La Oración Matutina de David
El tercer salmo presenta una oración intensa, profunda, sentida. El salmista clama por apoyo y seguridad, en medio de la persecución y delante de la multitud de los adversarios.
Su fuente de esperanza está en el Señor, y su salvación proviene del Dios que se «levanta». Para el poeta del salmo, su refugio no es humano sino divino, y su futuro está en las manos de quien tiene el poder y el deseo de redimirlo. Luego de los primeros dos salmos de énfasis didáctico y sapiencial, se presenta esta plegaria individual que reclama ayuda divina en medio de la crisis.
Generalmente este salmo se relaciona con los lamentos individuales del Salterio. En su título hebreo se indica que es un salmo de David, cuando huía de su hijo Absalón (2 S 15–19). Como el resto de estos títulos hebreos, esta referencia es una añadidura posterior que intentaba relacionar los salmos con David, que era reconocido en el pueblo no solo como monarca y militar, sino como poeta, músico y «dulce cantor». En el salmo se alude a los enemigos en forma general, y no se menciona específicamente a Absalón, tercer hijo de David, cuya madre, Talmai, era la hija de Geshur, monarca de Aram (2 S 3:3).
El lenguaje militar que se manifiesta en el salmo puede ser indicativo de que su autor era parte de la corte real—o inclusive ¡un rey de la dinastía de David!—, aunque alguien fuera de esos círculos reales pudo haber escrito un poema de angustia personal, fundamentado en sus experiencias adversas en la vida.
Y si quien habla en el salmo es el rey, entonces el contexto litúrgico era algún día de dolor e intercesión nacional; si, por el contrario, su autor es un israelita afligido y necesitado, el contexto del poema era la plegaria personal e individual en algún momento de particular crisis, enfermedad o acusación injusta. Posiblemente el salmo fue escrito en el período preexílico, pues el idioma manifiesta un tipo de ambiente bélico tradicionalmente relacionado con el período de la monarquía israelita.
La poesía del salmo incluye cuatro estrofas y una métrica regular. Comienza con una invocación al Señor, que precede la descripción de la plegaria. El tema del salmo se mueve del clamor en la dificultad a la afirmación de confianza y seguridad en Dios: Desde la expresión de herida profunda y mortal (v. 7), hasta la celebración de la victoria que proviene del Señor (v. 8).
La estructura del salmo es la siguiente:
• La crisis del salmista: vv. 1–2
• El Señor es mi escudo: vv. 3–4
• El Señor es mi victoria: vv. 5–7
• El Señor es mi salvación: v. 8
vv. 1–2: El salmo comienza con preocupación y dolor: ¡Se han multiplicado los adversarios y enemigos del salmista! El poeta se admira de las dinámicas que le rodean, que en vez de propiciar seguridad y esperanza presagian conflicto y lucha. La oración final de la estrofa es reveladora: ¡Los enemigos le indican que Dios no lo puede ni quiere salvar! Se afirma de esta forma lo extremo de la crisis, se pone de relieve la naturaleza del dolor, se revela la desesperanza en grado sumo.
Lo que caracteriza el inicio de la oración es la preocupación, sin embargo, como la plegaria se hace a Dios, manifiesta un sentido implícito y solapado de esperanza. El salmista se allega al Señor en medio de la crisis, pues entiende que su las fuerzas que afectan sus existencia pueden cambiar ante las acciones divinas de liberación. La admiración de la primera estrofa pone en evidencia la seriedad del problema.
En el poema no se identifican con precisión los «adversarios», aunque la referencia puede aludir a los enemigos tradicionales del rey—p.ej., naciones enemigas y monarcas extranjeros, y cuando el salmo se leía posteriormente en la historia, cuando la monarquía había cesado, la expresión podía entenderse en términos de los antagonismos personales e individuales. La multitud que habla en contra del adorador describe apropiadamente tanto a gente rebelde (2 S 18:31, 32) como a los enemigos personales (Jue 20:5) y las naciones extranjeras (Ab 1).
Según los adversarios y las personas que se levantaban en su contra, la condición del salmista no propiciaba ningún tipo de ayuda, ni resistía el apoyo. Para sus enemigos, ¡ni Dios mismo podía intervenir para rescatar y salvar al salmista de su crisis! La gravedad de su condición llegó a tal punto, que no tenía remedio, ni futuro. Posiblemente, de acuerdo a la teología de la época, se pensaba que la persona aludida había pecado de forma extraordinaria (Job 8:6), para estar en esa condición terminal.
La palabra hebrea Selah, que no se traduce en las versiones Reina-Valera de la Biblia, se encuentra en 74 ocasiones en el Antiguo Testamento: 71 en el Salterio, y 3 en Habacuc. Tenía, posiblemente, algún valor musical, invitaba a la congregación a responder de alguna manera, e inspiraba al pueblo a incorporarse en el culto (véase la Introducción).
vv. 3–4: Luego de comprender la gravedad de su condición y situación, el salmista profesa su fe en el Señor, que es «escudo» y «gloria». La imagen del escudo alude a una muy importante armadura de defensa del guerrero. Este equipo de batalla era de forma redonda, y podía ser de metal o más probablemente de madera cubierta de cuero, que previamente había sido preparado con aceites y grasa de animales (Is 21:5).
En el contexto del salmo se compara a Dios con el escudo del guerrero, que revela su utilidad e importancia al fragor de la batalla. Dios protege al salmista de los ataques de sus enemigos y adversarios, y se convierte en la fuente de su seguridad y esperanza.
Esa capacidad protectora de Dios le hace merecedor del ser la «gloria» del salmista. Posiblemente la expresión debe entenderse como una referencia a Dios, en «quien me glorío», que transmite la idea de «quien restablece mi honor, afirma mi dignidad y reconoce mi integridad» (Sal 21:5; 62:7).
«Levantar la cabeza» es generalmente una imagen legal y jurídica. Puede aludir al gesto del juez cuando declara la inocencia de algún acusado, y lo demuestra ordenando el gesto de levantar la cabeza. La expresión también puede reflejar los antiguos entornos penales, cuando se liberaba de la prisión a alguna persona (Gen 40:13, 20; 2 R 25:27; Jer 52:31).
En el contexto teológico y espiritual del salmo, la expresión revela la actitud divina que es capaz de transformar las realidades adversas de las personas afligidas y necesitadas al «levantarlos» y ponerlos en algún sitial de honor y dignidad. De un lado, el salmista acepta la gravedad de su condición; del otro, reconoce la capacidad de divina de liberación.
Ante el clamor y grito del salmista, el Señor responde desde su monte santo. Dios recibe las plegarias que surgen de la angustia y responde las oraciones que reconocen su necesidad. Su monte santo alude a la morada divina, que en el salmo es una referencia a Sión (Sal 2:6). Y aunque en Israel la santidad divina se manifestaba en la presencia del Arca del pacto o en el Templo, el monte santo era para las culturas del Medio Oriente el particular lugar de morada de la divinidad; y representaba, además, la bóveda celeste y la tierra que le pertenecía al Señor (Sal 14:7; 20:2).
vv. 5–7: Luego de las afirmaciones de dolor y de preocupación, el salmo incluye varios elementos de esperanza. El salmista durmió—¡y tuvo lo que parece ser una pesadilla!—y al despertar se percató que Dios le acompañaba y sustentaba. El apoyo divino el da valentía y fortaleza para enfrentar a los enemigos que le sitiaban. La presencia de Dios le permite despertar con sentido de futuro y seguridad. Y la oración del salmista, al descubrirse protegido y cuidado, es de afirmación y seguridad: ¡El Dios bíblico hiere a los enemigos y quebranta a los perversos!
Las referencias al sueño aluden al proceso de descanso y reposo, no son indicaciones de búsqueda de revelación. Y la invocación «levántate», más que al acto físico de incorporarse, revela el deseo de intervención divina que manifiesta el salmista, revela su apetito por la revelación de Dios, alude a su anhelo de salvación y futuro (Is 60:1). Posiblemente esa expresión «levántate Señor» era un tipo de grito de guerra relacionado con el Arca del pacto (Num 10:35; Sal 68:1), que simbolizaba la presencia divina.
¡El Dios del salmista tiene el poder de salvar y el deseo y de redimir!
«Herir en la mejilla» es una forma de insulto y desprecio (1 R 22:24; Job 16:10; Lam 3:30; Mic 5:1). Y la metáfora de «los dientes de los perversos quebrantados», evoca la imagen de las fieras salvajes que no tienen el poder de hacer daño (Job 29:17; Sal 58:6). Juntos, estos dos artificios literarios ponen de manifiesto el poder divino que le permite al salmista levantarse airoso de la crisis.
v. 8: La afirmación final del salmo es de seguridad y esperanza: La salvación le pertenece a Dios, y la bendición es para el pueblo. Luego del reconocimiento de las complejidades y dificultades de la crisis, el salmista profesa que el dolor no tiene la última palabra contra la gente de bien, ni la angustia es la condición definitiva de las personas con fe. La primera parte del versículo final es una confesión pública de fe; y la segunda, una petición de bendición divina.
La lectura cuidadosa del salmo pone de relieve la realidad de la vida, con sus complejidades, contradicciones y desafíos. El salmista expresa su queja ante sus enemigos, pero también revela su convicción de que Dios responde a sus plegarias e interviene en la vida. Y fundamentado en esas convicciones, declara su fe y esperanza, y afirma con seguridad que la victoria en la vida emana del Señor.
Este salmo comienza una serie importante de oraciones (p.ej., Sal 4–6) que son una especie de respuesta a la teología y los propósitos de los primeros dos poemas del Salterio: ¡La gente bienaventurada, que medita en la Ley y confía en el Señor, reconoce la importancia de la oración!