar (cf. 4:8).

a. El agua antigua y la nueva (4:7–15). Es evidente el establecimiento de la hora y del lugar. Como si se tratara de un escenario, la Figura central es el mismo Dios y hombre, Aquel que conoce a todos los hombres (2:25). Al pozo vino una mujer de Samaria a sacar agua (7). Poco sospechaba ella que ese día, mientras estaba ocupada en la agotadora rutina de sacar agua, llegaría a su vida el mayor don (cf. Mt. 13:44). Mucho menos se le hubiera ocurrido que ella sería “el ejemplo B” en el Evangelio de San Juan para ilustrar que Jesús en realidad sabía “lo que había en el hombre” (2:25).

La palabra agua introduce el tema del diálogo que sigue, y al final es elevada “a significar el agua de vida eterna” (cf. 1:33; 2:6–7; 3:5). Jesús le dijo: Dame de beber (7). En este espléndido ejemplo de testimonio personal, Jesús comienza la conversación en un punto donde la mujer pudiera entender en términos de algo en lo cual ya estaba pensando.

Como si aclarara por qué Jesús pidió sólo para él, Juan inserta una nota de explicación acerca de los discípulos, diciendo que habían ido a la ciudad a comprar de comer (8).

La mujer samaritana le dijo: ¿Cómo tú, siendo judío, me pides a mí de beber, que soy mujer samaritana? Porque judíos y samaritanos no se tratan entre sí (9). La respuesta de la mujer a Jesús era natural por causa de la disensión entre judíos y samaritanos, y también porque chocaba con la costumbre moral, que El, un hombre, se dirigiera a una mujer extraña para pedirle un acto de bondad. Las palabras originales no se tratan “sugieren tratos familiares y no de negocios”.

La respuesta de Jesús a la mujer pone en evidencia de inmediato que ella ignoraba la naturaleza de su interlocutor y al mismo tiempo despertó profundamente su curiosidad. Si conocieras el don de Dios, y quién es el que te dice: Dame de beber; tú le pedirías, y él te daría agua viva (10). La palabra don, dorea, implica la idea de “regalo libre”, es decir, un don sin ataduras (cf. 3:16). “Aquí, don es un término real, usado para los beneficios de un rey o de un hombre rico. En el Libro de los Hechos siempre se refiere al don del Espíritu.” ¡El es esa clase de Don! Pero esta mujer lo ignoraba. Si ella lo hubiera sabido habría hecho el pedido, y El habría hecho la dádiva. 

Ella y todos los que piden con fe, recibirán agua viva. ¡Con cuánto cuidado Jesús la condujo desde el lugar donde se encontraba—pensando en el agua del pozo de Jacob—a un concepto más elevado y satisfactorio! Agua viva es la que brota “perennemente fluyendo siempre fresca de un manantial inagotable”. Esta es la que se le daría a aquella mujer. Entonces su atención saltó del agua a Aquel—lo cual lo colocó a El en inmediato contraste con Jacob y todo lo relacionado con él. Esta es la razón de la pregunta de ella: Señor, no tienes con qué sacarla, y el pozo es hondo. ¿De dónde, pues, tienes el agua viva? ¿Acaso eres tú mayor que nuestro padre Jacob? (11–12).

En las palabras de Jesús a la mujer samaritana se presenta vívida y claramente el contraste entre el antiguo camino, representado por el pozo de Jacob, y el nuevo, el agua que yo le daré (14). El antiguo orden de la ley, los profetas y especialmente el énfasis samaritano sobre el Pentateuco no era bastante bueno para satisfacer y hacer frente a las necesidades más profundas del hombre. Cualquiera que bebiere de esta agua, volverá a tener sed (13). 

La mujer samaritana sabía que Jesús decía la verdad en lo tocante a ella. No era sólo que había acudido diariamente a sacar agua del pozo de Jacob; el verdadero problema era que en toda su vida religiosa no había logrado satisfacer la sed de su alma sedienta. Mucha gente pone en práctica todo lo que le exige su religión, pero como no ha bebido profundamente de Aquel que es el Agua Viva, sus vidas continúan invariables, secas, sin fruto. La promesa de Jesús a la mujer es universal: el que bebiere del agua que yo le daré, no tendrá sed jamás; sino que el agua que yo le daré será en él una fuente que salte para vida eterna (14). ¡Aquí está! Lo superlativo de la vida ofrecido a una criatura pecadora, necesitada, errante. El formalismo exterior reemplazado por una nueva fuente interior. Charcos estancados en el alma son transformados en un pozo del que el agua brota a raudales. 

El alma del hombre marchita y muerta llega a participar de “la vida eterna”. La mujer comprendía poco la plena importancia de una promesa semejante. Como todavía pensaba en la forma torpe del mundo muerto del materialismo, replicó: Señor, dame esa agua, para que no tenga yo sed, ni venga aquí a sacarla (15). Ella tuvo una vislumbre de luz. La expresión para que no tenga yo sed, bien podría expresar más que una ansiedad de deseo físico de agua.

b. La vida antigua y la nueva (4:16–30). Jesús cambió la plática en forma precipitada y repentina. De la apelación y promesa pasó a indagar y ordenar. Uno no puede pretender los beneficios del evangelio—un pozo de agua y vida eterna—sin hacer frente a las demandas del evangelio, confesión y arrepentimiento. Vé, llama a tu marido, y ven acá (16). La prueba era penetrante, llegaba a lo más hondo de su ser, examinando la historia de su triste vida pasada. Su confesión fue simple y sin embargo evasiva. No tengo marido (17). El escudriñamiento se hizo más profundo, reflejando perfectamente el conocimiento que Jesús tenía de los hombres (2:25). 

Bien has dicho: No tengo marido; porque cinco maridos has tenido, y el que ahora tienes no es tu marido; esto has dicho con verdad (17–18). Parece que la mujer estaba haciendo vida conyugal sin el beneficio del matrimonio y es posible que aun sin el divorcio del último de sus cinco maridos. La evidencia la señala como a una mujer de moral relajada cuya forma de religión jamás había podido librarla de la cadena de su mala índole. Jesús reconoció su admisión, no como una escapatoria sino como una confesión. Literalmente dijo: “La palabra que has dicho es verdad.” Un antiguo refrán dice que la verdad hiere. Sería mejor que se dijera: “¡La verdad ayuda!” Ningún hombre jamás ha perdido por hacer frente a las plenas demandas de la verdad (cf. 1:14, 19; 3:21; 4:24; 14:6).

Aquel a quien la mujer reconoció primeramente como a un judío (4:9), ahora es aclamado por ella misma como algo más. Señor, me parece que tú eres profeta (19). “Tal discernimiento y no solamente presciencia, es la principal característica de los profetas.” En este diálogo hay un ejemplo excelente de progresión en la enseñanza paso a paso—agua (4:7), agua viva (4:10), una fuente (4:14). Está en armonía con una progresión en la comprensión de la naturaleza de Jesús—un judío (4:9), un profeta (4:19), el Cristo (4:29; cf. 9:11, 17, 38).

Después de darse cuenta del conocimiento que Jesús tenía de ella, la mujer con toda rapidez cambió el tema de la conversación a otro con el que ella se sintiera más segura, y que al mismo tiempo quedara dentro de la incumbencia de un profeta. Nuestros padres adoraron en este monte, y vosotros decís que en Jerusalén es el lugar donde se debe adorar (20). Su declaración refleja una apelación a su propia religión. Nuestros padres adoraron en este monte, también refleja un esfuerzo en emplear las diferencias y divisiones en la religión; y vosotros decís, lo usa como una excusa para su propio y triste fracaso de la vida. Este es un antiguo ejemplo que todavía resulta muy moderno.

Este monte, Gerizim y no Ebal, tenía un papel significativo en la tradición de los samaritanos. En ese lugar, “Abraham preparó el sacrificio de isaac y aquí también… encontró a Melquisedec… Y en el Pentateuco samaritano, es Gerizim y no Ebal el monte sobre el que se erigió el altar, Deuteronomio 28:4”.

El interrogante sobre el lugar de adoración quedó resuelto por la clásica declaración de Jesús acerca de la naturaleza del verdadero culto en relación con su misión. La hora viene (21, 23) debe comprenderse en conexión con su sacrificio completo que haría posible la verdadera adoración (cf. 2:4; 7:30; 8:20; 12:23; 13:1; 17:1). La hora viene, cuando ni en este monte ni en Jerusalén adoraréis al Padre (21). Esta declaración estaba también vinculada con la destrucción física de los templos: el de Jerusalén fue destruido en el 70 D.C., y el de los samaritanos en Gerizim, destruido por Hircanus en el año 129 A.C.

Vosotros adoráis lo que no sabéis (22). Los samaritanos rechazaban todo el Antiguo Testamento exceptuando el Pentateuco. La evaluación que Jesús hizo de sus ritos y cultos está reflejada en el neutro lo que. El objeto de su adoración era impersonal, poco comprendido y vago, no sólo para la mujer sino también para toda su nación. No existe tal cosa como una adoración verdadera que se base en la ignorancia, o en lo que uno desconoce. Tales prácticas conducen al fanatismo o al legalismo humanístico. Por otra parte, los judíos, con quienes Jesús se autoidentifica, son reconocidos como instrumentos de la revelación de Dios: Nosotros adoramos lo que sabemos, porque la salvación viene de los judíos (22).

Mas la hora viene, y ahora es, cuando los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad; porque también el Padre tales adoradores busca que le adoren (23). Ahora es el tiempo para que las antiguas formas limitadas a lugar y nación, sean transformadas en una adoración que sea a la vez personal, en espíritu, inteligente, y en verdad. “Adorar en espíritu implica que rindamos nuestra voluntad a Dios, nuestros pensamientos y planes a los que 

El tiene para nosotros y para el mundo… En verdad quiere decir que no estamos adorando una ‘imagen’ de Dios, fabricada según nuestras ideas… Sólo Cristo nos presentó al real o ‘verdadero’ Dios.” La palabra clave en esta idea completa es Padre. El es el objeto de adoración y quien busca esos adoradores. “Una vez que Dios se revela como el Padre universal… quedan abolidas las limitaciones de lugar y tanto el conocimiento como la adoración de Dios son mediados sólo espiritualmente.” La naturaleza del objeto de adoración, Dios es Espíritu (24; cf. 1 Jn. 1:5; 4:8), determina la condición necesaria para la adoración. Y los que le adoran, en espíritu y en verdad es necesario que adoren (24).

Le dijo la mujer: Sé que ha de venir el Mesías, llamado el Cristo; cuando él venga nos declarará todas las cosas (25). La expectativa mesiánica samaritana no estaba basada sobre la gran cantidad de predicciones de los profetas, porque ellos sólo aceptaban el Pentateuco. Es probable que esas esperanzas estuvieran fundadas sobre pasajes tales como Génesis 3:15 y Deuteronomio 18:15. La mención del Mesías, el “Ungido”, que hizo la samaritana abrió la puerta a la manifestación que Cristo hizo de Sí mismo. Yo soy, el que habla contigo (26) o literalmente: “¡Yo soy, el que está hablando contigo!” Esta es la primera aparición de la expresión, “Yo soy”, que Jesús usa muchas veces en el Evangelio de Juan para revelar su verdadera naturaleza. Algunas son declaraciones directas, como a la que nos acabamos de referir (p. ej., 6:20; 8:24; 58), otras aparecen en expresiones metafóricas (p. ej. 6:35; 8:12; 14:6). 

En el Evangelio de Juan, en una u otra forma la expresión ocurre 27 veces. Las palabras griegas son ego eimi, primera persona del singular del presente del indicativo del verbo eimi, que expresa existencia, esencia o ser. La existencia personal está intensificada por el empleo de la primera persona del singular del pronombre personal ego. Esto toma un tremendo significado cuando se compara con la revelación que Dios hizo a Moisés como “Yo soy” (Ex. 3:14). Jesús le estaba diciendo a la mujer samaritana: “¡El que está hablando contigo es el Yo soy, el mismo Dios!” Así terminó la conversación y muy debidamente, porque no había más que decir. Dios mismo había hablado.

En esto vinieron sus discípulos, y se maravillaron de que hablaba con una mujer; sin embargo, ninguno dijo: ¿Qué preguntas? o, ¿Qué hablas con ella? (27). La sorpresa de los discípulos no era por el carácter de la mujer, porque ellos desconocían su pasado y su nacionalidad. Su sorpresa era porque Jesús hablaba con una mujer. “Un hombre no debía hablar con una mujer en la calle, ni aun con su propia esposa y menos con cualquiera otra, para que los hombres no murmuraran.” Los discípulos no hicieron preguntas. Cuando se tiene confianza, no se hacen preguntas.

La conversación había concluido, pero para esa mujer había comenzado una vida nueva. En ella se advierten tres cosas. La primera, el abandono de su antigua vida, una religión sin sentido, una sed jamás satisfecha—dejó su cántaro (28). Ya no lo necesitaba más, porque ella tenía dentro de sí una fuente inagotable de agua (4:14). La segunda, su testimonio fue personal y fructífero. La mujer les dijo a los hombres de la ciudad: Venid, ved a un hombre que me ha dicho todo cuanto he hecho… Entonces salieron de la ciudad, y vinieron a él (29–30; cf. 39, 42). Finalmente, la pregunta que ella propuso a sus oyentes era la manifestación de su completa confusión, sorpresa y duda prolongada—“¿No será este el Cristo?” (4:29, NASB). Esta sirvió también para suscitar una importante pregunta en las mentes de los hombres de la villa.

El hecho de que la mujer abandonara el cántaro de agua al lado del pozo sugiere que ella abandonó su antigua manera de vivir. Basándolo en tres ideas podría prepararse un mensaje titulado: 

“Dejando la Vida Vieja”
(1) Una nueva fuente de gozo y vida, 14; 
(2) Un nuevo testimonio, 29–31; 
(3) De la desgracia moral a la vida fructífera, 18, 39, 42.

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