domingo, 4 de mayo de 2014

Cerca de Tí Señor, quiero morar


Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6


 


En el capítulo anterior dije que si queremos entender por qué hacemos las cosas que sinceramente no queremos hacer, tenemos que comprender que estamos motivados por el deseo de satisfacer nuestras necesidades de significación y seguridad en las formas que creemos inconscientemente que funcionarán. Una esposa me dice que no puede entregarse sexualmente a su esposo. Conscientemente quiere hacerlo, y trata de entregarle su cuerpo en obediencia a 1 Corintios 7:1–5, pero se pone tan tensa que se retrae. ¿Por qué? Tal vez piensa que necesita del amor de su esposo para estar segura. Como él la ha herido en el pasado, tal vez ahora teme hacerse vulnerable a más sufrimiento al acercarse a él. Por eso se pone rígida y se retrae del sexo, la expresión más íntima de proximidad. Tal vez también siente cierto resentimiento hacia él por haberla herido, además de no confiar lo suficientemente en él para acercarse; y se retrae para desquitarse.
Un consejero que llega a estas conclusiones todavía no ha ayudado a su paciente. Ahora tiene que ayudarla a pasar de la motivación por déficit (la conducta según sus propias necesidades en mente) a la motivación por expresión (conducta que expresa su integridad dada por Dios en concordancia con la dirección bíblica). Si el consejero quiere ayudarla a efectuar ese cambio y además manejar con efectividad una amplia variedad de casos, tendrá que comprender algunos de los principios básicos del funcionamiento de la persona.
En este capítulo quiero dibujar la figura de una persona. Los artistas pintan lo exterior de la persona, su aspecto físico externo. Los profesores de anatomía describen el aspecto físico interno de la persona, mostrando los huesos y los órganos que están debajo de la piel. Yo también quiero ir más allá de la cobertura exterior, pero en lugar de describir más de la parte física, quiero tratar de apresar en el papel lo intangible. Los médicos hablan de anatomía física. A mí me interesa la anatomía personal, las partes constitutivas que hacen que la persona sea más que una colección de partes físicas en función. Quiero dibujar una persona. En términos apropiados para un psicólogo, podría decir que espero describir la «psicoanatomía» de una persona. ¿Cuáles son las partes interiores de una persona? ¿Con qué pensamos? ¿Cómo interactúan nuestros pensamientos, sentimientos, y actitudes deliberadas?
Antes de comenzar a dibujar una persona, quiero hacer dos observaciones importantes: (1) No soy lo que los psicólogos denominan un «reduccionista fisicista», o sea, yo creo que hay «partes» intangibles en la persona que no se reducen al cuerpo físico. La emoción es más que un funcionamiento glandular. El pensamiento es más que una actividad neurológica del cerebro. Aunque hay conexiones intrincadas entre el funcionamiento físico y el personal, no creo que el cómo sentimos, actuamos, y pensamos como personas se pueda explicar completamente en términos de correlaciones fisiológicas. (2) Cuando hacemos la disección de un organismo para examinar sus partes constitutivas caemos en el peligro de perder de vista el funcionamiento total del organismo. Un cirujano tal vez aprenda a pensar en el «objeto» que yace en la camilla como un conjunto de partes que incluye el corazón, los pulmones, el hígado, el cerebro, y demás. Yo creo que una persona es una entidad operante que actúa como una unidad. Al considerar las diferentes partes que componen esta persona integral, tal vez dé la impresión de que pienso en la persona como nada más que un conjunto de partes. Permítanme aclarar que creo que una persona es un todo indivisible. Mi intento en este capítulo será entender mejor cómo funciona ese todo indivisible observando los elementos claves del funcionamiento dentro de la personalidad humana.
Al considerar las partes de la persona muchos cristianos comienzan hablando acerca de espíritu, alma, y cuerpo. En mi pensamiento, como ya he dado a entender, es más útil concebir a los seres humanos como compuestos de dos partes: la parte física y la parte personal, o parte material y parte inmaterial. El cuerpo pertenece al lado físico del hombre. El espíritu y el alma a la parte personal. Aunque los términos de espíritu y alma a veces se usan en forma intercambiable en la Biblia, muchos estudiosos han intentado diferenciarlos. Yo estoy de acuerdo con los dicotomistas que sienten que el espíritu y el alma sólo se pueden separar en sentido funcional. Sugiero que ambos términos se pueden entender con más sencillez no como entidades materializadas o partes literales de la personalidad sino más bien como términos descriptivos que expresan si la personalidad como un todo está orientada primariamente hacia Dios o hacia otras personas. Cuando oriento mi energía personal hacia Dios en adoración, oración, o meditación, se puede decir que mi espíritu está interactuando con Dios. Cuando dirijo mi personalidad hacia otra persona, funcionando en sentido lateral y no vertical, entonces puedo vincular mi alma con la suya.
Si el espíritu y el alma realmente son términos descriptivos que se refieren sólo a la dirección del funcionamiento personal, tenemos que tratar de definir exactamente lo que queremos significar con funcionamiento personal. La forma en que funciona una personalidad humana tal vez se entienda mejor estudiando sus partes funcionales.


La mente consciente

El primer elemento en el funcionamiento personal es la mente consciente. La persona tiene conciencia de sí misma; podemos hablarnos a nosotros mismos en discurso normal. Con esta capacidad de decirnos cosas a nosotros mismos en forma de oraciones (es decir, plasmamos impresiones en palabras), evaluamos nuestro mundo. Cuando ocurre un hecho externo que atrae mi atención, respondo a él primero hablándome a mí mismo sobre el caso. Tal vez no siempre caiga en cuenta de las frases que me estoy diciendo, pero de todos modos estoy respondiendo en forma verbal, y si prestara atención a mi mente, podría observar qué frases estoy usando para evaluar el suceso. Por ejemplo, si me despierto frente a una tormenta de lluvia una mañana que tenía destinada a jugar al golf, probablemente considere mentalmente la situación con oraciones como: «Mi compañero de golf es un cliente potencial que se va mañana de la ciudad y tal vez pierda una oportunidad de hacer un buen negocio. Esta tormenta es una calamidad.» Mi reacción emocional sería sumamente negativa. Si mi esposa me preguntara por qué estoy deprimido, probablemente le diga: «Porque está lloviendo». Pero esa no sería la respuesta correcta. Una tormenta de lluvia no tiene ningún poder para deprimirme, pero una fuerte evaluación mental negativa de la tormenta sí lo tiene. En otras palabras, no son los eventos los que controlan mis sentimientos. Es mi evaluación mental de esos eventos (las frases que me digo a mí mismo) lo que afecta mi ánimo. Supongamos que cambiara mi evaluación «esta tormenta es una calamidad» por «el dinero es importante, pero confío en Dios para resolver mis necesidades; en consecuencia, aunque preferiría jugar al golf hoy, no es terrible que no pueda hacerlo». Con esa cláusula en mente, mi reacción emocional incluiría la verdadera desilusión pero también una serena sensación de paz.
Para quienes han estudiado teoría de la personalidad será obvio que aquí estoy describiendo un punto de vista subjetivo y fenomenológico más bien que objetivo y positivista. Freud y Skinner sostienen que lo que le ocurre a una persona es responsable de sus problemas. Con Adler, Ellis, Rogers, y otros, yo entiendo que la forma en que una persona percibe lo que le ocurre tiene mucho que ver con sus reacciones emocionales y de conducta. Si percibe lo que ocurre como una amenaza a sus necesidades personales, experimentará fuertes sentimientos negativos y actuará ante el evento en una forma defensiva de su personalidad. Tal vez lanzará un ataque emocional contra el suceso, tratando de cambiarlo. (Esposos y esposas son especialistas en el empeño de cambiarse uno al otro para que sus propias necesidades se vean mejor satisfechas.) O tal vez se retracte del suceso para evitar sufrir más. Sin embargo, si el evento se percibe como enaltecedor de la personalidad (para tener significación necesito reconocimiento; mi jefe acaba de alabarme por mis capacidades como administrador), el individuo se sentirá bien. Si percibe lo que ocurre como no importante a sus necesidades personales (huelga de mineros en Inglaterra), es muy probable que no tenga ninguna reacción emocional profunda. La forma en que una persona evalúa mentalmente un evento determina cómo se siente con respecto a ese evento y cómo actuará en respuesta al mismo.
La figura que he descrito hasta aquí puede esquematizarse como sigue:



La palabra griega para mente que más se acerca a lo que he denominado mente consciente es nous. El autor Vine define nous como «…el asiento de la conciencia reflexiva que abarca las facultades de percepción y comprensión, y las de sentir, juzgar, determinar». Yo la definiría sencillamente como aquella parte de la persona que hace evaluaciones conscientes incluyendo juicios morales. Pablo usa la palabra con frecuencia, tal vez en forma más notable en Romanos 12:2, donde nos dice que la transformación a la imagen de Cristo depende de la renovación de nuestras mentes. Para mí esto significa que mi crecimiento espiritual depende directamente de cómo percibo y evalúo mi mundo, o, en otras palabras, con qué cláusulas lleno mi mente en respuesta a un suceso dado. Si es así, es importante saber qué determina la oración que me digo a mí mismo conscientemente en mi nous. Para entender por qué evalúo los sucesos como lo hago, tengo que agregar otro elemento a mi esquema de psicoanatomía.


La mente inconsciente

En las Escrituras la palabra griega fronema quiere decir a veces «mente», por ejemplo, en Romanos 8:6 («ocuparse»). De mi estudio de ese pasaje resulta que el concepto central expresado por esa palabra es una parte de la personalidad que se desarrolla y se aferra a suposiciones reflexivas profundas. Por ejemplo, «…los que son de la carne piensan en las cosas de la carne» (v. 5) sugiere que las personas que no reconocen a Dios están totalmente saturadas por la idea de que las ocupaciones de la carne conducen a la felicidad personal. Permítanme apuntar tentativamente que este concepto corresponde aproximadamente a los que los psicólogos llaman la «mente inconsciente». Uniendo estos dos conceptos se esboza una definición de la parte inconsciente del funcionamiento mental como el asiento de suposiciones básicas que las personas alientan con firmeza y emoción acerca de cómo satisfacer sus necesidades de significación y seguridad.
Cada uno de nosotros ha sido programado en su mente inconsciente para creer que la felicidad, el valor, el gozo —todas las cosas buenas de la vida— dependen de alguna otra cosa que no es Dios. Nuestra carne (esa disposición innata a oponerse a Dios) ha respondido prestamente a la falsa enseñanza del mundo de que nos bastamos a nosotros mismos, que podemos encontrar una manera de lograr verdadera valía personal y armonía social sin antes arrodillarnos ante la cruz de Cristo. Satanás ha estimulado el desarrollo de la idea de que podemos satisfacer nuestras necesidades si solamente tuviéramos  (el espacio se llena de diferentes maneras según el temperamento particular de cada uno y su trasfondo familiar y cultural). Un sistema incrédulo y mundano, estimulado por Satanás y que apela a nuestra naturaleza carnal nos ha metido en el molde de suponer que hay algo que no es Dios que ofrece realidad y plenitud personal.
Si mi padre es un músico profesional, probablemente yo adquiera la idea de que la significación depende del desarrollo del talento, o tal vez del reconocimiento de otros por la expresión de una cierta habilidad. Todos nos formamos alguna suposición falsa acerca de cómo resolver nuestras necesidades. Adler llama adecuadamente a estas suposiciones básicas «ficción guiadora» de la persona, una creencia errada que determina mucho de nuestra conducta y de nuestros sentimientos. En la primera parte de este capítulo dije que las cosas que nos decimos a nosotros mismos conscientemente influyen marcadamente en cómo nos sentimos y qué hacemos. Ahora podemos ver dónde se originan estas palabras. Surgen de las falsas suposiciones que sustenta nuestra mente inconsciente. Rara vez nos damos cuenta de nuestra creencia básica errada acerca de cómo satisfacer nuestras necesidades. Sin embargo, esta creencia impía determina cómo evaluamos las cosas que nos ocurren en nuestro mundo y a su vez esa evaluación controla nuestros sentimientos y nuestra conducta. La batalla hoy es por la mente. Influya en lo que cree una persona e influirá en toda la persona.
Volviendo a mi ejemplo anterior, si creo profundamente que mi significación depende en gran medida del desarrollo de un talento, entonces, si después de estudiar el violín durante muchos años todavía lo hago chirriar como un principiante, es muy probable que evalúe mi pobre actuación (suceso) como algo muy malo, porque es una amenaza personal. Entonces me sentiré insignificante y, o bien (1) duplicaré mis esfuerzos por dominar el instrumento, o (2) buscaré una excusa para salvaguardarme (por ejemplo, me quiebro el puño «accidentalmente»), la que puedo usar para proteger mi valor personal de posterior daño, diciendo: «¡Qué mala suerte! Justo cuando estaba al borde del éxito…», o (3) me retiraré a una inactividad depresiva, ocasionada por un profundo sentido de inutilidad y sostenido por la seguridad que esto provee ante posibles fracasos futuros.
La figura ahora es la siguiente:



Aunque la forma exacta de la programación falsa puede variar con cada persona, probablemente hay algunas ideas comunes que se nos enseñan a creer, como por ejemplo:

  —Debo tener éxito en los negocios para tener importancia. Valor financiero equivale a valía personal.
  —Si quiero sentirme seguro, no debo permitir que me critiquen. Todo el mundo debe aprobarme en todo lo que haga.
  —Otros tienen que reconocer mis habilidades si quiero sentirme significativo.
  —Mi seguridad depende de mi madurez espiritual.
  —Mi significación depende del éxito que tenga en mi ministerio.
  —No debo fallar (dejar de alcanzar un nivel de éxito arbitrariamente establecido, el que generalmente bordea la perfección) si quiero considerarme honestamente como una persona valiosa.

Si nuestra evaluación de los hechos que nos ocurren depende de conceptos como esos, no es de sorprender que muchas personas se sientan ansiosas, culpables, o resentidas. Una mujer cuya seguridad depende de la ausencia de crítica no reaccionará amablemente frente a los comentarios negativos de su esposo acerca de su habilidad como ama de casa. Su resentimiento en este momento no es una respuesta directa a la crítica sino más bien una respuesta a su necesidad de seguridad amenazada. Si aprendiera a separar su valor como persona de la aprobación de su esposo, la misma crítica le provocaría una reacción mucho más tranquila. Si el pastor necesita que su congregación reconozca su capacidad para predicar como un medio de encontrar significación, entonces cualquier indicación de la iglesia de que no están disfrutando su sermón será percibida como una amenaza a su valía personal. Su reacción podrá ser de ansiedad («¿Soy realmente capaz de predicar en forma aceptable? Si no, ¿qué me queda? Ya no valgo para nada»), culpa («Mi trabajo es inferior siempre. Tal vez Dios me está castigando. Sencillamente no soy capaz»), o resentimiento («¿Cómo se atreven a criticar mi predicación? Me están privando de mi significación y eso me molesta»).
Para entender por qué el pastor comienza a manifestar actitudes nerviosas en el púlpito, o por qué pierde interés en su trabajo y se le ve sombrío, o por qué desoye fríamente las críticas, debemos estudiar su respuesta retórica a la crítica, es decir, qué frases pasan por su mente consciente mientras considera el hecho de la crítica. Luego habrá que buscar la fuente de esas frases en alguna suposición inconsciente acerca de la significación. El pastor ha permitido que su valía como persona quede atrapada en su aceptabilidad como predicador. Tiene una idea errónea acerca de cómo ser significativo.
Explorar el «sistema de supuestos» de una persona envuelve echar luz sobre una forma de pensar que hasta este momento ha estado sumergida en la oscuridad. Los consejeros deben comprender que pocas personas reciben bien las revelaciones desagradables acerca de sí mismas. Es difícil que un hombre admita que sus metas financieras representan una ambición totalmente egoísta para conseguir valía personal. Las esposas que han estado tratando de agradar a sus esposos por años y han creído honestamente que su conducta era generosa no se dan cuenta fácilmente de que en realidad han estado manipulando a sus esposos para que sean afectuosos con ellas porque creen que la seguridad personal depende del amor de sus esposos.
La resistencia a confesar la propia ficción guiadora egoísta adquiere muchas formas que van desde una negación directa hasta una vaga confusión. Resulta difícil no sentirse frustrado con un paciente que responde a todo lo que uno le dice con «podría ser, pero no lo sé.… Estoy confundido». No hay nada más fácil que el autoengaño. El descubrirse a uno mismo es muy penoso: hiere nuestro orgullo y empaña la buena opinión de nosotros mismos que tanto acariciamos. La Biblia dice que somos maestros en el autoengaño y que necesitamos ayuda sobrenatural para vernos como realmente somos (Jer 17:9, 10). La exploración profunda y honesta de las cámaras interiores de la personalidad es privilegio especial de Dios. El consejo guiador cristiano depende fundamentalmente en este aspecto de la obra esclarecedora del Espíritu Santo. Sin su asistencia, nadie percibe ni acepta la verdad acerca de su enfoque egocéntrico y errado de la vida.
Los psicólogos han luchado por mucho tiempo con el problema de la resistencia, que se podría definir como el esfuerzo del sujeto por evitar que aflore a la conciencia plena el material inconsciente doloroso. Desde un punto de vista psicológico, me parece que la resistencia se podría explicar de dos maneras. Primero, una idea que se ha arraigado y reforzado y ha guiado la conducta a través de los años, de mala gana se prestará a un cambio. La idea ha sido parte de la persona durante tanto tiempo que ya le resulta cómoda, como un par de zapatos que se ha usado mucho tiempo. Cualquier cambio de una posición que se ha hecho familiar, aunque pueda ser dolorosa, resulta amenazador.
Segundo, es importante comprender que los supuestos básicos son algo más que meras ideas mantenidas en forma lógica. Si con la mente consciente abrigamos proposiciones evaluativas, con nuestra mente inconsciente formamos actitudes. Las actitudes tienen componentes afectivos (emocionales) además de cognoscitivos. Se desarrollan en la atmósfera emocionalmente cargada del deseo fervoroso y consumidor que tienen las personas de satisfacer sus necesidades. «Tengo que llegar a ser valioso. ¿Cómo haré?» Entonces el mundo le enseña a la persona emocionalmente hambrienta qué es lo que necesita. Cuando la persona acepta cierta idea y adopta una estrategia para lograr sentirse valiosa, se aferrará a su idea equivocada con una tenacidad feroz. Socavar su creencia es cortar su cuerda salvavidas. El consejo que intenta enseñar nuevas verdades en forma lógica, pero sin tomar en cuenta la amenaza emocional que implica el cambiar el enfoque del sujeto para satisfacer necesidades personales, chocará de frente con la resistencia. Vuelvo a subrayar la importancia vital de la relación personal al aconsejar. Sólo dentro de una atmósfera de seguridad podrá una persona mirarse a sí misma abiertamente y plantearse el cambio de ideas que por muchos años han determinado su camino hacia la valía personal. El consultorio cristiano debiera ser un lugar seguro, donde el sujeto se sepa aceptado como persona a pesar de sus problemas. Los cristianos harían bien en leer a Carl Rogers sobre la necesidad profunda de aceptar al sujeto como ser humano valioso. En cierta oportunidad Rogers dijo: «Me sumerjo en la relación terapéutica con la hipótesis, o la fe, de que mi aceptación, mi confianza, y mi comprensión del mundo interior de la otra persona la conducirán a un proceso significativo de llegar a ser.… Entro en esa relación como una persona.»
En este tipo de relación, la persona tiene más posibilidades de enfrentarse a sí misma y cambiar.
Pensemos por un momento. ¿Dónde nos sentimos seguros? ¿Con quién podríamos abrirnos totalmente sin temor a la crítica o al rechazo, con la confianza de ser aceptados y de que la otra persona hará un genuino esfuerzo por comprendernos? Ese es el tipo de relación que la operación de aconsejar debe idealmente proveer para facilitar la sustitución de ideas erradas que se han sustentado en forma profunda y emocional.


Dirección básica (el corazón)

Un tercer elemento en la personalidad humana implica la dirección básica que una persona elige para sí. Las Escrituras hablan con frecuencia del corazón del hombre. La palabra griega kardia se usa de tantas formas diferentes que es difícil asignarle un sentido único. Por supuesto, literalmente se refiere al órgano principal de la vida física. La Biblia enseña que «…la vida de la carne en la sangre está» (Lv 17:11) y el corazón cumple la función de mantener al cuerpo provisto de la sangre que produce vida. Vine afirma que «por medio de una fácil transición la palabra llegó a significar toda la actividad moral y mental de la persona, tanto el elemento racional como el emocional. En otras palabras, el corazón se usa figuradamente para designar las fuentes ocultas de la vida personal». (Ver también Prv 4:23.)
Subyacente con relación al pensar erróneo de la mente inconsciente está el hecho de que la personalidad humana como un todo va en dirección equivocada. Separada de la obra soberana de Dios, la persona está definitivamente a merced de sí misma. Todas sus capacidades (racionalidad, juicio moral, emociones, voluntad) se dirigen en conjunto hacia la meta pecaminosa de la autoexaltación: «Quiero servirme a mí mismo; quiero lo que quiero y cuando lo quiero; quiero que las cosas sean como a mí me gustan.» Si el corazón es un término amplio que incluye toda nuestra naturaleza personal y si realmente se refiere a «…las fuentes ocultas de nuestra vida personal», entonces tal vez, como está usado en la Biblia, sea esa parte esencial de la persona que elige su dirección básica para la vida. Dicho de otro modo, sugiero que el corazón representa las intenciones fundamentales de la persona: ¿para qué o para quién elijo vivir?
Alguien ha dicho que cuando se ha revisado cuidadosamente toda la gama de posibles respuestas a una pregunta, esta gama se hace bastante angosta. Desde una perspectiva bíblica, en realidad hay sólo dos posibles direcciones básicas que se pueden elegir: vivir para uno mismo o vivir para Dios. Si con el corazón elijo vivir para mí mismo (cosa que todos hacemos naturalmente), entonces nunca tendré plenamente satisfechas mis necesidades personales. Al quitar a Dios de en medio (qué concepto más inseguro de la libertad: que simples seres humanos puedan quitar a Dios de en medio de sus vidas), perdemos la única fuente de significación y seguridad verdaderas. Quedamos abandonados a nosotros mismos y hacemos lo mejor que podemos para resolver nuestras necesidades personales. Tal vez estudiemos las opciones disponibles en el mundo, y tal vez, con la ayuda de un terapeuta, evitemos algunas de las más obviamente neuróticas (por ejemplo, estaré seguro sólo si todo el mundo me aprueba continuamente). Pero no encontraremos una opción que satisfaga enteramente nuestras necesidades. Si no ponemos a Dios en el cuadro, quedamos abandonados para elegir entre las diferentes alternativas que ofrece el diablo a través del falso sistema secular. La persona que sirve a su yo con el corazón tiene el siguiente aspecto:



Sin embargo, si nuestra intención básica es, por la gracia de Dios, tener a Cristo en primer lugar y servirle a él, entonces podemos rechazar las ideas del mundo sobre cómo llegar a ser valiosos (y de buena nos libramos, porque ninguna de ellas funciona) y comenzar a llenar nuestra mente consciente con las verdades de la Biblia. Recientemente, enseñando este concepto a un grupo, sin pensarlo grité que debemos «llenar nuestra nous con verdades bíblicas». El cristiano cuyo corazón está verdaderamente entregado a Cristo tendría el siguiente aspecto:



En lugar de eliminar el yo, esta persona ha entendido que uno debe perder el yo en Cristo. «No mi voluntad sino la tuya», «con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí», «el que pierde su vida por causa de mí, la hallará», «para que en todo tenga la preeminencia». Ahora hay dos fuentes de entrada a la mente consciente: lo que dice Satanás a través del mundo a nuestra mente inconsciente, y lo que Dios dice a través de la Biblia a nuestra mente consciente. Si la respuesta en palabras del individuo a los hechos sigue proviniendo de sus falsas suposiciones inconscientes, él funcionará con no más efectividad que un incrédulo. Pero si renueva su mente evaluando los hechos desde la perspectiva bíblica, se convertirá en una persona transformada. Cuando se le presente la desaprobación, se hará decir a sí mismo con base en la autoridad de la Biblia: Mi seguridad y significación como persona dependen sólo de mi relación con Cristo. Aunque este rechazo no me hace feliz, mi valor como persona sigue intacto. Por eso este hecho es doloroso pero no devastador. Sé que Dios puede hacer surgir el bien por medio de este hecho difícil y puedo seguir andando y confiar en él, responder bíblicamente y no derrumbarme.
Pablo miraba los sucesos de su vida desde la perspectiva de Dios. Cuando se veía confinado injustamente a la prisión podía tal vez evaluar el hecho como lamentable y ciertamente como muy incómodo, pero siempre como algo a través de lo cual Dios podía obrar (Flp 1:12–18). Su significación no dependía de realizar su propio interés. Más bien dependía únicamente de saber que podía ser usado por Dios. Como la dirección básica de su corazón era correcta («Para mí el vivir es Cristo»), Pablo podía evaluar los hechos en la perspectiva de Dios y experimentar el profundo gozo que está a disposición únicamente de quienes disfrutan de significación y seguridad. Pablo era significante como siervo del Dios viviente y estaba seguro en el conocimiento de que el Dios omnipotente era su Pastor, quien en todo momento tenía el control total de cuanto ocurría y proveía todos los recursos que Pablo necesitara para responder bíblicamente a sus circunstancias difíciles.


La voluntad

Además de la mente consciente, la mente inconsciente, y el corazón, las personas tienen la facultad de elegir su conducta. Cualquier idea sobre el funcionamiento personal que dejare de lado la voluntad sería incompleta. El Nuevo Testamento tiene por lo menos dos palabras fundamentales (boule y thelema) que dan la idea de elección. Generalmente las personas deciden hacer aquello que les parece que tiene sentido. En otras palabras, las percepciones y la evaluaciones de la vida (lo que uno se dice a sí mismo en la mente consciente) determinan el sesgo de conducta que uno se propone seguir. La libertad de elección de una persona está restringida por los límites de su comprensión racional. El espinoso asunto de la libertad ha de discutirse sabiendo del hecho de que las personas eligen hacer aquello que piensan que es razonable. Por ejemplo, el problema de una persona no salvada no es su incapacidad para elegir a Dios. Su voluntad es perfectamente capaz de elegir confiar en Cristo, pero su nublada comprensión no permitirá que su voluntad haga esa elección. No necesita reforzar su voluntad, necesita esclarecer su mente; y esa es la obra del Espíritu Santo.
Los predicadores y los consejeros pueden gastar sus energías exhortando a las personas a cambiar de conducta. Pero la voluntad humana no es una entidad libre. Está ligada al entendimiento de la persona. Las personas actúan según creen. En lugar de hacer un esfuerzo concentrado para influir sobre las decisiones, los predicadores deberían tratar de influir primero sobre las mentes. Cuando una persona entiende quién es Cristo, en qué radica su valor, y de qué se trata en realidad la vida, tiene toda la información necesaria para cualquier cambio permanente en su estilo de vida. Los cristianos que tratan de «vivir correctamente» sin corregir sus ideas equivocadas acerca de cómo encarar las necesidades personales vivirán en agonía continua con su fe, llevando a cabo mecánicamente su deber y su responsabilidad en forma forzada y sin alegría. Cristo enseñó que cuando conocemos la verdad podemos ser verdaderamente libres. Somos libres para elegir la vida de obediencia porque entendemos que en Cristo ya somos personas valiosas. Somos libres para expresar nuestra gratitud en la adoración y el servicio hacia Aquel que ha satisfecho nuestras necesidades.
Debo recalcar que la obediencia no sigue automáticamente a una adecuada comprensión. Dije que nuestras percepciones determinan el campo de opciones de entre las cuales elegiremos. La voluntad es una parte real de la personalidad humana que tiene la función de elegir responsablemente el conducirse según la forma en que la Biblia enseña que debemos evaluar nuestro mundo. Tales elecciones rara vez son fáciles. Actuar como corresponde envuelve a menudo un esfuerzo grande y penoso. Es importante elegir hacer lo que está bien momento a momento. Sin un definido ejercicio de la voluntad, no habrá obediencia continua. A medida que el cristiano sigue eligiendo el camino de la rectitud, aumenta su capacidad de hacer decisiones correctas frente a la adversidad y a las tentaciones. Se hace un cristiano más fuerte, a quien Dios puede confiar responsabilidades mayores.
Nuestro esquema de psicoanatomía debe incluir este elemento importante que es la voluntad:




Las emociones

Un elemento más de la personalidad humana completará nuestra figura: es nuestra capacidad de sentir, o sea, nuestras emociones. El haber dejado las emociones para el final no significa que se les reste importancia. El énfasis en lo tocante al pensamiento puede dar la falsa impresión de que mientras una persona piense correctamente, el consejero puede darse por satisfecho. Pero el pensar correctamente es una base necesaria para sentirse bien. La finalidad del consejo se podría concebir como un esfuerzo por aprender a «pensar correctamente» a fin de poder elegir «conductas correctas» y entonces experimentar «sentimientos correctos».
La Biblia habla mucho de los sentimientos. Vemos que el Señor fue movido a compasión muchas veces cuando veía la necesidad humana. Mostraba profundos sentimientos de solicitud por los demás. La palabra griega que se traduce por compasión en los evangelios (splagchon) en las epístolas aparece como «entrañas» abiertas, o afectos. Juan habla de cerrar las entrañas de la compasión cuando no respondemos en forma solícita a un hermano o hermana en necesidad. Una persona así podría llamarse un cristiano constipado.
Sobre esta cuestión de los sentimientos suele haber confusión entre los cristianos. Algunos dan la impresión de que si andamos con el Señor, y confesamos todo pecado conocido, nos sentiremos bien siempre. Otros piensan que es posible que los cristianos tengan emociones negativas, pero que se deben mantener ocultas y bajo llave, sin jamás expresarlas. Para estas personas, las emociones penosas son una mancha vergonzosa para el testimonio cristiano y por eso no debiéramos dejar que se vean. Pero esas enseñanzas producen caricaturas espirituales. Todos nos sentimos mal a veces. Y no todos los sentimientos «malos» son moralmente malos. Algunos sentimientos negativos, aunque puedan ser atroces, son perfectamente aceptables y constituyen experiencias normales en la vida cristiana, y pueden coexistir con un profundo sentimiento de paz y alegría. Otros sentimientos negativos provienen de formas de pensar y de vivir pecaminosas. Pero incluso estos no debieran ser encubiertos sino que más bien se los debe encarar, examinando sus causas y haciendo algo constructivo para remediar el problema.
Si algunos sentimientos negativos son aceptables y otros emanan del pecado, ¿cómo distinguirlos? El criterio para distinguir entre emociones negativas no relacionadas con el pecado y sí relacionadas con el pecado es este: cualquier sentimiento que resulta mutuamente excluyente de la compasión, ensuelve pecado. El principal sentimiento en una vida espiritual centrada en Cristo es una compasión profunda, preocupada por el bien de los demás. Pablo les recordó a los gálatas que después que habían conocido al Señor eran tan solícitos con él que hubieran estado dispuestos de todo corazón a darle sus propios ojos. Aparentemente Pablo sufría de una enfermedad de los ojos que impulsaba a los gálatas a una compasión de sacrificio. Realmente se preocupaban por los problemas de su hermano. ¡Qué ejemplo para mí! Yo hubiera estado muy dispuesto a pagarle la consulta del oculista, pero ¿donarle mis ojos? Es pedir demasiado. Y sin embargo, ese era el nivel de preocupación que caracterizaba a aquellos primeros cristianos llenos del amor de Cristo. El asunto es este: cualquier emoción que estorba el desarrollo o impide la expresión de ese tipo de compasión envuelve pecado. Los sentimientos negativos que no interfieran en ninguna forma con los sentimientos de compasión son perfectamente aceptables. A propósito, una buena manera de medir el compañerismo de uno con el Señor es el grado de compasión que se tiene por el mundo perdido y por una iglesia que sufre.

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