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La perseverancia del cristiano: Firmeza en la esperanza Hebreos 10:23-25
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biblias y miles de comentarios
v. 24 “Mantengamos firme, sin fluctuar, la profesión de nuestra esperanza, porque fiel es el que prometió”
En el verso anterior el autor dijo a sus lectores que aprovechen el camino abierto y se acerquen a Dios. Ahora en este verso los exhorta a que se mantengan firmes en la esperanza que profesan, a que se aferren sin vacilar en dicha esperanza. Analicemos cada uno de los términos de esta declaración para que saquemos el máximo provecho.
Mantengamos firme, es decir, aferrémonos sin vacilación, sin fluctuar, es decir, sin vacilación, sin cambios para desmejorar, entes bien con firmeza, como quien se aferra a una pared sólida con el fin de tomar impulso para no dejarse mover. ¿En qué nos debemos arraigar sin vacilación? En la confesión o profesión de la esperanza.
Siendo que muchos son los enemigos de la nuestra fe, entonces el mandato de retener o mantenerse firme es algo constante para el cristiano. En el peregrinaje de la vida cristiana nos encontraremos con muchos Apolión, los cuales son gigantes que se levantan para opacar o destruir nuestra fe. Pero es deber del creyente, bajo la gracia de Dios, retener hasta el fin “la confianza y el gloriarnos en la esperanza” (Heb. 3:6), ya que la fe cristiana no es un asunto de empezar simplemente, sino de empezar y terminar. Aquellos que no terminan la carrera no disfrutarán de las promesas eternas, sino que vendrán a un gran fracaso, en medio de los ataques del maligno y la persecución por cauda de nuestra fe, es deber del creyente mantenerse firme, sin fluctuar, como dijo Cristo: “Más el que persevere hasta el fin, este será salvo” (Mr. 13:13). Pero si realmente hemos creído, si hemos nacido de nuevo, Dios nos fortalecerá para que nuestra fe se afirme hasta el fin, como dijo Pablo: “… esperando la manifestación de nuestro Señor Jesucristo; el cual también os confirmará hasta el fin, par que seáis irreprensibles en el día de nuestro Señor Jesucristo (1 Cor. 1:7-8). Considero aquí importante transcribir un comentario pertinente, para su época y para la nuestra, que hiciera el pastor y predicador bautista Arthur Pink, hablando sobre el deber del creyente de mantenerse firme, sin fluctuar: “Para ilustrar lo que tenemos en mente, un artículo publicado en una edición reciente de un periódico, sobre el tema de la seguridad de la salvación del cristiano, comienza así: Aquel que murió por todos sus pecados en la cruz y lo ha aceptado como Su salvador personal, está guardado. Y nunca más puede, bajo ninguna circunstancia o la condición que sea, sin importar lo que haga o deje de hacer, nunca podrá perderse>. Esta es una declaración desequilibrada, engañosa y peligrosa en el más alto grado. No es una declaración bíblica. La palabra de Dios dice <… la cual casa somos nosotros, si retenemos firmes hasta el fin la confianza y el gloriarnos en la esperanza>. Y de nuevo (Ro. 8:13). Tal declaración anterior (hecha de buena fe, no cabe duda, por uno que es víctima involuntaria de una escuela de extremistas) deja completamente fuera de la vista la responsabilidad del cristiano. Al lado de la bendita verdad la preservación divina, las Escrituras de manera uniforme ponen la solemne verdad de la perseverancia cristiana. Si el Señor le dice a su pueblo que son (1 Ped. 1:5), así también los exhorta a que (Prov. 4:23) o que es necesario <…guardarse sin mancha del mundo> (Atg. 1:27). No es honesto citar una clase de textos, y no citar, con la misma diligencia y atención, los otros. ¡Qué absurdo son los razonamientos de los hombres una vez que se apartan de la verdad! Cómo podría yo sostener que, debido a que he puesto mi cuerpo en las manos de Dios, y estoy confiando en él para que me mantenga en salud, entonces seré negligente en seguir las leyes de la salud, sin importar lo que coma o deje de comer, y él me mantendrá libre de enfermedad y muerte. No es así, si yo bebo veneno vendré a una muerte prematura. Del mismo modo, si vivo en la carne, moriré”
La exhortación de mantenerse firme en la confesión o profesión es nuestra esperanza nos hace ver que no existe, lo que Arthur Pink denomina, una salvación mecánica. Los apóstoles se dedicaban a confirmar en la fe a los creyentes: “confirmando los ánimos de los discípulos, exhortándoles a que permanecieren en la fe” (Hch. 14:22). Hoy día algunas personas que dicen creen en la seguridad eterna de la salvación dirían que es absurdo e innecesario exhortar a los salvos a que permanezcan en la fe, pues, dicen ellos, el que hizo la oración de fe, de manera automática lo harán. Pero nosotros no podemos estar por encima de la Palabra de Dios, y si los apóstoles necesitaron confirmar y exhortar a los creyentes para que permanezcan en la fe, entonces también hoy es necesario hacerlo: “Y la mano del Señor estaba con ellos, y gran número creyó y se convirtió al Señor. Llegó la noticia de estas cosas a oídos de la iglesia que estaba en Jerusalén; y enviaron a Bernabé que fuese hasta Antioquía. Este, cuando llegó, y vio la gracia de Dios, se regocijó, y exhortó a todos a que con propósito de corazón permaneciesen fieles al Señor”. (Hch. 11:21-23). “Y despedida la congregación, muchos de los judíos y de los prosélitos piadosos siguieron a Pablo y a Bernabé, quienes hablándoles, les persuadían a que perseverasen en la gracia de Dios” (Hch. 13:43). El apóstol Pablo no creía en la salvación mecánica, sino que se preocupó sinceramente porque los nuevos creyentes permaneciesen en la fe “Por lo cual también yo, no pudiendo soportar más, envié para informarme de vuestra fe, no sea que os hubiese tentado el tentador, y que nuestro trabajo resultase en vano” (1 Tes. 3:5).
El término confesión o profesión hace referencia a una creencia que es declarada con
convicción. La idea del autor es que los creyentes deben mantenerse firme en su fe
confesando o profesando constantemente lo que creen. Y ¿Qué es lo creen y confiesan con
convicción? La esperanza.
No se trata de confesar simplemente cosas positivas, como enseña la nueva era, se trata de
profesar la Esperanza, la verdadera esperanza del creyente, la cual está fundamentada en las
promesas divinas. Y ¿Cuáles son las promesas que el autor de la carta ha mencionado? Que
ahora tenemos entrada libre al Trono de la gracia por el camino que fue abierto por el sacrificio de Jesús. Que a través de su sacrificio superior y único nuestros pecados han sido
perdonados una vez y para siempre, que ya no tenemos culpa en nuestra conciencia porque
esta fue limpiada, que para siempre gozaremos de la reconciliación con Dios obrada por el
sacrificio de Cristo. Hoy disfrutamos de esa paz que el mundo no da, y tenemos la
esperanza que mañana continuaremos disfrutando de ella, y que hasta el final de nuestros días Dios nos verá como limpios y nos abrirá el acceso a su presencia, que cuando muera las puertas del reino de los cielos se abrirán de par en par dándome la bienvenida y que escucharé las palabras de mi Señor diciendo: “Bien, buen siervo y fiel; sobre poco has sido fiel, sobre mucho te pondré; entra en el gozo de tú Señor” (Mt. 25:21).
La confesión de nuestra esperanza es el testimonio que debemos dar de nuestra fe. “Como
dice Trenchard maravillas que el Señor ha hecho por él>”
Esta confesión es de la que habla Pablo en Romanos 10:9-10 “Que si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo. Porque con el corazón se cree para justicia, pero con la boca se confiesa para salvación” o en I Timoteo 6:13 “Te mando delante de Dios, que da vida a todas las cosas, y de Jesucristo, que dio testimonio de la buena profesión delante de Poncio Pilato”, o 1 Pedro 3:15 “Sino santificad a Dios el Señor en vuestros corazones, y estad siempre preparados para presentar defensa con mansedumbre y reverencia ante todo el que os demande razón de la esperanza que hay en vosotros”
Ahora, esta confesión o profesión de la esperanza se afirma aún más, no solo en que
tenemos unas promesas, pues, muchas veces prometemos y no cumplimos. No se trata de esa clase de promesas; como cuando los ciudadanos eligen a un candidato para la
presidencia con la esperanza de que él hará todo lo que ha prometido, y suele suceder, que esta esperanza es vana pues, muy pronto el candidato asume la presidencia se olvida de sus
promesas.
Las promesas sobre las cuales se basa nuestra profesión cristiana son seguras, porque fiel es
el que las dio. Él es fiel, no porque solo tenga la intención de cumplirlas, sino porque él puede cumplirlas. Él es fiel porque siendo el todopoderoso Dios nada podrá impedir que él cumpla lo que se ha propuesto. “Todos los habitantes de la tierra son considerados como nada; y él hace según su voluntad en el ejército del cielo, y en los habitantes de la tierra, y no hay quien detenga su mano, y le diga ¿Qué haces? (Dan. 4:35). Él es fiel porque todas las promesas que nos hizo a través de Jesús fueron ratificados con juramento. (Heb. 6:17).
Dios ha honrado siempre sus promesas y por eso nos mantenemos sin vacilación en la fe en
Cristo. Él no miente, él no cambia, pero además de esto él ha jurado por sí mismo que cumplirá su propósito de salvarnos. Él prefiere dejar de ser, antes que incumplir una promesa, eso es lo que significa el juramento por sí mismo. Dios es fiel porque él promete al creyente “No te desampararé, ni te dejaré” (Heb. 13:5).
Los creyentes judíos estaban siendo tentados a abandonar la fe en Cristo por la presión de
los judíos, pero la exhortación es para que ellos resistan esos ataques y tomen como asidero
o firme ancla del alma las promesas seguras de salvación que tienen en Cristo Jesús, y que
ya fueron mencionadas en los capítulos anteriores.
Esta confesión o fe, en un sentido más general, hace referencia a la doctrina cristiana, a toda la doctrina bíblica. El creyente debe mantenerse firme en la confianza depositada en Dios y en la doctrina que enseñan las Sagradas Escrituras, pero también es la declaración constante de lo que Cristo significa para él: “La confesión de nuestra fe es el reconocimiento solemne que hace una persona cuando públicamente afirma que es cristiano. Es la confesión de que ha renunciado al mundo, la carne y el diablo, por Cristo.
Es la declaración de que reniega a su propia sabiduría, justicia y voluntad, y recibe al Señor
Jesús como su Profeta, Sacerdote y Rey: Su Profeta para instruirle en la voluntad de Dios,
Sacerdote idóneo que intercede por él ante Dios, su Rey para ejercer sobre él el gobierno de
Dios. Es la confesión de que odia al pecado y desea ser liberado de su poder y pena, que ama la santidad y anhela ser conforme a la imagen del hijo de Dios. Es la reivindicación de que ha arrojado las armas que usaba en su guerra contra Dios, y ahora se ha entregado por completo a sus justas demandas sobre él. Es el testimonio de que está dispuesto a negarse a sí mismo, tomar su cruz cada día, y seguir el ejemplo que Cristo le ha dejado de cómo se debe vivir para Dios en este mundo. En una palabra, es la declaración pública de que en su corazón ha recibido a Cristo Jesús (Col. 2:6)”
“Y considerémonos unos a otros para estimularnos al amor y a las buenas obras.” v. 23.
En este versículo encontramos la tercera exhortación correspondiente a la triada fe (v. 22),
esperanza (v. 23) y amor (v. 24). Así como Pablo en 1 Corintios 13, el autor de nuestra carta pone al amor como la virtud superior, ya que este supera a las otras dos, puesto que esta virtud alcanza a los demás. El amor es comunitario.
El autor está diciendo a los lectores que una característica de aquellos que han sido lavados
por la sangre de Cristo y que ahora entran frecuentemente al lugar santísimo, es que
expresan el carácter de Cristo, y no les es extraño amar a los demás hermanos. Es
interesante la exhortación del autor respecto al amor. Él dice consideren, analicen, presten
atención, procuren encontrar maneras para provocar a los demás creyentes, no a lo malo, sino al amor. “Pongan en acción su mente para encontrar algunas maneras de provocar unos a otros – en el buen sentido de la palabra – para aumentar sus expresiones de amor a fin de que resulten en la ejecución de obras nobles”El término usado por el autor para “estimularnos” es el griego paroxismos, el cual, por lo general, se utiliza en un sentido negativo, como cuando con nuestras palabras o acciones mal intencionadas provocamos o irritamos a otra persona. En ese sentido lo utiliza Pablo cuando dice que el amor no se irrita (1 Cor. 13:5). Pero en este texto el autor lo utiliza en un sentido positivo. Es como si él dijera “hermanos, en vez de provocarnos los unos a los otros al odio, a la irritación o hacia lo malo, siendo que ahora nos hemos acercado al santo de los santos, provoquémonos, pero para lo bueno, para el amor, para las buenas obras”.
¿Cómo nos provocamos al amor? A través de la consideración hacia los demás, a través del
ejemplo piadoso, humilde y tolerante. Cuando hablamos de los pecados de los demás
somos misericordiosos, pero con nuestro pecado personal somos duros e intransigentes, no
a lo contrario.
Las Sagradas Escrituras insisten en afirmar que la esencia de la vida cristiana es el amor, tanto así, que toda la Ley puede ser resumida en “amar a Dios y al prójimo”. Este amor
debe permanecer en medio de todos los tiempos y en vez de decrecer es necesario que crezca. Jesús y los apóstoles exhortan a los creyentes para que sean fervorosos en el amor y las buenas obras, teniendo siempre en mente que el día del Señor, el día de su regreso, el
día de su juicio está cercano:
- “No debáis a nadie nada, sino el amaros unos a otros; porque el que ama al
prójimo ha cumplido la ley. Porque: No adulterarás, no matarás, no hurtarás, no
dirás falso testimonio, no codiciarás, y cualquier otro mandamiento, en esta sentencia se resume: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. El amor no hace mal al prójimo; así que el cumplimiento de la ley es el amor. Y esto, conociendo el tiempo, que es ya hora de levantarnos del sueño; porque ahora está mar cerca de nosotros nuestra salvación que cuando creímos. La noche está avanzada, y se acerca el día.
Desechemos, pues, las obras de las tinieblas, y vistámonos las armas de la luz. (Ro.
13:8-13).
Cuando el Hijo del Hombre venga en su gloria, y todos los santos ángeles con él, entonces se sentará en su trono de gloria, y serán reunidas delante de él todas las naciones; y apartará los unos de los otros, como aparta el pastor las ovejas de los cabritos. Y pondrá las ovejas a su derecha, y los cabritos a su izquierda. Entonces el Rey dirá a los de su derecha: Venid, benditos de mi Padre, heredad el reino preparado para vosotros desde la fundación del mundo. Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; fui forastero, y me recogisteis; estuve desnudo, y me cubristeis; enfermo, y me visitasteis; en la cárcel y vinisteis a mí. Entonces los justos responderán diciendo: Señor, ¿cuándo te vimos forastero, y te recogimos, o desnudo, y te cubrimos? ¿O cuándo te vimos enfermo, o en la cárcel y vinimos a ti? Y respondiendo el Rey, les dirá: De cierto os digo que en cuanto lo hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí lo hicisteis”. Mt. 25:31-40.
Siendo que él nos amó tanto dando su vida por nosotros, entonces nosotros debemos amar a
los hermanos, al prójimo, como a nosotros mismos, es decir, buscando su bienestar. No los
provocaré a ira, sino al amor. No los provocaré al odio, sino a las buenas obras. Seré cuidado con mis palabras, con mis gestos, con mis hechos, porque no quiero ofender a nadie. Que ningún sentimiento malo surja en alguien por mi culpa. No competiré con nadie, sino que entusiasmaré a los demás para que hagamos bien al prójimo, seré un gestor de promoción de ayudas a los hermanos más necesitados. No tendré interés en que me hablen mal de otro hermano, sino que por el contrario, procuraré enterarme de las necesidades que los otros tienen con el fin de ayudarlos y procurar que los demás creyentes nos ayudemos los unos a los otros. Esta es una de las más grandes expresiones de nuestra fe cristiana, sino hacemos esto, entonces cuando llegue el día gran día saldremos avergonzados.
Además, una prueba de que hemos estado adorando en el lugar santísimo y que amamos a
Dios, es el amor a los hermanos, como dice Juan “Si alguno dice: Yo amo a Dios, y
aborrece a su hermano, es mentiroso. Pues el que no ama a su hermano a quien ha visto, ¿cómo puede amar a Dios a quien no ha visto?” 1 Juan 4:20
v. 25 “no dejando de congregarnos, como algunos tienen por costumbre, sino
exhortándonos; y tanto más, cuanto veis que aquel día se acerca”
La firmeza en la fe y el amor mutuo se pueden incrementar solo en la atmósfera de la unidad, de la congregación, de la fraternidad de los santos. Este es el ambiente natural donde la fe, la esperanza y el amor crecen.
Un tizón aislado del resto de las brasas, por la acción de la brisa pronto perderá su calor y se apagará definitivamente. Para mantenerse caliente y ardiendo es necesario estar muy
cerca del resto de carbones encendidos. “Una de las primeras indicaciones de una carencia de amor por Dios y por el prójimo es que el cristiano se aleje de los cultos. El miembro abandona las obligaciones comunitarias, deja de asistir a las reuniones y exhibe los síntomas de egoísmo y de egocentrismo”
La vida cristiana va madurando y fortaleciéndose solo en la comunión con otros creyentes,
en la comunión con la iglesia local. El Señor Jesús no vino a salvar a los hombres de sus
pecados y los dejó para que anden solos en la vida cristiana, no, él dijo “Edificaré mi
iglesia” (Mt. 16:18), es decir, la eklessía, la asamblea de los salvos, es el hábitat normal
donde los creyentes se ayudan mutuamente para fortalecer su fe, para crecer en el amor y
glorificar así a Dios. “… toda oportunidad de reunirse y disfrutar su compañía en fe y
esperanza debe ser bienvenida y utilizada para aliento mutuo”
Parece que algunos creyentes del primer siglo estaban convirtiendo la inasistencia a los cultos en un hábito. Este dañino hábito se suele dar por varias razones:
- Por orgullo espiritual. Algunos creyentes se mantenían con un sentido vanaglorioso de superioridad, y despreciaban la ayuda espiritual que podían recibir de los otros hermanos y los pastores o ancianos.
- Otros eran presionados por la sociedad y sus familiares, por lo tanto evitaban la
comunión con los demás creyentes para que la gente no los reconociera cómo
cristianos.
- La primera generación de creyentes estaba pasando, y ahora la segunda no estaba
tomando con firmeza la necesidad de congregarse como algo fundamental en la vida
cristiana.
En un comienzo de la predicación cristiana, los creyentes vivían con la expectación de un
pronto regreso del Salvador, pero al pasar los años y ver que la parusía no se daba, entonces
la gente empezó a descuidar sus deberes cristianos y a relajarse en su crecimiento espiritual.
Por lo tanto el autor les recuerda que, aunque los años han pasado y Jesús no ha regresado,
eso no significa que él no volverá por su pueblo. Aunque pasen miles de años los creyentes
viven con la esperanza de su pronto regreso, y saben que “el tiempo está cerca” (Ap. 1:3),
que el Señor viene pronto. “Cada sucesiva generación cristiana es llamada a vivir como la
generación final, si ha de vivir como generación cristiana”
Siendo que la venida de nuestro Salvador está cerca, entonces no debemos descuidar la vida
piadosa, el amor, la esperanza, la ayuda mutua. Es preciso que nos exhortemos
mutuamente. Estas exhortaciones se dan en el marco de la congregación. “Como cristianos
debemos mirar hacia el futuro, es decir, hacia el día en que Jesús volverá. Cuanto más nos
acercamos a dicho día, tanto más activos debemos estar en animarnos unos a otros en cuanto a mostrar amor y hacer obras buenas aceptables a Dios”
Aplicaciones:
- Aferrémonos persistentemente a nuestra fe cristiana, a nuestra doctrina, a nuestra
esperanza. “… no nos soltemos de lo que creemos. Voces cínicas tratarán de apartarnos de
nuestra fe; los materialistas intentarán con sus argumentos hacer que nos olvidemos de Dios; los azares y avatares de la vida conspirarán para sacudir nuestra fe” los amigos
intentarán persuadirnos para que andemos en sus torcidos caminos y “disfrutemos de la
vida” alejándonos de nuestra fe cristiana, los familiares nos presionarán con su rechazo para que les amemos mas a ellos que a Dios y abandonemos lo que es nuestra salvación. Pero persiste en lo que has aprendido, no desmayes que nuestro Dios ha dicho a sus hijos “No temas, porque yo estoy contigo; no desmayes, porque yo soy tu Dios que te esfuerzo, siempre te ayudaré, siempre te sustentaré con la diestra de mi justicia” (Is. 41:10). Jesús dijo: “En el mundo tendréis aflicción, pero confiad, yo he vencido al mundo” (Jn. 16:33).
- Mucho cuidado debemos tener de nuestra vida espiritual, de manera que nunca
convirtamos la inasistencia a los cultos en una costumbre, pues, esta produce mediocridad,
falta de amor, y gran daño espiritual. “Cuando el creyente asiste al culto, está expresando
su amor por Jesús. Se da cuenta de que Jesús, la cabeza de la iglesia, está presente en el culto y desea su presencia”
¿Cuál es tu amor por Jesús? Recuerda que una forma de expresarlo es a través del congregarse con los santos. No seas una partícula piadosa aislada, no seas un ladrillo vivo aislado. Si los ladrillos están regados por todas partes y no se unen para formar un edificio, entonces no sirven para nada. Aunque podemos adorar a nuestro Dios en la intimidad de nuestra casa, esta adoración se encuentra en una dependencia tal de la adoración pública que hacemos congregacionalmente, que el apóstol Pedro afirma categóricamente: “Vosotros también, como piedras vivas, sed edificados como casa espiritual y sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios espirituales aceptables a Dios por medio de Jesucristo” 1 Pedro 2:5. También debes recordar que la inasistencia a los cultos puede ser el inicio de la apostasía, pecado tan terrible que el autor ha dado serias advertencias sobre él, y las volverá a dar en este capítulo.
- El Señor Jesús dijo, al cerrar el canon sagrado: “Ciertamente vengo en breve” (Ap. 22:20).
Hermanos y hermanas, nunca se nos olvide que esperamos su pronto regreso, hoy día
estamos más cerca de su venida gloriosa que los creyentes del siglo I, por lo tanto, con mayor razón debemos andar en este mundo de manera piadosa, aborreciendo el pecado, amando la santidad, aprovechando cualquier momento que el Señor nos dé para crecer juntos, amándonos los unos a los otros, siempre recordando las palabras de Pedro: “Pero el día del Señor vendrá como ladrón en la noche; en el cual los cielos pasarán con grande estruendo, y los elementos ardiendo serán desechos, y la tierra y las obras que en ella hay serán quemadas. Puesto que todas estas cosas han de ser desechas, ¡cómo no debéis vosotros andar en santa y piadosa manera de vivir, esperando y apresurándoos para la venida del día de Dios.” (1 Pedro 3:10-12).
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