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viernes, 1 de abril de 2022

1 Juan: Contexto Literario-1Juan 1:1-4 --- Análisis Exegético profundo

 



1 Juan 1:1–4

Contexto literario

Este prólogo de apertura del libro proporciona el fundamento para su mensaje introduciendo la autoridad de su autor, que aporta el testimonio ocular sobre Jesús, la Palabra que es vida. Según las convenciones de la retórica greco-romana, estos versículos funcionan para hacer que la audiencia esté bien atenta y dispuesta a recibir el mensaje que viene a continuación. Introducen el principal tema de la carta, dar seguridad a los lectores sobre la vida eterna, y los anima a continuar manteniendo las creencias y valores que ya defienden. La posible alusión a la idolatría contrasta con la verdad sobre Dios revelada en Jesucristo y forma una inclusio con el mandamiento final en 1 Juan 5:21, “Hijos, guardaos de los ídolos.”


    ⮫      I.      Juan reclama tener la autoridad del testimonio apostólico (1 Juan 1:1–4)

      A.      Juan reclama tener conocimiento histórico preciso (1:1)

      B.      La aparición de la vida eterna (1:2)

      C.      El objetivo de Juan es la comunión (1:3)

      D.      Hacer que el gozo de la comunión sea completo (1:4)

          II.      Anuncio del mensaje (1 Juan 1:5–10)

      A.      Dios es luz (1:5).

      B.      Las dos primeras proposiciones condicionales contrapuestas (1:6–7)

      C.      Las dos segundas proposiciones condicionales contrapuestas (1:8–9)

      D.      Quinta proposición condicional: Si decimos que no hemos pecado … (1:10)

Idea exegética principal

La verdad sobre Jesucristo comienza reconociendo que es una persona real en la historia humana que escoge testigos para explicar el verdadero significado de su vida, muerte y resurrección. Esta apertura invita a los lectores a unirse a la comunión de una creencia común siendo y permaneciendo fieles a la enseñanza sobre Cristo ofrecida por aquellos que tienen la autoridad para hablar la verdad espiritual.

Traducción

  1 Juan 1:1–4
  1a
  lista/objeto de 3c
  Lo que era desde el principio,
  b
  lista/objeto de 3c
  lo que hemos oído,
  c
  lista/objeto de 3c
  lo que hemos visto con nuestros ojos,
  d
  lista/objeto de 3c
  lo que hemos percibido, y
  e
  lista/objeto de 3c
    nuestras manos
  han tocado —
  f
  referencia a 3c
  esto os proclamamos respecto a la Palabra de Vida.

  2a
  afirmación
La Vida apareció,
  b
  afirmación
y [la] hemos visto,
  c
  afirmación
y damos testimonio [de ella],
  d
  afirmación
y os proclamamos la Vida eterna,
  que
estaba con el Padre y
  e
  afirmación
se nos apareció.
  3a
  objeto
  Lo que
hemos visto y
  b
  objeto
  hemos oído,
  c
  afirmación
os proclamamos también,
  d
  propósito
  para que vosotros también tengáis
  comunión
  con nosotros.
  e
  afirmación
    Y en verdad nuestra comunión es
  con el Padre y
  con su Hijo, Jesucristo.
  4a
  afirmación
Y estas cosas os escribimos
  b
  propósito
  para que nuestro gozo sea completo.

Estructura

La apertura de 1 Juan es quizá la más inusual encontrada en el corpus bíblico, porque ningún otro libro comienza con un pronombre relativo, “que” (ὅ), como primera palabra. De hecho, hay cuatro pronombres relativos singulares neutros en el versículo de apertura, y el verbo principal no aparece hasta el versículo 3 (“proclamamos,” ἀπαγγέλλομεν). El orden de palabras inusual que presenta esta lista de pronombres respecto de sus verbos resalta el mensaje del testimonio y añade impacto retórico enfatizando el objeto de la proclamación: el evangelio de Jesucristo.

    Lo que era desde el principio,
    lo que hemos oído,
    lo que hemos visto con nuestros ojos,
    lo que hemos percibido,
    y nuestras manos han tocado —
    esto os proclamamos respecto a la Palabra de vida. (cursiva añadida)

La estructura de este testimonio se centra en la afirmación de que la vida ha aparecido y que la “hemos visto” y ahora “damos testimonio” de ella y la “proclamamos” (v. 2). Siguiendo esta afirmación, el pronombre relativo en acusativo singular neutro “que” (ὅ) resume la afirmación de haber visto y oído lo que está siendo anunciado en el contenido de la carta que viene a continuación (v. 3a). La proposición “para que” (ἵνα) en v. 3d–e establece el propósito del anuncio: que los receptores pueden tener comunión con “nosotros,” una comunión que es con el Padre y su Hijo, Jesucristo.

El uso del pronombre en primera persona de plural plantea un debate exegético muy conocido para los intérpretes de 1 Juan sobre la identidad del referente (ver Explicación del texto). Los verbos de percepción sensorial (“hemos oído,” “hemos visto,” “hemos tocado”) afirman que el mensaje se basa en un testimonio de primera mano de la Palabra de vida, aunque no necesariamente un testimonio ocular del Jesús terrenal, ya que el pronombre relativo es neutro, no masculino, como sería necesario para referirse a Jesús o al nombre “palabra” (λόγος). Quizá el autor está pensando en el mensaje del evangelio, al cual se podría hacer referencia con un nombre neutro (εὐαγγέλιον), o a la idea más abstracta de la importancia de la vida, muerte y resurrección de Jesús.

La declaración final de la apertura de la carta establece un propósito, aunque no el único, para escribir (que “estas cosas” [ταῦτα] se refieran a todo lo que viene a continuación): que el gozo resultante de la Palabra de vida debe completarse. Las variantes textuales hacen que resulte incierto saber si Juan escribió “nuestro” gozo o “vuestro” gozo (ver discusión en Explicación del texto).
Aunque el griego de este pasaje es relativamente fácil, su significado es más difícil de discernir. Raymond Brown ha descrito la sintaxis de este pasaje como “un curso de obstáculo gramatical” porque la relación de varias partes del pasaje entre sí — la cual queda algo suavizada al realizar la traducción — no es sencilla en griego. Estos primeros cuatro versículos forman una oración larga en el texto griego, que se complica con dos declaraciones parentéticas.

Bosquejo exegético

          I.      Juan reclama la autoridad del testimonio apostólico (1:1–4)
      A.      Juan reclama el conocimiento histórico preciso sobre la Palabra de vida y su importancia (1:1)
      B.      La vida eterna que estaba con el Padre ha aparecido (1:2)
         1.      Juan da testimonio de ello (1:2a–c)
         2.      Lo proclama a sus lectores (1:2d)
      C.      Juan anuncia lo que ha visto y oído para que los que escuchen puedan tener comunión con Juan y con Dios el Padre y su Hijo, Jesucristo (1:3)
      D.      Juan escribe para que el gozo de la comunión sea completo (1:4)

Explicación del texto

1 Juan 1:1 Lo que era desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que hemos percibido, y nuestras manos han tocado —esto os proclamamos respecto a la Palabra de vida (Ὃ ἦν ἀπʼ ἀρχῆς, ὃ ἀκηκόαμεν, ὃ ἑωράκαμεν τοῖς ὀφθαλμοῖς ἡμῶν, ὃ ἐθεασάμεθα καὶ αἱ χεῖρες ἡμῶν ἐψηλάφησαν περὶ τοῦ λόγου τῆς ζωῆς). 

Este versículo de apertura del prólogo de 1 Juan forma un fundamento esencial para entender el resto de la carta, pero está cargado de temas exegéticos. Aunque a menudo se dice que el griego de 1 Juan es el más fácil del NT, la sintaxis de este primer versículo y su relación con el resto del pasaje no es sencilla. Hay al menos cinco temas exegéticos que deben tomarse en consideración para intentar entender lo que se dice aquí:

    (1)      el referente de los pronombres relativos neutros (ὅ) y su relación entre sí
    (2)      el significado de “desde el principio” (ἀπʼ ἀρχῆς)
    (3)      el propósito de repetir los verbos de los sentidos
    (4)      la identidad del pronombre de primera persona plural “nosotros”
    (5)      el significado del genitivo en la frase “la Palabra de vida.”

Merece la pena dedicar tiempo y esfuerzo a discutir cada uno de ellos con cierto detalle para tener la claridad necesaria para entender el resto de la carta.

(1) Dado que el autor está basando su autoridad sobre la fuente de conocimiento en el testimonio presencial, puede parecer natural leer este versículo de apertura como una afirmación de que el “nosotros” sujeto de las formas verbales se refiera a uno o más de los testigos de la vida terrenal de Jesús. En otras palabras, parafraseando: “hemos oído a Jesús, hemos visto a Jesús con nuestros propios ojos, le hemos mirado (mientras enseñaba y realizaba milagros), y nuestras manos le han tocado.” Pero el griego no permite esta referencia directa a la persona de Jesús. Es en cierto modo sorprendente encontrar pronombres relativos neutros en lugar de pronombres masculinos, lo cual vendría exigido gramaticalmente si Juan se estuviera refiriendo a escuchar, ver y tocar a Jesús. Parece que el autor no se está refiriendo directamente a la persona de Jesús, sino que está pensando más ampliamente en el mensaje del evangelio que se centra en Jesús, a lo cual se podría hacer referencia con el nombre neutro (“evangelio,” εὐαγγέλιον), incluso aunque no utilice esa palabra. O quizá estaba utilizando el pronombre relativo como referencia general para señalar todo lo que implicaba generalmente conocer a Jesús.

Algunos intérpretes entienden que el referente es “el mensaje predicado por Jesús durante su ministerio y ese mensaje tal como fue proclamado por los portadores de la tradición juanina.” La reciente obra de Brickle sobre el diseño oral de este prólogo, pensado originalmente para ser leído en voz alta en la iglesia, sugiere que la repetición del pronombre relativo neutro forma parte de “tres patrones orales clave (ὅ/καί/vocal-μεν)” que por su diseño ayudan al oyente a entender y memorizar.

Aunque el autor esté basando su conocimiento en la fuente presencial, aparentemente se está refiriendo a Jesús en categorías que van más allá de lo que se podría haber conocido de Jesús por la mera observación física, con frases tales como “lo que era desde el principio” y “la Vida eterna, que estaba con el Padre y se nos apareció.” El autor parece estar haciendo una distinción similar aquí entre un evento físico y su importancia que encontramos en las señales del evangelio de Juan. Sí, las siete señales son milagros, pero funcionan como señales sólo en la medida en que se percibe su importancia. Algunas personas sólo vieron lo que Jesús hizo, pero no percibieron su importancia; los que sí percibieron la importancia se dice que pusieron su fe en Jesús (p. ej., Jn 2:11). Y por tanto los pronombres relativos neutros sugieren una percepción de Jesús con toda la verdad que él trae y que va más allá de la mera percepción sensorial.

(2) Hay cuestiones sobre la relación de los cuatro pronombres relativos entre sí. Muchos intérpretes los consideran como objetos directos del verbo del versículo 3, “proclamamos” (ἀπαγγέλλομεν). Otros construyen el primer pronombre (ὃ) para que funcione como el sujeto nominativo del predicado “era desde el principio” (ἦν ἀπʼ ἀρχῆς) con las tres proposiciones relativas que van a continuación en aposición: declaramos lo que fue desde el principio, o sea, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que hemos percibido, y nuestras manos han tocado.

De cualquier manera, Juan está resaltando el mensaje sobre Jesús, que fue “desde el principio” (ὃ ἦν ἀπʼ ἀρχῆς). Esto plantea la cuestión: ¿el principio de qué? La frase preposicional “desde el principio” (ἀπʼ ἀρχῆς) se utiliza ocho veces en el comienzo de esta breve carta (1:1; 2:7, 13, 14, 24 [2×]; 3:8, 11) y dos en 2 Juan (vv. 5, 6), y también dos veces en el evangelio de Juan (8:44; 15:27). Los intérpretes ven una serie de opciones para el referente “el principio” en los escritos de Juan:
    (1)      la preexistencia del Hijo recuerda Jn 1:1 (“En el principio ya existía el Verbo …”) e, indirectamente, Gn 1:1 (“en el principio …”)
    (2)      el principio de una vida cristiana con la conversión a la fe en Cristo
    (3)      el principio de la obra redentora de Dios en la historia de la humanidad
    (4)      el principio del evangelio cristiano, definido como:
      (a)      la concepción y nacimiento de Jesús, o
      (b)      el principio del ministerio público de Jesús, o
      (c)      el principio de la predicación del evangelio tras la resurrección de Jesús

El prólogo de 1 Juan es obviamente similar al del evangelio de Juan, mencionando ambos el “principio” en su primer versículo. Aunque algunos se opongan a admitir que el evangelio y las cartas de Juan se interpretan mutuamente, la extensión de los paralelismos y correspondencias parecen demandar que las metáforas, imágenes y teología de las cartas se entienden dentro del marco del cuarto evangelio (ver Relación de las cartas con el evangelio de Juan en la Introducción a 1, 2, y 3 Juan).

El evangelio de Juan comienza con la famosa declaración “en el principio ya existía el Verbo” (ἐν ἀρχῇ ἦν ὁ λόγος), que alude a Gn 1:1, “en el principio creó Dios los cielos y la tierra” (gr. LXX, ἐν ἀρχῇ ἐποίησεν ὁ θεὁς τὸν οὐρανὸν καὶ τὴν γῆν). Ambas declaraciones se hacen en referencia a la creación, porque Jn 1:3 continúa explicando que: “Todas las cosas fueron hechas por medio de él y sin él nada de lo que ha sido hecho, fue hecho.” Es más, tanto Jn 1:1 como Gn 1:1 LXX utilizan la misma frase preposicional, “en el principio” (ἐν ἀρχῇ). La situación en 1 Jn 1:1 es en cierto modo diferente, allí no se hace mención a la creación y la frase preposicional es “desde el principio” (ἀπʼ ἀρχῆς). Construir 1 Jn 1:1 según Jn 1:1 y Gn 1:1 significa que lo que “nosotros” hemos oído, visto y tocado es el mensaje sobre la Palabra (ὁ λόγος), que era el agente de la creación.

Esta teoría se apoya en la frase preposicional: “respecto a la Palabra de vida. La Vida apareció” (περὶ τοῦ λόγου τῆς ζωῆς … ἡ ζωὴ ἐφανερώθη), que modifica las proposiciones relativas neutras. Es más, en el versículo 2, la vida que apareció “estaba con el Padre” (ἦν πρὸς τὸν πατέρα), otra cosa que nos recuerda Jn 1:1, donde la misma preposición (πρός) se utiliza con referencia a Dios (“el Verbo estaba con Dios”). La interpretación que “lo que era desde el principio” en 1 Jn 1:1 es una referencia que vincula el evangelio con el Cristo preexistente parece encajar bien con el uso de la misma frase preposicional en 1 Jn 2:13, 14, que se refiere a “al que es desde el principio” (τὸν ἀπʼ ἀρχῆς). La alusión a la historia primitiva de Génesis también se menciona en 1 Jn 3:8 respecto al demonio, que lleva pecando “desde el principio” (ἀπʼ ἀρχῆς).

Pero otras apariciones de esta frase preposicional en 1 Juan se refieren más claramente al principio de las vidas cristianas de los lectores (2:7, 24; 3:11; 2 Jn 6, y posiblemente también v. 5). Seguir esta opción significaría que lo que “nosotros” hemos oído, visto y tocado es también la verdad que los cristianos han conocido desde el primer día que empezaron a creer en Cristo. Primera Juan 2:7 utiliza “principio” para referirse al comienzo de la vida cristiana de alguien: “Queridos amigos, No os escribo un mandamiento nuevo sino un mandamiento antiguo, que habéis tenido desde el principio [ἀπʼ ἀρχῆς]. El mandamiento antiguo es la palabra que habéis oído.”

Otra opción es tomar “principio” como referencia al principio del evangelio cristiano, cuando Jesús mismo empezó a predicar y a hacer milagros cuando la Palabra que es “la Vida apareció” (1:2). Esta interpretación está en concordancia también con Jn 15:26–27, donde Jesús promete a sus discípulos: “Cuando venga el Consolador [παράκλητος], a quien yo enviaré del Padre, es decir, el Espíritu de verdad que procede del Padre, él dará testimonio de mí, y vosotros daréis testimonio también, porque habéis estado conmigo desde el principio” (ἀπʼ ἀρχῆς; cursiva añadida). Jesús hizo esta promesa la noche antes de su muerte, durante la cena pascual que celebró como su última cena con los Doce. El uso que hace Jesús de ἀπʼ ἀρχῆς aquí ofrece una evidencia convincente de que en 1 Jn 1:1–4, Juan afirma representar el testimonio apostólico sobre la vida y ministerio de Jesús tal como se había presenciado desde el principio. Cuando se entiende de esta manera, es una afirmación de que el autor fue testigo presencial de Jesús, o que estaba entre los que preservan o enseñan el verdadero mensaje apostólico sobre Jesús recibido por el testimonio presencial. Esta afirmación subrayaría la autoridad de la carta, resaltando el testimonio apostólico como más antiguo y fiable que las nuevas ideas que se estaban abriendo paso, porque se basaba en el conocimiento preciso del Jesús histórico.

El corpus juanino es bien conocido por sus abundantes juegos de palabras y dobles entendidos, y el uso de “desde el principio” en 1 Jn 1:1 probablemente pretende sugerir más de un sentido. La Palabra que estaba con Dios y que era Dios en el principio de la creación es, en 1:1–2, la Palabra que es la Vida que fue revelada en el hombre Jesús, a quien “nosotros” hemos oído, visto y tocado durante su encarnación (ver discusión más abajo sobre la frase “Palabra de vida”). Así, aunque el foco temporal de 1:1 es la vida de Jesús, alude a la preexistencia y recuerda a los lectores lo que han creído desde el principio de su fe en Cristo.

(3) De los cinco temas exegéticos principales de este versículo, el tercero es la repetición de los verbos de los sentidos — “lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que hemos percibido, y nuestras manos han tocado” (ὃ ἀκηκόαμεν, ὃ ἑωράκαμεν τοῖς ὀφθαλμοῖς ἡμῶν, ὃ ἐθεασάμεθα καὶ αἱ χεῖρες ἡμῶν ἐψηλάφησαν) — lo cual enfatiza a la vez la presencia física de la Palabra que es Vida y el conocimiento presencial de Jesús como fuente de testimonio del autor.

Las dos referencias al sentido de la vista (“hemos visto,” “hemos percibido”; ἑωράκαμεν y ἐθεασάμεθα) son especialmente sorprendentes, a menos que los dos verbos tengan un sentido un tanto distinto. El primero es un verbo claramente de percepción sensorial, ver “con nuestros ojos” (τοῖς ὀφθαλμοῖς ἡμῶν). El segundo verbo, “lo que hemos percibido” (θεάομαι), también se puede utilizar como de percepción no sensorial, ver algo “más allá de lo que se puede apreciar únicamente con los ojos,” lo cual sugiere que el autor ha percibido el verdadero significado de la vida, muerte y resurrección de Jesús que va más allá de lo que se puede ver con los ojos. Este uso del verbo “lo que hemos percibido” se puede ver en muchas otras ocasiones en las que aparece el verbo en las cartas y el evangelio (Jn 1:14, 32, 38; 4:35; 6:5; 11:45; 1 Jn 4:12, 14), en ambos casos cuando se tiene en mente un objeto físicamente visible (p. ej., Jn 4:35) y donde la percepción requiere un conocimiento que va más allá de lo físico (p. ej., 1 Jn 4:14).

La verdad espiritual del evangelio no es simplemente los hechos históricos de la persona, enseñanzas y milagros de Jesús. Tengamos en cuenta la diferencia entre estas dos declaraciones: “Jesús de Nazaret murió en una cruz en Jerusalén” y “Jesu cristo murió en una cruz en Jerusalén por nuestro pecado.” La primera expone ciertos hechos sobre Jesús hombre que cualquiera que estuviera presente en aquel momento habría podido presenciar y que quedaron corroborados por los historiadores de aquella época, como Tácito y Suetonio, y por el historiador judío Josefo. La segunda frase es una interpretación de la importancia de la muerte de Jesús — una declaración sobre su identidad como Mesías y lo que cumplió muriendo en la cruz — una verdad que debe ser recibida con fe. Es una declaración de la tradición ortodoxa que conforma el corazón del evangelio cristiano.

La idea de una percepción que va más allá de lo que se puede ver físicamente es similar al uso del término “señal” (σημεῖον) en el evangelio de Juan para referirse no sólo a un milagro realizado por Jesús, sino también a la importancia de ese milagro. El verbo traducido como “tocado” aquí (ψηλαφάω) también se utiliza en Heb 12:18 para hacer referencia al Monte Sinaí, donde Dios se reveló a sí mismo en manifestaciones tan tangibles que pudo ser sentido y tocado. También alude al episodio de Tomás y el resucitado Jesús, cuando Tomás se negó a creer a menos que pudiera tocar el cuerpo resucitado de Jesús (Jn 20:25). Aunque aquí se utiliza un verbo distinto, Juan implica que aquellos que no han tocado a Jesús (como Tomás) pero creen el mensaje de aquellos que sí lo han hecho (los discípulos que lo vieron) son los bendecidos que sin ver han creído (Jn 20:29).

Algunos intérpretes no ven ninguna referencia en absoluto a la experiencia del testimonio presencial en este versículo, y consideran los verbos de percepción como una alusión a Is 59:9–10 y/o Sal 115 “con su vívida burla hacia los ídolos de las naciones, que ‘tienen ojos, y no ven; tienen oídos, y no oyen; tienen nariz, y no huelen; tienen manos y no palpan’ [ψηλαφάω].” Una acumulación similar de verbos de los sentidos la encontramos en Sal 115:3–7:

    Nuestro Dios está en los cielos;
      él hace lo que le place.
    Los ídolos de ellos son plata y oro,
      obra de manos de hombre.
    Tienen boca, y no hablan,
      tienen ojos, y no ven;
    Tienen oídos, y no oyen;
      tienen nariz, y no huelen;
    Tienen manos, y no palpan;
      tienen pies, y no caminan;
      no emiten sonido alguno con su garganta.

En contraste con el conocimiento engañoso de la divinidad que el mundo antiguo buscaba a través de ídolos hechos por artesanos (y que nuestro mundo moderno busca a través de dioses intangibles de fabricación propia), 1 Jn 1:1 ofrece la verdad sobre Dios que se reveló en Jesucristo. Más relevante para los propósitos de Juan sería la siguiente línea del salmo: “Se volverán como ellos, los que los hacen y todos los que en ellos confían” (Sal 115:8, énfasis añadido). En contraste con aquellos que consultan a los ídolos sin vida y no saben nada, los apóstoles han visto, oído y tocado la fuente del verdadero conocimiento de Dios, y ahora proclaman ese conocimiento.

Es más, la frase “desde el principio” puede también estar recordando el lenguaje tradicional que encontramos en los escritos extrabíblicos para referirse a los ídolos que no estaban “desde el principio” (p. ej., Sab 14:12–13). En contraste con los ídolos, Hab 1:12 habla del verdadero Dios que estaba desde el principio, utilizando la misma frase “desde el principio” (ἀπʼ ἀρχῆς) en su antigua traducción griega: “¿No eres tú desde el principio, Jehová, Dios mío, Santo mío? No moriremos” (RVR). En esta intrigante variación del TM, la eternidad de Dios se ofrece como base de la vida eterna al pueblo de Dios, el mismo tema sobre el cual Juan desea dar seguridad a sus lectores (1 Jn 5:13). El texto hebreo dice: “Mi Dios, mi Santo, nunca morirás,” que es una declaración acorde con la resurrección de Jesús, quién estaba “desde el principio.”

Si existe cualquier alusión a los ídolos en la apertura de 1 Juan, es sin duda sutil, al menos para los lectores modernos. Pero la fuerza de este argumento es que el versículo de cierre de la carta: “Hijos, guardaos de los ídolos” (1 Juan 5:21), partiendo de un final sorprendentemente abrupto se resuelve con una inclusio inteligible, que exhorta a los lectores a mantenerse en las enseñanzas apostólicas si desean tener un conocimiento verdadero de Dios.

(4) Un cuarto factor de gran importancia exegética en el versículo de apertura es el uso que hace Juan de la primera forma de plural de los verbos: “lo que hemos oído … hemos visto … hemos palpado.” Este debate que ya viene de hace tiempo trata de si el “nosotros” es un verdadero plural, que se refiere a un grupo de personas a las que el autor mismo consideraba representar (como los testigos presenciales o la comunidad juanina), o si es una referencia singular sólo al autor mismo, similar al nosotros “editorial” o “magistral.” Si es un plural genuino, entonces ¿es un “nosotros” asociativo, que define al autor y a sus lectores como un grupo conjunto? ¿O es un “nosotros” disociativo, que define a un grupo compuesto por el autor y otros similares no especificados, pero que excluye a los lectores?

La primera persona del pronombre singular sólo aparece catorce veces, ya sea de forma explícita en el texto o implícita en la forma verbal, en 1 Juan (2:1, “mis,” μου; pássim, primeras formas de singular de “escribo” γράφω). Pero hay casi cien ocasiones en que aparecen los verbos en primera persona de plural con el sujeto “nosotros” implícito y otras más de cincuenta de la forma declinada del pronombre de primera persona “nosotros” (p. ej., ἡμῖν, ἡμᾶς). La mayoría de estas son plurales inclusivos (o asociativos), en los que el autor se está incluyendo a sí mismo junto con los lectores. Por ejemplo, 1 Jn 1:9, “Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo, para perdonar nuestros pecados y limpiar nos de toda maldad” (cursiva añadida). El autor no dudaría en incluirse a sí mismo en ese grupo (aunque sería posible imaginarse un “nosotros” disociativo por propósitos retóricos incluso en tales ejemplos).
Pero si el “nosotros” de 1:1–4 es un auténtico plural, un “nosotros” inclusivo no funciona bien allí porque el “nosotros” del cual es miembro el autor está en comunión con Dios Padre y su Hijo, Jesucristo, y él escribe para que “tengáis” (o sigáis teniendo) esa comunión también (1:3d). Si el plural es genuino, debe ser un uso disociativo, en el cual el autor se identifica a sí mismo con un grupo del cual los lectores no tienen que formar parte necesariamente.

Leyendo el “nosotros” como un plural genuino, algunos estudiosos lo toman como una referencia directa a los apóstoles, que fueron testigos de la vida, muerte y resurrección de Jesús; sin duda, un grupo pequeño y de élite. Según esta teoría, el pronombre neutro relativo se referiría a todo lo experimentado por los testigos de Jesús, como su enseñanza, milagros y demás. Quizá la mayoría de los estudiosos del NT que consideran la primera persona del plural como un plural genuino se están refiriendo a la “comunidad juanina,” un grupo de miembros indeterminado que conservaron fielmente las enseñanzas de un testigo presencial de Jesús, que probablemente era el “discípulo amado” del evangelio de Juan. Para aquellos que consideran que el discípulo amado era el apóstol Juan, la comunidad juanina conservó el testimonio ocular del apóstol tras su muerte, esto es, lo que él había oído, visto y tocado de la Palabra de vida desde el principio. Según este punto de vista, los pronombres relativos neutros se refieren a la tradición juanina experimentada vicariamente, un testigo indirecto del testimonio del discípulo amado del evangelio de Juan. Otros, que no ven relación alguna entre el evangelio de “Juan” y las cartas de “Juan”, consideran cada libro una reelaboración independiente de la tradición común a la cual el pronombre relativo neutro hace referencia.

Pero 1 Juan fue escrito claramente por una persona, incluso aunque estuviera representando a un grupo, porque la mayoría de los usos de la primera persona singular se refieren a su escrito, por ejemplo, en 2:1, “estas cosas os escribo” (ταῦτα γράφω ὑμῖν). El hecho de que el autor utilice tanto “escribimos” como “escribo” para referirse a una misma carta inclina la balanza con fuerza hacia que el “nosotros” de 1:1–4 es una referencia singular.

Hay algunas razones por las cuales un autor podría utilizar un pronombre plural para referirse a sí mismo. Aunque ese uso lo podemos encontrar en los escritos modernos, ejemplos similares se pueden también encontrar en textos antiguos. El plural mayestático (esto es, de autoridad) implicaría que el autor tenía una reconocida autoridad sobre sus lectores; era una forma utilizada a menudo por la realeza. El “nosotros” editorial no implica autoridad alguna sobre los lectores, pero es una convención utilizada donde el “yo” sonaría demasiado centrado en uno mismo. Su uso bordea el retórico “nosotros,” pensado para crear “un sentido de unidad corporativa y de continuidad que va más allá de la situación presente y de sus actores.” Judith Lieu, por ejemplo, considera el plural “nosotros” como un instrumento para “desviar la atención del autor como si estuviera hablando sólo de su propia autoridad” y para crear “un sentido de unidad corporativa y de continuidad” al que quedan invitados los lectores. Ella considera que el “nosotros” se refiere al autor singular, que es portador de la tradición ortodoxa de Jesús, aunque no fuera un testigo ocular.

Escritores griegos como Demóstenes y Tucídides a menudo se refieren a sí mismos con la forma plural “nosotros,” creando el sentido de la implicación del narrador en la historia y en consecuencia su fiabilidad para contarla, un factor que podría transmitir el uso de la primera persona de plural en el evangelio de Juan, especialmente en Jn 21:24. La primera persona plural también implica un sentido de familiaridad que atrae a los lectores hacia el texto, para que se vean implicados personalmente y compartan un sentido de finalidad con el autor. Como escribe William Campbell: “El vínculo que desarrollan los lectores con el narrador en primera persona de plural genera una posición más compasiva y apreciativa hacia el narrador y, por tanto, una aceptación de la perspectiva del narrador y una lectura empática.”20 Aunque la investigación de Campbell se centra en la narración, es fácil ver que se podrían conseguir objetivos similares utilizando la primera persona de plural en el discurso (y su argumento puede ser más directamente relevante para el “nosotros” en la narrativa del evangelio de Juan).

Adolf von Harnack, John Chapman, y más recientemente, Howard Jackson han argumentado que el “nosotros” del epílogo del evangelio de Juan (21:24) hace referencia al autor singular porque las formas de singular y el plural a menudo se intercambian en los escritos antiguos no sólo del NT; esto sugiere que 1 Jn 1:1–4 debería leerse de forma similar. Jackson observó que en documentos públicos formalmente registrados encontrados entre los papiros, del tipo contratos, escrituras, testamentos y declaraciones, el cuerpo del documento estaba escrito en tercera persona de plural, pero un apéndice incluía una referencia en primera persona del testador, testigo o de otro agente legal implicado. El evangelio de Juan se preocupa principalmente de proporcionar un testimonio de autoridad a la historia de Jesús y puede haber estado imitando esa convención, aunque es improbable que el evangelio llegara a registrarse como documento público. De la misma forma, 1 Juan se preocupa del testimonio basado en la fuente del testigo ocular.

Más recientemente, Richard Bauckham ha argumentado con persuasión que el “nosotros” del epílogo del evangelio de Juan (y en otras partes) y en 1 Jn 1:1–4 es el singular “nosotros” del “testimonio autoritativo.” Si se entendiera así el “nosotros,” el evangelio de Juan se leería como la declaración de un testigo presencial con una auto-referencia al testigo en Jn 21:24. Dadas las similitudes del evangelio de Juan y de 1 Juan, el “nosotros” en los versículos de apertura de la carta se entenderían como una referencia singular al autor, utilizando el “nosotros” del testimonio autoritativo. Esta teoría encaja bien con la función de los versículos de apertura, que realmente buscan establecer autoridad para la enseñanza que viene a continuación en el cuerpo de la carta. Si el “nosotros” de Jn 21:24 es en realidad un singular, debilita mucho la teoría predominante de los últimos treinta o más años, la que decía que había una referencia a la comunidad juanina tras el epílogo del cuarto evangelio y los versículos de apertura de 1 Juan.

La identidad del “nosotros” aquí no se puede decidir con certeza, pero el singular “nosotros” de testimonio autoritativo tiene muchos puntos a su favor. Si el autor fuera un testigo presencial del Jesús histórico como el apóstol Juan (lo cual niega Bauckham), la base del “nosotros” autoritativo de su 
testimonio sería no obstante su membresía del grupo de testigos apostólicos, incluso si el “nosotros” no hace una referencia directa a ese grupo. En otras palabras, incluso un testigo apostólico se podría considerar un “nosotros” singular para estos propósitos retóricos. Pero el “nosotros” singular del testimonio autoritativo no elimina completamente la posibilidad de un autor que, aunque no fuera él mismo testigo presencial, mantuviera la tradición apostólica genuina que tuvo sus orígenes en el testimonio ocular (en el sentido de la relación de Marcos con Pedro o Lucas con Pablo).

No importa si el pronombre plural hace referencia sólo al autor o al autor como miembro de un grupo, él está afirmando que habla el verdadero mensaje apostólico sobre Jesucristo con la autoridad apostólica de aquellos que han experimentado la revelación de Dios a través de Jesús desde el principio. El tema de quién tiene autoridad para hablar la verdad espiritual se plantea a lo largo de las cartas de Juan porque se escribieron en un momento (finales del siglo primero) y en un lugar (fuera de Palestina) en el que las ideas griegas estaban introduciendo ideas heréticas en las iglesias. Estos versículos de apertura incluyen una invitación implícita a los lectores a adoptar el mensaje del autor (su testimonio de autoridad) si desean disfrutar de la comunión de conocer a Dios realmente.

(5) La preocupación de Juan era proclamar con autoridad lo que sabía “respecto a la Palabra de vida” (περὶ τοῦ λόγου τῆς ζωῆς) a sus lectores. El tema exegético final de este versículo implica determinar específicamente el referente de la “Palabra de vida,” y en especial cómo se debe entender el logos. ¿Es esta “Palabra de vida” una referencia a Jesús mismo como Palabra viva de Dios, recordando la apertura del evangelio de Juan? ¿O se refiere al “mensaje de vida” proclamado sobre él?

La manera de entender el referente de “palabra” (λόγος) influirá también en el sentido del genitivo “de vida.” ¿El autor quiere decir que la palabra es vida, utilizando un genitivo epexegético? ¿O vida es un atributo de la palabra, esto es, una palabra que da vida (genitivo atributivo adjetival)? O “de vida” es un genitivo objetivo, donde “vida” sirve como contenido del mensaje; en otras palabras, que el mensaje va sobre la vida (lo cual requiere que la palabra sea impersonal). Por una parte, recordemos que los pronombres relativos neutros en este versículo no se pueden referir a la persona de Jesús mismo, sino que van más allá del personaje histórico de Jesús hasta la verdadera importancia de su muerte y resurrección. El evangelio consiste no sólo en hechos históricos sobre Jesús, sino también en la interpretación divina del significado de su vida, muerte y resurrección. Como el v. 1 está en el contexto de la proclamación (vv. 2–3), la frase “Palabra de vida” se podría referir al mensaje del evangelio sobre Cristo, quien trajo la vida eterna a la humanidad.

Por otra parte, 1 Juan se ocupa del tema de la seguridad de la vida eterna (5:13; ver La teología de las cartas de Juan). Mientras que el evangelio de Juan declara que la Palabra se hizo carne, 1 Jn 1:2 dice que la Vida apareció, la Vida que había estado con el Padre. Lo que se vio, oyó y toco es “respecto a la Palabra” (περὶ τοῦ λόγου), pero después el genitivo “de Vida” (τῆς ζωῆς) se convierte en el sujeto de la declaración siguiente, “La Vida apareció,” una referencia aparente a la encarnación (v. 2). Esto sugiere que la frase “Palabra de vida” es una transición entendida como puente entre la Palabra del prólogo de Juan y la Vida de 1 Juan, y se puede considerar epexegética, significando la “Palabra quien es Vida.” Esta lectura recuerda la declaración de Jesús en el evangelio de Juan: “Yo soy … la vida” (Jn 11:25; 14:6). Aunque algunos intérpretes citan esta diferencia entre el evangelio y 1 Juan como evidencia de que se trata de dos autores distintos, que utilizan términos similares, pero con significados diferentes, es más probable que debido a este énfasis en la afirmación de la vida eterna, Juan desee apuntar hacia la Palabra quien es vida eterna como la base para confirmar la vida eterna.

Juan consigue mucho en este versículo de apertura. Primero, proclama una fuente de conocimiento que no puede ser igualada por aquellos que no tienen acceso a ella, o por aquellos que deciden ignorarla: el testimonio apostólico. Segundo, “lo que era desde el principio” se ha convertido en una realidad física que se puede oír, ver y tocar. Esta declaración habla de los temas de quién tiene la autoridad para hablar de Cristo y sobre la verdadera cristología, temas ambos de gran importancia posterior en la carta. El tema de la autoridad depende de la cuestión de quién sabe la verdad sobre Jesús — los que él escogió para estar con él durante su vida y luego prestar testimonio tras su muerte o los que no tuvieron acceso directo o llamamiento. Está claro que el testimonio más fiable sería el de los apóstoles escogidos por Jesús porque caminaron con él durante su ministerio en la tierra y fueron testigos de su resurrección. La tradición apostólica es lo que han transmitido a todos sobre quién es Jesús y lo que significó su vida. Esta es la tradición apostólica fiable conservada en el NT, escrita por los testigos mismos o por sus colaboradores cercanos (p. ej., Lucas con Pablo, Marcos con Pedro).

Pero con el tiempo surgieron nuevas interpretaciones de la importancia de Jesús de otras fuentes cuando el mensaje del evangelio se relacionó con personas que habían llegado a la iglesia desde distintos ámbitos y que estaban distorsionando la tradición apostólica con otras influencias, tales como la filosofía griega y las creencias paganas. Al igual que en la actualidad la gente utiliza la Biblia bien y mal en innumerables ocasiones, los que pueden afirmar con legitimidad que tienen la autoridad de la verdad sobre Jesús son los que adoptan la fiabilidad del NT, en el que se ha conservado la tradición apostólica.

La segunda afirmación de este versículo es sobre el contenido de la tradición apostólica sobre la verdadera naturaleza de Jesús. Los que estaban con él durante su ministerio público y tenían acceso privado a sus enseñanzas sabían que era un ser totalmente humano. Cuando surgen las ideas tras la resurrección sobre la presencia espiritual y la realidad de Cristo, la importancia de la humanidad total de Jesús comienza a diluirse. Después de todo, para los que vivieron después de Jesús, incluidos nosotros, es su presencia espiritual lo que nos es más real. Ahora no tenemos contacto directo con Jesús en ninguna forma física. En la historia del pensamiento cristiano, la depreciación de la humanidad de Jesucristo abrió la puerta a nuevas revelaciones distintas a la tradición apostólica, y algunas veces contrarias a ella. Este tema estará también presente posteriormente en la carta de Juan, con su preocupación por la aparente negación de los anticristos de que el hombre Jesús es el Cristo (1 Jn 2:22), y de que el Cristo ha venido en carne (1 Jn 4:2–3; 2 Jn 7).

1 Juan 1:2 --- La Vida apareció, y [la] hemos visto, y damos testimonio [de ella], y os proclamamos la Vida eterna, que estaba con el Padre y se nos apareció (καὶ ἡ ζωὴ ἐφανερώθη, καὶ ἑωράκαμεν καὶ μαρτυροῦμεν καὶ ἀπαγγέλλομεν ὑμῖν τὴν ζωὴν τὴν αἰώνιον ἥτις ἦν πρὸς τὸν πατέρα καὶ ἐφανερώθη ἡμῖν). Juan establece su papel como testigo de la Vida que entró en la historia. “Ver” y “dar testimonio” son términos legales de una declaración ante un tribunal, donde uno no sólo ofrece una prueba como testigo ocular sino que también avala la verdad de lo que dicen otros. El tema de qué es la verdad es lo central en un testimonio y por tanto no es accidental que la verdad sea también un concepto destacado en los escritos de Juan. De hecho, Jesús declara que el propósito de su encarnación fue dar testimonio de la verdad (Jn 18:37b) de lo que él reveló sobre Dios y la vida eterna (1 Juan 1:18).

Por tanto, el papel de un testigo fiable al testificar se podría decir que es el tema principal en el evangelio y las cartas de Juan, donde el verbo griego “dar testimonio” o “testificar” (μαρτυρέω) aparece más de cuarenta veces. El cuarto evangelio se puede ver como la historia de los testigos, empezando con Juan el Bautista, que vino “como testigo para dar testimonio de la luz, a fin de que por medio de él todos creyeran” (Jn 1:7). Pero los sucesos de la vida de Jesús aportaron un testimonio de mayor peso incluso que el de Juan el Bautista (5:36). Dios mismo testificó sobre Jesús (5:37; 8:18), y a su vez Jesús fue testigo de lo que el Padre dijo e hizo (1 Juan 12:49;  1 Juan 17:18).

Esta cadena de testigos continuó con los apóstoles a quienes Jesucristo escogió personalmente para dar testimonio de él (Jn 15:27), y con aquel cuyo testimonio es el evangelio de Juan (19:35; 21:24). Ese tema de una línea de testimonio ininterrumpida se recoge de nuevo aquí en los versículos de apertura de 1 Juan. Partiendo de esta cadena directa de testigos, el autor de 1 Juan ejecuta fielmente su papel de testigo, incluso escribiendo esta carta: “Y nosotros hemos visto y testificamos que el Padre envió a su Hijo [para ser] el Salvador del mundo” (1 Jn 4:14).

Juan testifica que la Vida “apareció,” que él ha visto la Vida, y que su escrito es su testimonio “respecto a la Palabra de vida” (περὶ τοῦ λόγου τῆς ζωῆς, v. 1f). El testimonio sobre la Vida que ha aparecido se originó con la Encarnación misma. Algunos consideran que la frase “la vida eterna” (τὴν ζωὴν τὴν αἰώνιον) se refiere a la vida eterna que se pone a disposición de los creyentes a través de Cristo, pero es más probable primero una declaración de que la Vida que se encarnó había pre-existido eternamente “con el Padre.” Como señala Yarbrough: “en Jesucristo lo que es eterno y trascendente se ha convertido en palpablemente inmanente.”26 Juan aquí da uno de los testimonios más claros de la pre-existencia eterna de Jesucristo, colocándole por encima de cualquier otro maestro religioso o profeta. Pero también es verdad que la vida eterna se ofrece a los seres humanos caídos a través de Cristo cuando llegan a la fe en él y comparten con él su vida eterna, y así se tienen en cuenta ambas ideas.

Juan reitera que “hemos visto” (tiempo perfecto) y “proclamamos” (tiempo presente) la Vida que apareció. El autor no sólo ha visto la Vida y ha dado testimonio de ella, también proclama ese testimonio a los lectores de esta carta, específicamente de que “la Vida eterna, que estaba con el Padre … se nos apareció” en la persona de Jesucristo. Como observa Smalley, estos tres verbos de ver, testificar y proclamar “expresan en orden las tres ideas de experiencia, testimonio y evangelismo que forman parte de cualquier respuesta genuina y duradera al evangelio.”

1 Juan 1:3 Lo que hemos visto y hemos oído, os proclamamos también, para que vosotros también tengáis comunión con nosotros. Y en verdad nuestra comunión es con el Padre y con su Hijo, Jesucristo (ὃ ἑωράκαμεν καὶ ἀκηκόαμεν ἀπαγγέλλομεν καὶ ὑμῖν, ἵνα καὶ ὑμεῖς κοινωνίαν ἔχητε μεθʼ ἡμῶν. καὶ ἡ κοινωνία δὲ ἡ ἡμετέρα μετὰ τοῦ πατρὸς καὶ μετὰ τοῦ υἱοῦ αὐτοῦ Ἰησοῦ Χριστοῦ). Juan extiende una invitación a sus lectores para que estén en comunión con él y con Dios. La palabra en inglés para “comunión” (fellowship) puede tener connotaciones como la de tomar algo y charlar tras un culto, o la de reunirse en el salón de actos de la iglesia donde se celebran cenas comunitarias. Pero la palabra griega que traducimos como “comunión” (κοινωνία) significa tener no sólo una relación estrecha, sino también una asociación basada en intereses y propósitos comunes. Juan invita a sus lectores a tener una relación con Dios Padre y su Hijo, Jesucristo, asumiendo los propósitos redentores de Dios para el mundo en general y para los individuos en particular, tal como los reveló Jesús.

Los que vivieron y caminaron con Jesús el Mesías durante su ministerio terrenal se vieron envueltos en una comunión con él, y no sólo porque era el Mesías sino también porque era el Hijo de Dios, su Padre. El título “Hijo de Dios” se ha hecho tan familiar a los oídos cristianos que casi ha perdido su significado. Realmente ha perdido el factor sorpresa que debe haber tenido entre los primeros oyentes del evangelio. En el mundo pagano, “hijo de dios” se podía referir a varios semi-dioses de la mitología greco-romana así como a héroes humanos. Al emperador romano se le denominaba “un hijo de dios” y a menudo se le divinizaba, a veces incluso antes de su muerte.

En el mundo judío, “hijo de Dios” tenía connotaciones mesiánicas de las promesas del pacto de 2 S 7:14 y Sal 2:6–7. Fue con la resurrección de Jesús cuando se cumplió toda la promesa mesiánica (Ro 1:4). La liberación que Dios trajo con el Mesías no era la de liberar de una ocupación extranjera sino la de liberar de la muerte misma, demostrando que Yahveh era el Creador y rey soberano para distinguirlo de las deidades paganas. Es más, la resurrección demuestra que Jesús era el verdadero dirigente del mundo, que ha pasado más allá de lo que el poder del mundo pueda hacerle a él y a sus seguidores. Finalmente, la filiación de Jesús demuestra que él y el Padre comparten la misma naturaleza y propósitos para el mundo.

Juan invita a sus lectores a una comunión de los que reconocen que la vida eterna que estaba con el Padre ha aparecido en la tierra para ser vista, oída y tocada por los seres humanos. La proposición hina: “para que vosotros también tengáis comunión con nosotros” (ἵνα καὶ ὑμεῖς κοινωνίαν ἔχητε μεθʼ ἡμῶν) explica que el propósito de la proclamación apostólica “proclamamos también [a vosotros]” (ἀπαγγέλλομεν καὶ ὑμῖν) es extender una invitación a la comunión con Dios y su Hijo, Jesucristo. Esta comunión les llega a aquellos que reciben el mensaje del evangelio apostólico sobre la importancia de la Vida que procede de Dios y que caminó entre nosotros.

En esta invitación queda implícita una advertencia de que si los lectores de Juan no continúan siguiendo el testimonio apostólico, su comunión con Juan y con Dios y el Hijo no se puede sostener. Esto parece ser el caso de aquellos que “salieron de entre nosotros” (2:19), rompiendo esa comunión con la comunidad que Juan representa, y el de aquellos que van más allá de la enseñanza sobre Cristo (2 Jn 9). Esta carta pues se convierte en una invitación a permanecer en comunión siguiendo con la tradición apostólica y una exhortación a rechazar las enseñanzas nuevas de aquellos que se han separado de ella.

En profundidad: ¿Mesías o Cristo?
Uno de los debates exegéticos sobre 1 Juan entre los estudiosos de hoy día es cómo interpretar la palabra griega Christos (χριστός) en referencia a Jesús. El adjetivo griego se deriva del verbo cognado chriō (χρίω), que significa ungir. En el AT, de forma similar Mesías deriva del verbo hebreo “ungir,” y así en la antigua traducción griega del AT (la Septuaginta), las referencias al Mesías se traducían con la palabra griega Christos.

En el NT el sentido de la palabra se desarrolla a medida que la verdadera naturaleza de Jesús se va revelando. En los evangelios y en Hechos Christos a menudo se utilizaba para identificar a Jesús como el Mesías (p. ej., Mt 1:1, “El siguiente es un registro de los antepasados de Jesús el Mesías [Christou] hijo de David, hijo de Abraham”; o como en Mc 8:29, “Pedro respondió: ‘Tú eres el Mesías [Christos].’ ” Pero tras la resurrección de Jesús y tras la iluminación por el Espíritu, el apelativo Christos vino a tener una importancia que llegó más allá de cualquier expectativa que se tuviera para el Mesías de Israel. Pasó de ser el título que designaba al líder de Israel ungido por Dios al nombre propio que reflejaba la naturaleza divina del Hijo de Dios que se encarnó como Jesucristo (p. ej., Col 1:22).

Existe un debate sobre cuándo, o incluso si sucedió este cambio. Martin Hengel cree que incluso en los escritos de Pablo, Christos se utiliza casi siempre como nombre propio con sólo “un atisbo de su uso titular.” Representando otro lado del debate, N. T. Wright argumenta que “el mesianismo de Jesús sigue siendo algo central y vital para Pablo” y que de hecho persistió en toda la antigua cristiandad.31 Sin embargo, la idea del Mesías se transformó en al menos cuatro modos, según Wright, cuando se aplica a Jesús: 
(1) pierde su especificidad étnica y se hace relevante para todas las naciones; 
(2) la batalla mesiánica no era contra los poderes terrenales sino contra la maldad misma; 
(3) el templo reconstruido serian los seguidores de Jesús; y 
(4) la justicia, la paz y la salvación que el Mesías traería al mundo no sería un programa geopolítico sino la renovación cósmica de toda la creación. Es con este sentido transformado del Mesías como el Hijo de Dios mismo con el que el apelativo Christos se utiliza en el momento en que Juan escribe su evangelio y sus cartas.

Cuando Juan escribió su evangelio, el sentido de Christos como Mesías parece ser que había declinado casi completamente, al menos entre los gentiles, porque en 1:41 cuando Andrés le habla a Simón (Pedro) sobre Jesús, Juan recuerda a sus lectores que Christos una vez significó Mesías, “ ‘Hemos encontrado el Mesías [Μεσσίαν]’ (es decir, el Cristo [χριστός]).” Este sentido transformado de “Mesías” es equivalente e intercambiable con el de “Hijo de Dios” en Jn 20:31. Este cambio en el sentido de Christos durante el siglo primero plantea la cuestión de cuándo se debería entender, y probablemente traducir como Mesías y cuándo como Cristo.

Más concretamente respecto a 1 Juan, ¿qué quiere decir Juan cuando escribe: “¿Quién es el mentiroso sino el que niega que Jesús es el Cristo? Este es el anticristo, el que niega al Padre y al Hijo” (1 Jn 2:22, cursiva añadida). ¿Es el mentiroso la persona que niega que Jesús es el Mesías? ¿O son aquellos que niegan la naturaleza divina de Jesús designada por el nombre compuesto Jesucristo? La respuesta a esa pregunta tiene implicaciones más amplias para la comprensión del contexto histórico e interpretación de 1 Juan.

Si Juan está insistiendo en que Jesús es el Mesías judío contra aquellos que esperan la llegada de otro, entonces el principal mensaje de Juan va contra la audiencia judía, algunos de los cuales parece ser que se habían convertido en cristianos pero después cambiaron de opinión sobre Jesús. Pero si Christos había llegado a designar la naturaleza divina de Jesús que va más allá de todas las expectativas judías para el Mesías, entonces escribió en contra de cualquiera que niegue esa naturaleza divina.

En el contexto de lo que se dice de Jesús Christos en 1 Juan, parece que el foco está puesto en su naturaleza divina. Primera de Juan 2:22 continúa inmediatamente mencionando que niegan “al Padre y al Hijo,” una referencia a la naturaleza divina de Jesús. En 1 Jn 4:2, Juan especifica los criterios para la ortodoxia escribiendo: “En esto podéis discernir quién tiene el Espíritu de Dios: todo profeta que reconoce que Jesucristo ha venido en cuerpo humano, es de Dios” (cursiva añadida). Está claro que aquí la referencia al “Cristo” significa su naturaleza divina, porque no sería excepcional ni siquiera para el pensamiento judío pensar que el Mesías era un ser humano. Por tanto, aunque Juan realmente creía que Jesús era el Mesías, lo que quería expresar tanto a judíos como a gentiles es que Jesús era más que el Mesías esperado. Porque el Mesías resultó ser Dios mismo en la tierra.

1 Juan 1:4 Y estas cosas os escribimos para que nuestro gozo sea completo (καὶ ταῦτα γράφομεν ἡμεῖς ἵνα ἡ χαρὰ ἡμῶν ᾖ πεπληρωμένη). Juan concluye la apertura de esta carta con una declaración de su propósito al escribir. Esta es la primera de trece apariciones del verbo “escribir” (γράφω), pero la única en primera persona de plural, “escribimos” (γράφομεν). El pronombre demostrativo “estas cosas” (ταῦτα) muy probablemente se refiere a la carta en su conjunto. Como señala Watson: 1:4 (“estas cosas os escribimos”) y 5:13 (“estas cosas os escribo”) forman una inclusio para el cuerpo de la carta.
El cambio de la primera persona de plural en la apertura de la carta a la utilización posterior de la primera persona singular “escribo” (γράφω) sugiere que el autor se consideraba a sí mismo uno de los representantes con autoridad que transmitían un testimonio fiable de la Vida que había aparecido. Otras dos declaraciones de finalidad de la carta aparecen con proposiciones hina en 1 Jn 2:1 (“Hijitos míos, estas cosas os escribo para que no pequéis”; cursiva añadida) y 5:13 (“Estas cosas os escribo a vosotros que creéis en el nombre del Hijo de Dios para que sepáis que tenéis vida eterna”; cursiva añadida). En ambos casos, se utiliza el segundo objeto indirecto plural (“os”), lo cual se puede considerar una evidencia de variante textual de que aquí en 1:4 lo que se tiene en mente es el gozo de los lectores, no el del autor (“Y estas cosas os escribimos para que vuestro gozo sea completo”).

No obstante, dado que Juan está escribiendo para animar a sus lectores a permanecer dentro de los límites de la enseñanza apostólica sobre Jesús, que sigan asumiendo el mensaje del autor hará que su gozo sea completo al saber que su proclamación no ha sido en vano. Pero dada la naturaleza recíproca de la comunión, donde compartir el gozo es una característica típica, cualquiera de las lecturas acaba significando más o menos lo mismo. El primer plural “nuestro” gozo capta la referencia al gozo de los lectores si se toma como un plural inclusivo.

El tema del gozo cumplido también se puede encontrar en el evangelio de Juan, en particular en el discurso del aposento alto (Jn 3:29 [2×]; 15:11 [2×]; 16:20–22, 24; 17:13), y también en las otras dos cartas de Juan (2 Jn 12; 3 Jn 4). La declaración de Juan aquí recuerda la de Jesús, que, en la noche antes de su muerte, consolaba a sus discípulos diciendo; “Estas cosas os he hablado para que mi gozo esté en vosotros y vuestro gozo sea completo” (cursiva añadida; Jn 15:11 LBLA). Si el evangelio de Juan influyó en la elección de las palabras del autor aquí, esto proporciona una evidencia intrínseca de que la lectura original era la segunda persona plural.

La repetición del verbo “escribir” (γράφω) en 1 Juan hace que resulte difícil argumentar que este libro se originó de una forma distinta a la escrita, a pesar de sus características retóricas que sugieren una presentación oral. Dado que la mayoría de las lecturas se hacían en voz alta en el siglo primero, incluso las obras escritas se componían teniendo en cuenta cómo sonarían al ser escuchadas, y la elusiva estructura de 1 Juan puede deberse en gran parte a este contexto oral, que resulta poco familiar a los lectores de culturas literarias. Aunque se originó como discurso escrito, la carta carece del estándar helenístico con el que se abren las cartas, y que no hayan palabras de despedida convencionales significa que no era una carta personal, incluso aunque tradicionalmente se la denomine así (ver discusión sobre el género en Introducción a 1 Juan). Evidentemente la identidad del autor, que es claramente conocida por los receptores originales por otros medios, quizá comunicada por el tipo de letra o quizá porque fue enviada con una carta de presentación, posiblemente conocida como 2 Juan (ver Introducción a 2 Juan).

El análisis socio-retórico ha demostrado que 1 Jn 1:1–4 funciona como el exordium del discurso retórico, que intenta predisponer a la audiencia para que se adhiera al punto de vista del autor. Que el autor sea percibido como un hombre bueno y un testigo fiable, según Quintiliano, es la influencia más fuerte que puede tener cada punto del caso a establecer (Inst. 4.1.7). En este caso, el origen del mensaje de Juan en la tradición enraizada de ser testigo presencial de la Vida que apareció hace que el autor sea fiable, un factor importante a la hora de persuadir a los lectores de su punto de vista. Esta apertura establece la autoridad del autor para hablar de temas que desarrollará en el cuerpo de la carta, específicamente para hablar contra aquellos que están enseñando una cristología aberrante.

Estos versículos de apertura de 1 Juan establecen la autoridad del autor para enseñar la verdad espiritual porque su mensaje se basa tanto en la realidad histórica de Jesucristo como en su comprensión autoritativa de la verdadera importancia de estos hechos. Su mensaje no es algo que simplemente haya concebido, quizá por contraste con las falsas enseñanzas mencionadas posteriormente en la carta. Juan invita a sus lectores a la comunión de un mismo credo, a que tenga comunión no sólo con el autor sino también con el Padre y con Jesucristo, y de esa manera conocer a Dios verdaderamente. Esto hará que su gozo sea completo.

miércoles, 29 de junio de 2016

Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen, y orad por los que os ultrajan y os persiguen; para que seáis hijos de vuestro Padre que está en los cielos, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y que hace llover sobre justos e injustos

RECUERDA Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6




Dos pilares gemelos: el amor a Dios y el amor al prójimo
AGAPE  Y AGAPAN
(ἀγάπη y ἀγαπάω)
LA MAS GRANDE DE LAS VIRTUDES
La lengua griega es una de las más ricas, y tiene una facultad sin rival para expresar los diversos matices del significado de un concepto, pues, como sucede con cierta frecuencia, dispone de series completas de palabras para ello. 
Así, por ejemplo, mientras el inglés dispone solamente de un vocablo para expresar toda clase de amor, el griego tiene por lo menos cuatro. 
  • Agape significa amor, y 
  • agapan, que es el verbo, significa amar
El amor es la más grande de las virtudes; la virtud característica de la fe cristiana
Por tanto haremos bien en procurar descubrir todo el contenido de estas dos palabras griegas cuyas características distintivas podremos conocer si las comparamos con otras palabras griegas que también signifiquen amor.
  1. El sustantivo eros y el verbo eran se usan principalmente para denotar el amor entre los sexos. Aunque también pueden utilizarse para expresar la pasión de la ambición o la intensidad de un sentimiento patriótico, característicamente son palabras que se emplean con relación al amor físico. Gregorio Nazianceno definió eros como “el deseo ardiente e insufrible”. Jenofonte, en la Ciropedia (5.1.11), tiene un pasaje que muestra exactamente el significado de eros y eran. Araspas y Ciro están discutiendo las diferentes clases de amor, y el primero dice: “Un hermano no se enamora de su hermana, sino de otra; ni un padre se enamora de su hija, sino de cualquier otra mujer, porque el temor de Dios y las leyes de la tierra son suficientes para impedir tal clase de amor” (eros). Notemos que estas palabras están predominantemente relacionadas con el amor sexual. En castellano, el vocablo amante puede connotar cierta bajeza en la forma de amar; y, en griego, el significado de las palabras que estamos estudiando había degenerado a fin de representar hechos más vulgares. Es claro que el cristianismo difícilmente podía haberse anexado estas palabras, por lo que no aparecen en absoluto en el Nuevo Testamento.
  2. El sustantivo storge y el verbo stergein tienen que ver especialmente con los afectos familiares. Pueden utilizarse para expresar la clase de amor que siente un pueblo por su gobernante o una nación o familia por su dios tutelar, pero su uso regular describe fundamentalmente el amor de padres a hijos y viceversa. Platón escribe: “Un niño ama (stergein) a, y es amado por, aquellos que lo engendraron” (Leyes, 754b). Una palabra afin se encuentra a menudo en los testamentos. Se deja un legado a un miembro de la familia kata philostorgian, es decir, “por el amor que te tengo”. Estas palabras no se encuentran en el NT excepto el adjetivo afín philostorgos, que aparece una vez en Ro. 12:10 (el gran capítulo que Pablo dedica a la ética) y que la Versión Reina Valera de 1908 traduce amor fraternal. Esto es muy sugestivo porque denota que la comunidad cristiana no es una sociedad, sino una familia.
  3. Las palabras griegas más comunes para amor son el sustantivo philía y el verbo philein, y ambas tienen un halo de cálido atractivo. Estas palabras encierran la idea de mirar a uno con afectuoso reconocimiento. Pueden usarse respecto del amor entre amigos y entre esposos. La mejor traducción de philein es apreciar, la cual, incluyendo el amor físico, abarca mucho más. Algunas veces puede significar incluso besar. Estas palabras tienen en sí todo el calor del auténtico afecto y del auténtico amor. En el NT, philein se utiliza también para expresar el amor entre padres e hijos (Mt. 10:37); el amor de Jesús a Lázaro (Jn. 11:3, 36) y, una vez, el amor de Jesús al discípulo amado (Jn. 20:2). Philía y philein son palabras hermosas para describir una relación hermosa.
  4. Las palabras más comunes en el NT para amor son el nombre agape y el verbo agapan. Primero, estudiemos el sustantivo. 
Agape no es en absoluto una palabra clásica, por lo que es dudoso que se haya utilizado alguna vez en el griego clásico. 
  • En la Septuaginta, se usa catorce veces respecto del amor sexual (p. ej., Jer. 2:2) y dos veces (p. ej., Ec. 9:1) como la opuesta de misos, que significa odio. A estas alturas, agape no ha llegado a ser todavía una gran palabra, pero hay indicios de que lo será. 
  • En el Libro de Sabiduría, se usa para describir el amor de Dios (Sabiduría 3:9) y el amor a la sabiduría (Sabiduría 6:18). 
  • La Carta de Aristias dice que la piedad está íntimamente relacionada con la belleza, pues “es la forma preeminente de la belleza, y su poder radica en el amor (agape), el cual es un don de Dios”. 
  • Filón utiliza agape una vez en el más noble sentido. Dice que phobos (miedo) y agape (amor) son sentimientos afines y, a su vez, característica del sentimiento del hombre hacia Dios. 
Pero solamente podemos encontrar raras y dispersas apariciones de esta palabra, agape, que llegaría a ser la clave de la ética del NT. 
Ahora volvamos al verbo agapan. Este verbo se emplea en el griego clásico más que el sustantivo, pero tampoco es muy frecuente. 
  • Puede significar saludar afectuosamente
  • Puede describir el amor al dinero y a las piedras preciosas. 
  • También puede usarse como expresión de estar contento con alguna cosa o con alguna situación. 
  • Incluso se utiliza una vez (Plutarco, Pericles, 1) para describir a una dama de la alta sociedad acariciando a su perrito faldero. 
Pero la gran diferencia entre philein y agapan en el griego clásico es que agapan carece del calor que caracteriza a philein. Hay dos buenos ejemplos de esto. Dio Casio, refiriéndose al famoso discurso de Antonio respecto a César, dice (44.48): “Vosotros lo amabais (philein) como a un padre, y lo apreciabais (agapan) como a un benefactor.” Philein describe el cálido amor que se profesa a un padre; agapan, la afectuosa gratitud que se siente hacia un benefactor. En la Memorabilia, Jenofonte describe cómo Aristarco consulta a Sócrates sobre un problema que tenía consistente en que, debido a los condicionamientos de la guerra, se veía obligado a vivir con catorce mujeres, parientes, que vivían a costa de él, pues, dada su situación de desplazadas, no tenían nada que hacer, y, lógicamente, surgían conflictos. Sócrates le aconseja que las ponga a trabajar, sean o no de ilustre cuna. Aristarco lo hace así y el problema se soluciona. “Las caras sombrías se tornaron radiantes; ellas lo amaron (philein) como a su protector; él las miraba con afecto (agapan) porque eran útiles” (Jenofonte, Memorabilia, 2.7.12). De nuevo se manifiesta en philein una calidez que no está en agapan.

No sería cierto si dijéramos que en el NT se usan nada más que agape y agapan para expresar el amor cristiano. 

Algunas veces se utiliza también philein, como en los casos siguientes: 
  • para indicar la clase de amor que el Padre tiene al Hijo (Jn. 5:20); 
  • para denotar el amor de Dios a los hombres (Jn. 16:27) y 
  • para expresar la devoción que los hombres deben tener a Jesús (1 Cor. 16:22). 
Pero philein se encuentra en el NT relativamente poco en comparación con agape, que aparece casi ciento veinte veces, y con agapan, que se emplea más de ciento treinta. 

Antes de estudiar detenidamente el uso que se hace de estas palabras, hay algo en torno a ellas y a su significado que hemos de tener en cuenta. ¿Por qué la forma cristiana de expresión se desentendió de las otras palabras griegas que significan amor y se centró en éstas?

Evidentemente, las otras palabras habían adquirido ciertos matices que las hacían inadecuadas. 

Eros se asociaba definitivamente con el lado más vulgar del amor; tenía que ver mucho más con la pasión que con el amor, 

Storge estaba muy vinculada al afecto familiar, pero nunca tuvo en sí la amplitud que la concepción del amor cristiano exige.

Philia era una palabra agradable, pero fundamentalmente denotaba calidez, intimidad y afecto. Podía usarse adecuadamente tan sólo respecto de nuestros allegados más amados, y el cristianismo necesitaba una palabra que incluyera mucho más. 

El pensamiento cristiano se fijó en agape porque era la única palabra capaz de abarcar el contenido necesario; porque agape demanda el concurso del hombre como un todo.

El amor cristiano no alcanza únicamente a nuestros parientes, a nuestros amigos más íntimos y, en general, a todos los que nos aman; el amor cristiano se extiende hasta el prójimo, sea amigo o enemigo, y hasta el mundo entero.

Por otra parte, todas las palabras ordinarias que significan amor expresan una emoción. Son palabras que se refieren al corazón y que ponen de manifiesto una experiencia que nos coge de improviso, sin buscarla, casi inevitablemente. 
  • No podemos impedir amar a nuestros parientes (la sangre tira) y a nuestros amigos.
  • El enamorarse no es ninguna proeza; es algo que nos sucede y que no podemos evitar. No hay ninguna virtud particular en el hecho de enamorarse, pues, para ello, poco o nada consciente tenemos que hacer. Simplemente, sucede. 
  • Pero agape implica mucho más. Agape tiene que ver con la mente. No es una mera emoción que se desata espontáneamente en nuestros corazones, sino un principio por el cual vivimos deliberadamente. Agape se relaciona íntimamente con la voluntad. Es una conquista, una victoria, una proeza. Nadie amó jamás a sus enemigos; pero al llegar a hacerlo es una auténtica conquista de todas nuestras inclinaciones naturales y, emocionales.
Este agape, este amor cristiano, no es una simple experiencia emocional que nos venga espontáneamente; 
  • es un principio deliberado de la mente, 
  • una conquista deliberada, 
  • una proeza de la voluntad. 
  • Es la facultad de amar lo que no es amable, 
  • de amar a la gente que no nos gusta. 
El cristianismo no nos pide que amemos a nuestros enemigos, y a los hombres en general, de la misma forma que amarnos a nuestros familiares y amigos íntimos porque eso sería a la vez imposible y erróneo. Pero sí demanda que tengamos en todo tiempo una cierta actitud mental y una cierta inclinación benevolente hacia los demás sin importarnos su condición.

¿Cuál es, pues, el significado de agape? 
El supremo pasaje para interpretarlo es Mateo 5:43–48. Ahí se nos manda amar a nuestros enemigos. ¿Para qué? Para que seamos como Dios, que hace caer su lluvia sobre justos e injustos, sobre buenos y malos. Es decir, al margen de cómo un hombre sea, Dios no procura para él sino su mayor bien. 

Eso es agape, el espíritu que dice: “Sin importarme lo que un hombre, santo o pecador, me haga, nunca procuraré perjudicarlo ni vengarme. Jamás buscaré para él otra cosa que no sea lo mejor.” Es decir, amor cristiano, agape, es benevolencia insuperable, bondad invencible. Como ya hemos dicho, agape no es meramente una ola de emoción; 
  • es una deliberada convicción que resulta en una deliberada norma de vida. 
  • Es una proeza, 
  • una victoria, 
  • una conquista de la voluntad. 
  • Agape apela a todo el hombre para realizarse; no sólo toma su corazón, sino también su mente y su voluntad.
Si esto es así, debemos hacer constar que:
  1. El agape humano, nuestro amor al prójimo, está obligado a ser producto del Espíritu. El NT es muy claro en este punto (Gá. 5:22; Ro. 15:30; Col. 1:8). El agape cristiano es innatural en el sentido de que no es posible para el hombre natural. Un hombre podrá demostrar esta benevolencia universal, podrá ser purificado del odio, de la amargura y de la inclinación natural del ser humano a la enemistad, solamente cuando el Espíritu tome posesión de él y vierta en su corazón el amor de Dios. El agape cristiano es imposible para el no cristiano. Ningún hombre puede practicar la ética cristiana hasta que no sea cristiano. Puede ver con absoluta claridad lo deseable que es; puede reconocer que es la solución de los problemas del mundo; puede aceptarla racionalmente, pero no podrá vivirla prácticamente hasta que Cristo viva en él.
  2. Cuando entendemos lo que agape significa, tropezamos con la gran objeción de que una sociedad basada en este amor sería un paraíso para los criminales, pues les facilitaría su propio camino. Puede alegarse que si en realidad hemos de procurar lo mejor para el hombre, bien podemos resistirlo, bien podemos castigarlo, bien podemos tratarlo con suma dureza—¡por el bien de su alma!
Pero el hecho permanece de que por mucho que hagamos por el hombre, nunca será puramente vindicativo, ni siquiera meramente retributivo, si no se hace dentro de ese amor perdonador que no procura el castigo del hombre—y mucho menos su aniquilación—, sino lo mejor. En otras palabras, agape quiere decir tratar a los hombres como Dios los trata, lo cual no significa permitirles hacer todo cuanto les plazca.

Cuando estudiamos el NT encontramos que el amor es la base de toda relación perfecta en los cielos y en la tierra.
(I) El amor es la base de la relación entre el Padre y el Hijo, entre Dios y Jesús. Jesús puede hablar de “el amor con que me has amado” (Jn. 17:26). El es el “Hijo amado” (Col. 1:13; cf. Jn. 3:35; 10:17; 15:9; 17:23, 24).

(II) El amor es la base de la relación entre el Hijo y el Padre. El propósito de toda la vida de Jesús fue que “el mundo conozca que amo al Padre” (Jn. 14:31).

(III) Amor es la actitud de Dios hacia los hombres (Jn. 3:16; Ro. 8:37; 5:8; Ef. 2:4; 2 Co. 13:14; 1 Jn. 3:1, 16; 4:9, 10). A veces, el cristianismo es presentado de una forma tal, que parece ser la obra hecha por un apacible y amable Jesús para calmar y apaciguar a un Dios severo y colérico, algo así como que Jesús cambió la actitud de Dios hacia nosotros. El NT no conoce nada de eso. Todo el proceso de la salvación comenzó porque Dios amó al mundo en gran manera.

(IV) El deber del hombre es amar a Dios (Mt. 22:37; cf. Mr. 12:30 y Lc. 10:27; Ro. 8:28; 1 Co. 2:9; 2 Ti. 4:8; 1 Jn. 4:19). El cristianismo no concibe al hombre sometido al poder de Dios, sino rendido al poder de Dios. No es que la voluntad del hombre sea triturada, sino que el corazón del hombre es quebrantado.

(V) La fuerza motriz de la vida de Jesús fue su amor a los hombres (Gá. 2:20; Ef. 5:2; 2 Ts. 2:16; Ap. 1:5; Jn. 15:9).

(VI) La esencia de la fe cristiana es el amor a Jesús (Ef. 6:24; 1 P. 1:8; Jn. 21:15, 16). Así como Jesús es el amante de las almas de los hombres, el cristiano lo es de Cristo.

(VII) Lo distintivo de la vida cristiana es el amor de los cristianos entre sí (Jn. 13:34; 15:12, 17; 1 P. 1:22; 1 Jn. 3:11, 23; 4:7). Cristianos son aquellos que aman a Jesús y se aman entre sí.

La base de toda relación justa concebible en los cielos y en la tierra es el amor. El NT tiene mucho que decir sobre el amor que Dios profesa a los hombres.
(I) Amor es la misma naturaleza de Dios. Dios es amor (1 Jn. 4:7, 8; 2 Co. 13:11).
(II) El amor de Dios es universal. No fue sólo al pueblo escogido al que Dios amó, sino al mundo entero—y en gran manera (Jn. 3:16).
(III) El amor de Dios es sacrificial. La prueba de su amor es la dación de su Hijo por los hombres (1 Jn. 4:9, 10; Jn. 3:16). La garantía del amor de Jesús es que se dio por nosotros (Gá. 2:20; Ef. 5:2; Ap. 1:5).
(IV) El amor de Dios es inmerecido. Dios nos amó, y Jesús murió por nosotros, cuando éramos enemigos de Dios (Ro. 5:8; 1 Jn. 3:1; 4:9, 10).
(V) El amor de Dios es misericordioso (Ef. 2:4). No es dictador ni tiránicamente posesivo; es el amor anhelante del corazón misericordioso.
(VI) El amor de Dios es salvador y santificador (2 Ts. 2:13). Rescata del pasado y capacita a los hombres para hacer frente al futuro.
(VII) El amor de Dios es confortador. En él, y a través de él, todo hombre llega a ser más que vencedor (Ro. 8:37). No es el amor blando e hiperproteccionista que hace a los hombres débiles e inmaduros; es el amor que fabrica héroes.
(VIII) El amor de Dios es inseparable (Ro. 8:39). Por la naturaleza de las cosas, el amor humano está llamado a terminarse, al menos por un tiempo, pero el amor de Dios perdura sobre todos los azares, cambios y amenazas de la vida.
(IX) El amor de Dios es recompensador (Stg. 1:12; 2:5). En esta vida, es algo precioso, y sus promesas para la vida venidera son todavía más grandes.
(X) El amor de Dios es disciplinario (He. 12:6). El amor de Dios sabe que la disciplina es una parte esencial del amor.

El NT también tiene mucho que decir sobre cómo debe ser el amor del hombre a Dios.

(I) Debe ser amor exclusivo (Mt. 6:24; Lc. 16:13). Solamente hay lugar para una lealtad en la vida cristiana.
(II) Es un amor cimentado en la gratitud (Lc. 7:42, 47). Las dádivas del amor de Dios piden a cambio todo el amor de nuestros corazones.
(III) Es un amor obediente. Repetidamente, el NT determina que la única forma de probar que amamos a Dios es obedeciéndole incondicionalmente (Jn. 14:15, 21, 23, 24; 13:35; 15:10; 1 Jn. 2:5; 5:2, 3; 2 Jn. 6). La obediencia es la demostración definitiva del amor.
(IV) Es un amor extrovertido. Demostramos que amamos a Dios por el hecho de que amamos y ayudamos a nuestro prójimo (1 Jn. 4:12, 20; 3:14; 2:10). Negar nuestra ayuda a los hombres es tanto como probar que es falso el que haya amor de Dios en nosotros (1 Jn. 3:17).

Obediencia a Dios y amable ayuda a los hombres son las dos evidencias que patentizan nuestro amor.

Veamos ahora la otra cara de la moneda: el amor del hombre por el hombre.
(I) El amor debe ser la mismísima atmósfera de la vida cristiana (1 Co. 16:14; Col. 1:4; 1 Ts. 1:3; 3:6; 2 Ts. 1:3; Ef. 5:2; Ap. 2:19). El amor es el emblema de la comunidad cristiana. Una iglesia en la que haya amargura y contienda puede llamarse iglesia de los hombres, pero no de Cristo. Las luchas intestinas han enrarecido la atmósfera de su vida espiritual y la han asfixiado. Ha perdido el emblema de la vida cristiana y ya no es reconocible como la tal iglesia.
(II) La iglesia se edifica en amor (Ef. 4:16). El amor es el fundamento que la sostiene; el clima en el que puede crecer; el alimento que la nutre.
(III) La fuerza motriz del líder cristiano debe ser el amor (2 Co. 11:11; 12:15; 2:4; 1 Ti. 4:12; 2 Ti. 3:10; 2 Jn. 1; 3 Jn. 1). No debe haber lugar en la iglesia para el hombre que sirve por razones de prestigio, de preeminencia y de poder. El móvil del líder cristiano debe ser únicamente amar y servir a su prójimo.
(IV) Al mismo tiempo, la actitud del cristiano hacia sus líderes debe estar promovida por el amor (1 Ts. 5:13). Demasiado a menudo, esa actitud es de criticismo, descontento e incluso de resentimiento. El vínculo que una a los que militan en el ejército cristiano ha de ser el amor.

El amor cristiano se va ensanchando en círculos cada vez más amplios.
(I) El amor cristiano empieza en el hogar (Ef. 5:25, 28, 33). No debemos olvidar que la familia cristiana es uno de los mejores testigos de Cristo en el mundo. El amor cristiano empieza en el hogar. El hombre que ha fracasado en hacer de su propia familia el centro del amor cristiano, tiene poco derecho a ejercer autoridad en la otra familia más numerosa que es la iglesia.
(II) El amor cristiano debe ser percibido por los ajenos a la congregación (1 P. 2:17). La atónita expresión de los paganos en los primeros días del cristianismo era: “¡Mirad cómo se aman los cristianos!” Uno de los obstáculos más grandes con que tropieza la iglesia moderna—bajo el punto de vista del testimonio—es que al espectador debe aparecérsele como un conjunto de personas enzarzadas en disputas por verdaderas fruslerías. Una iglesia totalmente sumida en la paz del mutuo amor es un fenómeno raro. Ahora bien, para lograr esa paz no es preciso que sus miembros piensen de idéntica forma ni que estén de acuerdo en todo; basta con que, aun difiriendo, puedan todavía seguir amándose.
(III) El amor cristiano alcanza a nuestro prójimo (Mt. 19:19; 22:39 cf. Mr. 12:31 y Lc. 10:27; Ro. 13:9; Gá. 5:14; Stg. 2:8). Nuestro prójimo es, simplemente, todo aquel que esté necesitado. Como el poeta romano dijo: “No considero extraño a ningún ser humano.” Como es sabido, muchas más personas han sido traídas a la iglesia por la bondad del amor cristiano que por todos los argumentos teológicos habidos y por haber. Asimismo, muchas más personas han abandonado las iglesias—o han sido echadas—por la dureza y deformidad del mal llamado cristianismo que por todas las dudas del mundo.
(IV) El amor cristiano alcanza a nuestros enemigos (Lc. 6:27; cf. Mt. 5:44). Hemos visto que amor cristiano significa benevolencia insuperable y bondad invencible. El cristiano, olvidando lo que un hombre le haga, nunca cesará de procurar lo mejor para ese hombre. Aunque sea insultado, injuriado, injustamente agraviado y calumniado, el cristiano nunca odiará ni permitirá que el rencor invada su corazón. Cuando Lincoln fue acusado de tratar a sus enemigos con demasiada cortesía y bondad, y cuando se le dijo que su deber era destruirlos, él dijo: “¿Acaso no destruyo a mis enemigos haciéndolos mis amigos?” El único método del cristiano para destruir a sus enemigos es amarlos como amigos.

Veamos ahora las características del amor cristiano.
(I) El amor es sincero (Ro. 12:9; 2 Co. 6:6; 8:8; 1 P. 1:22). No tiene un doble fondo; no es egoísta. No es el agrado superficial que oculta un gran rencor. Es un amor que se da a su objeto con los ojos y el corazón bien abiertos.
(II) El amor es inocente (Ro. 13:10). El amor cristiano no hace mal a nadie. El mal llamado amor puede dañar de dos formas: conduciendo al pecado y siendo hiperposesivo e hiperprotector. Respecto a la primera forma, Burns dijo de un hombre que conoció cuando él aprendía el rastrilleo del lino en Irvine: “Su amistad me hizo mal.” Respecto a la segunda forma, es el caso típico del amor sofocante, como el de algunas madres.
(III) El amor es generoso (2 Co. 8:24). Hay dos clases de amor: el que exige y el que da. El amor cristiano es dadivoso porque se inspira en el amor de Jesús (Jn. 13:34) y tiene su móvil principal en el amor de Dios (1 Jn. 4:11).
(IV) El amor es práctico (He. 6:10; 1 Jn. 3:18). No es un mero sentimiento bondadoso que se limite a piadosos y buenos deseos; es un amor que se manifiesta en la acción.
(V) El amor es paciente (Ef. 4:2). El amor cristiano es testimonio en contra de todo aquello que tan fácilmente transforma el amor en odio.
(VI) El amor se manifiesta en el perdón y en la restauración (2 Co. 2:8). El amor cristiano es capaz de perdonar y, al hacerlo, capacita al malhechor para que vuelva al buen camino.
(VII) El amor es realista (2 Co. 2:4). El amor cristiano no cierra los ojos ante las faltas de los demás. El amor no es ciego, y usará de la reprimenda y la disciplina cuando sea necesario. El amor que no quiere ver las faltas, que evita la parte desagradable de toda disciplina, no es en absoluto amor auténtico y, al final, dañará a su objeto amado.
(VIII) El amor cuida la libertad (Gá. 5:13; Ro. 14:15). Es completamente cierto que un cristiano tiene derecho a hacer todo aquello que no sea pecaminoso. Pero hay ciertas acciones en las que un cristiano no ve mal alguno y, sin embargo, pueden ofender a otro cristiano e incluso causar la ruina de otro hombre. El seguidor de Cristo nunca olvida su libertad cristiana, pero tampoco olvida que esa libertad está controlada por el amor cristiano y por la responsabilidad cristiana ante los demás.
(IX) El amor cuida la sinceridad (Ef. 4:15). El cristiano ama la verdad (2 Ts. 2:10), pero al expresarla procura no hacerlo cruel ni antipáticamente para no herir. Se decía de Florence Allshorn, el gran maestro, que cuando tenía que reprender a alguno de sus alumnos lo hacía echándole el brazo sobre los hombros. El cristiano no oculta la verdad, pero siempre recuerda que amor y verdad van de la mano.
(X) El amor cristiano es el vínculo que hace posible el compañerismo cristiano (Fil. 2:2; Col. 2:2). Pablo habla de los cristianos como unidos en amor. Nuestros puntos de vista teológicos pueden discrepar; asimismo, nuestras opiniones sobre métodos pueden diferir; pero, a través de las diferencias, vendrá la memoria constante de que amamos a Cristo y que, por consecuencia, nos amamos unos a otros.
(XI) El amor es lo que da derecho al cristiano a pedir ayuda y favor a otro cristiano (Flm. 9). Si realmente estamos tan unidos en amor como debemos estar, encontraremos fácil pedir y natural dar cuando surja la necesidad.
(XII) El amor es la fuerza motriz de la fe (Gá. 5:6). Más personas son ganadas para Cristo cuando se apela al corazón que cuando se apela al cerebro. La fe nace no tanto de una búsqueda intelectual como del levantamiento de la cruz de Cristo. Es cierto que, más tarde o más temprano, pensaremos en ciertas cuestiones que a veces nos desbordarán, pero, en el cristianismo, el corazón debe antes sentir que la mente pensar.
(XIII) El amor es el perfeccionador de la vida cristiana (Ro. 13:10; Col. 3:14; 1 Ti. 1:5; 6:11; 1 Jn. 4:12). No hay en este mundo nada más grande que el amor. La tarea primaria de la iglesia no es perfeccionar su edificio, su liturgia, su música o sus vestiduras, sino perfeccionar su amor.

Finalmente, el NT manifiesta que hay ciertas formas a través de las cuales el amor puede ser mal dirigido.
(I) El amor del mundo es un amor mal dirigido (1 Jn. 2:15). Demas desamparó a Pablo por amar al mundo (2 Ti. 4:10). Un hombre puede amar tanto lo temporal, que olvida lo eterno; puede amar tanto los premios del mundo, que olvida los premios últimos y esenciales que tienen que ver con la eternidad. Un hombre puede amar al mundo de tal manera, que acepta sus normas y abandona las de Cristo.
(II) El amor al prestigio personal es un amor mal dirigido. Los escribas y fariseos amaban los principales asientos en las sinagogas y las alabanzas de los demás (Lc. 11:43; Jn. 12:43). La pregunta de un hombre debe siempre ser: “¿Qué piensa Dios de mi conducta?” Y, no: “¿Qué piensan los hombres de mi conducta?”
(III) El amor a las tinieblas y el miedo a la luz es la inevitable consecuencia del pecado (Jn. 3:19). Tan pronto un hombre peca, tiene algo que ocultar; y, entonces, ama las tinieblas. Ahora bien, las tinieblas pueden ocultarlo de los hombres, pero no de Dios.

Así, después de todo, vemos, sin la menor sombra de duda, que la vida cristiana es edificada sobre dos pilares gemelos: el amor a Dios y el amor al prójimo.
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