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jueves, 6 de agosto de 2015

Y cuando vuestros hijos os pregunten en el futuro, diciendo: "¿Qué significan para vosotros estas piedras?", les responderéis: "Las aguas del Jordán fueron cortadas ante el arca del pacto de Jehovah. Cuando ésta cruzó el Jordán, las aguas del Jordán fueron cortadas, por lo cual estas piedras sirven de memorial a los hijos de Israel, para siempre."

Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6




 
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Información 


PREPARACIÓN DE SERMONES 
JOSUÉ 4:1-9
1 Cuando toda la gente acabó de cruzar el Jordán, Jehovah habló a Josué diciendo: 
2 -Toma del pueblo doce hombres, uno de cada tribu, 
3 y mándales diciendo: "Tomad de en medio del Jordán, del lugar donde están firmes los        pies de los sacerdotes, doce piedras, las cuales llevaréis con vosotros, y las pondréis en      el lugar donde habéis de pasar esta noche." 
4 Josué llamó a los doce hombres a quienes había designado de entre los hijos de Israel,        uno de cada tribu, 
5 y les dijo Josué: 
   —Pasad delante del arca de Jehovah vuestro Dios hasta la mitad del Jordán, y cada uno      de vosotros tome una piedra sobre su hombro, conforme al número de las tribus de los        hijos de Israel, 
6 para que esto sea señal entre vosotros. Y cuando vuestros hijos os pregunten en el              futuro,  diciendo: "¿Qué significan para vosotros estas piedras?", 
7 les responderéis: "Las aguas del Jordán fueron cortadas ante el arca del pacto de                Jehovah. Cuando ésta cruzó el Jordán, las aguas del Jordán fueron cortadas, por lo cual      estas piedras sirven de memorial a los hijos de Israel, para siempre." 
8 Los hijos de Israel hicieron como les mandó Josué: Tomaron doce piedras de en medio        del Jordán, como Jehovah había dicho a Josué, conforme al número de las tribus de los      hijos de Israel. Las llevaron consigo al lugar donde pasaron la noche y las colocaron allí. 
9 Josué también erigió doce piedras en medio del Jordán, en el lugar donde estuvieron los      pies de los sacerdotes que llevaban el arca del pacto. Y están allí hasta el día de hoy



Un plan para recordar la gracia de Dios 
JOSUÉ (4:1–9)

Tomad … doce piedras (2–3)
Es obvio que Dios quiere que los suyos recuerden las manifestaciones de su misericordia hacia ellos (cf. Gn. 28:18; 31:45–47; 35:14 y 1 S. 7:12, para otros memoriales similares). La Pascua era uno de estos memoriales, que se realizaba anualmente; y estas doce piedras servirían como una ayuda para la enseñanza de las generaciones futuras.

Este acontecimiento habría de ser recordado porque tenía un profundo significado religioso. Señalaba un nuevo nivel de profundidad de la dedicación de Israel. Habían estado dispuestos a abandonar su anterior apostadero (3:1); habían dispuesto permanecer tres días a orillas del Jordán sin medios visibles para cruzarlo (3:2); habían estado dispuestos a cruzar el río bajo las aguas amontonadas (3:16); habían estado dispuestos a empezar una cabeza de playa en territorio enemigo (3:17); habían captado la voluntad de Dios y habían obedecido (3:1). Habían entrado en la tierra prometida.

El hecho de que el Señor inspirase un memorial de este acontecimiento (4:1–3) sugiere que El quería que Israel tuviera siempre consciencia de Aquel a quien estaba dedicado como pueblo (3:5); y de que debían honrar siempre a Aquel a quien debían su liberación.

Dios quería que los testimonios respecto a El fuesen precisos. Así es que ordenó que el memorial se erigiera mientras los hechos estaban frescos en la memoria de todos los que habían participado (5). La construcción debía ser hecha por representantes escogidos de las doce tribus (4). Así sería realmente el testimonio personal de aquellos que habían recibido su gracia.

La estructura se compondría de cantos rodados del Jordán (5). Esas piedras serían un testimonio mudo de la sombra de la sombra de muerte que el pueblo de Dios había atravesado, con seguridad. La ubicación de este testimonio sería en el lugar donde habéis de pasar la noche (3); esta posición lo mantendría a la vista de sus hijos, de modo que éstos podrían escuchar frecuentemente la historia (6). Dios quería que las generaciones venideras estuvieran exactamente informadas (7).

El versículo noveno de esta sección sugiere que se erigieron dos memoriales (cf. 8–9). Josué también levantó doce piedras en medio del Jordán, en el lugar donde estuvieron los pies de los sacerdotes que llevaban el arca del pacto. La expresión hasta hoy (9; cf. 6:25) significa que en la época del autor de este relato podía verse el montón de piedras en el paso del Jordán (4:9); y que Rahab estaba viviendo entre los israelitas (6:25).

La significación de este segundo memorial es que dio representación a todo Israel en una situación de “antes” y “después”. C. H. Waller señala que “cada tribu estuvo representada por una piedra a cada lado del Jordán. Los dos montones de piedras representaban un Israel completo en el desierto y un Israel completo en la tierra prometida”. 

Dios los había sacado de Egipto con un tipo muy específico de liberación. Les había dado un segundo tipo de liberación a aquellos que se habían santificado y estaban dispuestos a obedecerle implícitamente. Para esas personas las promesas de Dios se volvieron realidad. Así fue como los que habían andado errantes por el desierto finalmente habían arribado a la tierra de la promesa.

Un monumento para recordar el evento
Josué 4:1–9. 
Toda nación o pueblo acostumbra erigir monumentos para recordar los acontecimientos más significativos de su historia. 

Esta costumbre permite que en cada caso se afirme la unidad nacional y la identidad de un pueblo. También facilita el desarrollo político y social que el presente inmediato y el futuro a mediano plazo exigen. Josué es consciente de este hecho, como lo demuestra el pasaje, y toma en cuenta cada detalle con el fin de ser lo más inclusivo posible, obedeciendo de esta manera la voluntad de Jehovah quien dio la instrucción precisa para la realización de este acto conmemorativo (v. 1).

Pidió que participara un miembro de cada una de las tribus, para erigir los dos monumentos, uno en medio del Jordán (v. 9) y otro en Gilgal (vv. 3, 20). La representatividad en estos dos monumentos destacó que las doce tribus estuvieron juntas en el desierto y entraron juntas a la tierra prometida.

La clase de monumentos que levantaron pertenece a un estilo muy común en los pueblos de la antigüedad. Las piedras reflejan la rudeza de los pueblos nómadas del desierto; su poca elaboración y la falta de lujo no disminuían la posibilidad de durar en la mente de los pueblos.

Permanece en el relato un espíritu de unidad y disciplina que evidencia un reconocimiento del liderazgo de Josué a través del acatamiento de todas sus órdenes. No hay refutación, ni resistencia, ni desgano frente al trabajo que implicaba trasladar las piedras “de en medio del Jordán” (v. 3a). Más bien, hay una disponibilidad total porque el ánimo está muy arriba después de reconocer la presencia milagrosa de Jehovah en la travesía.

Hay una intención pedagógica en la instrucción que da Josué (v. 7) a los doce hombres: Lo que se debe recordar no es solo el milagro de la detención de las aguas para dar paso al pueblo, sino que estas se abrieron “… ante el arca del pacto de Jehovah …” (v. 7b). De esta manera se da importancia al pacto y la fidelidad a éste como causa eficiente de las bendiciones recibidas, en esta ocasión en forma milagrosa.

La presencia del arca siempre quiere enfatizar la necesidad de recordar que es un pueblo del pacto, una comunidad comprometida con el Dios que los sacó de Egipto para hacer de ellos una nación grande. Su grandeza había de incluir cierta labor misionera: ser la nación que proclamaría salvación a todas las naciones.

No obstante, es oportuno hacer una aclaración: Si nos atenemos a la existencia de dos relatos en esta sección, es comprensible que más adelante (vv. 22, 23) no se dé el lugar principal a la presencia del arca, sino que allí solo se destaca la intervención milagrosa de Jehovah. Esto, sin embargo, no constituye una contradicción insalvable para la lógica y la congruencia del relato acerca del cruce del río Jordán. 

Puede ser considerado como énfasis que cada versión del evento da a un aspecto o al otro, como los énfasis que en la actualidad una denominación puede dar a alguna doctrina, con la diferencia que en este pasaje no se da lugar a contradicciones, como sí puede suceder con nuestros énfasis doctrinales. La importancia de los sacerdotes y su función cultual no interfieren con la afirmación de la acción directa y soberana de Dios en la vida de un pueblo.

CONFECCIÓN DE UN SERMÓN EXPOSITIVO CON JOSUÉ 4: 1-9

Semillero homilético
¿Qué significan estas piedras?
Josué 4:1–24
Introducción: 
Dos veces en este capítulo aparece la referencia a esta pregunta, ¿Qué significan estas piedras? (vv. 6, 21). En cada caso se da la hermosa respuesta del significado de las doce piedras que Josué colocó en Gilgal delante de todo el pueblo.

Podemos aprender que estos elementos memoriales o recursos nemotécnicos cumplen una función importante en el proceso de enseñanza y aprendizaje de los valores morales, religiosos y espirituales del pueblo del Señor. En nuestros días necesitamos enseñar a las nuevas generaciones el significado de ciertas celebraciones que nos recuerdan la acción amorosa del Señor para con su pueblo.

  I.      El Señor desea que sus grandes obras sean recordadas.
    1.    El Señor es quien ordena que se recojan doce piedras y se edifique un monumento              para que su actuación sea recordada, vv. 1–4.
    2.    Todas las tribus debían participar de la celebración, por lo tanto se escogió a una                  persona de cada una. La idea es que todos deben recordar los eventos magníficos               del Señor.
    3.    El monumento fue algo sencillo y con fines prácticos. No fue una pirámide hermosa              como las de Egipto, pues la intención no era exaltar una obra maestra construida por            el hombre, sino recordar un evento singular hecho por el Señor.

  II.      El Señor desea que enseñemos sus grandes obras a las nuevas generaciones.
    1.      Había que enseñarles que en ese lugar Dios había manifestado su gran poder.
    2.     Había que enseñarles el relato desde la salida de Egipto y las experiencias que el                 pueblo tuvo por el desierto hasta llegar a ese lugar.
    3.     Había que enseñarles los mandamientos y las instrucciones que Dios les daba para             que pudieran disfrutar las bendiciones de la nueva tierra.
    4.     Había que enseñarles que esa maravillosa historia debía darse a conocer “para                  que todos los pueblos de la tierra conozcan que la mano de Jehovah es poderosa                …” (v. 24).
    5.      Había que enseñarles esa maravillosa historia para que las nuevas generaciones                “teman a Jehovah vuestro Dios todos los días” (v. 24).

Conclusión, aplicación e invitación:
Aquellas piedras fueron sacadas del río y colocadas de tal manera que formaran un monumento sencillo con el doble propósito de ayudar a recordar la obra maravillosa del Señor y servir como recurso didáctico para la nueva generación.

Nosotros hoy hemos sido testigos de muchos actos maravillosos del Señor. Hacemos bien cuando buscamos maneras adecuadas de recordar esos eventos y también para ayudar a nuestros hijos a aprender de esas historias del poder de Dios.

Los monumentos que edifiquemos deben hablar del poder y la obra del Señor más que de nuestra capacidad para hacer el monumento. Quien debe recibir la gloria y el honor es el Señor, no nosotros.
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viernes, 31 de julio de 2015

Todo lugar que pise la planta de vuestro pie lo he entregado a vosotros. Nadie te podrá resistir en todos los días de tu vida. No te dejaré ni te desampararé.

Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6




 
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CONSTRUCCIÓN DE SERMONES EXPOSITIVOS
JOSUÉ  1: 1-9

1      Después de la muerte de Moisés, siervo de YHVH, aconteció que YHVH habló a                   Josué ben Nun, ministro de Moisés, diciendo:
2      Moisés mi siervo ha muerto. Ahora pues levántate, cruza este Jordán tú y todo este             pueblo, a la tierra que doy a los hijos de Israel.
3      Como dije a Moisés: todo lugar que pise la planta de vuestro pie lo he entregado a               vosotros.
4      Desde el desierto y este Líbano hasta el gran río, el río Éufrates, toda la tierra de los             heteos hasta el mar Grande, hacia la puesta del sol, serán vuestros términos.
5      Nadie te podrá resistir en todos los días de tu vida. Como estuve con Moisés, estaré             contigo. No te dejaré ni te desampararé.
6      Esfuérzate y sé valiente, porque tú harás que este pueblo herede la tierra que juré a             sus padres que les daría.
7     Solamente esfuérzate y sé muy valiente, cuidando de hacer conforme a toda la Ley              que mi siervo Moisés te ordenó. No te apartes de ella ni a diestra ni a siniestra, para            que tengas buen éxito dondequiera que vayas.
8     No se aparte de tu boca el Libro de esta Ley. De día y de noche meditarás en él, para          que cuides de hacer conforme a todo aquello que está en él escrito, porque entonces           harás próspero tu camino, y tendrás buen éxito.
9      ¿No te lo estoy ordenando Yo? ¡Esfuérzate pues y sé valiente! No te intimides ni                   desmayes, porque YHVH tu Dios está contigo dondequiera que vayas.


    Dios informa a Josué (1:1–9)
a. ¿Quién era Josué? 
Antes de la muerte de Moisés lo encontramos varias veces, en relación con acontecimientos importantes de la historia de Israel. Cuando el ejército israelita necesitó un fefe, Josué fue designado general (cf. Ex. 17:8–9). Cuando Dios entregó los Diez Mandamientos a Moisés en el monte Sinaí, Josué era su ayudante (cf. Ex. 24:13; 32:17). En su juventud había sido puesto a cargo del tabernáculo, cuando la idolatría del pueblo hizo que lo retirase del campamento (Ex. 33:11). Había demostrado su lealtad al jefe cuando creyó que su autoridad estaba amenazada (cf. Nm. 11:24–29). En Cades Barnea, Josué fue escogido para ser el representante de su tribu, la tribu de Benjamín (cf. Nm. 13:8, 16).

Josué mereció el título de “servidor” o “ayudante” de Moisés (cf. Ex. 24:13; Jos. 1:1), términos que se usan tanto el uno como el otro con referencia a él (cf. también Ex. 33:11 y Nm. 11:28). Bajo sus órdenes, el ejército de Israel derrotó decisivamente a los enemigos del pueblo (cf. Ex. 17:13). Durante el tiempo que sus hermanos se rebelaron contra Dios, Josué mantuvo su fe en el plan divino.

Después de muchos años de servir juntos, Josué perdió a su superior, Moisés. No obstante, se mantuvo en contacto con el Señor, quien habló a Josué hijo de Nun (1).

Traducido al griego, el nombre “Josué” se convierte en “Jesús” (cf. Hch. 7:45; He. 4:8), nombre que significa “Salvador”. En muchos sentidos este “Jesús del Antiguo Testamento” anticipa características del Jesús del Nuevo Testamento. 

No se le atribuye ningún mal; estaba libre de todo afán de engrandecimiento propio o codicia de ganancia; la sencilla nobleza de su carácter no estaba maleada por el menor tinte de egoísmo; en todas las circunstancias mostraba un supremo deseo: conocer la voluntad de Dios. 

Su ambición dominante era hacer la voluntad divina. Era un hombre de impávido valor e indomitable perseverancia. Frente a las dificultades mostraba una alegre confianza. Su acción decidida le daba la victoria. Era altamente honrado por otros debido a su abnegado menosprecio por sus intereses personales. Nunca dejó de mostrar una profunda preocupación por los intereses de aquellos que habían sido confiados a su cuidado.

Así pues, cuando, en la plenitud del tiempo, Dios necesitó un hombre bien preparado, escogió a Josué. En él encontró el Señor un hombre que habría de escuchar sus instrucciones. Un hombre que llevaría a feliz término las misiones que se le encomendaran. Estas cualidades que explicaban la preparación de Josué, siempre son aprobadas por Dios.

b. ¿Cómo le habló Dios a Josué? 
El autor del libro no hace esfuerzo alguno para explicar cómo hablaba Dios con este hombre. Sin embargo, con considerable frecuencia, declara que se comunicaba con él (cf. Jos. 1:1–9; 3:7; 4:1; 6:2—como unos pocos ejemplos).

En varias ocasiones se dice que Dios habló por medio del Urim y el Tumim (cf. Nm. 27:21; Dt. 33:8; 1 S. 28:6). Pero no hay ninguna indicación de que hablara con Josué de esta manera.

Posiblemente Dios le hablara de la misma manera que habló a Abraham (cf. Gn. 12:1; 13:14; 15:1, 18), o a Jacob (Gn. 28:13; 35:1, 10). Tal suposición, sin embargo, no responde a la pregunta de cómo lo hizo. Una cosa es evidente, a saber, que Dios habló en forma tal que en la mente de Josué no hubo duda alguna acerca de quién le hablaba y qué le decía.

c. Dios da el mandamiento de entrar en Canaán (1:2). 
Levántate y pasa este Jordán. En este mandamiento se manifiesta la continuidad del programa de Dios para Israel. El pueblo debe comenzar inmediatamente a avanzar hacia la tierra prometida. La muerte de Moisés es tratada solamente como una coma, no como un punto, en la historia de Israel. Las promesas hechas a Abraham, a Isaac y a Jacob sirven ahora como los antiguos fundamentos de los acontecimientos que se están desarrollando. Las liberaciones operadas por medio de Moisés no debían ser consideradas como fines en sí, sino que debían aceptarse como presagios de los próximos avances.

Los años de preparación de Josué lo habían capacitado para esa misión específica. Los planes y propósitos de Dios han de continuar desarrollándose. Obviamente sus programas exceden el término de la vida de cualquier hombre.

Este mandamiento de entrar en Canaán no sólo revela la continuidad del programa; también muestra la continuidad de la manifestación divina. “Lo que aconteció bajo Josué formó un capítulo importante del proceso de revelación por el cual Dios se dio a conocer a Israel … los libros históricos hebreos son … los registros de una manifestación divina.” Así había influido Dios en la historia humana en el pasado, y continuaba haciéndolo en los días de Josué.2 El reconocimiento de esta verdad es una importante ayuda para descubrir el significado del libro de Josué.

Uno de los problemas importantes en la misión de Josué era por dónde cruzar el crecido río Jordán. Este problema se advierte por el hecho de que al parecer no perturbaba a Josué. El estaba convencido de que los que con verdadera fe obedecían a Dios podrían realizar cualquier cosa que El les ordenara. Antes le había dicho a Israel: “Si Jehová se agradare de nosotros, 

El nos llevará a esta tierra, y nos la entregará … por tanto, no seáis rebeldes contra Jehová, ni temáis al pueblo de esta tierra; porque nosotros los comeremos como pan; su amparo se ha apartado de ellos, y con nosotros está Jehová; no los temáis” (Nm. 14:8–9). Ante tales promesas, Josué no vaciló. Sabía que el Señor abriría camino para su pueblo.

d. Instrucción acerca del programa divino-humano (1:3). 
Yo os he entregado … todo lugar que pisare la planta de vuestro pie. Esta era la misma promesa que Dios había hecho a los patriarcas (Gn. 12:1–7; 13:14–17; Ex. 23:30 s.). En Cades-barnea esta propuesta había sido rechazada por la incredulidad del pueblo (Nm. 14:1–4). Y durante los años transcurridos, Israel había sufrido las graves consecuencias de esa acción. Ahora, bajo la conducción de Josué, debía completar el circuito Dios-hombre, de modo que el poder de Dios pudiera obrar en beneficio del pueblo. La desobediencia en este punto sólo podía significar una continuada tragedia. La obediencia significaría la victoriosa posesión de la tierra prometida.

Al obedecer a Dios, Israel daba a conocer la voluntad divina a todos los pueblos con los cuales entraba en contacto. En esas oportunidades sus enemigos se tornaban impotentes. Y ellos se hacían invencibles. Cada vez que Israel rompía esa relación con Dios, resultaba víctima de su ambiente.

e. Instrucciones acerca de las fronteras (1:4). 
Dios ofreció a su pueblo la tierra que se extendía desde el desierto del sur hasta la gran cordillera del Líbano, al norte. Este ofrecimiento incluía hacia el este hasta el río Eufrates y al oeste hasta el mar Mediterráneo. (Véase mapa 3). Tendrían también toda la tierra de los heteos, que comprendía una gran parte del Asia Menor. Israel nunca llegó a ocupar toda esta extensión de tierra. David y Salomón sometieron la mayor parte de ella a tributo, pero sólo temporalmente las fronteras de Israel comprendieron esa extensión en algún período de su historia.

La extensión de esos límites sugiere la prodigalidad de las disposiciones de Dios para su pueblo. Su propósito era que toda esa tierra fuera ocupada por sus santos seguidores (cf. Dt. 11:22–25). Obedeciendo perfectamente a Dios, hubieran hecho un impacto para bien entre todas las naciones de la tierra, influencia que era desesperadamente necesaria. Dios quería que Israel cumpliera esa misión, pero aquellos que tan favorecidos habían sido por 

El quebrantaron el pacto con El (Jue. 1:21–2:15). Como resultado de su infidelidad, las naciones que hubieran podido ser iluminadas permanecieron en tinieblas. Los mismos israelitas dejaron de ser conquistadores y se convirtieron en esclavos. La historia de Israel revela que sólo la confianza en Dios y la obediencia les dieron ricas recompensas. Sin El, no podían hacer nada de valor.

f. El secreto de la invencibilidad (1:5). 
Dios no sólo le mostró a Josué una visión de lo que podría hacer, sino que también le aseguró la dinámica necesaria para que la visión se hiciera realidad. Como estuve con Moisés, estaré contigo, era toda la seguridad que Josué necesitaba. Sabía que Dios había hecho invencible a Moisés en medio de peligros y vicisitudes. No podía olvidar cómo había confrontado al faraón de Egipto y había ganado. Había observado cómo se había enfrentado con un pueblo apóstata y Dios no le había fallado.

Debido al contacto que Moisés había mantenido con Dios, el agua amarga se había endulzado, había desaparecido la lepra, había descendido pan del cielo y había surgido agua de la roca en el desierto. Josué estaba convencido de que los recursos de Dios jamás se agotarían. Sabía que ninguna crisis o acontecimiento inesperado haría necesario que Dios se alejara de él. Las palabras no te dejaré, ni te desampararé, hacían que Josué estuviera listo para cualquier misión.

La extensión de la ayuda divina al nuevo jefe sugiere que los grandes hombres de Dios pueden pasar de este mundo, pero el poder que los hizo grandes permanece. Dios quiere que su pueblo de todas las épocas recuerde que El no ha de fallarles cuando se sientan débiles ni se olvidará aun cuando ellos hayan flaqueado (cf. Dt. 31:8).

g. La importancia de una disposición positiva (1:6). 
Josué debía ser un jefe optimista. Esfuérzate y sé valiente fue el mandato que recibió. Para cumplirlo debía estar plenamente persuadido de que Dios haría todo lo que había prometido. Lo asaltarían dudas y temores, pero debía luchar la batalla de la fe y esperar el triunfo. Dios contaba con él y le había dicho tú repartirás a este pueblo por heredad la tierra. El Señor no tenía en cuenta la posibilidad de un fracaso. También Josué debía tener esta actitud mental.

Una actitud mental negativa hubiera significado la derrota de Israel por más de una generación. Había amanecido un nuevo día; se ofrecían nuevas oportunidades. Sin fe, sería imposible agradar a Dios, y se perderían todas las cosas buenas de que El les había provisto. La fe les daría la victoria.

h. La clave del éxito (1:7–8). 
La efectividad de cualquier cosa que emprendiera Josué dependería de la clave siguiente: Cuidar de hacer conforme a toda la ley que mi siervo Moisés te mandó (7). Aquí y en el versículo 8, la palabra ley se emplea para identificar los escritos que Moisés había dejado relativos a la voluntad de Dios para su pueblo. La palabra hebrea tora significa más que una legislación. Sugiere la idea de instrucción y dirección. 

Ninguna obligación o responsabilidad justificaría desviación alguna de esta norma fundamental para la vida. Si Josué no empleaba diligentemente la clave, le amenazaban peligros. Un peligro era el temor; debía ser fuerte y valeroso. La claudicación era peligrosa; por consiguiente el mandamiento era: No te apartes de ella ni a diestra ni a siniestra.

Existía el riesgo de olvidar; por lo tanto esa ley no debía apartarse de su boca. También corría el peligro de la superficialidad, por consiguiente debía meditar en ella de día y de noche (8). Explicando el término “meditación”, J. S. McEwen sugiere que uno debe practicar una “decidida concentración de la mente en el tema de la meditación y la deliberada expulsión de pensamientos e imágenes discordantes”.

Así, pues, toda la fuerza y el valor de Josué debían concentrarse en observar el programa de Dios. Dios había propuesto un código para el éxito que podía soportar el examen más diligente. En ese código le aseguraba: Serás prosperado en todas las cosas que emprendas. Esta era la clave del éxito; todo el que la use vivirá sabiamente y se comportará prudentemente.

i. La iniciativa es de Dios (1:9)
Mira que te mando. Josué no habría de seguir caprichos personales o ambiciones egoístas. Debía llevar a cabo las órdenes del Señor. En ningún momento debía considerar al Señor solamente como el oyente silencioso de sus conversaciones. El era el Iniciador de todo el programa de Josué. El había puesto en movimiento un modo de vida que exigía toda la atención de este hombre de Dios.

El plan de Dios para el hombre no se inició con Josué, ni terminó con él. “Nos escogió en él antes de la fundación del mundo, para que fuésemos santos y sin mancha delante de él, en amor” (Ef. 1:4, 5). Un programa de esta índole exige una lealtad indivisa. El hombre no ha de apartarse de él ni a diestra ni a siniestra. Debe precaverse cuidadosamente contra el temor, la claudicación, el olvido y la superficialidad. Debe recordar siempre el vibrante desafío. Mira que te mando. Dios mismo ha de estar a cargo de todas las operaciones.

El Señor no solamente establece una manera de vivir, sino que también prescribe el estado mental en que ese plan ha de ser ejecutado. Que te esfuerces y seas valiente; no temas ni desmayes. 

(1) Dios desafía al hombre a entregarse a la tarea con todas sus fuerzas. También 
(2) ha de realizar la obra del Señor con grandes anticipaciones. Isaías sugiere esta actitud        en su declaración de que “los redimidos de Jehová volverán, y vendrán a Sion con                alegría; y gozo perpetuo será sobre sus cabezas, y tendrán gozo y alegría, y huirán la          tristeza y el gemido” (Is. 35:10). Además, 
(3) ha de servir sin temor. Los “cobardes” encabezan la lista de los que “tendrán su parte en      el lago que arde con fuego y azufre” (Ap. 21:8). Los que sirven al Señor decididamente        no tienen lugar en esa multitud. Finalmente, 
(4) el siervo del Señor ha de ser intrépido. Puede ser tentado en todo, pero no ha de ceder. 

Ha de ser como el Josué del Nuevo Testamento, “el cual por el gozo puesto delante de él sufrió la cruz, menospreciando el oprobio” (He. 12:2). Josué necesitaba el consejo: Ni desmayes.

Sin embargo, el Señor no se limita a trazar un plan y prescribir un método. También proporciona una dinámica que hace posibles el plan y el método a los que deciden obedecer. Ese poder no es otro que el hecho de que Jehová tu Dios estará contigo en dondequiera que vayas.

Esta Presencia significaba mucho para Josué. 
Eso lo capacitó para hacer aquello para lo cual había sido llamado. Mantuvo comunión con Dios, porque El estaba cerca. Las dificultades de la entrada en la tierra no plantearon problemas serios, porque el Señor podía abrir fácilmente el camino. Estaba asegurada la superación de todas las dificultades; Aquel que estaba con él era más grande que todos los que estaban contra él.

El cristiano reconoce la importancia de la presencia de Dios. 
Jesucristo prometió a sus seguidores: “He aquí yo estoy con vosotros todos los días” (Mt. 28:20). Y les aseguró: “Recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo” (Hch. 1:8). Gracias a la presencia de Dios el cristiano se enfrenta victoriosamente a las vicisitudes de la vida.

1:1 Las palabras después de la muerte de Moisés unen este libro con Deuteronomio (cf. Dt. 34:1–9). 
Antes de la muerte de Moisés, Josué fue nombrado como su sucesor (cf. Nm. 27:15–23; Dt. 3:21–22; 31:1–8). Josué había sido el joven servidor de Moisés durante algunos años (Éx. 24:13; 33:11; Nm. 11:28), era de la tribu de Efraín (Nm. 13:8), y vivió 110 años (Jos. 24:29).

Es posible que Josué se sintiera solo, por lo que esperó cerca del río Jordán para escuchar la voz de Dios y no quedó desilusionado. Cuando los siervos de Dios se proponen escucharlo, el Señor siempre se comunica con ellos. En la actualidad, él generalmente habla por medio de su palabra escrita. Pero en el A.T. lo hacía por medio de sueños, visiones, a través del sumo sacerdote, y en ocasiones, con voz audible.

1:2. Cualquiera que haya sido la forma en que Dios se comunicó con Josué, el mensaje fue claro. Moisés, el siervo de Dios había muerto. 
(Es interesante que a Moisés se le llame “siervo de Jehová” tres veces en Josué 1 [vv. 1, 13, 15; cf. Éx. 14:31], y trece veces en otras partes del libro. Al final de su vida, Josué también fue llamado “siervo de Jehová” [Jos. 24:29].) Sin embargo, a pesar de que Moisés ya había muerto, el propósito de Dios seguía vivo, y Josué era ahora la figura clave para llevar a cabo el programa divino. Sus instrucciones fueron explícitas. De inmediato, Josué debía asumir el control de todo el pueblo y llevarlo a través del Jordán …, a la tierra que Dios estaba a punto de darle. Nadie puede cuestionar el derecho que Dios tenía de dar a los hijos de Israel la tierra de Canaán, puesto que él es dueño de toda la tierra. Como afirma el salmista: “De Jehová es la tierra y su plenitud; el mundo, y los que en él habitan” (Sal. 24:1).

1:3–4. Aunque la tierra era regalo de Dios para Israel, sólo podía adquirirla por medio de una fuerte lucha. 
Dios les entregó el título de propiedad de su territorio, pero los israelitas tenían que entrar a poseerlo y marchar sobre todo el lugar. Las fronteras establecidas por Dios y prometidas a Abraham (Gn. 15:18–21) y a Moisés (Dt. 1:6–8) se extendían desde el sur del desierto hasta el norte de los montes del Líbano, y desde el río Eufrates al oriente hasta el gran mar, el Mediterráneo que estaba al occidente, donde se pone el sol. 

La expresión toda la tierra de los heteos que se añade aquí probablemente no se refiere al extenso imperio heteo que se encontraba al norte de Canaán, sino al hecho de que en los tiempos antiguos se les llamaba “heteos” a todos los pobladores de la región de Canaán (cf. Gn. 15:20). Varios “grupos” de heteos vivían diseminados en Canaán.

Josué había explorado esa tierra buena y fructífera treinta y ocho años antes, cuando formó parte del grupo de los doce espías (Nm. 13:1–16; ahí [Nm. 13:8] es llamado “Oseas”, una variante en la manera de escribir su nombre). El recuerdo de la belleza y fertilidad de Canaán no se había borrado de su memoria. Ahora él debía conducir a los ejércitos de Israel a conquistar ese territorio.

¿Cuál era la extensión de la tierra? Realmente el territorio conquistado y controlado por Israel en tiempos de Josué fue mucho más pequeño del que se prometió en Génesis 15:18–21. Aun en tiempos de David y Salomón, cuando la tierra alcanzó su máxima extensión, los distritos que quedaban en los extremos sólo recibían una influencia parcial de Israel.

¿Cuándo poseerá la nación de Israel toda la tierra? Los profetas han declarado que será cuando Cristo regrese a la tierra. Entonces, reunirá a los judíos y reinará sobre la tierra y sobre la nación redimida y convertida de Israel. La posesión absoluta todavía está pendiente, esperando que llegue aquel día (cf. Jer. 16:14–16; Am. 9:11–15; Zac. 8:4–8).

1:5. Al enfrentar el tremendo reto de conquistar a Canaán, Josué necesitaba una palabra fresca de ánimo. 
A partir de sus observaciones personales, Josué sabía que los cananeos y los otros pueblos eran muy fuertes y que vivían en ciudades bien fortificadas (cf. Nm. 13:28–29). 

Además, las frecuentes batallas mantenían a los guerreros en excelentes condiciones para pelear. Por otro lado, la mayor parte de la tierra era montañosa, lo cual complicaría las maniobras militares. Pero cuando Dios da una orden, generalmente la acompaña de una promesa, así que él aseguró a Josué que tendría una trayectoria de victorias continuas sobre sus enemigos, debido a la presencia y ayuda infalibles de Dios. Las palabras no te dejaré (cf. Jos. 1:9) pueden entenderse como “Yo nunca te soltaré o abandonaré” y Dios nunca se retracta de sus promesas.

1:6. Esta fuerte declaración de parte del Señor de que nunca desampararía a Josué, es el origen del llamado que le hizo a ser valiente, el cual consta de tres partes. 
Josué recibió el mandato de esforzarse y ser valiente (cf. vv. 7, 9, 18) porque Dios había prometido darle la tierra. El esfuerzo y la fortaleza eran necesarios para llevar a cabo la agotadora campaña militar que estaba por delante. Pero Josué debía tener muy presente que el éxito que alcanzaría dando a Israel por heredad la tierra, sería gracias a que había sido prometida a sus padres; i.e., a Abraham (Gn. 13:14–17; 15:18–21; 17:7–8; 22:16–18), a Isaac (Gn. 26:3–5), a Jacob (Gn. 28:13; 35:12), y a la nación entera, que era la simiente de Abraham (Éx. 6:8), como su posesión eterna. Finalmente, Josué debía conducir a los hijos de Israel a poseer la tierra prometida. ¡Qué papel tan importante le tocaría desempeñar en ese tiempo tan crucial para la historia de la nación!

Aunque el cumplimiento de esa promesa tan especial y única depende de la obediencia de Israel (cualquiera que sea la generación de que se trate) a Dios, no hay duda de que la Biblia afirma que Israel tiene derecho a poseer esa tierra. El título de propiedad le pertenece por contrato divino, aunque no la poseerá en su totalidad ni la disfrutará a plenitud hasta que esté bien con Dios.

1:7–8. En segundo lugar, Josué recibió la orden de esforzarse y ser muy valiente. Debía tener cuidado de hacer conforme a toda la ley de Moisés. Ese mandamiento está basado en el poder de Dios impartido a través de su palabra. Esta es una exhortación más fuerte, indicando que se requiere mayor fuerza de carácter para obedecer fiel y cabalmente la palabra de Dios ¡que para ganar batallas militares! El énfasis de estos vv. claramente se pone en un cuerpo escrito de verdades. Muchos críticos argumentan que las Escrituras no aparecieron en forma escrita sino hasta varios siglos después. No obstante, aquí hay una referencia clara que afirma que ya existía un libro de la ley.

Para disfrutar de la prosperidad y para que todo saliera bien en la conquista de Canaán, Josué debía hacer tres cosas respecto a las Escrituras: (a) El libro de la ley no debía apartarse de su boca; i.e., debía hablar acerca de él (cf. Dt. 6:7); (b) debía meditar en él de día y de noche; i.e., pensar acerca de él (cf. Sal. 1:2; 119:97); (c) él debía hacer conforme a todo lo que en él está escrito, y obedecer por completo los mandamientos; i.e., actuar conforme a ellos (cf. Esd. 7:10; Stg. 1:22–25).

La vida de Josué demuestra que él vivía en la práctica las enseñanzas de la ley de Moisés, la única porción de la palabra de Dios que estaba por escrito en ese entonces. Solamente así se explican los triunfos que logró en las batallas y el éxito que caracterizó a su carrera. En uno de sus discursos de despedida antes de morir, exhortó a la nación a vivir en obediencia a las Escrituras (Jos. 23:6). 

Trágicamente, el pueblo sólo hizo caso a esta exhortación por un corto período de tiempo. En sus siguientes generaciones, Israel se rehusó a ser guiado por la autoridad revelada de Dios, y cada uno hacía lo que bien le parecía (Jue. 21:25). Israel rechazó las instrucciones objetivas de justicia y prefirió las subjetivas, que se caracterizan por una espiritualidad y moralidad relativas. Esto condujo a la nación a la apostasía religiosa y a la anarquía moral que duró varios siglos.

1:9. El tercer llamado a Josué para que fuera valiente se basa en la presencia de Dios. 
Esto de ninguna manera minimiza la tarea que debía enfrentar el líder. Él tendría que confrontar a gigantes y ciudades fortificadas, pero la presencia de Dios sería la que les daría el triunfo sobre sus enemigos.

Probablemente en la vida de Josué hubo momentos en que se sintió débil, incapaz y asustado. Tal vez llegó a considerar la posibilidad de renunciar antes de comenzar la conquista. Pero Dios conocía exactamente sus sentimientos de debilidad personal y de temor y le dijo tres veces te mando que te esfuerces y seas valiente (vv. 6–7, 9; cf. v. 18). Dios también lo animó a no temer ni a desmayar (cf. Dt. 1:21; 31:8; Jos. 8:1). Esas exhortaciones, junto con sus palabras de ánimo (la promesa, el poder y la presencia de Dios), fueron suficientes para sostenerlo durante toda su vida. Los creyentes de todos los tiempos pueden animarse con las mismas promesas.

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