domingo, 30 de octubre de 2022

LIDERAZGO MINISTERIAL: JESÚS ES NUESTRA AYUDA SUPREMA




EL ESPLENDOR DE LA CRUZ
Si queremos ver a nuestro Dios en toda su gloria y majestad, debemos mirar hacia la cruz. Allí, en el madero, él reivindicó su ley cuando dejó caer sobre su Hijo la ira santa de Dios; fue un despliegue de su amor para con el mundo perdido. En ese acto soberano no sólo mostró su gracia infinita al glorificarse, sino que también venció al enemigo y nos salvó.
Nadie pone en duda que Dios Trino tiene todo el derecho de reinar. El Creador hizo a la criatura y eso en sí le da ese derecho legítimo. Frente al Dios Trino no hay quien se oponga. Nabucodonosor, la cabeza de oro en la estatua de los reinos del mundo antiguo nos dio un anticipo de esta realidad.
“Mas al fin del tiempo yo Nabucodonosor alcé mis ojos al cielo, y mi razón me fue devuelta; y bendije al Altísimo, y alabé y glorifiqué al que vive para siempre, cuyo domino es sempiterno, y su reino por todas las edades. Todos los habitantes de la tierra son considerados como nada; y él hace según su voluntad en el ejército del cielo, y en los habitantes de la tierra, y no hay quien detenga su mano, y le diga: ¿Qué haces?” (Daniel 4:34, 35). De la misma boca del rey babilónico, el epítome del mal, viene esa franca confesión y admisión de la soberanía de Dios.
Pero surge la pregunta: ¿Cómo optó por reinar Dios Trino? Entramos ahora en áreas consideradas como terreno sagrado y difícil de pisar. Sin embargo, la Biblia nos permite sacar ciertas conclusiones. Dios mismo regirá al fin y al cabo. Dios Trino en la eternidad pasada se puso de común acuerdo, las tres personas en una substancia divina: Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu Santo. El Padre iba a enviar al Hijo del Hombre a “buscar y a salvar lo que se había perdido” (Lucas 19:10; Juan 3:16). El Espíritu Santo tomaría lo del Hijo y se lo revelaría al creyente y al mundo (Juan 16:14, 15).
¿Desde cuándo reina Dios? “Y la (la bestia) adoraron todos los moradores de la tierra cuyos nombres no estaban escritos en el libro de la vida del Cordero que fue inmolado desde el principio del mundo” (Apocalipsis 13:8). “Quien nos salvó y llamó con llamamiento santo, no conforme a nuestras obras, sino según el propósito suyo y la gracia que nos fue dada en Cristo Jesús antes de los tiempos de los siglos” (2 Timoteo 1:9).
Y la Escritura dice aún más: “Según nos escogió en él antes de la fundación del mundo, para que fuésemos santos y sin mancha delante de él” (Efesios 1:4). En la economía de Dios todo esto tomó lugar antes de la creación del hombre. Juan lo dice perfectamente bien cuando afirma: “A Dios nadie le vio jamás; el unigénito Hijo, que está en el seno del Padre, él le ha dado a conocer” (Juan 1:18). Cristo es la perfecta exégesis de Dios para el mundo.
Proponga la respuesta a la pregunta previa. Dios iba a reinar a través de su Hijo desde la Cruz, tanto en salvar al creyente como en condenar al incrédulo en el gran trono blanco (Apocalipsis 20:11–15). Éste es un pensamiento bien serio y solemne. La verdadera autoridad para reinar estriba en la Cruz. Éste era el plan eterno de nuestro Dios. Por lo tanto, el Liderazgo desde la Cruz lleva la marca del Dios Trino. Éste es el reto para aquel que busca ser un líder digno del Crucificado.
El Dios comunicativo se manifestará a los suyos según su propia personaIsaías lo dijo elocuentemente: “Porque mis pensamientos no son vuestros pensamientos, ni vuestros caminos mis caminos, dijo Jehová. Como son más altos los cielos que la tierra, así son mis caminos más altos que vuestros caminos, y mis pensamientos más que vuestros pensamientos” (Isaías 55:8, 9). El que quiere ser líder tiene que abrazar esta verdad en todo momento y aceptar que si queremos servir hay que hacerlo a su manera, siguiendo el ejemplo supremo que nos ha dejado, su Amado Hijo, el Crucificado.
Vuelve Isaías a confundirnos con otra verdad tan contradictoria a nuestra cultura y a nuestro modo de ser y pensar. Al tratar con nosotros Dios se nos revela a sí mismo y nos abre la puerta que nos permitirá llegar a ser verdaderos dirigentes bajo su mando. “Porque así dijo el Alto y Sublime, el que habita la eternidad, y cuyo nombre es el Santo. Yo habito en la altura y la santidad, y con el quebrantado y humilde de espíritu, para hacer vivir el espíritu de los humildes, y para vivificar el corazón de los quebrantados” (Isaías 57:15).
La cultura humana y perdida reina en nuestro medioLa historia humana tiene muchos ejemplos de dirigentes que son víctimas de sus propios intereses y su orgullo. El líder en cualquier iglesia puede caer víctima del mismo orgullo en diferentes grados. Estos estudios tienen como fin aclarar que Dios elige la humildad, la sumisión a él y la búsqueda del bienestar espiritual de los hermanos. La fuerza negativa de la cultura puede aparecer de varias maneras en la iglesia local.
La influencia de una familia grande con una trayectoria larga, la influencia de quien da más dinero, la popularidad de alguien que llegó recientemente, todos estos elementos pueden llegar a influir para mal. Por eso las verdaderas marcas del liderazgo bíblico se deben guardar con cuidado.
Además la historia de América Latina está repleta de grandes “caciques” o caudillos que agarraron el poder, manejaron a las masas buscando sus propios intereses y reinaron por décadas. Luego, se enriquecieron a costa de sus súbditos y, la mayoría de las veces, dejaron el país por el suelo.
Para ilustrar esto, basta con echarle una mirada a la historia de América Latina: México, Antonio López de Santa Ana (1824–1844); Cuba, Fidel Castro (1959–?); República Dominicana, Rafael Trujillo (1930–1960); Nicaragua, Anastasio Somoza (1933–1960); Ecuador, Gabriel García Moreno (1860–1895); Venezuela, Juan Vicente Gómez (1908–1935); Argentina, Juan Manuel de Rosas (1829–1852). Y hay más ejemplos.
Toda esta historia sólo para ilustrar que el líder humano, sea de cualquier cultura que fuere, es muy dado a promoverse y dejar que el orgullo lo domine. Debido a esta tendencia, el líder bíblico latinoamericano o cualquier líder cristiano tiene que luchar contra aquello que es ajeno a Dios en la cultura que nos bombardea constantemente. Estos estudios van a ilustrar cómo poder salir avante en este medio.
Dios introduce a su Hijo bajo dos figuras contrarias: el León y el Cordero
De estas dos figuras literarias, el león y el cordero, ¿Cuál figura nos parece más impresionante? Sin duda optamos por el león que es el rey de los animales. El reino de Dios es legítimo; Dios es Rey supremo. Pero no reinará por “fiat” (por decreto solamente) ni por orden ejecutiva. Sí que reinará en gracia y en amor aun sobre aquellos que se rebelaron contra él.
Por primera vez Dios introduce la tribu de Judá como león. “Judá, te alabarán tus hermanos;”… Así como león viejo: ¿Quién lo despertará? No será quitado el cetro de Judá, ni el legislador de entre sus pies, hasta que venga Siloh; y a él se congregarán los pueblos” (Génesis 49:8–10). Dios escogió la tribu de Judá como la tribu real y sólo de Judá podría venir el rey aprobado por Dios. Así David y Salomón llegaron a ser antecesores del Mesías.
En la providencia de Dios él iba a empezar a tratar con su mundo, no por la realeza del Mesías como rey o león, sino como el Cordero inmolado. De esta manera Dios lograría su propósito eterno de salvar a los suyos. Primero el Cordero y luego el León de la tribu de Judá. Dios combina las dos figuras, pero los judíos malentendieron el plan divino y rechazaron al Cordero.El Hijo del Hombre vendría como hombre puesto en muerte sacrificial. Lo salvaría, lo transformaría y luego reinaría en amor y gracia divina. El salvado de buena voluntad respondería a las misericordias. Dios reinaría desde la Cruz. La Cruz viene a ser la ventana por la cual conocemos al Dios de todo poder y santidad.
En la eternidad pasada irrumpió lo inescrutable del pecado en el cielo por el orgullo de Lucero (Isaías 14:4–23 - bajo el personaje del rey de Babilonia y el orgullo del querubín grande en Ezequiel 28:12–19 - bajo el príncipe de Tiro). Pero Dios respondió no por acabar con ellos por puro decreto. Sí que los condenó y los castigó; pero cuando nuestros padres los siguieron, lejos de aniquilarlos, Dios tomó cartas en aquello con el fin de salvarlos en amor y pura gracia.
Lo muy destacado de Dios es que en el momento justo de pronunciarle a Satanás su veredicto final le anunció a él y a nuestros padres el “protevangelium” o el primer evangelio. “Y pondré enemistad entre ti y la mujer, y entre tu simiente y la simiente suya; ésta te herirá en la cabeza, y tú le herirás en el calcañar” (Génesis 3:15). En un corto espacio muy comprimido predice la enemistad entre Sí y el diablo; pero habría un encuentro en el cual la simiente de Dios, Cristo mismo (Gálatas 3:16), vencería a Satanás. Aunque el diablo lo haría sufrir, no sería nada definitivo. En esto se ve la Cruz como el triunfo final de Dios en la resurrección de Jesús. El Cordero, no el León, ganaría la victoria.
El largo desfile de la sangre de los corderos de Génesis a IsaíasDesde Génesis cuatro, Dios introduce por oralidad (tradición oral) el valor de ofrecer en fe un cordero, un animal sacrificado en lugar del pecador culpable. Luego sigue el sacrificio de Abel, un sacrificio aceptable por fe (Hebreos 11:4); más tarde los sacrificios de animales limpios de Noé al salir del arca (Génesis 8:20); el altar de Abraham (Génesis 12:7) y el mandato de sacrificar a Isaac, el muy amado hijo seguido de la intervención muy a tiempo del Ángel de Jehová—es decir, Cristo pre encarnado (Génesis 22:1–21); a estos le sigue el cordero pascual cuya sangre fue aplicada en la puerta mientras adentro lo comían con hierbas amargas, bastón en la mano y los pies calzados (Éxodo 12:1–13).
Pero el desfile de sangre continúa. En Levítico aparecen los cinco sacrificios u ofrendas (Levítico 1–7). Finalmente, Isaías 42, 49, 50, 52:13–53:12, el colmo de la larga línea de sacrificios, el del Siervo Sufriente cuya alma fue puesta en expiación por el pecado (Isaías 53:10). Por fin ahora no es un animal el que muere sino el Siervo Sufriente, Cristo mismo y su Cruz.
“He aquí el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo” (Juan 1:29)Al empezar Jesús su ministerio público, Juan, el Bautizador, su medio primo, lo anunció a todo el mundo como el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo; en su bautismo Dios lo afirmó y descendió sobre él el Espíritu Santo como una paloma (Mateo 3:13–17).Toda la abundante profecía del Antiguo Testamento halló el cumplimiento de su ministerio terrenal en la última pascua en que Jesús dijo: “Ha llegado la hora para que el Hijo del Hombre sea glorificado… Ahora está turbada mi alma; y ¿qué diré? ¿Padre, sálvame de esta hora? Mas para esto he llegado a esta hora. Padre, glorifica tu nombre” (Juan 12:23, 27, 28).
Jesús puso su faz como pedernal hacia la cruz. Bien había dicho: “Por eso me ama el Padre, porque yo pongo mi vida, para volverla a tomar. Nadie me la quita, sino que yo de mí mismo la pongo. Tengo poder para ponerla, y tengo poder para volverla a tomar. Este mandamiento recibí de mi Padre” (Juan 10:17, 18).
En la consumación de las edades Dios pronunciará la palabra finalDesde la cruz el Hijo del Hombre ha reinado. Pablo escribe a los Corintios diciendo que reinará hasta que todos sus enemigos estén puestos debajo de sus pies. El último enemigo es la muerte. “Pero luego que todas las cosas le estén sujetas, entonces también el Hijo mismo se sujetará al que le sujetó a él todas las cosas, para que Dios sea todo en todos” (1 Corintios 15:25, 26, 28).En el último drama del tiempo Juan nos presenta el escenario en el cielo. En el libro de Apocalipsis Juan menciona veintisiete veces el Cordero. El personaje preeminente del futuro ha sido quien murió en aquella cruz; él ha sido el vencedor.
Todavía queda un evento en espera. En Apocalipsis 5 Juan nos narra: “Y vi en la mano derecha del que estaba sentado en el trono un libro escrito por dentro y por fuera, sellado con siete sellos… ¿Quién es digno de abrir el libro y desatar los sellos?”. No había nadie digno y Juan lloraba mucho. Pero “uno de los ancianos me dijo: No llores. He aquí que el León de la tribu de Judá, la raíz de David, ha vencido para abrir el libro y desatar sus siete sellos” (Apocalipsis 5:1, 2, 5).
En el resto de ese escenario futuro el Cordero toma el libro y desata los sellos y de allí en adelante los últimos eventos desastrosos se van cumpliendo. Fue el Cordero y ahora el León que unen sus poderes. Juan nos deja pasmados con el triunfo final del Cordero desde la Cruz. “Y miré, y oí la voz de muchos ángeles alrededor del trono, y de los seres vivientes, y de los ancianos; y su número era de millones de millones, que decían a gran voz: El Cordero que fue inmolado es digno de tomar el poder, las riquezas, la sabiduría, la fortaleza, la honra, la gloria, la alabanza” (Apocalipsis 5:11, 12). ¡A tal coro algún día, tú y yo agregaremos nuestra unánime voz!
La Cruz es la maravilla y la obra maestra de DiosPor lo tanto, todo lo que viene en nombre de Dios y el Hijo del Hombre tiene que conformarse a la Cruz, la plena expresión de la santidad de Dios, su amor y su gracia ilimitada. Además es Cristo en nosotros la esperanza de gloria. El Crucificado mora en el creyente desplazando la vida vieja caracterizada por el orgullo, el pecado original. El Postrero Adán crucificó al Primer Adán (Romanos 6:6).
Pablo, el Apóstol de la Cruz, introdujo en Corinto el evangelio con estas palabras: “Porque la palabra (mensaje) de la cruz es locura a los que se pierden; pero a los que se salvan, esto es, a nosotros, es poder de Dios… pero nosotros predicamos a Cristo crucificado, para los judíos ciertamente tropezadero, y para los gentiles locura; mas para los llamados, así judíos como griegos, Cristo el poder de Dios, y sabiduría de Dios” (1 Corintios 1:18, 23, 24).
Tal es nuestro mensajeLa lógica es que la cruz debe marcar todo paso que damos. Es la cruz en el glorioso plan de Dios la que forjó la obra salvadora y debe caracterizar a todo aquel que predica el mensaje del evangelio. Debemos ser la encarnación del mensaje de la Cruz. 
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DIOS NOS LLAMA A PREDICAR CON EXCELENCIA

PARA RECORDAR ... El que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6


PREDICAR CON EXCELENCIA
Proverbios 30:1–6, un pasaje que ha sido muy descuidado, pero que al mismo tiempo es notable, evoca nuestra necesidad de la Palabra de Dios:
    Palabras de Agur, hijo de Jaqué; la profecía
    que dijo el varón a Itiel.
    “Ciertamente más rudo
      soy yo que ninguno,
    ni tengo entendimiento de hombre.
      Yo ni aprendí sabiduría,
    ni conozco la ciencia del Santo.
      ¿Quién subió al cielo, y descendió?
    ¿Quién encerró los vientos en sus puños?
      ¿Quién ató las aguas en un paño?
    ¿Quién afirmó todos los términos de la tierra?
      ¿Cuál es su nombre, y el nombre de su hijo, si sabes?
      ¡Seguro que lo sabes!
    Toda palabra de Dios es limpia;
      Él es escudo a los que en él esperan.
    No añadas a sus palabras,
      para que no te reprenda, y seas hallado mentiroso”.
En este pasaje tan rico, que recompensa a la reflexión cuidadosa, Agur revela una profunda comprensión de sus límites como ser humano y el cansancio resultante (Prov 30:1) de tratar de vivir sin la Palabra de Dios. No importa lo brillantes e iluminados que podamos estar, no hemos subido al cielo ni hemos vuelto a bajar; no hemos recogido el viento ni atado las aguas en un paño; no hemos establecido los límites de la Tierra. En Eclesiastés, una metáfora común que el Predicador usa para la búsqueda autónoma y agotadora de la sabiduría es que es como “perseguir al viento” (véase, por ejemplo, Ec 2:26). El entendimiento humano y la sabiduría requieren una ayuda externa a la creación, del Santo (Pr 30:3), porque son creación, los humanos no son el Creador (Pr 30:4). Esto significa que la Palabra de Dios, que en hebreo significa literalmente “refinado” y que es, por lo tanto, pura y sin defectos (Pr 30:5), tiene un valor inestimable para la vida humana y el entendimiento en todas sus dimensiones.
En la actualidad, es difícil expresar la importancia de la Biblia como la Palabra de Dios tanto en la Iglesia como en el mundo. En medio de un resurgimiento global de la religión (no solo del cristianismo), el cansado Occidente continúa avanzando pesadamente por el camino del vacuo secularismo, como lo demuestra, por ejemplo, el nuevo ateísmo. En las profundidades de nuestro individualismo y cultura de consumo global, es un desafío para la imaginación el ver la gran necesidad que hay de la Palabra de Dios y su relevancia. En gran medida, la modernidad se basa en el deseo de marginar y eliminar a Dios de la dimensión pública de la vida, y además ha tenido éxito en su propósito, aunque no sin costo.
Dentro de los círculos más importantes de la misionología (el estudio de la misión), no llegó a consolidarse una crítica seria de la cultura occidental hasta después del Consejo Misionero Internacional en Tambaram, en 1938. Ahora, dos guerras mundiales y el holocausto hacen que sea imposible asumir que la cultura occidental es superior, fundamentalmente cristiana o incluso neutral. Los desastres y tragedias que afectaron a Occidente en el siglo XX, lo que, en algunas estimaciones, son las más brutales de la historia, afectaron a la Iglesia occidental en, al menos, dos formas principales. Por ejemplo, Walter E. Williams señaló en el año 2000 que “el siglo XX (…) será recordado por el progreso técnico sin precedentes, el avance del conocimiento y las mejoras en los estándares de vida. También será recordado como el siglo más brutal de la humanidad. Las guerras internacionales y civiles han producido un número de muertos de aproximadamente 50 millones de personas. Por más trágico que sea ese número, es pequeño en comparación con el número de personas asesinadas por su propio gobierno”. Por un lado, la estrecha asociación del cristianismo con Occidente significó que, como se evaluó y criticó a la cultura occidental, ocurriera lo mismo con el cristianismo. La cuestión de la singularidad de Jesús está en el corazón de la creencia cristiana, de ahí que muchas de las principales denominaciones abandonaran el firme compromiso de la “cuestión de la singularidad, suficiencia y finalidad de Jesucristo como el Señor y Salvador del mundo”3. Dentro de otros círculos cristianos y en la tradición evangélica, este compromiso se ha mantenido, pero con demasiada frecuencia acompañado de la pérdida de las dimensiones públicas y más amplias de la fe, que abarcan toda la creación, lo que conlleva que Jesús se afirme como salvador, pero no como salvador del mundo. Esto es lo que llamamos la “privatización de la religión”, en la cual la libertad de religión se tolera dentro de la esfera privada de nuestra vida, pero se mantiene fuera de las principales esferas públicas.                                                                                                                                                                El resultado es que, en el lado liberal del cristianismo occidental, nos quedamos con un “Evangelio” vacío que se alinea principalmente con la izquierda de nuestra cultura y es constitucionalmente incapaz de “enfrentar lo negativo y la implicación positiva de la confesión de Jesús como Señor”, es decir, permitir que el Evangelio dé forma y critique nuestra cultura occidental. Dentro del mundo evangélico, mantenemos el compromiso de que Jesús es el Señor, pero lo vemos principalmente como un salvador personal, por lo que tenemos poco que decir a un occidente que está en crisis, por no hablar del hemisferio sur.  De un modo bastante natural, y desgraciadamente, esta polarización se manifiesta en la predicación en las iglesias. En I Believe in Preaching, John Stott señala aspectos similares a los anteriormente mencionados. Señala que los liberales apuntan directamente a la vida contemporánea en su predicación. ¡Uno no siempre está seguro de dónde provienen los sermones! Recuerdo que hace algunos años participé en una reunión de teólogos prácticos de todo Reino Unido. Se nombraron a dos miembros para interpretar nuestras meditaciones de un modo general. Uno comentó que él pensó que estábamos de acuerdo en que la Biblia no debería estar sobre nosotros, sino a nuestro lado como si se tratara de un compañero de diálogo. Un profesor de hebreo y del Antiguo Testamento se atrevió a mostrar el hecho de que esta no era la opinión de todos nosotros. Claramente, si la Biblia se reduce a un compañero de diálogo, entonces no hay razón por la cual la predicación deba estar arraigada y fundamentada en las Escrituras. Si lo comparamos, los sermones evangélicos se originan en la Biblia, pero tienden a no estar dirigidos a ninguna parte en particular. Como dice Stott de la predicación evangélica:                                                                                 Si somos conservadores (…) y mantenemos la tradición histórica de la ortodoxia cristiana, vivimos en el lado bíblico del golfo. Ahí es donde nos sentimos cómodos y seguros. Creemos en la Biblia, amamos la Biblia, leemos la Biblia, estudiamos la Biblia y exponemos la Biblia. Pero, por otro lado, nuestra casa no está asentada en el mundo moderno (…). Si tuviera que dibujar un diagrama de la brecha existente entre estos dos mundos, y luego dibujar los sermones en el diagrama, tendría que dibujar una línea recta que comenzara en el mundo bíblico y luego se elevara en el aire en una trayectoria recta que nunca llegara a aterrizar en el otro lado. Porque nuestras predicaciones en raras ocasiones son terrenales. No logran construir un puente hacia el mundo moderno. Son bíblicas, pero no contemporáneas.                                                                                                                                                                                                                                        Stott caracteriza esta dicotomía entre la predicación liberal y la evangélica como una de las mayores tragedias de nuestros días:
Por un lado, tenemos a los conservadores que son bíblicos, pero no contemporáneos. Mientras que, por otro, los liberales y los radicales son contemporáneos, pero no bíblicos. Sin embargo ¿por qué hacemos esta polarización tan ingenua? Cada lado tiene razón para su preocupación, la primera de conservar la revelación de Dios, y la segunda de relacionarse de manera significativa con personas reales en el mundo real. ¿Por qué no podemos mezclarnos con las preocupaciones de los demás? ¿No es posible que los liberales aprendan de los conservadores sobre la necesidad de conservar los fundamentos históricos y bíblicos del cristianismo, y que los conservadores aprendan de los liberales la necesidad de relacionarse de un modo radical y relevante con el mundo real?
El análisis de Stott sobre la predicación evangélica ofrece una reflexión cercana sobre sus implicaciones. Los evangélicos se enorgullecen, comprensiblemente, de ser “los cristianos de la Biblia”, y es mérito suyo que tengan a la Biblia en tan alta estima. La modernidad, no solo a través de una gran cantidad de estudios bíblicos, ha apuntado una y otra vez a la fiabilidad de las Escrituras. Ya sea a través de la doctrina de la inerrancia o de la infalibilidad, en general, los evangélicos y otros cristianos ortodoxos se han mantenido firmes en la naturaleza totalmente confiable de la Biblia como las Sagradas Escrituras. En mi caso, fue durante los años en la Universidad de Oxford que me di cuenta de que había una brecha existente entre la naturaleza lógica de dichas doctrinas y la cuestión hermenéutica de cómo escuchar a Dios hablando con autoridad a través de las Escrituras. ¿Cómo escuchamos las Escrituras para que podamos predicar la Biblia con su valor al completo en el mundo de hoy?
Volviendo a la caracterización de Stott de la predicación evangélica, el área de aplicación es donde los problemas surgen con mayor claridad ya que, si el sermón no está dirigido a ningún lugar en particular, estará destinado a estrellarse. En la predicación, las posibilidades y el desafío de aplicación que se plantean se resumen en la frase “¡aterriza el avión!”. Debo esta metáfora de comparar un sermón con volar un avión tan sugerente a mi amigo, compañero y párroco, Ray David Glenn. Unos días antes del domingo, no es raro que conversemos sobre cómo aterrizar el texto sobre el que vamos a predicar en St. Georges el próximo domingo. A través de la oración, la reflexión y el arduo trabajo exegético, es posible que hayamos llegado a un entendimiento del texto, pero ¿cómo lo compartimos el domingo en nuestro contexto particular para que, a través de la predicación, escuchemos el mensaje que Dios tiene para nosotros hoy? ¿Cómo aterrizamos el avión cuyo cargamento es la palabra viva de Dios para que esté presente y, así, las congregaciones la reciban como tal?                                                                                                                                                                                                                 DESCARGAR                                                                                                                      ADQUIERALO AQUÍ.

sábado, 23 de abril de 2022

La Autoridad de Las Escrituras y la Naturaleza de Cristo

 




APLIQUEMOS LA TEOLOGÍA

El testimonio ocular de los Doce (con Judas reemplazado por el apóstol Pablo), a quienes Jesús seleccionó para que dieran testimonio de la importancia de su vida, muerte y resurrección, reside ahora en las páginas del NT. Esto no quiere decir que cada página de los libros del NT fuera escrita por un testigo presencial de Jesús, porque está claro que no todos lo eran. 

Lucas, por ejemplo, no vio a Jesús con sus propios ojos, pero trabajó muy cerca del apóstol Pablo, que se encontró al resucitado Jesús camino de Damasco. Marcos, que era un joven que realmente había visto a Jesús, se dice que escribió su evangelio según el testimonio ocular de Pedro.

El evangelio de Juan tuvo su origen en el testimonio ocular del discípulo al que Jesús amó, que probablemente fue el apóstol Juan. Santiago es el medio hermano de Jesús, que se convirtió en líder de la iglesia en Jerusalén tras la partida de Pedro. Mientras que los autores de algunos libros no pueden ser identificados con certeza, este comentario opera según la premisa de que el NT es el repositorio del testimonio fiable y autoritativo de la importancia de la persona y el mensaje de Jesucristo. Más allá de su fiabilidad como antiguo y auténtico testimonio humano sobre Jesús, es la Palabra divinamente inspirada de Dios, cuya verdad está basada en el carácter de Dios mismo. El NT es la interpretación de Dios de la importancia de Jesús.

El problema de la verdad en la era del relativismo

En nuestros días la proclamación del evangelio como verdad exclusiva sobre Jesucristo ha perdido popularidad, incluso entre los que se identifican a sí mismos como cristianos. La influencia de las presiones culturales como el racionalismo y la crítica histórica, la espiritualidad de la Nueva Era y el ecumenismo radical con religiones no cristianas ha reducido el NT a un antiguo artilugio irrelevante, en el peor de los casos, y en el mejor, a simplemente en una opción para la religión moderna. Predicar el NT como la verdad exclusiva sobre Jesucristo y su misión de reconciliación de la raza humana con Dios a menudo se considera vagamente como una afirmación de poder y como un comportamiento inadecuado en nuestra amplia y plural sociedad moderna.

Puede resultar reconfortante darse cuenta de que la situación actual es similar a la del siglo primero, cuando la herejía hacía incursiones en las comunidades cristianas a través de la influencia de la filosofía greco-romana, las creencias y prácticas de las religiones paganas y bajo la presión de la regla romana de aceptar el politeísmo y el pluralismo en nombre del Imperio para no ser un “odiador de la humanidad” (Suetonio, Nerón 16). Es reconfortante darse cuenta de que a pesar de un ambiente tan hostil, el NT y su testimonio apostólico sobrevivieron, trayendo el verdadero mensaje del evangelio a las sucesivas generaciones de personas desde el tiempo en que se secó la tinta de los autógrafos a través de los siglos hasta el tiempo actual.

En los primeros días de la naciente iglesia, antes de que el NT existiese, la movilidad que permitió al evangelio viajar por todo el Imperio romano en sólo unas décadas también hizo surgir el problema de las interpretaciones conflictivas de la vida de Jesús y de las enseñanzas de los apóstoles que eran incompatibles con la verdad. Todas estas epístolas conservadas en el NT trataban de circunscribir los límites de la verdad frente a las falsas afirmaciones. Ahora que la iglesia tiene el NT, sigue existiendo el problema de las interpretaciones del texto que tuercen y distorsionan su mensaje. Es más, ahora vivimos un tiempo en el que se manifiesta un problema más amplio de relativismo radical que niega que exista una sola verdad, un sólo significado en el texto, una interpretación ortodoxa del mensaje del evangelio. No obstante, este antiguo libro que conserva las voces de los apóstoles del Señor continuará hablando a todas las generaciones hasta que regrese el Señor. En lugar de ser una afirmación de poder, el evangelio apostólico es una invitación bondadosa a la comunión con Dios y su Hijo, Jesucristo. Los que siguen el evangelio encuentran comunión entre sí en torno a la Palabra de Dios y con los apóstoles que escogió como portadores de esa revelación.

El segundo punto de esencial importancia es que Jesucristo fue una persona real a quien mucha gente escuchó, vio y tocó. Mientras que hoy en día el Espíritu Santo arbitra la presencia de Cristo en su iglesia, la obra del Espíritu no reemplaza la encarnación de Cristo como el hombre Jesús. De hecho, fue necesario que Jesús naciera dentro de la humanidad, para vivir una vida sin pecado, morir con una muerte redentora y resucitar de la tumba en victoria final antes de que el Espíritu Santo pudiera ser dado (Jn 16:7). La obra del Espíritu es dar testimonio de Jesús (15:26), no ofrecer una marca genérica de espiritualidad o religión tan populares en nuestra sociedad moderna. El punto de 1 Jn 1:1–4 es que Jesús realmente estuvo con nosotros, que el eternamente preexistente Hijo de Dios ¡estuvo aquí! Dios conoce de primera mano los gozos y las penas, las pruebas y las tentaciones, las esperanzas y los temores de ser un ser humano. El mensaje del evangelio de los apóstoles se originó en su encuentro con el Dios-hombre.

¿Revelación continuada del Espíritu?

Las afirmaciones modernas de que la obra del Espíritu ofrece al mundo algo además de Jesucristo, o algo distinto a Jesucristo, también vienen precedidas por afirmaciones parecidas ya en el siglo primero. La disputa entre Juan y los que se habían ido de su iglesia (o iglesias) evidentemente era sobre la verdadera naturaleza de Cristo, con los herejes influidos por las ideas neoplatónicas y probablemente reclamando cierto tipo de verdad basada en una mala comprensión de las promesas del evangelio de Juan. Esta apertura de 1 Juan señala a los lectores de hoy día como lo hizo en los tiempos antiguos hacia la inseparable verdad de que Jesús es quien el NT dice que es, y que aparte del NT no existe un verdadero conocimiento de Jesucristo. La obra del Espíritu hoy día está siempre en consonancia con el testimonio del NT.



viernes, 1 de abril de 2022

1 Juan: Contexto Literario-1Juan 1:1-4 --- Análisis Exegético profundo

 



1 Juan 1:1–4

Contexto literario

Este prólogo de apertura del libro proporciona el fundamento para su mensaje introduciendo la autoridad de su autor, que aporta el testimonio ocular sobre Jesús, la Palabra que es vida. Según las convenciones de la retórica greco-romana, estos versículos funcionan para hacer que la audiencia esté bien atenta y dispuesta a recibir el mensaje que viene a continuación. Introducen el principal tema de la carta, dar seguridad a los lectores sobre la vida eterna, y los anima a continuar manteniendo las creencias y valores que ya defienden. La posible alusión a la idolatría contrasta con la verdad sobre Dios revelada en Jesucristo y forma una inclusio con el mandamiento final en 1 Juan 5:21, “Hijos, guardaos de los ídolos.”


    ⮫      I.      Juan reclama tener la autoridad del testimonio apostólico (1 Juan 1:1–4)

      A.      Juan reclama tener conocimiento histórico preciso (1:1)

      B.      La aparición de la vida eterna (1:2)

      C.      El objetivo de Juan es la comunión (1:3)

      D.      Hacer que el gozo de la comunión sea completo (1:4)

          II.      Anuncio del mensaje (1 Juan 1:5–10)

      A.      Dios es luz (1:5).

      B.      Las dos primeras proposiciones condicionales contrapuestas (1:6–7)

      C.      Las dos segundas proposiciones condicionales contrapuestas (1:8–9)

      D.      Quinta proposición condicional: Si decimos que no hemos pecado … (1:10)

Idea exegética principal

La verdad sobre Jesucristo comienza reconociendo que es una persona real en la historia humana que escoge testigos para explicar el verdadero significado de su vida, muerte y resurrección. Esta apertura invita a los lectores a unirse a la comunión de una creencia común siendo y permaneciendo fieles a la enseñanza sobre Cristo ofrecida por aquellos que tienen la autoridad para hablar la verdad espiritual.

Traducción

  1 Juan 1:1–4
  1a
  lista/objeto de 3c
  Lo que era desde el principio,
  b
  lista/objeto de 3c
  lo que hemos oído,
  c
  lista/objeto de 3c
  lo que hemos visto con nuestros ojos,
  d
  lista/objeto de 3c
  lo que hemos percibido, y
  e
  lista/objeto de 3c
    nuestras manos
  han tocado —
  f
  referencia a 3c
  esto os proclamamos respecto a la Palabra de Vida.

  2a
  afirmación
La Vida apareció,
  b
  afirmación
y [la] hemos visto,
  c
  afirmación
y damos testimonio [de ella],
  d
  afirmación
y os proclamamos la Vida eterna,
  que
estaba con el Padre y
  e
  afirmación
se nos apareció.
  3a
  objeto
  Lo que
hemos visto y
  b
  objeto
  hemos oído,
  c
  afirmación
os proclamamos también,
  d
  propósito
  para que vosotros también tengáis
  comunión
  con nosotros.
  e
  afirmación
    Y en verdad nuestra comunión es
  con el Padre y
  con su Hijo, Jesucristo.
  4a
  afirmación
Y estas cosas os escribimos
  b
  propósito
  para que nuestro gozo sea completo.

Estructura

La apertura de 1 Juan es quizá la más inusual encontrada en el corpus bíblico, porque ningún otro libro comienza con un pronombre relativo, “que” (ὅ), como primera palabra. De hecho, hay cuatro pronombres relativos singulares neutros en el versículo de apertura, y el verbo principal no aparece hasta el versículo 3 (“proclamamos,” ἀπαγγέλλομεν). El orden de palabras inusual que presenta esta lista de pronombres respecto de sus verbos resalta el mensaje del testimonio y añade impacto retórico enfatizando el objeto de la proclamación: el evangelio de Jesucristo.

    Lo que era desde el principio,
    lo que hemos oído,
    lo que hemos visto con nuestros ojos,
    lo que hemos percibido,
    y nuestras manos han tocado —
    esto os proclamamos respecto a la Palabra de vida. (cursiva añadida)

La estructura de este testimonio se centra en la afirmación de que la vida ha aparecido y que la “hemos visto” y ahora “damos testimonio” de ella y la “proclamamos” (v. 2). Siguiendo esta afirmación, el pronombre relativo en acusativo singular neutro “que” (ὅ) resume la afirmación de haber visto y oído lo que está siendo anunciado en el contenido de la carta que viene a continuación (v. 3a). La proposición “para que” (ἵνα) en v. 3d–e establece el propósito del anuncio: que los receptores pueden tener comunión con “nosotros,” una comunión que es con el Padre y su Hijo, Jesucristo.

El uso del pronombre en primera persona de plural plantea un debate exegético muy conocido para los intérpretes de 1 Juan sobre la identidad del referente (ver Explicación del texto). Los verbos de percepción sensorial (“hemos oído,” “hemos visto,” “hemos tocado”) afirman que el mensaje se basa en un testimonio de primera mano de la Palabra de vida, aunque no necesariamente un testimonio ocular del Jesús terrenal, ya que el pronombre relativo es neutro, no masculino, como sería necesario para referirse a Jesús o al nombre “palabra” (λόγος). Quizá el autor está pensando en el mensaje del evangelio, al cual se podría hacer referencia con un nombre neutro (εὐαγγέλιον), o a la idea más abstracta de la importancia de la vida, muerte y resurrección de Jesús.

La declaración final de la apertura de la carta establece un propósito, aunque no el único, para escribir (que “estas cosas” [ταῦτα] se refieran a todo lo que viene a continuación): que el gozo resultante de la Palabra de vida debe completarse. Las variantes textuales hacen que resulte incierto saber si Juan escribió “nuestro” gozo o “vuestro” gozo (ver discusión en Explicación del texto).
Aunque el griego de este pasaje es relativamente fácil, su significado es más difícil de discernir. Raymond Brown ha descrito la sintaxis de este pasaje como “un curso de obstáculo gramatical” porque la relación de varias partes del pasaje entre sí — la cual queda algo suavizada al realizar la traducción — no es sencilla en griego. Estos primeros cuatro versículos forman una oración larga en el texto griego, que se complica con dos declaraciones parentéticas.

Bosquejo exegético

          I.      Juan reclama la autoridad del testimonio apostólico (1:1–4)
      A.      Juan reclama el conocimiento histórico preciso sobre la Palabra de vida y su importancia (1:1)
      B.      La vida eterna que estaba con el Padre ha aparecido (1:2)
         1.      Juan da testimonio de ello (1:2a–c)
         2.      Lo proclama a sus lectores (1:2d)
      C.      Juan anuncia lo que ha visto y oído para que los que escuchen puedan tener comunión con Juan y con Dios el Padre y su Hijo, Jesucristo (1:3)
      D.      Juan escribe para que el gozo de la comunión sea completo (1:4)

Explicación del texto

1 Juan 1:1 Lo que era desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que hemos percibido, y nuestras manos han tocado —esto os proclamamos respecto a la Palabra de vida (Ὃ ἦν ἀπʼ ἀρχῆς, ὃ ἀκηκόαμεν, ὃ ἑωράκαμεν τοῖς ὀφθαλμοῖς ἡμῶν, ὃ ἐθεασάμεθα καὶ αἱ χεῖρες ἡμῶν ἐψηλάφησαν περὶ τοῦ λόγου τῆς ζωῆς). 

Este versículo de apertura del prólogo de 1 Juan forma un fundamento esencial para entender el resto de la carta, pero está cargado de temas exegéticos. Aunque a menudo se dice que el griego de 1 Juan es el más fácil del NT, la sintaxis de este primer versículo y su relación con el resto del pasaje no es sencilla. Hay al menos cinco temas exegéticos que deben tomarse en consideración para intentar entender lo que se dice aquí:

    (1)      el referente de los pronombres relativos neutros (ὅ) y su relación entre sí
    (2)      el significado de “desde el principio” (ἀπʼ ἀρχῆς)
    (3)      el propósito de repetir los verbos de los sentidos
    (4)      la identidad del pronombre de primera persona plural “nosotros”
    (5)      el significado del genitivo en la frase “la Palabra de vida.”

Merece la pena dedicar tiempo y esfuerzo a discutir cada uno de ellos con cierto detalle para tener la claridad necesaria para entender el resto de la carta.

(1) Dado que el autor está basando su autoridad sobre la fuente de conocimiento en el testimonio presencial, puede parecer natural leer este versículo de apertura como una afirmación de que el “nosotros” sujeto de las formas verbales se refiera a uno o más de los testigos de la vida terrenal de Jesús. En otras palabras, parafraseando: “hemos oído a Jesús, hemos visto a Jesús con nuestros propios ojos, le hemos mirado (mientras enseñaba y realizaba milagros), y nuestras manos le han tocado.” Pero el griego no permite esta referencia directa a la persona de Jesús. Es en cierto modo sorprendente encontrar pronombres relativos neutros en lugar de pronombres masculinos, lo cual vendría exigido gramaticalmente si Juan se estuviera refiriendo a escuchar, ver y tocar a Jesús. Parece que el autor no se está refiriendo directamente a la persona de Jesús, sino que está pensando más ampliamente en el mensaje del evangelio que se centra en Jesús, a lo cual se podría hacer referencia con el nombre neutro (“evangelio,” εὐαγγέλιον), incluso aunque no utilice esa palabra. O quizá estaba utilizando el pronombre relativo como referencia general para señalar todo lo que implicaba generalmente conocer a Jesús.

Algunos intérpretes entienden que el referente es “el mensaje predicado por Jesús durante su ministerio y ese mensaje tal como fue proclamado por los portadores de la tradición juanina.” La reciente obra de Brickle sobre el diseño oral de este prólogo, pensado originalmente para ser leído en voz alta en la iglesia, sugiere que la repetición del pronombre relativo neutro forma parte de “tres patrones orales clave (ὅ/καί/vocal-μεν)” que por su diseño ayudan al oyente a entender y memorizar.

Aunque el autor esté basando su conocimiento en la fuente presencial, aparentemente se está refiriendo a Jesús en categorías que van más allá de lo que se podría haber conocido de Jesús por la mera observación física, con frases tales como “lo que era desde el principio” y “la Vida eterna, que estaba con el Padre y se nos apareció.” El autor parece estar haciendo una distinción similar aquí entre un evento físico y su importancia que encontramos en las señales del evangelio de Juan. Sí, las siete señales son milagros, pero funcionan como señales sólo en la medida en que se percibe su importancia. Algunas personas sólo vieron lo que Jesús hizo, pero no percibieron su importancia; los que sí percibieron la importancia se dice que pusieron su fe en Jesús (p. ej., Jn 2:11). Y por tanto los pronombres relativos neutros sugieren una percepción de Jesús con toda la verdad que él trae y que va más allá de la mera percepción sensorial.

(2) Hay cuestiones sobre la relación de los cuatro pronombres relativos entre sí. Muchos intérpretes los consideran como objetos directos del verbo del versículo 3, “proclamamos” (ἀπαγγέλλομεν). Otros construyen el primer pronombre (ὃ) para que funcione como el sujeto nominativo del predicado “era desde el principio” (ἦν ἀπʼ ἀρχῆς) con las tres proposiciones relativas que van a continuación en aposición: declaramos lo que fue desde el principio, o sea, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que hemos percibido, y nuestras manos han tocado.

De cualquier manera, Juan está resaltando el mensaje sobre Jesús, que fue “desde el principio” (ὃ ἦν ἀπʼ ἀρχῆς). Esto plantea la cuestión: ¿el principio de qué? La frase preposicional “desde el principio” (ἀπʼ ἀρχῆς) se utiliza ocho veces en el comienzo de esta breve carta (1:1; 2:7, 13, 14, 24 [2×]; 3:8, 11) y dos en 2 Juan (vv. 5, 6), y también dos veces en el evangelio de Juan (8:44; 15:27). Los intérpretes ven una serie de opciones para el referente “el principio” en los escritos de Juan:
    (1)      la preexistencia del Hijo recuerda Jn 1:1 (“En el principio ya existía el Verbo …”) e, indirectamente, Gn 1:1 (“en el principio …”)
    (2)      el principio de una vida cristiana con la conversión a la fe en Cristo
    (3)      el principio de la obra redentora de Dios en la historia de la humanidad
    (4)      el principio del evangelio cristiano, definido como:
      (a)      la concepción y nacimiento de Jesús, o
      (b)      el principio del ministerio público de Jesús, o
      (c)      el principio de la predicación del evangelio tras la resurrección de Jesús

El prólogo de 1 Juan es obviamente similar al del evangelio de Juan, mencionando ambos el “principio” en su primer versículo. Aunque algunos se opongan a admitir que el evangelio y las cartas de Juan se interpretan mutuamente, la extensión de los paralelismos y correspondencias parecen demandar que las metáforas, imágenes y teología de las cartas se entienden dentro del marco del cuarto evangelio (ver Relación de las cartas con el evangelio de Juan en la Introducción a 1, 2, y 3 Juan).

El evangelio de Juan comienza con la famosa declaración “en el principio ya existía el Verbo” (ἐν ἀρχῇ ἦν ὁ λόγος), que alude a Gn 1:1, “en el principio creó Dios los cielos y la tierra” (gr. LXX, ἐν ἀρχῇ ἐποίησεν ὁ θεὁς τὸν οὐρανὸν καὶ τὴν γῆν). Ambas declaraciones se hacen en referencia a la creación, porque Jn 1:3 continúa explicando que: “Todas las cosas fueron hechas por medio de él y sin él nada de lo que ha sido hecho, fue hecho.” Es más, tanto Jn 1:1 como Gn 1:1 LXX utilizan la misma frase preposicional, “en el principio” (ἐν ἀρχῇ). La situación en 1 Jn 1:1 es en cierto modo diferente, allí no se hace mención a la creación y la frase preposicional es “desde el principio” (ἀπʼ ἀρχῆς). Construir 1 Jn 1:1 según Jn 1:1 y Gn 1:1 significa que lo que “nosotros” hemos oído, visto y tocado es el mensaje sobre la Palabra (ὁ λόγος), que era el agente de la creación.

Esta teoría se apoya en la frase preposicional: “respecto a la Palabra de vida. La Vida apareció” (περὶ τοῦ λόγου τῆς ζωῆς … ἡ ζωὴ ἐφανερώθη), que modifica las proposiciones relativas neutras. Es más, en el versículo 2, la vida que apareció “estaba con el Padre” (ἦν πρὸς τὸν πατέρα), otra cosa que nos recuerda Jn 1:1, donde la misma preposición (πρός) se utiliza con referencia a Dios (“el Verbo estaba con Dios”). La interpretación que “lo que era desde el principio” en 1 Jn 1:1 es una referencia que vincula el evangelio con el Cristo preexistente parece encajar bien con el uso de la misma frase preposicional en 1 Jn 2:13, 14, que se refiere a “al que es desde el principio” (τὸν ἀπʼ ἀρχῆς). La alusión a la historia primitiva de Génesis también se menciona en 1 Jn 3:8 respecto al demonio, que lleva pecando “desde el principio” (ἀπʼ ἀρχῆς).

Pero otras apariciones de esta frase preposicional en 1 Juan se refieren más claramente al principio de las vidas cristianas de los lectores (2:7, 24; 3:11; 2 Jn 6, y posiblemente también v. 5). Seguir esta opción significaría que lo que “nosotros” hemos oído, visto y tocado es también la verdad que los cristianos han conocido desde el primer día que empezaron a creer en Cristo. Primera Juan 2:7 utiliza “principio” para referirse al comienzo de la vida cristiana de alguien: “Queridos amigos, No os escribo un mandamiento nuevo sino un mandamiento antiguo, que habéis tenido desde el principio [ἀπʼ ἀρχῆς]. El mandamiento antiguo es la palabra que habéis oído.”

Otra opción es tomar “principio” como referencia al principio del evangelio cristiano, cuando Jesús mismo empezó a predicar y a hacer milagros cuando la Palabra que es “la Vida apareció” (1:2). Esta interpretación está en concordancia también con Jn 15:26–27, donde Jesús promete a sus discípulos: “Cuando venga el Consolador [παράκλητος], a quien yo enviaré del Padre, es decir, el Espíritu de verdad que procede del Padre, él dará testimonio de mí, y vosotros daréis testimonio también, porque habéis estado conmigo desde el principio” (ἀπʼ ἀρχῆς; cursiva añadida). Jesús hizo esta promesa la noche antes de su muerte, durante la cena pascual que celebró como su última cena con los Doce. El uso que hace Jesús de ἀπʼ ἀρχῆς aquí ofrece una evidencia convincente de que en 1 Jn 1:1–4, Juan afirma representar el testimonio apostólico sobre la vida y ministerio de Jesús tal como se había presenciado desde el principio. Cuando se entiende de esta manera, es una afirmación de que el autor fue testigo presencial de Jesús, o que estaba entre los que preservan o enseñan el verdadero mensaje apostólico sobre Jesús recibido por el testimonio presencial. Esta afirmación subrayaría la autoridad de la carta, resaltando el testimonio apostólico como más antiguo y fiable que las nuevas ideas que se estaban abriendo paso, porque se basaba en el conocimiento preciso del Jesús histórico.

El corpus juanino es bien conocido por sus abundantes juegos de palabras y dobles entendidos, y el uso de “desde el principio” en 1 Jn 1:1 probablemente pretende sugerir más de un sentido. La Palabra que estaba con Dios y que era Dios en el principio de la creación es, en 1:1–2, la Palabra que es la Vida que fue revelada en el hombre Jesús, a quien “nosotros” hemos oído, visto y tocado durante su encarnación (ver discusión más abajo sobre la frase “Palabra de vida”). Así, aunque el foco temporal de 1:1 es la vida de Jesús, alude a la preexistencia y recuerda a los lectores lo que han creído desde el principio de su fe en Cristo.

(3) De los cinco temas exegéticos principales de este versículo, el tercero es la repetición de los verbos de los sentidos — “lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que hemos percibido, y nuestras manos han tocado” (ὃ ἀκηκόαμεν, ὃ ἑωράκαμεν τοῖς ὀφθαλμοῖς ἡμῶν, ὃ ἐθεασάμεθα καὶ αἱ χεῖρες ἡμῶν ἐψηλάφησαν) — lo cual enfatiza a la vez la presencia física de la Palabra que es Vida y el conocimiento presencial de Jesús como fuente de testimonio del autor.

Las dos referencias al sentido de la vista (“hemos visto,” “hemos percibido”; ἑωράκαμεν y ἐθεασάμεθα) son especialmente sorprendentes, a menos que los dos verbos tengan un sentido un tanto distinto. El primero es un verbo claramente de percepción sensorial, ver “con nuestros ojos” (τοῖς ὀφθαλμοῖς ἡμῶν). El segundo verbo, “lo que hemos percibido” (θεάομαι), también se puede utilizar como de percepción no sensorial, ver algo “más allá de lo que se puede apreciar únicamente con los ojos,” lo cual sugiere que el autor ha percibido el verdadero significado de la vida, muerte y resurrección de Jesús que va más allá de lo que se puede ver con los ojos. Este uso del verbo “lo que hemos percibido” se puede ver en muchas otras ocasiones en las que aparece el verbo en las cartas y el evangelio (Jn 1:14, 32, 38; 4:35; 6:5; 11:45; 1 Jn 4:12, 14), en ambos casos cuando se tiene en mente un objeto físicamente visible (p. ej., Jn 4:35) y donde la percepción requiere un conocimiento que va más allá de lo físico (p. ej., 1 Jn 4:14).

La verdad espiritual del evangelio no es simplemente los hechos históricos de la persona, enseñanzas y milagros de Jesús. Tengamos en cuenta la diferencia entre estas dos declaraciones: “Jesús de Nazaret murió en una cruz en Jerusalén” y “Jesu cristo murió en una cruz en Jerusalén por nuestro pecado.” La primera expone ciertos hechos sobre Jesús hombre que cualquiera que estuviera presente en aquel momento habría podido presenciar y que quedaron corroborados por los historiadores de aquella época, como Tácito y Suetonio, y por el historiador judío Josefo. La segunda frase es una interpretación de la importancia de la muerte de Jesús — una declaración sobre su identidad como Mesías y lo que cumplió muriendo en la cruz — una verdad que debe ser recibida con fe. Es una declaración de la tradición ortodoxa que conforma el corazón del evangelio cristiano.

La idea de una percepción que va más allá de lo que se puede ver físicamente es similar al uso del término “señal” (σημεῖον) en el evangelio de Juan para referirse no sólo a un milagro realizado por Jesús, sino también a la importancia de ese milagro. El verbo traducido como “tocado” aquí (ψηλαφάω) también se utiliza en Heb 12:18 para hacer referencia al Monte Sinaí, donde Dios se reveló a sí mismo en manifestaciones tan tangibles que pudo ser sentido y tocado. También alude al episodio de Tomás y el resucitado Jesús, cuando Tomás se negó a creer a menos que pudiera tocar el cuerpo resucitado de Jesús (Jn 20:25). Aunque aquí se utiliza un verbo distinto, Juan implica que aquellos que no han tocado a Jesús (como Tomás) pero creen el mensaje de aquellos que sí lo han hecho (los discípulos que lo vieron) son los bendecidos que sin ver han creído (Jn 20:29).

Algunos intérpretes no ven ninguna referencia en absoluto a la experiencia del testimonio presencial en este versículo, y consideran los verbos de percepción como una alusión a Is 59:9–10 y/o Sal 115 “con su vívida burla hacia los ídolos de las naciones, que ‘tienen ojos, y no ven; tienen oídos, y no oyen; tienen nariz, y no huelen; tienen manos y no palpan’ [ψηλαφάω].” Una acumulación similar de verbos de los sentidos la encontramos en Sal 115:3–7:

    Nuestro Dios está en los cielos;
      él hace lo que le place.
    Los ídolos de ellos son plata y oro,
      obra de manos de hombre.
    Tienen boca, y no hablan,
      tienen ojos, y no ven;
    Tienen oídos, y no oyen;
      tienen nariz, y no huelen;
    Tienen manos, y no palpan;
      tienen pies, y no caminan;
      no emiten sonido alguno con su garganta.

En contraste con el conocimiento engañoso de la divinidad que el mundo antiguo buscaba a través de ídolos hechos por artesanos (y que nuestro mundo moderno busca a través de dioses intangibles de fabricación propia), 1 Jn 1:1 ofrece la verdad sobre Dios que se reveló en Jesucristo. Más relevante para los propósitos de Juan sería la siguiente línea del salmo: “Se volverán como ellos, los que los hacen y todos los que en ellos confían” (Sal 115:8, énfasis añadido). En contraste con aquellos que consultan a los ídolos sin vida y no saben nada, los apóstoles han visto, oído y tocado la fuente del verdadero conocimiento de Dios, y ahora proclaman ese conocimiento.

Es más, la frase “desde el principio” puede también estar recordando el lenguaje tradicional que encontramos en los escritos extrabíblicos para referirse a los ídolos que no estaban “desde el principio” (p. ej., Sab 14:12–13). En contraste con los ídolos, Hab 1:12 habla del verdadero Dios que estaba desde el principio, utilizando la misma frase “desde el principio” (ἀπʼ ἀρχῆς) en su antigua traducción griega: “¿No eres tú desde el principio, Jehová, Dios mío, Santo mío? No moriremos” (RVR). En esta intrigante variación del TM, la eternidad de Dios se ofrece como base de la vida eterna al pueblo de Dios, el mismo tema sobre el cual Juan desea dar seguridad a sus lectores (1 Jn 5:13). El texto hebreo dice: “Mi Dios, mi Santo, nunca morirás,” que es una declaración acorde con la resurrección de Jesús, quién estaba “desde el principio.”

Si existe cualquier alusión a los ídolos en la apertura de 1 Juan, es sin duda sutil, al menos para los lectores modernos. Pero la fuerza de este argumento es que el versículo de cierre de la carta: “Hijos, guardaos de los ídolos” (1 Juan 5:21), partiendo de un final sorprendentemente abrupto se resuelve con una inclusio inteligible, que exhorta a los lectores a mantenerse en las enseñanzas apostólicas si desean tener un conocimiento verdadero de Dios.

(4) Un cuarto factor de gran importancia exegética en el versículo de apertura es el uso que hace Juan de la primera forma de plural de los verbos: “lo que hemos oído … hemos visto … hemos palpado.” Este debate que ya viene de hace tiempo trata de si el “nosotros” es un verdadero plural, que se refiere a un grupo de personas a las que el autor mismo consideraba representar (como los testigos presenciales o la comunidad juanina), o si es una referencia singular sólo al autor mismo, similar al nosotros “editorial” o “magistral.” Si es un plural genuino, entonces ¿es un “nosotros” asociativo, que define al autor y a sus lectores como un grupo conjunto? ¿O es un “nosotros” disociativo, que define a un grupo compuesto por el autor y otros similares no especificados, pero que excluye a los lectores?

La primera persona del pronombre singular sólo aparece catorce veces, ya sea de forma explícita en el texto o implícita en la forma verbal, en 1 Juan (2:1, “mis,” μου; pássim, primeras formas de singular de “escribo” γράφω). Pero hay casi cien ocasiones en que aparecen los verbos en primera persona de plural con el sujeto “nosotros” implícito y otras más de cincuenta de la forma declinada del pronombre de primera persona “nosotros” (p. ej., ἡμῖν, ἡμᾶς). La mayoría de estas son plurales inclusivos (o asociativos), en los que el autor se está incluyendo a sí mismo junto con los lectores. Por ejemplo, 1 Jn 1:9, “Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo, para perdonar nuestros pecados y limpiar nos de toda maldad” (cursiva añadida). El autor no dudaría en incluirse a sí mismo en ese grupo (aunque sería posible imaginarse un “nosotros” disociativo por propósitos retóricos incluso en tales ejemplos).
Pero si el “nosotros” de 1:1–4 es un auténtico plural, un “nosotros” inclusivo no funciona bien allí porque el “nosotros” del cual es miembro el autor está en comunión con Dios Padre y su Hijo, Jesucristo, y él escribe para que “tengáis” (o sigáis teniendo) esa comunión también (1:3d). Si el plural es genuino, debe ser un uso disociativo, en el cual el autor se identifica a sí mismo con un grupo del cual los lectores no tienen que formar parte necesariamente.

Leyendo el “nosotros” como un plural genuino, algunos estudiosos lo toman como una referencia directa a los apóstoles, que fueron testigos de la vida, muerte y resurrección de Jesús; sin duda, un grupo pequeño y de élite. Según esta teoría, el pronombre neutro relativo se referiría a todo lo experimentado por los testigos de Jesús, como su enseñanza, milagros y demás. Quizá la mayoría de los estudiosos del NT que consideran la primera persona del plural como un plural genuino se están refiriendo a la “comunidad juanina,” un grupo de miembros indeterminado que conservaron fielmente las enseñanzas de un testigo presencial de Jesús, que probablemente era el “discípulo amado” del evangelio de Juan. Para aquellos que consideran que el discípulo amado era el apóstol Juan, la comunidad juanina conservó el testimonio ocular del apóstol tras su muerte, esto es, lo que él había oído, visto y tocado de la Palabra de vida desde el principio. Según este punto de vista, los pronombres relativos neutros se refieren a la tradición juanina experimentada vicariamente, un testigo indirecto del testimonio del discípulo amado del evangelio de Juan. Otros, que no ven relación alguna entre el evangelio de “Juan” y las cartas de “Juan”, consideran cada libro una reelaboración independiente de la tradición común a la cual el pronombre relativo neutro hace referencia.

Pero 1 Juan fue escrito claramente por una persona, incluso aunque estuviera representando a un grupo, porque la mayoría de los usos de la primera persona singular se refieren a su escrito, por ejemplo, en 2:1, “estas cosas os escribo” (ταῦτα γράφω ὑμῖν). El hecho de que el autor utilice tanto “escribimos” como “escribo” para referirse a una misma carta inclina la balanza con fuerza hacia que el “nosotros” de 1:1–4 es una referencia singular.

Hay algunas razones por las cuales un autor podría utilizar un pronombre plural para referirse a sí mismo. Aunque ese uso lo podemos encontrar en los escritos modernos, ejemplos similares se pueden también encontrar en textos antiguos. El plural mayestático (esto es, de autoridad) implicaría que el autor tenía una reconocida autoridad sobre sus lectores; era una forma utilizada a menudo por la realeza. El “nosotros” editorial no implica autoridad alguna sobre los lectores, pero es una convención utilizada donde el “yo” sonaría demasiado centrado en uno mismo. Su uso bordea el retórico “nosotros,” pensado para crear “un sentido de unidad corporativa y de continuidad que va más allá de la situación presente y de sus actores.” Judith Lieu, por ejemplo, considera el plural “nosotros” como un instrumento para “desviar la atención del autor como si estuviera hablando sólo de su propia autoridad” y para crear “un sentido de unidad corporativa y de continuidad” al que quedan invitados los lectores. Ella considera que el “nosotros” se refiere al autor singular, que es portador de la tradición ortodoxa de Jesús, aunque no fuera un testigo ocular.

Escritores griegos como Demóstenes y Tucídides a menudo se refieren a sí mismos con la forma plural “nosotros,” creando el sentido de la implicación del narrador en la historia y en consecuencia su fiabilidad para contarla, un factor que podría transmitir el uso de la primera persona de plural en el evangelio de Juan, especialmente en Jn 21:24. La primera persona plural también implica un sentido de familiaridad que atrae a los lectores hacia el texto, para que se vean implicados personalmente y compartan un sentido de finalidad con el autor. Como escribe William Campbell: “El vínculo que desarrollan los lectores con el narrador en primera persona de plural genera una posición más compasiva y apreciativa hacia el narrador y, por tanto, una aceptación de la perspectiva del narrador y una lectura empática.”20 Aunque la investigación de Campbell se centra en la narración, es fácil ver que se podrían conseguir objetivos similares utilizando la primera persona de plural en el discurso (y su argumento puede ser más directamente relevante para el “nosotros” en la narrativa del evangelio de Juan).

Adolf von Harnack, John Chapman, y más recientemente, Howard Jackson han argumentado que el “nosotros” del epílogo del evangelio de Juan (21:24) hace referencia al autor singular porque las formas de singular y el plural a menudo se intercambian en los escritos antiguos no sólo del NT; esto sugiere que 1 Jn 1:1–4 debería leerse de forma similar. Jackson observó que en documentos públicos formalmente registrados encontrados entre los papiros, del tipo contratos, escrituras, testamentos y declaraciones, el cuerpo del documento estaba escrito en tercera persona de plural, pero un apéndice incluía una referencia en primera persona del testador, testigo o de otro agente legal implicado. El evangelio de Juan se preocupa principalmente de proporcionar un testimonio de autoridad a la historia de Jesús y puede haber estado imitando esa convención, aunque es improbable que el evangelio llegara a registrarse como documento público. De la misma forma, 1 Juan se preocupa del testimonio basado en la fuente del testigo ocular.

Más recientemente, Richard Bauckham ha argumentado con persuasión que el “nosotros” del epílogo del evangelio de Juan (y en otras partes) y en 1 Jn 1:1–4 es el singular “nosotros” del “testimonio autoritativo.” Si se entendiera así el “nosotros,” el evangelio de Juan se leería como la declaración de un testigo presencial con una auto-referencia al testigo en Jn 21:24. Dadas las similitudes del evangelio de Juan y de 1 Juan, el “nosotros” en los versículos de apertura de la carta se entenderían como una referencia singular al autor, utilizando el “nosotros” del testimonio autoritativo. Esta teoría encaja bien con la función de los versículos de apertura, que realmente buscan establecer autoridad para la enseñanza que viene a continuación en el cuerpo de la carta. Si el “nosotros” de Jn 21:24 es en realidad un singular, debilita mucho la teoría predominante de los últimos treinta o más años, la que decía que había una referencia a la comunidad juanina tras el epílogo del cuarto evangelio y los versículos de apertura de 1 Juan.

La identidad del “nosotros” aquí no se puede decidir con certeza, pero el singular “nosotros” de testimonio autoritativo tiene muchos puntos a su favor. Si el autor fuera un testigo presencial del Jesús histórico como el apóstol Juan (lo cual niega Bauckham), la base del “nosotros” autoritativo de su 
testimonio sería no obstante su membresía del grupo de testigos apostólicos, incluso si el “nosotros” no hace una referencia directa a ese grupo. En otras palabras, incluso un testigo apostólico se podría considerar un “nosotros” singular para estos propósitos retóricos. Pero el “nosotros” singular del testimonio autoritativo no elimina completamente la posibilidad de un autor que, aunque no fuera él mismo testigo presencial, mantuviera la tradición apostólica genuina que tuvo sus orígenes en el testimonio ocular (en el sentido de la relación de Marcos con Pedro o Lucas con Pablo).

No importa si el pronombre plural hace referencia sólo al autor o al autor como miembro de un grupo, él está afirmando que habla el verdadero mensaje apostólico sobre Jesucristo con la autoridad apostólica de aquellos que han experimentado la revelación de Dios a través de Jesús desde el principio. El tema de quién tiene autoridad para hablar la verdad espiritual se plantea a lo largo de las cartas de Juan porque se escribieron en un momento (finales del siglo primero) y en un lugar (fuera de Palestina) en el que las ideas griegas estaban introduciendo ideas heréticas en las iglesias. Estos versículos de apertura incluyen una invitación implícita a los lectores a adoptar el mensaje del autor (su testimonio de autoridad) si desean disfrutar de la comunión de conocer a Dios realmente.

(5) La preocupación de Juan era proclamar con autoridad lo que sabía “respecto a la Palabra de vida” (περὶ τοῦ λόγου τῆς ζωῆς) a sus lectores. El tema exegético final de este versículo implica determinar específicamente el referente de la “Palabra de vida,” y en especial cómo se debe entender el logos. ¿Es esta “Palabra de vida” una referencia a Jesús mismo como Palabra viva de Dios, recordando la apertura del evangelio de Juan? ¿O se refiere al “mensaje de vida” proclamado sobre él?

La manera de entender el referente de “palabra” (λόγος) influirá también en el sentido del genitivo “de vida.” ¿El autor quiere decir que la palabra es vida, utilizando un genitivo epexegético? ¿O vida es un atributo de la palabra, esto es, una palabra que da vida (genitivo atributivo adjetival)? O “de vida” es un genitivo objetivo, donde “vida” sirve como contenido del mensaje; en otras palabras, que el mensaje va sobre la vida (lo cual requiere que la palabra sea impersonal). Por una parte, recordemos que los pronombres relativos neutros en este versículo no se pueden referir a la persona de Jesús mismo, sino que van más allá del personaje histórico de Jesús hasta la verdadera importancia de su muerte y resurrección. El evangelio consiste no sólo en hechos históricos sobre Jesús, sino también en la interpretación divina del significado de su vida, muerte y resurrección. Como el v. 1 está en el contexto de la proclamación (vv. 2–3), la frase “Palabra de vida” se podría referir al mensaje del evangelio sobre Cristo, quien trajo la vida eterna a la humanidad.

Por otra parte, 1 Juan se ocupa del tema de la seguridad de la vida eterna (5:13; ver La teología de las cartas de Juan). Mientras que el evangelio de Juan declara que la Palabra se hizo carne, 1 Jn 1:2 dice que la Vida apareció, la Vida que había estado con el Padre. Lo que se vio, oyó y toco es “respecto a la Palabra” (περὶ τοῦ λόγου), pero después el genitivo “de Vida” (τῆς ζωῆς) se convierte en el sujeto de la declaración siguiente, “La Vida apareció,” una referencia aparente a la encarnación (v. 2). Esto sugiere que la frase “Palabra de vida” es una transición entendida como puente entre la Palabra del prólogo de Juan y la Vida de 1 Juan, y se puede considerar epexegética, significando la “Palabra quien es Vida.” Esta lectura recuerda la declaración de Jesús en el evangelio de Juan: “Yo soy … la vida” (Jn 11:25; 14:6). Aunque algunos intérpretes citan esta diferencia entre el evangelio y 1 Juan como evidencia de que se trata de dos autores distintos, que utilizan términos similares, pero con significados diferentes, es más probable que debido a este énfasis en la afirmación de la vida eterna, Juan desee apuntar hacia la Palabra quien es vida eterna como la base para confirmar la vida eterna.

Juan consigue mucho en este versículo de apertura. Primero, proclama una fuente de conocimiento que no puede ser igualada por aquellos que no tienen acceso a ella, o por aquellos que deciden ignorarla: el testimonio apostólico. Segundo, “lo que era desde el principio” se ha convertido en una realidad física que se puede oír, ver y tocar. Esta declaración habla de los temas de quién tiene la autoridad para hablar de Cristo y sobre la verdadera cristología, temas ambos de gran importancia posterior en la carta. El tema de la autoridad depende de la cuestión de quién sabe la verdad sobre Jesús — los que él escogió para estar con él durante su vida y luego prestar testimonio tras su muerte o los que no tuvieron acceso directo o llamamiento. Está claro que el testimonio más fiable sería el de los apóstoles escogidos por Jesús porque caminaron con él durante su ministerio en la tierra y fueron testigos de su resurrección. La tradición apostólica es lo que han transmitido a todos sobre quién es Jesús y lo que significó su vida. Esta es la tradición apostólica fiable conservada en el NT, escrita por los testigos mismos o por sus colaboradores cercanos (p. ej., Lucas con Pablo, Marcos con Pedro).

Pero con el tiempo surgieron nuevas interpretaciones de la importancia de Jesús de otras fuentes cuando el mensaje del evangelio se relacionó con personas que habían llegado a la iglesia desde distintos ámbitos y que estaban distorsionando la tradición apostólica con otras influencias, tales como la filosofía griega y las creencias paganas. Al igual que en la actualidad la gente utiliza la Biblia bien y mal en innumerables ocasiones, los que pueden afirmar con legitimidad que tienen la autoridad de la verdad sobre Jesús son los que adoptan la fiabilidad del NT, en el que se ha conservado la tradición apostólica.

La segunda afirmación de este versículo es sobre el contenido de la tradición apostólica sobre la verdadera naturaleza de Jesús. Los que estaban con él durante su ministerio público y tenían acceso privado a sus enseñanzas sabían que era un ser totalmente humano. Cuando surgen las ideas tras la resurrección sobre la presencia espiritual y la realidad de Cristo, la importancia de la humanidad total de Jesús comienza a diluirse. Después de todo, para los que vivieron después de Jesús, incluidos nosotros, es su presencia espiritual lo que nos es más real. Ahora no tenemos contacto directo con Jesús en ninguna forma física. En la historia del pensamiento cristiano, la depreciación de la humanidad de Jesucristo abrió la puerta a nuevas revelaciones distintas a la tradición apostólica, y algunas veces contrarias a ella. Este tema estará también presente posteriormente en la carta de Juan, con su preocupación por la aparente negación de los anticristos de que el hombre Jesús es el Cristo (1 Jn 2:22), y de que el Cristo ha venido en carne (1 Jn 4:2–3; 2 Jn 7).

1 Juan 1:2 --- La Vida apareció, y [la] hemos visto, y damos testimonio [de ella], y os proclamamos la Vida eterna, que estaba con el Padre y se nos apareció (καὶ ἡ ζωὴ ἐφανερώθη, καὶ ἑωράκαμεν καὶ μαρτυροῦμεν καὶ ἀπαγγέλλομεν ὑμῖν τὴν ζωὴν τὴν αἰώνιον ἥτις ἦν πρὸς τὸν πατέρα καὶ ἐφανερώθη ἡμῖν). Juan establece su papel como testigo de la Vida que entró en la historia. “Ver” y “dar testimonio” son términos legales de una declaración ante un tribunal, donde uno no sólo ofrece una prueba como testigo ocular sino que también avala la verdad de lo que dicen otros. El tema de qué es la verdad es lo central en un testimonio y por tanto no es accidental que la verdad sea también un concepto destacado en los escritos de Juan. De hecho, Jesús declara que el propósito de su encarnación fue dar testimonio de la verdad (Jn 18:37b) de lo que él reveló sobre Dios y la vida eterna (1 Juan 1:18).

Por tanto, el papel de un testigo fiable al testificar se podría decir que es el tema principal en el evangelio y las cartas de Juan, donde el verbo griego “dar testimonio” o “testificar” (μαρτυρέω) aparece más de cuarenta veces. El cuarto evangelio se puede ver como la historia de los testigos, empezando con Juan el Bautista, que vino “como testigo para dar testimonio de la luz, a fin de que por medio de él todos creyeran” (Jn 1:7). Pero los sucesos de la vida de Jesús aportaron un testimonio de mayor peso incluso que el de Juan el Bautista (5:36). Dios mismo testificó sobre Jesús (5:37; 8:18), y a su vez Jesús fue testigo de lo que el Padre dijo e hizo (1 Juan 12:49;  1 Juan 17:18).

Esta cadena de testigos continuó con los apóstoles a quienes Jesucristo escogió personalmente para dar testimonio de él (Jn 15:27), y con aquel cuyo testimonio es el evangelio de Juan (19:35; 21:24). Ese tema de una línea de testimonio ininterrumpida se recoge de nuevo aquí en los versículos de apertura de 1 Juan. Partiendo de esta cadena directa de testigos, el autor de 1 Juan ejecuta fielmente su papel de testigo, incluso escribiendo esta carta: “Y nosotros hemos visto y testificamos que el Padre envió a su Hijo [para ser] el Salvador del mundo” (1 Jn 4:14).

Juan testifica que la Vida “apareció,” que él ha visto la Vida, y que su escrito es su testimonio “respecto a la Palabra de vida” (περὶ τοῦ λόγου τῆς ζωῆς, v. 1f). El testimonio sobre la Vida que ha aparecido se originó con la Encarnación misma. Algunos consideran que la frase “la vida eterna” (τὴν ζωὴν τὴν αἰώνιον) se refiere a la vida eterna que se pone a disposición de los creyentes a través de Cristo, pero es más probable primero una declaración de que la Vida que se encarnó había pre-existido eternamente “con el Padre.” Como señala Yarbrough: “en Jesucristo lo que es eterno y trascendente se ha convertido en palpablemente inmanente.”26 Juan aquí da uno de los testimonios más claros de la pre-existencia eterna de Jesucristo, colocándole por encima de cualquier otro maestro religioso o profeta. Pero también es verdad que la vida eterna se ofrece a los seres humanos caídos a través de Cristo cuando llegan a la fe en él y comparten con él su vida eterna, y así se tienen en cuenta ambas ideas.

Juan reitera que “hemos visto” (tiempo perfecto) y “proclamamos” (tiempo presente) la Vida que apareció. El autor no sólo ha visto la Vida y ha dado testimonio de ella, también proclama ese testimonio a los lectores de esta carta, específicamente de que “la Vida eterna, que estaba con el Padre … se nos apareció” en la persona de Jesucristo. Como observa Smalley, estos tres verbos de ver, testificar y proclamar “expresan en orden las tres ideas de experiencia, testimonio y evangelismo que forman parte de cualquier respuesta genuina y duradera al evangelio.”

1 Juan 1:3 Lo que hemos visto y hemos oído, os proclamamos también, para que vosotros también tengáis comunión con nosotros. Y en verdad nuestra comunión es con el Padre y con su Hijo, Jesucristo (ὃ ἑωράκαμεν καὶ ἀκηκόαμεν ἀπαγγέλλομεν καὶ ὑμῖν, ἵνα καὶ ὑμεῖς κοινωνίαν ἔχητε μεθʼ ἡμῶν. καὶ ἡ κοινωνία δὲ ἡ ἡμετέρα μετὰ τοῦ πατρὸς καὶ μετὰ τοῦ υἱοῦ αὐτοῦ Ἰησοῦ Χριστοῦ). Juan extiende una invitación a sus lectores para que estén en comunión con él y con Dios. La palabra en inglés para “comunión” (fellowship) puede tener connotaciones como la de tomar algo y charlar tras un culto, o la de reunirse en el salón de actos de la iglesia donde se celebran cenas comunitarias. Pero la palabra griega que traducimos como “comunión” (κοινωνία) significa tener no sólo una relación estrecha, sino también una asociación basada en intereses y propósitos comunes. Juan invita a sus lectores a tener una relación con Dios Padre y su Hijo, Jesucristo, asumiendo los propósitos redentores de Dios para el mundo en general y para los individuos en particular, tal como los reveló Jesús.

Los que vivieron y caminaron con Jesús el Mesías durante su ministerio terrenal se vieron envueltos en una comunión con él, y no sólo porque era el Mesías sino también porque era el Hijo de Dios, su Padre. El título “Hijo de Dios” se ha hecho tan familiar a los oídos cristianos que casi ha perdido su significado. Realmente ha perdido el factor sorpresa que debe haber tenido entre los primeros oyentes del evangelio. En el mundo pagano, “hijo de dios” se podía referir a varios semi-dioses de la mitología greco-romana así como a héroes humanos. Al emperador romano se le denominaba “un hijo de dios” y a menudo se le divinizaba, a veces incluso antes de su muerte.

En el mundo judío, “hijo de Dios” tenía connotaciones mesiánicas de las promesas del pacto de 2 S 7:14 y Sal 2:6–7. Fue con la resurrección de Jesús cuando se cumplió toda la promesa mesiánica (Ro 1:4). La liberación que Dios trajo con el Mesías no era la de liberar de una ocupación extranjera sino la de liberar de la muerte misma, demostrando que Yahveh era el Creador y rey soberano para distinguirlo de las deidades paganas. Es más, la resurrección demuestra que Jesús era el verdadero dirigente del mundo, que ha pasado más allá de lo que el poder del mundo pueda hacerle a él y a sus seguidores. Finalmente, la filiación de Jesús demuestra que él y el Padre comparten la misma naturaleza y propósitos para el mundo.

Juan invita a sus lectores a una comunión de los que reconocen que la vida eterna que estaba con el Padre ha aparecido en la tierra para ser vista, oída y tocada por los seres humanos. La proposición hina: “para que vosotros también tengáis comunión con nosotros” (ἵνα καὶ ὑμεῖς κοινωνίαν ἔχητε μεθʼ ἡμῶν) explica que el propósito de la proclamación apostólica “proclamamos también [a vosotros]” (ἀπαγγέλλομεν καὶ ὑμῖν) es extender una invitación a la comunión con Dios y su Hijo, Jesucristo. Esta comunión les llega a aquellos que reciben el mensaje del evangelio apostólico sobre la importancia de la Vida que procede de Dios y que caminó entre nosotros.

En esta invitación queda implícita una advertencia de que si los lectores de Juan no continúan siguiendo el testimonio apostólico, su comunión con Juan y con Dios y el Hijo no se puede sostener. Esto parece ser el caso de aquellos que “salieron de entre nosotros” (2:19), rompiendo esa comunión con la comunidad que Juan representa, y el de aquellos que van más allá de la enseñanza sobre Cristo (2 Jn 9). Esta carta pues se convierte en una invitación a permanecer en comunión siguiendo con la tradición apostólica y una exhortación a rechazar las enseñanzas nuevas de aquellos que se han separado de ella.

En profundidad: ¿Mesías o Cristo?
Uno de los debates exegéticos sobre 1 Juan entre los estudiosos de hoy día es cómo interpretar la palabra griega Christos (χριστός) en referencia a Jesús. El adjetivo griego se deriva del verbo cognado chriō (χρίω), que significa ungir. En el AT, de forma similar Mesías deriva del verbo hebreo “ungir,” y así en la antigua traducción griega del AT (la Septuaginta), las referencias al Mesías se traducían con la palabra griega Christos.

En el NT el sentido de la palabra se desarrolla a medida que la verdadera naturaleza de Jesús se va revelando. En los evangelios y en Hechos Christos a menudo se utilizaba para identificar a Jesús como el Mesías (p. ej., Mt 1:1, “El siguiente es un registro de los antepasados de Jesús el Mesías [Christou] hijo de David, hijo de Abraham”; o como en Mc 8:29, “Pedro respondió: ‘Tú eres el Mesías [Christos].’ ” Pero tras la resurrección de Jesús y tras la iluminación por el Espíritu, el apelativo Christos vino a tener una importancia que llegó más allá de cualquier expectativa que se tuviera para el Mesías de Israel. Pasó de ser el título que designaba al líder de Israel ungido por Dios al nombre propio que reflejaba la naturaleza divina del Hijo de Dios que se encarnó como Jesucristo (p. ej., Col 1:22).

Existe un debate sobre cuándo, o incluso si sucedió este cambio. Martin Hengel cree que incluso en los escritos de Pablo, Christos se utiliza casi siempre como nombre propio con sólo “un atisbo de su uso titular.” Representando otro lado del debate, N. T. Wright argumenta que “el mesianismo de Jesús sigue siendo algo central y vital para Pablo” y que de hecho persistió en toda la antigua cristiandad.31 Sin embargo, la idea del Mesías se transformó en al menos cuatro modos, según Wright, cuando se aplica a Jesús: 
(1) pierde su especificidad étnica y se hace relevante para todas las naciones; 
(2) la batalla mesiánica no era contra los poderes terrenales sino contra la maldad misma; 
(3) el templo reconstruido serian los seguidores de Jesús; y 
(4) la justicia, la paz y la salvación que el Mesías traería al mundo no sería un programa geopolítico sino la renovación cósmica de toda la creación. Es con este sentido transformado del Mesías como el Hijo de Dios mismo con el que el apelativo Christos se utiliza en el momento en que Juan escribe su evangelio y sus cartas.

Cuando Juan escribió su evangelio, el sentido de Christos como Mesías parece ser que había declinado casi completamente, al menos entre los gentiles, porque en 1:41 cuando Andrés le habla a Simón (Pedro) sobre Jesús, Juan recuerda a sus lectores que Christos una vez significó Mesías, “ ‘Hemos encontrado el Mesías [Μεσσίαν]’ (es decir, el Cristo [χριστός]).” Este sentido transformado de “Mesías” es equivalente e intercambiable con el de “Hijo de Dios” en Jn 20:31. Este cambio en el sentido de Christos durante el siglo primero plantea la cuestión de cuándo se debería entender, y probablemente traducir como Mesías y cuándo como Cristo.

Más concretamente respecto a 1 Juan, ¿qué quiere decir Juan cuando escribe: “¿Quién es el mentiroso sino el que niega que Jesús es el Cristo? Este es el anticristo, el que niega al Padre y al Hijo” (1 Jn 2:22, cursiva añadida). ¿Es el mentiroso la persona que niega que Jesús es el Mesías? ¿O son aquellos que niegan la naturaleza divina de Jesús designada por el nombre compuesto Jesucristo? La respuesta a esa pregunta tiene implicaciones más amplias para la comprensión del contexto histórico e interpretación de 1 Juan.

Si Juan está insistiendo en que Jesús es el Mesías judío contra aquellos que esperan la llegada de otro, entonces el principal mensaje de Juan va contra la audiencia judía, algunos de los cuales parece ser que se habían convertido en cristianos pero después cambiaron de opinión sobre Jesús. Pero si Christos había llegado a designar la naturaleza divina de Jesús que va más allá de todas las expectativas judías para el Mesías, entonces escribió en contra de cualquiera que niegue esa naturaleza divina.

En el contexto de lo que se dice de Jesús Christos en 1 Juan, parece que el foco está puesto en su naturaleza divina. Primera de Juan 2:22 continúa inmediatamente mencionando que niegan “al Padre y al Hijo,” una referencia a la naturaleza divina de Jesús. En 1 Jn 4:2, Juan especifica los criterios para la ortodoxia escribiendo: “En esto podéis discernir quién tiene el Espíritu de Dios: todo profeta que reconoce que Jesucristo ha venido en cuerpo humano, es de Dios” (cursiva añadida). Está claro que aquí la referencia al “Cristo” significa su naturaleza divina, porque no sería excepcional ni siquiera para el pensamiento judío pensar que el Mesías era un ser humano. Por tanto, aunque Juan realmente creía que Jesús era el Mesías, lo que quería expresar tanto a judíos como a gentiles es que Jesús era más que el Mesías esperado. Porque el Mesías resultó ser Dios mismo en la tierra.

1 Juan 1:4 Y estas cosas os escribimos para que nuestro gozo sea completo (καὶ ταῦτα γράφομεν ἡμεῖς ἵνα ἡ χαρὰ ἡμῶν ᾖ πεπληρωμένη). Juan concluye la apertura de esta carta con una declaración de su propósito al escribir. Esta es la primera de trece apariciones del verbo “escribir” (γράφω), pero la única en primera persona de plural, “escribimos” (γράφομεν). El pronombre demostrativo “estas cosas” (ταῦτα) muy probablemente se refiere a la carta en su conjunto. Como señala Watson: 1:4 (“estas cosas os escribimos”) y 5:13 (“estas cosas os escribo”) forman una inclusio para el cuerpo de la carta.
El cambio de la primera persona de plural en la apertura de la carta a la utilización posterior de la primera persona singular “escribo” (γράφω) sugiere que el autor se consideraba a sí mismo uno de los representantes con autoridad que transmitían un testimonio fiable de la Vida que había aparecido. Otras dos declaraciones de finalidad de la carta aparecen con proposiciones hina en 1 Jn 2:1 (“Hijitos míos, estas cosas os escribo para que no pequéis”; cursiva añadida) y 5:13 (“Estas cosas os escribo a vosotros que creéis en el nombre del Hijo de Dios para que sepáis que tenéis vida eterna”; cursiva añadida). En ambos casos, se utiliza el segundo objeto indirecto plural (“os”), lo cual se puede considerar una evidencia de variante textual de que aquí en 1:4 lo que se tiene en mente es el gozo de los lectores, no el del autor (“Y estas cosas os escribimos para que vuestro gozo sea completo”).

No obstante, dado que Juan está escribiendo para animar a sus lectores a permanecer dentro de los límites de la enseñanza apostólica sobre Jesús, que sigan asumiendo el mensaje del autor hará que su gozo sea completo al saber que su proclamación no ha sido en vano. Pero dada la naturaleza recíproca de la comunión, donde compartir el gozo es una característica típica, cualquiera de las lecturas acaba significando más o menos lo mismo. El primer plural “nuestro” gozo capta la referencia al gozo de los lectores si se toma como un plural inclusivo.

El tema del gozo cumplido también se puede encontrar en el evangelio de Juan, en particular en el discurso del aposento alto (Jn 3:29 [2×]; 15:11 [2×]; 16:20–22, 24; 17:13), y también en las otras dos cartas de Juan (2 Jn 12; 3 Jn 4). La declaración de Juan aquí recuerda la de Jesús, que, en la noche antes de su muerte, consolaba a sus discípulos diciendo; “Estas cosas os he hablado para que mi gozo esté en vosotros y vuestro gozo sea completo” (cursiva añadida; Jn 15:11 LBLA). Si el evangelio de Juan influyó en la elección de las palabras del autor aquí, esto proporciona una evidencia intrínseca de que la lectura original era la segunda persona plural.

La repetición del verbo “escribir” (γράφω) en 1 Juan hace que resulte difícil argumentar que este libro se originó de una forma distinta a la escrita, a pesar de sus características retóricas que sugieren una presentación oral. Dado que la mayoría de las lecturas se hacían en voz alta en el siglo primero, incluso las obras escritas se componían teniendo en cuenta cómo sonarían al ser escuchadas, y la elusiva estructura de 1 Juan puede deberse en gran parte a este contexto oral, que resulta poco familiar a los lectores de culturas literarias. Aunque se originó como discurso escrito, la carta carece del estándar helenístico con el que se abren las cartas, y que no hayan palabras de despedida convencionales significa que no era una carta personal, incluso aunque tradicionalmente se la denomine así (ver discusión sobre el género en Introducción a 1 Juan). Evidentemente la identidad del autor, que es claramente conocida por los receptores originales por otros medios, quizá comunicada por el tipo de letra o quizá porque fue enviada con una carta de presentación, posiblemente conocida como 2 Juan (ver Introducción a 2 Juan).

El análisis socio-retórico ha demostrado que 1 Jn 1:1–4 funciona como el exordium del discurso retórico, que intenta predisponer a la audiencia para que se adhiera al punto de vista del autor. Que el autor sea percibido como un hombre bueno y un testigo fiable, según Quintiliano, es la influencia más fuerte que puede tener cada punto del caso a establecer (Inst. 4.1.7). En este caso, el origen del mensaje de Juan en la tradición enraizada de ser testigo presencial de la Vida que apareció hace que el autor sea fiable, un factor importante a la hora de persuadir a los lectores de su punto de vista. Esta apertura establece la autoridad del autor para hablar de temas que desarrollará en el cuerpo de la carta, específicamente para hablar contra aquellos que están enseñando una cristología aberrante.

Estos versículos de apertura de 1 Juan establecen la autoridad del autor para enseñar la verdad espiritual porque su mensaje se basa tanto en la realidad histórica de Jesucristo como en su comprensión autoritativa de la verdadera importancia de estos hechos. Su mensaje no es algo que simplemente haya concebido, quizá por contraste con las falsas enseñanzas mencionadas posteriormente en la carta. Juan invita a sus lectores a la comunión de un mismo credo, a que tenga comunión no sólo con el autor sino también con el Padre y con Jesucristo, y de esa manera conocer a Dios verdaderamente. Esto hará que su gozo sea completo.

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