miércoles, 13 de enero de 2016

Tú has rechazado el conocimiento, yo también te rechazaré para que no seas mi sacerdote; como has olvidado la ley de tu Dios, yo también me olvidaré de tus hijo

RECUERDA Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6




Historia de la Iglesia: I
La iglesia antigua
Desde los inicios del cristianismo hasta que Constantino les puso fin a las persecuciones (Edicto de Milán, año 313). Fue un período formativo que marcó pauta para toda la historia de la iglesia, pues hasta el día de hoy seguimos viviendo bajo el influjo de algunas de las decisiones que se tomaron entonces.

El cristianismo surgió en un mundo que tenía ya sus propias religiones, sus culturas y sus estructuras políticas y sociales.
Para entender la historia del cristianismo, hay que saber algo acerca de ese trasfondo en el que la nueva fe se abrió camino y fue estructurando su vida y sus doctrinas.

El trasfondo más inmediato de la naciente iglesia fue el judaísmo —primero el judaísmo de Palestina, y luego el que existía fuera de la Tierra Santa.

El judaísmo de Palestina no era ya el que conocemos a través de los libros del Antiguo Testamento. Más de trescientos años antes de Cristo, Alejandro Magno (o Alejandro el Grande) había creado un vasto imperio que se extendía desde Grecia hasta Egipto y hasta las fronteras de la India, y que por tanto incluía toda la Palestina. Una de las consecuencias de esas conquistas fue el «helenismo», nombre que se le da a la tendencia de combinar la cultura griega que Alejandro había traído con las antiguas culturas de cada una de las tierras conquistadas.

A la muerte de Alejandro, algunos de su sucesores quedaron como dueños de Siria y Palestina. Contra ellos se rebelaron los judíos bajo la dirección de los Macabeos, y lograron un breve período de independencia, hasta que los romanos conquistaron el país en el año 63 a.C. Por tanto, cuando Jesús nació Palestina era parte del Imperio Romano.

Este judaísmo de Palestina no era todo igual, sino que había en él diferentes partidos y posturas religiosas. Entre ellos se destacan los zelotes, los fariseos, los saduceos y los esenios. Estos grupos diferían en cuanto al modo en que se debía servir a Dios, y también en sus posturas frente al Imperio Romano. Pero todos concordaban en que hay un solo Dios, que ese Dios requiere cierta conducta de su pueblo, y que algún día ese Dios cumplirá sus promesas a ese pueblo.

Fuera de Palestina, el judaísmo contaba con fuertes contingentes en Egipto, Asia Menor, Roma y hasta los territorios de la antigua Babilonia. Esto es la llamada «Dispersión» o «Diáspora». El judaísmo de la Diáspora daba señales del impacto de las culturas circundantes. En el Imperio Romano, esto se manifestaba en el uso de la lengua griega —la lengua más generalizada en el mundo helenista— por encima del hebreo o del arameo —la lengua más usada en la parte de la Diáspora que se extendía hacia Babilonia. 

Fue por eso que en la Diáspora —en Egipto— el Antiguo Testamento se tradujo al griego. Esa traducción se llama la «Septuaginta», y fue la Biblia que los cristianos de habla griega usaron por mucho tiempo. También en Egipto vivió el judío helenista Filón de Alejandría, que trató de combinar la filosofía griega con el judaísmo, y fue por tanto precursor de los muchos teólogos cristianos que trataron de hacer lo mismo con el cristianismo.

Empero desde bien temprano la iglesia comenzó a abrirse camino más allá de los límites del judaísmo, hasta tal punto que pronto se volvió una iglesia mayormente de gentiles. Para entender ese proceso, hay que saber algo del ambiente político y cultural de la época.

En lo político, toda la cuenca del Mediterráneo era parte del Imperio Romano, que le había dado unidad a la región. En cierto modo, esa unidad política facilitó la expansión del cristianismo. Pero esa unidad se basaba también en el sincretismo, en que florecía toda clase de religión y de mezcla de religiones, y que fue una de las peores amenazas al cristianismo. Y esa unidad política se basaba también en el culto al emperador, que fue una de las causas de la persecución contra los cristianos.

En el campo de la filosofía, predominaban las ideas de Platón y de su maestro Sócrates, que hablaban de la inmortalidad del alma y de un mundo invisible y puramente racional, más perfecto y permanente que este mundo de «apariencias».
Además, el estoicismo, doctrina filosófica que proponía altos valores morales, había alcanzado gran auge.
Dentro de ese marco, la nueva fe se fue abriendo camino, pero al mismo tiempo se fue definiendo a sí misma.
Aparte los libros del Nuevo Testamento, los escritos cristianos más antiguos que se conservan son los de los llamados «Padres apostólicos». Es a través de estas cartas, sermones y tratados que sabemos algo acerca de la vida y enseñanzas de los cristianos de la época.
La primera y más importante tarea del cristianismo fue definir su propia naturaleza ante el judaísmo del cual surgió. Como se ve en el Nuevo Testamento, buena parte del contexto en que tuvo lugar esa definición fue la misión a los gentiles.

Esta es una historia que conocemos principalmente por el Nuevo Testamento. Allí vemos, especialmente en las cartas de Pablo y en el libro de Hechos, el reflejo de las difíciles decisiones que la iglesia tuvo que hacer en sus primeras décadas. ¿Sería el cristianismo una nueva secta dentro del judaísmo? ¿Se abriría a los gentiles? ¿Cuánto del judaísmo tendrían que aceptar los gentiles conversos? Tales fueron las preguntas que dominaron la vida de la iglesia en sus primeras décadas.

Pronto el cristianismo tuvo sus primeros conflictos con el estado…. Esos conflictos con el estado produjeron mártires y «apologistas». Los primeros sellaron su testimonio con su sangre.

En el libro de Hechos, cuando se persigue a los cristianos, quienes lo hacen son generalmente los jefes religiosos entre los judíos. Lo que es más, en varias ocasiones las autoridades del Imperio intervienen para detener un motín, y salvan así de dificultades a los cristianos.

Pronto, sin embargo, las cosas comenzaron a cambiar, y fue el Imperio el que empezó a perseguir a los cristianos. En el siglo primero, las peores persecuciones tuvieron lugar bajo Nerón (emperador del 54 al 68) y Domiciano (81–96). Aunque cruentas, parece que estas persecuciones fueron relativamente locales.

En el siglo II la persecución se fue haciendo más general, aunque en términos generales se siguió la política de Trajano (98–117), de castigar a los cristianos si alguien los delataba, pero no emplear los recursos del estado para buscarlos. 

Por ello, la persecución fue esporádica, y dependía en mucho de circunstancias locales. Entre los mártires del siglo II se cuentan Ignacio de Antioquía, de quien tenemos siete cartas, Policarpo de Esmirna, de cuyo martirio se conserva un relato bastante fidedigno, y los mártires de Lión y Viena, en la Galia.

En el siglo III, aunque con largos intervalos de relativa tranquilidad, la persecución fue arreciando. El emperador Septimio Severo (193–211) siguió una política sincretista, y decretó la pena de muerte a quien se convirtiera a religiones exclusivistas como el judaísmo o el cristianismo. 

Bajo él sufrieron el martirio Perpetua y Felicidad. Decio (249–251) ordenó que todos sacrificaran ante los dioses, y que se expidieran certificados al respecto. Los cristianos que se negaran a ello debían ser tratados como criminales. Valeriano (253–260) siguió una política semejante.

Empero la peor persecución vino bajo Diocleciano (284–305) y sus sucesores inmediatos. Primero se expulsó a los cristianos de las legiones romanas. Luego se ordenó la destrucción de sus edificios y libros sagrados. Por último la persecución se hizo general, y se comenzó a practicar contra los cristianos toda clase de torturas y suplicios.

A la muerte de Diocleciano, algunos de sus sucesores continuaron la misma política, hasta que dos de ellos, Constantino (306–337) y Licinio (307–323) le pusieron fin a la persecución mediante el llamado «Edicto de Milán» (año 313).
Fue dentro de ese contexto que la nueva fe tuvo que determinar su relación con la cultura que le rodeaba, así como con las instituciones políticas y sociales que eran expresión y apoyo de esa cultura. Los apologistas trataron de defender la fe cristiana frente a las acusaciones de que era objeto. (Y algunos, como Justino, fueron primero apologistas y a la postre mártires.) Fue en ese intento de defender la fe que se produjeron algunas de las primeras obras teológicas del cristianismo.

En cierta medida, las persecuciones se basaban en una serie de rumores y opiniones que circulaban en torno a los cristianos. De ellos se decía, por ejemplo, que practicaban varias formas de inmoralidad. Y se decía también que su doctrina carecía de sentido, y que era propia de gente que no pensaba.

En respuesta a esto, los apologistas escribieron una serie de obras con el doble propósito de desmentir los falsos rumores en cuanto a las prácticas cristianas, y de mostrar que el cristianismo no era una sinrazón. Luego, la tarea principal que los apologistas se impusieron fue aclarar la relación entre la fe cristiana y la antigua cultura grecorromana.

Algunos de los apologistas adoptaron hacia esa cultura una actitud francamente hostil. Su defensa del cristianismo consistía principalmente en mostrar que la cultura supuestamente superior del mundo grecorromano no lo era en realidad. El principal apologista que tomó esta postura fue Taciano.

Otros adoptaron la postura contraria. En lugar de atacar la cultura pagana, sostuvieron que esa cultura tenía ciertos valores, pero que esos valores le venían del cristianismo, o al menos del judaísmo. 

Así, un argumento común fue que, puesto que Moisés fue antes de Platón, todo lo bueno que Platón dijo lo aprendió de Moisés.

Pero el argumento más poderoso, y el que a la postre hizo fuerte impacto en la teología cristiana, fue el de Justino con respecto al «Logos» o Verbo de Dios. Justino fue el más grande de los apologistas del siglo II, y a la postre selló su propia fe con su sangre —por lo que se le conoce como «Justino Mártir». 

Según él, como dice el Evangelio de Juan, el Verbo o Logos de Dios alumbra a todos lo que vienen al mundo —inclusive los que vinieron antes de la encarnación del Verbo en Jesús. Por tanto, toda luz que cualquier persona tenga o haya tenido la recibe del mismo Verbo que los cristianos conocen en Jesucristo. De ese modo, Justino podía aceptar cualquier cosa de valor que encontrara en la cultura y filosofía paganas, y añadirla a su entendimiento de la fe. 

A través de los siglos, esta doctrina del Logos como fuente de toda verdad, doquiera ésta se encuentre, ha hecho fuerte impacto en la teología cristiana, y en el modo en que algunos cristianos se han relacionado con la cultura circundante.
Pero había además otros retos a la fe: lo que la mayoría de los cristianos llamó «herejías» —es decir, doctrinas que hacían peligrar el centro mismo del mensaje cristiano.

El crecimiento de la iglesia trajo a su seno personas con toda clase de trasfondo religioso, y esto a su vez dio lugar a diversas interpretaciones del cristianismo. Aunque en la iglesia había existido siempre cierta diversidad teológica, pronto se vio que algunas de esas interpretaciones tergiversaban la fe de tal modo que parecían amenazar el centro mismo del mensaje cristiano. A esas doctrinas se les dio el nombre de «herejías».

La principal de esas herejías fue el gnosticismo. Este era todo un conglomerado de ideas y escuelas que diferían en muchos puntos, pero que tenían otros elementos comunes. Entre esos elementos comunes se contaban: Primero, una actitud negativa hacia el mundo material, de modo que la «salvación» consistía en escapar de la materia. 

Segundo, la idea de que esa salvación se lograba mediante un conocimiento o «gaosis» especial, mediante el cual el creyente podía escapar de este mundo y ascender al espiritual. Es por razón de esa «gnosis» que se le llama «gnosticismo».

No todos los gnósticos eran cristianos. Pero entre los cristianos el gnosticismo amenazaba la fe en varios puntos fundamentales: negaba la creación, que dice que este mundo es la buena obra de Dios; negaba la encarnación, que dice que Dios mismo se hizo carne física (esta doctrina, que Jesús no tenía cuerpo verdadero como el nuestro, es lo que se llama «docetismo»); y negaba la resurrección final, que dice que en la vida eterna tendremos cuerpos.

La otra «herejía» que le presentó un grave reto al cristianismo fue la doctrina de Marción. Al igual que los gnósticos, Marción negaba que un Dios bueno pudiera haber hecho este mundo material. Por ello decía que el Dios del Antiguo Testamento no era el Padre de Jesús, sino un ser inferior. 

Decía además que mientras Jehová es vengativo y cruel, el verdadero y supremo Dios es amante y perdonador. A diferencia de los gnósticos, que no fundaron iglesias, Marción fundó una iglesia marcionita. Además, puesto que rechazaba el Antiguo Testamento, hizo una lista de libros que él consideraba inspirados. Aunque difería mucho de nuestro Nuevo Testamento actual, ésta fue la primera lista de libros del Nuevo Testamento.

Fue principalmente en respuesta a esas herejías que surgieron el canon (o lista de libros) del Nuevo Testamento, el credo llamado «de los apóstoles», y la doctrina de la sucesión apostólica.

Aunque desde antes la iglesia había utilizado los evangelios y las cartas de Pablo, lo que le llevó definitivamente a insistir en que ciertos libros cristianos eran Escritura y otros no, fue el reto de las herejías. Frente a los herejes que proponían sus propias escrituras, o sus propias listas de libros, la iglesia empezó a determinar cuáles libros eran parte de las Escrituras cristianas, y cuáles no.

Al mismo tiempo y por las mismas causas, apareció en Roma el llamado «símbolo romano». Este era una confesión de fe que después evolucionó hasta formar lo que hoy llamamos «Credo de los Apóstoles». Está claro que el propósito de ese credo es rechazar las doctrinas de los gnósticos y de Marción.

Por último, la iglesia respondió señalando a las líneas ininterrumpidas de líderes en las principales iglesias —líneas que se remontaban hasta los apóstoles mismos. Este es el origen de la «sucesión apostólica», cuyo sentido original no era exactamente el mismo que se le dio después.

Todos estos elementos produjeron una iglesia más organizada, y con doctrinas y prácticas más definidas. Esto es lo que algunos historiadores llaman «la iglesia católica antigua».

Tras los apologistas vinieron los primeros grandes maestros de la fe —personas tales como Ireneo, Tertuliano, Clemente de Alejandría, Orígenes y Cipriano. Estos escribieron obras cuyo impacto se deja ver todavía.

Ireneo, Tertuliano y Clemente vivieron hacia fines del siglo II y principios del III.

Ireneo era oriundo de Esmirna, en Asia Menor, pero la mayor parte de su vida la pasó en Lión, en lo que hoy es Francia. Era pastor, y consideraba que su tarea como teólogo consistía en fortalecer a su grey, sobre todo contra las herejías. 

Su teología no pretende ser original, sino que trata de afírmar lo que él aprendió de sus maestros. Precisamente por eso hay hoy un nuevo interés en él, pues sus escritos nos ayudan a conocer la más antigua teología cristiana.

Tertuliano vivió en Cartago, en el norte de Africa. Sus inclinaciones eran principalmente legales. Escribió en defensa de la fe contra los paganos, y también contra varias herejías. Fue quien primero empleó la fórmula «una substancia, tres personas» para referirse a la Trinidad, y también quien primero habló de la encarnación en términos de «una persona, dos substancias».

Clemente de Alejandría siguió las líneas trazadas por Justino, buscando conexiones entre la fe y la filosofía griega. En esto le siguió Orígenes, a principios del siglo III. Orígenes fue un escritor prolífico, dado a las especulaciones filosóficas. 

Aunque después de su muerte muchas de sus doctrinas más extremas fueron rechazadas y condenadas por la iglesia, por largo tiempo la inmensa mayoría de los teólogos de habla griega fueron de un modo u otro sus seguidores.

Cipriano era obispo de Cartago (donde antes había vivido Tertuliano) cuando estalló la persecución de Decio (año 249). Cipriano huyó y se escondió, con el propósito de poder continuar dirigiendo la vida de la iglesia desde su escondite. Cuando pasó la persecución algunos le echaron en cara el haber huido. Después murió como mártir en otra persecución (258). 

Por todo esto, la principal cuestión que Cipriano discutió fue la de los «caídos», es decir, quienes habían abandonado la fe en tiempos de persecución y después deseaban volver al seno de la iglesia. Además, en parte por otras razones, tuvo conflictos con el obispo de Roma. En la discusión que surgió de todo esto, Cipriano expuso sus ideas sobre la naturaleza y el gobierno de la iglesia.

Por la misma época también se discutía en Roma la cuestión de la restauración de los caídos. La figura más importante en esa discusión fue Novaciano, quien también escribió sobre la Trinidad.
Por último, es importante señalar que, a pesar de la escasez de documentos, es posible saber algo acerca de la vida y el culto cristiano durante estos primeros años.
Durante todo este período el acto central del culto cristiano era la comunión. Esta era gozosa, pues era una celebración de la resurrección y un anticipo del retorno de Jesús. Por eso, para celebrar la resurrección, era que el culto se celebraba el domingo, día de la resurrección del Señor. 

Además, como anticipo del gran banquete celestial, la comunión era originalmente toda una cena. Después, por diversas razones, se limitó al pan y al vino. Además, pronto surgió la costumbre de celebrar el culto junto a las tumbas de los mártires y otros cristianos fallecidos, en lugares tales como las catacumbas de Roma.

Parece que al principio diversas iglesias tuvieron distintas formas de gobierno, y que los títulos de «presbítero» y «obispo» eran semejantes. Pero ya a fines del siglo II se había establecido el sistema de tres niveles de ministros: diáconos, presbíteros y obispos. Además, había ministerios específicos para las mujeres, especialmente dentro del monaquismo.
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martes, 12 de enero de 2016

Aprender a ser administradores de lo que Dios no ha dado

RECUERDA Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6




Renunciar para Crecer
El principio
de la renuncia
Uno de los primeros paradigmas que debemos cambiar en nuestra vida es la forma en la que nos vemos a nosotros mismos en relación a las cosas que nos rodean. Para eso, es importante contestar a la pregunta filosófica de: 
«¿Por qué existimos y cuál es nuestra tarea en el mundo?»

Obviamente, esa pregunta es demasiado grande para un libro tan pequeño como este. Sin embargo, en cuanto al área de manejo económico, es interesante que de las tres religiones más extensas del mundo (la del pueblo cristiano, judío y musulmán), todas tienen la misma respuesta para esta pregunta: existe un Creador y nosotros, Sus criaturas, hemos sido colocados en este mundo para administrarlo.

Sea uno religioso o no, lo interesante del estudio de religiones comparadas es descubrir que este principio de la renuncia se encuentra tejido en nuestra humanidad como una fibra que tenemos en común más allá de las culturas y trasfondos sociales. 

Este, realmente, es un principio con «P» mayúscula. El primer principio «P» para la economía universal: debemos renunciar a la actitud de ser dueños de lo que poseemos y comenzar a actuar como administradores (o, en el mundo de los negocios, nos llamaríamos gerentes).

A lo largo de los años se ha notado que la capacidad de una determinada persona para verse a sí misma como «Administrador», «Gerente» o «Mayordomo» de las cosas que posee es determinante en el proceso de tomar las decisiones adecuadas para alcanzar la prosperidad integral.

Cuando aplicamos este principio a nuestra vida diaria, nos damos cuenta que a cada uno de nosotros se nos ha encomendado una cierta cantidad de días para vivir, una cierta cantidad de amigos y familia que atender, y un determinado número de bienes materiales (sean pocos o muchos) que debemos administrar.

Comentemos la historia de Roberto. Él vive en la ciudad B y lo han elegido gerente general de una cadena de supermercados. Esta empresa tiene más de 50 negocios en todo el país. Al llegar el fin de año Roberto nota que uno de los supermercados situados en B no está andando bien. Viene trayendo pérdidas por los últimos tres años y a pesar de los esfuerzos hechos para reavivar el negocio en esa zona de la ciudad, este año ha cerrado con pérdidas nuevamente. 

Entonces, ¿Qué es lo que debe hacer Roberto como gerente de esa cadena de supermercados? Probablemente debe cerrar ese negocio con problemas y estudiar la posibilidad de abrir otro en alguna otra parte.

Por otro lado está Federico. Vive en la ciudad A. Tiene una tienda que fundó su abuelo. El abuelo se la dio en heredad a su padre y su padre se la pasó en herencia a él. El problema es que en los últimos tres años el negocio no ha andado muy bien. El año pasado dio serias pérdidas y este año no anda nada mejor.

La pregunta clave, ahora, es: ¿A quién le va a costar más, emocionalmente, cerrar el negocio? ¿A Roberto o a Federico?

Si bien Roberto debe manejar una suma millonaria de dinero para cerrar el supermercado que no va muy bien en la ciudad B, seguramente el que va a sufrir más en el proceso va a ser Federico.

¿Por qué?
Porque Roberto es simplemente un gerente, un administrador de una cadena de negocios; pero Federico es dueño.

Esa es la gran diferencia entre ser dueños y ser administradores. 

El principio «P» indica que nosotros tenemos que aprender a ser administradores. 

Sin embargo, lamentablemente, la mayoría de la gente del mundo se ven a sí mismas como dueñas.

El dueño está emocionalmente apegado a sus posesiones. El administrador está emocionalmente desprendido de las cosas materiales que maneja.

El dueño tiene dificultad en tomar las decisiones difíciles que se necesitan tomar y, muchas veces, las toma demasiado tarde. El administrador sabe que las posesiones que maneja no son suyas y, por lo tanto, despegado de las emociones, puede tomar las decisiones difíciles fríamente y a tiempo.

Esta, a veces, es la diferencia entre la vida y la muerte económica.

Daniela y Juan Carlos viven en la ciudad C. Ahora son excelentes administradores de sus posesiones, pero cuando los encontramos por primera vez, estaban con una deuda encima que llegaba a los 135 mil dólares. Ambos tenían excelentes trabajos y ganaban muy bien. Pero se encontraban simplemente inundados por la cantidad de pagos mensuales a los diferentes prestamistas con quienes habían hecho negocios.

Cuando ellos terminaron el primer análisis de su economía familiar, Juan Carlos se dio cuenta de que si vendían la excelente casa en la que vivían, podrían pagar una buena parte de sus deudas y, de esa manera, podrían «respirar» mejor a fin de mes. 

Con el tiempo, y después de alquilar en algún barrio más barato por algunos años, podrían tratar de volver a comprar otra casa.

Nos dimos cuenta de lo mismo, pero, por lo general, no le decimos a la gente lo que tiene que hacer. De todos modos, después de tantos años de consejería personal, ya nos hemos dado cuenta de que la gente siempre hace lo que quiere, ¡y no lo que uno le aconseja!

Sin embargo, y a pesar de no haber abierto la boca, Daniela miró hacia nosotros y nos apuntó con el dedo diciendo: «Andrés: ¡la casa no! Cualquier cosa, menos la casa.»

Nosotros, por supuesto, tratamos de calmarla y de decirle que decisiones como esas se debían pensar un poco y que quizás con el correr de los días encontrarían otra salida creativa a su situación.

El problema real que tenía Daniela no eran los 135 mil dólares que tenía que pagar. Esa era simplemente la manifestación de otros problemas más profundos en su carácter. Era el «efecto» de una «causa» que no se manifestaba a simple vista. Sin embargo, el problema más importante que Daniela tenía frente a ella era su actitud. ¡Y ni siquiera lo sabía!

Daniela estaba emocionalmente apegada a su propiedad. Se sentía dueña, no administradora. Eso, por un lado, no le permitía colocar todas y cada una de las cartas disponibles en la mesa para tomar una decisión acertada; y por el otro, confiaba en el «techo familiar» para que le proveyera de una falsa sensación de seguridad cuando, en realidad, la casa no era de ella: era del banco con el que la tenía hipotecada y hasta que no pagara el cien por ciento de su hipoteca, la casa, realmente, ¡ni siquiera le pertenecía!

Con el correr de los meses, nuestros amigos de C hicieron un cambio significativo en su actitud con respecto a las finanzas. Todavía guardo un mensaje electrónico de Daniela en nuestra computadora que dice: «Andrés: yo sé que no está bien que tengamos tantas deudas. Juan Carlos y yo hemos decidido que vamos a salir de ellas. Cueste lo que nos cueste … ¡aunque tengamos que vender la casa!»

Ese día supimos que ellos iban a salir de sus aprietos económicos.

Un año después del primer incidente nos encontramos nuevamente y ellos nos contaron cómo habían podido re-arreglar sus deudas y como habían recibido trabajos extras inesperados que les permitieron pagar, el primer año solamente, ¡65 mil dólares en deudas acumuladas!

Nosotros creemos que el desprendernos emocionalmente de las cosas materiales que tenemos es el primer paso en la dirección correcta para disfrutar de lo que hemos llamado  la «prosperidad integral».
Para poner en práctica
Ahora que hemos entendido este primer principio «P» debemos comenzar hoy mismo a desprendernos emocionalmente de las cosas que tenemos, para comenzar a vernos como administradores de estas posesiones.
Si eres un joven o señorita y no tienes una pareja, entonces, haz una lista de todas las cosas que tienes y en la parte superior de la hoja escribe: «Administrador/a general de la vida-Lista de cosas que me tocan administrar».

Por otro lado, si ya tienes pareja, pídele que lea este primer capítulo y hagan juntos este ejercicio:
1.   Escribe en la planilla que tienes a continuación el nombre de las habitaciones de tu casa. Coloca debajo, a grandes rasgos, las cosas que tienes dentro de cada habitación.
Por ejemplo:
Nombre de la habitación: Cuarto de los niños
Detalle:
     2 camas
     1 silla
     1 cómoda
     ropa
     juguetes
2.     Al terminar con cada habitación (o con toda la casa) haz lo siguiente:
Te recomendamos que, luego de llenar el formulario, lo tomes en tu mano y te prometas individualmente o le prometas a tu pareja que a partir del día de hoy cambiarán su paradigma económico. Ahora serán gerentes, administradores de estos bienes que no son suyos, sino que son bienes de la vida. A partir de hoy, prometen desengancharse emocionalmente de sus posesiones personales y van a comenzar a tomar decisiones financieras con la «cabeza fría» de un gerente.
Administrador/a general de la vida
Lista de cosas que me toca administrar:
Formulario de renuncia
Nombre de la habitación:___________________________________
Detalle:
Nombre de la habitación:___________________________________
Detalle:
Nombre de la habitación:___________________________________
Detalle:
Nombre de la habitación:___________________________________
Detalle:
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lunes, 11 de enero de 2016

GOZAOS POR CUANTO SOIS PARTICIPANTES DE LOS PADECIMIENTOS DE CRISTO, PARA QUE TAMBIEN EN LA REVELACION DE SU GLORIA OS GOCEIS CON GRAN ALEGRIA

RECUERDA Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6




Nos preparamos para enseñar en la Congregación
No avergonzarse
2Timoteo 1:6-10




No te  Avergüences

¿Avergonzado?


2 Timoteo 1:6–10

Timoteo tenía un lugar único en el círculo de colegas del apóstol Pablo. En Filipenses 2:19–22 el apóstol escribió diciendo de él: “pues a ninguno tengo del mismo ánimo, y que tan sinceramente se interese por vosotros. Porque todos buscan lo suyo propio, no lo que es de Cristo Jesús. 

Pero ya conocéis los méritos de él, que como hijo a padre ha servido conmigo en el evangelio” (compare 1 Corintios 4:17, Romanos 16:21, 1 Tesalonicenses 3:2). Pablo le había confiado misiones importantes y delicadas en Tesalónica y Corinto (1 Tesalonicenses 3:1 ss, 1 Corintios 4:17). 

Cuando escribió esta carta, lo había dejado en la estratégica pero difícil ciudad de Efeso para continuar el ministerio (1 Timoteo 1:3–4).

Sus responsabilidades en Efeso eran grandes y especiales porque debía detener la enseñanza de falsas doctrinas, seleccionar ancianos y diáconos calificados y poner en orden los cultos de adoración. 

También tenía que normalizar la ayuda para las viudas y enseñar fielmente la sana doctrina. Necesitaba dar ejemplo de espiritualidad y ética moral. Además, era de esperarse que tuviera mayores responsabilidades en el futuro, porque Pablo presentía que su muerte estaba cerca. El apóstol confiaba a Timoteo (y a otros) la responsabilidad de mantener la doctrina que él había enseñado y defendido por tantos años.

¿Le ha pedido Dios a usted algo difícil? ¿Se siente débil, e incapaz de servir al Señor? ¿Es líder en su iglesia? ¿ Es pastor de una congregación como la de Efeso que tiene muchas necesidades? ¿Quiere Dios que usted testifique de Cristo en su trabajo o en la escuela? ¿Le parece imposible? También Timoteo sentía que era incapaz de realizar esa obra.

Pablo reconocía las debilidades de Timoteo y sabía que era relativamente joven, según se expresa en 1 Timoteo 4:12 y 2 Timoteo 2:22. Aunque no se sabe con seguridad su edad, posiblemente tendría unos 35 años. 

En la sociedad judía, se acostumbraba que los líderes fueran hombres de mayor edad. Timoteo era todavía joven para tener la gran responsabilidad de ser pastor en una congregación compuesta en parte por personas mayores que él.



TIMOTEO
                        SUS CUALIDADES: 
                                                        EXPERIMENTADO, CONFIABLE, NOBLE

                        SUS DEBILIDADES: 
                                                        JOVEN, ENFERMO, TIMIDO


Además, Pablo menciona las “frecuentes enfermedades” de Timoteo (1 Timoteo 5:23). Es posible que la sobrecarga de trabajo y el estrés de los problemas en la iglesia agudizaran su debilidad física natural. El malestar le hacía más difícil su ministerio. 

Pablo también experimentaba aflicciones físicas y había orado intensamente para que Dios le quitara el “aguijón en la carne”. Pero el Señor no lo había sanado, sino que le enseñó una grande lección que Timoteo necesitaba aprender así como nosotros:


  Bástate mi gracia; porque mi poder se perfecciona en la debilidad. Por tanto, de buena gana me gloriaré más bien en mis debilidades, para que repose sobre mí el poder de Cristo. Por lo cual, por amor a Cristo me gozo en las debilidades, en afrentas, en necesidades, en persecuciones, en angustias; porque cuando soy débil, entonces soy fuerte (2 Corintios 12:9–10).


La Biblia enseña que no siempre es la voluntad de Dios que el cristiano sea sanado de sus enfermedades. El Señor usa esas experiencias para enseñarnos a depender de él y para que otros observen que él sostiene al creyente con su gracia y poder.
Además de la debilidad física de Timoteo, Pablo reconocía en su compañero una personalidad tímida. 

Cuando Pablo lo envió a Corinto, pidió a los Corintios que lo recibieran con tranquilidad y que nadie lo tuviera en poco (1 Corintios 16:10–11). En esta última carta a Timoteo, el apóstol lo exhorta algunas veces a que no tenga miedo y que enfrente las aflicciones. Al igual que Moisés, Timoteo no estaba muy dispuesto a aceptar todos los peligros y dificultades que podría enfrentar en su ministerio. El mensaje de 2 Timoteo debe fortalecer a todo cristiano que teme no poder cumplir con la voluntad de Dios.

Es saludable que el creyente se dé cuenta de las áreas de debilidad o desventaja que tiene. Así puede ser más consciente de su dependencia del Señor en estos aspectos y buscará en la Palabra de Dios la manera de fortalecerlas. ¿Ha experimentado usted lo que Pablo decía “cuando soy débil, entonces soy fuerte”? (2 Corintios 12:10). Esto sucedió porque necesitaba confiar más en el poder divino.

También, es bueno reconocer las capacidades y talentos más fuertes que tenemos, porque es muy posible que debamos usarlos especialmente para servir al Señor.

PARA REFLEXIONAR

 ¿Cuántas veces se encuentra la palabra “avergonzarse” en el primer capítulo de esta carta? 
¿A quién se refiere en cada caso? 
¿Puede recordar una experiencia personal en que usted se avergonzó de dar testimonio del evangelio? 
¿Por qué piensa que sintió vergüenza? 

Buscar en 2Timoteo 1:5–9 varios factores que ayudan a quitar cualquier sentimiento de pena. 

¿Cuáles son los valores que deben sustituir a la cobardía en la vida del creyente? ¿Por qué piensa usted que cada una de esas cualidades suprime el temor?

A menudo, el apóstol Pablo revelaba el énfasis de su enseñanza repitiendo una palabra o una idea varias veces porque sabía que la repetición llama la atención del lector. Tres veces en el capítulo 1 Pablo habla de no avergonzarse. En el versículo 8 es un mandato para Timoteo. En el 12, Pablo comparte su testimonio personal como ejemplo a su discípulo y a nosotros. En el versículo 16, Onesíforo es el segundo ejemplo de un creyente que no se avergonzaba.

Recordamos que antes de su primer viaje a Roma, el apóstol afirmó con emoción: “Así que, en cuanto a mi, pronto estoy a anunciaros el evangelio también a vosotros que estáis en Roma. Porque no me avergüenzo del evangelio, porque es poder de Dios para salvación a todo aquel que cree; al judío primeramente, y también al griego” (Romanos 1:15–16). Pablo no acusa a Timoteo de haberse avergonzado, pero observa en él cierta timidez que tal vez le dificultara el hacer todo lo necesario en su ministerio en Efeso.

En 2Timoteo1:8, se señalan dos posibles motivos de vergüenza por parte de Timoteo:
1) la vergüenza “de dar testimonio de nuestro Señor” y
2) La que surgía del encarcelamiento de Pablo.

El “testimonio de Cristo” puede referirse al que debía dar a los habitantes incrédulos de la gran ciudad pagana de Efeso, que estaba llena de idolatría de los seguidores de la diosa Diana (Afrodita). Pero también es posible que Pablo lo relacionara con el reto de defender la sana doctrina frente a los ataques de los falsos maestros. 

Estos criticaban a Pablo y se burlaban de que de nuevo estaba en prisión. El apóstol había sido encarcelado en Jerusalén, Cesarea y Roma por predicar la salvación por gracia y por proclamarla a los gentiles. Los judaizantes querían minar su autoridad y mostrar que Dios no lo bendecía porque había permitido que fuera encarcelado.
En los versículos 5–11, Pablo enseña a Timoteo varias razones por las que el joven no debía avergonzarse.



¿POR QUE NO DEBIA AVERGONZARSE

TIMOTEO?
PORQUE:
               1. DIOS LO HABIA CAPACITADO V. 6
               2. DIOS VENCE TODO TEMOR V. 7–8
               3. DIOS LE HABIA ENCARGADO EL EVANGELIO DE PODER VV. 9–10

DIOS NOS DA LAS HABILIDADES PARA SERVIRLE: 2Timoteo1:6

Para animar y fortalecer a Timoteo, Pablo le recuerda el inicio de su ministerio cuando había recibido un don espiritual, posiblemente el de enseñanza ( 1 Timoteo 4:13–14). Los que tienen ese don se sienten motivados a estudiar la Palabra de Dios. 

Son capaces de explicar su significado y aplicar la enseñanza a la vida de los creyentes. Seguramente el ministerio que Dios le había dado a Timoteo había sido de bendición para muchas personas. 

Más que nunca se necesitaba la exposición de la Palabra de Dios en Efeso para la evangelización y edificación. Los miembros de cualquier congregación necesitan la enseñanza y aplicación de la Palabra para llenar sus necesidades espirituales y morales. Timoteo debía renovar y ejercer las capacidades que Dios le había provisto.

Cada creyente tiene por lo menos un don espiritual. Algunos tienen el de evangelismo y saben manifestar su preocupación por los que no conocen a Cristo y comunican claramente lo que el Señor ha hecho en sus vidas. 

Otros tienen el don de servir; se gozan cuando tienen la oportunidad de apoyar a la iglesia y ayudar a otros creyentes en distintas maneras: con la música, la construcción, el mantenimiento, el ornato, medicina, contabilidad, en la secretaría, en la biblioteca, en la cocina y en tantas otras formas, según los conocimientos que Dios les haya dado.

Algunos en la iglesia tienen el don de pastor aunque no ocupen ese puesto. Sin embargo, se preocupan por el bienestar espiritual de otros creyentes. Los aman,los discipulan, los aconsejan y los animan para que crezcan en la fe. Otros miembros de la iglesia tienen los dones de misericordia, de ofrendar, de fe, de administración y de exhortación. 

Es lamentable que muchos cristianos no estén sirviendo al Señor con las habilidades espirituales que Dios les ha dado para edificar el cuerpo de Cristo. En parte, a eso se debe que una iglesia sea débil, que tenga disensiones o que no crezca.

El apóstol dice que él mismo le impartió el don espiritual a través de la imposición de las manos. 1 Timoteo 4:14 sugiere que otros ancianos también participaron en ese acto, probablemente cuando Timoteo estaba iniciando su ministerio. La imposición de las manos era una práctica común en los días apostólicos, pero ningún creyente hoy tiene la autoridad que ellos tenían. 

Actualmente, la imposición de manos es un símbolo de identificación con la persona y se usa para pedir la bendición de Dios para el que entra en un ministerio.

El versículo 6 nos enseña dos verdades importantes.
En primer lugar, cuando Dios pide que le sirvamos en alguna cosa, él provee la habilidad para trabajar efectivamente. Esta confianza nos anima a tener valor y perseverar en nuestro servicio al Señor. Recordar estas bendiciones de Dios nos guarda de avergonzarnos frente a la oposición o aflicción.

En segundo lugar, el creyente es responsable de desarrollar y utilizar las capacidades que Dios le ha provisto. Si no las usa, las habilidades se tornan débiles o inútiles. Tenemos que ser obedientes y activos en el aspecto del ministerio que nos toca. “Que avives el fuego del don de Dios que está en ti” es el mandato de Pablo.


DIOS NOS DA LAS CUALIDADES QUE SUPRIMEN EL TEMOR

2Timoteo1:7–8

El versículo 7 habla directamente de la timidez, el temor o la cobardía y está relacionado con el 6. Pablo dice que si Timoteo no cumple activamente su ministerio en Efeso será por cobardía y que esto no viene del Señor. 

Cuando los discípulos estaban en la tempestad y despertaron a Jesús, éste les preguntó: “¿Por qué teméis, hombres de poca fe?” (Mateo 8:26). Aquella tempestad nos hace pensar en las tribulaciones que enfrentamos cuando servimos a Dios. Cristo se sorprendió cuando los discípulos se atemorizaron, porque él estaba con ellos y debían haber confiado en él.

Al final de su ministerio, Jesucristo dejó una promesa y un mandato con relación al temor y utilizó la misma palabra “miedo” que encontramos en Mateo 8 y en 2 Timoteo 1:7: “La paz os dejo, mi paz os doy; yo no os la doy como el mundo la da. No se turbe vuestro corazón, ni tenga miedo” (Juan 14:27).

Dios nos provee de tres cualidades que sustituyen a la cobardía: el poder, el amor y el dominio propio. ¿Cómo nos ayudan a nosotros? Si confiamos en el poder divino que nos capacita, que contesta las oraciones y que obra en las vidas de las personas a quienes ministramos, entonces no tendremos temor. Dios prometió que el Espíritu Santo nos daría el poder para el ministerio (Hechos 1:8). Es inútil tratar de servir al Señor sin contar con el poder del su Espíritu que vive en nosotros.

Esa divina persona también produce el amor en el creyente, la primera caracterí stica que aparece en la lista del fruto del Espíritu (Gálatas 5:22). El amor para los que no pertenecen todavía a Cristo y el afecto para los creyentes, motiva al cristiano a servir y, si es necesario, a sufrir por ellos. Lo opuesto al amor es el egoísmo, que fomenta el miedo por temor a perder el prestigio, la seguridad o las cosas materiales.

Finalmente, el Señor nos da el dominio propio, o sea la autodisciplina. Esta expresión describe una mente sana, sobria y equilibrada, no controlada por el pánico, sino por la fe y la calma.



PODER + AMOR + DOMINIO PROPIO = NO TENER MIEDO



El creyente no necesita que Dios le dé algo nuevo, sino que debe aprovechar y avivar lo que ya le ha dado por medio del Espíritu Santo. Tal vez Timoteo había sido negligente en cuanto a su vida espiritual. ¿Está cultivando usted el poder, el amor y el dominio propio en su vida?

El versículo 8 continúa la cadena de pensamientos. Pablo ha dicho que Timoteo debía usar su don espiritual en el ministerio (v. 6) porque Dios nos da lo que necesitamos para vencer la timidez (v. 7). Puesto que la cobardía no es de Dios (v. 7), Timoteo no tenía por qué avergonzarse (v. 8).

El apóstol habla de cuatro conceptos en estos versículos: ser activo en el ministerio (v. 6), no tener miedo (v. 7), no avergonzarse (v. 8a) y participar de las aflicciones por el evangelio (v. 8b). Todos ellos están íntimamente relacionados. El miedo a sufrir la oposición de los enemigos del evangelio y de Pablo, podría hacer que Timoteo sintiera vergüenza y se abstuviera de realizar algún aspecto de su trabajo. Tal vez no quería entrar en pugna con los falsos maestros.

El creyente también siente miedo y vergüenza porque teme la burla, la crítica, el rechazo y el sufrimiento. Pablo insiste con su discípulo varias veces diciéndole que la aflicción es una experiencia normal del creyente. Por su parte, Pedro aclara que no debemos sufrir por haber hecho lo malo (1 Pedro 2:20, 3:17), pero no debe de sorpendernos cuando sufrimos por servir a Dios. Cuando sucede así, nos hacemos “participantes de los padecimientos de Cristo”.

El creyente ha de rechazar la enseñanza moderna que dice que Dios siempre dará al buen creyente una vida placentera, próspera y de buena salud. Recordemos que el autor de la carta era un hombre enfermo, estaba preso por su fe y pronto iba a ser ejecutado (1:12, 4:6). Dios usa el sufrimiento para dar testimonio de la constancia de nuestra fe y para instruirnos. El sufrimiento fortalece el carácter y la fe, y lleva al creyente hacia la madurez espiritual.



AMADOS, NO OS SORPRENDAIS DEL FUEGO DE PRUEBA QUE OS HA

SOBREVENIDO, COMO SI ALGUNA COSA EXTRAÑA OS ACONTECIESE,
SINO GOZAOS POR CUANTO SOIS PARTICIPANTES DE LOS PADECIMIENTOS DE CRISTO, PARA QUE TAMBIEN EN LA REVELACION DE SU GLORIA OS GOCEIS CON GRAN ALEGRIA
(1 PEDRO 4:12–13)


¿Puede usted notar cómo Dios usa la aflicción en su vida para forjar su carácter y fomentar su crecimiento espiritual?



DIOS NOS HA DADO EL EVANGELIO DE PODER

2Timoteo 1:9–10

Ninguna otra cosa anima y motiva al creyente más que recordar y entender la grandeza del evangelio de Cristo. Es imposible sentir miedo o vergüenza cuando nos damos cuenta de lo que Dios nos ha dado. Por eso, Timoteo y cada creyente debe servir con fidelidad y valor, aun cuando haya peligro y sufrimiento.

REFLEXIONEMOS

 Con base en los versículos 9–10, haga una lista de lo que Dios ha hecho y lo que hará por medio del evangelio. 
¿Por qué es tan importante la verdad de que Dios nos salvó “no conforme a nuestras obras”? 
¿Qué hizo el Señor antes de los tiempos? 
¿Qué hizo cuando Cristo vino al mundo? 
¿Qué le motivó a salvarnos? 
¿Cuál es la responsabilidad que Dios le ha dado a usted con respecto al evangelio?

Dios nos Llamó a ser salvos
2Timoteo 1:9

Lo maravilloso y potente del evangelio se nota en las varias afirmaciones que hace Pablo en el versículo 1:9.

El evangelio salva. 
El evangelio ofrece perdón a quienes lo aceptan y los rescata del castigo por el pecado que es la muerte eterna. Nos libra del poder de éste y un día, cuando estemos con Dios, seremos salvos de la presencia del pecado. Por el gran poder que tiene el evangelio, el creyente no debe avergonzarse de él.

Dios tomó la iniciativa. 
El hombre no buscó a Dios, sino que él lo Ilamó desde la eternidad. Entender la doctrina de la elección es difícil para la limitada mente humana. Sin embargo, es una enseñanza bíblica maravillosa. 

El saber que Dios nos escogió por su gracia, sin hacer nosotros nada, fomenta en nosotros la humildad y la gratitud
Esta doctrina excluye la jactancia humana y da toda la gloria a Dios. También, entender la iniciativa divina produce seguridad y paz, porque la salvación no depende del hombre, sino del poder y gracia de Dios. No se debe sentir vergüenza porque la salvación es una obra divina.

El llamamiento de Dios es santo. 
El evangelio no sólo tiene el propósito de perdonar los pecados, y asegurar nuestro destino eterno, sino que tiene la finalidad de producir la santidad en el creyente. El evangelio transforma vidas. Dios dice a su pueblo: “Sed santos, porque yo soy santo” (Levítico 11:44–45, 19:2, 1 Pedro 1:15–16). 

El ser salvo por gracia no quiere decir que el creyente seguirá en el mismo camino de pecaminosidad. 
Si el hombre persiste en la misma desobediencia, entonces, no muestra los frutos del arrepentimiento y de la regeneración. El poder transformador del evangelio es maravilloso y quita la vergüenza.

La salvación no depende de los esfuerzos humanos. 
El énfasis del versículo 9 es que la salvación es por gracia, no por obras. La redención no se gana por méritos humanos (Efesios 2:8–10, Tito 3:4–5). 

Esta verdad es incomprensible para el corazón del hombre. Los creyentes tienden a pensar que han de esforzarse por merecer la salvación y que su buen comportamiento es necesario para mantenerse salvo.

Pablo enseña que, si la justificación se lograra por las obras humanas, no sería por las obras humanas, no sería por gracia (Romanos 4:2–5). La gracia de Dios es el favor divino que uno no merece. Uno de los propósitos de la Biblia es demostrar que los hombres no son obedientes a Dios (Isaías 64:6, Romanos 3:9–12). 

El creyente no debe tratar de conservar su salvación a través del buen comportamiento, sino que debe alabar a Dios por haberle dado una salvación perfecta y eterna. Debemos sentirnos motivados a obedecer a Dios por amor y gratitud y anhelar ser conformados a la imagen de Jesucristo. El cristiano debe manifestar al mundo el santo y glorioso carácter de Dios.

Cuando nos damos cuenta de la maravillosa gracia de Dios, como cristianos no debemos sentir pena de compartir el evangelio.


Dios nos salvó por la venida y muerte de Jesucristo 2Timoteo1:10a

El plan de redención comenzó en la eternidad, pero la provisión de la salvación sucedió cuando Jesucristo vino a la tierra para morir en la cruz. Sin Cristo, no existiría el evangelio, sin él, no hay salvación. 

Dios tuvo que intervenir en la historia humana a través de Cristo Jesús. En su muerte, Ilevó nuestro castigo. En su resurrección, Dios confirmó que Cristo es Dios, que su muerte fue eficaz y que el evangelio es la verdad. Timoteo no debía avergonzarse del evangelio porque sabía que Jesucristo había venido para redención de los hombres.


Dios nos salvó para darnos vida eterna 2Timoteo1:10b

Si el creyente ha de sufrir por su fe, lo peor que le puede suceder es perder su vida. Pero Jesucristo resolvió este problema. Pablo dice que Cristo abolió la muerte.
La Biblia habla de la muerte en varios sentidos: la física, o sea la separación del alma y el cuerpo; la espiritual, o sea la separación del alma y Dios; y la eterna, que es la separación de Dios del individuo para siempre. 

Todas son resultado del pecado.
Cuando Pablo escribió que Jesús “quitó la muerte”, no quería decir que la eliminó. Los que no han creído en Cristo siguen separados de Dios (Efesios 2:1–2). Los humanos siguen experimentando la muerte física y algunos sufrirán la “segunda muerte”, la muerte eterna (Apocalipsis 20:14).

El verbo que Pablo utiliza tiene varios sentidos, pero el primordial es “hacer inefectivo, impotente o inútil”. La muerte todavía existe, pero fue derrotada a través del sacrificio de Cristo: “¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? ¿Dónde, oh sepulcro, tu victoria?” (1 Corintios 15:55) 

Para el creyente, la muerte espiritual y la muerte eterna ya no existen, porque ha recibido la vida eterna; la muerte física es simplemente “dormir” en Cristo. Pablo dice que “el morir es ganancia… lo cual es muchísimo mejor” (Filipenses 1:21, 23). Además, la muerte física no señala el fin del cuerpo. 

En la resurrección, Dios “transformará el cuerpo de la humillación nuestra, para que sea semejante al cuerpo de la gloria suya” (Filipenses 3:21). Jesucristo ha vencido la muerte.

Así el Señor Jesús sacó a luz la vida y la inmortalidad (“incorruptibilidad”) para los que lo reciben como su Salvador personal. Por eso, ni Pablo, ni Timoteo, ni ningún creyente debe temer el sufrimiento ni la muerte.

¿Cómo puede un cristiano sentir vergüenza cuando testifica de un mensaje tan potente y transformador?

VAMOS A REFLEXIONAR

 ¿Cuál es el don espiritual que Dios le ha dado? 
¿Necesita, como Timoteo, ocuparlo más activamente? 
¿Cuál es el reto, el problema o la experiencia que le da miedo en este momento? ¿Cuáles de las características del versículo 7 necesita usted ahora? 
En esta semana, ¿cuáles son algunos pasos específicos que puede dar para manifestar el poder, el amor y el dominio propio? 
¿Ha creído usted en el evangelio de Jesucristo de que Pablo habla en los versículos 9–10? Si la respuesta es “sí”, entonces, ¿cuál es la base de su seguridad? 
¿Está confiando totalmente en el sacrificio de Jesucristo para la salvación eterna? o ¿sigue tratando de lograr que Dios le acepte por medio de su buen comportamiento? Esta promesa del evangelio era de vital importancia para Pablo al enfrentarse a la muerte. 
¿Cuáles son sus reacciones al pensar en su propia muerte?
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