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viernes, 5 de agosto de 2016

Si el hijo os libertare, seréis verdaderamente libres...Él... me ha ungido para anunciar buenas nuevas a los pobres; me ha enviado para proclamar libertad a los cautivos y vista a los ciegos, para poner en libertad a los oprimidos

RECUERDA Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6




ASPIRAMOS LA LIBERTAD O SEGUIREMOS ESCLAVOS

LA  
ADICCIÓN  
SEXUAL

Como perro que vuelve a su vómito, así es el necio que repite su necedad (Proverbios 26:11).

Prenderán al impío sus propias iniquidades, y retenido será con las cuerdas de su pecado (Proverbios 5:22).

... y mayormente a aquellos que, siguiendo la carne, andan en concupiscencia e inmundicia... tienen los ojos llenos de adulterio, no se sacian de pecar ... seducen con concupiscencias de la carne y disoluciones a los que verdaderamente habían huido de los que viven en error. Les prometen libertad, y son ellos mismos esclavos de corrupción. Porque el que es vencido por alguno es hecho esclavo del que lo venció (2 Pedro 2:10-19).

Porque los labios de la mujer extraña destilan miel ... no te acerques a la puerta de su casa; para que no des a los extraños tu honor, y tus años al cruel.
Al punto se marchó tras ella, como va el buey al degolladero, y como el necio a las prisiones para ser castigado; como el ave que se apresura a la red, y no sabe que es contra su vida, hasta que la saeta traspasa su corazón (Proverbios 5:3,8,9; 7:22-23).
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Jaime fue iniciado en la pornografía cuando tenía siete años de edad. Cierto día fue llevado por su hermano mayor , a un amigo cuyo padre vendía películas pornográficas. 

Mientras Jaime espectaba fascinado las películas los otros dos se fueron a la recámara para lo que después descubrió era un encuentro homosexual. 

Jaime no volvería a ser el mismo. Este descubrimiento inicial lo introdujo de por vida a una esclavitud a la pornografía que lo transformó en un adicto sexual. (Al hermano de Jaime, que también era un adicto sexual, lo condenarían por la violación y el asesinato de dos mujeres y una joven años más tarde.) 

A Ricardo lo iniciaron en la adicción sexual cuando era un adolescente. Lo invitaron a la casa de un amigo a participar en una turbulenta orgía. Por años vivió una vida obsesionada por el sexo. 

Poco tiempo después de haberse casado, a través de la manipulación y de lanzarle implacables ataques de culpabilidad a su esposa, logró convencerla para que su matrimonio entrara al estilo de vida de los que comparten sexualmente a su pareja. 

Por doce años su esposa Rebeca vivió en constante degradación y vergüenza, hasta que conoció a Jesucristo y toda su vida cambió. Pasarían varios años antes de que Ricardo hiciera el mismo descubrimiento. 

Cierto día, siendo un adolescente, Manuel caminaba rumbo a casa por una carretera rural al salir de la escuela. Transitaba indiferente cuando vio que más adelante se detenía un carro. Le entró la curiosidad cuando vio que del vehículo arrojaban una caja. La abrió y encontró docenas de revistas pornográficas. 

Su vida nunca sería la misma. Siguieron años de adicción sexual, aun después de haberse convertido en cristiano cuando estaba en la universidad. Manuel llegó a ser gerente general de una estación de radio cristiana a pesar de su continua lucha con la pornografía. 

La verdad acerca de su vida secreta finalmente salió a la luz cuando abandonó a su fiel esposa y se fugó con la esposa de un pastor. 

Roberto se introdujo en la pornografía por primera vez cuando descubrió unas revistas bajo la cama de su padre. Le siguieron años de esclavitud. Cuando la pornografía ya no lo emocionaba, comenzó a andar a hurtadillas por las casas, espiando por las ventanas. Podía pasar horas en una ventana esperando ver un cuerpo humano. Después de arruinar un matrimonio y casi otro, Roberto al fin buscó ayuda.

ESCLAVITUD 
SEXUAL
Todos estos individuos compartían una cosa en común: eran adictos al comportamiento sexual compulsivo. Una adicción es una gama de hábitos no bíblicos de pensamientos y acciones que llega a ser un estilo de vida. Así como algunos se entregan a la euforia del alcohol o las drogas, otros desarrollan un estilo de vida de estímulo y éxtasis en torno al sexo. 

Cuando las personas intensifican de forma desmedida la importancia del sexo en sus vidas, este empieza a dictarles un estilo de vida y se obsesionan con los pensamientos sexuales. Con el tiempo pierden el control de con qué frecuencia, con quién y bajo qué circunstancias practicarán el sexo. Llegan a ser esclavos del comportamiento sexual compulsivo.

Lo que comienza como algo para «divertirse un poco» o «satisfacer los impulsos carnales» los hace caer cada vez más profundo en el fango de la esclavitud. «Y como ellos no aprobaron tener en cuenta a Dios, Dios los entregó a una mente reprobada» (Romanos 1:28).

Como el vendedor de drogas del vecindario seduce a alguien dándole marihuana gratis, con la intención de introducirlo a las drogas fuertes, asimismo Satanás sutilmente atrae a una víctima inconsciente a sus garras con algunas experiencias sexuales satisfactorias. Sin embargo, la Biblia promete que los deleites del pecado serán solo temporales (Hebreos 11:25). 

En un capítulo posterior hablaré de cómo Satanás usa la fantasía de forma magistral, en especial por medio de la pornografía, como un péndulo frente a la nariz de su víctima para atraparla.

Cuando la adicción aprieta sus garras sobre la víctima, la persona se inicia en ciertas rutinas o rituales especiales a los cuales se habitúa. El hombre adicto a mirar películas pornográficas podría comenzar por curiosear en los estantes de revistas pornográficas por un tiempo. Al aumentar su lascivia se aventurará a entrar a las galerías de películas, que son cuartos débilmente iluminados, ubicados en la parte trasera de algunas librerías en los Estados Unidos. 

De allí andará de estante en estante, en busca de la película perfecta (su última fantasía), hasta que al final satisfaga su lascivia. Personalmente puedo identificarme con este ritual en particular. Yo también entraba a una librería para adultos y caminaba alrededor de las cabinas de video, mirando los anuncios propagandísticos de cada una de las películas. Entonces, de forma metódica, andaba de estante en estante, adquiriendo la que más me llamaba la atención.

Un padrastro que practica el abuso sexual infantil podría tener una rutina diferente por completo. Tal vez comience mirando pornografía. Sin embargo, finalmente entrará a hurtadillas a la alcoba de la niña, donde dará rienda suelta a su lascivia.
Jorge empezó a abusar de su hija mayor desde que ella tenía diez años de edad. En cada ocasión pasaba unos momentos persuadiéndola y consolándola, a fin de convencerla de que esa era su manera de demostrar su «amor especial» hacia ella y diciéndole que eso sería el secretito de ambos. Su hija aceptaba de mala gana hasta que él trató de abusar de su hermana menor. Habiendo vivido el horror del abuso sexual, ella no podía tolerar que su hermana pasara por lo mismo.
Desesperaba, le contó a su maestra, quien de inmediato avisó a las autoridades.

  • Un exhibicionista por lo general lleva a cabo su rutina en un carro. Mientras va manejando, se introduce en su mente la idea de exhibirse ante una muchacha. Enseguida, esto llena su pensamiento hasta que en definitiva representa su fantasía frente a alguna víctima ingenua.
Samuel era un adolescente cuando empezó a sentir el deseo de exhibirse. Todas las mañanas, cuando un grupo de muchachas adolescentes atravesaba el patio de su casa rumbo a la escuela, él se masturbaba mientras las miraba por la ventana. Pese a que nunca se atrevió a dejarse ver, la idea de que las muchachas lo vieran masturbándose lo excitaba. Al ir envejeciendo, este impulso insistente continuaba atormentándolo. 

En repetidas ocasiones lo desechaba, pero no desaparecía. Cierto día estacionó su carro y se masturbó mientras pasaba una mujer. Hizo un buen trabajo para esconderse, pero el pensamiento de que ella lo viera era lo que lo excitaba. Repitió esa rutina con frecuencia por varios meses, hasta que al fin su lujuria lo venció y se rindió a la tentación. Permitió que una mujer lo viera llegar al climax. 

A pesar de que esto lo asustó terriblemente, se encontró repitiendo el acto una y otra vez. La masturbación sola ya no era suficiente para satisfacerlo.

  • La rutina del que hace llamadas telefónicas indecentes se parece mucho a la del exhibicionista, con la excepción de que su ritual lo hace en el teléfono. Al marcar los números de teléfono, el que llama se excitará al pensar en que alguna mujer sea lo suficiente ingenua como para escuchar lo que él dice. Aquí es cuando se satisface su lujuria.
Tomemos a Paco como ejemplo: Sus problemas empezaron con las «llamadas pornográficas». Se preparaba viendo pornografía y luego llamaba a un número especial donde una chica hablaba de sexo con él. Pero esto era demasiado fácil.

En vez de permitirse terminar con esta llamada, comenzaba a hojear la guía telefónica local llamando a distintos números, hasta que encontraba a una mujer que escuchaba sus libidi
nosas sugerencias y la gráfica descripción de su climax subsiguiente. 

  • El fisgón pervertido cruzará calles por horas con la esperanza de encontrar una ventana que le proporcione alguna excitación. Después de esperar con angustia, tal vez por horas, al fin una visión de un cuerpo humano entra en su campo visual. Este buen vistazo ocasiona la culminación de su lascivia. 
Javier está sentado en su casa en la noche, mirando la televisión, cuando la idea de todas esas ventanas potenciales comienza a tentarlo. Después que todo el mundo se ha ido a acostar, él sale furtivamente de la casa y recorre las calles en busca de una ventana con las cortinas abiertas. Luego de encontrar una, se quedará por largo rato hasta que pueda vislumbrar algo excitante. 

  • La adicta al sexo llevará a cabo su rutina en cantinas, yendo de hombre en hombre, noche tras noche. Intentará ver con cuántos hombres puede coquetear o bromear en una noche determinada, hasta que escoge a uno con quien dormir. Esto culminará su rutina nocturna. 
Beatriz, una mujer con cierto atractivo, era una cantante de un club nocturno a quien le encantaba seducir a los hombres. Disfrutaba de la atención que recibía del público cuando cantaba. Durante su presentación, escogía a un hombre a quien intentaría cautivar. Terminar en la cama con ese hombre la hacía sentirse increíblemente erótica y deseada como mujer. 

Si un hombre en el club nocturno no le ponía suficiente atención, tal vez por ser casado, ella tomaba eso como un reto para seducirlo. Todo ese tipo de conquistas le daba una tremenda satisfacción. Al final, Beatriz se casó, pero pronto le empezó a hacer falta la atención de los hombres y comenzó a tener aventuras secretas. Sin importar cuántos hombres hubiera logrado seducir, no podía alcanzar el punto donde estuviese en verdad contenta consigo misma como persona. Sin embargo, todo eso empezó a cambiar para ella cuando conoció a Jesucristo como su Salvador. 

  • Un individuo puede llevar a cabo su rutina deambulando por la llamada zona de tolerancia, refugio de las prostitutas. Cautivado por la escena, pasa con lentitud frente a cada muchacha, examinándola con cuidado. Comienza a fantasear y la lujuria se desarrolla en su corazón. Al final una de ellas atrapará su interés y buscará con afán sus servicios. 
Armando pasa horas manejando por las calles llenas de prostitutas. Esto representa la mitad de la emoción para él. En ocasiones se detendrá y hablará con una por un rato, pero por lo general no estará listo todavía para ponerle fin a su rutina. Así que continúa manejando. Al fin, después de que su deseo de sexo llega al máximo, selecciona a una de las muchachas y la lleva a un hotel, donde su rutina llega a su climax. 

  • El homosexual compulsivo practica su rutina de varias formas. Por lo general llega a donde acostumbran reunirse los gays de la localidad. Andará coqueteando hasta que encuentre a la persona «correcta». O decidirá ir a una galería de películas para adultos donde habrá hombres bisexuales o heterosexuales que acogerán sus servicios. Allí irá de hombre en hombre en el curso de la noche, hasta que por fin se canse y encuentre alguna manera de lograr placer para sí mismo. 
Ricardo hacía ambas cosas. Algunas noches iba a los bares de homosexuales o a las salas de masajes para gays, seleccionando a otro homosexual que lo atrajese. Ambos podrían tomar varios tragos juntos para irse conociendo entre sí y a la sazón terminarían la noche en la cama. 

Otras noches iba a las librerías de adultos y se relacionaba allí con otros homosexuales que se encontraran mirando películas pornográficas en las cabinas. En una noche determinada, podría tener sexo con una docena de hombres o más en esa cabina. Aunque había sido impulsado a hacer esto, era desconcertante para él recibir tan poca satisfacción.

Todas estas personas diferentes comparten algo en común: se han permitido tener pensamientos no bíblicos que dominan sus vidas, al grado de que llegan a ser adictos. Sus rutinas pueden diferir, pero todas tienen un patrón claro y perceptible que a la larga los conduce a «expresarse» sexualmente.

EL CICLO VICIOSO DEL PECADO

Una vez que el individuo se convierte en adicto al sexo, entra en un círculo vicioso de autodestrucción y degradación. Parece que entre más compulsiva o pervertida sea su conducta sexual, más severa es la sociedad para calificarlo y juzgarlo por ese motivo. Por consiguiente, su vida se consume por la culpabilidad y la vergüenza. 

Esto es en especial cierto de las personas que provienen de un ambiente cristiano o que están involucradas de modo activo en su iglesia local. Al transcurrir el tiempo, muchas cosas comienzan a suceder en la vida del adicto sexual. Disminuye de continuo su sentido de confianza y autoestima, y el vacío en su interior aumenta. Como resultado, empieza una búsqueda intensa y desesperada para llenar este vacío en su vida. Puesto que el sexo ha sido su elixir personal al que ha recurrido vez tras vez con desesperación, tal como un borracho se vuelve hacia la botella de licor, el adicto sexual perseguirá el objeto de su deseo. 

Por desdicha, después de apresurarse al sexo para encontrar consuelo o sencillamente una salida rápida, el adicto solo logrará acumular más vergüenza y desesperación sobre sí mismo. El foso llega a ser más profundo; la oscuridad aun más sombría. El adicto comienza a construir muros alrededor de sí. Al crecer la necesidad de protegerse a sí mismo, se aleja más de sus seres queridos. De esta manera ellos empiezan a sentir una barrera para comunicarse con el adicto. No pueden entender qué le está sucediendo y por qué ellos son incapaces de comunicares con él. 

Esta es una de las diferencias entre el alcohólico y el adicto sexual. Es raro que la forma de beber del alcohólico sea un secreto. Por lo general no le toma mucho tiempo a la gente descubrir un problema de alcoholismo. La familia del alcohólico puede llegar a comprender por qué se aisla. Sin embargo, con el adicto sexual la gente a menudo no tiene ni idea de lo que está pasando, y no puede entender su comportamiento. 

Jorge describe lo que sucedió con su familia: 

  • El alejamiento de mi familia comenzó sin que me diera cuenta de ello. Fue solo al recordar el pasado que pude ver la situación como en realidad había sido. Al principio esto involucraba solo a mi familia inmediata. Como resultado de mi obsesión egocéntrica con el sexo, mi esposa no obtenía el amor y la atención que ella en verdad merecía. Era comprensible la frustración que sentía por ese vacío en nuestra relación, que resultaba en innumerables discusiones, muchas de ellas graves.
EL CULPAR A LOS DEMÁS

El adicto sexual a menudo comienza a culpar a otra gente de sus dificultades. Aceptar la responsabilidad de su vida y de sus propios fracasos significaría tener que controlar su adicción. Reacio a aceptar la responsabilidad de sus acciones, debe encontrar a otros a quienes culpar. Permanece en constante estado de negación, aunque comprenda su adicción. Entre más niegue el carácter pecaminoso de su vida y de sus acciones, más culpará a los que están a su alrededor. 
  • «Es culpa de mí papá». 
  • «Es que mi esposa no me atiende». 
Trata de aparentar que el problema siempre se encuentra en otra persona. Culpar a otros es un proceso que se lleva a cabo en la mente del adicto sexual para justificar sus acciones. Culpa a los que están a su alrededor porque supuestamente siempre lo tientan con relación a ese tema. No admite la maldad de su conducta sexual, sino que inclusive puede negar cualquier otro pecado en su vida. 

El escritor del libro de Hebreos sabía de los efectos del pecado cuando advirtió: «Mirad, hermanos, que no haya en ninguno de vosotros corazón malo de incredulidad para apartarse del Dios vivo; antes exhortaos los vinos a los otros ... para que ninguno de vosotros se endurezca por el engaño del pecado» (Hebreos 3:12-13).

LA MANIPULACIÓN A LOS DEMÁS

Además de culpar a los otros, el adicto se convierte en manipulador. Puesto que siempre es la culpa de alguien, justifica sus acciones y su manipulación. Sus maniobras egoístas podrían incluir echarle algo de culpa a su esposa cada vez que ella pone en duda su conducta. 
  • «¡Siempre estás recriminándome algo!» 
  • «¡No confias en mí!» 
Estas son frases habituales de alguien que está en pecado de adicción. A menudo la sufrida esposa piensa que está volviéndose loca. 

Sus imputaciones de culpabilidad son tan convincentes que hasta el adicto mismo se las cree. Si fracasara convenciéndose a sí mismo de que sus problemas son culpa de los demás, tendría que enfrentarse a su propia culpabilidad. 
  • Fernando utilizaba sus habilidades de manipulación con su esposa a fin de involucrarla en su pervertido estilo de vida. Al principio hacía comentarios acerca de otros hombres mientras le hacía el amor. Luego aumentó sus esfuerzos. Era dulce y zalamero, tratando de persuadirla para que ella se involucrara en esa forma de vida. Más tarde comenzó a atacarla cuando su esposa se mantenía firme en su proceder decente. Él probaba una táctica tras otra buscando cómo vencerla. Al final ella se dio cuenta de que mientras se resistiera, nunca tendría un hogar feliz, y se rindió. No pasó mucho tiempo antes de que se involucrara con él en el estilo de vida de los que comparten su pareja sexualmente. Si trataba de protestar, él utilizaba un sarcasmo ofensivo para empequeñecerla y degradarla. Solo después de venir al Señor ella tuvo la determinación de restablecer su compromiso con la decencia.
Salomón podría haber estado describiendo a Fernando cuando dijo: 
«El hombre malo, el hombre depravado, es el que anda en perversidad de boca; que guiña los ojos, que habla con los pies, que hace señas con los dedos. Perversidades hay en su corazón; anda pensando el mal en todo tiempo; siembra las discordias» (Proverbios 6:12-14).

LA ADICCIÓN SEXUAL CRITICA Y ARREMETE

El adicto sexual también llega a criticar con severidad y a juzgar con dureza a los que están a su alrededor. 

Después que se ha colocado en un pedestal a través del proceso de la negación, se ve a sí mismo como incapaz de hacer algo malo. Repito, si tuviera que admitir que es vulnerable al fracaso o a las imperfecciones, tendría que enfrentarse a la realidad de sus acciones. Todo esto es parte de «el engaño del pecado».

En su interior, el adicto sexual sabe que está haciendo mal, así que ataca ferozmente a los demás con la crítica. Sus insultos mantienen a los otros por debajo de él, lo cual necesita para sentirse mejor acerca de sí mismo. Ese comportamiento le ayuda también a convencer a los demás (al menos en su retorcida manera de pensar) de que ellos son más culpables que él o ella de cualquier problema que pueda existir.
  • Como asistente de alguacil de Los Ángeles, asignado a una cárcel de máxima seguridad, a menudo me convertía por mi propia cuenta en un celoso juez. ¡No le dedicaba mucho tiempo a examinar la inmundicia de mi propia vida, pero era rápido para castigar a los fastidiosos reclusos por sus infracciones!
El adicto sexual también ataca ferozmente a sus seres queridos, a fin de protegerse a sí mismo de sus preguntas escudriñadoras. Si se mantiene inaccesible, no tendrá que responder por sus actos. Si su esposa trata de interrogarlo acerca de su vida personal, su maligna defensiva hará languidecer las buenas intenciones de ella y aprenderá con rapidez a mantener la boca cerrada. En el fondo de su mente el adicto sabe que su temperamento es su carta de reserva si su esposa comienza a examinar su comportamiento. 

Seguro que Salomón vio todo esto cuando dijo: 
«El que corrige al escarnecedor, se acarrea afrenta; el que reprende al impío, se atrae mancha. No reprendas al escarnecedor, para que no te aborrezca; corrige al sabio, y te amará» (Proverbios 9:7-8).

El individuo que está siendo controlado por el pecado con frecuencia será sumamente sensible ante la crítica. Puesto que su pecado sexual ha inflado tanto su ego, es fácil que lleve fuera de proporción todo menosprecio imaginable. 

Todo ese tiempo su profundo sentido de vergüenza debido a sus acciones refuerza su sentido de falta de mérito. Sin embargo, en vez de llegar ante la cruz de Jesucristo con esa gran necesidad, la mayoría de los adictos la manejará acrecentando un inflado sentido de su propia valía. Su pecado sexual crea un círculo vicioso que agita un torbellino de destrucción. 

Mientras mayor sea el pecado al que se entregue el adicto sexual, más profunda será la vergüenza, y peor se sentirá con respecto a sí mismo. Compensa la vergüenza haciéndose más arrogante. Dominado por el orgullo, se convierte en un individuo irritable en extremo. Mucho de su egocentrismo y arrogancia se disipa a medida que el hombre empieza a ser humilde.
  • Samuel, el exhibicionista, era de esta manera. Sentía una profunda vergüenza por su conducta. Aunque era engreído y arrogante ante los que lo rodeaban, dentro de sí mismo se sentía «raro». Sabía que traicionaba a su esposa, pero en vez de acercarse a ella con humildad, se hacía inaccesible. Samuel era tan sensible que ella no podía ni mencionar ninguno de sus defectos o fallas. No obstante, la verdad de su pecado salió a la luz cuando se exhibió ante la mejor amiga de su esposa.
LA CARNE ES CONTROLADORA
El pecado afecta a la gente de formas diferentes. En general, el pecado tiende a amplificar la naturaleza degradada de una persona. Si la persona es por naturaleza reservada, el pecado la conducirá a un aislamiento más profundo.
  • Marcos era un sargento de la fuerza aérea, asignado a un equipo especializado en rescate. Mientras prestaba sus servicios en Corea, se aislaba cada vez más de la gente que lo rodeaba. No se animaba a pedirle una cita a una muchacha. Mientras más se involucraba en su pecado sexual, tanto más su vergüenza destruía su confianza como hombre. Sin embargo, no tenía ningún problema en frecuentar las salas de masajes y los bares de moda ya que no era necesario tener una relación, ahí lo único que necesitaba era dinero. Al final, lo consumía un profundo odio hacia las mujeres. (Solo después de llegar a los pies de Cristo años más tarde y aprender a ser humilde fue que pudo liberarse de ese odio.)
Muchos hombres manejan la frustración de su miseria convirtiéndose en «extravagantes supercontroladores». Buscan controlar cada detalle de la vida a su alrededor. El menor revés de sus voluntades les causa gran agitación y frustración. 
  • Gonzalo admitió su necesidad de asistir a un Programa de Rehabilitación para adictos sexuales. No obstante, también tenía varias ideas preconcebidas de lo que sería la vida para él allí. En vez de entrar al programa de rehabilitación en busca de ayuda, con una actitud humilde por su situación de pecado y su desesperación, entró esperando que todo funcionara a su manera. ¡En realidad le envió una lista de exigencias al director del programa! Una vez en la instalación, Gonzalo se frustraba por su incapacidad de manipular a los que estaban a su alrededor, como había sido su costumbre. Su actitud llegó a ser intolerable para sus condiscípulos. Aunque quería ayuda y trataba de sobrellevar el programa de rehabilitación, sencillamente estaba renuente a entregar las riendas de su vida al Señor. El director del programa  tuvo que explicarle que con su actitud era imposible que pudieran ayudarle. Aunque el director le habló de una manera apacible y humilde, fue demasiado para Gonzalo. Salió de la oficina en un estallido de cólera. 
Para muchos, una situación como esta los hubiera colocado al borde del precipicio y de regreso al pecado. Sin embargo, Gonzalo se fue a un motel donde pudo reflexionar y cambió su actitud. 

A la mañana siguiente llamó al director y se disculpó con humildad. Se le permitió regresar a la instalación donde con el tiempo se quebrantó ante el Señor y su vida cambió. 
  • Carlos era un tipo de persona diferente por completo, su naturaleza amable y complaciente lo hacía una de las personas más adorables que uno pudiera encontrar. Pero nadie sabía que también era lujurioso. Como resultado, llevaba consigo un profundo sentido de culpabilidad y humillación por su pecado secreto. Carlos no era de ninguna manera una persona iracunda por naturaleza, ni controlador ni introvertido. Era muy popular, y parecía alcanzar su realización ganándose la admiración y el afecto de quienes le rodeaban. Su carácter amable solo servía para disfrazar un espíritu en extremo arrogante. Mientras más se entregaba a su pecado, más altivo se volvía. La actitud despreocupada de Carlos enmascaraba su arrogancia y su falta de sujeción a toda autoridad. En realidad se salía con la suya en muchas situaciones en su iglesia, porque a la gente le caía muy bien. 
Cuando Carlos llegó al programa de rehabilitación para adictos sexuales, Dios lo trató con mucha severidad por su espíritu rebelde y burlón. Y después de que él se hubo humillado y moderado, su vida dio un giro total. 

Aunque cada caso es distinto, la verdadera naturaleza de un hombre se hará más evidente a causa su pecado. El pecado, como la guerra, solo saca a relucir lo peor de la gente. 

ADICTOS SEXUALES PARANOICOS 
La paranoia es otro fenómeno que enfrenta el adicto sexual, pues imagina que los demás saben de su conducta secreta. 

  • Recuerdo una vez en que salía de una librería para adultos, después de haber cometido un acto de lascivia, cuando una patrulla con la sirena puesta se dirigía hacia donde yo estaba. ¡Mi imaginación desordenada me hizo creer que me perseguían! En otra ocasión, cuando iba en camino hacia una de esas librerías, vi un auto en el que iban mis amigos. A pesar de que giré el volante y me alejé de la librería, sentía que desde ese día en adelante me señalarían como pervertido. En realidad, ni la policía ni mis amigos tenían idea de lo que andaba haciendo.
  • Teodoro vivía aterrado creyendo que la gente sabía de su vida secreta. Estaba convencido de que todo el mundo en su trabajo sabía de su comportamiento anormal. Describía con gran detalle las cosas que habían sucedido en su trabajo para convencerse de que sabían de su conducta. También estaba seguro de que la policía lo tenía en la mira, veinticuatro horas al día. ¡Tardé mucho para convencerlo de que la policía no puede darse el lujo de vigilar a un exhibicionista!
Además de la paranoia, está la profunda vergüenza con la que a diario vive el adicto sexual. 
  • Me sentía muy hipócrita cuando iba a la iglesia. Siempre tenía un sentimiento molesto de que la gente de la iglesia de alguna manera sabía lo que hacía en secreto. Cuando al fin comencé a caminar en victoria, era liberador poder mirar a la gente directo a los ojos, sabiendo que no tenía nada que esconder. 
Tal como lo describe Salomón: «Huye el impío sin que nadie lo persiga; más el justo está confiado como un león» (Proverbios 28:1).

TODOS LLEGARÍAN A SER AFECTADOS
La adicción sexual trasciende a todos los grupos étnicos, raciales y a todo nivel social. 

La idea de que el desviado sexual es un hombrecillo asqueroso que sale arrastrándose de lugares inmundos se ha desvanecido en años recientes. Cada vez se van descubriendo personalidades más «respetables» en situaciones comprometedoras. 

En realidad, entre más respetable es un adicto, es probable que acarreará más vergüenza y mayor será su temor de ser descubierto y de que se le exhiba. La adicción sexual va más allá de la preferencia sexual. 

No todos los homosexuales son adictos a conductas sexuales compulsivas. Algunos viven con un compañero y no tienen necesidad de salir a aventurarse en la vida de parejas múltiples. Sin embargo, por lo general esto es una rara excepción. 

La homosexualidad, por su naturaleza, promueve la variedad en el sexo. El homosexual que desea arrepentirse de su conducta debe enfrentar problemas adicionales porque se ha visto a sí mismo como gay por muchos años. Esa ha sido su identidad. Cuando vivía en medio del pecado me veía a mí mismo como un hombre normal, aunque superdotado sexualmente. 

No obstante, un hombre que se ha visto involucrado en el estilo de vida gay a menudo se ve a sí mismo primero como homosexual y en segundo lugar como hombre. No solo tiene que superar la adicción sexual, sino que también espera que de alguna manera su preferencia sexual cambie. Sus amaneramientos y a menudo toda su identidad necesitarán transformarse. 

¿Puede esto en verdad suceder? ¡Con toda seguridad! La promesa de cambio y la certeza de la libertad del pecado está en el propio corazón del evangelio: 

«Así que, si el hijo os libertare, seréis verdaderamente libres» (Juan 8:36).
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viernes, 22 de julio de 2016

Para nosotros hay un solo Dios, el Padre, de quien proceden todas las cosas y nosotros somos para Él; y un Señor, Jesucristo, por quien son todas las cosas y por medio del cual existimos nosotros.

RECUERDA Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6




LA GRACIA SOBREABUNDA

LA GRACIA PROPORCIONA EL PODER  DE SER LIBRE DEL PECADO


Justo cuando el apóstol Pablo se estaba preparando para pronunciar su fabuloso tratado sobre la justicia, dio esta declaración: «Cuando el pecado abundó, sobreabundó la gracia» (Romanos 5:20). 

Es muy importante para el hombre cuya vida se ha caracterizado por actos lujuriosos saber que por mucho que se haya entregado al pecado, Dios tiene una medida de gracia todavía mayor para vencer ese pecado. 

La razón por la que Jesús vino fue para romper el poder del pecado sobre la vida del creyente. Pablo lo dijo de esta manera: «Porque la gracia de Dios se ha manifestado para salvación a todos los hombres, enseñándonos que, renunciando a la impiedad y a los deseos mundanos, vivamos en este siglo sobria, justa y piadosamente» (Tito 2:11-12). 

Sí, es cierto, la gracia es el medio por el cual la salvación está disponible para toda la humanidad. Sin embargo, es aun más que eso. La gracia también es una maestra, y su principal asignatura es enseñar cómo vivir una vida agradable a Dios. 

Cuando surge la tentación por algo profano, la gracia está ahí para enseñarnos a decir: «No». Cuando llega la ocasión para entregarse a alguna pasión mundana, la gracia nos enseña a rechazarla. No solo nos ayuda durante esos momentos de tentación, sino que la gracia diaria de Dios es una fuerza activa en la vida del creyente para que «vivamos en este siglo sobria, justa y piadosamente». 

Esto es justo lo que quería decir Pablo cuando dijo: «No os ha sobrevenido ninguna tentación que no sea humana; pero fiel es Dios, que no os dejará ser tentados más de lo que podéis resistir, sino que dará también juntamente con la tentación la salida, para que podáis soportar» (1 Corintios 10:13).

Es la gracia de Dios lo que nos faculta para resistir el agobiante deseo del pecado. En otros términos, el ambiente que proporciona la aceptación y el perdón cuando nos arrepentimos es el mismo ambiente piadoso que proporciona una senda a través de cada tentación a pecar. Es mi testimonio que en los últimos quince años ha sido la gracia de Dios lo que me ha mantenido sin entregarme a la poderosa lujuria por las mujeres que antes dominaba mi vida. 

Solo para dar un ejemplo de los muchos que podría compartir les contaré un incidente que sucedió en 1988. En ese tiempo solo tenía tres años de haber salido de la adicción al pecado. Estuve viajando, dictando una conferencia sobre el tema de cómo vencer la adicción sexual. 

Allí se encontraba una atractiva doctora que parecía muy interesada en los Ministerios Vida Pura. Hacía una gran cantidad de preguntas y parecía reacia a marcharse después de la conferencia. El hombre con el que yo viajaba tenía otros compromisos, y le pedí a ella que me llevara a la casa donde nos hospedábamos. En ese momento no había pasado por mi mente ninguna tentación. 

Parecía que esta señora tenía cierto interés en involucrarse con los Ministerios Vida Pura, así que me alegraba de tener la oportunidad de hablar con ella. No obstante, durante el recorrido a través de la ciudad, comencé a percatarme de su físico. Cuando llegamos a la casa, sentí que una lujuria irresistible por ella se apoderaba de mi mente. Era la misma demoníaca nube negra que había experimentado en el carro cuando viajaba a otra ciudad  a principios de ese año. 

Mientras experimentaba este intoxicante deseo, ella me aclaró que estaba disponible. Justo entonces, en ese momento crítico, me entró un temor aun más abrumador que la lujuria de que me sorprendieran si cometía adulterio. Este temor que me invadía era todo lo que necesitaba para escaparme de la situación. ¡Qué ejemplo de la maravillosa gracia de Dios que me sostuvo en ese instante! 

Si Dios me hubiera dejado solo, hubiera arrojado todo lo que el Señor había logrado en mi vida durante esos tres años. Habría destrozado la confianza que con tanto esmero y trabajo había restablecido con mi esposa.Habría arruinado a Ministerios Vida Pura, aun antes de que comenzaran a funcionar. 

En efecto, hubiera caído verticalmente en las profundidades del pecado una vez más. ¡No obstante, no estuve solo! La gracia de Dios estaba ahí para proporcionarme una vía de escape.

Si su gracia está ahí para el creyente, ¿por qué algunos hombres se hunden de continuo en sus tentaciones?. Aunque no lo comprendo del todo, el permanecer en Cristo hace posible que la gracia de Dios sustente al creyente. Como Juan dijo: «Y sabéis que él apareció para quitar nuestros pecados, y no hay pecado en él. Todo aquel que permanece en él, no peca; todo aquel que peca, no le ha visto, ni le ha conocido» (1 Juan 3:5-6,24).
      
Permítame ilustrar esto.

He tenido que viajar mucho. En otra ocasión estuve en un aeropuerto  cerca de Londres. Hay una pasarela movible que conduce hasta el centro de la terminal, probablemente una distancia de casi un kilómetro. Existen diversos bares, restaurantes y tiendas alineadas a cada lado. Si la persona desea encontrarse con el
pecado, ahí está al alcance de la mano.

Utilizando ese aeropuerto como ilustración del peregrinaje cristiano por la vida, la pasarela mecánica sería el objeto que representaría la gracia de Dios. Al permanecer seguro en Cristo, de alguna manera esto me mantiene firme frente a todas las tentaciones y trampas de este mundo. 

Mi responsabilidad es permanecer adherido a la vid. La obra de Dios es facultarme para vencer las tentaciones de la vida que aparecen en el camino. Mantenerme en una relación dependiente del Señor todos los días, a través de la oración y el estudio de la Biblia, me mantiene atado de forma segura a la vid y espiritualmente alimentado. Estos son los medios que utiliza el Señor para infundir su poder en mi vida. 

La pasarela movible es una ilustración de la gracia de Dios que me transporta a través de algunos lugares bastante infernales. No es mi propio esfuerzo el que logra liberarme. Es solo el poder de Dios. Él recibirá toda la gloria cuando llegue al cielo porque estoy consciente por completo de que no tengo la fuerza dentro de mí mismo para soportar tales tentaciones. 

Sí, si estuviese inclinado a cometer pecado podría en cualquier momento durante mi tránsito tomar el pasamanos y salirme a la esfera mundana, e ir a una librería que ofrece pornografía. Sin embargo, hay una salida espiritual que se llama temor al Señor y que se ha establecido dentro de mí. Es un rasgo protector agregado que se ha erigido en mi interior, el cual forma una barrera defensora suficiente para evitar que me extravíe hacia las siempre presentes seducciones que suministra el espíritu de este mundo. 

Aquellos cuyo temor de Dios ha sido paralizado por las enseñanzas de la «gracia desmedida» no disfrutan de esta protección añadida. En peores problemas aun están los que van por ahí sin la disciplina y la fortaleza espiritual que proviene de mantener una vida devocional diaria. 

Ahora tengo una mejor comprensión de su gracia maravillosa porque ella me ha sostenido por mucho tiempo. A través de los años la he visto funcionar para mi beneficio. Al principio de mi recorrido con el Señor no entendía bien la gracia. En realidad, tan asombroso como pueda parecer teniendo en consideración la profundidad del pecado en el que había estado involucrado antes, me habría podido convertir por completo en fariseo cuando comencé por primera vez a andar en victoria sobre el pecado sexual. 

Me di a mí mismo mucho crédito inmerecido por mi libertad. Llegue a ser notablemente similar al fariseo de Lucas 18, que dijo: «Dios, te doy gracias porque no soy como los otros hombres, ladrones, injustos, adúlteros, ni aun como este publicano; ayuno dos veces a la semana, doy diezmos de todo lo que gano» (Lucas 18:11-12). 


Me comparaba de continuo con los demás. Al igual que este fariseo, hacía muchas cosas correctamente. Mi fervor por el Señor era intenso. Estaba dispuesto a vivir una vida «agotadora» por Dios, sacrificando todo lo demás para servirle a él. Mi vida piadosa era firme, pero había perdido de vista cuán desdichado había sido y todo lo que el Señor había hecho por mí. Había llegado a ser muy orgulloso y autosuficiente.

Dios continuaba encargándose de mí. Él estaba reacio a dejarme en ese terrible estado. Cierto día de 1991, el Señor me ayudó de una manera por completo inesperada. A la siguiente semana tenía que aparecer en el programa Enfoque en la Familia. Me estaba preparando para compartir mi testimonio en ese programa, sabiendo que quizás millones de personas lo escucharían. 

En el fondo de mí mismo estaba ansioso de compartir con el mundo cómo yo había vencido el pecado sexual. Sin embargo, Dios no compartiría su gloria con nadie, ni siquiera conmigo. Durante ese tiempo me encontraba predicando en diversas iglesias por todo el país. 

Ese fin de semana en particular estaba programado para realizar los oficios religiosos en una iglesia. Mi esposa por lo regular viaja conmigo, pero comenzó a sentir un dolor en la espalda y decidió quedarse en casa. Yo tendría que hacer ese viaje de seis horas de duración por mi propia cuenta, y me sentía muy confiado.

Ese día manejé el largo recorrido, luchando a veces con la tentación de entrar en alguna ciudad por el camino para buscar pornografía o algo incluso peor. Sin embargo, logré controlar esos incesantes pensamientos y pude llegar a una gasolinería. Me detuve para llenar el tanque de gasolina y entré en la tienda para usar el servicio sanitario. 

Al abrirme paso por la tienda (¡a fin de apreciar de forma adecuada lo que sucedió después podría ser de utilidad que se imaginen que yo caminaba por el lugar con todo mi garbo farisaico!), me fijé que un hombre estaba de pie ante un estante de periódicos, mirando una revista de «muchachitas». Pase por su lado, atisbando por encima de su hombro con la esperanza de ver algún cuerpo semidesnudo. En efecto, la revista estaba abierta en una página pornográfica.

El vistazo de ese cuerpo me obsesionó todo el fin de semana. Por alguna razón logré llegar al culto del domingo, y el lunes por la mañana me encaminé a mi casa. 

Tan pronto como salí de la casa pastoral mi mente regresó con rapidez a aquella parada de camiones.«¡No! ¡No me detendré a mirar esa revista!», exclamé para mí mismo. Pero sin que importara cuán fuerte era mi disposición, el retrato de la muchacha continuaba fastidiándome. Al fin llegué al letrero que indicaba que la rampa de salida estaba a una milla de distancia. «¡No me detendré! ¡Voy a continuar con Dios!», grité. «¡Gloria, aleluya!»

Cuando apareció la desviación, me salí de la autopista, manejé directo hacia esa gasolinera, entré, y me saturé la mente con los retratos de esa revista. El corazón me latía de modo frenético el hojear esas páginas. Justo entonces, una vocecita dentro de mí me grito: «¡Corre!»

Sabiendo que era el Espíritu Santo, salí de inmediato e hice el largo viaje de regreso lleno de culpabilidad. En los días subsiguientes, me reprendía de continuo con vehemencia. Cierta mañana, mi autocondena llegó a su punto culminante. «¡Cómo pudiste ser tan estúpido! ¡Aquí estása punto de hablar por la radio a escala nacional y te has puesto a mirar pornografía! ¡Estúpido!» 

La injuria autoimpuesta continuaba sin cesar.

Antes de terminar esta historia, debo referirme a un incidente que me ocurrió hace diez años. Yo era cadete de la Academia de Alguaciles. Estaba por concluir el entrenamiento de dieciocho meses, y era uno de los afortunados que habían resistido la estricta academia. Una tercera parte de la clase de ciento cincuenta cadetes se había retirado. Los que habíamos logrado llegar hasta ahí vivíamos con 
un cierto grado de temor de hacer algo que pudiera causarnos la descalificación. 

Ese día en particular, los cadetes fuimos transportados en autobús a los terrenos de una feria para participar en clases de manejo intensivo de dos días de duración. Se llevaría a cabo un curso de alta velocidad para el cual se habían colocado en la extensa zona asfaltada conos anaranjados, de los que se usan para hacer señalamientos. Finalmente llegó mi turno. Lo primero que noté de la patrulla que me tocó conducir es que estaba equipada con una rejilla de seguridad. En el asiento del conductor estaba un casco esperándome... 

—Entra, ponte el casco y despega —me dijo el intrépido instructor, sentándose en el asiento del pasajero. Hice exactamente lo que me dijo. Iba manejando a alta velocidad cuando, para sorpresa mía, el instructor me gritó: «¡Más rápido!» 

De inmediato respondí aumentando la velocidad todavía más. Iba volando por las curvas particularmente difíciles. Perdí el control por un segundo y me vi forzado a salirme del carril. De inmediato regresé al camino a gran velocidad y terminé el curso. Me senté en silencio mientras el instructor hacía el papeleo. 

Sabiendo que me había salido del carril, me lamenté: —Supongo que no pasé el curso. Me sentía enfermo por dentro, pensando que esto podría afectar mi graduación de la academia. —¿Qué no pasaste? ¿Por qué crees que no pasaste? — preguntó. —Fallé en esa vuelta y me salí del carril —me quejé. —¡Sí, pero regresaste de inmediato al camino! ¡Lo hiciste grandioso! —exclamó. Diez años más tarde, al encontrarme en mi caminata matutina de oración, culpándome por ver la pornografía en la gasolinera, Dios me habló. (Aun después de todos estos años me brotan lágrimas de los ojos al recordar ese incidente.) 

En uno de esos momentos brillantes y eternos, volví a vivir el incidente que ocurrió una década antes en la patrulla. Ahora era el Señor el que me hablaba: «Cometiste un pequeño error. ¡Pero a partir de ahí has hecho todo magníficamente! Has acudido a mí en oración todos los días. Te has mantenido cerca de mí. Has estudiado con fidelidad la Palabra. ¡Sí, te saliste del carril por un momento, pero regresaste de inmediato a la vía!»

En se momento alcancé una verdadera revelación acerca de la gracia de Dios. ¡Desde ese día en adelante comprendí que mi victoria sobre el pecado no era por mis fuerzas, sino por la maravillosa gracia de Dios!
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