Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6
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Cuando en 1859 Karl Marx evaluó su carrera intelectual, condenó a un
merecido olvido a todas sus obras precedentes, excepto cuatro. Afirmó
que en Miseria de la filosofía (1847) había expuesto por primera vez los
aspectos fundamentales de sus opiniones científicas, aunque la
exposición fuese polémica. Y dio a entender que lo mismo podía decirse
del Manifiesto del Partido Comunista (1848), del Discurso sobre el libre
cambio, del mismo año y de una serie incompleta de artículos titulada
Trabajo asalariado y capital publicada en 1849. No mencionó a los
Manuscritos económico-filosóficos (1844), a La sagrada familia (1845),
ni a las Tesis sobre Feuerbach (1845) y habló -sin mencionar su título—
del manuscrito de La ideología alemana (1846) como de un trabajo que él y
Engels abandonaron alegremente a los ratones. Se dice que tres años
antes de su muerte, al ser interrogado acerca de la eventual publicación
de sus obras completas, respondió secamente: “Primero habría que
escribirlas”.
Por ese entonces Marx consideraba a la mayoría de sus primeras obras
—obras que tanto entusiasmo han suscitado en los intérpretes
contemporáneos— con un escepticismo que lindaba con el rechazo. Y hacia
el final de su vida tenía una dolorosa conciencia de que los trabajos
que había presentado o estaba a punto de presentar en público eran tan
sólo fragmentos.
Sólo una vez en su vida habló entusiastamente de uno de sus libros
como de una obra lograda. Sólo una vez anunció que había escrito algo
que no sólo abarcaba todos sus puntos de vista sino que también los
presentaba científicamente. Fue en el Prefacio a la Crítica de la
economía política (1859), obra que también quedó como un simple
fragmento debido a dificultades con su editor. Sólo dos capítulos de la
Crítica llegaron al público, pero su contenido, aunque importante,
apenas justificaba las afirmaciones que implícitamente se hacían sobre
ellos en el Prefacio. En éste se esboza una visión total del mundo, un
conjunto de doctrinas científicas que explican el desarrollo de la
historia en sus alcances económicos, políticos y sociológicos y que
demuestran cómo y por qué la organización actual de la sociedad debe
derrumbarse a causa de la tensión de sus conflictos internos, para ser
reemplazada por un orden superior de civilización. No obstante, los
capítulos allí publicados no alcanzan semejante aliento ni se deriva de
su contenido la idea del surgimiento final de un nuevo orden. Se ocupan
más bien de cuestiones económicas bastante técnicas e inician un largo y
arduo camino hacia un objetivo no del todo claro. ¿De qué hablaba Marx,
entonces, en el Prefacio? ¿Exponía teorías que no había elaborado aún,
ideas que todavía no había anotado?
Hasta 1939, esta cuestión siguió siendo un misterio. Las audaces
generalizaciones hechas en el Prefacio tenían antecedentes en
declaraciones audaces e igualmente generales incluidas en Miseria de la
filosofía y en el Manifiesto. En cuanto a los volúmenes de El capital,
también contienen ecos polémicos y generales. Pero era difícil, si no
imposible, extraer de las partes existentes de El capital las respuestas
a la cuestión más importante, que el Prefacio anuncia como teóricamente
resuelta: cómo y por qué ha de derrumbarse el orden social capitalista.
Así, Rosa Luxemburg escribió La acumulación del capital (1912)
precisamente con el propósito de llenar esta importante brecha en los
escritos inconclusos de Marx, y consiguió con ello avivar la hoguera de
una enconada disputa que todavía hoy arde dentro del partido. Todavía
sigue siendo un misterio la razón por la cual el manuscrito en el que
Marx se basó para escribir el Prefacio de 1859, permaneció oculto hasta
el estallido de la Segunda Guerra Mundial. Pero en 1939 el Instituto
Marx-Engels-Lenin de Moscú sacó de sus archivos y publicó un enorme
volumen conteniendo los manuscritos económicos de Marx de los años
1857-58. Dos años después apareció un segundo volumen y en 1953 la
editorial Dietz de Berlín reeditó los dos volúmenes en uno. Titulado por
los editores Grundrisse der Kritik der politischen Okonomie
(Rohentwurf) (Elementos fundamentales de la crítica de la economía
política (Borrador)), y publicado junto con extractos importantes de los
cuadernos de notas de Marx de 1850-51, este trabajo permite al fin
examinar el material del cual las generalizaciones del Prefacio
constituyen un resumen .
Los Grundrisse no han sido ignorados desde su publicación, pero
tampoco se los apreció en toda «su importancia. Considerados
inicialmente como material de interés para una reconstrucción del origen
de El capital, esta obra vegetó durante largo tiempo en el sótano de
los estudiosos del marxismo . Eric Hobsbawm presentó un fragmento, sobre
todo los pasajes históricos, bajo el título de Formaciones económicas
pre-capitalistas, en 1956. Posteriormente aparecieron extractos aislados
en las obras de André Gorz y Herbert Marcuse. Juntos, estos fragmentos
parecen haber despertado el apetito de un cuerpo cada vez mayor de
intelectuales, particularmente en la amorfa Nueva Izquierda, y el
interés por examinar más detenidamente esta obra hasta entonces
desconocida pero evidentemente importante. Este año apareció finalmente
una traducción francesa de la primera parte, pero los lectores que no
dominan esa lengua tendrán que esperar, porque no se han hecho aún
planes definitivos para publicar una versión inglesa.
De todas maneras, la obra tiene una significación histórica. Los
frutos de 15 años de investigación sobre cuestiones de economía, los
mejores años de la vida de Marx, están contenidos en estas páginas. Marx
creía que esta obra no sólo había echado por tierra las doctrinas
centrales de toda la economía política anterior sino que era también la
primera formulación científica de la causa revolucionaria. Aunque él no
podía saberlo entonces, éste habría de ser el único de sus trabajos en
el cual su teoría del capitalismo desde los orígenes hasta el derrumbe
sería presentada en toda su integridad. Aunque oscuros y fragmentarios
puede decirse que los Grundrisse fueron la única obra de economía
política verdaderamente completa que Marx escribió.
Los Grundrisse constituyen la cima de un largo y dificultoso ascenso.
Marx había publicado diez años antes la primera de las que él
consideraba sus obras científicas: Miseria de la filosofía, y no publicó
el primer volumen de El capital hasta una década más tarde. Para
comprender la significación de los Grundrisse será necesario revisar
brevemente los escritos económicos que los precedieron.
Inmediatamente después de terminar su crítica de la filosofía del
derecho de Hegel, en la cual había llegado a la conclusión de que la
anatomía de la sociedad no debía buscarse en la filosofía, Marx comenzó a
leer a los economistas políticos. Le precedió y sin duda le guió en
este proceso el joven Engels, que había publicado ya su Umrisse zu einer
Kritik der National- okonomie en el Deutsch-Franzósische Jahrbücher de
Marx y Ruge ese mismo año, 1844. Engels sostenía en este artículo que el
desarrollo de la economía burguesa durante el último siglo, como así
también el desenvolvimiento de la correspondiente teoría económica,
podían resumirse como una prolongada, continua y atroz afrenta a todos
los principios fundamentales de la moral y de la decencia, y que si no
se implantaba un sistema económico moral y racionalmente organizado,
entonces debía y habría de producirse una revolución social monstruosa.
Todo el peso del ataque de Engels estaba dirigido contra lo que él
consideraba como el principio fundamental de la economía burguesa: la
institución del mercado. Todos los vínculos morales de la sociedad han
sido destruidos por la transformación de los valores humanos en valores
de cambio; todos los principios éticos han sido destruidos por los
principios de la competencia y todas las leyes existentes hasta este
momento, aun las leyes que regulan el nacimiento y la muerte de los
seres humanos, han sido suplantadas por las leyes de la oferta y la
demanda.
La humanidad misma se ha convertido en una mercancía .
Con una sola diferencia significativa, esta línea de razonamiento fue
retomada y desarrollada por Marx a lo largo de sus escritos económicos
entre 1844 y 1849. La diferencia está en que (según se evidencia en sus
Manuscritos de 1844) Marx rechazó inmediatamente el moralismo unilateral
de la crítica de Engels y lo reemplazó por una base dialéctica.
Descartó los imperativos categóricos que se escondían bajo la superficie
del trabajo de Engels. La competencia y el mercado, afirmó, no son
tanto una afrenta a la moral cuanto una fragmentación y una renuncia de
la capacidad de desarrollo inherente a la especie humana. Dentro de una
sociedad basada en la propiedad privada, los productos del trabajo
humano no pertenecen al obrero para que sea él quien los disfrute, sino
que se convierten en propiedad de personas ajenas, que los utilizan para
oprimirlo. El síntoma más claro de este hecho, escribió Marx, es que el
obrero no produce las cosas que le son más útiles sino aquellas que
aportarán valores de cambio más elevados al propietario privado. De este
modo, el proceso de la producción material se torna fragmentario y el
producto mismo se escinde en valor de uso y valor de cambio, de los
cuales sólo el último es importante.
Es del más alto interés pararse a considerar la división del trabajo y
el cambio ya que son las expresiones ostensiblemente enajenadas de la
actividad y la fuerza esencial del hombre.
En resumen: desde un punto de partida filosófico completamente
diferente, Marx llegó a la misma perspectiva crítica que Engels, es
decir, que lo esencial de la sociedad burguesa debía buscarse en la
competencia, la oferta y la demanda, en una palabra, en el mercado o sea
en su sistema de cambio.
El concepto de alienación como categoría económica contenía también
el núcleo de una idea diferente, pero Marx no la puso suficientemente de
relieve hasta los Grundrisse, como veremos más adelante. Mientras tanto
Marx, junto con la mayoría de sus conocidos intelectuales radicales,
continuaba agudizando sus ataques contra la soberanía de la competencia.
Su polémica con Proudhon, en Miseria de la filosofía, revela su
profundo desacuerdo con aquella suficiente personalidad sobre casi todos
los aspectos de la economía y la filosofía, incluyendo especialmente
las cuestiones vinculadas a las instituciones del cambio y la
competencia en la sociedad burguesa, con una sola excepción: que la
competencia es fundamental . Si la burguesía aboliese la competencia
para reemplazarla por el monopolio, ello sólo serviría para agudizar la
competencia entre los obreros, Marx escribió en el Manifiesto:
La condición esencial de la existencia y de la dominación de la clase
burguesa es la acumulación de la riqueza en manos de particulares la
formación y el acrecentamiento del capital. La condición de existencia
del capital es el trabajo asalariado. El trabajo asalariado descansa
exclusivamente sobre la competencia de obreros entre sí.
De lo cual deduce Marx que si los obreros pudiesen, al formar
asociaciones, eliminar la competencia entre ellos, entonces se
liquidaría "la base misma sobre la cual la burguesía produce los
productos y se apropia de ellos". En el Discurso sobre el libre cambio
aparece el mismo tema: si el desarrollo industrial disminuye, los
obreros serán arrojados de sus empleos y sus salarios bajarán; si la
industria crece, los obreros disfrutarán de un alza momentánea pero sólo
para ser descartados nuevamente al ser reemplazados por maquinarias.
Tanto aquí como en Trabajo asalariado y capital, la "ley" de Marx de que
los salarios deben tender siempre hacia el mínimo absoluto necesario
para mantener vivos a los obreros, se deriva directamente de los
principios de la oferta y la demanda, con los supuestos adicionales de
que la oferta de la fuerza de trabajo debe siempre tender a exceder a la
demanda. Encontramos aquí atisbos ocasionales de la idea de que también
operan otros procesos, pero las únicas doctrinas sistemáticamente
elaboradas son aquellas que hacen derivar analíticamente el rumbo futuro
del desarrollo capitalista y el papel de la clase obrera en él, de la
forma previsible del mercado para la mercancía-fuerza de trabajo. El
principal objeto de estudio de Marx fue la economía del intercambio de
mercancías y de dinero.
La primera —y la más importante— aclaración que es necesario hacer
acerca del lugar que ocuparon los Grundrisse en el desarrollo
intelectual de Marx es que esta obra representa una crítica a todas sus
ideas anteriores. "Crítica" no significa, en este caso, rechazo, sino
más bien penetración a un nivel más profundo. El gran avance que los
Grundrisse representan en el pensamiento de Marx reside en su rechazo,
acusándola de superficial, de la tesis de que el mecanismo del mercado
es un factor incitador, causal o fundamental; y en su reconocimiento de
que el mercado es un mero dispositivo destinado a coordinar los diversos
momentos individuales de un proceso mucho más importante que el
intercambio. Mientras que los anteriores escritos económicos de Marx se
habían centrado alrededor del movimiento de la competencia, los
Grundrisse analizan sistemáticamente, por primera vez dentro del
conjunto de su obra, la economía de la producción.
Antes de examinar más detenidamente el texto, conviene citar algunos ejemplos a fin de obtener una visión general del problema.
1. La diferencia más evidente y más fácilmente rastreable entre la
teoría económica de Marx antes y después de 1850 es un cambio de
terminología. Antes de esta fecha Marx se refiere constantemente a la
mercancía que el obrero ofrece en venta, como "trabajo" y aclara que
esta mercancía es exactamente igual a cualquier otra. Si se considera a
la sociedad burguesa exclusivamente como un sistema de mercado, esta
definición es correcta. Pero a partir de los Grundrisse Marx arriba a la
conclusión de que el trabajo no es una mercancía como cualquier otra,
sino que en realidad es única y que la mercancía que el obrero vende
debe ser llamada "fuerza de trabajo". En posteriores reediciones de sus
primeras obras económicas, Marx y Engels alteraron debidamente la
terminología para ajustarse al nuevo punto de vista y en diversos
prefacios aclaran las razones que tuvieron para hacerlo y destacan la
importancia del cambio.
2. En los primeros escritos económicos, el curso del desarrollo
capitalista se deriva, como ya se hizo notar, del movimiento objetivado
de la oferta y la demanda. Compárese este concepto con la categórica y
reiterada declaración aparecida en El capital de que en los mecanismos
de la competencia "todo se presenta invertido" y de que las deducciones
analíticas hechas sólo en base a la oferta y la demanda son
superficiales, más aún, contradictorias, con respecto a los procesos
fundamentales ocultos pero esenciales de la producción capitalista y la
acumulación. Los Grundrisse establecieron las bases intelectuales para
estas formulaciones posteriores de El capital.
3. Finalmente, se puede obtener una visión general del progreso
analítico que representaron los Grundrisse rastreando la actitud de Marx
hacia Ricardo, especialmente hacia su teoría del excedente. En 1844, en
ocasión de su primer encuentro con Ricardo y la teoría del excedente,
Marx se limitó a destacar que el énfasis que Ricardo ponía en él
demostraba que la principal preocupación de la economía burguesa era la
ganancia y no los seres humanos, y que esta teoría es la prueba
definitiva de la infamia en que se ha hundido la economía política. En
Miseria de la filosofía Marx trata a Ricardo con más respeto y cita
extensamente al socialista inglés Bray, que utiliza la teoría ricardiana
del excedente para probar la explotación de la clase obrera. Pero Marx
no cita a Bray para poner de relieve la importancia fundamental de su
teoría sino sólo para criticar ciertas deducciones derivadas de ella .
Asimismo, en Trabajo asalariado y capital expone simplemente la teoría
ricardiana de que el producto del trabajo vale más que la reproducción
del obrero, pero sin profundizar el análisis. En ese momento Marx era
plenamente consciente de la existencia de un excedente, pero no era
igualmente consciente de las enormes implicaciones de este hecho para la
teoría económica; en resumen: la teoría no es el eje de su análisis
sino que coexiste pasivamente con el análisis dominante de la oferta y
la demanda, y a su sombra. No obstante, cuando en 1850 Marx comenzó a
revisar exhaustivamente sus estudios económicos, se sumergió
directamente en Ricardo y dedicó por lo menos los dos años siguientes a
asimilarlo en detalle. Sus apuntes y sus cuadernos de notas de este
período, agregados por los editores al texto de los Grundrisse,
demuestran que por entonces Marx había comenzado a comprender las
implicaciones de la teoría del excedente de Ricardo y había concentrado
su atención sobre ella21. Finalmente, en los Grundrisse mismos, aunque
Marx critica a Ricardo en varios puntos, sé refiere a él con gran
respeto y lo llama el "economista par excellence de la producción". Este
cambio gradual de actitud refleja la creciente conciencia que Marx
estaba adquiriendo de la importancia de la teoría de la plusvalía, con
la cual comienza a fundamentar toda su teoría de la acumulación
capitalista, en los Grundrisse.
Al igual que en cualquier estudio de economía comparada, estos,
ejemplos cronológicos pueden suscitar la errónea idea de que la
aplicación de los conceptos ricardianos transformó a Marx, de la noche a
la mañana, de teórico de la oferta y la demanda en teórico de la
acumulación de la plusvalía. El cambio fue, por cierto, mucho más
gradual. Como ya hemos dicho, hay en sus primeros trabajos elementos de
la teoría del excedente y las obras posteriores no afirman en modo
alguno que el mecanismo de la competencia no tenga importancia, sino que
más bien formulan lo contrario. Estas sutilezas no deben ocultar el
hecho de que tuvo lugar una ruptura cualitativa, más allá de la
superficie del análisis basado en el mercado, y que esta ruptura es el
principal problema analítico de que se ocupan los Grundrisse.
Aunque enfática en los detalles, la mayor parte de la estructura del
texto de los Grundrisse se encamina firmemente hacia la solución de
problemas claramente definidos. Después de una brillante "introducción"
inconclusa —en la que no podemos detenernos— el trabajo consta de dos
capítulos. El primero trata del dinero y el segundo, mucho más extenso,
del capital. El segundo está subdividido en tres partes, que se ocupan
respectivamente de la producción, la circulación y la transformación de
la plusvalía en ganancia. Los problemas y cuestiones que el texto aborda
no son, sin embargo, tan estrechamente económicos como los títulos de
los capítulos parecen indicar. Aquí, al igual que en otros lugares pero
quizás más claramente, la "economía" de Marx es también y al mismo
tiempo "sociología" y "política". El primer capítulo lo pone en
evidencia inmediatamente. A cierto nivel, el capítulo sobre el dinero es
una polémica contra el proyecto de reforma monetaria que por aquel
entonces había propuesto Alfred Darimon, discípulo de Proudhon y, por lo
tanto, encarnizado adversario de Marx. En otro nivel menos superficial,
la obra es meramente un tratado sobre el dinero y puede ser leída como
el primer borrador de la teoría del dinero de Marx tal como aparece, ya
desarrollada, en la Crítica. No obstante, su aspecto más importante es
su crítica sociológica y política de una sociedad en la cual el medio
predominante de cambio es el dinero. ¿En qué circunstancias históricas
puede el dinero convertirse en la abstracción de los valores de cambio y
éstos a su vez transformarse en la abstracción de todas las formas de
cambio? ¿Qué premisas sociales deben existir para que el dinero pueda
funcionar como un nexo entre los individuos que establecen relaciones de
cambio? ¿Cuáles son las consecuencias sociales y políticas de este tipo
de relaciones de cambio? ¿Cuáles son las formas más vastas de
organización social que corresponden a esta constelación molecular de
individuos dedicados a las transacciones privadas? Estos son los
problemas de que se ocupa Marx, tal como Sombart, Weber, Simmel y
Tónnies investigaron, casi medio siglo después, los efectos del cambio
monetario sobre los vínculos de la sociedad. Marx afirma:
La reducción de todos los productos y de todas las actividades a
valores de cambio presupone tanto la disolución de todas las rígidas
relaciones de dependencia personales (históricas) en la producción, como
la dependencia recíproca general de los productores. No sólo la
producción de cada individuo depende de la producción de todos los
otros, sino que también la transformación de su producto en medios de
vida personales pasa a depender del consumo de todos los demás. Los
precios son cosas antiguas, lo mismo que el cambio; pero tanto la
determinación progresiva de los unos a través de los costos de
producción, como el predominio del otro sobre todas las relaciones de
producción se desarrollan plenamente por primera vez, y se siguen
desarrollando cada vez más plenamente, sólo en la sociedad burguesa, en
la sociedad de la libre concurrencia. Lo que Adam Smith, a la manera
propia del siglo XVIII, sitúa en el período prehistórico y hace preceder
a la historia, es sobre todo el producto de ésta.
Esta dependencia recíproca se expresa en la necesidad permanente del
cambio y en el valor de cambio como mediador generalizado. Los
economistas expresan este hecho del modo siguiente: cada uno persigue su
interés privado y sólo su interés privado, y de ese modo, sin saberlo,
sirve al interés privado de todos, al interés general. Lo válido de esta
afirmación no está en el hecho de que persiguiendo cada uno su interés
privado se alcanza la totalidad de los intereses privados, es decir, el
interés general. De esta frase abstracta se podría mejor deducir que
cada uno obstaculiza recíprocamente la realización del interés del otro,
de modo tal que, en lugar de una afirmación general, de este bellum
omnium contra omnes resulta más bien una negación general. El punto
verdadero está sobre todo en que el propio interés privado es ya un
interés socialmente determinado y puede ser alcanzado solamente en el
ámbito de las condiciones que fija la sociedad y con los medios que ella
ofrece; está ligado por consiguiente a la reproducción de estas
condiciones y de estos medios. Se trata del interés de los particulares;
pero su contenido, así como la forma y los medios de su realización,
están dados por las condiciones sociales independientes de todos.
La dependencia mutua y generalizada de los individuos recíprocamente
indiferentes constituye su nexo social. Este nexo social se expresa en
el valor de cambio. . . el poder que cada individuo ejerce sobre la
actividad de los otros o sobre las riquezas sociales, lo posee en cuanto
es propietario de valores de cambio de dinero. Su poder social, así
como su nexo con la sociedad, lo lleva consigo en el bolsillo.
Cada individuo posee el poder social bajo la forma de una cosa.
Arránquese a la cosa este poder social y habrá que otorgárselo a las
personas sobre las personas. Las relaciones de dependencia personal. .
.son las primeras formas sociales en las que la productividad humana se
desarrolla solamente en un ámbito restringido y en lugares aislados. La
independencia personal fundada en la dependencia respecto a las cosas es
la segunda forma importante en la que llega a constituirse un sistema
de metabolismo social general, un sistema de relaciones universales, de
necesidades universales. La libre individualidad, fundada en el
desarrollo universal de los individuos y en la subordinación de su
productividad colectiva, social, como patrimonio social, constituye el
tercer estadio. El segundo crea las condiciones del tercero.
Vemos aquí claramente desarrollada la interpretación de las
categorías económicas, sociales y políticas. Sea lo que fuese lo que
Marx pueda haber tenido que decir acerca de las fluctuaciones
específicas del valor del dinero o acerca de los efectos de la
metalización o de la moneda fiduciaria, todo ello tiene una importancia
menor dentro de su sistema de ideas, comparado con la tesis fundamental,
expresada aquí, de que el dinero es un objeto que expresa cierto tipo
de relación entre los seres humanos, producida históricamente. El dinero
es un vínculo social; es decir que vincula y rige recíprocamente las
más diversas actividades de individuos que de otro modo se encuentran
aislados. El que posee este vínculo social objetivizado puede dominar
las actividades de otros, representa el vínculo social per se y puede
por lo tanto actuar como representante de la generalidad, de la
colectividad, para regir las actividades de los individuos dentro de la
sociedad.
Hasta este punto, el análisis del dinero que hace Marx formula con
mayor agudeza y claridad las ideas desarrolladas en los Manuscritos de
1844 sobre el cambio alienado. En una breve sección de transición que
introduce al capítulo sobre el capital, Marx logra, no obstante, dar un
significativo paso adelante con respecto al análisis anterior. Ya no se
detiene en este punto para lamentarse de la alienación de los
individuos, unos de otros y cada uno de sí mismo, lo cual es resultado
de las relaciones de cambio burguesas, sino que pasa a examinar esta
forma de las relaciones sociales dentro de una perspectiva histórica y
política. En este punto resulta fundamental la comparación de las
relaciones burguesas con las relaciones feudales. Después de todo, el
ascenso revolucionario de la burguesía trajo consigo la emancipación
política del individuo de los vínculos de la dominación estatuida y
cambió positivamente la política de un círculo cerrado de privilegios y
servidumbre connaturales por un mercado abierto de adultos libremente
contractuantes. El obrero no se encuentra sujeto de por vida a su amo ni
existen ya estatutos que despojen a las clases trabajadoras de un
diezmo secular cada vez mayor. El comerciante que vende y ei ama de casa
que compra hogazas de pan, el contratista que compra y el obrero que
vende horas de trabajo, todos son personas libres, libremente ocupadas
en el libre cambio de equivalentes. Marx creía que los socialistas de su
época no podían refutar sistemáticamente este razonamiento. Mientras
que los socialistas abominaban de la sociedad de la competencia, las
relaciones de mercado y los nexos constituidos por el dinero, los
ideólogos burgueses se alegraban de poder responder elogiando estas
mismas condiciones como base de la libertad política.
Por lo demás, en la determinación de la relación monetaria,
desarrollada hasta aquí en estado puro y haciendo abstracción de
relaciones productivas más desarrolladas; en las relaciones monetarias,
decíamos, concebidas en su forma simple, todas las contradicciones
inmanentes de la sociedad burguesa aparecen borradas. Esto se convierte
en refugio de la democracia burguesa, y más aun en los economistas
burgueses (éstos por lo menos son tan consecuentes que retroceden hasta
definiciones aún más elementales del valor de cambio y del intercambio),
para hacer la apología de las relaciones económicas existentes. En
efecto, en la medida en que la mercancía o el trabajo están determinados
meramente como valor de cambio, y la relación por la cual las
diferentes mercancías se vinculan entre sí se presenta sólo como
intercambio de estos valores de cambio, como su equiparación, los
individuos o sujetos entre los cuales transcurre ese proceso se
determinan sencillamente como intercambiantes. No existe absolutamente
ninguna diferencia entre ellos, en cuanto a la determinación formal, que
es también la determinación económica, la determinación ajustándose a
la cual se ubican esos individuos en la relación de intercambio; el
indicador de su función social o de su relación social mutua. Cada
sujeto es un intercambiante, esto es, tiene con el otro la misma
relación social que éste tiene con él. Considerado como sujeto del
intercambio, su relación es pues la de igualdad. Imposible es hallar
entre ellos cualquier diferencia o aun contraposición, ni siquiera una
disparidad. Por añadidura, las mercancías que esos individuos
intercambian son equivalentes —en cuanto valor de cambio—, o al menos
pasan por tales (sólo puede producirse un error subjetivo en la
valoración recíproca, y si un individuo trampea en algo a otro, ello no
se debe a la naturaleza de la función social en la que ambos se
enfrentan, pues ésta es la misma, en ella son los dos iguales, sino sólo
a la astucia natural, al arte de la persuasión, etc.; en suma, sólo a
la pura superioridad individual de un individuo sobre el otro. De modo
que un individuo acumula y el otro no, pero ninguno lo hace a expensas
del otro. Uno disfruta de la riqueza real; el otro entra en posesión de
la forma general de la riqueza. Si el uno se empobrece, el otro se
enriquece; tal es su libre voluntad y ese hecho en absoluto deriva de la
relación económica, del vínculo económico mismo en que aquéllos están
puestos entre sí.
El argumento que Marx pone aquí en boca de un adversario burgués
imaginario es elocuente. Porque si bien es cierto que el obrero, al
vender su trabajo, y el capitalista, al pagar salarios, están realizando
un cambio recíproco de mercancías que tienen igual valor, (es decir,
siempre que el cambio sea un cambio de equivalentes), entonces la
estructura de la clase capitalista sólo se vincula incidentalmente al
sistema económico capitalista. El hecho de que los ricos se enriquezcan
cada día más no se debe a ninguna necesidad estructural inherente sino
sólo a la circunstancia accidental de que poseen un juicio y una
persuasión superiores. Ni tampoco se explica económicamente la
existencia histórica de la clase capitalista al decir que el obrero no
recibe el valor total a cambio de su trabajo. Si así fuese, si el
capitalista pagase al obrero menos que el equivalente de su trabajo,
entonces el capitalista podría ganar sólo en la medida en que el obrero
perdiera, pero nunca más. El capitalista como comprador y el obrero como
vendedor sólo podrían colocarse en una situación mutuamente
desventajosa en la misma medida en que pueden hacerlo dos naciones que
comercian. Si una de estas naciones le paga continuamente a la otra
menos del valor total, la primera podrá enriquecerse y la segunda
empobrecerse, pero la riqueza total de ambas no podrá ser mayor al final
de lo que era al principio de su intercambio (o al menos así lo creían
los mercantilistas). Es evidente que tal proceso no podía continuar
durante mucho tiempo o en gran escala porque pronto la parte en
desventaja debía extinguirse. En consecuencia, el problema a resolver es
el siguiente: ¿cómo puede ser que el obrero reciba el valor de cambio
total por su mercancía y sin embargo exista un excedente del cual vive
la clase capitalista? ¿Cómo puede ser que el obrero no sea engañado en
el contrato de trabajo y sin embargo sea explotado? ¿Cuál es la fuente
de la plusvalía? Esa es la pregunta que se plantea Marx en las primeras
cien páginas del capítulo sobre el capital.
Después de llevar a cabo una revisión sistemática de las formas
primarias del capital (capital mercantil o capital dinero) y después de
situar el problema dentro del enfoque histórico adecuado, Marx resume el
análisis condensando el proceso de la producción capitalista en dos
componentes fundamentales, en dos elementos básicos:
1) El trabajador intercambia su mercancía —el trabajo, el valor de uso
que como mercancía también tiene un precio, como todas las demás
mercancías—, por determinada suma de valores de cambio, determinada suma
de dinero, que el capital le cede.
2) El capitalista recibe en cambio el trabajo mismo, el trabajo en
cuanto actividad que pone valores; es decir, recibe en cambio la fuerza
productiva que mantiene y reproduce al capital y que, con ello, se
transforma en fuerza productora y reproductora del capital en una fuerza
perteneciente al propio capital.
Al examinarlo, el primer proceso de cambio aparece claramente
comprensible; Marx se limita a decir que el trabajador entrega trabajo y
recibe salarios en cambio. Pero el segundo proceso no parece ser en
absoluto un intercambio pues hasta su formulación es unilateral y
asimétrica. De eso precisamente se trata, dice Marx. En una transacción
de cambio corriente, lo que cada una de las partes hace con la mercancía
que recibe es ajeno a la estructura del cambio en sí. Al vendedor no le
interesa si el comprador utiliza la mercancía adquirida para fines
productivos o no: eso es asunto privado y no tiene importancia económica
en el proceso de cambio propiamente dicho. En el caso específico del
"cambio" entre trabajo y salarios, sin embargo, el uso que el comprador
de trabajo da a su mercancía tiene suma importancia para él, no sólo en
el aspecto privado sino también en su condición de homo oeconomicus. El
capitalista entrega salarios (valores de cambio) por el uso del trabajo
(por su valor de uso) sólo a fin de convertir este valor de uso en valor
de cambio adicional.
Aquí... el valor de uso de lo que se cambia por el dinero se presenta
como una relación económica especial, y la utilización determinada de
lo que se cambia por el dinero constituye el fin último de los dos
procesos. Es esto, por ende, lo que ya en lo formal diferencia del
intercambio simple al intercambio entre el capital y el trabajo; dos
procesos distintos. . . En el intercambio entre el capital y el trabajo
el primer acto es un intercambio, pertenece enteramente a la circulación
habitual; el segundo es un proceso cualitativamente diferente y sólo by
misuse se le puede considerar como intercambio del tipo que fuere. Se
contrapone directamente al intercambio; categoría esencialmente
diferente .
Luego de hacer varias digresiones, Marx pasa a examinar extensamente
esta "categoría esencialmente diferente". Abordando la cuestión a través
de la distinción entre el valor de uso y el valor de cambio de la
mercancía trabajo, señala que el valor de cambio del trabajo está
determinado por el valor de los productos y servicios necesarios para
mantener y reproducir al trabajador. Mientras el capitalista pague al
trabajador un salario suficientemente elevado como para permitirle
seguir viviendo y trabajando, habrá pagado el valor total del trabajo y
la relación de cambio definida en el contrato de trabajo será una
relación equivalente. El capitalista ha pagado el valor de cambio total y
justo de la mercancía. Pero lo que ha comprado en realidad es cierto
número de horas de control y decisión sobre la actividad productiva del
obrero, sobre su capacidad creadora, ha comprado su capacidad de
trabajo. Marx introduce aquí por primera vez el cambio en la
terminología que corresponde a su descubrimiento de la "categoría
esencialmente diferente". Lo que el obrero vende no es "trabajo" sino
fuerza de trabajo (Arbeitskraft); no una mercancía como cualquier otra,
sino una mercancía única. Sólo el trabajo tiene la capacidad de crear
valores donde anteriormente no existía valor alguno, o la posibilidad de
crear valores mayores que los necesarios para mantenerse a sí mismo. En
resumen, sólo el trabajo es capaz de crear plusvalía. El capitalista
compra el control sobre ese poder creador y hace que este poder se ocupe
de la producción de mercancías para el cambio durante determinado
número de horas. Marx denomina explotación a esta renuncia del obrero al
control sobre su poder creador.
No es esta la ocasión más apropiada para examinar en detalle la
teoría de la plusvalía de Marx, de la cual las ideas formuladas aquí son
la piedra angular. Baste pues con decir que Marx comienza en esta obra
no sólo a resolver el problema de cómo puede producirse la explotación a
pesar del hecho de que el contrato de trabajo sea un cambio de
equivalentes, sino que también inicia la tarea científica fundamental de
la cuantificación. La explotación es para Marx un proceso verificable
en variables empíricas específicas que, al menos en principio, están
sujetas a medidas precisas junto con la dimensión económica. Pero las
variables que Marx quisiera que midiésemos no son aquellas citadas
generalmente en las revisiones críticas de su teoría. La explotación no
consiste en la desproporción entre el ingreso de la clase obrera y el
ingreso de la clase capitalista. Estas variables sólo miden la
desproporción entre salarios y ganancias. Puesto que las ganancias son
sólo un fragmento de la plusvalía en general, este índice sólo
reflejaría un fragmento del significado de Marx. Tampoco es posible
medir totalmente la explotación considerando los salarios como
porcentaje del PNB pues este índice sólo mide la tasa de explotación en
un año dado. Marx afirma en los Grundrisse —y lo hace quizás con mayor
claridad que en ningún otro trabajo— que el empobrecimiento del obrero
debe medirse según la potencia del mundo que, en conjunto, él mismo
construye obedeciendo a la voluntad de los capitalistas:
Más bien tiene que empobrecerse. . . ya que la fuerza creadora de su
trabajo en cuanto fuerza del capital, se establece frente a él como
poder ajeno. . .Todos los adelantos de la civilización, por
consiguiente, o en otras palabras todo aumento de las 'fuerzas
productivas sociales, if you want de las fuerzas productivas del trabajo
mismo —tal como se derivan de la ciencia, los inventos, la división y
combinación del trabajo, los medios de comunicación mejorados, creación
del mercado mundial, maquinaria, etc.— no enriquecen al obrero sino al
capital una vez más, sólo acrecientan el poder que domina al trabajo,
aumentan sólo la fuerza productiva del capital .
En consecuencia, un índice de la explotación y el empobrecimiento,
que captase exactamente las variables a que se refería Marx, tendría que
ordenar, por una parte, las propiedades reales de la clase obrera y por
la otra el valor de todo el capital de todas las fábricas, servicios,
inversiones de infraestructura, instituciones y establecimientos
militares que se encuentran bajo el control de la clase capitalista y
sirven a sus objetivos políticos. No sólo el valor económico sino
también el poder político y la influencia social de estos patrimonios
fijos tendrían que ser incluidos en la ecuación. Solamente una
estadística de este tipo sería adecuada para probar si la predicción de
Marx acerca de la explotación y el empobrecimiento crecientes ha sido
confirmada o no por el curso del desarrollo capitalista.
No es necesario que nos detengamos a examinar aquí los diversos pasos
a través de los cuales construye Marx su idea fundamental de que la
producción capitalista implica una categoría radicalmente diferente del
simple cambio de mercancía, dentro de la teoría de la acumulación
capitalista que presenta más tarde —y ya totalmente desarrollada— en El
capital. La explotación ocurre "a espaldas del proceso de cambio": he
aquí la idea fundamental que señala su penetración más allá de la
crítica a la sociedad burguesa como sociedad mercantil. Podemos pasar
ahora a examinar hasta qué punto el texto de los Grundrisse justifica
las arrolladoras afirmaciones hechas por Marx, en su Prefacio de 1859,
acerca de sus nuevos logros científicos. Nos dedicaremos particularmente
a descubrir si los Grundrisse suministran una mayor dilucidación del
famoso pasaje sobre la revolución incluido en el Prefacio:
Al llegar a una determinada fase de desarrollo, las fuerzas
productivas materiales de la sociedad chocan con las relaciones de
producción existentes, o, lo que no es más que la expresión jurídica de
esto, con las relaciones de propiedad dentro de las cuales se han
desenvuelto hasta allí. De formas de desarrollo de las fuerzas
productivas, estas relaciones se convierten en trabas suyas. Se abre así
una época de revolución social.
Pese a que existen reminiscencias de este pasaje en algunos de los
primeros trabajos, así como también, en una ocasión, en El capital,
estas referencias son de un orden tan general que resultan prácticamente
inútiles. Sobre todo, en ningún momento se aclara exactamente qué ha de
incluirse en el rubro "fuerzas productivas" o "relaciones de
producción". ¿Debemos entender que "fuerzas productivas materiales"
significa sólo el aparato tecnológico y "relaciones de producción" el
sistema político-legal? En otras palabras: ¿la expresión "fuerzas
materiales" es sólo otra forma de decir "infraestructura"? ¿"Relaciones"
quiere decir "superestructuras"? ¿A qué exactamente se refieren estos
términos?
La clave fundamental para descifrar lo que Marx tenía in mente cuando
hablaba de "relaciones de producción" —para comenzar con la primera
parte de la dicotomía— ya se encuentra en el Prefacio mismo. Marx
escribe que las formas político-jurídicas tales como las relaciones de
propiedad no son estas "relaciones de producción" en sí mismas, sino
simplemente una expresión de estas relaciones. Desde este punto de
partida, se pueden considerar los Grundrisse como un extenso y detallado
comentario de la naturaleza de estas "relaciones". Porque, ¿qué otra
cosa es el capítulo sobre el dinero? Marx demuestra aquí, como ya hemos
visto, que en la sociedad burguesa el dinero no es un mero objeto
natural sino más bien la forma objetivada de la relación social básica
dentro de la cual la producción capitalista tiene lugar. El dinero es el
vínculo social que une a los productores y consumidores que de otra
forma se encontrarían aislados dentro de la sociedad capitalista, y
constituye los puntos de partida y de conclusión del proceso de
acumulación. La relación social sobre la cual descansan todas las
relaciones legales y políticas capitalistas, y de la cual estas últimas
son meras expresiones según lo demuestra Marx en el capítulo sobre el
dinero- es la relación de cambio. El imperativo social es que ni la
producción ni el consumo pueden producirse sin la intervención del valor
de cambio. O bien, expresado con otras palabras, que el capitalista no
sólo debe extraer plusvalía sino que debe también realizar plusvalía
mediante la conversión del producto excedente en dinero, y que el
individuo no sólo debe tener necesidad de bienes de consumo sino que
también debe poseer el dinero necesario para adquirirlos. Lejos de ser
leyes naturales inmutables, estos imperativos paralelos son
caracterizados por Marx como relaciones sociales producidas
históricamente; relaciones que a la vez son específicas de la forma
capitalista de producción.
Con respecto al otro término de la dicotomía, resulta fácil
confundirse por la palabra "material" incluida en la frase "fuerzas
productivas materiales". En realidad, la expresión alemana original
(materielle Produktivkrafte) podría también haber sido traducida como
"fuerzas de la producción material", y en cualquiera de los dos casos es
evidente que para Marx el término "material" no se refería meramente a
los atributos físicos de masa, volumen y situación. Una máquina es
siempre una cosa material, pero que se la utilice de manera productiva,
que se convierta o no en una fuerza productiva, depende de la
organización social del proceso productivo, según señala Marx
extensamente en los Grundrisse. Las fuerzas de producción son en sí
mismas un producto histórico y social y para Marx el proceso productivo
es un proceso social. Es necesario enfatizar este punto con el fin de
poner en evidencia que el importante papel que Marx asigna al desarrollo
de las fuerzas productivas materiales bajo el capitalismo no lo
convierte en un determinista tecnológico. Por el contrario, no es la
tecnología la que obliga al capitalista a acumular, sino la necesidad de
acumular la que lo obliga a desarrollar los poderes de la tecnología.
La base del proceso de acumulación, del proceso por medio del cual las
fuerzas productivas se fortalecen, es la extracción de plusvalía de la
fuerza de trabajo. La fuerza de producción es la fuerza de explotación.
Es evidente entonces que la dicotomía formulada por Marx en el
Prefacio es idéntica a la que existe entre los dos procesos
perfectamente diferenciados que Marx identifica en los Grundrisse como
fundamentales para la producción capitalista: por una parte, la
producción consiste en un acto de cambio y por la otra, consiste en un
acto que es precisamente lo opuesto al cambio. Por un lado, la
producción es un simple cambio de equivalentes y por el otro, es la
apropiación violenta del poder creador del obrero. Es un sistema social
en el cual el obrero, como vendedor, y el capitalista, como comprador,
son jurídicamente partes contractuales iguales y libres pero es también,
y al mismo tiempo, un sistema de esclavitud y de explotación. Al
comienzo y al final del proceso productivo, se encuentra el imperativo
social de los valores de cambio, pero desde el principio al fin el
proceso productivo debe rendir plusvalía. El cambio de equivalentes es
la relación social fundamental de la producción, pero la extracción de
no-equivalentes es la fuerza fundamental de la producción. Esta
contradicción, inherente al proceso de producción capitalista, es la
fuente de las contradicciones que Marx esperaba abordar en el período de
la revolución social.
El problema de cómo es posible esperar que sea precisamente esta
contradicción la que conduzca al derrumbe del sistema capitalista ha
obsesionado a los estudiosos de Marx durante por lo menos medio siglo.
Los volúmenes de El capital no proporcionan una respuesta clara. Esta
deficiencia está en la raíz de la "controversia sobre el derrumbe" que
agitó a la socialdemocracia alemana y que aún hoy continúa planteándose
intermitentemente. Verdaderos ríos de tinta se han gastado en un intento
de llenar esta brecha en el sistema teórico de Marx. Pero la brecha
existe no debido a que el problema fuese insoluble para Marx, no porque
no le encontrara respuesta, sino porque las conclusiones a que había
arribado en los Grundrisse se mantuvieron enterradas e inaccesibles para
los eruditos hasta 20 años después de la primera guerra mundial. El
capital es una obra que avanza lenta y cuidadosamente, paso a paso,
desde las formas puras de las relaciones económicas hacia una
aproximación más cercana a la realidad histórico-económica. Nada se
prejuzga y no se introducen nuevas teorías hasta tanto no se hayan
sentado las bases para las mismas. A ese paso, es fácil advertir que
hubieran sido necesarios varios volúmenes más de El capital para que
Marx hubiese podido llegar al punto que había alcanzado en el bosquejo
de su sistema en los Grundrisse. El capital está penosamente inconcluso,
como una novela de misterio que termina antes de que se descifre el
enigma. Pero los Grundrisse contienen las líneas generales del
argumento, anotadas por el autor.
Desde el comienzo mismo, las cuestiones económicas encaradas en los
Grundrisse son más ambiciosas y se refieren más directamente al problema
del derrumbe capitalista que las contenidas en El capital tal como
llegó a nosotros. En sus últimos trabajos, Marx relega la relación entre
las personas y las mercancías (la relación de utilidad) a un terreno
del que en ese momento no se ocupa, y acepta el nivel de necesidades del
consumidor que prevalece en el sistema económico como un hecho
histórico dado, concediéndole luego poca atención. En general, da por
sentado el consumo y centra su investigación sobre el cómo -y no sobre
el sí— de la realización del excedente. Pero en los Grundrisse Marx
comienza con la afirmación general de que el proceso de producción,
considerado históricamente, no sólo crea el artículo de consumo sino
también la necesidad y el estilo de tal consumo. Critica específicamente
a Ricardo por relegar el problema de la utilidad a la esfera
extra-económica y afirma que la relación entre consumidor y mercancía, a
causa de que esta relación deriva de la producción, pertenece
decididamente al campo de la economía política Marx tiene plena
conciencia no sólo de los aspectos cualitativos sino también de los
cuantitativos del problema del consumo, y ello se evidencia en párrafos
como el siguiente:
. . .cada capitalista, ciertamente, exige a sus obreros que ahorren,
pero sólo a los suyos, porque se le contraponen como obreros; bien que
se cuida de exigirlo al resto del mundo de los obreros, ya que éstos se
le contraponen como consumidores, in spite de todas las frases
"piadosas", recurre a todos los medios para incitarlos a consumir, para
prestar a sus mercancías nuevos atractivos, para hacerles creer que
tienen nuevas necesidades, etc. Precisamente este aspecto de la relación
entre el capital y el trabajo constituye un elemento fundamental de
civilización; sobre él se basa la justificación histórica, pero también
el poder actual del capital.
Estas consideraciones generales son luego dejadas de lado con una
advertencia, dirigida a él mismo, de que "esta relación de producción y
consumo debe ser desarrollada posteriormente" . Unas cien páginas más
adelante se retoma el problema. Después de criticar el hecho de que
Ricardo ignore el problema del consumo y referirse a las utópicas
panaceas de Sismondi contra la superproducción, Marx formula la
contradicción inherente al capitalismo como una "contradicción entre la
producción y la realización" de la plusvalía. "Para comenzar, existe un
límite de la producción, no de la producción en general, sino de la
producción basada en el capital. . . Basta demostrar en este punto que
el capital contiene una barrera específica contra la producción -que
contradice su tendencia general a romper todas las barreras de la
producción- a fin de exponer la base de la superproducción, la
contradicción fundamental del capitalismo desarrollado". Según se
desprende de las líneas siguientes, Marx no quiere decir con el término
"superproducción" simplemente "inventario excesivo" sino que trata de
significar, más bien, poder productivo excesivo.
Estos límites inmanentes tienen que coincidir con la naturaleza del
capital, con sus determinaciones conceptuales constitutivas. Dichos
límites necesarios son:
1) el trabajo necesario como límite del valor de cambio de la
capacidad viva de trabajo, o del salario de la población industrial;
2) el plusvalor como límite del plustiempo de trabajo y, con respecto
al plustiempo relativo de trabajo, como barrera al desarrollo de las
fuerzas productivas;
3) lo que es la misma cosa, la transformación en dinero, el valor de
cambio en general como límite de la producción; el intercambio fundado
sobre el valor, o el valor basado en el intercambio, como límite de la
producción. Esto es:
4) de nuevo lo mismo, como limitación a la producción de valores de
uso por el valor de cambio; o que la riqueza real tiene que adoptar una
forma determinada, diferente de sí misma y por tanto no absolutamente
idéntica a ella, para transformarse, en general, en objeto de la
producción .
Pese a que un análisis exhaustivo de las implicaciones de estas tesis
casi crípticas requeriría un libro, se hace evidente de inmediato que
estos cuatro "límites" sólo representan aspectos diferentes de la
contradicción entre "fuerzas productivas" y "relaciones sociales de
producción". La tarea de mantener las enormes potencias de la extracción
de plusvalía dentro de los límites fijados por la necesidad de
convertir esta plusvalía en valor de cambio se hace cada vez más difícil
a medida que el sistema capitalista avanza hacia sus etapas de mayor
desarrollo. En términos prácticos, estos cuatro "límites" podrían
formularse como cuatro alternativas político-económicas, vinculadas
entre sí aunque mutuamente contradictorias, entre las cuales debe
escoger el sistema capitalista, pese a que no le convenga escoger: 1)
los salarios deben ser incrementados para aumentar la demanda efectiva.
2) Debe extraerse menos plusvalía. 3) Los productos deben ser
distribuidos sin tener en cuenta la demanda efectiva. 4) Los productos
que no pueden ser vendidos no deben ni siquiera ser producidos. La
primera y la segunda de las alternativas dan por resultado una reducción
de la ganancia; la tercera es imposible desde el punto de vista del
capital (excepto como subterfugio político) y la cuarta equivale a la
depresión.
Lo más notable y lo que más debe enfatizarse en la teoría de Marx
acerca del derrumbe capitalista, según advertimos a esta altura, es su
gran amplitud y flexibilidad. Las crisis catastróficas que se resuelven
finalmente en un crescendo revolucionario son sólo una de las variantes
posibles del proceso de derrumbe y, en realidad, Marx hace poco hincapié
en este tipo de crisis en los Grundrisse. Por cada posible tendencia
hacia el derrumbe, Marx menciona una cantidad de tendencias dilatorias.
Esta lista incluye el desarrollo del monopolio, la conquista del mercado
mundial y, significativamente, Marx menciona también el pago de
"salarios excedentes" a los obreros por parte de los capitalistas .
Teniendo en cuenta esto, la teoría del derrumbe de Marx en los
Grundrisse suministra una importante ampliación de la afirmación hecha
en el Prefacio de que "ninguna formación social desaparece antes de que
se desarrollen todas las fuerzas productivas que caben dentro de ella" .
Cuando se consideran todos los requisitos que, según Marx, deben
cumplirse antes de que el orden capitalista esté listo para ser
derrocado, llegamos a preguntarnos si el fracaso de los movimientos
revolucionarios previos en Europa y los Estados Unidos no podría
imputarse sólo a falta de madurez.
El gran sentido histórico del capital es el de crear este
plustrabajo, trabajo superfluo desde el punto de vista del mero valor de
uso, de la mera subsistencia. Su determinación histórica está cumplida,
por un lado cuando las necesidades están tan desarrolladas que el
plustrabajo sobre lo necesario está más allá de la necesidad natural,
surge de las mismas necesidades individuales; por otra parte, la
disciplina estricta del capital, por la cual han pasado las sucesivas
generaciones, ha desarrollado la laboriosidad general como cualidad
general de la nueva generación; finalmente, por el desarrollo de las
fuerzas productivas del trabajo, a las que azuza continuamente el
capital —en su afán ilimitado de enriquecimiento y en las únicas
condiciones bajo las cuales puede realizarse ese afán—, esa laboriosidad
general ha prosperado tanto que la posesión y conservación de la
riqueza general por una parte exigen tan sólo un tiempo de trabajo menor
para la sociedad entera, y que por otra la sociedad laboriosa se
relaciona científicamente con el proceso de su reproducción progresiva,
de su reproducción en magnitud cada vez mayor: por consiguiente, ha
cesado de existir el trabajo en el cual el hombre hace lo que puede
hacer que las cosas hagan en su lugar.
En esta larga oración vale la pena destacar, entre otras cosas, la
afirmación de que el orden capitalista no se encontrará maduro para la
revolución hasta que la clase obrera —lejos de verse reducida al nivel
de bestias andrajosas y miserables— haya ampliado su consumo por encima
del nivel de la mera subsistencia física y comience a considerar el
disfrute de los productos del trabajo excedente como una necesidad
general. En vez de la imagen de un proletariado hambriento que muere
lentamente como consecuencia de una jornada de 18 horas en una mina o en
un taller, Marx presenta aquí al proletario bien alimentado,
científicamente capacitado, para quien una jornada de ocho horas puede
hasta llegar a ser una pérdida de tiempo, en otro pasaje, Marx va aún
más allá: vislumbra un aparato productivo capitalista más totalmente
automatizado que el de cualquier sociedad actual y expresa que, pese a
la virtual ausencia —dentro de este orden social— de una "clase obrera"
según se la define corrientemente, esta organización económica debe
derrumbarse.
En la medida, sin embargo, en que la gran industria se desarrolla, la
creación de la riqueza real se vuelve menos dependiente del tiempo
trabajado y del cuanto de trabajo empleado que del poder de los agentes
puestos en movimiento durante el tiempo de trabajo, y cuya powerful
effectiveness por su parte no guarda relación alguna con el tiempo de
trabajo inmediato que cuesta su producción, sino que depende más bien
del estado general de la ciencia y del progreso de la tecnología!. . .]
La riqueza real se manifiesta más bien —y esto lo revela la gran
industria— en la enorme desproporción cualitativa entre el trabajo,
reducido a una pura abstracción, y el poderío del proceso de producción
vigilado por aquél. El trabajo ya no aparece tanto como estando incluido
en el proceso de producción; el hombre se comporta más bien como
supervisor y regulador con respecto al proceso productivo [...] Se
presenta al lado del proceso de producción, en lugar de ser su agente
principal. En esta transformación lo que aparece como pilar fundamental
de la producción y de la riqueza no es ni el trabajo directo ejecutado
por el hombre ni el tiempo por él trabajado, sino la apropiación de su
propia fuerza productiva general, su comprensión de la naturaleza y su
dominio de la misma, gracias a su existencia como cuerpo de la sociedad;
en una palabra, el desarrollo del individuo social. El robo del tiempo
de trabajo ajeno, sobre el cual se funda la riqueza actual, aparece como
una base miserable comparada con la base recién desarrollada, creada
por la gran industria misma. Tan pronto como el trabajo en forma directa
ha cesado de ser la gran fuente de la riqueza, el tiempo de trabajo
deja, y tiene que dejar, de ser su medida y por tanto el valor de cambio
[de ser la medida] del valor de uso [. . .] Con ello se desploma la
producción fundada en el valor de cambio [. . .] El capital es la
contradicción en proceso, [puesto] que se esfuerza por reducir a un
mínimo el tiempo de trabajo, mientras que por lo demás pone al tiempo de
trabajo como única medida y fuente de la riqueza. Disminuye el tiempo
de trabajo en la forma de tiempo de trabajo necesario, para aumentarlo
en la forma del superfluo; pone, por tanto, cada vez más el superfluo
como condición —question de vie et de mort— del necesario. Por un lado
despierta a la vida todos los poderes de la ciencia y de la naturaleza,
así como de la cooperación social y del intercambio social, para hacer
que la creación de la riqueza sea (relativamente) independiente del
tiempo de trabajo empleado en ella. Por el otro lado, procura medir con
el tiempo de trabajo esas gigantescas fuerzas sociales creadas de esta
suerte y reducirlas a los límites imprescindibles para que el valor ya
creado se conserve como valor. Las fuerzas productivas y las relaciones
sociales —unas y otras, aspectos diversos del desarrollo del individuo
social— se le aparecen al capital únicamente como medios, y no son para
él más que medios para producir fundándose en su mezquina base. In fact,
empero, constituyen las condiciones materiales para hacerla volar por
los aires
Este y otros pasajes similares de los Grundrisse demuestran una vez
más, por si fuesen necesarias más pruebas, que la aplicabilidad de la
teoría marxista no está limitada a las condiciones industriales del
siglo XIX. Sería sin duda una teoría mezquina la que predijera el
derrumbe del orden capitalista, sólo cuando ese orden consistiese en el
trabajo de los niños, los talleres de trabajo excesivo con bajos
salarios, la desnutrición crónica, las pestes y todos los demás azotes
de sus etapas primitivas. No es necesario poseer genio alguno, y sí muy
poca ciencia, para revelar las contradicciones de tal condición. Sin
embargo, Marx continúa imaginando las mayores posibilidades del sistema
capitalista, otorgando al sistema -el pleno desarrollo de todos los
poderes que le son inherentes y exponiendo luego las contradicciones que
deben conducir a su derrumbe.
El gradual descubrimiento de los Grundrisse por parte de los
estudiosos y seguidores de Marx debe tener una influencia muy
estimulante. Este trabajo sacude el esquema mental, el marco estático de
fórmulas y consignas a que ha sido reducido gran parte del marxismo
después de un siglo de abandono, noventa años de socialdemocracia,
ochenta años de "materialismo dialéctico" y setenta años de
revisionismo. Para expresarlo más enérgicamente, los Grundrisse hacen
estallar la mente y entonces parece ineludible extraer una serie de
conclusiones.
En primer lugar, este trabajo hará imposible o al menos
desesperadamente frustrante dicotomizar el trabajo de Marx en "nuevo" y
"viejo", en elementos "filosóficos" y "económicos". Los entusiastas de
Hegel y los partidarios de Ricardo también encontrarán estimulante el
trabajo o, a la inversa, igualmente frustrante, ya que los Grundrisse
son, por así decirlo, la glándula pineal a través de la cual estos dos
grandes antecedentes de Marx se entregan a una ósmosis recíproca.
Contienen dos pasajes que formulan ideas ricardianas con lenguaje
hegeliano e ideas hegelianas con lenguaje ricardiano; el intercambio es
directo y fructífero. Pese a que no hemos examinado este problema en
detalle, el lector de los Grundrisse encontrará una línea directa de
continuidad que se remonta a muchas de las ideas de los Manuscritos de
1844 y, desde la perspectiva de los Grundrisse, no estará muy claro si
los manuscritos anteriores eran en efecto un trabajo de filosofía o
sencillamente una fusión de líneas de pensamiento económico y filosófico
para las cuales no existe un antecedente moderno. De la misma manera,
desde la perspectiva de los Grundrisse, las oscuridades aparentemente
técnicas de El capital revelarán todo su sentido. Los Grundrisse son el
eslabón perdido entre el Marx maduro y el Marx joven.
Por otra parte, el hecho de que Marx realice una serie de nuevos
descubrimientos y progresos en los Grundrisse, debe alertar a los
estudiosos y seguidores de su obra con respecto a las deficiencias
económicas de los primeros trabajos. Los Grundrisse contienen el
registro gráfico del descubrimiento y la sistematización de Marx sobre
la teoría de la plusvalía, sobre la cual está construida su teoría del
derrumbe capitalista. Y si ello no fuese ya evidente, una lectura de
este trabajo aclarará que la teoría de la plusvalía no era un elemento
funcional del modelo económico sobre el cual se basa el Manifiesto. En
1848, Marx tenía conciencia de la existencia de un excedente pero no
tenía conciencia, por cierto, de la importancia de este elemento.
Existen pruebas de que Marx conocía la teoría ricardiana del excedente
en otros escritos económicos anteriores (Miseria de la filosofía y
Trabajo asalariado y capital) pero estos trabajos demuestran igualmente
que la teoría de la plusvalía no se había convertido en una parte
funcional del modelo económico sobre el cual basaba Marx sus
predicciones. Por ejemplo, la primera teoría de Marx sobre salarios y
ganancias es evidentemente una función de un modelo de oferta-demanda
del sistema económico. Y será necesario volver a examinar críticamente, a
la luz del modelo posterior de la plusvalía, esta primera teorización.
Al menos en un área-problema importante (la cuestión de la polarización
de clases), se puede demostrar que la profecía del Manifiesto es
refutada explícitamente por Marx en un trabajo posterior, sobre la base
de su teoría de la plusvalía. Hay, por otra parte, una cuestión que debe
ser examinada no sólo en función de ella misma sino también para
aclarar la confusión que resulta a menudo de preguntar, por ejemplo, qué
opinaba Marx sobre la posibilidad de incremento de la pauperización,
lisa cuestión es: ¿cuántas otras discrepancias existen y cuántas de
entre ellas pueden rastrearse hasta las diferencias entre el primer
modelo de mercado y el modelo posterior de la plusvalía?
Se deduce de todo ello que aún no se ha escrito el manifiesto
político marxista más importante. Fuera de la breve Critica del Programa
de Gotha (1875), no existe declaración política programática alguna
basada de lleno en la teoría de la plusvalía y que incorpore la teoría
de Marx sobre el derrumbe capitalista, según aparece expuesta en los
Grundrisse. No existen fundamentos para repudiar el Manifiesto de 1848
en su conjunto, aunque sí existen razones para someter a todas sus tesis
y puntos de vista a un nuevo examen crítico a la luz de la teoría de la
plusvalía del propio Marx. Podrían surgir muchas sorpresas inquietantes
si, por ejemplo, se publicase una edición del Manifiesto que contuviera
anotaciones exhaustivas y detalladas extraídas de los escritos
posteriores, punto por punto y línea por línea. Evidentemente, la teoría
de la plusvalía es fundamental para el pensamiento de Marx. Hasta
podría decirse que, junto con sus derivaciones, es la teoría de Marx.
Pero, .cuántos grupos políticos marxistas y cuántos críticos marxistas
de Marx hacen de la teoría de la plusvalía el punto de partida de sus
análisis? La única obra contemporánea importante en la cual la plusvalía
desempeña el principal papel es: El capital monopolista, de Baran y
Sweezy. Pese a sus deficiencias, este trabajo señala el camino marxista
correcto y sienta las bases indispensables para el tipo de análisis que
debe hacerse si la teoría de Marx sobre el capitalismo ha de afirmar
nuevamente su relevancia política.
Lamentablemente —y ello desde varios puntos de vista— El capital
monopolista termina por llegar a la conclusión (o quizá sea más exacto
decir que comienza dando por supuesto) de que no es actualmente
previsible la revolución nacional dentro de los países capitalistas
desarrollados. Este razonamiento puede y debe ser confrontado con la
tesis de Marx, sustentada en los Grundrisse, de que todos los obstáculos
para la revolución, tales como los que citan Baran y Sweezy, es decir
el monopolio, la conquista del mercado mundial, la tecnología avanzada y
una clase obrera más próspera, no son sino las condiciones previas que
posibilitan la revolución. De la misma manera, no se puede decir que la
visión de Marx de la contradicción fundamental del capitalismo —según la
fórmula de los Grundrisse— haya sido nunca explorada exhaustivamente y
aplicada a una sociedad capitalista actual. En este aspecto, El capital
monopolista se queda lamentablemente corto. Los resultados de tal
análisis pueden también contener algunas ideas sorprendentes. En fin, el
trabajo que resta por hacer es mucho.
Podemos por último llegar a afirmar que, después de todo, esa es la
conclusión más importante que se puede extraer de los Grundrisse. Este
trabajo —debido a que subraya las deficiencias de los primeros escritos
económicos y pone de relieve la naturaleza fragmentaria de El capital—
puede servir para recordar que Marx no era un vendedor de verdades
prefabricadas sino un creador de instrumentos. El mismo no llegó a
completar la ejecución del diseño. Pero los planos de su palanca para
mover al mundo se conocen por fin. Ahora que la obra maestra sin pulir
de Marx ha visto la luz, la construcción del marxismo como ciencia
social revolucionaria que expone las raíces de la sociedad industrial,
aun de la más avanzada, se convierte en una posibilidad.