Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6
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Cuando en 1859 Karl Marx evaluó su carrera intelectual, condenó a un 
merecido olvido a todas sus obras precedentes, excepto cuatro. Afirmó 
que en Miseria de la filosofía (1847) había expuesto por primera vez los
 aspectos fundamentales de sus opiniones científicas, aunque la 
exposición fuese polémica. Y dio a entender que lo mismo podía decirse 
del Manifiesto del Partido Comunista (1848), del Discurso sobre el libre
 cambio, del mismo año y de una serie incompleta de artículos titulada 
Trabajo asalariado y capital publicada en 1849. No mencionó a los 
Manuscritos económico-filosóficos (1844), a La sagrada familia (1845), 
ni a las Tesis sobre Feuerbach (1845) y habló -sin mencionar su título— 
del manuscrito de La ideología alemana (1846) como de un trabajo que él y
 Engels abandonaron alegremente a los ratones. Se dice que tres años 
antes de su muerte, al ser interrogado acerca de la eventual publicación
 de sus obras completas, respondió secamente: “Primero habría que 
escribirlas”.
Por ese entonces Marx consideraba a la mayoría de sus primeras obras 
—obras que tanto entusiasmo han suscitado en los intérpretes 
contemporáneos— con un escepticismo que lindaba con el rechazo. Y hacia 
el final de su vida tenía una dolorosa conciencia de que los trabajos 
que había presentado o estaba a punto de presentar en público eran tan 
sólo fragmentos.
Sólo una vez en su vida habló entusiastamente de uno de sus libros 
como de una obra lograda. Sólo una vez anunció que había escrito algo 
que no sólo abarcaba todos sus puntos de vista sino que también los 
presentaba científicamente. Fue en el Prefacio a la Crítica de la 
economía política (1859), obra que también quedó como un simple 
fragmento debido a dificultades con su editor. Sólo dos capítulos de la 
Crítica llegaron al público, pero su contenido, aunque importante, 
apenas justificaba las afirmaciones que implícitamente se hacían sobre 
ellos en el Prefacio. En éste se esboza una visión total del mundo, un 
conjunto de doctrinas científicas que explican el desarrollo de la 
historia en sus alcances económicos, políticos y sociológicos y que 
demuestran cómo y por qué la organización actual de la sociedad debe 
derrumbarse a causa de la tensión de sus conflictos internos, para ser 
reemplazada por un orden superior de civilización. No obstante, los 
capítulos allí publicados no alcanzan semejante aliento ni se deriva de 
su contenido la idea del surgimiento final de un nuevo orden. Se ocupan 
más bien de cuestiones económicas bastante técnicas e inician un largo y
 arduo camino hacia un objetivo no del todo claro. ¿De qué hablaba Marx,
 entonces, en el Prefacio? ¿Exponía teorías que no había elaborado aún, 
ideas que todavía no había anotado?
Hasta 1939, esta cuestión siguió siendo un misterio. Las audaces 
generalizaciones hechas en el Prefacio tenían antecedentes en 
declaraciones audaces e igualmente generales incluidas en Miseria de la 
filosofía y en el Manifiesto. En cuanto a los volúmenes de El capital, 
también contienen ecos polémicos y generales. Pero era difícil, si no 
imposible, extraer de las partes existentes de El capital las respuestas
 a la cuestión más importante, que el Prefacio anuncia como teóricamente
 resuelta: cómo y por qué ha de derrumbarse el orden social capitalista.
 Así, Rosa Luxemburg escribió La acumulación del capital (1912) 
precisamente con el propósito de llenar esta importante brecha en los 
escritos inconclusos de Marx, y consiguió con ello avivar la hoguera de 
una enconada disputa que todavía hoy arde dentro del partido. Todavía 
sigue siendo un misterio la razón por la cual el manuscrito en el que 
Marx se basó para escribir el Prefacio de 1859, permaneció oculto hasta 
el estallido de la Segunda Guerra Mundial. Pero en 1939 el Instituto 
Marx-Engels-Lenin de Moscú sacó de sus archivos y publicó un enorme 
volumen conteniendo los manuscritos económicos de Marx de los años 
1857-58. Dos años después apareció un segundo volumen y en 1953 la 
editorial Dietz de Berlín reeditó los dos volúmenes en uno. Titulado por
 los editores Grundrisse der Kritik der politischen Okonomie 
(Rohentwurf) (Elementos fundamentales de la crítica de la economía 
política (Borrador)), y publicado junto con extractos importantes de los
 cuadernos de notas de Marx de 1850-51, este trabajo permite al fin 
examinar el material del cual las generalizaciones del Prefacio 
constituyen un resumen .
Los Grundrisse no han sido ignorados desde su publicación, pero 
tampoco se los apreció en toda «su importancia. Considerados 
inicialmente como material de interés para una reconstrucción del origen
 de El capital, esta obra vegetó durante largo tiempo en el sótano de 
los estudiosos del marxismo . Eric Hobsbawm presentó un fragmento, sobre
 todo los pasajes históricos, bajo el título de Formaciones económicas 
pre-capitalistas, en 1956. Posteriormente aparecieron extractos aislados
 en las obras de André Gorz y Herbert Marcuse. Juntos, estos fragmentos 
parecen haber despertado el apetito de un cuerpo cada vez mayor de 
intelectuales, particularmente en la amorfa Nueva Izquierda, y el 
interés por examinar más detenidamente esta obra hasta entonces 
desconocida pero evidentemente importante. Este año apareció finalmente 
una traducción francesa de la primera parte, pero los lectores que no 
dominan esa lengua tendrán que esperar, porque no se han hecho aún 
planes definitivos para publicar una versión inglesa.
De todas maneras, la obra tiene una significación histórica. Los 
frutos de 15 años de investigación sobre cuestiones de economía, los 
mejores años de la vida de Marx, están contenidos en estas páginas. Marx
 creía que esta obra no sólo había echado por tierra las doctrinas 
centrales de toda la economía política anterior sino que era también la 
primera formulación científica de la causa revolucionaria. Aunque él no 
podía saberlo entonces, éste habría de ser el único de sus trabajos en 
el cual su teoría del capitalismo desde los orígenes hasta el derrumbe 
sería presentada en toda su integridad. Aunque oscuros y fragmentarios 
puede decirse que los Grundrisse fueron la única obra de economía 
política verdaderamente completa que Marx escribió.
Los Grundrisse constituyen la cima de un largo y dificultoso ascenso.
 Marx había publicado diez años antes la primera de las que él 
consideraba sus obras científicas: Miseria de la filosofía, y no publicó
 el primer volumen de El capital hasta una década más tarde. Para 
comprender la significación de los Grundrisse será necesario revisar 
brevemente los escritos económicos que los precedieron.
Inmediatamente después de terminar su crítica de la filosofía del 
derecho de Hegel, en la cual había llegado a la conclusión de que la 
anatomía de la sociedad no debía buscarse en la filosofía, Marx comenzó a
 leer a los economistas políticos. Le precedió y sin duda le guió en 
este proceso el joven Engels, que había publicado ya su Umrisse zu einer
 Kritik der National- okonomie en el Deutsch-Franzósische Jahrbücher de 
Marx y Ruge ese mismo año, 1844. Engels sostenía en este artículo que el
 desarrollo de la economía burguesa durante el último siglo, como así 
también el desenvolvimiento de la correspondiente teoría económica, 
podían resumirse como una prolongada, continua y atroz afrenta a todos 
los principios fundamentales de la moral y de la decencia, y que si no 
se implantaba un sistema económico moral y racionalmente organizado, 
entonces debía y habría de producirse una revolución social monstruosa. 
Todo el peso del ataque de Engels estaba dirigido contra lo que él 
consideraba como el principio fundamental de la economía burguesa: la 
institución del mercado. Todos los vínculos morales de la sociedad han 
sido destruidos por la transformación de los valores humanos en valores 
de cambio; todos los principios éticos han sido destruidos por los 
principios de la competencia y todas las leyes existentes hasta este 
momento, aun las leyes que regulan el nacimiento y la muerte de los 
seres humanos, han sido suplantadas por las leyes de la oferta y la 
demanda.
  La humanidad misma se ha convertido en una mercancía .
Con una sola diferencia significativa, esta línea de razonamiento fue
 retomada y desarrollada por Marx a lo largo de sus escritos económicos 
entre 1844 y 1849. La diferencia está en que (según se evidencia en sus 
Manuscritos de 1844) Marx rechazó inmediatamente el moralismo unilateral
 de la crítica de Engels y lo reemplazó por una base dialéctica. 
Descartó los imperativos categóricos que se escondían bajo la superficie
 del trabajo de Engels. La competencia y el mercado, afirmó, no son 
tanto una afrenta a la moral cuanto una fragmentación y una renuncia de 
la capacidad de desarrollo inherente a la especie humana. Dentro de una 
sociedad basada en la propiedad privada, los productos del trabajo 
humano no pertenecen al obrero para que sea él quien los disfrute, sino 
que se convierten en propiedad de personas ajenas, que los utilizan para
 oprimirlo. El síntoma más claro de este hecho, escribió Marx, es que el
 obrero no produce las cosas que le son más útiles sino aquellas que 
aportarán valores de cambio más elevados al propietario privado. De este
 modo, el proceso de la producción material se torna fragmentario y el 
producto mismo se escinde en valor de uso y valor de cambio, de los 
cuales sólo el último es importante.
Es del más alto interés pararse a considerar la división del trabajo y
 el cambio ya que son las expresiones ostensiblemente enajenadas de la 
actividad y la fuerza esencial del hombre. 
En resumen: desde un punto de partida filosófico completamente 
diferente, Marx llegó a la misma perspectiva crítica que Engels, es 
decir, que lo esencial de la sociedad burguesa debía buscarse en la 
competencia, la oferta y la demanda, en una palabra, en el mercado o sea
 en su sistema de cambio.
El concepto de alienación como categoría económica contenía también 
el núcleo de una idea diferente, pero Marx no la puso suficientemente de
 relieve hasta los Grundrisse, como veremos más adelante. Mientras tanto
 Marx, junto con la mayoría de sus conocidos intelectuales radicales, 
continuaba agudizando sus ataques contra la soberanía de la competencia.
 Su polémica con Proudhon, en Miseria de la filosofía, revela su 
profundo desacuerdo con aquella suficiente personalidad sobre casi todos
 los aspectos de la economía y la filosofía, incluyendo especialmente 
las cuestiones vinculadas a las instituciones del cambio y la 
competencia en la sociedad burguesa, con una sola excepción: que la 
competencia es fundamental . Si la burguesía aboliese la competencia 
para reemplazarla por el monopolio, ello sólo serviría para agudizar la 
competencia entre los obreros, Marx escribió en el Manifiesto:
La condición esencial de la existencia y de la dominación de la clase
 burguesa es la acumulación de la riqueza en manos de particulares la 
formación y el acrecentamiento del capital. La condición de existencia 
del capital es el trabajo asalariado. El trabajo asalariado descansa 
exclusivamente sobre la competencia de obreros entre sí.
De lo cual deduce Marx que si los obreros pudiesen, al formar 
asociaciones, eliminar la competencia entre ellos, entonces se 
liquidaría "la base misma sobre la cual la burguesía produce los 
productos y se apropia de ellos". En el Discurso sobre el libre cambio 
aparece el mismo tema: si el desarrollo industrial disminuye, los 
obreros serán arrojados de sus empleos y sus salarios bajarán; si la 
industria crece, los obreros disfrutarán de un alza momentánea pero sólo
 para ser descartados nuevamente al ser reemplazados por maquinarias. 
Tanto aquí como en Trabajo asalariado y capital, la "ley" de Marx de que
 los salarios deben tender siempre hacia el mínimo absoluto necesario 
para mantener vivos a los obreros, se deriva directamente de los 
principios de la oferta y la demanda, con los supuestos adicionales de 
que la oferta de la fuerza de trabajo debe siempre tender a exceder a la
 demanda. Encontramos aquí atisbos ocasionales de la idea de que también
 operan otros procesos, pero las únicas doctrinas sistemáticamente 
elaboradas son aquellas que hacen derivar analíticamente el rumbo futuro
 del desarrollo capitalista y el papel de la clase obrera en él, de la 
forma previsible del mercado para la mercancía-fuerza de trabajo. El 
principal objeto de estudio de Marx fue la economía del intercambio de 
mercancías y de dinero.
La primera —y la más importante— aclaración que es necesario hacer 
acerca del lugar que ocuparon los Grundrisse en el desarrollo 
intelectual de Marx es que esta obra representa una crítica a todas sus 
ideas anteriores. "Crítica" no significa, en este caso, rechazo, sino 
más bien penetración a un nivel más profundo. El gran avance que los 
Grundrisse representan en el pensamiento de Marx reside en su rechazo, 
acusándola de superficial, de la tesis de que el mecanismo del mercado 
es un factor incitador, causal o fundamental; y en su reconocimiento de 
que el mercado es un mero dispositivo destinado a coordinar los diversos
 momentos individuales de un proceso mucho más importante que el 
intercambio. Mientras que los anteriores escritos económicos de Marx se 
habían centrado alrededor del movimiento de la competencia, los 
Grundrisse analizan sistemáticamente, por primera vez dentro del 
conjunto de su obra, la economía de la producción.
Antes de examinar más detenidamente el texto, conviene citar algunos ejemplos a fin de obtener una visión general del problema.
1. La diferencia más evidente y más fácilmente rastreable entre la 
teoría económica de Marx antes y después de 1850 es un cambio de 
terminología. Antes de esta fecha Marx se refiere constantemente a la 
mercancía que el obrero ofrece en venta, como "trabajo" y aclara que 
esta mercancía es exactamente igual a cualquier otra. Si se considera a 
la sociedad burguesa exclusivamente como un sistema de mercado, esta 
definición es correcta. Pero a partir de los Grundrisse Marx arriba a la
 conclusión de que el trabajo no es una mercancía como cualquier otra, 
sino que en realidad es única y que la mercancía que el obrero vende 
debe ser llamada "fuerza de trabajo". En posteriores reediciones de sus 
primeras obras económicas, Marx y Engels alteraron debidamente la 
terminología para ajustarse al nuevo punto de vista y en diversos 
prefacios aclaran las razones que tuvieron para hacerlo y destacan la 
importancia del cambio.
2. En los primeros escritos económicos, el curso del desarrollo 
capitalista se deriva, como ya se hizo notar, del movimiento objetivado 
de la oferta y la demanda. Compárese este concepto con la categórica y 
reiterada declaración aparecida en El capital de que en los mecanismos 
de la competencia "todo se presenta invertido"  y de que las deducciones
 analíticas hechas sólo en base a la oferta y la demanda son 
superficiales, más aún, contradictorias, con respecto a los procesos 
fundamentales ocultos pero esenciales de la producción capitalista y la 
acumulación. Los Grundrisse establecieron las bases intelectuales para 
estas formulaciones posteriores de El capital.
3. Finalmente, se puede obtener una visión general del progreso 
analítico que representaron los Grundrisse rastreando la actitud de Marx
 hacia Ricardo, especialmente hacia su teoría del excedente. En 1844, en
 ocasión de su primer encuentro con Ricardo y la teoría del excedente, 
Marx se limitó a destacar que el énfasis que Ricardo ponía en él 
demostraba que la principal preocupación de la economía burguesa era la 
ganancia y no los seres humanos, y que esta teoría es la prueba 
definitiva de la infamia en que se ha hundido la economía política. En 
Miseria de la filosofía Marx trata a Ricardo con más respeto y cita 
extensamente al socialista inglés Bray, que utiliza la teoría ricardiana
 del excedente para probar la explotación de la clase obrera. Pero Marx 
no cita a Bray para poner de relieve la importancia fundamental de su 
teoría sino sólo para criticar ciertas deducciones derivadas de ella . 
Asimismo, en Trabajo asalariado y capital expone simplemente la teoría 
ricardiana de que el producto del trabajo vale más que la reproducción 
del obrero, pero sin profundizar el análisis. En ese momento Marx era 
plenamente consciente de la existencia de un excedente, pero no era 
igualmente consciente de las enormes implicaciones de este hecho para la
 teoría económica; en resumen: la teoría no es el eje de su análisis 
sino que coexiste pasivamente con el análisis dominante de la oferta y 
la demanda, y a su sombra. No obstante, cuando en 1850 Marx comenzó a 
revisar exhaustivamente sus estudios económicos, se sumergió 
directamente en Ricardo y dedicó por lo menos los dos años siguientes a 
asimilarlo en detalle. Sus apuntes y sus cuadernos de notas de este 
período, agregados por los editores al texto de los Grundrisse, 
demuestran que por entonces Marx había comenzado a comprender las 
implicaciones de la teoría del excedente de Ricardo y había concentrado 
su atención sobre ella21. Finalmente, en los Grundrisse mismos, aunque 
Marx critica a Ricardo en varios puntos, sé refiere a él con gran 
respeto y lo llama el "economista par excellence de la producción". Este
 cambio gradual de actitud refleja la creciente conciencia que Marx 
estaba adquiriendo de la importancia de la teoría de la plusvalía, con 
la cual comienza a fundamentar toda su teoría de la acumulación 
capitalista, en los Grundrisse.
Al igual que en cualquier estudio de economía comparada, estos, 
ejemplos cronológicos pueden suscitar la errónea idea de que la 
aplicación de los conceptos ricardianos transformó a Marx, de la noche a
 la mañana, de teórico de la oferta y la demanda en teórico de la 
acumulación de la plusvalía. El cambio fue, por cierto, mucho más 
gradual. Como ya hemos dicho, hay en sus primeros trabajos elementos de 
la teoría del excedente y las obras posteriores no afirman en modo 
alguno que el mecanismo de la competencia no tenga importancia, sino que
 más bien formulan lo contrario. Estas sutilezas no deben ocultar el 
hecho de que tuvo lugar una ruptura cualitativa, más allá de la 
superficie del análisis basado en el mercado, y que esta ruptura es el 
principal problema analítico de que se ocupan los Grundrisse.
Aunque enfática en los detalles, la mayor parte de la estructura del 
texto de los Grundrisse se encamina firmemente hacia la solución de 
problemas claramente definidos. Después de una brillante "introducción" 
inconclusa —en la que no podemos detenernos— el trabajo consta de dos 
capítulos. El primero trata del dinero y el segundo, mucho más extenso, 
del capital. El segundo está subdividido en tres partes, que se ocupan 
respectivamente de la producción, la circulación y la transformación de 
la plusvalía en ganancia. Los problemas y cuestiones que el texto aborda
 no son, sin embargo, tan estrechamente económicos como los títulos de 
los capítulos parecen indicar. Aquí, al igual que en otros lugares pero 
quizás más claramente, la "economía" de Marx es también y al mismo 
tiempo "sociología" y "política". El primer capítulo lo pone en 
evidencia inmediatamente. A cierto nivel, el capítulo sobre el dinero es
 una polémica contra el proyecto de reforma monetaria que por aquel 
entonces había propuesto Alfred Darimon, discípulo de Proudhon y, por lo
 tanto, encarnizado adversario de Marx. En otro nivel menos superficial,
 la obra es meramente un tratado sobre el dinero y puede ser leída como 
el primer borrador de la teoría del dinero de Marx tal como aparece, ya 
desarrollada, en la Crítica. No obstante, su aspecto más importante es 
su crítica sociológica y política de una sociedad en la cual el medio 
predominante de cambio es el dinero. ¿En qué circunstancias históricas 
puede el dinero convertirse en la abstracción de los valores de cambio y
 éstos a su vez transformarse en la abstracción de todas las formas de 
cambio? ¿Qué premisas sociales deben existir para que el dinero pueda 
funcionar como un nexo entre los individuos que establecen relaciones de
 cambio? ¿Cuáles son las consecuencias sociales y políticas de este tipo
 de relaciones de cambio? ¿Cuáles son las formas más vastas de 
organización social que corresponden a esta constelación molecular de 
individuos dedicados a las transacciones privadas? Estos son los 
problemas de que se ocupa Marx, tal como Sombart, Weber, Simmel y 
Tónnies investigaron, casi medio siglo después, los efectos del cambio 
monetario sobre los vínculos de la sociedad. Marx afirma:
La reducción de todos los productos y de todas las actividades a 
valores de cambio presupone tanto la disolución de todas las rígidas 
relaciones de dependencia personales (históricas) en la producción, como
 la dependencia recíproca general de los productores. No sólo la 
producción de cada individuo depende de la producción de todos los 
otros, sino que también la transformación de su producto en medios de 
vida personales pasa a depender del consumo de todos los demás. Los 
precios son cosas antiguas, lo mismo que el cambio; pero tanto la 
determinación progresiva de los unos a través de los costos de 
producción, como el predominio del otro sobre todas las relaciones de 
producción se desarrollan plenamente por primera vez, y se siguen 
desarrollando cada vez más plenamente, sólo en la sociedad burguesa, en 
la sociedad de la libre concurrencia. Lo que Adam Smith, a la manera 
propia del siglo XVIII, sitúa en el período prehistórico y hace preceder
 a la historia, es sobre todo el producto de ésta.
Esta dependencia recíproca se expresa en la necesidad permanente del 
cambio y en el valor de cambio como mediador generalizado. Los 
economistas expresan este hecho del modo siguiente: cada uno persigue su
 interés privado y sólo su interés privado, y de ese modo, sin saberlo, 
sirve al interés privado de todos, al interés general. Lo válido de esta
 afirmación no está en el hecho de que persiguiendo cada uno su interés 
privado se alcanza la totalidad de los intereses privados, es decir, el 
interés general. De esta frase abstracta se podría mejor deducir que 
cada uno obstaculiza recíprocamente la realización del interés del otro,
 de modo tal que, en lugar de una afirmación general, de este bellum 
omnium contra omnes resulta más bien una negación general. El punto 
verdadero está sobre todo en que el propio interés privado es ya un 
interés socialmente determinado y puede ser alcanzado solamente en el 
ámbito de las condiciones que fija la sociedad y con los medios que ella
 ofrece; está ligado por consiguiente a la reproducción de estas 
condiciones y de estos medios. Se trata del interés de los particulares;
 pero su contenido, así como la forma y los medios de su realización, 
están dados por las condiciones sociales independientes de todos.
La dependencia mutua y generalizada de los individuos recíprocamente 
indiferentes constituye su nexo social. Este nexo social se expresa en 
el valor de cambio. . . el poder que cada individuo ejerce sobre la 
actividad de los otros o sobre las riquezas sociales, lo posee en cuanto
 es propietario de valores de cambio de dinero. Su poder social, así 
como su nexo con la sociedad, lo lleva consigo en el bolsillo. 
Cada individuo posee el poder social bajo la forma de una cosa. 
Arránquese a la cosa este poder social y habrá que otorgárselo a las 
personas sobre las personas. Las relaciones de dependencia personal. . 
.son las primeras formas sociales en las que la productividad humana se 
desarrolla solamente en un ámbito restringido y en lugares aislados. La 
independencia personal fundada en la dependencia respecto a las cosas es
 la segunda forma importante en la que llega a constituirse un sistema 
de metabolismo social general, un sistema de relaciones universales, de 
necesidades universales. La libre individualidad, fundada en el 
desarrollo universal de los individuos y en la subordinación de su 
productividad colectiva, social, como patrimonio social, constituye el 
tercer estadio. El segundo crea las condiciones del tercero.
Vemos aquí claramente desarrollada la interpretación de las 
categorías económicas, sociales y políticas. Sea lo que fuese lo que 
Marx pueda haber tenido que decir acerca de las fluctuaciones 
específicas del valor del dinero o acerca de los efectos de la 
metalización o de la moneda fiduciaria, todo ello tiene una importancia 
menor dentro de su sistema de ideas, comparado con la tesis fundamental,
 expresada aquí, de que el dinero es un objeto que expresa cierto tipo 
de relación entre los seres humanos, producida históricamente. El dinero
 es un vínculo social; es decir que vincula y rige recíprocamente las 
más diversas actividades de individuos que de otro modo se encuentran 
aislados. El que posee este vínculo social objetivizado puede dominar 
las actividades de otros, representa el vínculo social per se y puede 
por lo tanto actuar como representante de la generalidad, de la 
colectividad, para regir las actividades de los individuos dentro de la 
sociedad.
Hasta este punto, el análisis del dinero que hace Marx formula con 
mayor agudeza y claridad las ideas desarrolladas en los Manuscritos de 
1844 sobre el cambio alienado. En una breve sección de transición que 
introduce al capítulo sobre el capital, Marx logra, no obstante, dar un 
significativo paso adelante con respecto al análisis anterior. Ya no se 
detiene en este punto para lamentarse de la alienación de los 
individuos, unos de otros y cada uno de sí mismo, lo cual es resultado 
de las relaciones de cambio burguesas, sino que pasa a examinar esta 
forma de las relaciones sociales dentro de una perspectiva histórica y 
política. En este punto resulta fundamental la comparación de las 
relaciones burguesas con las relaciones feudales. Después de todo, el 
ascenso revolucionario de la burguesía trajo consigo la emancipación 
política del individuo de los vínculos de la dominación estatuida y 
cambió positivamente la política de un círculo cerrado de privilegios y 
servidumbre connaturales por un mercado abierto de adultos libremente 
contractuantes. El obrero no se encuentra sujeto de por vida a su amo ni
 existen ya estatutos que despojen a las clases trabajadoras de un 
diezmo secular cada vez mayor. El comerciante que vende y ei ama de casa
 que compra hogazas de pan, el contratista que compra y el obrero que 
vende horas de trabajo, todos son personas libres, libremente ocupadas 
en el libre cambio de equivalentes. Marx creía que los socialistas de su
 época no podían refutar sistemáticamente este razonamiento. Mientras 
que los socialistas abominaban de la sociedad de la competencia, las 
relaciones de mercado y los nexos constituidos por el dinero, los 
ideólogos burgueses se alegraban de poder responder elogiando estas 
mismas condiciones como base de la libertad política.
Por lo demás, en la determinación de la relación monetaria, 
desarrollada hasta aquí en estado puro y haciendo abstracción de 
relaciones productivas más desarrolladas; en las relaciones monetarias, 
decíamos, concebidas en su forma simple, todas las contradicciones 
inmanentes de la sociedad burguesa aparecen borradas. Esto se convierte 
en refugio de la democracia burguesa, y más aun en los economistas 
burgueses (éstos por lo menos son tan consecuentes que retroceden hasta 
definiciones aún más elementales del valor de cambio y del intercambio),
 para hacer la apología de las relaciones económicas existentes. En 
efecto, en la medida en que la mercancía o el trabajo están determinados
 meramente como valor de cambio, y la relación por la cual las 
diferentes mercancías se vinculan entre sí se presenta sólo como 
intercambio de estos valores de cambio, como su equiparación, los 
individuos o sujetos entre los cuales transcurre ese proceso se 
determinan sencillamente como intercambiantes. No existe absolutamente 
ninguna diferencia entre ellos, en cuanto a la determinación formal, que
 es también la determinación económica, la determinación ajustándose a 
la cual se ubican esos individuos en la relación de intercambio; el 
indicador de su función social o de su relación social mutua. Cada 
sujeto es un intercambiante, esto es, tiene con el otro la misma 
relación social que éste tiene con él. Considerado como sujeto del 
intercambio, su relación es pues la de igualdad. Imposible es hallar 
entre ellos cualquier diferencia o aun contraposición, ni siquiera una 
disparidad. Por añadidura, las mercancías que esos individuos 
intercambian son equivalentes —en cuanto valor de cambio—, o al menos 
pasan por tales (sólo puede producirse un error subjetivo en la 
valoración recíproca, y si un individuo trampea en algo a otro, ello no 
se debe a la naturaleza de la función social en la que ambos se 
enfrentan, pues ésta es la misma, en ella son los dos iguales, sino sólo
 a la astucia natural, al arte de la persuasión, etc.; en suma, sólo a 
la pura superioridad individual de un individuo sobre el otro. De modo 
que un individuo acumula y el otro no, pero ninguno lo hace a expensas 
del otro. Uno disfruta de la riqueza real; el otro entra en posesión de 
la forma general de la riqueza. Si el uno se empobrece, el otro se 
enriquece; tal es su libre voluntad y ese hecho en absoluto deriva de la
 relación económica, del vínculo económico mismo en que aquéllos están 
puestos entre sí.
El argumento que Marx pone aquí en boca de un adversario burgués 
imaginario es elocuente. Porque si bien es cierto que el obrero, al 
vender su trabajo, y el capitalista, al pagar salarios, están realizando
 un cambio recíproco de mercancías que tienen igual valor, (es decir, 
siempre que el cambio sea un cambio de equivalentes), entonces la 
estructura de la clase capitalista sólo se vincula incidentalmente al 
sistema económico capitalista. El hecho de que los ricos se enriquezcan 
cada día más no se debe a ninguna necesidad estructural inherente sino 
sólo a la circunstancia accidental de que poseen un juicio y una 
persuasión superiores. Ni tampoco se explica económicamente la 
existencia histórica de la clase capitalista al decir que el obrero no 
recibe el valor total a cambio de su trabajo. Si así fuese, si el 
capitalista pagase al obrero menos que el equivalente de su trabajo, 
entonces el capitalista podría ganar sólo en la medida en que el obrero 
perdiera, pero nunca más. El capitalista como comprador y el obrero como
 vendedor sólo podrían colocarse en una situación mutuamente 
desventajosa en la misma medida en que pueden hacerlo dos naciones que 
comercian. Si una de estas naciones le paga continuamente a la otra 
menos del valor total, la primera podrá enriquecerse y la segunda 
empobrecerse, pero la riqueza total de ambas no podrá ser mayor al final
 de lo que era al principio de su intercambio (o al menos así lo creían 
los mercantilistas). Es evidente que tal proceso no podía continuar 
durante mucho tiempo o en gran escala porque pronto la parte en 
desventaja debía extinguirse. En consecuencia, el problema a resolver es
 el siguiente: ¿cómo puede ser que el obrero reciba el valor de cambio 
total por su mercancía y sin embargo exista un excedente del cual vive 
la clase capitalista? ¿Cómo puede ser que el obrero no sea engañado en 
el contrato de trabajo y sin embargo sea explotado? ¿Cuál es la fuente 
de la plusvalía? Esa es la pregunta que se plantea Marx en las primeras 
cien páginas del capítulo sobre el capital.
Después de llevar a cabo una revisión sistemática de las formas 
primarias del capital (capital mercantil o capital dinero) y después de 
situar el problema dentro del enfoque histórico adecuado, Marx resume el
 análisis condensando el proceso de la producción capitalista en dos 
componentes fundamentales, en dos elementos básicos:
  1) El trabajador intercambia su mercancía —el trabajo, el valor de uso
 que como mercancía también tiene un precio, como todas las demás 
mercancías—, por determinada suma de valores de cambio, determinada suma
 de dinero, que el capital le cede.
2) El capitalista recibe en cambio el trabajo mismo, el trabajo en 
cuanto actividad que pone valores; es decir, recibe en cambio la fuerza 
productiva que mantiene y reproduce al capital y que, con ello, se 
transforma en fuerza productora y reproductora del capital en una fuerza
 perteneciente al propio capital.
Al examinarlo, el primer proceso de cambio aparece claramente 
comprensible; Marx se limita a decir que el trabajador entrega trabajo y
 recibe salarios en cambio. Pero el segundo proceso no parece ser en 
absoluto un intercambio pues hasta su formulación es unilateral y 
asimétrica. De eso precisamente se trata, dice Marx. En una transacción 
de cambio corriente, lo que cada una de las partes hace con la mercancía
 que recibe es ajeno a la estructura del cambio en sí. Al vendedor no le
 interesa si el comprador utiliza la mercancía adquirida para fines 
productivos o no: eso es asunto privado y no tiene importancia económica
 en el proceso de cambio propiamente dicho. En el caso específico del 
"cambio" entre trabajo y salarios, sin embargo, el uso que el comprador 
de trabajo da a su mercancía tiene suma importancia para él, no sólo en 
el aspecto privado sino también en su condición de homo oeconomicus. El 
capitalista entrega salarios (valores de cambio) por el uso del trabajo 
(por su valor de uso) sólo a fin de convertir este valor de uso en valor
 de cambio adicional.
Aquí... el valor de uso de lo que se cambia por el dinero se presenta
 como una relación económica especial, y la utilización determinada de 
lo que se cambia por el dinero constituye el fin último de los dos 
procesos. Es esto, por ende, lo que ya en lo formal diferencia del 
intercambio simple al intercambio entre el capital y el trabajo; dos 
procesos distintos. . . En el intercambio entre el capital y el trabajo 
el primer acto es un intercambio, pertenece enteramente a la circulación
 habitual; el segundo es un proceso cualitativamente diferente y sólo by
 misuse se le puede considerar como intercambio del tipo que fuere. Se 
contrapone directamente al intercambio; categoría esencialmente 
diferente .
Luego de hacer varias digresiones, Marx pasa a examinar extensamente 
esta "categoría esencialmente diferente". Abordando la cuestión a través
 de la distinción entre el valor de uso y el valor de cambio de la 
mercancía trabajo, señala que el valor de cambio del trabajo está 
determinado por el valor de los productos y servicios necesarios para 
mantener y reproducir al trabajador. Mientras el capitalista pague al 
trabajador un salario suficientemente elevado como para permitirle 
seguir viviendo y trabajando, habrá pagado el valor total del trabajo y 
la relación de cambio definida en el contrato de trabajo será una 
relación equivalente. El capitalista ha pagado el valor de cambio total y
 justo de la mercancía. Pero lo que ha comprado en realidad es cierto 
número de horas de control y decisión sobre la actividad productiva del 
obrero, sobre su capacidad creadora, ha comprado su capacidad de 
trabajo. Marx introduce aquí por primera vez el cambio en la 
terminología que corresponde a su descubrimiento de la "categoría 
esencialmente diferente". Lo que el obrero vende no es "trabajo" sino 
fuerza de trabajo (Arbeitskraft); no una mercancía como cualquier otra, 
sino una mercancía única. Sólo el trabajo tiene la capacidad de crear 
valores donde anteriormente no existía valor alguno, o la posibilidad de
 crear valores mayores que los necesarios para mantenerse a sí mismo. En
 resumen, sólo el trabajo es capaz de crear plusvalía. El capitalista 
compra el control sobre ese poder creador y hace que este poder se ocupe
 de la producción de mercancías para el cambio durante determinado 
número de horas. Marx denomina explotación a esta renuncia del obrero al
 control sobre su poder creador.
No es esta la ocasión más apropiada para examinar en detalle la 
teoría de la plusvalía de Marx, de la cual las ideas formuladas aquí son
 la piedra angular. Baste pues con decir que Marx comienza en esta obra 
no sólo a resolver el problema de cómo puede producirse la explotación a
 pesar del hecho de que el contrato de trabajo sea un cambio de 
equivalentes, sino que también inicia la tarea científica fundamental de
 la cuantificación. La explotación es para Marx un proceso verificable 
en variables empíricas específicas que, al menos en principio, están 
sujetas a medidas precisas junto con la dimensión económica. Pero las 
variables que Marx quisiera que midiésemos no son aquellas citadas 
generalmente en las revisiones críticas de su teoría. La explotación no 
consiste en la desproporción entre el ingreso de la clase obrera y el 
ingreso de la clase capitalista. Estas variables sólo miden la 
desproporción entre salarios y ganancias. Puesto que las ganancias son 
sólo un fragmento de la plusvalía en general, este índice sólo 
reflejaría un fragmento del significado de Marx. Tampoco es posible 
medir totalmente la explotación considerando los salarios como 
porcentaje del PNB pues este índice sólo mide la tasa de explotación en 
un año dado. Marx afirma en los Grundrisse —y lo hace quizás con mayor 
claridad que en ningún otro trabajo— que el empobrecimiento del obrero 
debe medirse según la potencia del mundo que, en conjunto, él mismo 
construye obedeciendo a la voluntad de los capitalistas:
Más bien tiene que empobrecerse. . . ya que la fuerza creadora de su 
trabajo en cuanto fuerza del capital, se establece frente a él como 
poder ajeno. . .Todos los adelantos de la civilización, por 
consiguiente, o en otras palabras todo aumento de las 'fuerzas 
productivas sociales, if you want de las fuerzas productivas del trabajo
 mismo —tal como se derivan de la ciencia, los inventos, la división y 
combinación del trabajo, los medios de comunicación mejorados, creación 
del mercado mundial, maquinaria, etc.— no enriquecen al obrero sino al 
capital una vez más, sólo acrecientan el poder que domina al trabajo, 
aumentan sólo la fuerza productiva del capital .
En consecuencia, un índice de la explotación y el empobrecimiento, 
que captase exactamente las variables a que se refería Marx, tendría que
 ordenar, por una parte, las propiedades reales de la clase obrera y por
 la otra el valor de todo el capital de todas las fábricas, servicios, 
inversiones de infraestructura, instituciones y establecimientos 
militares que se encuentran bajo el control de la clase capitalista y 
sirven a sus objetivos políticos. No sólo el valor económico sino 
también el poder político y la influencia social de estos patrimonios 
fijos tendrían que ser incluidos en la ecuación. Solamente una 
estadística de este tipo sería adecuada para probar si la predicción de 
Marx acerca de la explotación y el empobrecimiento crecientes ha sido 
confirmada o no por el curso del desarrollo capitalista.
No es necesario que nos detengamos a examinar aquí los diversos pasos
 a través de los cuales construye Marx su idea fundamental de que la 
producción capitalista implica una categoría radicalmente diferente del 
simple cambio de mercancía, dentro de la teoría de la acumulación 
capitalista que presenta más tarde —y ya totalmente desarrollada— en El 
capital. La explotación ocurre "a espaldas del proceso de cambio": he 
aquí la idea fundamental que señala su penetración más allá de la 
crítica a la sociedad burguesa como sociedad mercantil. Podemos pasar 
ahora a examinar hasta qué punto el texto de los Grundrisse justifica 
las arrolladoras afirmaciones hechas por Marx, en su Prefacio de 1859, 
acerca de sus nuevos logros científicos. Nos dedicaremos particularmente
 a descubrir si los Grundrisse suministran una mayor dilucidación del 
famoso pasaje sobre la revolución incluido en el Prefacio:
Al llegar a una determinada fase de desarrollo, las fuerzas 
productivas materiales de la sociedad chocan con las relaciones de 
producción existentes, o, lo que no es más que la expresión jurídica de 
esto, con las relaciones de propiedad dentro de las cuales se han 
desenvuelto hasta allí. De formas de desarrollo de las fuerzas 
productivas, estas relaciones se convierten en trabas suyas. Se abre así
 una época de revolución social.
Pese a que existen reminiscencias de este pasaje en algunos de los 
primeros trabajos, así como también, en una ocasión, en El capital, 
estas referencias son de un orden tan general que resultan prácticamente
 inútiles. Sobre todo, en ningún momento se aclara exactamente qué ha de
 incluirse en el rubro "fuerzas productivas" o "relaciones de 
producción". ¿Debemos entender que "fuerzas productivas materiales" 
significa sólo el aparato tecnológico y "relaciones de producción" el 
sistema político-legal? En otras palabras: ¿la expresión "fuerzas 
materiales" es sólo otra forma de decir "infraestructura"? ¿"Relaciones"
 quiere decir "superestructuras"? ¿A qué exactamente se refieren estos 
términos?
La clave fundamental para descifrar lo que Marx tenía in mente cuando
 hablaba de "relaciones de producción" —para comenzar con la primera 
parte de la dicotomía— ya se encuentra en el Prefacio mismo. Marx 
escribe que las formas político-jurídicas tales como las relaciones de 
propiedad no son estas "relaciones de producción" en sí mismas, sino 
simplemente una expresión de estas relaciones. Desde este punto de 
partida, se pueden considerar los Grundrisse como un extenso y detallado
 comentario de la naturaleza de estas "relaciones". Porque, ¿qué otra 
cosa es el capítulo sobre el dinero? Marx demuestra aquí, como ya hemos 
visto, que en la sociedad burguesa el dinero no es un mero objeto 
natural sino más bien la forma objetivada de la relación social básica 
dentro de la cual la producción capitalista tiene lugar. El dinero es el
 vínculo social que une a los productores y consumidores que de otra 
forma se encontrarían aislados dentro de la sociedad capitalista, y 
constituye los puntos de partida y de conclusión del proceso de 
acumulación. La relación social sobre la cual descansan todas las 
relaciones legales y políticas capitalistas, y de la cual estas últimas 
son meras expresiones según lo demuestra Marx en el capítulo sobre el 
dinero- es la relación de cambio. El imperativo social es que ni la 
producción ni el consumo pueden producirse sin la intervención del valor
 de cambio. O bien, expresado con otras palabras, que el capitalista no 
sólo debe extraer plusvalía sino que debe también realizar plusvalía 
mediante la conversión del producto excedente en dinero, y que el 
individuo no sólo debe tener necesidad de bienes de consumo sino que 
también debe poseer el dinero necesario para adquirirlos. Lejos de ser 
leyes naturales inmutables, estos imperativos paralelos son 
caracterizados por Marx como relaciones sociales producidas 
históricamente; relaciones que a la vez son específicas de la forma 
capitalista de producción.
Con respecto al otro término de la dicotomía, resulta fácil 
confundirse por la palabra "material" incluida en la frase "fuerzas 
productivas materiales". En realidad, la expresión alemana original 
(materielle Produktivkrafte) podría también haber sido traducida como 
"fuerzas de la producción material", y en cualquiera de los dos casos es
 evidente que para Marx el término "material" no se refería meramente a 
los atributos físicos de masa, volumen y situación. Una máquina es 
siempre una cosa material, pero que se la utilice de manera productiva, 
que se convierta o no en una fuerza productiva, depende de la 
organización social del proceso productivo, según señala Marx 
extensamente en los Grundrisse. Las fuerzas de producción son en sí 
mismas un producto histórico y social y para Marx el proceso productivo 
es un proceso social. Es necesario enfatizar este punto con el fin de 
poner en evidencia que el importante papel que Marx asigna al desarrollo
 de las fuerzas productivas materiales bajo el capitalismo no lo 
convierte en un determinista tecnológico. Por el contrario, no es la 
tecnología la que obliga al capitalista a acumular, sino la necesidad de
 acumular la que lo obliga a desarrollar los poderes de la tecnología. 
La base del proceso de acumulación, del proceso por medio del cual las 
fuerzas productivas se fortalecen, es la extracción de plusvalía de la 
fuerza de trabajo. La fuerza de producción es la fuerza de explotación.
Es evidente entonces que la dicotomía formulada por Marx en el 
Prefacio es idéntica a la que existe entre los dos procesos 
perfectamente diferenciados que Marx identifica en los Grundrisse como 
fundamentales para la producción capitalista: por una parte, la 
producción consiste en un acto de cambio y por la otra, consiste en un 
acto que es precisamente lo opuesto al cambio. Por un lado, la 
producción es un simple cambio de equivalentes y por el otro, es la 
apropiación violenta del poder creador del obrero. Es un sistema social 
en el cual el obrero, como vendedor, y el capitalista, como comprador, 
son jurídicamente partes contractuales iguales y libres pero es también,
 y al mismo tiempo, un sistema de esclavitud y de explotación. Al 
comienzo y al final del proceso productivo, se encuentra el imperativo 
social de los valores de cambio, pero desde el principio al fin el 
proceso productivo debe rendir plusvalía. El cambio de equivalentes es 
la relación social fundamental de la producción, pero la extracción de 
no-equivalentes es la fuerza fundamental de la producción. Esta 
contradicción, inherente al proceso de producción capitalista, es la 
fuente de las contradicciones que Marx esperaba abordar en el período de
 la revolución social.
El problema de cómo es posible esperar que sea precisamente esta 
contradicción la que conduzca al derrumbe del sistema capitalista ha 
obsesionado a los estudiosos de Marx durante por lo menos medio siglo. 
Los volúmenes de El capital no proporcionan una respuesta clara. Esta 
deficiencia está en la raíz de la "controversia sobre el derrumbe" que 
agitó a la socialdemocracia alemana y que aún hoy continúa planteándose 
intermitentemente. Verdaderos ríos de tinta se han gastado en un intento
 de llenar esta brecha en el sistema teórico de Marx. Pero la brecha 
existe no debido a que el problema fuese insoluble para Marx, no porque 
no le encontrara respuesta, sino porque las conclusiones a que había 
arribado en los Grundrisse se mantuvieron enterradas e inaccesibles para
 los eruditos hasta 20 años después de la primera guerra mundial. El 
capital es una obra que avanza lenta y cuidadosamente, paso a paso, 
desde las formas puras de las relaciones económicas hacia una 
aproximación más cercana a la realidad histórico-económica. Nada se 
prejuzga y no se introducen nuevas teorías hasta tanto no se hayan 
sentado las bases para las mismas. A ese paso, es fácil advertir que 
hubieran sido necesarios varios volúmenes más de El capital para que 
Marx hubiese podido llegar al punto que había alcanzado en el bosquejo 
de su sistema en los Grundrisse. El capital está penosamente inconcluso,
 como una novela de misterio que termina antes de que se descifre el 
enigma. Pero los Grundrisse contienen las líneas generales del 
argumento, anotadas por el autor.
Desde el comienzo mismo, las cuestiones económicas encaradas en los 
Grundrisse son más ambiciosas y se refieren más directamente al problema
 del derrumbe capitalista que las contenidas en El capital tal como 
llegó a nosotros. En sus últimos trabajos, Marx relega la relación entre
 las personas y las mercancías (la relación de utilidad) a un terreno 
del que en ese momento no se ocupa, y acepta el nivel de necesidades del
 consumidor que prevalece en el sistema económico como un hecho 
histórico dado, concediéndole luego poca atención. En general, da por 
sentado el consumo y centra su investigación sobre el cómo -y no sobre 
el sí— de la realización del excedente. Pero en los Grundrisse Marx 
comienza con la afirmación general de que el proceso de producción, 
considerado históricamente, no sólo crea el artículo de consumo sino 
también la necesidad y el estilo de tal consumo. Critica específicamente
 a Ricardo por relegar el problema de la utilidad a la esfera 
extra-económica y afirma que la relación entre consumidor y mercancía, a
 causa de que esta relación deriva de la producción, pertenece 
decididamente al campo de la economía política  Marx tiene plena 
conciencia no sólo de los aspectos cualitativos sino también de los 
cuantitativos del problema del consumo, y ello se evidencia en párrafos 
como el siguiente:
. . .cada capitalista, ciertamente, exige a sus obreros que ahorren, 
pero sólo a los suyos, porque se le contraponen como obreros; bien que 
se cuida de exigirlo al resto del mundo de los obreros, ya que éstos se 
le contraponen como consumidores, in spite de todas las frases 
"piadosas", recurre a todos los medios para incitarlos a consumir, para 
prestar a sus mercancías nuevos atractivos, para hacerles creer que 
tienen nuevas necesidades, etc. Precisamente este aspecto de la relación
 entre el capital y el trabajo constituye un elemento fundamental de 
civilización; sobre él se basa la justificación histórica, pero también 
el poder actual del capital.
Estas consideraciones generales son luego dejadas de lado con una 
advertencia, dirigida a él mismo, de que "esta relación de producción y 
consumo debe ser desarrollada posteriormente"   . Unas cien páginas más 
adelante se retoma el problema. Después de criticar el hecho de que 
Ricardo ignore el problema del consumo y referirse a las utópicas 
panaceas de Sismondi contra la superproducción, Marx formula la 
contradicción inherente al capitalismo como una "contradicción entre la 
producción y la realización" de la plusvalía. "Para comenzar, existe un 
límite de la producción, no de la producción en general, sino de la 
producción basada en el capital. . . Basta demostrar en este punto que 
el capital contiene una barrera específica contra la producción -que 
contradice su tendencia general a romper todas las barreras de la 
producción- a fin de exponer la base de la superproducción, la 
contradicción fundamental del capitalismo desarrollado". Según se 
desprende de las líneas siguientes, Marx no quiere decir con el término 
"superproducción" simplemente "inventario excesivo" sino que trata de 
significar, más bien, poder productivo excesivo.
Estos límites inmanentes tienen que coincidir con la naturaleza del 
capital, con sus determinaciones conceptuales constitutivas. Dichos 
límites necesarios son:
1) el trabajo necesario como límite del valor de cambio de la 
capacidad viva de trabajo, o del salario de la población industrial;
2) el plusvalor como límite del plustiempo de trabajo y, con respecto
 al plustiempo relativo de trabajo, como barrera al desarrollo de las 
fuerzas productivas;
3) lo que es la misma cosa, la transformación en dinero, el valor de 
cambio en general como límite de la producción; el intercambio fundado 
sobre el valor, o el valor basado en el intercambio, como límite de la 
producción. Esto es:
4) de nuevo lo mismo, como limitación a la producción de valores de 
uso por el valor de cambio; o que la riqueza real tiene que adoptar una 
forma determinada, diferente de sí misma y por tanto no absolutamente 
idéntica a ella, para transformarse, en general, en objeto de la 
producción .
Pese a que un análisis exhaustivo de las implicaciones de estas tesis
 casi crípticas requeriría un libro, se hace evidente de inmediato que 
estos cuatro "límites" sólo representan aspectos diferentes de la 
contradicción entre "fuerzas productivas" y "relaciones sociales de 
producción". La tarea de mantener las enormes potencias de la extracción
 de plusvalía dentro de los límites fijados por la necesidad de 
convertir esta plusvalía en valor de cambio se hace cada vez más difícil
 a medida que el sistema capitalista avanza hacia sus etapas de mayor 
desarrollo. En términos prácticos, estos cuatro "límites" podrían 
formularse como cuatro alternativas político-económicas, vinculadas 
entre sí aunque mutuamente contradictorias, entre las cuales debe 
escoger el sistema capitalista, pese a que no le convenga escoger: 1) 
los salarios deben ser incrementados para aumentar la demanda efectiva. 
2) Debe extraerse menos plusvalía. 3) Los productos deben ser 
distribuidos sin tener en cuenta la demanda efectiva. 4) Los productos 
que no pueden ser vendidos no deben ni siquiera ser producidos. La 
primera y la segunda de las alternativas dan por resultado una reducción
 de la ganancia; la tercera es imposible desde el punto de vista del 
capital (excepto como subterfugio político) y la cuarta equivale a la 
depresión.
Lo más notable y lo que más debe enfatizarse en la teoría de Marx 
acerca del derrumbe capitalista, según advertimos a esta altura, es su 
gran amplitud y flexibilidad. Las crisis catastróficas que se resuelven 
finalmente en un crescendo revolucionario son sólo una de las variantes 
posibles del proceso de derrumbe y, en realidad, Marx hace poco hincapié
 en este tipo de crisis en los Grundrisse. Por cada posible tendencia 
hacia el derrumbe, Marx menciona una cantidad de tendencias dilatorias. 
Esta lista incluye el desarrollo del monopolio, la conquista del mercado
 mundial y, significativamente, Marx menciona también el pago de 
"salarios excedentes" a los obreros por parte de los capitalistas  . 
Teniendo en cuenta esto, la teoría del derrumbe de Marx en los 
Grundrisse suministra una importante ampliación de la afirmación hecha 
en el Prefacio de que "ninguna formación social desaparece antes de que 
se desarrollen todas las fuerzas productivas que caben dentro de ella"  .
 Cuando se consideran todos los requisitos que, según Marx, deben 
cumplirse antes de que el orden capitalista esté listo para ser 
derrocado, llegamos a preguntarnos si el fracaso de los movimientos 
revolucionarios previos en Europa y los Estados Unidos no podría 
imputarse sólo a falta de madurez.
El gran sentido histórico del capital es el de crear este 
plustrabajo, trabajo superfluo desde el punto de vista del mero valor de
 uso, de la mera subsistencia. Su determinación histórica está cumplida,
 por un lado cuando las necesidades están tan desarrolladas que el 
plustrabajo sobre lo necesario está más allá de la necesidad natural, 
surge de las mismas necesidades individuales; por otra parte, la 
disciplina estricta del capital, por la cual han pasado las sucesivas 
generaciones, ha desarrollado la laboriosidad general como cualidad 
general de la nueva generación; finalmente, por el desarrollo de las 
fuerzas productivas del trabajo, a las que azuza continuamente el 
capital —en su afán ilimitado de enriquecimiento y en las únicas 
condiciones bajo las cuales puede realizarse ese afán—, esa laboriosidad
 general ha prosperado tanto que la posesión y conservación de la 
riqueza general por una parte exigen tan sólo un tiempo de trabajo menor
 para la sociedad entera, y que por otra la sociedad laboriosa se 
relaciona científicamente con el proceso de su reproducción progresiva, 
de su reproducción en magnitud cada vez mayor: por consiguiente, ha 
cesado de existir el trabajo en el cual el hombre hace lo que puede 
hacer que las cosas hagan en su lugar.
En esta larga oración vale la pena destacar, entre otras cosas, la 
afirmación de que el orden capitalista no se encontrará maduro para la 
revolución hasta que la clase obrera —lejos de verse reducida al nivel 
de bestias andrajosas y miserables— haya ampliado su consumo por encima 
del nivel de la mera subsistencia física y comience a considerar el 
disfrute de los productos del trabajo excedente como una necesidad 
general. En vez de la imagen de un proletariado hambriento que muere 
lentamente como consecuencia de una jornada de 18 horas en una mina o en
 un taller, Marx presenta aquí al proletario bien alimentado, 
científicamente capacitado, para quien una jornada de ocho horas puede 
hasta llegar a ser una pérdida de tiempo, en otro pasaje, Marx va aún 
más allá: vislumbra un aparato productivo capitalista más totalmente 
automatizado que el de cualquier sociedad actual y expresa que, pese a 
la virtual ausencia —dentro de este orden social— de una "clase obrera" 
según se la define corrientemente, esta organización económica debe 
derrumbarse.
En la medida, sin embargo, en que la gran industria se desarrolla, la
 creación de la riqueza real se vuelve menos dependiente del tiempo 
trabajado y del cuanto de trabajo empleado que del poder de los agentes 
puestos en movimiento durante el tiempo de trabajo, y cuya powerful 
effectiveness por su parte no guarda relación alguna con el tiempo de 
trabajo inmediato que cuesta su producción, sino que depende más bien 
del estado general de la ciencia y del progreso de la tecnología!. . .] 
La riqueza real se manifiesta más bien —y esto lo revela la gran 
industria— en la enorme desproporción cualitativa entre el trabajo, 
reducido a una pura abstracción, y el poderío del proceso de producción 
vigilado por aquél. El trabajo ya no aparece tanto como estando incluido
 en el proceso de producción; el hombre se comporta más bien como 
supervisor y regulador con respecto al proceso productivo [...] Se 
presenta al lado del proceso de producción, en lugar de ser su agente 
principal. En esta transformación lo que aparece como pilar fundamental 
de la producción y de la riqueza no es ni el trabajo directo ejecutado 
por el hombre ni el tiempo por él trabajado, sino la apropiación de su 
propia fuerza productiva general, su comprensión de la naturaleza y su 
dominio de la misma, gracias a su existencia como cuerpo de la sociedad;
 en una palabra, el desarrollo del individuo social. El robo del tiempo 
de trabajo ajeno, sobre el cual se funda la riqueza actual, aparece como
 una base miserable comparada con la base recién desarrollada, creada 
por la gran industria misma. Tan pronto como el trabajo en forma directa
 ha cesado de ser la gran fuente de la riqueza, el tiempo de trabajo 
deja, y tiene que dejar, de ser su medida y por tanto el valor de cambio
 [de ser la medida] del valor de uso [. . .] Con ello se desploma la 
producción fundada en el valor de cambio [. . .] El capital es la 
contradicción en proceso, [puesto] que se esfuerza por reducir a un 
mínimo el tiempo de trabajo, mientras que por lo demás pone al tiempo de
 trabajo como única medida y fuente de la riqueza. Disminuye el tiempo 
de trabajo en la forma de tiempo de trabajo necesario, para aumentarlo 
en la forma del superfluo; pone, por tanto, cada vez más el superfluo 
como condición —question de vie et de mort— del necesario. Por un lado 
despierta a la vida todos los poderes de la ciencia y de la naturaleza, 
así como de la cooperación social y del intercambio social, para hacer 
que la creación de la riqueza sea (relativamente) independiente del 
tiempo de trabajo empleado en ella. Por el otro lado, procura medir con 
el tiempo de trabajo esas gigantescas fuerzas sociales creadas de esta 
suerte y reducirlas a los límites imprescindibles para que el valor ya 
creado se conserve como valor. Las fuerzas productivas y las relaciones 
sociales —unas y otras, aspectos diversos del desarrollo del individuo 
social— se le aparecen al capital únicamente como medios, y no son para 
él más que medios para producir fundándose en su mezquina base. In fact,
 empero, constituyen las condiciones materiales para hacerla volar por 
los aires 
Este y otros pasajes similares de los Grundrisse demuestran una vez 
más, por si fuesen necesarias más pruebas, que la aplicabilidad de la 
teoría marxista no está limitada a las condiciones industriales del 
siglo XIX. Sería sin duda una teoría mezquina la que predijera el 
derrumbe del orden capitalista, sólo cuando ese orden consistiese en el 
trabajo de los niños, los talleres de trabajo excesivo con bajos 
salarios, la desnutrición crónica, las pestes y todos los demás azotes 
de sus etapas primitivas. No es necesario poseer genio alguno, y sí muy 
poca ciencia, para revelar las contradicciones de tal condición. Sin 
embargo, Marx continúa imaginando las mayores posibilidades del sistema 
capitalista, otorgando al sistema -el pleno desarrollo de todos los 
poderes que le son inherentes y exponiendo luego las contradicciones que
 deben conducir a su derrumbe.
El gradual descubrimiento de los Grundrisse por parte de los 
estudiosos y seguidores de Marx debe tener una influencia muy 
estimulante. Este trabajo sacude el esquema mental, el marco estático de
 fórmulas y consignas a que ha sido reducido gran parte del marxismo 
después de un siglo de abandono, noventa años de socialdemocracia, 
ochenta años de "materialismo dialéctico" y setenta años de 
revisionismo. Para expresarlo más enérgicamente, los Grundrisse hacen 
estallar la mente y entonces parece ineludible extraer una serie de 
conclusiones.
En primer lugar, este trabajo hará imposible o al menos 
desesperadamente frustrante dicotomizar el trabajo de Marx en "nuevo" y 
"viejo", en elementos "filosóficos" y "económicos". Los entusiastas de 
Hegel y los partidarios de Ricardo también encontrarán estimulante el 
trabajo o, a la inversa, igualmente frustrante, ya que los Grundrisse 
son, por así decirlo, la glándula pineal a través de la cual estos dos 
grandes antecedentes de Marx se entregan a una ósmosis recíproca. 
Contienen dos pasajes que formulan ideas ricardianas con lenguaje 
hegeliano e ideas hegelianas con lenguaje ricardiano; el intercambio es 
directo y fructífero. Pese a que no hemos examinado este problema en 
detalle, el lector de los Grundrisse encontrará una línea directa de 
continuidad que se remonta a muchas de las ideas de los Manuscritos de 
1844 y, desde la perspectiva de los Grundrisse, no estará muy claro si 
los manuscritos anteriores eran en efecto un trabajo de filosofía o 
sencillamente una fusión de líneas de pensamiento económico y filosófico
 para las cuales no existe un antecedente moderno. De la misma manera, 
desde la perspectiva de los Grundrisse, las oscuridades aparentemente 
técnicas de El capital revelarán todo su sentido. Los Grundrisse son el 
eslabón perdido entre el Marx maduro y el Marx joven.
Por otra parte, el hecho de que Marx realice una serie de nuevos 
descubrimientos y progresos en los Grundrisse, debe alertar a los 
estudiosos y seguidores de su obra con respecto a las deficiencias 
económicas de los primeros trabajos. Los Grundrisse contienen el 
registro gráfico del descubrimiento y la sistematización de Marx sobre 
la teoría de la plusvalía, sobre la cual está construida su teoría del 
derrumbe capitalista. Y si ello no fuese ya evidente, una lectura de 
este trabajo aclarará que la teoría de la plusvalía no era un elemento 
funcional del modelo económico sobre el cual se basa el Manifiesto. En 
1848, Marx tenía conciencia de la existencia de un excedente pero no 
tenía conciencia, por cierto, de la importancia de este elemento. 
Existen pruebas de que Marx conocía la teoría ricardiana del excedente 
en otros escritos económicos anteriores (Miseria de la filosofía y 
Trabajo asalariado y capital) pero estos trabajos demuestran igualmente 
que la teoría de la plusvalía no se había convertido en una parte 
funcional del modelo económico sobre el cual basaba Marx sus 
predicciones. Por ejemplo, la primera teoría de Marx sobre salarios y 
ganancias es evidentemente una función de un modelo de oferta-demanda 
del sistema económico. Y será necesario volver a examinar críticamente, a
 la luz del modelo posterior de la plusvalía, esta primera teorización. 
Al menos en un área-problema importante (la cuestión de la polarización 
de clases), se puede demostrar que la profecía del Manifiesto es 
refutada explícitamente por Marx en un trabajo posterior, sobre la base 
de su teoría de la plusvalía. Hay, por otra parte, una cuestión que debe
 ser examinada no sólo en función de ella misma sino también para 
aclarar la confusión que resulta a menudo de preguntar, por ejemplo, qué
 opinaba Marx sobre la posibilidad de incremento de la pauperización, 
lisa cuestión es: ¿cuántas otras discrepancias existen y cuántas de 
entre ellas pueden rastrearse hasta las diferencias entre el primer 
modelo de mercado y el modelo posterior de la plusvalía?
Se deduce de todo ello que aún no se ha escrito el manifiesto 
político marxista más importante. Fuera de la breve Critica del Programa
 de Gotha (1875), no existe declaración política programática alguna 
basada de lleno en la teoría de la plusvalía y que incorpore la teoría 
de Marx sobre el derrumbe capitalista, según aparece expuesta en los 
Grundrisse. No existen fundamentos para repudiar el Manifiesto de 1848 
en su conjunto, aunque sí existen razones para someter a todas sus tesis
 y puntos de vista a un nuevo examen crítico a la luz de la teoría de la
 plusvalía del propio Marx. Podrían surgir muchas sorpresas inquietantes
 si, por ejemplo, se publicase una edición del Manifiesto que contuviera
 anotaciones exhaustivas y detalladas extraídas de los escritos 
posteriores, punto por punto y línea por línea. Evidentemente, la teoría
 de la plusvalía es fundamental para el pensamiento de Marx. Hasta 
podría decirse que, junto con sus derivaciones, es la teoría de Marx. 
Pero, .cuántos grupos políticos marxistas y cuántos críticos marxistas 
de Marx hacen de la teoría de la plusvalía el punto de partida de sus 
análisis? La única obra contemporánea importante en la cual la plusvalía
 desempeña el principal papel es: El capital monopolista, de Baran y 
Sweezy. Pese a sus deficiencias, este trabajo señala el camino marxista 
correcto y sienta las bases indispensables para el tipo de análisis que 
debe hacerse si la teoría de Marx sobre el capitalismo ha de afirmar 
nuevamente su relevancia política.
Lamentablemente —y ello desde varios puntos de vista— El capital 
monopolista termina por llegar a la conclusión (o quizá sea más exacto 
decir que comienza dando por supuesto) de que no es actualmente 
previsible la revolución nacional dentro de los países capitalistas 
desarrollados. Este razonamiento puede y debe ser confrontado con la 
tesis de Marx, sustentada en los Grundrisse, de que todos los obstáculos
 para la revolución, tales como los que citan Baran y Sweezy, es decir 
el monopolio, la conquista del mercado mundial, la tecnología avanzada y
 una clase obrera más próspera, no son sino las condiciones previas que 
posibilitan la revolución. De la misma manera, no se puede decir que la 
visión de Marx de la contradicción fundamental del capitalismo —según la
 fórmula de los Grundrisse— haya sido nunca explorada exhaustivamente y 
aplicada a una sociedad capitalista actual. En este aspecto, El capital 
monopolista se queda lamentablemente corto. Los resultados de tal 
análisis pueden también contener algunas ideas sorprendentes. En fin, el
 trabajo que resta por hacer es mucho.
Podemos por último llegar a afirmar que, después de todo, esa es la 
conclusión más importante que se puede extraer de los Grundrisse. Este 
trabajo —debido a que subraya las deficiencias de los primeros escritos 
económicos y pone de relieve la naturaleza fragmentaria de El capital— 
puede servir para recordar que Marx no era un vendedor de verdades 
prefabricadas sino un creador de instrumentos. El mismo no llegó a 
completar la ejecución del diseño. Pero los planos de su palanca para 
mover al mundo se conocen por fin. Ahora que la obra maestra sin pulir 
de Marx ha visto la luz, la construcción del marxismo como ciencia 
social revolucionaria que expone las raíces de la sociedad industrial, 
aun de la más avanzada, se convierte en una posibilidad.