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sábado, 23 de enero de 2016

Toda la Escritura es un mensaje enviado por Dios, y es útil para enseñar, reprender, corregir y mostrar a la gente cómo vivir de la manera que Dios manda

RECUERDA Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6




Verdadero sentido de las Escrituras
Descubriendo el verdadero sentido de las Escrituras
Las lenguas, su origen y su incidencia en el sentido
La evolución de las lenguas. Las lenguas son como los seres vivos: nacen, crecen (cambian), se multiplican y mueren. Mientras existen, están en continua evolución; se transforman con los tiempos y las culturas que las utilizan para transmitir sus ideas, valores y realidades. 
Se modifican, pues, continuamente, y en algunos casos sus cambios son tan radicales que dan origen a nuevas lenguas o dialectos, y desaparecen convirtiéndose en lenguas muertas. Tal es el caso del griego y hebreo bíblicos, que hoy ya no se hablan, y del latín, que dio origen a las que llamamos lenguas romances (de Roma, a saber: francés, español, portugués, italiano, rumano), antes de desaparecer como lengua viva. 
El latín hoy se utiliza solo en los documentos y ritos de la iglesia católica romana. Estos hechos nos hacen pensar que las lenguas son, en efecto, acumulaciones de palabras y frases que un conglomerado humano o comunidad de personas utiliza para comunicar sus pensamientos y sentimientos. Las lenguas nacen del medio ambiente social y cultural, y se concretizan a través de las palabras como expresión de los pensamientos y vivencias de la gente que constituye esos grupos y culturas.
W.D. Whitney afirma que:
Las lenguas no tienen existencia fuera de las mentes y las bocas de quienes las usan. Están formadas de signos separados y articulados, cada uno de los cuales representa, por asociación mental, una idea. Estos signos se han elegido en forma espontánea y arbitraria, y su contenido o valor representativo depende de la aceptación y acuerdo entre los hablantes y oyentes de la lengua que forman.
Entonces, para entender la lengua de un hablante cualquiera, debemos primero conocer el significado que él mismo le da a las palabras que usa. Como hemos dicho, este sentido o significado puede cambiar; por eso es importante que el intérprete de una lengua conozca el significado inicial o primitivo de las palabras, y el significado que han adquirido con el tiempo y el uso.
Las palabras y su significado primario
Significado primario o etimológico
El sentido o significado primitivo de las palabras es el que llamamos «etimológico», y lo hallamos regresando a la lengua materna u originaria. Por ejemplo, en español debemos ir al latín, al griego o al árabe, que son las lenguas que dieron origen al español. 
La palabra «teléfono» sabemos que viene de dos palabras en griego: telle (distancia) y fonos (sonido), «comunicación a la distancia»; «fumigar» (del latín fumus: humo y gare: esparcir, regar), «desinfectar algo a través de humo o gases esparcidos». El nombre de mi esposa, Atha-la, me dicen que proviene de dos términos árabes: At (regalo) y Alá (Dios), «regalo de Dios». 
El sentido primitivo o primario de las palabras es, pues, el que llamamos «sentido etimológico», es decir, sentido de origen. El sentido primario nos remonta a los orígenes del idioma y es muy útil para conocer la historia de las palabras y sus significados. Nos dice además el porqué de ese significado; es importante para estudiar la filosofía y la historia de la lengua. 
Muchos de los conceptos que manejamos en nuestras doctrinas y enseñanzas se comprenden mejor cuando desmenuzamos los términos y palabras que utilizamos para representarlos. Tomemos, por ejemplo, la palabra griega ekklesía, muy frecuente en el Nuevo Testamento, que ordinariamente traducimos como «iglesia», compuesta de dos palabras: ék (fuera de) y kalein (llamar o convocar). 
Inicialmente se usó para indicar la asamblea de ciudadanos convocados para tratar negocios de interés público. La preposición ék indicaba que era un grupo selecto de ciudadanos conocedores de sus derechos e interesados en el bienestar de sus conciudadanos; no de masas de gente sin ninguna conexión o propósito o multitudes anónimas incapaces de deliberar con libertad y juicio. 
El término kaleín indica que la asamblea fue convocada legalmente para deliberar con plenos poderes legales, tal como se expresará después en relación con la iglesia cristiana en Hechos 19:39: «Si tienen alguna otra demanda, que se resuelva en legítima asamblea». Esta palabra se hizo común para designar la comunidad de creyentes venidos del judaísmo y del mundo gentil. Todo el poder significativo de ék y kaleín se conservó. 
El viejo concepto de la asamblea griega ekklesía vino a significar ahora la iglesia de Dios o del Señor, «comprada con su sangre» (Hechos 20:28); la congregación de los que han sido «llamados a ser santos» (Romanos 1:7) y «como linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo que pertenece a Dios» llamados «de las tinieblas a la luz » (1 Pedro 2:9).
Cambios de significado en el uso de términos o palabras
La filología y sus ciencias auxiliares nos ayudan a descubrir interesantes desarrollos de una palabra en varias lenguas, que toman diferentes formas y usos.

Por ejemplo, a las palabras hebreas ab (padre) y ben (hijo) se les puede seguir el rastro en todas las lenguas semitas y mantienen el mismo significado en todas ellas.

 La palabra griega para «corazón», kardía, aprece también en sánscrito, hrid; en latín, cor; en italiano, cuore; en español, corazón; en portugués, coraçao; en francés, coeur; y en inglés core

Sin embargo, algunas palabras cambian de significado cuando pasan de una lengua a otra. De modo que el significado de la misma palabra, por ejemplo, en siríaco o árabe, no es el mismo que tiene en hebreo aunque las tres lenguas son semitas. 

Es el caso del verbo hebreo Yatsab, «estar firme, permanecer de pie», que conserva el mismo significado en árabe y etiope de «erigir una columna o establecer algo»; en caldeo, «levantarse»; pero en siríaco esta palabra se usa para significar la acción del bautismo. 

Algunos dicen que es porque el candidato debe permanecer en pie mientras le echan el agua; otros interpretan que la razón es porque el bautismo confirma y establece a la persona en la fe. Otros verbos hebreos para expresar esta misma idea son amad (Salmo 1:1) y qum (Salmo 1:5). El hecho concreto es que una misma palabra puede tener varios significados en diversas lenguas y se debe tener mucho cuidado en el uso de las etimologías.
Los apaxlegómena
Estas son palabras que aparecen solo una vez en la Biblia y cuyo origen prácticamente se ha perdido. Para el Nuevo Testamento no es difícil trazar el rastro de estas palabras debido a la abundante literatura griega que poseemos. 
En hebreo es más difícil porque la lengua hebrea estuvo limitada a un país muy pequeño e insignificante en la geografía del Oriente, y no son muchos los documentos en hebreo que poseemos fuera de las Sagradas Escrituras. Un ejemplo de apaxlegomenon lo tenemos en el término sulam (Génesis 28:12), que no aparece en ninguna otra parte en hebreo. 
Hay que buscarle sinónimos o términos parecidos en otras lenguas, como por ejemplo, la palabra árabe sullum, que significa escalas o escalera. En efecto, se trata de la escalera que Jacob vio en su sueño, que se extendía de la tierra al cielo.

En el Nuevo Testamento podemos dar muchos ejemplos como epioúsion, que se usa en el Padre Nuestro (Mateo 6:11; Lucas 11:3). Esta palabra no se usa en ningún escrito de la literatura griega excepto solamente aquí en la Biblia. Podría venir de épi y lévai; o ser un participio del verbo epeimi: ir hacia o acercarse, lo que nos daría el significado de «danos nuestro pan venidero», el pan de mañana. 

Etimológicamente parece correcto, pero no se compadece con la expresión sémeron: «este día», que tenemos en el mismo versículo, y hasta cierto punto contradice las enseñanzas de Jesús en el versículo 34 del mismo capítulo 6 de Mateo. Por eso otros proponen un origen diferente para esta palabra: épi y oúsia, que tiene que ver con la existencia diaria o subsistencia, y significa «aquello que es necesario»: «nuestro pan esencial».

Demos un último ejemplo de palabras muy difíciles (apaxlegomena): pistikós, que se usa solo en Marcos 14:3 y Juan 12:3. Describe el perfume de nardós (nardo) con que María ungió los pies del Señor. Encontramos esta palabra en manuscritos de Platón, Gorgias y Aristóteles, escritores griegos del siglo V a.C. 

Se han ensayado innumerables teorías para explicar la palabra pistikós aplicada a «nardo», que es un licor, que significa el lugar de origen del perfume, etc. La más aceptable parece traducir pistikós como fiel, genuino, puro. Es decir, se trataba de «nardo genuino», «nardo puro», como lo traduce la NVI.
Formas diversas del sentido literal
El sentido literal: es el que se expresa directamente por las letras, palabras o expresiones concretas del lenguaje, tal como lo entiende y usa el autor. Responde a la pregunta: ¿qué es lo que el autor o escritor nos quiere decir con estos términos o palabras?

Al sentido literal se le dan diferentes nombres según sus características:
Sentido literal histórico: es el que quiso darle el autor en el momento de escribir, de acuerdo con el uso y sentido que las palabras tenían en ese entonces. Como hemos visto, el lenguaje cambia y evoluciona, y es bien posible que el mismo sentido literal de una palabra o expresión cambie. 
Por eso, para entender el sentido que un autor quiso darle a sus escritos, debemos conocer el momento y medio históricos cuando escribió y el sentido o significado que las palabras tenían en ese entonces. 
El evangelista Lucas, al igual que otros autores del Antiguo y Nuevo Testamentos, usan, por ejemplo, la expresión ándra oú gnoskó (conocer varón) en uno de los sentidos que se le daba en su tiempo, siguiendo la tradición y uso semita, de «tener relaciones sexuales». Las versiones modernas deben ajustar este sentido literal histórico al sentido actual, cuando el verbo «conocer» ya no se usa para lo que María quiso decirle al ángel en Lucas 1:34. La NVI traduce: «¿Cómo podrá suceder esto, … puesto que soy virgen?»
Sentido literal obvio. Se le llama así porque es el sentido más inmediato y obvio que se desprende de las palabras usadas por el autor. Es lo que a primera vista y en primer lugar dice el texto. Algunos piensan que el sentido literal puede expresarse no solo de modo explícito, sino también implícito. Es decir, se puede deducir de las palabras del autor. Por ejemplo, la preexistencia de Dios y de Cristo están implícitamente incluidas en la expresión: «En el principio», que aparecen en Génesis 1:1 y Juan 1:1.
Sentido literal lógico y gramatical. Se le llama así al sentido literal porque es la forma regular que se utiliza para establecerlo. Son las leyes gramaticales y lógicas las que nos ayudan a señalar este sentido, ya que el sentido literal es el que natural y primariamente tienen las palabras, según las reglas de la lógica y la gramática. 
Por ejemplo: la palabra «perro» la encontramos muchas veces en las Escrituras; la mayoría de las veces con el sentido literal del animal de cuatro patas que todos conocemos: Éxodo 11:7; 22:31; Mateo 15:26; Lucas 16:21
Pero en otros casos «perro» se usa en sentido figurado: 2 Samuel 16:9; Filipenses 3:2; Apocalipsis 22:15. Abundaremos más en el estudio del sentido literal en el capítulo especial que le dedicaremos más adelante en este libro. 
Si hemos presentado estas primeras nociones y ejemplos de dos de los sentidos básicos bíblicos es para mostrar la importancia del estudio semántico y lingüístico de los términos, que nos ayudan a descubrir el sentido exacto de las palabras. Queda así mismo evidente la importancia de la ciencia de la hermenéutica, de la cual forma parte precisamente el estudio de los diversos sentidos. Por eso es pertinente estudiar un poco las tareas y fines de la hermenéutica bíblica.
Tareas y fines de la hermenéutica bíblica
La hermenéutica posee unos fines y desempeña una tarea muy específica en el estudio de las Escrituras. Vamos a señalar tres de las más importantes:
1. La interpretación histórica. Las raíces de la fe cristiana y bíblica radican en la Biblia. Si queremos conocer el origen del pueblo hebreo, debemos acudir al Antiguo Testamento; lo mismo debemos hacer si queremos llegar a los orígenes históricos del cristianismo: debemos estudiar el Nuevo Testamento. 
La hermenéutica tiene una función histórica que nos ayuda a descifrar el origen del judaísmo y del cristianismo, sus bases y su origen. Es como descubrir la partida de nacimiento de la religión judeo-cristiana. En buena parte estas dos confesiones son una «religión del libro». 
Esto es válido para todas las ramas de la confesión cristiana, pero de manera especial para la rama evangélica reformada y protestante. En la raíz misma de la religión cristiana están los escritos de sus fundadores, que fueron los que dieron origen al Nuevo Testamento. 
Estos, después de ser aceptados por la iglesia primitiva, adquirieron un carácter canónico, es decir, un valor normativo para todos los adeptos de la religión cristiana en todo el mundo y en todos los tiempos. El Nuevo Testamento se unió al Antiguo, que había sido previamente aceptado por los judíos, incluyendo a Jesucristo y sus apóstoles, como parte de la verdad revelada.

Ahora bien, se da en las Sagradas Escrituras una circunstancia especial que guarda relación con el tiempo de su origen. Tanto el Antiguo como el Nuevo Testamento proceden de un ambiente cultural y lingüístico que pertenece a tiempos lejanos que hoy ha llegado a ser extraño para nosotros. 

El Antiguo Testamento nació de la mentalidad y lenguaje semíticos del Antiguo Oriente; el Nuevo Testamento nació del ambiente helenístico que prevalecía en todo el Imperio Romano cuya lengua y cultura fueron en un principio y por muchos años, aún después de la conquista romana, la lengua y la cultura griegas. De hecho, el Nuevo Testamento fue escrito en griego. 

Pero las cosas se complican cuando sabemos que la mayoría de los autores del Nuevo Testamento pertenecieron, en su modo de pensar y vivir, al mundo semítico-judío. Surge aquí un problema hermenéutico que hoy en día es muy discutido: En qué medida influye la ascendencia semítica del autor en su obra escrita en griego? Piensa en una forma semítica o griega occidental?

Veámoslo en un ejemplo concreto: el Evangelio de Juan, que comienza con la frase: «En el principio ya existía el Verbo» (én arké én ó lógos). El buen exegeta se pregunta de inmediato: en qué sentido quiere el autor que se entienda la palabra logos? 

Para el pensamiento filosófico estoico griego, logos representa a la razón del universo, la que rige y domina el mundo y todos los seres. Es este el sentido que quiere darle el evangelista Juan cuando usa este término al principio de su Evangelio? 

O está identificando más bien «la Palabra» divina como fuerza creadora, tal como se define en el primer capítulo del Génesis cuando dice repetidamente: «Y dijo Dios» y apareció la luz, la vida, los animales y el hombre? 

Podría haber una tercera significación o sentido: el concepto de la antigua mitología según el cual el Logos era un ser parecido a Dios, un ser intermedio entre Dios y el mundo, una especie de «segundo dios». 

Por otra parte, si vamos a los diccionarios, encontraremos una rica variedad de acepciones de la palabra logos: palabra, revelación, sentencia, afirmación, debate, orden, noticia, narración, evaluación, motivo, movimiento, expresión oral, lenguaje, discurso, proposición, rumor, discurso, definición, máxima, proverbio y muchos sentidos más. 

Este solo ejemplo nos muestra cómo el exegeta debe hacer un esfuerzo amplio y profundo de investigación para desentrañar el auténtico significado de las palabras del texto. 

Para ello necesita del estudio de diferentes disciplinas bíblicas, desde la filología y la lingüística hasta la historia, la antropología y la filosofía de la religión. Todo esto está implicado en la clarificación del significado que Juan quiso darle a la palabra logos en su Evangelio. Gracias a Dios que los expertos en todas estas disciplinas vienen trabajando con el texto bíblico por muchos siglos desde el momento mismo en que se produjo, y nos han legado los resultados de sus estudios e investigaciones en manuales, textos y escritos que hoy podemos usar para desentrañar el verdadero sentido del texto. 

Por esa razón es indispensable valernos de estos instrumentos en nuestro estudio de investigación: utilizar sin prejuicios todos los medios que están a nuestra disposición, tales como: léxicos, concordancias, gramáticas, diccionarios y comentarios de buenos autores bíblicos.
2. La Interpretación existencial. Esta interpretación tiene que ver con la situación del lector o receptor del mensaje bíblico frente al texto o mensaje de las Escrituras, qué posición adopta frente al mismo y las verdades y misterios que transmite la Biblia. Un ejemplo nos ayudará a entender mejor el significado de esta segunda función hermenéutica: una persona va a entenderse a sí misma de manera muy diferente si acepta y cree en la «eternidad» o en «otro mundo» diferente al presente. 
La idea que un ateo materialista tiene de sí mismo es distinta de la que tiene el creyente que acepta como cierta la existencia de un Dios eterno y de otra vida y otro mundo después de la muerte. Y esta posición tiene consecuencias significativas sobre la manera de vivir el presente y sobre las decisiones más íntimas e individuales de cada persona.

Quienes aceptamos la Biblia sostenemos que esta nos ayuda a todos a comprendernos a nosotros mismos, a tener una idea más clara y segura de nuestra propia identidad y de las realidades temporales y eternas que rodean nuestra vida. Y esta es una de las tareas que debe cumplir la hermenéutica bíblica moderna. 

Es lo que podemos llamar «interpretación existencial de las Sagradas Escrituras». La frase del Evangelio de Juan: «el Verbo se hizo carne» debe llevarnos no solo a reflexionar ante la realidad de un Dios encarnado, sino a comprender mejor nuestra propia realidad humana en la que se encarna el mismo Hijo de Dios, y a pensar seriamente en las posibilidades que este hecho crea: las de mejorar la imagen y la realidad de nuestra propia humanidad. 

La encarnación de Cristo nos abre la posibilidad, como lo dice el mismo Juan, de llegar a ser nosotros mismos «hijos de Dios» (Juan 1:12). Esta segunda tarea de la hermenéutica de «interpretación existencial» de la Palabra puede definirse sencillamente como la de «hallar la relación que la Palabra de Dios tiene con la existencia concreta del hombre y la mujer». 

Es casi lo que los viejos manuales de exégesis llaman la «aplicación del texto» y su mensaje a la realidad cotidiana. ¿Qué luz arroja sobre mi existencia este pasaje o texto? El teólogo G. Ebeling afirma: «El principio hermenéutico es el hombre como conciencia». Mediante el encuentro con la Palabra de Dios, la comprensión de sí mismo que hasta ahora tenía el hombre es confusa y desorientada. 

Esta comprensión es sometida a una aclaración crítica, y el resultado puede y debe ser una verdadera comprensión de sí mismo delante de Dios. El objetivo de la interpretación existencial de las Sagradas Escrituras es que prosiga mejor este proceso para purificar la comprensión de sí mismo. 

Ahora podemos comprender que las dificultades que hoy tenemos para comprender el texto nacen no solo de sus orígenes históricos y lingüísticos, sino de la poca o nula relación que el hombre contemporáneo tiene con el mensaje bíblico. Lo cierto es que la interpretación de las Sagradas Escrituras es un proceso recíproco: yo interpreto el texto, pero el texto me interpreta a mí. 

Y este es precisamente el objeto de la interpretación existencial: el texto me deja ver que su mensaje me atañe a mí, me interroga, me hace reflexionar sobre mi ser y mi vida, mi proceder y pensar, y sobre mi propia realidad existencial. 

Es así como me coloco bajo la Palabra de Dios, y puedo experimentar cómo esta Palabra, de una manera misteriosa, puede iluminar mi vida, enderezar mi existencia, curar mis males íntimos, juzgar mi proceder y afectar lo más íntimo de mi ser: mi corazón y mis sentimientos, mi pensamiento y mis emociones. «Uno que no cree o no entiende se sentirá reprendido y juzgado por la voz profética de la Palabra, y los secretos de su corazón quedarán al descubierto. Así que se postrará ante Dios y lo adorará, exclamando: «¡Realmente Dios está entre ustedes!» (1 Corintios 14:24–25).
3. Interpretación histórico-kerigmática. La interpretación existencial de la Biblia es una necesidad de este tiempo, pero no es la única. Si la Palabra de Dios ha de poder cumplir su función curativa y restauradora, debemos pensar en lo que los expertos llaman la «interpretación histórico-kerigmática» de la Palabra, que es la que conduce al encuentro con el misterio divino de la salvación. 
Kerigma es el resumen del mensaje de salvación que encontramos en multitud de pasajes de la Biblia. Volvamos al texto de Juan 1:14: «Y el verbo se hizo hombre»; a continuación se añade: «y habitó entre nosotros». ¿Qué significa esta afirmación? Nos anuncia la presencia del Verbo divino encarnado entre los hombres en la persona de Jesucristo. 
Aquí el hermeneuta está ante una doble tarea: ha de mostrar que se trata del cumplimiento de una promesa del Antiguo Testamento (interpretación histórica: lo que nos dice el texto de la historia de la salvación); pero al mismo tiempo debe captar y trasmitir el mensaje kerigmático del texto: el misterio de la salvación que el texto quiere comunicar al lector. La razón de ser de la encarnación es procurar la salvación del hombre. 
Dios se ha puesto en Jesús al alcance del hombre. Jesús es ahora para el hombre muchas cosas que representan y realizan su misión salvadora: es pan de vida (Juan 6); es agua viva, que apaga la sed de salvación (4:14; 7:37–38); es el tronco vital que sostiene las ramas (15:1–6) etc., etc.
Conclusiones y observaciones generales
De todo lo estudiado hasta aquí podemos colegir varias cosas: una de ellas es que extraer todo el sentido del texto es una tarea difícil que exige estudio y perseverancia y no debe tomarse a la ligera. Otras razones se explican a continuación.
El sentido literal y los sentidos supraliterales
Determinar el sentido de un escrito es tanto como determinar lo que pensaba su autor cuando lo escribió. Sin embargo, la Palabra escrita asume a veces su vida propia adquiriendo una carga significativa que el autor no intentó darle. Al llegar al lector, después de muchos años, este descubre otros significados. 

De ahí que la moderna crítica literaria, sin abandonar la búsqueda de lo que el autor original quiso decir con su escrito, le dé importancia a lo que, de hecho, el escrito comunica al lector individual de hoy en día. Sin embargo, esto no elimina la posibilidad de que el principal cometido de la interpretación se centre en hallar el sentido que el autor original intentó transmitir.
¿Qué significa el sentido que el autor intentó transmitir?
En la Biblia, descubrir el sentido intentado originalmente por el autor resulta a veces muy complicado por varias razones. En primer lugar, como ocurre con muchos otros libros antiguos, la época del autor, sus modos de expresión y su mentalidad distan mucho de ser los nuestros. 
El mismo concepto de«autor» significa algo diferente ahora de lo que significó en la antigüedad. En lo que se refiere a los libros bíblicos, podemos contar por lo menos cinco relaciones diferentes con la persona a cuyo nombre va unido un libro o escrito. Por eso cuando hablamos del «sentido de lo que el autor intentó transmitir», debemos delimitar la extensión de este concepto. 
Esto tiene que ver con la llamada «pseudonimia», que consiste en atribuir a uno o varios autores el contenido de un escrito por diferentes razones, como vamos a explicar a continuación.
Diferentes niveles de autoría de libros de la Biblia
Podemos diferenciar por lo menos cinco niveles distintos en la atribución de un libro o escrito bíblico a un determinado autor o autores.
Primero: Se consideraba autor, como hoy también ocurre, a la persona que había escrito de su puño y letra la obra. Algunos autores bíblicos afirman esta clase de autoría cuando se identifican como los redactores inmediatos del libro. Es el caso de Lucas, quien se identifica como autor directo de su Evangelio (Lucas 1:3) y del libro de los Hechos (Hechos 1:1).
Segundo: Se consideraba autor a quien dictaba el contenido de un escrito o libro a un amanuense, quien copiaba al pie de la letra el dictado. Ciertamente no era la forma más adecuada y funcional por lo difícil y pesada que resultaba ser para quien dictaba y para quien copiaba. Sabemos, sin embargo, que algunos autores bíblicos la utilizaron. Podemos mencionar a Jeremías, quien usó a su secretario Baruc como amanuense a quien dictaba su profecía (Jeremías 36:1–6); Pablo también dictó parte de sus cartas. Estos dos niveles de autoría siguen siendo admisibles y legítimos hoy en día.
Tercero: Algunos libros revelan las ideas de una persona a quien se identifica como el autor, aunque estas ideas hubieran sido recogidas por alguien más, encargado de ponerlas por escrito. Muy posiblemente es el caso de la carta de Santiago, escrita en un perfecto griego literario difícil de entender si provenía directamente de un sencillo campesino galileo cuya lengua materna era el arameo. La moderna exégesis y hermenéutica resuelven el problema afirmando que muy probablemente un copista o amanuense, en este caso más bien redactor o editor cercano al apóstol Santiago, recogió las ideas y el mensaje de este y las presentó con su nombre.
Cuarto: Se consideraba autor de un libro a quien proporcionaba el cuerpo de enseñanza o doctrina y las ideas fundamentales del escrito, aunque fueran sus discípulos o seguidores los que compilaran esas ideas y le dieran redacción final. Era requisito indispensable que el contenido del escrito respondiera fielmente a las ideas, términos y espíritu del autor. 
Este era reconocido como tal inclusive en los casos en que su obra hubiera aparecido en público un tiempo después de su muerte. Algunas partes de Isaías y Jeremías, así como también partes del Evangelio y las cartas de Juan, podrían caer en esta categoría. Lo cierto es que alrededor de los profetas y de algunos apóstoles y maestros como Juan y Pablo, se creó una corona de seguidores y discípulos que atesoraron sus enseñanzas y cuidaron de que se transmitieran a la posteridad. 
Estas son las que llamamos «escuela paulina o juanina», grupos de seguidores y discípulos que bien pudieron ser los responsables de complementar al menos parte de las cartas de Pablo y de los escritos de Juan.
Quinto: De una manera muy amplia se consideraba autor a un personaje famoso a quien se le atribuía un cuerpo de doctrina o enseñanza, o un género específico de literatura, como es el caso de Moisés, a quien se atribuye la autoría del Pentateuco, aunque sabemos que era física y cronológicamente imposible que Moisés mismo hubiera redactado los cinco primeros libros de la Biblia, ya que estos tardaron varios siglos para componerse en su totalidad, y en ellos se habla inclusive de la muerte de Moisés. 
Pero Moisés fue el gran jefe, legislador y representante de la Ley (Toráh) y, como tal, se le atribuye esta, como si él fuera su autor. Es el mismo caso de David, reconocido como el gran cantor, poeta y salmista, autor del Salterio, aunque sabemos que muchos de los Salmos fueron escritos por varios autores. En el mismo sentido se le atribuye a Salomón toda la literatura sapiencial.
El sentido original y el largo período de redacción de los libros
Es un hecho que los diferentes libros de la Biblia se redactaron en un período largo de tiempo. Este hecho complica la tarea de determinar el sentido real que el autor intentó dar, especialmente si descubrimos que no una sino varias mentes humanas intervinieron en su composición. Las llamadas «variantes» deben también tenerse en cuenta: cambios introducidos por escribas y copistas al reproducirlos o al traducirlos. 
Es aquí donde funciona la crítica textual, como una disciplina y técnica que nos permite hoy acercarnos al texto original más depurado posible, comparando los miles de manuscritos que poseemos de las Escrituras. Un ejemplo interesante es el del libro de Isaías, cuya composición duró no menos de doscientos años, según los expertos.
 No solo se agregaron partes al Isaías original, sino que se introdujeron cambios al punto que muchos identifican no dos, sino tres Isaías. Los últimos capítulos de Amós son adiciones al Amós original. Este es un libro bastante pesimista en general, en contraste con su final, que introduce una tónica de optimismo. En estos casos se debe identificar no solo el sentido original, sino el que adquirió el escrito después de las modificaciones o cambios sufridos.
El Autor divino y el autor humano de la Biblia
Este es el factor más complicado en la interpretación de las Escrituras. Cada palabra y versículo de la Biblia es fruto de un autor humano, que presta su mente y su lenguaje para la transmisión del Autor final y definitivo del texto sagrado: Dios. 
Como afirma el Concilio Vaticano II en su declaración Providentissimus Deus, y que otros cristianos de varias denominaciones podemos suscribir: Dios movió de tal manera a los autores humanos a escribir, y los asistió mientras escribían, que expresaron fielmente las cosas que él dispuso
Nos hallamos, pues, ante un doble desafío: ¿qué intentó comunicarnos el autor divino y qué tan fiel a este pensamiento e intención divinos fue el autor humano? El estudio de los diversos sentidos de las Escrituras que vienen a continuación nos ayudará a dilucidar muchas de estas cuestiones y problemas.
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martes, 8 de septiembre de 2015

Genesis: Estudio exaustivo para predicadores y ministros Itinerantes

Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6


 
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Información
Judíos y cristianos por igual han considerado a Moisés, el gran legislador y dirigente de los hebreos en ocasión del éxodo, como el autor del libro de Génesis. Esta convicción fue disputada algunas veces por opositores paganos en el período inicial del cristianismo, pero nunca fue puesta en duda seriamente por ningún cristiano ni judío hasta mediados del siglo XVIII. Desde hace más de dos siglos, se han puesto en duda creencias y opiniones tradicionales en todo aspecto del pensamiento humano. El hombre fue llevado a realizar descubrimientos en esferas desconocidas y a inventar cosas que cambiaron mucho la vida de este mundo. Sin embargo, el mismo espíritu de investigación llevó a hombres de mentalidad crítica a poner en duda la autenticidad de las Escrituras como base de la creencia cristiana.

El libro del Génesis fue el primero que fuera sometido a un examen crítico en esta era moderna, y ese examen comenzó la etapa de la alta crítica de la Biblia. En 1753, un médico de la corte de Francia, Jean Astruc, publicó su libro Conjectures, en el cual pretendía que los diferentes nombres de la Deidad que aparecen en el Génesis muestran que el libro es una colección de materiales de diversas fuentes. Astruc siguió creyendo que Moisés fue el coleccionador de esas fuentes y recopilador del libro, pero sus seguidores pronto eliminaron a Moisés como el editor del Génesis.

Desde hace más de dos siglos, teólogos con mentalidad crítica han trabajado para separar las supuestas fuentes del Génesis y asignarlas a diferentes autores o, por lo menos, a períodos en los cuales se supone que fueron compuestas, reunidas, cambiadas, editadas y, finalmente, compiladas en un libro.

Aceptando esos puntos de vista críticos, algunos eruditos concordaron en un principio que consideraron importante, a saber que el libro consiste en muchos documentos de diferente valor, autor y tiempo de su origen. Sin embargo, difieren ampliamente en sus opiniones acerca de qué partes han de ser atribuidas a cierto período y cuáles a otro. La gran variedad de opiniones de las diferentes escuelas críticas muestra cuán defectuoso es el fundamento de sus hipótesis.

La falacia de muchos argumentos críticos ha quedado expuesta por los descubrimientos arqueológicos de los últimos siglos. Los críticos han tenido que cambiar continuamente sus teorías y declaraciones. Sin embargo, muchos de ellos mantienen su rechazo de que Moisés sea el autor del Génesis, por varias razones de las cuales enumeraremos unas pocas aquí:

a. El uso de tres diferentes nombres para Dios.
Con uno de ellos indudablemente preferido en una cierta sección y un nombre diferente en otra, se pretende que ello prueba que más de un autor es responsable por la composición del libro. De ahí que algunos eruditos críticos hayan sostenido que aquellas secciones donde Yahveh (Heb. YHWH o JHWH), "Jehová", se usa frecuentemente, fueron escritas por un autor que ellos llaman el Jehovista, abreviado J; las secciones donde se usa principalmente el nombre 'Elohim, "Dios", por un hombre que ellos denominan elohísta, abreviado E. Otros autores antiguos, que se supone que trabajaron con el Génesis, fueron un escritor sacerdotal (P, [de "priestly" en inglés]), un editor o redactor (R) y otros.

b. De acuerdo con las escuelas críticas, las muchas repeticiones de relatos contenidos en el libro muestran que se usaron fuentes paralelas y que fueron unidas sin mucho esmero por un editor posterior para que formaran una sola narración. Ese editor no pudo ocultar el hecho de que había usado materiales de diversos orígenes.

c. Se aduce que las condiciones reflejadas en el Génesis no concuerdan con los períodos descritos sino con tiempos muy posteriores.

d. Se dan nombres de lugares de un período muy posterior a localidades cuyos nombres anteriores habían sido diferentes.

e. Las tradiciones en cuanto a la creación, el diluvio y los patriarcas, tal como existen en la antigua Babilonia, son tan similares con el registro bíblico de ellas, que la mayoría de los teólogos modernos aseguran que los escritores hebreos tomaron esos relatos de los babilonios durante el exilio y los prepararon después con un estilo monoteísta para que no fueran chocantes para sus lectores hebreos.

a. Ve que los nombres sagrados de Dios, el Señor y Jehová, se usan más o menos indiscriminadamente a través de toda la Biblia hebrea y no indican diferentes autores como sostienen los críticos. La LXX y los más antiguos manuscritos de la Biblia hebrea, incluyendo los rollos de Isaías descubiertos cerca del mar Muerto, muestran que el nombre "Dios" encontrado en cierto pasaje en una copia es presentado en otro manuscrito como "Señor" o "Jehová" y viceversa.

b. Las repeticiones frecuentemente halladas en los relatos no son una indicación segura de que haya diferentes fuentes para una obra literaria. Los defensores de la unidad de los libros mosaicos han demostrado, mediante muchos ejemplos que no son bíblicos, que repeticiones similares se encuentran en varias obras antiguas de uno y el mismo autor, así como en obras modernas.

c. Un mayor conocimiento de la historia antigua y de las condiciones de vida en la antigüedad ha revelado que el autor del Génesis estuvo bien informado en cuanto a los tiempos que describe y que el relato de los patriarcas encuadra exactamente en el marco del tiempo de ellos.

d. Los nombres de los lugares han sido modernizados en ciertos casos por los copistas para que sus lectores pudieran seguir el relato.

e. El hecho de que los babilonios tuvieran tradiciones similares en cierta medida con los registros hebreos no es una prueba de que una nación tomó la narración de la otra, sino que encuentra su explicación en un origen común de ambos registros. El libro inspirado del Génesis transmite información divinamente impartida en una forma pura y elevada, al paso que los registros babilonios narran los mismos acontecimientos dentro de un marco pagano envilecido.

No es el propósito de nuestro estudio refutar las muchas pretensiones de la alta crítica formuladas para sostener sus teorías. Más importante es mostrar la evidencia de que Moisés es el autor.

El autor del Exodo debe haber sido el autor del Génesis, porque el segundo libro del Pentateuco es una continuación del primero y evidentemente manifiesta el mismo espíritu y la misma intención. Puesto que la paternidad literaria del libro del Exodo está claramente afirmada por Cristo mismo, quien lo llamó "el libro de Moisés" (Mar. 12: 26), el volumen precedente, el Génesis, también debe haber sido escrito por Moisés. El uso de expresiones y palabras egipcias, y el minucioso conocimiento de la vida egipcia y sus costumbres desplegados en la historia de José, armonizan con la educación y experiencia de Moisés. Aunque la evidencia a favor del origen mosaico del Génesis es menos explícita y directa que la de los siguientes libros del Pentateuco, las peculiaridades lingüísticas comunes a todos los cinco libros de Moisés son una prueba de que la obra es de un solo autor y el testimonio del Nuevo Testamento indica que escribió bajo la inspiración del Espíritu Santo.

El testimonio de Jesucristo, que citó varios textos del Génesis, indica claramente que consideró el libro como una parte de las Sagradas Escrituras. Al citar Gén. 1: 27 y 2: 24, Jesús usó la fórmula introductoria "¿No habéis leído?" (Mat. 19: 4, 5) para indicar que esas citas contenían una verdad que todavía estaba en vigencia y era válida. 

El contexto de la narración (Mar. 10:2-9), que relata la disputa de Jesús con los fariseos en cuanto a la sanción del divorcio, aclara que él atribuyó a Moisés las citas tomadas del Génesis. Cuando sus antagonistas le preguntaron si tenían derecho a divorciarse de sus esposas, Jesús los rechazó con la pregunta: "¿Qué os mandó Moisés?" En su réplica, los fariseos se refirieron a una medida ordenada por Moisés, que se encuentra en Deut. 24: 1-4, un pasaje del quinto libro del Pentateuco. A esto repuso Jesús que Moisés les había dado ese precepto debido a la dureza del corazón de ellos, pero que las disposiciones anteriores habían sido diferentes,y afirmó su declaración con otras dos citas de Moisés (Gén. 1: 27; 2: 24).

En varias otras ocasiones, Cristo aludió a sucesos descritos sólo en el libro del Génesis, revelando que lo consideraba como un registro histórico fidedigno (Luc. 17: 26-29; Juan 8: 37; etc.).

Las numerosas citas del Génesis que se encuentran en los escritos de los apóstoles muestran claramente que estaban convencidos de que Moisés había escrito el libro y que era inspirado (Rom. 4: 17; Gál. 3: 8; 4: 30; Heb. 4: 4; Sant. 2: 23).

En vista de esta evidencia, el cristiano puede creer confiadamente que Moisés fue el autor del libro del Génesis.

jueves, 6 de agosto de 2015

Cualquiera que bebiere de esta agua, volverá a tener sed; mas el que bebiere del agua que yo le daré, no tendrá sed jamás; sino que el agua que yo le daré será en él una fuente de agua que salte para vida eterna

Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6




 
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CONSTRUCCIÓN DE SERMONES EXPOSITIVOS
JUAN 4:1-30
Cinco maridos y un corazón sediento (1–30)
1. Buscando a la más pecadora (1–9).
1Cuando, pues, el Señor entendió que los fariseos habían oído decir: Jesús hace y bautiza más discípulos que Juan 
2(aunque Jesús no bautizaba, sino sus discípulos), 
3salió de Judea, y se fue otra vez a Galilea. 
4Y le era necesario pasar por Samaria. 
5Vino, pues, a una ciudad de Samaria llamada Sicar, junto a la heredad que Jacob dio a su hijo José. 
6Y estaba allí el pozo de Jacob. Entonces Jesús, cansado del camino, se sentó así junto al pozo. Era como la hora sexta. 
7Vino una mujer de Samaria a sacar agua; y Jesús le dijo: Dame de beber. 
8Pues sus discípulos habían ido a la ciudad a comprar de comer. 
9La mujer samaritana le dijo: ¿Cómo tú, siendo judío, me pides a mí de beber, que soy mujer samaritana? Porque judíos y samaritanos no se tratan entre sí.

Los versículos 1–3 no son parte de la narración principal sino una transición. De acuerdo al versículo 2, aunque el bautismo se practicaba entre los seguidores de Jesús y con su aprobación, Jesús mismo no era el que bautizaba. (Ver 3:22–24.)

Jesús fue a la ciudad de Sicar porque sabía que allí había una mujer muy pecadora, con un corazón desesperadamente sediento. Jesús también sabía que en este lugar había un gran número de personas que al oírlo experimentarían el renacimiento que el Hijo de Dios ofrece. Jesús siempre ha ido en busca de los pecadores. El mismo declaró: “Los que están sanos no tienen necesidad de médico, sino los enfermos. Yo no he venido a buscar justos sino a pecadores al arrepentimiento” (Lc. 5:31–32). Aún en pleno siglo XX, en un mundo con personas que tienen sed de vida eterna, esta declaración sigue vigente.

Pero además el Señor tenía que pasar por Samaria pues era la ruta más corta para ir desde Judea a Galilea (la más corta, pero no la más popular).

La hora sexta era el mediodía, cuando en la Tierra Santa hace un calor abrasador. Es el momento en que la gente se detiene a descansar. El relato señala que Jesús estaba cansado y sediento. A pesar de que el evangelista Juan desea enfatizar la divinidad de Jesús, también muestra que era humano.

Aparece en escena una mujer perdida, cuya vida moral era condenada aun en la sociedad de su tiempo. Esta mujer tuvo un encuentro que la transformó y la revolucionó moral, espiritual y socialmente.

De acuerdo al estricto código de los fariseos, hablar con una mujer samaritana era casi un crimen. Por un lado, evitaban relacionarse en público con las mujeres;1 y por otro lado, se agregaba el hecho del desprecio judío hacia los samaritanos. (Ver recuadro JUDIOS Y SAMARITANOS.) Ella, por su parte, no ocultó su resentimiento por encontrar a Jesús junto al pozo.2 Era una situación crítica. ¿Cómo dar el mensaje a quien era casi una alienada social? Jesús hallará un punto de contacto para llenar la necesidad espiritual de esta mujer.

1 Un precepto rabínico declaraba: “Que ningún hombre hable con una mujer en la calle. Ni siquiera con su esposa.”
2 En el Oriente muchos sucesos han tenido lugar junto a esta clase de pozos (Gen. 24:11 y sig.; 29:2 y sig.; Ex. 2:15 y sig.).

2. Despertando sed por agua de vida (10–15).
10Respondió Jesús y le dijo: Si conocieras el don de Dios, y quién es el que te dice: Dame de beber; tú le pedirías, y él te daría agua viva. 
11La mujer le dijo: Señor, no tienes con qué sacarla, y el pozo es hondo. ¿De dónde, pues, tienes el agua viva? 
12¿Acaso eres tú mayor que nuestro padre Jacob, que nos dio este pozo, del cual bebieron él, sus hijos y sus ganados? 
13Respondió Jesús y le dijo: Cualquiera que bebiere de esta agua, volverá a tener sed;
14mas el que bebiere del agua que yo le daré, no tendrá sed jamás; sino que el agua que yo le daré será en él una fuente de agua que salte para vida eterna. 
15La mujer le dijo: Señor, dame esa agua, para que no tenga yo sed, ni venga aquí a sacarla.
Jesús sabía que la mujer era sensible y sincera. Cuando ella confiesa su necesidad, en forma inmediata Jesús le ofrece el agua de vida. Sin embargo, su orgullo de samaritana se resiente con la idea de que un judío pudiera producir agua donde el mismo Jacob había tenido que cavar un pozo. ¿Acaso ese judío imaginaba ser más grande que el patriarca?

Paulatinamente Jesús comienza a despertar en el alma de esta mujer pecadora, una tremenda sed por el agua de vida, el agua que llena y refresca el corazón. En ella entonces comienza a crecer una ansiedad para ver si era cierto que este hombre que aún no conocía y que estaba sentado junto al pozo (que aparentemente hablaba de agua física pero en realidad se refería al agua del alma), era un simple hombre o algo más que eso.

El tema del agua de vida cautivó el interés de esta mujer necesitada. Además, Jesús le habló utilizando terminología comprensible y aludiendo a situaciones con las que ella se identificaba.

De hecho, Jesús le estaba diciendo: “Mira mujer, cualquiera que bebiere del agua de este pozo volverá a tener sed. Todos los días tienes que venir a sacar el agua para luego beberla, y debes regresar día tras día en busca de más agua que sólo satisface la sed física.” 
Seguidamente Jesús pasa al tema de un agua diferente, ya no material sino espiritual.1 “Pídeme y te daré el agua de vida que tanto buscas en lugares equivocados.” Estaba hablando de perdón, y esta mujer estaba llena de culpa. Jesús ofrece satisfacer la sed de su conciencia: “Satisfaré la sed de tu corazón y perdonaré tus pecados.”

Hay una fuente interna que satisface la sed del corazón (Jn. 7:38). Es un agua que sacia lo que ni el dinero ni los placeres ni las drogas pueden satisfacer.
3. Revelando pecado y remedio (16–26).
16Jesús le dijo: Vé, llama a tu marido, y ven acá. 
17Respondió la mujer y dijo: No tengo marido. Jesús le dijo: Bien has dicho: No tengo marido; 
18porque cinco maridos has tenido, y el que ahora tienes no es tu marido; esto has dicho con verdad. 
19Le dijo la mujer: Señor, me parece que tú eres profeta. 
20Nuestros padres adoraron en este monte, y vosotros decís que en Jerusalén es el lugar donde se debe adorar. 
21Jesús le dijo: Mujer, créeme, que la hora viene cuando ni en este monte ni en Jerusalén adoraréis al Padre. 
22Vosotros adoráis lo que no sabéis; nosotros adoramos lo que sabemos; porque la salvación viene de los judíos. 
23Mas la hora viene, y ahora es, cuando los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad; porque también el Padre tales adoradores busca que le adoren.
24Dios es Espíritu; y los que le adoran, en espíritu y en verdad es necesario que adoren.
25Le dijo la mujer: Sé que ha de venir el Mesías, llamado el Cristo; cuando él venga nos declarará todas las cosas. 
26Jesús le dijo: Yo soy, el que habla contigo.

El Señor Jesús además revela dos cosas a esta samaritana: 
1) su pecado y 
2) el remedio para su pecado.

Jesús no encubrió el pecado ni simuló desconocer el mal que ella había hecho. No consideró su pecado como algo superficial que pudiera pasarse por alto. Todo lo contrario. El mal debía salir a la luz para que la operación fuese eficaz, para que esta mujer se sometiera al toque diestro de la mano del Hijo de Dios y así él extirpara este cáncer pecaminoso.

La mujer en verdad tenía sed de amor en la vida. De otra manera, ¿por qué correr de hombre a hombre? Sin embargo, nunca encontró satisfacción, y tuvo que haber estado muy sedienta para pensar que un hombre podría satisfacer su alma. Ese nunca fue el plan divino para el ser humano. Dios dijo que su intención era y es que hombre y mujer sean mutua ayuda idónea, pero nunca la satisfacción de la vida.

Notemos cómo Jesús toca la llaga en el corazón de esta mujer, y cómo a pesar de ser directo, su método es suave y compasivo. Le mostró amor y paciencia. No le recriminó su proceder sino que sencillamente reveló conocerlo: “Cinco maridos has tenido, y el que ahora tienes no es tu marido.” El conocía su pasado, tal como conoce el nuestro. Imaginemos la sorpresa de esta mujer cuando un desconocido le revela su pasado en forma clara y específica. No es extraño, entonces, que la samaritana creyera estar en presencia de un profeta. Comienza a vislumbrar que su interlocutor era más que un hombre,1 y este hombre no la señalaba a ella sino que señalaba el camino.

Sin embargo, no es fácil reconocer el pecado; no nos gusta admitir el fracaso o la vergüenza. Tal vez en su intento por desviar el tema de su situación personal, ella recurre a un tema religioso que deslindaba la responsabilidad de lo que acaba de oír acerca de ella misma: “Nuestros padres adoraron en este monte, y vosotros decís que en Jerusalén es el lugar donde se debe adorar” (20).1

Como sucedió en el caso de Nicodemo, Jesús retoma el control de la conversación y maneja las cosas de manera de volver a enfocar la atención en las cuestiones importantes: “Mujer créeme …”

La salvación prometida vendría de los judíos (22c) y se cristalizaría en el Mesías. El concepto estaba claramente expresado en Sal. 147:19–20; Is. 2:3; Am. 3:2; Mi. 4:1–2.2 La salvación procedía de los descendientes de Judá (Gn. 49:10) y estaba dirigida a Israel y a todo el mundo.

Seguidamente Jesús pasa al tema de la adoración, al que ella había hecho alusión en el versículo 20. Con sus palabras (v. 23) Jesús indica que cuando uno recibe a Cristo, la salvación provoca adoración, alabanza y oración a Dios. El corazón de Dios se deleita cuando recibe adoración sincera, no cuando la persona sólo cumple formalidades. La adoración en espíritu es el Espíritu Santo. La adoración en verdad es de acuerdo a y con la Palabra de Dios, no como un concepto lejano y abstracto. La adoración debe ser en espíritu, ya que en el plan de Dios hay mucho más de lo que vemos en el mundo material (ver v. 24).

La mujer samaritana comienza a descubrir que el hombre con el que está hablando es el Cristo, el Hijo de Dios. En ese “YO SOY” (26), Jesús le revela que allí está la solución para los problemas de su vida, el remedio para la depresión, el vacío, el aburrimiento, la sed espiritual.
4. Impactando con el testimonio (27–30).
27En esto vinieron sus discípulos, y se maravillaron de que hablaba con una mujer; sin embargo, ninguno dijo: ¿Qué preguntas? o, ¿Qué hablas con ella? 
28Entonces la mujer dejó su cántaro, y fue a la ciudad, y dijo a los hombres: 
29Venid, ved a un hombre que me ha dicho todo cuanto he hecho. ¿No será éste el Cristo? 
30Entonces salieron de la ciudad, y vinieron a él.
Es interesante observar la reacción de la mujer samaritana al descubrir que Jesús era el agua de vida que podía apagar la sed espiritual: ella inmediatamente regresa a la ciudad a fin de compartir con otros el hallazgo (ver Hch. 4:19–20). Una vez que comprendió lo que Jesús decía, recibió el perdón y se transformó en una nueva mujer. Había sido muy pecadora, pero todos sus pecados fueron perdonados al instante—como siempre sucede con el pecador arrepentido (Ro. 5:8).

Su alma se había conmovido de tal manera que casi sin darse cuenta deja su cántaro, sale corriendo hacia la ciudad y empieza a hacer correr la noticia por todo el pueblo: “Vengan, oigan. He conocido a un hombre que sin conocerme me ha dicho quién y cómo soy. ¿No será éste el Cristo?” En realidad el Señor no le había declarado “todo” lo que ella había hecho en su vida, pero la mujer se dio cuenta de que él lo sabía. Y la Escritura relata que, cuando oyó lo que esta mujer había dicho, todo el pueblo acudió a ver a este “profeta”.

1 Vemos aquí el método de enseñanza que va de lo conocido a lo desconocido. “La verdad que ha de enseñarse ha de ser aprendida por medio de la verdad conocida”, (ver LAS SIETE LEYES DE LA ENSEÑANZA, Juan M. Gregory, Casa Bautista de Publicaciones).

1 Aparte de Moisés, los samaritanos no reconocían a otro profeta que no fuera el de Dt. 18:18, a quien consideraban el Mesías. Tal vez para ella el hecho de reconocer a Jesús como profeta era entrar en la esfera de especulación mesiánica.

1 El pozo de Jacob estaba ubicado al pie del Monte Gerizim, donde los samaritanos habían construido su templo. (Ver recuadro JUDIOS Y SAMARITANOS.)
2 No obstante, como los samaritanos sólo aceptaban el Pentateuco, se perdían todas las profecías mesiánicas.


    La nueva adoración (JUAN 4:1–30)

Los versículos que introducen esta sección describen cuidadosamente una transición en la que se nos explica la obra y vida de Jesús. La sucesión es sencilla. Los fariseos oyeron que Jesús hacía y bautizaba más discípulos que Juan. Cuando el Señor se enteró de esto, abandonó Judea y se fue a Galilea (1, 3; vea el mapa 1). Aquí hay tres cosas interesantes. La primera, que los fariseos representan a los judíos hostiles; el Evangelio de Juan no menciona a los saduceos o herodianos por su nombre. 

La segunda, que no hay indicación de que el autor procurara representar el conocimiento de Jesús como sobrenatural. El Señor entendió (1). Indica solamente que los informes sobre su obra eran ampliamente reconocidos. Tercero, el paréntesis, aunque Jesús no bautizaba sino sus discípulos (2), tenía por objeto corregir el rumor que se había extendido (3:26; 4:1).

Y le era necesario pasar por Samaria (4). Era necesario implica obligación que puede ser de doble naturaleza. El paso por Samaria era la ruta más corta de Judea a Galilea. Sin embargo, por causa de la animosidad entre judíos y samaritanos, muchos de los primeros que iban de Judea a Galilea, pasaban al oriente del Jordán, al norte a través de Perea y volvían a cruzar el Jordán hacia Galilea. Es posible que por causa del tiempo, Jesús haya pasado por Samaria. Sin embargo, parece que la necesidad expresada aquí estaba más en relación con su propósito y misión. Samaria, y particularmente una mujer samaritana, lo necesitaban.

Vino, pues, a una ciudad de Samaria llamada Sicar, junto a la heredad que Jacob dio a su hijo José. Y estaba allí el pozo de Jacob (5–6). Dentro de este marco el escritor introduce siglos de historia (cf. Gn. 33:19, 48:22; Jos. 24:32). El propósito evidente es demostrar que el camino antiguo, identificado con Jacob y José, y aun con el pozo de Jacob, llegaba a tener significado y cumplimiento solamente en Cristo Jesús. La mayor parte de las autoridades concuerdan en que Sicar es la actual villa de Askar al pie del monte Ebal. Está como a tres cuartos de kilómetro al norte del pozo de Jacob.

Entonces Jesús, cansado del camino, se sentó así junto al pozo. Era como la hora sexta (6). De la misma manera que Juan tiene cuidado de mostrar la deidad de Jesús, se preocupa por hacer hincapié sobre su perfecta humanidad. Jesús estaba cansado del viaje y se sentó (cf. 1:14; 19:28; He. 4:15). La expresión se sentó así, tiene un adverbio que significa “de esta manera”. Ha provocado diversas interpretaciones. Una es que la historia de Jesús y la mujer samaritana había sido dicha y redicha muchas veces. El narrador la ilustraría mientras hablaba, y cuando llegara a ese punto, él mismo se sentaba mostrando la postura de Jesús. Jesús… se sentó así—es decir, de esta manera—junto al pozo. Era como la hora de sexta—es decir, era como al medio día, la hora más cálida y tiempo para almorzar (cf. 4:8).

a. El agua antigua y la nueva (4:7–15). Es evidente el establecimiento de la hora y del lugar. Como si se tratara de un escenario, la Figura central es el mismo Dios y hombre, Aquel que conoce a todos los hombres (2:25). Al pozo vino una mujer de Samaria a sacar agua (7). Poco sospechaba ella que ese día, mientras estaba ocupada en la agotadora rutina de sacar agua, llegaría a su vida el mayor don (cf. Mt. 13:44). Mucho menos se le hubiera ocurrido que ella sería “el ejemplo B” en el Evangelio de San Juan para ilustrar que Jesús en realidad sabía “lo que había en el hombre” (2:25).

La palabra agua introduce el tema del diálogo que sigue, y al final es elevada “a significar el agua de vida eterna” (cf. 1:33; 2:6–7; 3:5). Jesús le dijo: Dame de beber (7). En este espléndido ejemplo de testimonio personal, Jesús comienza la conversación en un punto donde la mujer pudiera entender en términos de algo en lo cual ya estaba pensando.

Como si aclarara por qué Jesús pidió sólo para él, Juan inserta una nota de explicación acerca de los discípulos, diciendo que habían ido a la ciudad a comprar de comer (8).

La mujer samaritana le dijo: ¿Cómo tú, siendo judío, me pides a mí de beber, que soy mujer samaritana? Porque judíos y samaritanos no se tratan entre sí (9). La respuesta de la mujer a Jesús era natural por causa de la disensión entre judíos y samaritanos, y también porque chocaba con la costumbre moral, que El, un hombre, se dirigiera a una mujer extraña para pedirle un acto de bondad. Las palabras originales no se tratan “sugieren tratos familiares y no de negocios”.

La respuesta de Jesús a la mujer pone en evidencia de inmediato que ella ignoraba la naturaleza de su interlocutor y al mismo tiempo despertó profundamente su curiosidad. Si conocieras el don de Dios, y quién es el que te dice: Dame de beber; tú le pedirías, y él te daría agua viva (10). La palabra don, dorea, implica la idea de “regalo libre”, es decir, un don sin ataduras (cf. 3:16). “Aquí, don es un término real, usado para los beneficios de un rey o de un hombre rico. En el Libro de los Hechos siempre se refiere al don del Espíritu.” ¡El es esa clase de Don! Pero esta mujer lo ignoraba. Si ella lo hubiera sabido habría hecho el pedido, y El habría hecho la dádiva. 

Ella y todos los que piden con fe, recibirán agua viva. ¡Con cuánto cuidado Jesús la condujo desde el lugar donde se encontraba—pensando en el agua del pozo de Jacob—a un concepto más elevado y satisfactorio! Agua viva es la que brota “perennemente fluyendo siempre fresca de un manantial inagotable”. Esta es la que se le daría a aquella mujer. Entonces su atención saltó del agua a Aquel—lo cual lo colocó a El en inmediato contraste con Jacob y todo lo relacionado con él. Esta es la razón de la pregunta de ella: Señor, no tienes con qué sacarla, y el pozo es hondo. ¿De dónde, pues, tienes el agua viva? ¿Acaso eres tú mayor que nuestro padre Jacob? (11–12).

En las palabras de Jesús a la mujer samaritana se presenta vívida y claramente el contraste entre el antiguo camino, representado por el pozo de Jacob, y el nuevo, el agua que yo le daré (14). El antiguo orden de la ley, los profetas y especialmente el énfasis samaritano sobre el Pentateuco no era bastante bueno para satisfacer y hacer frente a las necesidades más profundas del hombre. Cualquiera que bebiere de esta agua, volverá a tener sed (13). 

La mujer samaritana sabía que Jesús decía la verdad en lo tocante a ella. No era sólo que había acudido diariamente a sacar agua del pozo de Jacob; el verdadero problema era que en toda su vida religiosa no había logrado satisfacer la sed de su alma sedienta. Mucha gente pone en práctica todo lo que le exige su religión, pero como no ha bebido profundamente de Aquel que es el Agua Viva, sus vidas continúan invariables, secas, sin fruto. La promesa de Jesús a la mujer es universal: el que bebiere del agua que yo le daré, no tendrá sed jamás; sino que el agua que yo le daré será en él una fuente que salte para vida eterna (14). ¡Aquí está! Lo superlativo de la vida ofrecido a una criatura pecadora, necesitada, errante. El formalismo exterior reemplazado por una nueva fuente interior. Charcos estancados en el alma son transformados en un pozo del que el agua brota a raudales. 

El alma del hombre marchita y muerta llega a participar de “la vida eterna”. La mujer comprendía poco la plena importancia de una promesa semejante. Como todavía pensaba en la forma torpe del mundo muerto del materialismo, replicó: Señor, dame esa agua, para que no tenga yo sed, ni venga aquí a sacarla (15). Ella tuvo una vislumbre de luz. La expresión para que no tenga yo sed, bien podría expresar más que una ansiedad de deseo físico de agua.

b. La vida antigua y la nueva (4:16–30). Jesús cambió la plática en forma precipitada y repentina. De la apelación y promesa pasó a indagar y ordenar. Uno no puede pretender los beneficios del evangelio—un pozo de agua y vida eterna—sin hacer frente a las demandas del evangelio, confesión y arrepentimiento. Vé, llama a tu marido, y ven acá (16). La prueba era penetrante, llegaba a lo más hondo de su ser, examinando la historia de su triste vida pasada. Su confesión fue simple y sin embargo evasiva. No tengo marido (17). El escudriñamiento se hizo más profundo, reflejando perfectamente el conocimiento que Jesús tenía de los hombres (2:25). 

Bien has dicho: No tengo marido; porque cinco maridos has tenido, y el que ahora tienes no es tu marido; esto has dicho con verdad (17–18). Parece que la mujer estaba haciendo vida conyugal sin el beneficio del matrimonio y es posible que aun sin el divorcio del último de sus cinco maridos. La evidencia la señala como a una mujer de moral relajada cuya forma de religión jamás había podido librarla de la cadena de su mala índole. Jesús reconoció su admisión, no como una escapatoria sino como una confesión. Literalmente dijo: “La palabra que has dicho es verdad.” Un antiguo refrán dice que la verdad hiere. Sería mejor que se dijera: “¡La verdad ayuda!” Ningún hombre jamás ha perdido por hacer frente a las plenas demandas de la verdad (cf. 1:14, 19; 3:21; 4:24; 14:6).

Aquel a quien la mujer reconoció primeramente como a un judío (4:9), ahora es aclamado por ella misma como algo más. Señor, me parece que tú eres profeta (19). “Tal discernimiento y no solamente presciencia, es la principal característica de los profetas.” En este diálogo hay un ejemplo excelente de progresión en la enseñanza paso a paso—agua (4:7), agua viva (4:10), una fuente (4:14). Está en armonía con una progresión en la comprensión de la naturaleza de Jesús—un judío (4:9), un profeta (4:19), el Cristo (4:29; cf. 9:11, 17, 38).

Después de darse cuenta del conocimiento que Jesús tenía de ella, la mujer con toda rapidez cambió el tema de la conversación a otro con el que ella se sintiera más segura, y que al mismo tiempo quedara dentro de la incumbencia de un profeta. Nuestros padres adoraron en este monte, y vosotros decís que en Jerusalén es el lugar donde se debe adorar (20). Su declaración refleja una apelación a su propia religión. Nuestros padres adoraron en este monte, también refleja un esfuerzo en emplear las diferencias y divisiones en la religión; y vosotros decís, lo usa como una excusa para su propio y triste fracaso de la vida. Este es un antiguo ejemplo que todavía resulta muy moderno.

Este monte, Gerizim y no Ebal, tenía un papel significativo en la tradición de los samaritanos. En ese lugar, “Abraham preparó el sacrificio de isaac y aquí también… encontró a Melquisedec… Y en el Pentateuco samaritano, es Gerizim y no Ebal el monte sobre el que se erigió el altar, Deuteronomio 28:4”.

El interrogante sobre el lugar de adoración quedó resuelto por la clásica declaración de Jesús acerca de la naturaleza del verdadero culto en relación con su misión. La hora viene (21, 23) debe comprenderse en conexión con su sacrificio completo que haría posible la verdadera adoración (cf. 2:4; 7:30; 8:20; 12:23; 13:1; 17:1). La hora viene, cuando ni en este monte ni en Jerusalén adoraréis al Padre (21). Esta declaración estaba también vinculada con la destrucción física de los templos: el de Jerusalén fue destruido en el 70 D.C., y el de los samaritanos en Gerizim, destruido por Hircanus en el año 129 A.C.

Vosotros adoráis lo que no sabéis (22). Los samaritanos rechazaban todo el Antiguo Testamento exceptuando el Pentateuco. La evaluación que Jesús hizo de sus ritos y cultos está reflejada en el neutro lo que. El objeto de su adoración era impersonal, poco comprendido y vago, no sólo para la mujer sino también para toda su nación. No existe tal cosa como una adoración verdadera que se base en la ignorancia, o en lo que uno desconoce. Tales prácticas conducen al fanatismo o al legalismo humanístico. Por otra parte, los judíos, con quienes Jesús se autoidentifica, son reconocidos como instrumentos de la revelación de Dios: Nosotros adoramos lo que sabemos, porque la salvación viene de los judíos (22).

Mas la hora viene, y ahora es, cuando los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad; porque también el Padre tales adoradores busca que le adoren (23). Ahora es el tiempo para que las antiguas formas limitadas a lugar y nación, sean transformadas en una adoración que sea a la vez personal, en espíritu, inteligente, y en verdad. “Adorar en espíritu implica que rindamos nuestra voluntad a Dios, nuestros pensamientos y planes a los que 

El tiene para nosotros y para el mundo… En verdad quiere decir que no estamos adorando una ‘imagen’ de Dios, fabricada según nuestras ideas… Sólo Cristo nos presentó al real o ‘verdadero’ Dios.” La palabra clave en esta idea completa es Padre. El es el objeto de adoración y quien busca esos adoradores. “Una vez que Dios se revela como el Padre universal… quedan abolidas las limitaciones de lugar y tanto el conocimiento como la adoración de Dios son mediados sólo espiritualmente.” La naturaleza del objeto de adoración, Dios es Espíritu (24; cf. 1 Jn. 1:5; 4:8), determina la condición necesaria para la adoración. Y los que le adoran, en espíritu y en verdad es necesario que adoren (24).

Le dijo la mujer: Sé que ha de venir el Mesías, llamado el Cristo; cuando él venga nos declarará todas las cosas (25). La expectativa mesiánica samaritana no estaba basada sobre la gran cantidad de predicciones de los profetas, porque ellos sólo aceptaban el Pentateuco. Es probable que esas esperanzas estuvieran fundadas sobre pasajes tales como Génesis 3:15 y Deuteronomio 18:15. La mención del Mesías, el “Ungido”, que hizo la samaritana abrió la puerta a la manifestación que Cristo hizo de Sí mismo. Yo soy, el que habla contigo (26) o literalmente: “¡Yo soy, el que está hablando contigo!” Esta es la primera aparición de la expresión, “Yo soy”, que Jesús usa muchas veces en el Evangelio de Juan para revelar su verdadera naturaleza. Algunas son declaraciones directas, como a la que nos acabamos de referir (p. ej., 6:20; 8:24; 58), otras aparecen en expresiones metafóricas (p. ej. 6:35; 8:12; 14:6). 

En el Evangelio de Juan, en una u otra forma la expresión ocurre 27 veces. Las palabras griegas son ego eimi, primera persona del singular del presente del indicativo del verbo eimi, que expresa existencia, esencia o ser. La existencia personal está intensificada por el empleo de la primera persona del singular del pronombre personal ego. Esto toma un tremendo significado cuando se compara con la revelación que Dios hizo a Moisés como “Yo soy” (Ex. 3:14). Jesús le estaba diciendo a la mujer samaritana: “¡El que está hablando contigo es el Yo soy, el mismo Dios!” Así terminó la conversación y muy debidamente, porque no había más que decir. Dios mismo había hablado.

En esto vinieron sus discípulos, y se maravillaron de que hablaba con una mujer; sin embargo, ninguno dijo: ¿Qué preguntas? o, ¿Qué hablas con ella? (27). La sorpresa de los discípulos no era por el carácter de la mujer, porque ellos desconocían su pasado y su nacionalidad. Su sorpresa era porque Jesús hablaba con una mujer. “Un hombre no debía hablar con una mujer en la calle, ni aun con su propia esposa y menos con cualquiera otra, para que los hombres no murmuraran.” Los discípulos no hicieron preguntas. Cuando se tiene confianza, no se hacen preguntas.

La conversación había concluido, pero para esa mujer había comenzado una vida nueva. En ella se advierten tres cosas. La primera, el abandono de su antigua vida, una religión sin sentido, una sed jamás satisfecha—dejó su cántaro (28). Ya no lo necesitaba más, porque ella tenía dentro de sí una fuente inagotable de agua (4:14). La segunda, su testimonio fue personal y fructífero. La mujer les dijo a los hombres de la ciudad: Venid, ved a un hombre que me ha dicho todo cuanto he hecho… Entonces salieron de la ciudad, y vinieron a él (29–30; cf. 39, 42). Finalmente, la pregunta que ella propuso a sus oyentes era la manifestación de su completa confusión, sorpresa y duda prolongada—“¿No será este el Cristo?” (4:29, NASB). Esta sirvió también para suscitar una importante pregunta en las mentes de los hombres de la villa.

El hecho de que la mujer abandonara el cántaro de agua al lado del pozo sugiere que ella abandonó su antigua manera de vivir. Basándolo en tres ideas podría prepararse un mensaje titulado: 

“Dejando la Vida Vieja”
(1) Una nueva fuente de gozo y vida, 14; 
(2) Un nuevo testimonio, 29–31; 
(3) De la desgracia moral a la vida fructífera, 18, 39, 42.

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