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sábado, 30 de septiembre de 2023

¿CUÁL ES EL PROCESO EN EL DESARROLLO DEL SERMON? . LA INTRODUCCIÓN AL SERMÓN - LE AYUDAMOS...




PROCESO EN EL DESARROLLO DEL SERMON

Un mensaje bien preparado contiene cuatro partes principales:



1. LA INTRODUCCION DEL SERMON
Lo primero que necesita el predicador es establecer comunicación con su auditorio. La introducción es el proceso mediante por el cual el predicador trata de preparar las mentes y de asegurar el interés de sus oyentes en el mensaje que tiene que proclamar. 

La introducción es una parte vital del mensaje, y el éxito de todo éste depende a menudo de la capacidad del ministro de conseguir el apoyo de sus oyentes en el inicio del discurso.

Principios para la preparación de la introducción
1. Debe ser generalmente breve
2. Debe ser interesante
3. Debe conducir a la idea dominante o punto principal del mensaje
    Debe despertar el interés y fijar la atención de los oyentes
    Debe relacionar el mensaje con algún conocimiento que posee el auditorio
4. Debe preparar el camino para la presentación del mensaje que seguirá

Buenas cualidades de la introducción
1. Breve
2. Directa
3. Sencilla
4. Lógica, y debe estar bien relacionada con la presentación o desarrollo del tema.

LA INTRODUCCION: Debe despertar el interés y fijar la atención de los oyentes.

miércoles, 27 de marzo de 2019

Dios inicia el amor, lo derrama sobre su pueblo y espera...

PARA RECORDAR ... El que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6



 
Dios muestra lo que es por lo que hace.


Juan ya mencionó el tema del amor en pasajes anteriores (2:7–11; 3:11–18, 23). Ahora, en un cambio abrupto, presenta un análisis completo de este tema. En su consideración Juan continúa formulando contrastes y paralelismos. Los eruditos probablemente estén en lo correcto cuando consideran que los versículos 7–10 son una expresión poética (compárese con 2:12–14). A fines de una mayor claridad, escribo los cuatro versículos siguientes en forma poética.

    7. Queridos amigos, amémonos unos a otros,
         porque el amor viene de Dios.
      Todo el que ama ha nacido de Dios
         y conoce a Dios.
    8. El que no ama no conoce a Dios
         porque Dios es amor.

Estos dos versículos y los dos siguientes están entre los más atesorados de toda la epístola. Hablan del amor que se origina en Dios y describen al creyente como una persona que ama y conoce a Dios. En contraste con esto, el incrédulo no ama porque no conoce a Dios.

a. “Queridos amigos, amémonos unos a otros”. Juan se dirige a los lectores usando el término familiar queridos amigos (2:7; 3:2, 21; 4:1, 7, 11) que literalmente significa “amados”. Incluye en esta oración una exhortación al amor mutuo. Aquí él no está analizando el afecto que los miembros de una familia sienten unos por otros. En cambio, lo que hace es escribir el verbo amar, que significa “amor divino”. Juan indica que Dios inicia el amor, lo derrama sobre su pueblo y espera que a su vez los miembros de dicho pueblo manifiesten ese mismo amor unos por otros.

b. “Todo aquel que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios”. Esta es, pues, la señal distintiva del creyente. La persona que nace de Dios (2:29; 3:9; 5:1) es una ventana a la vida a través de la cual el amor de Dios brilla en el mundo. El creyente manifiesta su amor a su prójimo haciendo por el prójimo lo que él mismo desea que hagan por él. En definitiva, él muestra su amor obedeciendo la Regla de Oro (Lc. 6:31). Su amor es genuinamente abnegado.
El creyente ama a su prójimo como a sí mismo, porque, como escribe Juan, ese creyente conoce a Dios. Es decir, él tiene comunión con Dios el Padre y con su Hijo (1:3) y refleja por consiguiente la virtud del amor.
De paso, cuando Juan dice: “[El] conoce a Dios”, quizá haya tenido la intención de rebatir a los herejes gnósticos de su tiempo que alardeaban de su conocimiento de Dios.

c. “El que no ama no conoce a Dios”. Juan compara al creyente con el incrédulo y señala que cuando el amor está ausente el conocimiento de Dios no existe. La persona que no está en comunión con Dios por medio de la oración y que no lee la Biblia no puede ser un instrumento por medio del cual Dios demuestra su amor divino. El incrédulo ni siquiera ha comenzado a conocer a Dios. Sin conocimiento de Dios, no hay amor. El amor y el conocimiento de Dios son dos caras de la misma moneda.

d. “Dios es amor”. Los niños aprenden estas palabras en el hogar y en la iglesia. Los adultos atesoran estas tres palabras ya que en ellas Juan ha declarado una de las características de Dios: el amor. Esto significa no solamente que Dios ama a su creación y a su gente, o que Dios está lleno de amor. Quiere decir que en su mismo ser Dios es amor. Y este es el mensaje que Juan comunica en su epístola.

Agustín dice que: “Si no se dijese nada en alabanza del amor en las páginas de esta epístola, si nada se dijese en las páginas de toda la Escritura, y sólo esta frase fuera todo lo que nos dijera la voz del Espíritu de Dios: “Porque Dios es amor”; nada más haría falta.

Juan comienza el v. 7 con la palabra Amados (usada seis veces en 2:7; 3:2, 21; 4:1, 7, 11) que expresa su preocupación por el bienestar de los miembros de sus congregaciones.

Los gnósticos pretendían conocer a Dios y ser hijos de Dios pero no habían practicado el amor de Dios. Juan apela a sus lectores para que expresen y verifiquen su conocimiento de Dios por medio de la práctica del amor. Dios es amor y los creyentes han nacido de este amor, de modo que deben vivir en el amor y practicar el amor.

El v. 8 presenta esta verdad en forma negativa:
El que no ama no ha conocido a Dios. Sigue con una de las grandes afirmaciones de la Biblia: Dios es amor. Hay una descripción gráfica de Dios en esta expresión así como en las otras dos:
  • “Dios es espíritu” (Juan 4:24) y 
  • “Dios es luz” (1 Jn. 1:5).
  • Dios muestra lo que es por lo que hace. Mostró su amor para con nosotros en su obra redentora por medio de su Hijo quien es la expiación (sacrificio) por nuestros pecados. Al examinar las palabras envió y unigénito vemos otra vez la relación íntima entre el Hijo y el Padre. Jesús no llegó a ser Hijo unigénito después de nacer como hombre (encarnación) sino ya lo era antes de ser enviado. Jesús afirmó: “Yo y el padre uno somos” (Juan 10:30). Juan vuelve a insistir en que la teología está vacía si no resulta en acción ética: Si se ha recibido el amor de Dios no se puede menos que amar a otros. Porque Dios actuó en amor, nosotros debemos obrar en amor.
  • La frase Nadie ha visto a Dios jamás (v. 12) nos llama la atención. La ausencia del artículo enfatiza la naturaleza del Padre. Nadie ha visto al Padre en toda su gloria celestial, salvo por medio de su Hijo encarnado. Jesús dijo: “El que me ha visto, ha visto al Padre” (Juan 14:9; ver Juan 6:46). Juan explica que los que conocen a Dios por medio de su amor tienen el privilegio de permanecer en Dios y Dios en ellos. El amor de Dios se ha perfeccionado en nosotros. La dádiva el Espíritu Santo confiere seguridad en cuanto a la permanencia de Dios en nosotros. 
  • Aunque Juan no usa el término “Trinidad”, el concepto se encuentra frecuentemente en sus escritos. El amarse los unos a los otros y la permanencia de Dios en nuestra vida son credenciales del creyente que forman una parte vital en la proclamación del evangelio. Juan y los otros discípulos dieron testimonio de que Dios envió a Jesús a ser el Salvador del mundo. Asimismo, cada creyente debe afirmar esta verdad con su propio testimonio.

ARMA TU PREDICA
Dios es amor
4:7–19
Introducción:
“Dios es amor”. Todo tiene su fuente en el Dios de amor. El amor proviene de Dios y nos llueva a Dios. En el amor de Dios vemos cosas como la creación, el libre albedrío, la providencia, la redención y el más allá.
        I.      El amor emana de Dios y es un atributo de Dios, vv. 8, 19.
    1.      El que no ama, no ha conocido a Dios.
    2.      Dios nos amó primero.
        II.      El amor a Dios resulta en amor a otros, vv. 7, 11.
    1.      El que ama es nacido de Dios.
    2.      El amor viene de Dios.
        III.      El amor provee la salvación, vv. 9, 10, 14.
    1.      Dios envió a su Hijo para mostrar su amor.
    2.      Jesús es la propiciación por nuestros pecados.
    3.      Dios envió a su Hijo para ser el Salvador del mundo.
        IV.      El amor provee el Espíritu que mora en nosotros, vv. 12, 13, 15, 16.
    1.      Dios permanece en nosotros.
    2.      Dios ha perfeccionado su amor en nosotros.
    3.      El que permanece en amor permanece en Dios.
        V.      El amor da seguridad en el día de juicio, v. 17.
    1.      Tendremos confianza.
    2.      Seremos como él es.
        VI.      El amor borra el temor, v. 18.
    1.      El amor echa fuera el temor.
    2.      El temor no permite el perfeccionamiento del amor.
Conclusión: Amémonos unos a otros porque el amor es de Dios.
El amor es incompatible con el odio, 1 Juan 4:20–5:1.

miércoles, 6 de abril de 2016

No se unan en yugo desigual con los incrédulos, pues ¿qué asociación tienen la justicia y la iniquidad? ¿O qué comunión la luz con las tinieblas? ¿O qué armonía tiene Cristo con Belial? ¿O qué tiene en común un creyente con un incrédulo?

RECUERDA Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6




Matrimonio: Unión con consejo divino
2Corintios 6:14-15
14No estéis unidos en yugo desigual con los incrédulos, pues ¿qué asociación tienen la justicia y la iniquidad? ¿O qué comunión la luz con las tinieblas? 15¿O qué armonía tiene Cristo con Belial? ¿O qué tiene en común un creyente con un incrédulo?
¿Qué pasa cuando nos damos cuenta de que nos hemos casado con alguien inmensamente diferente?

Confusión e impaciencia en el matrimonio cuando se conversa acerca de las diferencias
Todos sufrimos confusión y muchos actuamos inadecuadamente, cuando nos damos cuenta de que nos hemos casado con alguien inmensamente diferente. El problema no es lo que sentimos, sino cómo actuamos por lo que sentimos.
Hay momentos en que enfrentar la realidad es realmente difícil. Sin embargo, es mucho más lamentable y peligroso vivir tratando de ignorarla. Si usted ha elegido el matrimonio para poder vivir en el mundo de la fantasía o muy pronto terminará su fantasía o lamentablemente terminará su matrimonio. 
Es verdad que generalmente somos atraídos por personas diferentes, pero la historia es totalmente diferente cuando tenemos que vivir con ellas. Esa es una razón por la que la mayoría de las parejas tienen serios conflictos cuando descubren lo diferentes que son.
Muy pronto terminará su fantasía o lamentablemente terminará su matrimonio.
Todo cónyuge en determinado momento comenzará a vivir temporadas de antagonismo al notar lo diferente que es la persona con quien eligió casarse. Todo matrimonio tarde o temprano tendrá uno de esos diálogos que en vez de traer esperanza, nos deja con un sabor amargo y que en vez de ayudarnos a encontrar respuestas, nos crea un sinnúmero de signos de interrogación. 

Es posible que alguna vez usted haya escuchado algunas de la siguientes declaraciones: 
  • «Somos tan diferentes que lo mejor sería separarnos», 
  • «Somos demasiado diferentes, y aunque no creo que es bueno separarse,           creo que de aquí en adelante debes hacer las cosas a tu manera porque yo         las haré a la mía», 
  • «Cuando yo pienso blanco, tú piensas negro», 
  • «Estas diferencias nunca terminarán». 

Por supuesto que no son palabras fáciles de escuchar y mucho menos si éstas salen de los labios de aquella persona con quien nos comprometimos a permanecer juntos para toda la vida.

Por dolorosas que sean estas palabras, sin duda, expresan grandes verdades. 
Lo desagradable es que nos anuncian que vienen consecuencias que ningún ser racional desea. Separarse o divorciarse por las diferencias, es tan ridículo como querer casarse con alguien que sea igual a uno. 

Resentirse y no aceptar las diferencias es como querer tener a su lado un robot. Alguien que hable, piense, haga y diga todo lo que uno le mande. 

Pero, ¿es realmente eso lo que busca el cónyuge que está haciendo estas declaraciones? Mi respuesta enfática a esta pregunta es un rotundo no. Lo que generalmente la persona busca es ser entendida, y en medio de su frustración expresa su desaliento. 

Obviamente este cónyuge siente que sus puntos de vista, sus formas de hacer las cosas, sus anhelos, sus deseos, no se están tomando en cuenta en la medida que espera.

Hoy, a diferencia de lo que pensaba antes, y después de muchos años de matrimonio, pienso que tras estas declaraciones se encuentra oculto un buen mensaje que se está entregando con el propósito de que sea comprendido. 
Debo reconocer que no siempre he pensado tan positivamente, pues hubo momentos en que al escuchar estas declaraciones de preocupación de mi esposa, sentí que todo mi mundo familiar se desmoronaba. 
Cada vez que escuchaba estas palabras me parecía oír el anuncio de una separación, sobre todo cuando concluíamos que no valía la pena seguir hiriéndonos.
 Era amenazante pensar que no tenía sentido seguir juntos si cada vez que yo hacía algo que a ella no le agradaba, o cada vez que ella hacía algo que a mí no me agradaba, volvíamos a discutir acaloradamente acerca del problema, y una vez más, después de conversar y expresar cada uno sus puntos de vistas, llegaríamos a la repetida y decepcionante conclusión: «Somos demasiado diferentes».
Cada vez que escuchaba estas palabras me parecía oír el anuncio de una separación.
En determinados momentos y queriendo entender nuestras diferencias, tanto mi esposa como yo, tomamos el tiempo para pensar en el pasado y estudiar los antecedentes familiares de cada uno. 

Después de analizar las respectivas familias, llegamos a la conclusión de que una de las razones por la cuales somos tan diferentes es por la forma tan diferente en que fuimos criados. Creo que todos estamos de acuerdo con esta conclusión, pero una conclusión no es una solución, sobre todo cuando sabemos que tal vez nuestras diferencias nunca terminen y que algunas de ellas nos acompañarán toda la vida. 

El resultado de este frío análisis ha sido la frustración de mi esposa, su desesperanza y su respectiva declaración comunicándome que ella no podía vivir tranquila con estas diferencias. Precisamente en aquellos momentos aparecía en mi mente una gran incógnita. Si no podemos vivir tranquilos con nuestras diferencias, ¿cuál debería ser la solución o cuál debería ser el siguiente paso? Me pregunté muchas veces, ¿qué debe hacer una pareja que no sabe cómo vivir con sus diferencias?

Soy de las personas que piensan que determinaciones tan importantes como estas de ninguna manera deben ser producto de una decisión emocional, abrupta y sin profunda meditación. Esa es la razón por la que, cuando tuvimos estas dificultades en nuestro matrimonio, decidí pensar seriamente sobre el asunto. 

Tomé la decisión de investigar lo que Dios desea que todos nosotros hagamos cuando nos encontremos en esas circunstancias. Me repetí constantemente a mí mismo: Si Dios nos creó diferentes y permitió que con diferentes antecedentes, deseos, costumbres, anhelos y metas lleguemos a ser un matrimonio que está supuesto a convivir en la relación interpersonal más cercana e íntima de este mundo, es imposible que Él no tenga una respuesta, no es posible que no haya dejado un camino para poder convivir. 

Mi conclusión una vez más me daba esperanza pues Dios es el autor del matrimonio, Él creó la familia y sin duda tiene respuestas a nuestras más grandes interrogantes.

Creo que la mayoría de los cristianos, cuando buscamos el consejo divino, actuamos de la misma manera. Generalmente estamos esperando que Su consejo coincida con nuestras expectativas, pero muy pronto me di cuenta de que las respuestas que yo esperaba no eran las que la Biblia me entregaba. 

Una vez más tenía que ser recordado que las respuestas divinas no siempre son las que los orgullosos y egoístas seres humanos esperamos. Si las respuestas hubieran sido lo que mi esposa y yo esperábamos, 

Dios habría tenido que darnos dos respuestas diferentes y al aplicar sus consejos, en vez de terminar nuestros conflictos más bien nos habríamos metido en otros mayores porque tanto mi esposa como yo, esperábamos que la Biblia nos diera la razón.

La fórmula divina que descubro en las páginas de la Biblia realmente me resulta paradójica porque rompe los ideales humanos de la misma forma que lo hacen muchos de sus principios. 
En la historia podemos notar que cada vez que una sociedad ha encontrado una desarmonía entre sus valores y los valores divinos, ésta ha tratado de ridiculizar los categóricos principios y mandamientos divinos. 
A través de los siglos, los hombres han rechazado los altos valores divinos, porque sin duda, éstos se salen de las expectativas humanas. Las fórmulas divinas no son fácilmente aceptadas por nosotros los humanos. Es difícil aceptar que si nos humillamos, seremos exaltados y si sufrimos seremos bienaventurados. Estas son fórmulas que no encajan en nuestro orgulloso corazón. 
Pero, Dios no se ha equivocado. Estos fueron los principios que rigieron la vida de Jesucristo, y aunque a los ojos de sus contemporáneos puede haber terminado como un perdedor, ante los ojos de Dios-Padre, su humillación le llevó a la exaltación y su actitud de siervo a la posición de Rey.
Es difícil aceptar que si nos humillamos, seremos exaltados.
Después de pensar en todo lo expuesto, creo que fundamentalmente el éxito de la relación conyugal radica en aceptarnos tal como somos. Ninguno debe intentar cambiar a su cónyuge, más bien cada uno por sí solo debe determinar hacer todos los cambios que sean indispensables para la adecuada relación matrimonial.

Estos cambios serán efectivos siempre y cuando se tome en cuenta las necesidades de la persona amada y cuando nuestra determinación de cambiar no esté basada exclusivamente en la opinión humana sino en el consejo divino, aunque éste vaya en contra de los anhelos humanos.
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miércoles, 13 de enero de 2016

Tú has rechazado el conocimiento, yo también te rechazaré para que no seas mi sacerdote; como has olvidado la ley de tu Dios, yo también me olvidaré de tus hijo

RECUERDA Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6




Historia de la Iglesia: I
La iglesia antigua
Desde los inicios del cristianismo hasta que Constantino les puso fin a las persecuciones (Edicto de Milán, año 313). Fue un período formativo que marcó pauta para toda la historia de la iglesia, pues hasta el día de hoy seguimos viviendo bajo el influjo de algunas de las decisiones que se tomaron entonces.

El cristianismo surgió en un mundo que tenía ya sus propias religiones, sus culturas y sus estructuras políticas y sociales.
Para entender la historia del cristianismo, hay que saber algo acerca de ese trasfondo en el que la nueva fe se abrió camino y fue estructurando su vida y sus doctrinas.

El trasfondo más inmediato de la naciente iglesia fue el judaísmo —primero el judaísmo de Palestina, y luego el que existía fuera de la Tierra Santa.

El judaísmo de Palestina no era ya el que conocemos a través de los libros del Antiguo Testamento. Más de trescientos años antes de Cristo, Alejandro Magno (o Alejandro el Grande) había creado un vasto imperio que se extendía desde Grecia hasta Egipto y hasta las fronteras de la India, y que por tanto incluía toda la Palestina. Una de las consecuencias de esas conquistas fue el «helenismo», nombre que se le da a la tendencia de combinar la cultura griega que Alejandro había traído con las antiguas culturas de cada una de las tierras conquistadas.

A la muerte de Alejandro, algunos de su sucesores quedaron como dueños de Siria y Palestina. Contra ellos se rebelaron los judíos bajo la dirección de los Macabeos, y lograron un breve período de independencia, hasta que los romanos conquistaron el país en el año 63 a.C. Por tanto, cuando Jesús nació Palestina era parte del Imperio Romano.

Este judaísmo de Palestina no era todo igual, sino que había en él diferentes partidos y posturas religiosas. Entre ellos se destacan los zelotes, los fariseos, los saduceos y los esenios. Estos grupos diferían en cuanto al modo en que se debía servir a Dios, y también en sus posturas frente al Imperio Romano. Pero todos concordaban en que hay un solo Dios, que ese Dios requiere cierta conducta de su pueblo, y que algún día ese Dios cumplirá sus promesas a ese pueblo.

Fuera de Palestina, el judaísmo contaba con fuertes contingentes en Egipto, Asia Menor, Roma y hasta los territorios de la antigua Babilonia. Esto es la llamada «Dispersión» o «Diáspora». El judaísmo de la Diáspora daba señales del impacto de las culturas circundantes. En el Imperio Romano, esto se manifestaba en el uso de la lengua griega —la lengua más generalizada en el mundo helenista— por encima del hebreo o del arameo —la lengua más usada en la parte de la Diáspora que se extendía hacia Babilonia. 

Fue por eso que en la Diáspora —en Egipto— el Antiguo Testamento se tradujo al griego. Esa traducción se llama la «Septuaginta», y fue la Biblia que los cristianos de habla griega usaron por mucho tiempo. También en Egipto vivió el judío helenista Filón de Alejandría, que trató de combinar la filosofía griega con el judaísmo, y fue por tanto precursor de los muchos teólogos cristianos que trataron de hacer lo mismo con el cristianismo.

Empero desde bien temprano la iglesia comenzó a abrirse camino más allá de los límites del judaísmo, hasta tal punto que pronto se volvió una iglesia mayormente de gentiles. Para entender ese proceso, hay que saber algo del ambiente político y cultural de la época.

En lo político, toda la cuenca del Mediterráneo era parte del Imperio Romano, que le había dado unidad a la región. En cierto modo, esa unidad política facilitó la expansión del cristianismo. Pero esa unidad se basaba también en el sincretismo, en que florecía toda clase de religión y de mezcla de religiones, y que fue una de las peores amenazas al cristianismo. Y esa unidad política se basaba también en el culto al emperador, que fue una de las causas de la persecución contra los cristianos.

En el campo de la filosofía, predominaban las ideas de Platón y de su maestro Sócrates, que hablaban de la inmortalidad del alma y de un mundo invisible y puramente racional, más perfecto y permanente que este mundo de «apariencias».
Además, el estoicismo, doctrina filosófica que proponía altos valores morales, había alcanzado gran auge.
Dentro de ese marco, la nueva fe se fue abriendo camino, pero al mismo tiempo se fue definiendo a sí misma.
Aparte los libros del Nuevo Testamento, los escritos cristianos más antiguos que se conservan son los de los llamados «Padres apostólicos». Es a través de estas cartas, sermones y tratados que sabemos algo acerca de la vida y enseñanzas de los cristianos de la época.
La primera y más importante tarea del cristianismo fue definir su propia naturaleza ante el judaísmo del cual surgió. Como se ve en el Nuevo Testamento, buena parte del contexto en que tuvo lugar esa definición fue la misión a los gentiles.

Esta es una historia que conocemos principalmente por el Nuevo Testamento. Allí vemos, especialmente en las cartas de Pablo y en el libro de Hechos, el reflejo de las difíciles decisiones que la iglesia tuvo que hacer en sus primeras décadas. ¿Sería el cristianismo una nueva secta dentro del judaísmo? ¿Se abriría a los gentiles? ¿Cuánto del judaísmo tendrían que aceptar los gentiles conversos? Tales fueron las preguntas que dominaron la vida de la iglesia en sus primeras décadas.

Pronto el cristianismo tuvo sus primeros conflictos con el estado…. Esos conflictos con el estado produjeron mártires y «apologistas». Los primeros sellaron su testimonio con su sangre.

En el libro de Hechos, cuando se persigue a los cristianos, quienes lo hacen son generalmente los jefes religiosos entre los judíos. Lo que es más, en varias ocasiones las autoridades del Imperio intervienen para detener un motín, y salvan así de dificultades a los cristianos.

Pronto, sin embargo, las cosas comenzaron a cambiar, y fue el Imperio el que empezó a perseguir a los cristianos. En el siglo primero, las peores persecuciones tuvieron lugar bajo Nerón (emperador del 54 al 68) y Domiciano (81–96). Aunque cruentas, parece que estas persecuciones fueron relativamente locales.

En el siglo II la persecución se fue haciendo más general, aunque en términos generales se siguió la política de Trajano (98–117), de castigar a los cristianos si alguien los delataba, pero no emplear los recursos del estado para buscarlos. 

Por ello, la persecución fue esporádica, y dependía en mucho de circunstancias locales. Entre los mártires del siglo II se cuentan Ignacio de Antioquía, de quien tenemos siete cartas, Policarpo de Esmirna, de cuyo martirio se conserva un relato bastante fidedigno, y los mártires de Lión y Viena, en la Galia.

En el siglo III, aunque con largos intervalos de relativa tranquilidad, la persecución fue arreciando. El emperador Septimio Severo (193–211) siguió una política sincretista, y decretó la pena de muerte a quien se convirtiera a religiones exclusivistas como el judaísmo o el cristianismo. 

Bajo él sufrieron el martirio Perpetua y Felicidad. Decio (249–251) ordenó que todos sacrificaran ante los dioses, y que se expidieran certificados al respecto. Los cristianos que se negaran a ello debían ser tratados como criminales. Valeriano (253–260) siguió una política semejante.

Empero la peor persecución vino bajo Diocleciano (284–305) y sus sucesores inmediatos. Primero se expulsó a los cristianos de las legiones romanas. Luego se ordenó la destrucción de sus edificios y libros sagrados. Por último la persecución se hizo general, y se comenzó a practicar contra los cristianos toda clase de torturas y suplicios.

A la muerte de Diocleciano, algunos de sus sucesores continuaron la misma política, hasta que dos de ellos, Constantino (306–337) y Licinio (307–323) le pusieron fin a la persecución mediante el llamado «Edicto de Milán» (año 313).
Fue dentro de ese contexto que la nueva fe tuvo que determinar su relación con la cultura que le rodeaba, así como con las instituciones políticas y sociales que eran expresión y apoyo de esa cultura. Los apologistas trataron de defender la fe cristiana frente a las acusaciones de que era objeto. (Y algunos, como Justino, fueron primero apologistas y a la postre mártires.) Fue en ese intento de defender la fe que se produjeron algunas de las primeras obras teológicas del cristianismo.

En cierta medida, las persecuciones se basaban en una serie de rumores y opiniones que circulaban en torno a los cristianos. De ellos se decía, por ejemplo, que practicaban varias formas de inmoralidad. Y se decía también que su doctrina carecía de sentido, y que era propia de gente que no pensaba.

En respuesta a esto, los apologistas escribieron una serie de obras con el doble propósito de desmentir los falsos rumores en cuanto a las prácticas cristianas, y de mostrar que el cristianismo no era una sinrazón. Luego, la tarea principal que los apologistas se impusieron fue aclarar la relación entre la fe cristiana y la antigua cultura grecorromana.

Algunos de los apologistas adoptaron hacia esa cultura una actitud francamente hostil. Su defensa del cristianismo consistía principalmente en mostrar que la cultura supuestamente superior del mundo grecorromano no lo era en realidad. El principal apologista que tomó esta postura fue Taciano.

Otros adoptaron la postura contraria. En lugar de atacar la cultura pagana, sostuvieron que esa cultura tenía ciertos valores, pero que esos valores le venían del cristianismo, o al menos del judaísmo. 

Así, un argumento común fue que, puesto que Moisés fue antes de Platón, todo lo bueno que Platón dijo lo aprendió de Moisés.

Pero el argumento más poderoso, y el que a la postre hizo fuerte impacto en la teología cristiana, fue el de Justino con respecto al «Logos» o Verbo de Dios. Justino fue el más grande de los apologistas del siglo II, y a la postre selló su propia fe con su sangre —por lo que se le conoce como «Justino Mártir». 

Según él, como dice el Evangelio de Juan, el Verbo o Logos de Dios alumbra a todos lo que vienen al mundo —inclusive los que vinieron antes de la encarnación del Verbo en Jesús. Por tanto, toda luz que cualquier persona tenga o haya tenido la recibe del mismo Verbo que los cristianos conocen en Jesucristo. De ese modo, Justino podía aceptar cualquier cosa de valor que encontrara en la cultura y filosofía paganas, y añadirla a su entendimiento de la fe. 

A través de los siglos, esta doctrina del Logos como fuente de toda verdad, doquiera ésta se encuentre, ha hecho fuerte impacto en la teología cristiana, y en el modo en que algunos cristianos se han relacionado con la cultura circundante.
Pero había además otros retos a la fe: lo que la mayoría de los cristianos llamó «herejías» —es decir, doctrinas que hacían peligrar el centro mismo del mensaje cristiano.

El crecimiento de la iglesia trajo a su seno personas con toda clase de trasfondo religioso, y esto a su vez dio lugar a diversas interpretaciones del cristianismo. Aunque en la iglesia había existido siempre cierta diversidad teológica, pronto se vio que algunas de esas interpretaciones tergiversaban la fe de tal modo que parecían amenazar el centro mismo del mensaje cristiano. A esas doctrinas se les dio el nombre de «herejías».

La principal de esas herejías fue el gnosticismo. Este era todo un conglomerado de ideas y escuelas que diferían en muchos puntos, pero que tenían otros elementos comunes. Entre esos elementos comunes se contaban: Primero, una actitud negativa hacia el mundo material, de modo que la «salvación» consistía en escapar de la materia. 

Segundo, la idea de que esa salvación se lograba mediante un conocimiento o «gaosis» especial, mediante el cual el creyente podía escapar de este mundo y ascender al espiritual. Es por razón de esa «gnosis» que se le llama «gnosticismo».

No todos los gnósticos eran cristianos. Pero entre los cristianos el gnosticismo amenazaba la fe en varios puntos fundamentales: negaba la creación, que dice que este mundo es la buena obra de Dios; negaba la encarnación, que dice que Dios mismo se hizo carne física (esta doctrina, que Jesús no tenía cuerpo verdadero como el nuestro, es lo que se llama «docetismo»); y negaba la resurrección final, que dice que en la vida eterna tendremos cuerpos.

La otra «herejía» que le presentó un grave reto al cristianismo fue la doctrina de Marción. Al igual que los gnósticos, Marción negaba que un Dios bueno pudiera haber hecho este mundo material. Por ello decía que el Dios del Antiguo Testamento no era el Padre de Jesús, sino un ser inferior. 

Decía además que mientras Jehová es vengativo y cruel, el verdadero y supremo Dios es amante y perdonador. A diferencia de los gnósticos, que no fundaron iglesias, Marción fundó una iglesia marcionita. Además, puesto que rechazaba el Antiguo Testamento, hizo una lista de libros que él consideraba inspirados. Aunque difería mucho de nuestro Nuevo Testamento actual, ésta fue la primera lista de libros del Nuevo Testamento.

Fue principalmente en respuesta a esas herejías que surgieron el canon (o lista de libros) del Nuevo Testamento, el credo llamado «de los apóstoles», y la doctrina de la sucesión apostólica.

Aunque desde antes la iglesia había utilizado los evangelios y las cartas de Pablo, lo que le llevó definitivamente a insistir en que ciertos libros cristianos eran Escritura y otros no, fue el reto de las herejías. Frente a los herejes que proponían sus propias escrituras, o sus propias listas de libros, la iglesia empezó a determinar cuáles libros eran parte de las Escrituras cristianas, y cuáles no.

Al mismo tiempo y por las mismas causas, apareció en Roma el llamado «símbolo romano». Este era una confesión de fe que después evolucionó hasta formar lo que hoy llamamos «Credo de los Apóstoles». Está claro que el propósito de ese credo es rechazar las doctrinas de los gnósticos y de Marción.

Por último, la iglesia respondió señalando a las líneas ininterrumpidas de líderes en las principales iglesias —líneas que se remontaban hasta los apóstoles mismos. Este es el origen de la «sucesión apostólica», cuyo sentido original no era exactamente el mismo que se le dio después.

Todos estos elementos produjeron una iglesia más organizada, y con doctrinas y prácticas más definidas. Esto es lo que algunos historiadores llaman «la iglesia católica antigua».

Tras los apologistas vinieron los primeros grandes maestros de la fe —personas tales como Ireneo, Tertuliano, Clemente de Alejandría, Orígenes y Cipriano. Estos escribieron obras cuyo impacto se deja ver todavía.

Ireneo, Tertuliano y Clemente vivieron hacia fines del siglo II y principios del III.

Ireneo era oriundo de Esmirna, en Asia Menor, pero la mayor parte de su vida la pasó en Lión, en lo que hoy es Francia. Era pastor, y consideraba que su tarea como teólogo consistía en fortalecer a su grey, sobre todo contra las herejías. 

Su teología no pretende ser original, sino que trata de afírmar lo que él aprendió de sus maestros. Precisamente por eso hay hoy un nuevo interés en él, pues sus escritos nos ayudan a conocer la más antigua teología cristiana.

Tertuliano vivió en Cartago, en el norte de Africa. Sus inclinaciones eran principalmente legales. Escribió en defensa de la fe contra los paganos, y también contra varias herejías. Fue quien primero empleó la fórmula «una substancia, tres personas» para referirse a la Trinidad, y también quien primero habló de la encarnación en términos de «una persona, dos substancias».

Clemente de Alejandría siguió las líneas trazadas por Justino, buscando conexiones entre la fe y la filosofía griega. En esto le siguió Orígenes, a principios del siglo III. Orígenes fue un escritor prolífico, dado a las especulaciones filosóficas. 

Aunque después de su muerte muchas de sus doctrinas más extremas fueron rechazadas y condenadas por la iglesia, por largo tiempo la inmensa mayoría de los teólogos de habla griega fueron de un modo u otro sus seguidores.

Cipriano era obispo de Cartago (donde antes había vivido Tertuliano) cuando estalló la persecución de Decio (año 249). Cipriano huyó y se escondió, con el propósito de poder continuar dirigiendo la vida de la iglesia desde su escondite. Cuando pasó la persecución algunos le echaron en cara el haber huido. Después murió como mártir en otra persecución (258). 

Por todo esto, la principal cuestión que Cipriano discutió fue la de los «caídos», es decir, quienes habían abandonado la fe en tiempos de persecución y después deseaban volver al seno de la iglesia. Además, en parte por otras razones, tuvo conflictos con el obispo de Roma. En la discusión que surgió de todo esto, Cipriano expuso sus ideas sobre la naturaleza y el gobierno de la iglesia.

Por la misma época también se discutía en Roma la cuestión de la restauración de los caídos. La figura más importante en esa discusión fue Novaciano, quien también escribió sobre la Trinidad.
Por último, es importante señalar que, a pesar de la escasez de documentos, es posible saber algo acerca de la vida y el culto cristiano durante estos primeros años.
Durante todo este período el acto central del culto cristiano era la comunión. Esta era gozosa, pues era una celebración de la resurrección y un anticipo del retorno de Jesús. Por eso, para celebrar la resurrección, era que el culto se celebraba el domingo, día de la resurrección del Señor. 

Además, como anticipo del gran banquete celestial, la comunión era originalmente toda una cena. Después, por diversas razones, se limitó al pan y al vino. Además, pronto surgió la costumbre de celebrar el culto junto a las tumbas de los mártires y otros cristianos fallecidos, en lugares tales como las catacumbas de Roma.

Parece que al principio diversas iglesias tuvieron distintas formas de gobierno, y que los títulos de «presbítero» y «obispo» eran semejantes. Pero ya a fines del siglo II se había establecido el sistema de tres niveles de ministros: diáconos, presbíteros y obispos. Además, había ministerios específicos para las mujeres, especialmente dentro del monaquismo.
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miércoles, 26 de febrero de 2014

puesto en medio, les dijo: Paz a vosotros: ¿Quiénes son "vosotros"?

Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6


 

 
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Resurrección y Responsabilidad

Juan 20:1–21:25

“Cuando llegó la noche de aquel mismo día, el primero de la semana, estando las puertas cerradas en el lugar donde los discípulos estaban reunidos por miedo de los judíos, vino Jesús, y puesto en medio, les dijo: Paz a vosotros” (Juan 20:19)

“Como me envió el Padre, así también yo os envío” (Juan 20:21).

En el Antiguo Testamento, cuando se quería hacer hincapié en el poder de Dios, siempre se hacía referencia al éxodo. La mano poderosa del Señor se había hecho muy evidente en la noche de la pascua y en todos los años de la peregrinación.
Al pasar al Nuevo Testamento, los autores, siempre bajo la dirección del Espíritu Santo, citaban la resurrección como una prueba contundente del poder divino. El capítulo 20 de Juan testifica de ese poder y sus consecuencias. Los que niegan la resurrección de Cristo se oponen también a los cuatro evangelios, al resto del Nuevo Testamento y a los profetas del Antiguo. La resurrección es una doctrina central en la enseñanza bíblica y en nuestra fe.


EL DESCUBRIMIENTO
20:1–29


María Magdalena 20:1
Es fácil de entender la devoción que esa mujer tenía por Señor. Las Escrituras dicen que es la misma de quien Cristo había sacado siete demonios, por lo que su gratitud era inmensa. Estuvo presente ante la cruz con otros amigos fieles. Aunque acompañada por otras mujeres (Lucas 24:1), Juan indica que ella fue la primera en llegar a la tumba “el primer día de la semana… siendo aún oscuro…” (20:1).


EL VALOR DE QUIENES NO SE ESPERABA,
CONTINUÓ MANIFESTÁNDOSE: JOSÉ,
NICODEMO Y LAS MUJERES.



Cuál fue su sorpresa cuando “vio quitada la piedra del sepulcro” (v. 1). Su conclusión natural fue que alguien había violado la tumba, aunque la cueva había sido sellada la noche anterior con una especie de puerta, además del sello oficial puesto por las autoridades. La puerta en sí consistía de una piedra redonda, grande y, por supuesto, muy pesada. Imagínese una gran rueda de piedra que descansaba en una ranura o zanja angosta. Dicha ranura pasaba por la entrada en un plano descendente, su parte más baja quedó directamente frente a la abertura de la cueva.
Antes de ser usada la tumba, tal vez la piedra estaba en la parte alta (siempre en su ranura), sostenida en su lugar por una cuña. Al cerrar la tumba se debe haber quitado la cuña, haciendo que la piedra se deslizara hacia abajo en su ranura, cubriendo así la abertura. Las mujeres, encaminándose hacia el sepulcro, iban preocupadas pensando quién les ayudaría a mover semejante mole de piedra otra vez hacia arriba para abrir la tumba. Al llegar allí, dice Juan que encontraron la piedra “quitada”, o sea, removida, fuera de la ranura, que era el lugar correcto.

Pedro y Juan 20:2–10
María les avisó de su hallazgo y ellos corrieron al sepulcro. Juan llegó primero, pero no necesariamente porque fuera mejor atleta, aunque sí era más joven. Por otro lado, es posible que Pedro cargara con el peso extra de su conciencia que le remordía. Sin duda, en el camino ambos iban pensando que María se había equivocado. Como dice un comentarista: ¡Nadie se apresura a un cementerio para ver a los muertos! Tampoco esperaban que la resurrección hubiera ocurrido.
Su reacción a lo que encontraron al llegar a la tumba la podemos resumir en tres versículos que enfatizan el verbo “ver.”
Juan “bajándose a mirar, vio los lienzos puestos allí, pero no entró” (v. 5). La palabra que el Espíritu guió a Juan a usar quiere decir “percibir y entender”. Entonces, el discípulo no sólo dejó que sus ojos grabaran la escena, reportando los detalles a la mente. Desde el principio, ¡Juan entendió la magnitud del hecho! Lo que vio no era resultado de un robo; ¡Cristo había resucitado!
Pedro “entró en el sepulcro, y vio los lienzos puestos allí, y el sudario, que había estado sobre la cabeza de Jesús, no puesto con los lienzos, sino enrollado en un lugar aparte” (vv. 6–7). Esta vez el Espíritu Santo que inspiró a los que escribieron la Biblia, vuelve a usar la palabra “vio”, que significa “presenciar”, como alguien cuando va al teatro.
Juan entró también “y vio y creyó” (v. 8). La palabra combina “ver” y “saber”. Quiere decir que Juan supo con certeza, y creyó de la misma manera, que Cristo había resucitado, aun antes de verlo personalmente.
Estos hombres no habían entendido lo que Cristo les había enseñado acerca de la resurrección (v. 9), pero la visita a la tumba vacía empezó a levantar la neblina de su mente.

¡LA TUMBA VACÍA ES LA EVIDENCIA
INCONTROVERTIBLE DE QUIÉN ES CRISTO!


María y Cristo resucitado 20:11–18
María regresó a la tumba con un pequeño ajuste de perspectiva. Aparentemente ya no pensaba tanto en un robo, sino en que algún amigo se había llevado el cuerpo a otra parte, tal vez para preservarlo. De todos modos, el cuerpo había desaparecido, y ella dio rienda suelta a sus lágrimas. Es asombroso que no se asustara al ver a los ángeles (v. 12), sino que tuvo valor para explicarles su sentir. En eso, dio la vuelta y vio a Jesús sin saber quién era.
No fue hasta que oyó su nombre pronunciado por los labios de su Señor que supo quién era. Juan traduce “Raboni,” como “Maestro” para sus lectores no judíos. Pero para ellos, quería decir “mi propio maestro, muy querido”. La reacción muy natural de María, que pensaba que había “perdido” a su Maestro para siempre al morir, fue de abrazarlo y detenerlo para no dejar que se fuera otra vez. El Señor no permitió que su reacción continuara, y le dio dos razones: Primero, que todavía no había ascendido y tenía algo pendiente que hacer. Antes debía ascender al Padre para presentarle oficialmente su sangre derramada en propiciación por los pecados en el Lugar Santísimo, ante la presencia de Dios en el cielo. La segunda razón que le dio para que desistiera de su actitud, fue que tenía una encomienda especial para ella (v. 17): Ir a reportarlo todo a sus “hermanos”.

Los discípulos y Cristo resucitado en dos domingos 20:19–29
Los discípulos. El grupo de sus seguidores todavía no había entendido completamente la realidad de su resurrección. No disfrutaban del gozo que debieran tener, sabiendo que ésta se había realizado, sino que sufrían por miedo a los judíos. En eso estaban cuando milagrosamente Cristo apareció entre ellos saludándolos en su forma característica: “Paz a vosotros”. ¡Cómo la necesitaban! Los eventos de los últimos dos o tres días los habían lanzado a una tempestad de distintas emociones. Y ahora, sin pasar por la puerta, llegaba Cristo poniéndose en medio de ellos. Sí, les hacía mucha falta la paz.
El Señor les mostró las evidencias de su muerte en la cruz y “se regocijaron viendo al Señor” (v. 20). Fue entonces que les recordó que les había dado una comisión. Para cumplir con esa tarea era necesario un poder especial. Entonces “sopló y les dijo: Recibid el Espíritu Santo” (v. 22). En esa ocasión les dio lo que necesitaban para ser sus representantes mientras llegaba el día de Pentecostés. Fue un período único, el lapso entre la ascensión de Cristo y la venida del Espíritu.
“A quienes remitiereis los pecados, les son remitidos; y a quienes se los retuviereis, les son retenidos” (v. 23). La facultad de perdonar pecados sólo pertenece a Cristo. A sus seguidores corresponde anunciar al mundo que en Cristo hay perdón. Este versículo no enseña que un hombre puede perdonar el pecado. Tampoco es el principio de una ordenanza o sacramento. Es una comisión de predicar la remisión de pecados por la sangre de Cristo. Al no hacerlo, “les son retenidos.”


¡CON CADA PRIVILEGIO, CRISTO
NOS DIO UNA RESPONSABILIDAD!



Tomás. Tomás se había perdido de la bendición maravillosa que los otros habían experimentado. Aun con toda la evidencia que se había ido acumulando, expresó su duda. El quería practicar un examen físico de la evidencia. Precisamente el domingo siguiente tuvo su oportunidad. Estando él presente con los demás discípulos en el mismo lugar que antes, Cristo volvió a aparecer y extendió a Tomás la invitación para que tocara sus heridas, pero éste no aceptó. Con sólo ver, declaró: “¡Señor mío, y Dios mío!”

El propósito del cuarto evangelio 20:30–31
En cierto sentido, el encuentro con Tomás representa el clímax del libro. Su confesión es exactamente lo que Cristo buscaba de todos sus oyentes. Esto concuerda con el objetivo de Juan al escribir el libro. Véase la primera lección que trató acerca de este tema.
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EPÍLOGO: ¡A SERVIR!
21:1–25


El último capítulo es un suplemento, una especie de apéndice que trata algunos asuntos pendientes entre los discípulos. No cabe duda que el tema principal de la obra termina en 20:31. Sin embargo, el mismo autor, probablemente en el corto plazo, agregó una conclusión a su obra maestra. No hay ningún manuscrito original entre los que existen que no tenga el capítulo 21 como parte integral del evangelio. Debemos dar gracias a Dios porque aclaró varios puntos sobre los que hubieran quedado dudas. Tal vez esto es precisamente lo que Juan tenía en mente.

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Los pescadores y Cristo resucitado 21:1–14
La escena cambia de Jerusalén a Galilea. Según el mensaje angelical de Mateo 28:7, el Señor prometió encontrarlos allí. Además, debido a la inseguridad que sentían los discípulos en aquellos días, no les pareció mala idea regresar “a casa”.
Siete de ellos, bajo la influencia del siempre impetuoso Pedro, decidieron salir a pescar, tal vez porque estaban cansados, aburridos, o por necesidad económica; no hubo nada malo en ello. El Señor no los regañó, pero, como que esos expertos ya habían perdido “el toque”, porque aunque estuvieron fuera toda la noche, no pescaron nada.
Una figura indistinguible en la playa les preguntó si habían recogido algo a lo que respondieron en forma típica de pescadores frustrados, con un fuerte, lacónico, y desanimado “¡No!” Entonces la voz autoritaria de la misma figura les dijo: “Echad la red a la derecha de la barca y hallaréis” (v. 6). En eso, Juan reconoció al Señor, y Pedro se lanzó al agua para llegar hasta él.
Los peces abundaban en la red (v. 11), pero Pedro estaba más interesado en estar al lado de Cristo. Eso fue lo que caracterizó a Pedro en toda la historia del ministerio terrenal de Cristo. El Señor también manifestó algo típico de él: hizo provisión para los suyos y les preparó el desayuno.

¡PENSEMOS!

 Cristo tiene un gran propósito para los suyos. El plan incluye la geografía, o sea el lugar donde debemos estar. En el caso de los discípulos, tenían una cita en Galilea. El plan de Dios se nos revela a través de su Palabra. La voz que vino por sobre las aguas del lago, dijo: “Echad la red a la derecha” y es la misma que nos habla por toda la Biblia. El plan también considera las necesidades de los suyos y hace la provisión necesaria. ¡Cómo han de haber saboreado aquel desayuno delicioso en la playa! Sin duda, les gustó más porque Cristo estaba presente. El Señor también atiende las necesidades de los suyos en esta época: “Mi Dios, pues, suplirá todo lo que os falta conforme a sus riquezas en gloria en Cristo Jesús” (Filipenses 4:19). Este es parte de su plan.

“El pescador” y Cristo resucitado 21:15–19
Es interesante notar que los elementos “pescado” y “fuego” se mencionan siempre en relación con los seguidores de Cristo. Su reclutamiento inicial ocurrió cuando se dedicaban a la pesca. Al final de la historia, Pedro sufrió una derrota ignominiosa alrededor de una fogata ante una sirvienta. Aquí, alrededor de otra fogata, Cristo tiernamente habla con el discípulo apenado y arrepentido.
Con Pedro, Cristo hizo hincapié en el amor. Claro que era imprescindible responder positivamente a la luz que Cristo arrojaba. Los fariseos no lo hicieron. La doctrina que el Hijo enseñó venía del cielo, desde donde él vino a revelar la obra y carácter de Dios.
La doctrina tiene una gran importancia. Pero, al fin y al cabo, uno tiene que enamorarse de Cristo. Este no es un factor adicional a la doctrina, o a la luz. El amor viene por obra del Espíritu, a través de la doctrina y la luz, y crece en una vida de obediencia a ellas. La prueba del carácter cristiano y grado de fe que uno profesa está en el amor que tiene por Cristo.


EL CRISTIANISMO ES CRISTO.
SER CRISTIANO ES SOSTENER UNA
RELACIÓN PERSONAL CON ÉL.
ESTA RESULTA EN AMOR, QUE A SU VEZ
PRODUCE SERVICIO.



Pedro el pescador, ya reconciliado con su Maestro, recibió una nueva comisión. La figura que el Señor emplea ya no es de pescador, sino de pastor de ovejas, a las que le encomendó que apacentara. ¡Gracias a Dios por su misericordia! Sin duda, Pedro diría como Pablo: “Doy gracias al que me fortaleció, a Cristo Jesús nuestro Señor, porque me tuvo por fiel, poniéndome en el ministerio” (1 Timoteo 1:12).
Durante los momentos cuando confiaba más en sí mismo (Juan 13:37), Pedro había dicho que estaba dispuesto a poner su vida por Cristo. En ese entonces no sabía cuán débil era. Ahora, al lado del mar de Galilea, con un espíritu mucho más humilde, escuchó al Señor prometerle una muerte semejante a la suya. No obstante las dificultades, la oposición y el odio del mundo, o la muerte en forma de cruz, le dijo: “¡Sígueme!”. Dios pudo hacer uso de Pedro como relata Hechos 1 y 2, porque obedeció de corazón lo que Cristo le dijo.


Dos discípulos y dos rutas qué seguir 21:20–23
Dios tiene un solo plan, pero los detalles no son idénticos para todos los creyentes. El Señor había señalado la forma en que Pedro moriría. Dando muestras de que no había cambiado totalmente, el Pedro de antes señaló a Juan y preguntó a Jesucristo: “¿Y qué de éste?” La contestación del Señor originó el rumor de que Juan no moriría, sino que quedaría vivo hasta su segunda venida.
Pero Cristo no lo dijo así, y Juan mismo lo aclaró: “Jesús no le dijo que no moriría, sino: Si quiero que él quede hasta que yo venga, ¿qué a ti?” (v. 24). Perceptivo como siempre, Juan reconoció que todo dependía de la voluntad de Dios y que su plan era personal y oportuno. A ellos les tocaba dedicarse a vivir su propia vida, siempre con el poder del Espíritu Santo, sin preocuparse de los detalles del plan que Dios tenía para los demás.

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Comentario final 21:24–25
Las penúltimas palabras representan el testimonio de otro autor, tal vez procedente de los hermanos de Efeso. El último versículo alude al muchísimo material que no se incluyó en ninguno de los evangelios. Los tres años y medio de ministerio de Cristo produjeron más de lo que se podría incluir en una biblioteca completa de libros.
Sin embargo, tenemos en la Biblia exactamente lo que Dios quiso. Es más; él no nos responsabiliza por lo que no está incluido en su Libro, sino por lo que sabemos de su voluntad y la manera en que lo ponemos en práctica.

¡PENSEMOS!

 Principiamos el presente estudio diciendo que el Evangelio de San Juan presenta leche y viandas a la vez. Para los nuevos creyentes, hay leche y pueden disfrutar de los aspectos más sencillas de, por ejemplo, Juan 3:16. Este mismo versículo ofrece también vianda para el creyente más maduro. Ni este libro ni la Biblia nos defraudan nunca. Cada vez que se abre, hay más tesoros que debemos apropiarnos.
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