- 1.700 cadáveres han pasado por la morgue de Tucson en los últimos 10 años
- En lo que va de año han llegado a la morgue 171 cadáveres
- Los coyotes se llevan a la gente a terrenos cada vez más abruptos e inhóspitos
- 'Si levantan un muro de doce metros, saltarán con una escalera de catorce
Huele a polvo del desierto en la morgue de Tucson. Y huele también a muerte bajo el calor infernal, a pesar de los gigantescos congeladores que intentan evitar la putrefacción de los 200 cuerpos sin vida, muchos de ellos “aparecidos” en los inmensos pedregales de Arizona.
"Nuestro oficio es trágico", reconoce el médico forense Bruce Parks, que previene al visitante contra el nauseabundo olor que despide el contenedor metálico, donde se apilan las bolsas blancas con los restos mortales... "Pero más trágico aún es tener que deshacerte de los cadáveres con un simple número colgando, porque no hemos logrado siquiera ponerles un nombre".
Más de 1.700 cadáveres del desierto han pasado por la morgue de Tucson en la última década, y algo más de un millar han podido ser identificados gracias a la labor del doctor Parks y su equipo. El año del 2007 (218 cadáveres) sigue marcado en rojo como el más mortífero. Apenas dos años duró la tregua: las muertes han vuelto a dispararse este verano, en pleno debate sobre la inmigración ilegal.
"Llevamos ya 171 cuerpos este año", certifica el doctor Parks. "Creíamos que había pasado lo peor, pero el mes de julio ha sido muy intenso: en un sólo día nos llegaron siete cadáveres". Tal fue la avalancha que el forense del condado de Pima tuvo que pedir que le mandaran un 'trailer' con una cámara frigorífica de emergencia.
"Es cierto que este verano han aparecido bastantes esqueletos, pero la gran mayoría son muertes recientes de menos de diez días, causadas sobre todo por la ola de calor. Nos llegan también muertos en accidente de tráfico, algún homicidio, y suicidios... Nunca olvidaré el caso de un joven que tenía todo el cuerpo lleno de cortes, como si hubiera intentado desangrarse. El calor lo mató antes".
Parks procura mantener una distancia profesional y ceñirse fríamente a su cometido: determinar la causa de la muerte e intentar identificar a las víctimas. Un tatuaje, una funda dental, una pulsera, una lista de teléfonos, una estampa de la Virgen de Guadalupe, la foto de un familiar..."Cualquier pequeña pista puede ser suficiente. Estamos muy en contacto con el consulado mexicano, cotejamos las listas de desaparecidos, recibimos información de las organizaciones humanitarias que trabajan en la frontera. Pero muchas veces pasan los meses y no hay manera de avanzar".
Una habitación de la morgue está reservada a las "pertenencias" más o menos anónimas de los que se dejaron la vida en el intento, todas ellasguardadas pulcramente en bolsas de plástico y clasificadas en armarios metálicos por años. En una estancia contigua, el antropólogo forense Bruce Anderson intenta reconstruir la historia de los fallecidos a partir de un cráneo, de un fémur o de unas costillas. Son casi siempre gente de talla corta, muchos de ellos indígenas, con el estigma de la pobreza escrito en sus huesos.
"No es mi labor intentar determinar por qué ocurren estas muertes, pero es muy fácil llegar a una conclusión", apunta el doctor Parks. "Se han levantado vallas metálicas y se ha extremado la vigilancia en las poblaciones de la frontera. Los coyotes se llevan a la gente a terrenos cada vez más abruptos e inhóspitos. Se juegan la vida para llegar a este lado".
'Y seguirán cruzando la frontera'
Nacido en Nebraska, pero crecido junto al paso fronterizo de Nogales y casado con una mujer de sangre hispana, Parks se apunta al debate sobre la inmigración desde la experiencia (sangrante) que le da la cercanía: "Y seguirán cruzando la frontera, mientras la situación no mejore al otro lado. Y será imposible sellarla por completo: si levantan un muro de doce metros, saltarán con una escalera de catorce".
Poco o nada puede hacer Parks para prevenir la tragedia; le basta con recalcar que 44 de los 59 cuerpos sin vida que llegaron a la morgue de Tucson fueron encontrados en el "corredor de la muerte" de la "nación" de los Tohono O’odham, la segunda mayor reserva india de Estados Unidos. Por allí, en esa franja fronteriza de 110 kilómetros, se adentran de noche decenas de indocumentados, con tres o cuatro días de travesía pura y dura del desierto, hasta llegar a la primera vereda...
Puntos de agua en el desierto
"Estamos intentando llevar al menos bidones de agua a la reserva para intentar paliar la situación, pero no hemos podido llegar a un acuerdo con los responsables de la tribu", se lamenta Sofía Gómez, al frente de Humane Borders/Fronteras Compasivas. "En otros lugares próximos a la frontera mantenemos desde hace años varios puntos de agua, aunque cada vez son más frecuentes los actos de vandalismo, en medio de este clima que se ha creado contra los inmigrantes".
'¿Quién no quiere una frontera segura?'
"¿Quién no quiere una frontera segura?", se pregunta Sofía Gómez. "Yo creo que nadie cuestiona eso, pero lo lamentable es que hayamos dejado de lado el factor humano. Todos los veranos asistimos a una tremenda tragedia en el desierto de Arizona. Hace cinco años, el aumento de las muertes provocó un intenso debate. Ahora parece que nadie se da por enterado".
Margaret Regan, autora de 'La muerte de Josseline: historias de inmigración en la frontera de Arizona y México', está sin embargoempeñada en que nadie se olvide de sus nombres y de las brutales circunstancias en las que desaparecieron: María Julieta Lorenzo-García, 23 años, muerta de un "golpe de calor" a las pocas horas de saltar la frontera junto a su marido, Sixto; Manuel Vargas Zaldívar, 36 años, hondureño, fallecido de insolación en la reserva india de la frontera cuando regresaba a EEUU para reunirse con sus cuatro hijos; Elvira Brambila Vallejo, 44 años, muerta de un ataque de peritonitis tras ser lanzada desde la furgoneta por los coyotes, en compañía de su hijo de 14 años...
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