jueves, 29 de noviembre de 2012

La perseverancia - Valor cristiano: Firmeza en la esperanza - Para Ministros itinerantes


La perseverancia del cristiano:
Firmeza en la esperanza Hebreos 10:23-25

. biblias y miles de comentarios
 
v. 24 “Mantengamos firme, sin fluctuar, la profesión de nuestra esperanza, porque fiel es el que prometió”

En  el  verso  anterior  el  autor  dijo  a  sus  lectores  que  aprovechen  el  camino  abierto  y se acerquen a Dios. Ahora en este verso los exhorta a que se mantengan firmes en la esperanza que profesan, a que se aferren sin vacilar en dicha esperanza. Analicemos cada uno de los términos de esta declaración para que saquemos el máximo provecho.

Mantengamos  firme,  es  decir,  aferrémonos  sin  vacilación,  sin  fluctuar,  es  decir,  sin vacilación, sin cambios para desmejorar, entes bien con firmeza, como quien se aferra a una pared  sólida  con  el  fin  de  tomar  impulso  para  no  dejarse  mover.  ¿En  qué  nos debemos arraigar sin vacilación? En la confesión o profesión de la esperanza. 

Siendo  que  muchos  son  los  enemigos  de  la  nuestra  fe,  entonces  el  mandato  de retener  o mantenerse firme es algo constante para el cristiano. En el peregrinaje de la vida cristiana nos  encontraremos  con  muchos  Apolión,  los  cuales  son  gigantes  que  se levantan  para opacar o destruir nuestra fe. Pero es deber del creyente, bajo la gracia de Dios, retener hasta el fin “la confianza y el gloriarnos en la esperanza” (Heb. 3:6), ya que la fe cristiana no es un asunto de empezar simplemente, sino de empezar y terminar. Aquellos que no terminan la  carrera  no  disfrutarán  de  las  promesas  eternas,  sino  que  vendrán  a  un gran  fracaso,  en medio  de  los  ataques  del  maligno  y  la  persecución  por  cauda  de nuestra  fe,  es  deber  del creyente mantenerse firme, sin fluctuar, como dijo Cristo: “Más el que  persevere hasta  el fin,  este  será  salvo” (Mr. 13:13). Pero si realmente hemos creído, si hemos nacido de nuevo, Dios nos fortalecerá para que nuestra fe se afirme hasta el fin, como dijo Pablo: “… esperando  la  manifestación  de  nuestro  Señor  Jesucristo;  el  cual  también os  confirmará hasta el fin, par que seáis irreprensibles en el día de nuestro Señor Jesucristo (1 Cor. 1:7-8). Considero aquí importante transcribir un comentario pertinente, para su época y para la nuestra, que hiciera el pastor y predicador bautista Arthur Pink, hablando sobre el deber del creyente de mantenerse firme, sin fluctuar: “Para ilustrar lo que tenemos en mente, un artículo publicado en una edición reciente de un periódico, sobre el tema de la seguridad de la salvación del cristiano, comienza así: Aquel  que  murió  por  todos  sus  pecados  en  la cruz  y  lo  ha  aceptado  como  Su  salvador personal, está guardado. Y nunca más puede, bajo ninguna circunstancia o la condición que sea,  sin  importar  lo  que  haga  o  deje  de hacer,  nunca  podrá  perderse>.  Esta  es  una declaración  desequilibrada,  engañosa  y peligrosa  en  el  más  alto  grado.  No  es  una declaración bíblica. La palabra de Dios dice <… la cual casa somos nosotros, si retenemos firmes  hasta  el  fin  la  confianza  y  el  gloriarnos  en  la  esperanza>.  Y  de  nuevo  (Ro. 8:13).  Tal declaración  anterior  (hecha de buena fe, no  cabe duda, por uno que  es víctima involuntaria de una escuela de extremistas) deja completamente  fuera  de  la  vista  la  responsabilidad  del  cristiano.  Al lado  de  la  bendita verdad la preservación divina, las Escrituras de manera uniforme ponen la solemne verdad de  la  perseverancia  cristiana.  Si  el  Señor  le  dice  a  su  pueblo  que son    (1  Ped.  1:5),  así  también  los  exhorta  a  que    (Prov.  4:23)  o  que  es  necesario <…guardarse sin mancha del mundo> (Atg. 1:27). No es honesto citar una clase de textos, y no citar, con la misma diligencia y atención, los otros. ¡Qué absurdo son los razonamientos de los hombres una vez que se apartan de la verdad! Cómo podría yo sostener que, debido a que he puesto mi cuerpo en las manos de Dios, y estoy confiando en él para que me mantenga en salud, entonces seré negligente en seguir las leyes de la salud, sin importar lo que coma o deje de comer,  y  él  me  mantendrá  libre  de  enfermedad y muerte. No  es  así,  si  yo  bebo  veneno vendré a una muerte prematura. Del mismo modo, si vivo en la carne, moriré”
La  exhortación  de  mantenerse  firme  en  la  confesión  o  profesión  es  nuestra  esperanza nos hace  ver  que  no  existe,  lo  que  Arthur  Pink  denomina,  una  salvación  mecánica. Los apóstoles se dedicaban a confirmar en la fe a los creyentes: “confirmando los ánimos de los discípulos,  exhortándoles  a  que  permanecieren  en  la  fe” (Hch. 14:22). Hoy día algunas personas  que  dicen  creen  en  la  seguridad  eterna  de  la  salvación  dirían  que  es absurdo  e innecesario exhortar a los salvos a que permanezcan en la fe, pues, dicen ellos, el que hizo la  oración  de  fe,  de  manera  automática  lo  harán.  Pero  nosotros  no  podemos estar  por encima  de  la  Palabra  de  Dios,  y  si  los  apóstoles  necesitaron  confirmar  y exhortar  a  los creyentes para que permanezcan en la fe, entonces también hoy es necesario hacerlo: “Y la mano  del  Señor  estaba  con  ellos,  y  gran  número  creyó  y  se  convirtió al Señor.  Llegó  la noticia de estas cosas a oídos de la iglesia que estaba en Jerusalén; y enviaron a Bernabé que  fuese  hasta  Antioquía.  Este,  cuando  llegó,  y  vio  la  gracia  de Dios,  se  regocijó,  y exhortó  a  todos  a  que  con  propósito  de  corazón  permaneciesen  fieles  al  Señor”. (Hch. 11:21-23). “Y despedida la congregación, muchos de los judíos y de los prosélitos piadosos siguieron a Pablo y a Bernabé, quienes hablándoles, les persuadían a que perseverasen en la gracia de Dios” (Hch. 13:43). El apóstol Pablo no creía en la salvación mecánica, sino  que se preocupó sinceramente porque los nuevos creyentes permaneciesen en la fe “Por lo cual  también  yo,  no  pudiendo  soportar  más,  envié  para  informarme  de  vuestra  fe,  no  sea que os hubiese tentado el tentador, y que nuestro trabajo resultase en vano” (1 Tes. 3:5).   
El  término  confesión  o  profesión  hace  referencia  a  una  creencia  que  es  declarada  con
convicción.  La  idea  del  autor  es  que  los  creyentes  deben  mantenerse  firme  en  su  fe
confesando o profesando constantemente lo que creen. Y ¿Qué es lo creen y confiesan con
convicción? La esperanza.
No se trata de confesar simplemente cosas positivas, como enseña la nueva era, se trata de
profesar la Esperanza, la verdadera esperanza del creyente, la cual está fundamentada en las
promesas divinas. Y ¿Cuáles son las promesas que el autor de la carta ha mencionado? Que
ahora  tenemos  entrada  libre  al  Trono  de  la  gracia  por  el  camino  que  fue  abierto  por  el sacrificio de Jesús. Que a través de su sacrificio superior y único nuestros pecados han sido
perdonados una vez y para siempre, que ya no tenemos culpa en nuestra conciencia porque
esta fue limpiada, que para siempre gozaremos de la reconciliación con Dios obrada por el
sacrificio  de  Cristo.  Hoy  disfrutamos  de  esa  paz  que  el  mundo  no  da,  y  tenemos  la
esperanza  que  mañana  continuaremos  disfrutando  de  ella,  y  que  hasta  el  final  de nuestros días Dios nos verá como limpios y nos abrirá el acceso a su presencia, que cuando muera las  puertas  del  reino  de  los  cielos  se  abrirán  de  par  en  par  dándome  la  bienvenida  y  que escucharé las palabras de mi Señor diciendo: “Bien, buen siervo y fiel; sobre poco has sido fiel, sobre mucho te pondré; entra en el gozo de tú Señor” (Mt. 25:21).
La confesión de nuestra esperanza es el testimonio que debemos dar de nuestra fe. “Como
dice  Trenchard  maravillas que el Señor ha hecho por él>”
Esta  confesión  es  de  la  que  habla  Pablo  en Romanos  10:9-10 “Que  si  confesares  con  tu  boca  que  Jesús  es  el  Señor,  y  creyeres  en  tu corazón  que  Dios  le  levantó  de  los  muertos,  serás  salvo.  Porque  con  el  corazón  se  cree para justicia, pero con la boca se confiesa para salvación” o en I Timoteo 6:13 “Te mando delante  de  Dios,  que  da  vida  a  todas  las  cosas,  y  de  Jesucristo,  que  dio  testimonio  de  la buena profesión delante de Poncio Pilato”, o 1 Pedro 3:15 “Sino santificad a Dios el Señor en  vuestros  corazones,  y  estad  siempre  preparados  para  presentar  defensa  con mansedumbre y reverencia ante todo el que os demande razón de la esperanza que hay en vosotros”
Ahora,  esta  confesión  o  profesión  de  la  esperanza  se  afirma  aún  más,  no  solo  en  que
tenemos  unas  promesas,  pues,  muchas  veces  prometemos  y  no  cumplimos.  No  se trata  de esa  clase  de  promesas;  como  cuando  los  ciudadanos  eligen  a  un  candidato  para  la
presidencia con la esperanza de que él hará todo lo que ha prometido, y suele suceder, que esta esperanza es vana pues, muy pronto el candidato asume la presidencia se olvida de sus
promesas.
Las promesas sobre las cuales se basa nuestra profesión cristiana son seguras, porque fiel es
el  que  las  dio.  Él  es  fiel,  no  porque  solo  tenga  la  intención  de  cumplirlas,  sino porque  él puede cumplirlas. Él es fiel porque siendo el todopoderoso Dios nada podrá impedir que él cumpla lo que se ha propuesto. “Todos los habitantes de la tierra son considerados como nada; y él hace según su voluntad en el ejército del cielo, y en los habitantes de la tierra, y no hay quien detenga su mano, y le diga ¿Qué haces? (Dan. 4:35). Él es fiel porque todas las promesas que nos hizo a través de Jesús fueron ratificados con juramento. (Heb. 6:17).
Dios ha honrado siempre sus promesas y por eso nos mantenemos sin vacilación en la fe en
Cristo.  Él  no  miente,  él  no  cambia,  pero  además  de  esto  él  ha  jurado  por  sí  mismo  que cumplirá  su  propósito  de  salvarnos.  Él  prefiere  dejar  de  ser,  antes  que  incumplir  una promesa, eso es lo que significa el juramento por sí mismo. Dios es fiel porque él promete al creyente “No te desampararé, ni te dejaré” (Heb. 13:5). 
Los creyentes judíos estaban siendo tentados a abandonar la fe en Cristo por la presión de
los judíos, pero la exhortación es para que ellos resistan esos ataques y tomen como asidero
o firme ancla del alma las promesas seguras de salvación que tienen en Cristo Jesús, y que
ya fueron mencionadas en los capítulos anteriores.
Esta  confesión  o  fe,  en  un  sentido  más  general,  hace  referencia  a  la  doctrina  cristiana,  a toda  la  doctrina  bíblica.  El  creyente  debe  mantenerse  firme  en  la  confianza  depositada  en Dios  y  en  la  doctrina  que  enseñan  las  Sagradas  Escrituras,  pero  también  es  la  declaración constante  de  lo  que  Cristo  significa  para  él:  “La  confesión  de  nuestra  fe  es  el   reconocimiento  solemne  que  hace  una  persona  cuando  públicamente  afirma  que  es cristiano. Es la confesión de que ha renunciado al mundo, la carne y el diablo, por Cristo.
Es la declaración de que reniega a su propia sabiduría, justicia y voluntad, y recibe al Señor
Jesús como su Profeta, Sacerdote y Rey: Su Profeta para instruirle en la voluntad de Dios,
Sacerdote idóneo que intercede por él ante Dios, su Rey para ejercer sobre él el gobierno de
Dios.  Es  la  confesión  de  que  odia  al  pecado  y  desea  ser  liberado  de  su  poder  y  pena,  que ama la santidad y anhela ser conforme a la imagen del hijo de Dios. Es la reivindicación de que ha arrojado las armas que usaba en su guerra contra Dios, y ahora se ha entregado por completo a sus justas demandas sobre él. Es el testimonio de que está dispuesto a negarse a sí mismo, tomar su cruz cada día,  y seguir el ejemplo que Cristo le ha dejado de cómo se debe vivir para Dios en este mundo. En una palabra, es la declaración pública de que en su corazón ha recibido a Cristo Jesús (Col. 2:6)”
“Y considerémonos unos a otros para estimularnos al amor y a las buenas obras.” v. 23.
En este versículo encontramos la tercera exhortación correspondiente a la triada fe (v. 22),
esperanza  (v.  23)  y  amor  (v.  24).  Así  como  Pablo  en  1  Corintios  13,  el  autor  de  nuestra carta pone al amor  como la virtud superior,  ya que este supera a las otras  dos, puesto que esta virtud alcanza a los demás. El amor es comunitario.
El autor está diciendo a los lectores que una característica de aquellos que han sido lavados
por  la  sangre  de  Cristo  y  que  ahora  entran  frecuentemente  al  lugar  santísimo,  es  que
expresan  el  carácter  de  Cristo,  y  no  les  es  extraño  amar  a  los  demás  hermanos.  Es
interesante la exhortación del autor respecto al amor. Él dice  consideren, analicen, presten
atención,  procuren  encontrar  maneras  para  provocar  a  los  demás  creyentes,  no  a  lo  malo, sino al amor. “Pongan en acción su mente para encontrar algunas maneras de provocar unos a otros – en el buen sentido de la palabra – para aumentar sus expresiones de amor a fin de que resulten en la ejecución de obras nobles”El término usado por el autor para “estimularnos” es el griego paroxismos, el cual, por lo general,  se  utiliza  en  un  sentido  negativo,  como  cuando  con  nuestras  palabras  o  acciones mal  intencionadas provocamos  o  irritamos  a  otra  persona.  En  ese  sentido  lo  utiliza  Pablo cuando dice que el amor no se irrita (1 Cor. 13:5).  Pero en este texto el autor lo utiliza en un sentido positivo. Es como si él dijera “hermanos, en vez de provocarnos los unos a los otros al odio, a la irritación o hacia lo malo, siendo que ahora nos hemos acercado al santo de los santos, provoquémonos, pero para lo bueno, para el amor, para las buenas obras”.
¿Cómo nos provocamos al amor? A través de la consideración hacia los demás, a través del
ejemplo  piadoso,  humilde  y  tolerante.  Cuando  hablamos  de  los  pecados  de  los  demás
somos misericordiosos, pero con nuestro pecado personal somos duros e intransigentes, no
a lo contrario.
Las  Sagradas  Escrituras  insisten  en  afirmar  que  la  esencia  de  la  vida  cristiana  es  el  amor, tanto así, que toda la Ley puede ser resumida en “amar a Dios y al prójimo”. Este amor
debe  permanecer  en  medio  de  todos  los  tiempos  y  en  vez  de  decrecer  es  necesario  que crezca. Jesús y los apóstoles exhortan a los creyentes para que sean fervorosos en el amor y las buenas obras, teniendo siempre en mente que el día del Señor,  el día de su regreso,  el
día de su juicio está cercano:
-  “No  debáis  a  nadie  nada,  sino  el  amaros  unos  a  otros;  porque  el  que  ama  al
prójimo  ha  cumplido  la  ley.  Porque:  No  adulterarás,  no  matarás,  no  hurtarás,  no
dirás  falso  testimonio,  no  codiciarás,  y  cualquier  otro  mandamiento,  en  esta sentencia se resume: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. El amor no hace mal al prójimo; así que el cumplimiento de la ley es el amor. Y esto, conociendo el tiempo, que es ya hora de levantarnos del sueño; porque ahora está mar cerca de nosotros nuestra salvación que cuando creímos. La noche está avanzada, y se acerca el día.
Desechemos, pues, las obras de las tinieblas, y vistámonos las armas de la luz. (Ro.
13:8-13).
Cuando el Hijo del Hombre venga en su gloria,  y todos los santos ángeles con  él, entonces se sentará en su trono de gloria, y serán reunidas delante de él todas las naciones; y apartará los unos de los otros, como aparta el pastor las ovejas de los cabritos. Y pondrá las ovejas a su derecha, y los cabritos a su izquierda. Entonces el  Rey  dirá  a  los  de  su  derecha:  Venid,  benditos  de  mi  Padre,  heredad  el  reino preparado para vosotros desde la fundación del mundo. Porque tuve hambre, y me disteis  de  comer;  tuve  sed,  y  me  disteis  de  beber;  fui  forastero,  y  me  recogisteis; estuve desnudo, y me cubristeis; enfermo, y me visitasteis; en la cárcel y vinisteis a mí. Entonces los justos responderán diciendo: Señor, ¿cuándo te vimos forastero, y te  recogimos,  o  desnudo,  y  te  cubrimos?  ¿O  cuándo  te  vimos  enfermo,  o  en  la cárcel  y  vinimos  a  ti?  Y  respondiendo  el  Rey,  les  dirá:  De  cierto  os  digo  que  en cuanto  lo  hicisteis  a  uno  de  estos  mis  hermanos  más  pequeños,  a  mí  lo  hicisteis”. Mt. 25:31-40.
Siendo que él nos amó tanto dando su vida por nosotros, entonces nosotros debemos amar a
los hermanos, al prójimo, como a nosotros mismos, es decir, buscando su bienestar. No los
provocaré  a  ira,  sino  al  amor.  No  los  provocaré  al  odio,  sino  a  las  buenas  obras.  Seré cuidado  con  mis  palabras,  con  mis  gestos,  con  mis  hechos,  porque  no  quiero  ofender  a nadie. Que ningún sentimiento malo surja en alguien por mi culpa. No competiré con nadie, sino  que  entusiasmaré  a  los  demás  para  que  hagamos  bien  al  prójimo,  seré  un  gestor  de promoción de ayudas a los hermanos más necesitados. No tendré interés en que me hablen mal de otro hermano, sino que por el contrario, procuraré enterarme de las necesidades que los otros tienen con el fin de ayudarlos  y procurar que los demás creyentes nos ayudemos los unos a los otros. Esta es una de las más grandes expresiones de nuestra fe cristiana, sino hacemos esto, entonces cuando llegue el día gran día saldremos avergonzados.
Además, una prueba de que hemos estado adorando en el lugar santísimo y que amamos a
Dios, es el amor a los hermanos, como dice Juan “Si  alguno  dice:  Yo  amo  a  Dios,  y
aborrece a su hermano, es mentiroso. Pues el que no ama a su hermano a quien ha visto, ¿cómo puede amar a Dios a quien no ha visto?” 1 Juan 4:20

v.  25  “no  dejando  de  congregarnos,  como  algunos  tienen  por  costumbre,  sino
exhortándonos; y tanto más, cuanto veis que aquel día se acerca”
La  firmeza  en  la  fe  y  el  amor  mutuo  se  pueden  incrementar  solo  en  la  atmósfera  de  la unidad,  de  la  congregación,  de  la  fraternidad  de  los  santos.  Este  es  el  ambiente  natural donde la fe, la esperanza y el amor crecen. 
Un tizón aislado del resto de las brasas, por la acción de la brisa pronto perderá su calor y se  apagará  definitivamente.  Para  mantenerse  caliente  y  ardiendo  es  necesario  estar muy
cerca del resto de carbones encendidos. “Una de las primeras indicaciones de una carencia de  amor  por  Dios  y  por  el  prójimo  es  que  el  cristiano  se  aleje  de  los  cultos.  El  miembro abandona  las  obligaciones  comunitarias,  deja  de  asistir  a  las  reuniones  y  exhibe  los síntomas de egoísmo y de egocentrismo”
La vida cristiana va madurando y fortaleciéndose solo en la comunión con otros creyentes,
en la comunión con la iglesia local. El Señor Jesús no vino a salvar a los hombres de sus
pecados y los dejó para que anden solos en la vida cristiana, no, él dijo “Edificaré  mi
iglesia” (Mt. 16:18), es decir, la eklessía, la asamblea de los salvos, es el hábitat normal
donde los creyentes se ayudan mutuamente para fortalecer su fe, para  crecer en  el amor  y
glorificar así a Dios. “… toda oportunidad de reunirse y disfrutar su compañía en fe y
esperanza debe ser bienvenida y utilizada para aliento mutuo”
Parece  que  algunos  creyentes  del  primer  siglo  estaban  convirtiendo  la  inasistencia  a  los cultos en un hábito. Este dañino hábito se suele dar por varias razones: 
-  Por orgullo espiritual. Algunos creyentes se mantenían con un sentido vanaglorioso de  superioridad,  y  despreciaban  la  ayuda  espiritual  que  podían  recibir  de  los  otros hermanos y los pastores o ancianos.
-  Otros  eran  presionados  por  la  sociedad  y  sus  familiares,  por  lo  tanto  evitaban  la
comunión  con  los  demás  creyentes  para  que  la  gente  no  los  reconociera  cómo
cristianos.

-  La  primera  generación  de  creyentes  estaba  pasando,  y  ahora  la  segunda  no  estaba
tomando con firmeza la necesidad de congregarse como algo fundamental en la vida
cristiana.
En un comienzo de la predicación cristiana, los creyentes vivían con la expectación de un
pronto regreso del Salvador, pero al pasar los años y ver que la parusía no se daba, entonces
la gente empezó a descuidar sus deberes cristianos y a relajarse en su crecimiento espiritual.
Por lo tanto el autor les recuerda que, aunque los años han pasado y Jesús no ha regresado,
eso no significa que él no volverá por su pueblo. Aunque pasen miles de años los creyentes
viven con la esperanza de su pronto regreso, y saben que “el tiempo está cerca” (Ap. 1:3),
que el Señor viene pronto. “Cada sucesiva generación cristiana es llamada a vivir como la
generación final, si ha de vivir como generación cristiana”
Siendo que la venida de nuestro Salvador está cerca, entonces no debemos descuidar la vida
piadosa,  el  amor,  la  esperanza,  la  ayuda  mutua.  Es  preciso  que  nos  exhortemos
mutuamente. Estas exhortaciones se dan en el marco de la congregación. “Como cristianos
debemos mirar hacia el futuro, es decir, hacia el día en que Jesús volverá. Cuanto más nos
acercamos  a  dicho  día,  tanto  más  activos  debemos  estar  en  animarnos  unos  a  otros  en cuanto a mostrar amor y hacer obras buenas aceptables a Dios”
Aplicaciones:
-  Aferrémonos  persistentemente  a  nuestra  fe  cristiana,  a  nuestra  doctrina,  a  nuestra
esperanza. “… no nos soltemos de lo que creemos. Voces cínicas tratarán de apartarnos de
nuestra  fe;  los  materialistas  intentarán  con  sus  argumentos  hacer  que  nos  olvidemos  de Dios; los azares y avatares de la vida conspirarán para sacudir nuestra fe” los  amigos
intentarán  persuadirnos  para  que  andemos  en  sus  torcidos  caminos  y  “disfrutemos de la
vida” alejándonos de nuestra fe cristiana, los familiares nos presionarán con su rechazo para que  les  amemos  mas  a  ellos  que  a  Dios  y  abandonemos  lo  que  es  nuestra  salvación.  Pero persiste  en  lo  que  has  aprendido,  no  desmayes  que  nuestro Dios ha dicho a sus hijos “No temas,  porque  yo  estoy  contigo;  no  desmayes,  porque  yo  soy  tu  Dios  que  te  esfuerzo, siempre te ayudaré, siempre te sustentaré con la diestra de mi justicia”  (Is.  41:10).  Jesús dijo: “En el mundo tendréis aflicción, pero confiad, yo he vencido al mundo” (Jn. 16:33).
-  Mucho  cuidado  debemos  tener  de  nuestra  vida  espiritual,  de  manera  que  nunca
convirtamos la inasistencia a los cultos en una costumbre, pues, esta produce mediocridad,
falta de amor, y gran daño espiritual.  “Cuando el creyente asiste al culto, está expresando
su  amor  por  Jesús.  Se  da  cuenta  de  que  Jesús,  la  cabeza  de  la  iglesia,  está  presente  en  el culto y desea su presencia”
  ¿Cuál  es  tu  amor  por  Jesús?  Recuerda  que  una  forma  de expresarlo es a través del congregarse con los santos. No seas una partícula piadosa aislada, no seas un ladrillo vivo aislado. Si los ladrillos están regados por todas partes y no se unen para  formar  un  edificio,  entonces  no  sirven  para  nada.  Aunque  podemos  adorar  a  nuestro Dios en la intimidad de nuestra casa, esta adoración se encuentra en una dependencia tal de la  adoración  pública  que  hacemos  congregacionalmente,  que  el  apóstol  Pedro  afirma categóricamente:  “Vosotros  también,  como  piedras  vivas,  sed  edificados  como  casa espiritual  y  sacerdocio  santo,  para  ofrecer  sacrificios  espirituales  aceptables  a  Dios  por medio de Jesucristo” 1 Pedro 2:5. También debes recordar que la inasistencia a los cultos puede  ser  el  inicio  de  la  apostasía,  pecado  tan  terrible  que  el  autor  ha  dado  serias advertencias sobre él, y las volverá a dar en este capítulo.
- El Señor Jesús dijo, al cerrar el canon sagrado: “Ciertamente vengo en breve” (Ap. 22:20).
Hermanos  y  hermanas,  nunca  se  nos  olvide  que  esperamos  su  pronto  regreso,  hoy  día
estamos  más  cerca  de  su  venida  gloriosa  que  los  creyentes  del  siglo  I,  por  lo  tanto,  con mayor  razón  debemos  andar  en  este  mundo  de  manera  piadosa,  aborreciendo  el  pecado, amando  la  santidad,  aprovechando  cualquier  momento  que  el  Señor  nos  dé  para  crecer juntos, amándonos los unos a los otros, siempre recordando las palabras de Pedro: “Pero el día  del  Señor  vendrá  como  ladrón  en  la  noche;  en  el  cual  los  cielos  pasarán  con  grande estruendo, y los elementos ardiendo serán desechos, y la tierra y las obras que en ella hay serán  quemadas.  Puesto  que  todas  estas  cosas  han  de  ser  desechas,  ¡cómo  no  debéis vosotros  andar  en  santa  y  piadosa  manera  de  vivir, esperando  y  apresurándoos  para  la venida del día de Dios.” (1 Pedro 3:10-12).


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