Al punto se marchó tras ella, como va el buey al degolladero, y como el necio a las prisiones para ser castigado; como el ave que se apresura a la red, y no sabe que es contra su vida, hasta que la saeta traspasa su corazón (Proverbios 5:3,8,9; 7:22-23).
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Jaime fue iniciado en la pornografía cuando tenía siete años de edad. Cierto día fue llevado por su hermano mayor , a un amigo cuyo padre vendía películas pornográficas.
Mientras Jaime espectaba fascinado las películas los otros dos se fueron a la recámara para lo que después
descubrió era un encuentro homosexual.
Jaime no volvería a
ser el mismo. Este descubrimiento inicial lo introdujo de por
vida a una esclavitud a la pornografía que lo transformó en
un adicto sexual. (Al hermano de Jaime, que también era un
adicto sexual, lo condenarían por la violación y el asesinato
de dos mujeres y una joven años más tarde.)
A Ricardo lo iniciaron en la adicción sexual cuando era
un adolescente. Lo invitaron a la casa de un amigo a participar en una turbulenta orgía. Por años vivió una vida obsesionada por el sexo.
Poco tiempo después de haberse casado, a
través de la manipulación y de lanzarle implacables ataques
de culpabilidad a su esposa, logró convencerla para que su
matrimonio entrara al estilo de vida de los que comparten
sexualmente a su pareja.
Por doce años su esposa Rebeca vivió en constante degradación y vergüenza, hasta que conoció
a Jesucristo y toda su vida cambió. Pasarían varios años antes
de que Ricardo hiciera el mismo descubrimiento.
Cierto día, siendo un adolescente, Manuel caminaba
rumbo a casa por una carretera rural al salir de la escuela.
Transitaba indiferente cuando vio que más adelante se detenía un carro. Le entró la curiosidad cuando vio que del vehículo arrojaban una caja. La abrió y encontró docenas de revistas pornográficas.
Su vida nunca sería la misma. Siguieron
años de adicción sexual, aun después de haberse convertido
en cristiano cuando estaba en la universidad. Manuel llegó a
ser gerente general de una estación de radio cristiana a pesar
de su continua lucha con la pornografía.
La verdad acerca de
su vida secreta finalmente salió a la luz cuando abandonó a su
fiel esposa y se fugó con la esposa de un pastor.
Roberto se introdujo en la pornografía por primera vez
cuando descubrió unas revistas bajo la cama de su padre. Le
siguieron años de esclavitud. Cuando la pornografía ya no lo emocionaba, comenzó a andar a hurtadillas por las casas, espiando por las ventanas. Podía pasar horas en una ventana esperando ver un cuerpo humano. Después de arruinar un matrimonio y casi otro, Roberto al fin buscó ayuda.
ESCLAVITUD
SEXUAL
Todos estos individuos compartían una cosa en común: eran adictos al comportamiento sexual compulsivo. Una adicción es una gama de hábitos no bíblicos de pensamientos y acciones que llega a ser un estilo de vida. Así como algunos se entregan a la euforia del alcohol o las drogas, otros desarrollan un estilo de vida de estímulo y éxtasis en torno al sexo.
Cuando las personas intensifican de forma desmedida la importancia del sexo en sus vidas, este empieza a dictarles un estilo de vida y se obsesionan con los pensamientos sexuales. Con el tiempo pierden el control de con qué frecuencia, con quién y bajo qué circunstancias practicarán el sexo. Llegan a ser esclavos del comportamiento sexual compulsivo.
Lo que comienza como algo para «divertirse un poco» o «satisfacer los impulsos carnales» los hace caer cada vez más profundo en el fango de la esclavitud. «Y como ellos no aprobaron tener en cuenta a Dios, Dios los entregó a una mente reprobada» (Romanos 1:28).
Como el vendedor de drogas del vecindario seduce a alguien dándole marihuana gratis, con la intención de introducirlo a las drogas fuertes, asimismo Satanás sutilmente atrae a una víctima inconsciente a sus garras con algunas experiencias sexuales satisfactorias. Sin embargo, la Biblia promete que los deleites del pecado serán solo temporales (Hebreos 11:25).
En un capítulo posterior hablaré de cómo Satanás usa la fantasía de forma magistral, en especial por medio de la pornografía, como un péndulo frente a la nariz de su víctima para atraparla.
Cuando la adicción aprieta sus garras sobre la víctima, la persona se inicia en ciertas rutinas o rituales especiales a los cuales se habitúa. El hombre adicto a mirar películas pornográficas podría comenzar por curiosear en los estantes de revistas pornográficas por un tiempo. Al aumentar su lascivia se aventurará a entrar a las galerías de películas, que son cuartos débilmente iluminados, ubicados en la parte trasera de algunas librerías en los Estados Unidos.
De allí andará de estante en estante, en busca de la película perfecta (su última fantasía), hasta que al final satisfaga su lascivia. Personalmente puedo identificarme con este ritual en particular. Yo también entraba a una librería para adultos y caminaba alrededor de las cabinas de video, mirando los anuncios propagandísticos de cada una de las películas. Entonces, de forma metódica, andaba de estante en estante, adquiriendo la que más me llamaba la atención.
Un padrastro que practica el abuso sexual infantil podría tener una rutina diferente por completo. Tal vez comience mirando pornografía. Sin embargo, finalmente entrará a hurtadillas a la alcoba de la niña, donde dará rienda suelta a su lascivia.
Jorge empezó a abusar de su hija mayor desde que ella tenía diez años de edad. En cada ocasión pasaba unos momentos persuadiéndola y consolándola, a fin de convencerla de que esa era su manera de demostrar su «amor especial» hacia ella y diciéndole que eso sería el secretito de ambos. Su hija aceptaba de mala gana hasta que él trató de abusar de su hermana menor. Habiendo vivido el horror del abuso sexual, ella no podía tolerar que su hermana pasara por lo mismo.
Desesperaba, le contó a su maestra, quien de inmediato avisó a las autoridades.
- Un exhibicionista por lo general lleva a cabo su rutina en un carro. Mientras va manejando, se introduce en su mente la idea de exhibirse ante una muchacha. Enseguida, esto llena su pensamiento hasta que en definitiva representa su fantasía frente a alguna víctima ingenua.
Samuel era un adolescente cuando empezó a sentir el deseo de exhibirse. Todas las mañanas, cuando un grupo de muchachas adolescentes atravesaba el patio de su casa rumbo a la escuela, él se masturbaba mientras las miraba por la ventana. Pese a que nunca se atrevió a dejarse ver, la idea de que las muchachas lo vieran masturbándose lo excitaba. Al ir envejeciendo, este impulso insistente continuaba atormentándolo.
En repetidas ocasiones lo desechaba, pero no desaparecía. Cierto día estacionó su carro y se masturbó mientras pasaba una mujer. Hizo un buen trabajo para esconderse, pero el pensamiento de que ella lo viera era lo que lo excitaba. Repitió esa rutina con frecuencia por varios meses, hasta que al fin su lujuria lo venció y se rindió a la tentación. Permitió que una mujer lo viera llegar al climax.
A pesar de que esto lo asustó terriblemente, se encontró repitiendo el acto una y otra vez. La masturbación sola ya no era suficiente para satisfacerlo.
- La rutina del que hace llamadas telefónicas indecentes se parece mucho a la del exhibicionista, con la excepción de que su ritual lo hace en el teléfono. Al marcar los números de teléfono, el que llama se excitará al pensar en que alguna mujer sea lo suficiente ingenua como para escuchar lo que él dice. Aquí es cuando se satisface su lujuria.
Tomemos a Paco como ejemplo: Sus problemas empezaron con las «llamadas pornográficas». Se preparaba viendo pornografía y luego llamaba a un número especial donde una chica hablaba de sexo con él. Pero esto era demasiado fácil.
En vez de permitirse terminar con esta llamada, comenzaba a hojear la guía telefónica local llamando a distintos números, hasta que encontraba a una mujer que escuchaba sus libidinosas sugerencias y la gráfica descripción de su climax subsiguiente.
- El fisgón pervertido cruzará calles por horas con la esperanza de encontrar una ventana que le proporcione alguna
excitación. Después de esperar con angustia, tal vez por horas, al fin una visión de un cuerpo humano entra en su campo
visual. Este buen vistazo ocasiona la culminación de su lascivia.
Javier está sentado en su casa en la noche, mirando la
televisión, cuando la idea de todas esas ventanas potenciales
comienza a tentarlo. Después que todo el mundo se ha ido a
acostar, él sale furtivamente de la casa y recorre las calles en
busca de una ventana con las cortinas abiertas. Luego de encontrar una, se quedará por largo rato hasta que pueda vislumbrar algo excitante.
- La adicta al sexo llevará a cabo su rutina en cantinas,
yendo de hombre en hombre, noche tras noche. Intentará ver
con cuántos hombres puede coquetear o bromear en una noche determinada, hasta que escoge a uno con quien dormir.
Esto culminará su rutina nocturna.
Beatriz, una mujer con cierto atractivo, era una cantante
de un club nocturno a quien le encantaba seducir a los hombres. Disfrutaba de la atención que recibía del público cuando cantaba. Durante su presentación, escogía a un hombre a
quien intentaría cautivar. Terminar en la cama con ese hombre la hacía sentirse increíblemente erótica y deseada como
mujer.
Si un hombre en el club nocturno no le ponía suficiente atención, tal vez por ser casado, ella tomaba eso como un
reto para seducirlo. Todo ese tipo de conquistas le daba una
tremenda satisfacción. Al final, Beatriz se casó, pero pronto
le empezó a hacer falta la atención de los hombres y comenzó a tener aventuras secretas. Sin importar cuántos hombres
hubiera logrado seducir, no podía alcanzar el punto donde estuviese en verdad contenta consigo misma como persona. Sin embargo, todo eso empezó a cambiar para ella cuando conoció a Jesucristo como su Salvador.
- Un individuo puede llevar a cabo su rutina deambulando por la llamada zona de tolerancia, refugio de las prostitutas. Cautivado por la escena, pasa con lentitud frente a cada
muchacha, examinándola con cuidado. Comienza a fantasear
y la lujuria se desarrolla en su corazón. Al final una de ellas
atrapará su interés y buscará con afán sus servicios.
Armando pasa horas manejando por las calles llenas de
prostitutas. Esto representa la mitad de la emoción para él. En
ocasiones se detendrá y hablará con una por un rato, pero por
lo general no estará listo todavía para ponerle fin a su rutina.
Así que continúa manejando. Al fin, después de que su deseo
de sexo llega al máximo, selecciona a una de las muchachas
y la lleva a un hotel, donde su rutina llega a su climax.
- El homosexual compulsivo practica su rutina de varias
formas. Por lo general llega a donde acostumbran reunirse los
gays de la localidad. Andará coqueteando hasta que encuentre a la persona «correcta». O decidirá ir a una galería de películas para adultos donde habrá hombres bisexuales o heterosexuales que acogerán sus servicios. Allí irá de hombre en
hombre en el curso de la noche, hasta que por fin se canse y
encuentre alguna manera de lograr placer para sí mismo.
Ricardo hacía ambas cosas. Algunas noches iba a los bares de homosexuales o a las salas de masajes para gays, seleccionando a otro homosexual que lo atrajese. Ambos podrían
tomar varios tragos juntos para irse conociendo entre sí y a
la sazón terminarían la noche en la cama.
Otras noches iba a
las librerías de adultos y se relacionaba allí con otros homosexuales que se encontraran mirando películas pornográficas
en las cabinas. En una noche determinada, podría tener sexo
con una docena de hombres o más en esa cabina. Aunque había sido impulsado a hacer esto, era desconcertante para él recibir tan poca satisfacción.
Todas estas personas diferentes comparten algo en común: se han permitido tener pensamientos no bíblicos que
dominan sus vidas, al grado de que llegan a ser adictos. Sus
rutinas pueden diferir, pero todas tienen un patrón claro y
perceptible que a la larga los conduce a «expresarse» sexualmente.
EL CICLO VICIOSO DEL PECADO