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domingo, 12 de noviembre de 2023

Bosquejo para predicar: Tema: "Encontrando Seguridad en la Palabra de Dios"

PARA RECORDAR Bosquejo Homilético - Inseguridad

Tema: "Encontrando Seguridad en la Palabra de Dios"

I. Introducción

Breve explicación de la importancia de la seguridad en la vida cotidiana.

Versículo de introducción: Salmo 46:1 - "Dios es nuestro refugio y fortaleza, nuestro pronto auxilio en las tribulaciones."

II. La Inseguridad en el Mundo

Descripción de las diferentes formas de inseguridad que enfrentamos en la sociedad actual (ej. inseguridad económica, emocional, física, etc.).

Cita bíblica: Proverbios 29:25 - "El temor del hombre pondrá lazo; Mas el que confía en Jehová será exaltado."

III. La Promesa de Seguridad en la Biblia

Exploración de las promesas de seguridad que la Biblia ofrece a los creyentes.

Cita bíblica: Isaías 41:10 - "No temas, porque yo estoy contigo; no te desanimes, porque yo soy tu Dios. Te fortaleceré, te ayudaré; sí, te sostendré con la diestra de mi justicia."

IV. Encontrando Seguridad en la Fe

Hablar sobre cómo la fe en Dios puede traer seguridad en medio de la inseguridad.

Cita bíblica: Hebreos 11:1 - "Es, pues, la fe la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve."

V. La Responsabilidad de Compartir la Seguridad

Destacar la importancia de compartir la seguridad que encontramos en Dios con los demás.

Cita bíblica: Mateo 5:14-16 - "Vosotros sois la luz del mundo... así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras, y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos."

VI. Conclusión

Resumir los puntos clave del sermón.

Llamado a la acción para confiar en Dios y compartir su seguridad con los demás.

Oración final.

sábado, 30 de septiembre de 2023

¿CUÁL ES EL PROCESO EN EL DESARROLLO DEL SERMON? . LA INTRODUCCIÓN AL SERMÓN - LE AYUDAMOS...




PROCESO EN EL DESARROLLO DEL SERMON

Un mensaje bien preparado contiene cuatro partes principales:



1. LA INTRODUCCION DEL SERMON
Lo primero que necesita el predicador es establecer comunicación con su auditorio. La introducción es el proceso mediante por el cual el predicador trata de preparar las mentes y de asegurar el interés de sus oyentes en el mensaje que tiene que proclamar. 

La introducción es una parte vital del mensaje, y el éxito de todo éste depende a menudo de la capacidad del ministro de conseguir el apoyo de sus oyentes en el inicio del discurso.

Principios para la preparación de la introducción
1. Debe ser generalmente breve
2. Debe ser interesante
3. Debe conducir a la idea dominante o punto principal del mensaje
    Debe despertar el interés y fijar la atención de los oyentes
    Debe relacionar el mensaje con algún conocimiento que posee el auditorio
4. Debe preparar el camino para la presentación del mensaje que seguirá

Buenas cualidades de la introducción
1. Breve
2. Directa
3. Sencilla
4. Lógica, y debe estar bien relacionada con la presentación o desarrollo del tema.

LA INTRODUCCION: Debe despertar el interés y fijar la atención de los oyentes.

domingo, 30 de octubre de 2022

DIOS NOS LLAMA A PREDICAR CON EXCELENCIA

PARA RECORDAR ... El que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6


PREDICAR CON EXCELENCIA
Proverbios 30:1–6, un pasaje que ha sido muy descuidado, pero que al mismo tiempo es notable, evoca nuestra necesidad de la Palabra de Dios:
    Palabras de Agur, hijo de Jaqué; la profecía
    que dijo el varón a Itiel.
    “Ciertamente más rudo
      soy yo que ninguno,
    ni tengo entendimiento de hombre.
      Yo ni aprendí sabiduría,
    ni conozco la ciencia del Santo.
      ¿Quién subió al cielo, y descendió?
    ¿Quién encerró los vientos en sus puños?
      ¿Quién ató las aguas en un paño?
    ¿Quién afirmó todos los términos de la tierra?
      ¿Cuál es su nombre, y el nombre de su hijo, si sabes?
      ¡Seguro que lo sabes!
    Toda palabra de Dios es limpia;
      Él es escudo a los que en él esperan.
    No añadas a sus palabras,
      para que no te reprenda, y seas hallado mentiroso”.
En este pasaje tan rico, que recompensa a la reflexión cuidadosa, Agur revela una profunda comprensión de sus límites como ser humano y el cansancio resultante (Prov 30:1) de tratar de vivir sin la Palabra de Dios. No importa lo brillantes e iluminados que podamos estar, no hemos subido al cielo ni hemos vuelto a bajar; no hemos recogido el viento ni atado las aguas en un paño; no hemos establecido los límites de la Tierra. En Eclesiastés, una metáfora común que el Predicador usa para la búsqueda autónoma y agotadora de la sabiduría es que es como “perseguir al viento” (véase, por ejemplo, Ec 2:26). El entendimiento humano y la sabiduría requieren una ayuda externa a la creación, del Santo (Pr 30:3), porque son creación, los humanos no son el Creador (Pr 30:4). Esto significa que la Palabra de Dios, que en hebreo significa literalmente “refinado” y que es, por lo tanto, pura y sin defectos (Pr 30:5), tiene un valor inestimable para la vida humana y el entendimiento en todas sus dimensiones.
En la actualidad, es difícil expresar la importancia de la Biblia como la Palabra de Dios tanto en la Iglesia como en el mundo. En medio de un resurgimiento global de la religión (no solo del cristianismo), el cansado Occidente continúa avanzando pesadamente por el camino del vacuo secularismo, como lo demuestra, por ejemplo, el nuevo ateísmo. En las profundidades de nuestro individualismo y cultura de consumo global, es un desafío para la imaginación el ver la gran necesidad que hay de la Palabra de Dios y su relevancia. En gran medida, la modernidad se basa en el deseo de marginar y eliminar a Dios de la dimensión pública de la vida, y además ha tenido éxito en su propósito, aunque no sin costo.
Dentro de los círculos más importantes de la misionología (el estudio de la misión), no llegó a consolidarse una crítica seria de la cultura occidental hasta después del Consejo Misionero Internacional en Tambaram, en 1938. Ahora, dos guerras mundiales y el holocausto hacen que sea imposible asumir que la cultura occidental es superior, fundamentalmente cristiana o incluso neutral. Los desastres y tragedias que afectaron a Occidente en el siglo XX, lo que, en algunas estimaciones, son las más brutales de la historia, afectaron a la Iglesia occidental en, al menos, dos formas principales. Por ejemplo, Walter E. Williams señaló en el año 2000 que “el siglo XX (…) será recordado por el progreso técnico sin precedentes, el avance del conocimiento y las mejoras en los estándares de vida. También será recordado como el siglo más brutal de la humanidad. Las guerras internacionales y civiles han producido un número de muertos de aproximadamente 50 millones de personas. Por más trágico que sea ese número, es pequeño en comparación con el número de personas asesinadas por su propio gobierno”. Por un lado, la estrecha asociación del cristianismo con Occidente significó que, como se evaluó y criticó a la cultura occidental, ocurriera lo mismo con el cristianismo. La cuestión de la singularidad de Jesús está en el corazón de la creencia cristiana, de ahí que muchas de las principales denominaciones abandonaran el firme compromiso de la “cuestión de la singularidad, suficiencia y finalidad de Jesucristo como el Señor y Salvador del mundo”3. Dentro de otros círculos cristianos y en la tradición evangélica, este compromiso se ha mantenido, pero con demasiada frecuencia acompañado de la pérdida de las dimensiones públicas y más amplias de la fe, que abarcan toda la creación, lo que conlleva que Jesús se afirme como salvador, pero no como salvador del mundo. Esto es lo que llamamos la “privatización de la religión”, en la cual la libertad de religión se tolera dentro de la esfera privada de nuestra vida, pero se mantiene fuera de las principales esferas públicas.                                                                                                                                                                El resultado es que, en el lado liberal del cristianismo occidental, nos quedamos con un “Evangelio” vacío que se alinea principalmente con la izquierda de nuestra cultura y es constitucionalmente incapaz de “enfrentar lo negativo y la implicación positiva de la confesión de Jesús como Señor”, es decir, permitir que el Evangelio dé forma y critique nuestra cultura occidental. Dentro del mundo evangélico, mantenemos el compromiso de que Jesús es el Señor, pero lo vemos principalmente como un salvador personal, por lo que tenemos poco que decir a un occidente que está en crisis, por no hablar del hemisferio sur.  De un modo bastante natural, y desgraciadamente, esta polarización se manifiesta en la predicación en las iglesias. En I Believe in Preaching, John Stott señala aspectos similares a los anteriormente mencionados. Señala que los liberales apuntan directamente a la vida contemporánea en su predicación. ¡Uno no siempre está seguro de dónde provienen los sermones! Recuerdo que hace algunos años participé en una reunión de teólogos prácticos de todo Reino Unido. Se nombraron a dos miembros para interpretar nuestras meditaciones de un modo general. Uno comentó que él pensó que estábamos de acuerdo en que la Biblia no debería estar sobre nosotros, sino a nuestro lado como si se tratara de un compañero de diálogo. Un profesor de hebreo y del Antiguo Testamento se atrevió a mostrar el hecho de que esta no era la opinión de todos nosotros. Claramente, si la Biblia se reduce a un compañero de diálogo, entonces no hay razón por la cual la predicación deba estar arraigada y fundamentada en las Escrituras. Si lo comparamos, los sermones evangélicos se originan en la Biblia, pero tienden a no estar dirigidos a ninguna parte en particular. Como dice Stott de la predicación evangélica:                                                                                 Si somos conservadores (…) y mantenemos la tradición histórica de la ortodoxia cristiana, vivimos en el lado bíblico del golfo. Ahí es donde nos sentimos cómodos y seguros. Creemos en la Biblia, amamos la Biblia, leemos la Biblia, estudiamos la Biblia y exponemos la Biblia. Pero, por otro lado, nuestra casa no está asentada en el mundo moderno (…). Si tuviera que dibujar un diagrama de la brecha existente entre estos dos mundos, y luego dibujar los sermones en el diagrama, tendría que dibujar una línea recta que comenzara en el mundo bíblico y luego se elevara en el aire en una trayectoria recta que nunca llegara a aterrizar en el otro lado. Porque nuestras predicaciones en raras ocasiones son terrenales. No logran construir un puente hacia el mundo moderno. Son bíblicas, pero no contemporáneas.                                                                                                                                                                                                                                        Stott caracteriza esta dicotomía entre la predicación liberal y la evangélica como una de las mayores tragedias de nuestros días:
Por un lado, tenemos a los conservadores que son bíblicos, pero no contemporáneos. Mientras que, por otro, los liberales y los radicales son contemporáneos, pero no bíblicos. Sin embargo ¿por qué hacemos esta polarización tan ingenua? Cada lado tiene razón para su preocupación, la primera de conservar la revelación de Dios, y la segunda de relacionarse de manera significativa con personas reales en el mundo real. ¿Por qué no podemos mezclarnos con las preocupaciones de los demás? ¿No es posible que los liberales aprendan de los conservadores sobre la necesidad de conservar los fundamentos históricos y bíblicos del cristianismo, y que los conservadores aprendan de los liberales la necesidad de relacionarse de un modo radical y relevante con el mundo real?
El análisis de Stott sobre la predicación evangélica ofrece una reflexión cercana sobre sus implicaciones. Los evangélicos se enorgullecen, comprensiblemente, de ser “los cristianos de la Biblia”, y es mérito suyo que tengan a la Biblia en tan alta estima. La modernidad, no solo a través de una gran cantidad de estudios bíblicos, ha apuntado una y otra vez a la fiabilidad de las Escrituras. Ya sea a través de la doctrina de la inerrancia o de la infalibilidad, en general, los evangélicos y otros cristianos ortodoxos se han mantenido firmes en la naturaleza totalmente confiable de la Biblia como las Sagradas Escrituras. En mi caso, fue durante los años en la Universidad de Oxford que me di cuenta de que había una brecha existente entre la naturaleza lógica de dichas doctrinas y la cuestión hermenéutica de cómo escuchar a Dios hablando con autoridad a través de las Escrituras. ¿Cómo escuchamos las Escrituras para que podamos predicar la Biblia con su valor al completo en el mundo de hoy?
Volviendo a la caracterización de Stott de la predicación evangélica, el área de aplicación es donde los problemas surgen con mayor claridad ya que, si el sermón no está dirigido a ningún lugar en particular, estará destinado a estrellarse. En la predicación, las posibilidades y el desafío de aplicación que se plantean se resumen en la frase “¡aterriza el avión!”. Debo esta metáfora de comparar un sermón con volar un avión tan sugerente a mi amigo, compañero y párroco, Ray David Glenn. Unos días antes del domingo, no es raro que conversemos sobre cómo aterrizar el texto sobre el que vamos a predicar en St. Georges el próximo domingo. A través de la oración, la reflexión y el arduo trabajo exegético, es posible que hayamos llegado a un entendimiento del texto, pero ¿cómo lo compartimos el domingo en nuestro contexto particular para que, a través de la predicación, escuchemos el mensaje que Dios tiene para nosotros hoy? ¿Cómo aterrizamos el avión cuyo cargamento es la palabra viva de Dios para que esté presente y, así, las congregaciones la reciban como tal?                                                                                                                                                                                                                 DESCARGAR                                                                                                                      ADQUIERALO AQUÍ.

sábado, 23 de abril de 2022

La Autoridad de Las Escrituras y la Naturaleza de Cristo

 




APLIQUEMOS LA TEOLOGÍA

El testimonio ocular de los Doce (con Judas reemplazado por el apóstol Pablo), a quienes Jesús seleccionó para que dieran testimonio de la importancia de su vida, muerte y resurrección, reside ahora en las páginas del NT. Esto no quiere decir que cada página de los libros del NT fuera escrita por un testigo presencial de Jesús, porque está claro que no todos lo eran. 

Lucas, por ejemplo, no vio a Jesús con sus propios ojos, pero trabajó muy cerca del apóstol Pablo, que se encontró al resucitado Jesús camino de Damasco. Marcos, que era un joven que realmente había visto a Jesús, se dice que escribió su evangelio según el testimonio ocular de Pedro.

El evangelio de Juan tuvo su origen en el testimonio ocular del discípulo al que Jesús amó, que probablemente fue el apóstol Juan. Santiago es el medio hermano de Jesús, que se convirtió en líder de la iglesia en Jerusalén tras la partida de Pedro. Mientras que los autores de algunos libros no pueden ser identificados con certeza, este comentario opera según la premisa de que el NT es el repositorio del testimonio fiable y autoritativo de la importancia de la persona y el mensaje de Jesucristo. Más allá de su fiabilidad como antiguo y auténtico testimonio humano sobre Jesús, es la Palabra divinamente inspirada de Dios, cuya verdad está basada en el carácter de Dios mismo. El NT es la interpretación de Dios de la importancia de Jesús.

El problema de la verdad en la era del relativismo

En nuestros días la proclamación del evangelio como verdad exclusiva sobre Jesucristo ha perdido popularidad, incluso entre los que se identifican a sí mismos como cristianos. La influencia de las presiones culturales como el racionalismo y la crítica histórica, la espiritualidad de la Nueva Era y el ecumenismo radical con religiones no cristianas ha reducido el NT a un antiguo artilugio irrelevante, en el peor de los casos, y en el mejor, a simplemente en una opción para la religión moderna. Predicar el NT como la verdad exclusiva sobre Jesucristo y su misión de reconciliación de la raza humana con Dios a menudo se considera vagamente como una afirmación de poder y como un comportamiento inadecuado en nuestra amplia y plural sociedad moderna.

Puede resultar reconfortante darse cuenta de que la situación actual es similar a la del siglo primero, cuando la herejía hacía incursiones en las comunidades cristianas a través de la influencia de la filosofía greco-romana, las creencias y prácticas de las religiones paganas y bajo la presión de la regla romana de aceptar el politeísmo y el pluralismo en nombre del Imperio para no ser un “odiador de la humanidad” (Suetonio, Nerón 16). Es reconfortante darse cuenta de que a pesar de un ambiente tan hostil, el NT y su testimonio apostólico sobrevivieron, trayendo el verdadero mensaje del evangelio a las sucesivas generaciones de personas desde el tiempo en que se secó la tinta de los autógrafos a través de los siglos hasta el tiempo actual.

En los primeros días de la naciente iglesia, antes de que el NT existiese, la movilidad que permitió al evangelio viajar por todo el Imperio romano en sólo unas décadas también hizo surgir el problema de las interpretaciones conflictivas de la vida de Jesús y de las enseñanzas de los apóstoles que eran incompatibles con la verdad. Todas estas epístolas conservadas en el NT trataban de circunscribir los límites de la verdad frente a las falsas afirmaciones. Ahora que la iglesia tiene el NT, sigue existiendo el problema de las interpretaciones del texto que tuercen y distorsionan su mensaje. Es más, ahora vivimos un tiempo en el que se manifiesta un problema más amplio de relativismo radical que niega que exista una sola verdad, un sólo significado en el texto, una interpretación ortodoxa del mensaje del evangelio. No obstante, este antiguo libro que conserva las voces de los apóstoles del Señor continuará hablando a todas las generaciones hasta que regrese el Señor. En lugar de ser una afirmación de poder, el evangelio apostólico es una invitación bondadosa a la comunión con Dios y su Hijo, Jesucristo. Los que siguen el evangelio encuentran comunión entre sí en torno a la Palabra de Dios y con los apóstoles que escogió como portadores de esa revelación.

El segundo punto de esencial importancia es que Jesucristo fue una persona real a quien mucha gente escuchó, vio y tocó. Mientras que hoy en día el Espíritu Santo arbitra la presencia de Cristo en su iglesia, la obra del Espíritu no reemplaza la encarnación de Cristo como el hombre Jesús. De hecho, fue necesario que Jesús naciera dentro de la humanidad, para vivir una vida sin pecado, morir con una muerte redentora y resucitar de la tumba en victoria final antes de que el Espíritu Santo pudiera ser dado (Jn 16:7). La obra del Espíritu es dar testimonio de Jesús (15:26), no ofrecer una marca genérica de espiritualidad o religión tan populares en nuestra sociedad moderna. El punto de 1 Jn 1:1–4 es que Jesús realmente estuvo con nosotros, que el eternamente preexistente Hijo de Dios ¡estuvo aquí! Dios conoce de primera mano los gozos y las penas, las pruebas y las tentaciones, las esperanzas y los temores de ser un ser humano. El mensaje del evangelio de los apóstoles se originó en su encuentro con el Dios-hombre.

¿Revelación continuada del Espíritu?

Las afirmaciones modernas de que la obra del Espíritu ofrece al mundo algo además de Jesucristo, o algo distinto a Jesucristo, también vienen precedidas por afirmaciones parecidas ya en el siglo primero. La disputa entre Juan y los que se habían ido de su iglesia (o iglesias) evidentemente era sobre la verdadera naturaleza de Cristo, con los herejes influidos por las ideas neoplatónicas y probablemente reclamando cierto tipo de verdad basada en una mala comprensión de las promesas del evangelio de Juan. Esta apertura de 1 Juan señala a los lectores de hoy día como lo hizo en los tiempos antiguos hacia la inseparable verdad de que Jesús es quien el NT dice que es, y que aparte del NT no existe un verdadero conocimiento de Jesucristo. La obra del Espíritu hoy día está siempre en consonancia con el testimonio del NT.



domingo, 23 de junio de 2019

Esta lógica la manejan muy bien el mundo y sus concupiscencias

PARA RECORDAR ... El que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6
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ES LO MISMO MORAL Y ETICA?
ÉTICA Y MORAL

En su uso moderno, el término ética suele usarse de manera intercambiable con la palabra moral. Que ambos términos llegaran a ser prácticamente sinónimos es una señal de la confusión que invade el escenario ético moderno. La historia demuestra que ambas palabras tuvieron significados totalmente distintos. Ética proviene del griego ethos, que se deriva de una raíz que significa “establo”, en referencia al lugar para los caballos. Comunicaba el sentido de un lugar habitable, un lugar estable y permanente. Por otra parte, moral viene de la palabra mores, que describe los patrones de conducta de una sociedad determinada.


La ética es una ciencia normativa que busca los fundamentos principales que prescriben obligaciones o lo que “debe” ser. Su preocupación principal son los imperativos y las premisas filosóficas que sustentan los imperativos. La moral es una ciencia descriptiva, preocupada de lo que “es” y lo indicativo. La ética define lo que la gente debe hacer; la moral describe lo que la gente efectivamente hace. La diferencia entre ambas está entre lo normativo y lo descriptivo.





Cuando se identifica la moral con la ética, lo descriptivo se vuelve normativo y lo imperativo es absorbido por el statu quo. Esto crea una especie de “moralidad estadística”. En este esquema, lo bueno se determina por lo normal y lo normal se determina a través de un promedio estadístico. La “norma” se descubre mediante un análisis de lo normal, o contando uno por uno. Entonces, la conformidad a esa norma se vuelve una obligación ética. Así es cómo funciona:

  Paso 1. Se reúne un análisis de patrones de conducta estadísticos, tales como los que eran esenciales en el revolucionario Informe Kinsey en el siglo XX. Si descubrimos que la mayoría de las personas está participando de relaciones sexuales prematrimoniales, entonces esa actividad se declara “normal”.
  Paso 2. Se pasa rápidamente de lo normal a una descripción de lo que es auténticamente “humano”. Lo humano se define por lo que hacen los seres humanos. En consecuencia, si el ser humano normal se involucra en relaciones sexuales prematrimoniales, concluimos que tal actividad es normal y, por lo tanto, “buena”.
  Paso 3. El tercer paso consiste en declarar los patrones que se apartan de lo normal y llegan a ser anormales, inhumanos, y espurios. En este esquema, la castidad se vuelve una forma de conducta sexual desviada y el estigma recae sobre la persona virgen en vez de aquella que no lo es virgen.


La moralidad estadística opera según el siguiente silogismo:

    Premisa A: lo normal se determina por estadísticas;
    Premisa B: lo normal es humano y bueno;
    Conclusión: lo anormal es inhumano y malo.

A través de esta aproximación humanista a la ética, el máximo bien se define como la actividad más auténticamente humana. Este método alcanza gran popularidad cuando se aplica a ciertos asuntos, pero se derrumba cuando se aplica a otros. Por ejemplo, si hacemos un análisis estadístico de la experiencia de hacer trampa entre los estudiantes, o de mentir en la gente en general, descubrimos que la mayoría de los estudiantes ha hecho trampa alguna vez y que todos han mentido en algún momento. Si se aplicaran los cánones de moralidad estadística, el único veredicto que podríamos dar es que hacer trampa es un bien auténticamente humano y que mentir es una virtud real.

Obviamente debe haber una relación entre nuestras teorías éticas y nuestra conducta moral. Nuestras creencias realmente dictan nuestra conducta. Detrás de cada una de nuestras acciones hay una teoría. Puede que no seamos capaces de articular esa teoría, o ni siquiera estemos inmediatamente conscientes de ella, pero nada manifiesta nuestro sistema de valores con mayor claridad que nuestras acciones. La ética cristiana se basa en una antítesis entre lo que es y lo que debe ser. Vemos el mundo como caído; un análisis de la conducta humana caída describe lo que es normal dentro de la situación anormal de la corrupción humana. Dios nos llama a salir de lo indicativo mediante su imperativo. Nuestro llamado es llamado a dejar el conformismo: a una ética transformadora que derrumba el statu quo.


UNA GRAVE CONTRADICCIÓN

Aun dentro de las afirmaciones relativistas surge una grave incoherencia. Una revolución moral a nuestra cultura que fue encabezada por las protestas de la juventud fue llevada a cabo durante los sesentas. Dos lemas se repetían y se difundían por igual durante este movimiento. Estos lemas hermanos capturaban la tensión: “Llámalo por su nombre” y “haz lo que te parezca”.

El grito por libertad personal se condensó en el “derecho inalienable” de hacer lo que a uno mejor le parezca. Esta era una demanda de libertad subjetiva a través de la autoexpresión. No obstante, cuando las armas se volvían hacia la generación anterior, se escuchaba una curiosa y patente contradicción: “Llámalo por su nombre”. Ese lema implica que existe una base objetiva para la verdad y la virtud. A la generación anterior no se le “permitía” hacer lo que mejor le parecía si es que a ellos lo que les parecía mejor se alejaba de las normas objetivas de la verdad. Los hijos de la revolución de los 60s exigían el derecho a tener su propio bizcocho ético y también a comérselo.

Una vez fui llevado a una poco envidiable situación de consejería por una consternada madre cristiana, una Mónica (como la madre de Agustín) contemporánea, que estaba angustiada por el obstinado comportamiento de su hijo incrédulo y rebelde. El muchacho había abandonado las constantes instrucciones religiosas y morales de su madre mudándose de la casa de la familia a su propio departamento. No tardó en decorar su departamento con paredes negras y luces sicodélicas, y había adornado su habitación con accesorios que facilitaban un consumo abundante de hachís y otras drogas exóticas. El suyo era un departamento para juergas al que pronto invitó a una compañera dispuesta a unirse a él en lujuriosa cohabitación. Todo esto desesperaba y aterrorizaba a su madre. Yo convine en hablar con él solo después de explicarle a la madre que tal encuentro probablemente generaría mayor hostilidad. Se me consideraría como el “sicario” de la madre. El muchacho también estuvo de acuerdo en reunirse, obviamente solo para evitar más acoso verbal de parte de su madre.

Cuando el joven apareció en mi oficina, era abiertamente hostil y evidentemente quería concluir la reunión lo antes posible. Yo comencé la entrevista sin rodeos y pregunté directamente: “¿Con quién estás tan molesto?”.
Él gruñó sin titubear: “Con mi madre”.
“¿Por qué?”, quise saber.
“Porque lo único que hace es fastidiarme. No deja de intentar meterme la religión a la fuerza”.

Yo proseguí preguntándole qué sistema de valores alternativo había adoptado en lugar del sistema ético de su madre. Él contestó: “Yo creo que todo el mundo debe ser libre de hacer lo que mejor le parezca”.

Entonces le pregunté: “¿Eso incluye a tu madre?”. La pregunta lo tomó por sorpresa y no captó plenamente a dónde apuntaba. Yo le expliqué que si él adoptaba una ética cristiana, podía incluirme sin demora como un aliado de su causa. Su madre había sido áspera, provocando ira en su hijo y siendo insensible a preguntas y sentimientos, temas que están efectivamente circunscritos en la ética bíblica. Yo le expliqué que su madre había violado la ética cristiana en varios puntos cruciales. Sin embargo, señalé que el muchacho, en sus términos éticos, no tenía ningún asidero legítimo. “Quizá lo que a tu madre ‘le parece mejor’ es acosar a sus hijos metiéndoles la religión a la fuerza”, le dije. “¿Cómo puedes objetarle que lo haga?”. Quedó claro que el muchacho quería que todo el mundo (en especial él mismo) tuviera el derecho a hacer “lo que le parecía mejor”, excepto cuando lo que a los demás les “parecía mejor” obstaculizaba lo que a él le “parecía mejor”.

Es común escuchar el lamento de que algunos cristianos, especialmente los conservadores, están tan rígidamente atados a pautas moralistas que para ellos todo se vuelve una cuestión de “blanco y negro”, sin lugar para áreas “grises”. Aquellos que insisten en huir de lo gris y buscan refugio en las áreas nítidamente definidas de blanco y negro, reciben los epítetos de “rígido” o “dogmático”. Sin embargo, el cristiano debe buscar la justicia y nunca conformarse con vivir en la bruma de lo gris. Él desea saber cuál es el camino correcto, dónde se encuentra la senda de la justicia.
Existe lo correcto y lo incorrecto. 

La ética se ocupa de la diferencia entre ellos. Buscamos una forma de descubrir lo correcto, que no es ni subjetivo ni arbitrario. Buscamos normas y principios que trasciendan el prejuicio o las meras convenciones sociales. Buscamos una base objetiva para nuestros parámetros éticos. En definitiva, buscamos un conocimiento del carácter de Dios, cuya santidad debe ser reflejada en nuestros patrones de conducta. Con Dios existe un blanco y negro definido y absoluto. Nuestro problema consiste en descubrir adónde pertenece cada cosa. El siguiente esquema grafica nuestro dilema:

 

La sección negra representa el pecado o la injusticia. La sección blanca representa la virtud o la justicia. ¿Qué representa lo gris? El área gris puede llamar la atención hacia dos problemas distintos de la ética cristiana. Primero, puede referirse a aquellas actividades que la Biblia describe como indiferentes. Los asuntos indiferentes son los que, en sí mismos, son éticamente neutrales. Asuntos tales como el comer alimentos ofrecidos a los ídolos se ubican en esta categoría. Los asuntos indiferentes no son pecaminosos, pero hay ocasiones en las que podrían volverse pecaminosos. Por ejemplo, jugar ping-pong no es pecaminoso. Sin embargo, si una persona se obsesiona con el ping-pong al extremo de que eso domina su vida, se vuelve algo pecaminoso para esa persona.
El segundo problema representado por el área gris es muy importante que lo entendamos. El área gris representa confusión: está formado por aquellos asuntos en los que no existe certeza entre lo correcto y lo incorrecto. La presencia de lo gris llama la atención al hecho de que la ética no es una ciencia simple, sino compleja. Descubrir las áreas negras y blancas es una preocupación noble. No obstante, lanzarse a ellas de manera simplista es devastador para la vida cristiana. Cuando reaccionamos a los enfoques a la ética blanco/negro, puede que estemos evaluando bien una irritante tendencia humana que lleva a un pensamiento simplista. Pero debemos cuidarnos de la concluir con premura que no existen áreas en las que el pensamiento blanco/negro sea válido. Solo en el contexto del ateísmo podemos hablar de la inexistencia de blanco y negro. Deseamos un teísmo competente y coherente que exija un riguroso escrutinio de los principios éticos a fin de descubrir cómo salir de la confusión de lo gris.

EL CONTINUO ÉTICO

Nuestro gráfico también puede servir para ilustrar el continuo ético. En términos clásicos, el pecado se describe como justicia fuera de control. El mal se entiende como la negación, privación o distorsión del bien. El hombre fue creado para labrar un huerto. El lugar de trabajo se describe como una selva en la jerga moderna. ¿Cuál es la diferencia entre un huerto y una selva? Una selva es meramente un huerto caótico, un huerto fuera de control.
El ser humano fue creado con una aspiración por significado, lo cual es una virtud. El hombre puede pervertir ese impulso y convertirlo en un deseo de poder, lo cual es un vicio. Estos extremos representan los dos polos del continuo. En algún punto, cruzamos la línea entre la virtud y el vicio. Cuanto más nos acercamos a esa línea, tanto más nos cuesta percibirla claramente, y nuestra mente más se encuentra con la nublada área gris.

Mientras enseñaba un curso de ética a ministros que trabajaban para obtener el grado de doctor en ministerio, les planteé el siguiente dilema ético: un esposo y su esposa están internados en un campo de concentración. Han sido ubicados en pabellones separados y están incomunicados. Un guardia se acerca a la esposa y le exige que tenga relaciones sexuales con él. Ella rehúsa hacerlo. Entonces el guardia declara que si la mujer no accede a sus insinuaciones, le va a disparar a su esposo. La mujer accede. Cuando el campo es liberado y el esposo se entera de la conducta de su esposa, él la demanda pidiendo el divorcio por motivo de adulterio.

Luego les planteé esta pregunta a veinte ministros conservadores: “¿Ustedes le concederían el divorcio a este hombre por adulterio?”. Los veinte respondieron que sí, señalando que era obvio que la esposa sí tuvo relaciones sexuales con el guardia. Ellos consideraron las circunstancias atenuantes, pero la situación no cambió el hecho de la conducta inmoral de la esposa.

Mi siguiente pregunta fue: “Si una mujer es violada por la fuerza, ¿puede el esposo demandar el divorcio por adulterio?”. Los veinte respondieron que no. Todos los ministros reconocieron una clara distinción entre adulterio y violación. La diferencia se encuentra entre el punto de coerción versus la participación voluntaria. Yo señalé que el guardia de la prisión usó coerción (obligó a la esposa a cumplir para evitar el asesinato de su esposo) y pregunté si el “adulterio” de la mujer no era en realidad una violación.

Con el solo hecho de plantear la pregunta, la mitad de los ministros cambió su veredicto. Después de una larga discusión, casi todos lo cambiaron. La presencia del elemento de coerción arrojó el adulterio al área gris de confusión. Incluso aquellos que no cambiaron completamente de parecer modificaron radicalmente sus decisiones para integrar las circunstancias atenuantes, lo cual desplazó el “delito” de la mujer desde la clara área del pecado, al área gris de la complejidad. Todos estuvieron de acuerdo en señalar que si lo que hizo fue pecado, era un pecado inferior al adulterio cometido con “malicia premeditada”.

La existencia de un continuo entre la virtud y el vicio fue el impulso central de las enseñanzas de Jesús en el Sermón del Monte. Él estaba enseñando el principio acerca de la complejidad de la justicia y la complejidad del pecado. Los fariseos habían adoptado una comprensión simplista de los Diez Mandamientos. Sus juicios éticos eran superficiales y, por lo tanto, distorsionados. Ellos no lograban entender el tema del continuo.

Una vez leí un artículo de un connotado psiquiatra que era crítico de las enseñanzas éticas de Jesús. Él manifestaba su asombro de que el mundo occidental hubiera elogiado tanto a Jesús como un “gran maestro”. Él señalaba al Sermón del Monte (Mateo 5:7) como la prueba A de la necedad en la enseñanza ética de Jesús. Él preguntaba por qué alabábamos tanto la sabiduría de un maestro que sostenía que es tan malo que un hombre desee a una mujer como que cometa adulterio con ella. Él cuestionaba cómo un maestro podía aducir que estar enojado con un hombre o llamarlo necio es tan malo como asesinarlo. Luego el psiquiatra hacía hincapié en la diferencia entre la destrucción que causa la lujuria comparada con el adulterio, y la que causa la difamación comparada con el asesinato.

La respuesta al psiquiatra debería estar clara. Jesús no enseñó que la lujuria fuera tan mala como el adulterio, o que la ira fuera tan mala como el homicidio. (Lamentablemente, muchos cristianos han sacado apresuradamente la misma conclusión errónea del psiquiatra, obscureciendo con ello la idea a la que apuntaba la enseñanza ética de Jesús).
Jesús estaba corrigiendo la visión simplista de la ley que tenían los fariseos. Ellos habían adoptado una filosofía “todo, excepto” de moralidad técnica, asumiendo que si evitaban las dimensiones más obvias de los mandamientos, cumplían con la ley. Al igual que el joven rico, ellos tenían una comprensión simplista y externa del Decálogo. Como ellos nunca habían matado a nadie, pensaban que habían observado perfectamente la ley. Jesús expuso las implicaciones más amplias o la complejidad de la ley. “No matarás” significa más que abstenerse de homicidio. Este mandamiento prohíbe la totalidad de la complejidad que lleva al asesinato. También implica su virtud opuesta: “Promoverás la vida”. En nuestro continuo, observamos el siguiente rango:

 

Un continuo similar va desde el vicio del adulterio a la virtud de la castidad. Entre ellos hay virtudes menores y pecados menores, pero son virtudes y pecados al fin y al cabo.

La enseñanza de Jesús reveló tanto el espíritu como la letra de la ley. Por ejemplo, la difamación no mata el cuerpo ni deja a la esposa y a los hijos huérfanos. Pero sí destruye el buen nombre de un hombre, privándolo de un aspecto crucial de la vida. La difamación asesina al hombre “en espíritu”. Los fariseos se habían vuelto burdos literalistas que ignoraban el espíritu de la ley y pasaban por alto los asuntos más amplios de la complejidad del pecado de asesinato.


¿GRADOS DE PECADO?

Hablar de un continuo ético o de la complejidad de la justicia y la maldad es lanzarse al debate sobre los grados de pecado y justicia. La Biblia enseña que si pecamos contra un solo punto de la ley, pecamos contra toda la ley. ¿No implica esto que el pecado es pecado y que en definitiva no hay grados? ¿No ha repudiado el protestantismo la distinción católica romana entre pecados mortales y veniales? Estos son los temas que emergen tan pronto como comenzamos a hablar de grados de pecado.

La Biblia ciertamente enseña que si pecamos contra un punto de la ley pecamos contra toda la ley (Santiago 2:10), pero partiendo de allí no debemos inferir que no haya grados de pecado. Pecar contra la ley es pecar contra el Dios de la ley. Cuando quebranto un punto de la ley de Dios, me sitúo en oposición a Dios mismo. Esto no quiere decir que pecar contra un punto de la ley sea equivalente a pecar contra cinco puntos de la ley. En ambos casos, transgredo la ley y ejerzo violencia contra Dios, pero la frecuencia de mi violencia en el segundo caso es cinco veces mayor que en el primero.

Es cierto que Dios ordena una perfecta obediencia a toda la ley, de manera que por una sola transgresión quedo expuesto a su juicio. El pecado más ligero me expone a la ira de Dios, porque con el menor pecadillo soy culpable de traición cósmica. Con la más mínima transgresión, me sitúo por encima de la autoridad de Dios, insultando así su majestad, su santidad, y su soberano derecho a gobernarme. El pecado es un acto revolucionario en el que el pecador intenta derrocar a Dios de su trono. El pecado es una presunción de suprema arrogancia ya que la criatura hace alarde de su propia sabiduría sobre la del Creador, desafía la omnipotencia divina con su impotencia humana, y pretende usurpar la legítima autoridad del Señor del universo.

Es cierto que el protestantismo histórico ha rechazado el esquema católico romano de los pecados mortales y veniales. El rechazo, sin embargo, no se basa en un rechazo de los grados de pecado. Juan Calvino, por ejemplo, aducía que todo pecado es mortal en el sentido de que sea justo que merezca la muerte, pero que ningún pecado es mortal en el sentido de que destruya la gracia justificatoria. El rechazo protestante a la distinción entre pecados mortales y veniales estaban considerando factores distintos a los grados de pecado. El protestantismo histórico conservó la distinción entre pecados ordinarios y los pecados que se consideran crasos o atroces.

La razón más obvia para la conservación de los grados de pecado entre los protestantes es que tales gradaciones abundan en la Biblia. La ley del Antiguo Testamento tenía claras distinciones y penalidades para diferentes actos delictuales. Algunos pecados eran penados con la muerte, otros con castigos corporales, y otros con el cobro de multas. En el sistema judío de justicia penal, se hacían distinciones entre tipos de homicidio que corresponderían a distinciones modernas tales como homicidio en primero y segundo grado, y homicidio voluntario e involuntario.

El Nuevo Testamento menciona ciertos pecados que, si continúan sin arrepentimiento, exigen la expulsión de la comunión cristiana (1 Corintios 5). Al mismo tiempo, el Nuevo Testamento promueve un tipo de amor que cubre una multitud de pecados (1 Pedro 4:8). Abundan las advertencias acerca de un futuro juicio que tendrá en cuenta tanto el número (cantidad) como la gravedad (calidad) de nuestros pecados. Jesús habla de aquellos que recibirán muchos azotes y aquellos que recibirán pocos (Lucas 12:44–48); del juicio comparativamente mayor que recaerá sobre Corazín y Betsaida frente al de Sodoma (Mateo 11:20–24); y el mayor y menor grado de recompensas que se distribuirán entre los santos. 

El apóstol Pablo advierte a los romanos sobre acumular ira para el día de la ira de Dios (Romanos 2:5). Éstos y muchos otros pasajes indican que el juicio de Dios será perfectamente justo, y medirá el número, la gravedad, y las circunstancias atenuantes que rodean a todos nuestros pecados.
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