... El que tiene este cargo, ha de ser irreprensible, debe ser apto para enseñar; no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6
Jesús lleno del Espíritu Santo, volvió del Jordán y fue llevado por el Espíritu al desierto. Allí estuvo cuarenta días y fue tentado por el diablo. No comió nada durante esos días, pasados los cuales tuvo hambre.
-Si eres el Hijo de Dios –le propuso el diablo–, dile a esta piedra que se convierta en pan.
Jesús le respondió:
-Escrito está: “No sólo de pan vive el hombre.”
Entonces el diablo lo llevó a un lugar alto y le mostró en un instante todos los reinos del mundo.
-Sobre estos reinos y todo su esplendor –le dijo–, te daré la autoridad, porque a mí me ha sido entregada, y puedo dársela a quien yo quiera. Así que, si me adoras, todo será tuyo.
Jesús le contestó:
-Escrito está: “Adora al Señor tu Dios y sírvele solamente a él”.
El diablo lo llevó luego a Jerusalén e hizo que se pusiera de pie en la parte más alta del templo, y le dijo: –Si eres el Hijo de Dios, ¡tírate de aquí! Pues escrito está: “Ordenará que sus ángeles te cuiden. Te sostendrán en sus manos para que no tropieces con piedra alguna”.
-También está escrito: “No pongas a prueba al Señor tu Dios” le replicó Jesús.
Así que el diablo, habiendo agotado todo recurso de tentación, lo dejó hasta otra oportunidad.
Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6
Existe un gran debate en torno a esta pregunta. Hay estudiosos que dicen que en los Evangelios Sinópticos hay más de setenta parábolas y, otros, que no hay más de treinta.
Para clasificar los tipos de parábolas, los intérpretes han usado diferentes categorías como
parábola,
símil,
ilustración, etcétera.
En ese sentido, Jeremias, el intérprete de las parábolas más influyente del siglo XX, comenta:
Este término [parábola] designa figuras retóricas de toda clase, sin que se pueda establecer un esquema:
símil,
comparación,
alegoría,
fábula,
proverbio,
revelación apocalíptica,
enigma, seudónimo,
símbolo,
ficción,
ejemplo (paradigma),
motivo,
argumentación,
disculpa,
objeción,
chiste
(Jeremias, Parábolas, 24-25, p. 20 de la edición en inglés).
Teniendo esto en mente, nosotros preferimos centrarnos en la función que la parábola tiene en el texto del Nuevo Testamento, en lugar de centrarnos en los diferentes tipos.
Así, enseguida queda claro que las parábolas no son ilustraciones. Manson describe esta idea de una forma muy profunda cuando comenta que «las mentes formadas al modo del pensamiento occidental» están acostumbradas a los argumentos teológicos expuestos de forma abstracta.
Entonces, para ayudar a «popularizar esas conclusiones», se pueden ilustrar con referencias de la vida cotidiana. Pero:
La verdadera parábola … no es una ilustración para ayudarnos a entender una argumentación teológica, sino que es un modo de experiencia religiosa (Manson, Teaching, 73).
Una parte de lo que entiendo que Manson está diciendo quizá pueda verse mejor creando una comparación.
En Lucas 9:57-58 el texto dice: «Iban por el camino cuando alguien le dijo: “Te seguiré a dondequiera que vayas”». Si Jesús hubiera sido de Occidente, habría contestado algo parecido a esto:
Es fácil hacer declaraciones así de valerosas, pero tienes que considerar seriamente el precio que vas a tener que pagar para seguirme. Es evidente que aún no lo has pensado bien. Tienes que saber que no te puedo ofrecer un salario ni ningún tipo de seguridad. Si no lo has entendido bien, quizá sea útil utilizar una ilustración: por ejemplo, ni siquiera tengo una cama propia donde dormir.
Pero Jesús responde:
Las zorras tienen madrigueras y las aves tienen nidos, pero el Hijo del hombre no tiene dónde recostar la cabeza (Lucas 9:58).
En lugar de contestar con una explicación abstracta seguida de una ilustración clarificadora, Jesús recurre a una confrontación directa, pronunciada de forma sucinta y drástica. La respuesta parabólica está impregnada del carácter sublime de Jesús.
El oyente/lector queda impactado y se siente llamado a responder.
Las implicaciones teológicas obligan a nuestra mente a pensar en las diferentes direcciones que podemos tomar. El texto no incluye la respuesta de aquel discípulo. Le toca responder al lector.
Todo esto ocurre en un instante, en un intenso enfrentamiento.
¡Esto es una parábola! Pensar que podemos captar todo lo que ocurre en una parábola en una definición abstracta es no haber entendido la naturaleza de este rico recurso literario. No obstante, lo hemos de intentar.
Las parábolas de Jesús son una forma de lenguaje teológico concreta y dramática que apremia al oyente a dar una respuesta.
Las parábolas revelan la naturaleza del reino de Dios o indican la forma en la que un hijo del reino debería actuar.
Con esta definición en mente, ahora toca preguntarnos dónde están las parábolas.
LAS PARÁBOLAS ESTÁN DONDE LAS ENCUENTRAS
En cuanto a los formatos en los que encontramos las parábolas de Jesús, hay al menos seis tipos diferentes.
Para su interpretación, es crucial ver de qué forma funcionan en cada uno de los diferentes escenarios.
Los seis escenarios son los siguientes:
La parábola en un diálogo teológico
La parábola en la narración de un suceso
La parábola en el relato de un milagro
La parábola en una colección temática
La parábola en un poema
La parábola aislada
Cada uno de ellos requiere un breve análisis.
Un ejemplo del primer escenario lo encontramos en la discusión teológica entre Jesús y el joven rico (Lc 18:18-30). El clímax de la discusión llega, como ya veremos, con la narración de la parábola del camello y la aguja. La función de la parábola es clave como clímax del escenario en el que aparece, y no la podemos analizar si no tenemos en cuenta dicho escenario.
El banquete en casa de Simón el fariseo (Lc 7:36-50) es un ejemplo de una parábola en la narración de un suceso. La parábola del acreedor y los dos deudores funciona como parte de la narración del suceso. Hay diálogo, pero el elemento central de la escena está formado por las acciones calladas de la mujer.
El relato de la curación de la mujer que estaba encorvada por causa de un demonio (Lc 13:10-17) se convierte en un debate teológico entre el principal de la sinagoga y Jesús, por lo que se solapa con el tipo 1. Sin embargo, se encuentra dentro de la narración de un milagro, y de nuevo la parábola del buey y del burro funciona como una parte clave del todo.
En Lucas 11:1-13 encontramos una colección temática sobre el tema de la oración. La parábola del amigo a medianoche (Lc 11:5-8) es una parte de esa colección. En este tipo de colección, se debe distinguir entre las diferentes unidades de la tradición que se han incluido en la colección. Es decir, dado que se trata de una agrupación de diversos dichos sobre un tema concreto, es fácil no percibir el lugar en el que debería haber un cambio de párrafo y, por tanto, es muy fácil hacer una interpretación errónea del material (cf. Bailey, Poet, 110ss., 134ss.).
En Lucas 11:9-13, encontramos un poema cuidadosamente elaborado sobre la oración. En la estrofa central del poema, Jesús introduce tres parábolas sorprendentes (Ibíd., 134-141). Su función en ese punto climático es la clave para entender todo el poema.
Por último, en algunas ocasiones podemos encontrar una parábola de forma aislada. En Lucas 17:1-10 aparecen tres temas que se suceden de forma rápida, y cada uno de ellos tiene algo de discurso parabólico. La primera es la parábola de la piedra de molino y el tema del juicio sobre el temperamento. Le sigue la parábola del grano de mostaza y el clamor de los apóstoles pidiendo más fe. Por último aparece la dramática parábola del siervo obediente en los vv. 7-10. Las tres están relativamente aisladas, no poseen una clara conexión con lo que las rodea, ni tienen un contexto concreto.
Así, en todos menos en el último tipo, la parábola funciona como parte crucial de la unidad literaria a la que pertenece, unidad que debe examinarse cuidadosamente para determinar el sentido de la parábola.
Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6
La eternidad del Verbo. Es decir, su preexistencia: «En el principio era el Verbo».
La personalidad distinta del Verbo. O sea, su coexistencia.
Y también su relación única con Dios el Padre: «y el Verbo era con Dios».
La naturaleza y la esencia de la deidad del Verbo. Es decir, su consustancialidad, la cual lleva inherente su propia divinidad: «y el Verbo era Dios».
Además, este versículo tan monumental refuta también de un solo golpe tres graves errores:
«En el principio era el Verbo»: que por llevar intrínseca la Deidad misma, derriba el ateísmo (refutando así a aquellos que niegan la existencia de Dios).
«Y el Verbo era con Dios»: esta declaración va contra Sabelio (quien negaba la distinción de Personas en la unidad de la Trinidad divina).
«Y el Verbo era Dios»: se replica a Arrio (el cual negaba la deidad de Jesucristo).
Una falsificación diabólica
Sin embargo, intencionadamente, la Traducción del Nuevo Mundo de las Santas Escrituras vierte Juan 1:1 de la siguiente manera:
«En (el) principio la Palabra era, y la Palabra estaba con el Dios, y la Palabra era un dios».
Así, los llamados «Testigos de Jehová» tratan de demostrar que Cristo no es Dios. Pero ¿es admisible esta traducción textual que ellos presentan? No, si nos atenemos a las reglas de la gramática griega y a los contextos bíblicos correspondientes. Porque solo el diablo puede tener un interés maquiavélico en atacar la verdad más fundamental de la Biblia: la deidad de Jesucristo.
Análisis gramatical de Juan 1:1
Vayamos ahora al texto original.
Mi Nuevo Testamento griego, basado en los textos críticos del profesor Eberhard Nestle, de Westcott y Hort, y de Bernhard Weiss, todos ellos reconocidas autoridades en el griego de los documentos novotestamentarios, dice:
«En arkhe en ho Logos, kai ho Logos en pros ton Theon, kai Theos en ho Logos».
Vamos a tratar de traducir lo más literalmente posible:
«En principio era el Verbo, y el Verbo estaba con el Dios, y Dios era el Verbo».
Aunque la segunda cláusula quizá podría traducirse mejor así:
«Y el Verbo estaba junto al Dios» o «y el Verbo estaba con el Dios». Porque el artículo masculino definido «ton» («el»), que precede al primer nombre «Dios», es acusativo.
Además, parece ser, según algunos exegetas, que la idea literal del griego es que el Verbo estaba «dentro de Dios», o más bien que estaba «habitando en Dios». Por lo que a la luz de ello, y sin forzar la exégesis ni torcer la armonía de los contextos correspondientes, la tercera cláusula invita a ser traducida perfectamente de la siguiente manera: «y el Verbo era Dios mismo».
LOS TESTIGOS AL ATAQUE:
Ahora bien: los «Testigos de Jehová» argumentan de esta forma:
el segundo nombre «Dios» no va precedido de artículo determinado, y esto indica que no se trata del mismo Dios. Por consiguiente, al escribirse la segunda vez el nombre de Dios sin artículo, se nos enseña con respecto al Verbo que Juan se refería a un «dios» de menor categoría, de calidad inferior y no igual al verdadero Dios.
Por otra parte —dicen—, existen copias de manuscritos griegos del Evangelio de Juan, en los cuales el segundo nombre «Dios» de este texto aparece escrito con inicial minúscula, lo que —siempre según ellos— viene a confirmar que el Verbo era un «dios» de segunda clase.
Además, en la gramática griega no existen los artículos indeterminados; se suponen cuando su morfología textual lo permite. Los nombres usados en griego sin artículo se traducen sin él o con el artículo indefinido. De ahí que, muy arbitrariamente, y cegados por su propia interpretación convencional, los «Testigos» hayan optado por traducir que «el Verbo era un dios».
Pero ese sistema de razonar es una hábil argucia, una artimaña sutil ideada por los traductores de la versión Nuevo Mundo para atacar la divinidad de Cristo y engañar así a quienes desconocen las reglas de la gramática griega. Porque, como veremos a continuación, la distinción que se aduce de «el Dios» y «Dios», esgrimida para apoyar y justificar una traducción que carece de fundamento escriturístico, no establece diferencia básica alguna en nuestro texto.
La gramática griega se distingue de la inglesa y de la española en varios aspectos, y el uso del artículo es uno de ellos. Tanto en español como en inglés existe el artículo definido el y el artículo indefinido un.
En griego, por el contrario, como ya hemos dicho, solamente existe el artículo determinado ho. Asimismo, sabemos que una palabra acompañada del artículo definido (el) expresa identificación; y una palabra acompañada del artículo indeterminado (un) es indefinida.
Pero en griego no es así. La presencia del artículo en el idioma griego identifica a la persona u objeto. La ausencia del artículo enfatiza la cualidad de la persona u objeto. Aunque puede también omitirse el artículo en las máximas, sentencias y expresiones de carácter general.
A continuación citamos la explicación que sobre el artículo griego aparece en Un Manual de la Gramática del Griego del Nuevo Testamento, por H. E. Dana y Julius R. Mantey:
«La función del artículo es señalar un objeto o llamar la atención a este. Cuando el artículo aparece, el objeto es ciertamente definido. Cuando el artículo no se usa, el objeto puede o no ser definido… La función básica del artículo griego es señalar la identidad individual» (pág. 137).
«Algunas veces, con un nombre que el contexto comprueba ser definido, EL ARTÍCULO NO SE USA. Esto hace que la fuerza recaiga sobre el aspecto cualitativo del nombre en lugar de su sola identidad. Un pensamiento puede concebirse desde dos puntos de vista:
identidad, y
cualidad.
Para indicar el primer punto de vista, el griego usa el artículo; para el segundo, el anathorous (sin artículo) es usado. También en expresiones que han sido tecnificadas o estereotipadas, y en salutaciones, el artículo tampoco se usa» (pág. 149).
En conclusión: la gramática griega enseña que la ausencia del artículo no hace al nombre necesariamente indefinido, por las siguientes razones:
El nombre en griego tiene definitividad intrínseca.Puede suprimirse el artículo al lado de ciertos nombres comunes que designan seres únicos en su especie y de NOMBRES PROPIOS.
Cuando un nombre se usa sin el artículo, el autor desea enfatizar la cualidad o carácter de ese nombre.
Gramaticalmente, un predicado nominal formado por un verbo copulativo (ser o estar) carece de artículo porque no lo necesita.
Y este es precisamente el caso de la oración sustantiva del verbo ser de Juan 1:1, donde el predicado «Theos» es nominativo al igual que el sujeto «Logos».
Por otra parte, la palabra «Dios» se escribe aquí sin el artículo masculino en nominativo («ho»), de que está habitualmente precedida, porque esta omisión se imponía por tener, al propio tiempo, el sentido de un adjetivo, y el vocablo desempeña en la frase el papel de atributo y no de sujeto (por las razones gramaticales expuestas), no designando a la persona, sino —como ya se ha dicho— la cualidad, el carácter, la esencia, la naturaleza de ella, que en el caso que ocupa nuestra consideración es precisamente la de la Deidad misma.
En consecuencia, pues, la palabra «Dios», sin el artículo, y en conexión aquí con la palabra «Verbo», sugiere que ambos son coparticipantes de la misma esencia, coiguales en sus atributos o cualidades divinas, y consustanciales en cuanto a propia naturaleza.
Además, escribiendo el nombre «Theos» de la tercera cláusula precedido por el artículo, Juan habría identificado la Palabra y el Dios (o sea, el Padre), minimizando así la distinción que acababa de hacer en la segunda cláusula al decir que «el Verbo era con el Dios», distinción de persona, aunque no de esencia, que los cristianos aceptamos en nuestro concepto de el Padre y el Hijo, pues no somos «sabelianos».
Dios era el Verbo
Pero todavía hay algo más aquí. Nótese que el texto griego no dice que «el Verbo era Dios», como en la versión castellana, sino: «kai Theos en ho Logos»: «y Dios era el Verbo».
Es decir, que la palabra «Dios» ocupa el primer lugar en esta frase, el predicado precede al sujeto, está en la posición de mayor énfasis. Es una ley fundamental en las reglas del idioma griego que, cuando se desea recalcar una idea básica, la palabra que la especifica se coloca en primer término.
El orden, pues, en el que las palabras se suceden en el texto original tiene una importancia ineludible, ya que tiende precisamente a hacer recaer todo el peso del énfasis en la plena divinidad de la Palabra, o sea: Cristo. Por eso, para lograr dicha enfatización, el predicado precede al sujeto.
Por lo tanto, al decir que «Dios era la Palabra» se indica que la Palabra divina es Dios mismo. Equivale al mismo tipo de afirmación que: «Juan es médico» (obsérvese la ausencia del artículo determinado por tratarse de un predicado nominal con el verbo copulativo).
Y usando un término bíblico para ilustrar más claramente nuestro ejemplo, véase cómo la construcción de la frase «y Dios era el Verbo» es precisamente la misma que la de Juan 4:24 («Dios es Espíritu»), donde el vocablo «Espíritu» es enfático y se emplea para definir la naturaleza y la esencia de Dios.
(Algún exégeta había propuesto, un tanto ingeniosamente, dar a la parte final de nuestro texto el significado de: «y el Verbo era divino». Pero la palabra que, enfáticamente, en griego expresa la idea de divino es «theios», y no «Theos»).
Ahora bien: si leyendo el texto griego de Juan 1:1 hemos podido constatar que no aparece ningún artículo indefinido que autorice traducir: «y el Verbo era un dios»,
sino todo lo contrario, ¿por qué los «Testigos de Jehová», habiendo interpolado el artículo indeterminado un en su versión Nuevo Mundo, no lo han encerrado entre corchetes? Ahí se ve bien patente la mala fe con que han obrado los traductores para hacer creer al lector ingenuo que dicha partícula indefinida se halla contenida en el texto original.
Ausencia total del artículo «un»
Sin embargo, a la luz de todo lo expuesto se llega a la conclusión de que los «Testigos» desconocen muchos de los matices morfológicos y sintácticos que presentan las leyes gramaticales griegas. Porque en el griego novotestamentario sí existen unas partículas que suelen usarse como equivalentes a artículos indeterminados para expresar la idea de un, uno y una. Nos referimos a los adjetivos numerales cardinales y a los adjetivos indefinidos, por cuanto implican unidad predicamental, o también trascendental (unidad en sí misma, indivisible en su estructura), y como tales se emplean en muchos pasajes del Nuevo Testamento.
Veamos algunos ejemplos prácticos. Mateo 8:19: «eis grammateús»: «un escriba» (eis: un; masculino). Lucas 10:25: «nomikós tis»: «un intérprete de la ley» (tis: un; masculino). Mateo 19:5-6: «sarka mían», «sarx mía»: «una carne» (mían, mía: una; femenino). Juan 10:30: «en esmen»: «somos uno» (en: uno; neutro). Aquí la partícula neutra se expresa como “un”.
Por lo tanto, el griego no permite traducir: «y el Verbo era un dios», pues para esto Juan tendría que haber escrito: «kai eis Theos en ho Logos» o: «kai Theos tis en ho Logos», ya que aquí un significaría uno entre otros varios posibles, y el griego no introduce adjetivo numeral alguno. De modo que la filología nos indica claramente que se trata de dos distintos, pero que ambos son divinos. Es decir, que en este texto se nos habla de dos Personas que poseen la misma y única naturaleza divina.
Para acabar de disipar las dudas que el lector sincero pudiera tener en este sentido, demostraremos una vez más —y ruego se nos disculpe tanta insistencia— que la ausencia del artículo delante del nombre no hace que este sea necesariamente indefinido, como los traductores de la versión Nuevo Mundo pretenden hacer ver en Juan 1:1.
Hasta aquí creemos haber probado suficientemente que el esfuerzo puesto en juego para convertir el vocablo «Dios» en indefinido por carecer del artículo no obedece sino al deliberado propósito de los traductores russellistas de negar la deidad de Cristo.
Mateo 4:4; 5:9; 6:24. Lucas 1:35 y 78; 2:14 y 40; 20:38. Juan 1:6, 12 y 18; 16:30. Romanos 8:8 y 33. 1 Corintios 1:1. 2 Corintios 1:21. Gálatas 1:3; 2:19. En todos estos textos aparece la palabra «Dios» sin el artículo. ¿Podríamos traducir «un Dios»? Como el lector podrá comprobar por sí mismo, intercalar el artículo indefinido un delante del nombre «Dios» en los versículos citados resultaría absurdo y totalmente antiexegético.
Pero aún hay más.
En Juan 1:18; 20:28, Hebreos 1:8 y 1 Juan 5:20, Jesucristo es llamado «Dios». ¡Y EL VOCABLO «DIOS», APLICADO A JESÚS, VA ACOMPAÑADO EN EL ORIGINAL GRIEGO DEL ARTÍCULO DETERMINADO! ¿Se quiere prueba más contundente de que a Cristo se le identifica con Dios mismo?
Un argumento que no vale
Referente al hecho de escribir la palabra «Dios» con mayúscula o minúscula, no vale la pena que nos entretengamos en refutarlo; es algo que, por carecer de valor escriturístico y no tener la importancia que se le ha querido dar, nada demuestra. (¡A qué subterfugios y detalles insignificantes se ven obligados a recurrir los «Testigos» para negar lo que es innegable!). Porque los textos más antiguos escriben todas las letras mayúsculas (códices unciales) o todas con minúsculas (códices cursivos o minúsculi), así que la diferencia no procede del original, sino de copistas de siglos posteriores que empezaron a usar mayúsculas y minúsculas a su libre antojo.
Una preposición iluminadora
Ahora bien, antes de concluir con este argumento es necesario, de conformidad con el significado de los términos griegos que estamos estudiando, profundizar un poco más en nuestro comentario analítico de Juan 1:1. «Y el Verbo era con Dios» es una cláusula que nos interesa mucho, pues la palabra griega «pros» («con») es una preposición que tiene categoría de relación; se trata de una preposición de movimiento en una frase sustantiva porque está el verbo ser, y la idea que expresa está completada en la cláusula siguiente, cuyo sentido es que «el Verbo comunicaba en la naturaleza divina».
En efecto: la preposición que Juan usa aquí no es la acostumbrada preposición griega «para», que significa «al lado de», «estar junto a», sino una que tiene el sentido de «estar cara a cara» y sugiere el compañerismo más íntimo como iguales, indicando simultaneidad, coigualdad entre el Verbo y Dios. Es decir, que el vocablo en cuestión no quiere decir solamente que el Verbo estaba junto a Dios en sociedad, sino que nos lo presenta en movimiento constante hacia Él y expresa la idea de íntima unión, de estar estrechamente apegado a Dios en un contacto activo y dinámico, pero con una unión tan estrecha que ambos comunicaban en la naturaleza divina, eran consustanciales, sin otra distinción que la personal.
Este matiz se halla nuevamente en el v. 18: «A Dios nadie le vio jamás; el unigénito Hijo (o “el unigénito Dios”), que está en el seno del Padre, Él le ha dado a conocer». Juan vuelve a emplear la misma preposición en su 1.a Epístola 1:2: «(Porque la vida fue manifestada, y la hemos visto, y testificamos, y os anunciamos la vida eterna, la cual estaba con el Padre, y se nos manifestó)».
Ante una verdad tan portentosa como profunda, el doctor G. N. Clark, conocido teólogo evangélico, escribió:
«Por supuesto, la encarnación no quiere decir que Dios fue quitado del universo y localizado en Jesús. Ni quiere decir, tampoco, que el Logos fue separado de Dios al ocuparse en efectuar la encarnación. Erramos si pensamos que el Logos es capaz de una sola actividad a un tiempo. Él es capaz de toda la actividad de Dios. La encarnación no es una división de Dios.
La verdad es más bien esta: que el Dios que en su actividad despliega una variedad infinita añadió a las expresiones de su carácter otra manera de revelarse haciéndose hombre, lo que es una forma adicional de actividad, en la cual pudo entrar sin retraerse de ninguna otra actividad».
«En principio era el Verbo». La palabra «arkhe» («principio») significa aquí principio en sentido absoluto. Compruebe el lector que en el original griego el nombre sustantivo no tiene artículo, lo cual viene a confirmar, en efecto, que el escritor sagrado quiere expresar duración sin tiempo, sinónimo de eternidad.
El principio de Juan 1:1 halla, pues, su contexto armónico en el principio de Génesis 1:1. Es evidente, por tanto, que se trata de la misma idea y que ambas expresiones nos sitúan en el vértice de la eternidad misma, donde el Verbo existía eternamente, y en el momento en que los cielos y la tierra, cuando eran inexistentes, comenzaron a existir en virtud del poder creador de Aquel que es eterno por sí mismo.
Pruebas de la inspiración verbal
Los cristianos netamente evangélicos creemos en la inspiración verbal de la Biblia según el texto en su lenguaje original. Con esto queremos decir que la Biblia no solo fue inspirada en su contenido general, sino que cada palabra fue escogida e inspirada por el Espíritu Santo como si hubiera sido dictada por Él.
Como una evidencia notable y concluyente de esta inspiración sobrenatural, vamos ahora a considerar dos verbos griegos por medio de los cuales suele expresarse la idea de existencia, significando uno de ellos la existencia juntamente con la idea de origen, y el otro significando existencia sin ninguna idea semejante.
En los vs. 1 y 2 del capítulo primero del Evangelio según San Juan, aparece cuatro veces una palabra especial: es la palabra usada y traducida «en» («era»).
En los versículos citados, la palabra usada y traducida «era» es la forma imperfecta de la tercera persona del singular del verbo «eimi», que equivale en su significado a nuestros verbos ser, estar o existir, pero no implica que el sujeto del cual se habla tenga un principio, pues el tiempo imperfecto en que se halla indica una acción continua en tiempo pasado.
Si se hubiera querido indicar un principio o existencia con origen, se hubiese usado un aoristo, que pertenece al tiempo secundario, y al ser indefinido es el tiempo histórico por excelencia. En tal caso, según los gramáticos, se hubiese empleado, concretamente, el aoristo indicativo, que corresponde a nuestro pretérito indefinido e indica esencialmente una acción que tuvo lugar en el pasado y con principio temporal. O se hubiese usado el tiempo perfecto, que expresa la acción ya terminada.
Ahora pasemos al v. 3. Allí aparecen las palabras «fueron», «ha sido» y «fue». Consecuentemente, pues, cuatro son las formas del verbo ser que encontramos en los tres primeros versículos de Juan 1. Pero las palabras traducidas como «fueron», «ha sido» y «fue», en Juan 1:3, son completamente distintas. Esto es: «egeneto». Y la palabra «egeneto», también traducida era, fue, es la tercera persona del singular de «ginomai», y siempre, sin excepción, implica un principio.
La palabra significa «engendrar» o «principiar», viene del verbo «ginomai», que también se traduce «engendrar» o «ser creado», «venir a la existencia», «nacer» y «descender». Por lo tanto, la palabra «egeneto», cuando es usada, implica existencia de un sujeto con un tiempo definido de principio, antes del cual no existía.
Ahora bien: los dos primeros versículos, en los cuales la palabra «era» ocurre cuatro veces, se refieren al Creador. Y cuando Juan habla de Cristo como Creador, usa la palabra «en», una forma del verbo «eimi», que significa «existir», pero SIN NINGUNA REFERENCIA DE PRINCIPIO O DE FIN. Esto equivale a: «YO SOY», «YO SIEMPRE FUI». Es decir, denota existencia sin ninguna insinuación o sugerencia de un principio. Así pues, cuando Juan se refiere a la deidad preexistente de Jesús, siempre emplea la forma del verbo «eimi», que, como venimos enfatizando, indica existencia sola, sin mencionar origen temporal alguno.
Pero en el tercer versículo notamos las palabras «fueron», «ha sido» y «fue», que se refieren a la creación. Y cuando Juan habla de la creación que Cristo hizo, entonces sí que la palabra «egeneto» es utilizada, y el uso de este verbo indica la existencia de lo que fue creado y por consiguiente tuvo un principio, denotando que la creación no siempre existió, sino que, como su nombre indica, fue creada, significando, por tanto, el vocablo «egeneto»: EXISTENCIA CON UN PRINCIPIO U ORIGEN BIEN DEFINIDO.
Pasemos ahora al v. 4 y notemos que Juan, al hablar otra vez de Jesús, vuelve a usar nuevamente el verbo SER (en griego «en») (SER SIN PRINCIPIO), utilizada en los vs. 1 y 2, pues está hablando de Jesús el Creador.
Pero notemos ahora la presencia de la forma de los verbos ser, estar o existir, la palabra «hubo», en el v. 6. Aquí la palabra traducida «hubo» es el término griego «egeneto», que denota principio, porque este versículo habla de Juan el Bautista, quien fue un hombre con un principio, por cuanto tuvo un origen humano al nacer. Véase lo que luego se añade en el v. 8. El verbo griego que denota la existencia de Cristo se usa aquí acompañado del adverbio negativo «no», para distinguir a Juan como hombre de Jesús como Dios.
Pasemos al v. 10. Aquí está el texto que habla tanto del Creador como de lo creado. Pero no hubo error al escoger las palabras usadas. El Espíritu Santo utiliza cuidadosamente la forma del verbo «eimi», denotando eterna preexistencia, cuando se refiere a Jesús, y la palabra «egeneto», significando un principio o génesis, cuando se refiere a lo creado.
Ahora llegamos al texto cumbre, la evidencia indiscutible de la divina inspiración de las Escrituras. El versículo 14. La Palabra «fue» en este versículo es el término «egeneto», aplicado al cuerpo físico de Jesucristo. Se refiere a su nacimiento, a su encarnación, cuando la naturaleza humana de Jesús tuvo su principio.
Consideremos el v. 15. Juan el Bautista dice que Jesús existió antes que él. Ahora bien: esto no se refiere al nacimiento humano de Jesús, porque el Bautista fue concebido en el vientre de su madre seis meses antes de que Jesús fuera concebido en el seno de María (Lc 1:26). Jesús, como hombre, fue seis meses menor que Juan el Bautista (Lc 1:36). Por lo tanto, Jesús existió después y antes que Juan. En efecto: como hombre nació después que Juan; pero como Dios existió antes que él.
Examinemos un último ejemplo: «Jesús les dijo: “De cierto, de cierto os digo: antes que Abraham fuese, yo soy”» (Jn 8:58). La palabra traducida «fuese», en este versículo, es «genesthai», y el verbo puede traducirse: «Antes que Abraham naciera, existiera o llegase a ser».
Pero en la última parte del versículo, Jesús dijo: «Yo soy». Y la palabra traducida «yo soy» viene del mismo vocablo traducido «era» en Juan 1:1. Este es el término «eimi» («Yo soy»), de la raíz de la palabra griega «en», siempre usada para la existencia eterna de Cristo. Por tanto, Jesús afirmó aquí: «Antes que Abraham naciera, YO YA EXISTÍA». Vendremos más adelante a una más detenida consideración de este verso.
Mala gramática y peor teología
Así pues, a la luz de todo lo dicho con respecto al análisis gramatical del texto griego de Juan 1:1, la conclusión es obvia: la traducción «y la Palabra era un dios» no es más que una invención de los traductores de la versión Nuevo Mundo, y, además, como ya se ha demostrado, esta traducción de los «Testigos de Jehová» va contra todas las reglas de la gramática griega, por cuanto según las leyes gramaticales del idioma griego no solo resulta imposible dicha versión, sino que es antigramatical traducir «y la Palabra era un dios».
Teniendo en cuenta todos los antecedentes considerados, y sobre todo comparando Juan 1:1 con los correspondientes contextos escriturísticos, la traducción de los «Testigos» fuerza la sintaxis griega de una manera antinatural y, en consecuencia, no puede aceptarse bajo ningún concepto.
No debemos confundir los términos. Una cosa es la exégesis (leer lo que dice el texto). Otra cosa muy distinta, practicada por el comité de traducción de la versión Nuevo Mundo, que confiesa haber permitido que sus creencias religiosas influyeran en sus componentes al traducir su «Biblia», es la «eiségesis» (leer lo que uno desea que diga el texto).
El Logos en los Targums judíos
Sabemos ahora que la teología judaica de Palestina del primer siglo después de Cristo fue cosa más preciosa de lo que antes se suponía.
El helenismo se casó con el judaísmo en Alejandría. Ya en Alejandría, había adoptado la doctrina estoica del Logos como Razón y Verbo, y la había usado abundantemente.
La misma usanza había ocurrido, antes que él, en los libros del Antiguo Testamento, donde la personificación de la Sabiduría es común. Y puesto que la Sabiduría de Dios estaba ya personificada en los escritos sagrados de los judíos, no necesitamos sorprendernos de que Juan use el término «Logos».
En Éfeso, donde probablemente el anciano apóstol escribió su Evangelio, la obra del filósofo griego Heráclito fue bien conocida. De ahí que Moffat aún sugiere que un estoico muy bien podría haber escrito: «En el principio era el Logos, y el Logos era Dios».
Ciertamente nos permitimos pensar que Juan, muy alerta para aprovecharse del pensamiento de los eruditos de su día, se alegraba de usar esta terminología judaica-platónica-estoica: Logos, para ayudarse a exponer la naturaleza y misión de Jesús en el universo. Es «una forma intelectual» del mundo grecorromano, justamente como «Mesías» pertenecía al mundo judío; pero con esta diferencia: de que la idea de Logos ya estaba aceptada también en el mundo judío.
Es, sin embargo, muy difícil traducir «Logos» al español, a causa de la idea doble, en él, de Razón y Expresión. El poeta laureado Robert Bridges traduce estas palabras en su nuevo libro así: «En el principio era la mente». Y esto, por cierto, es posible. Pero lo que es imposible es derivar el Logos de Juan del de Filón, del de Platón o del de Heráclito, aunque, fuera de toda duda, rasgos de cada uno pueden hallarse en el uso de Juan, además del término dado a la Sabiduría en el libro de los Proverbios de Salomón.
Por otra parte, es bien sabido que los judíos contemporáneos de Jesús ya no hablaban el hebreo, el lenguaje de las Sagradas Escrituras, sino el arameo. No obstante, en sus sinagogas, las Escrituras se leían siempre en el hebreo original; pero para que el pueblo pudiera comprenderlas se hicieron muchas traducciones al arameo. Estas traducciones se conocen bajo el nombre de Targums.
Ahora bien: los judíos observaban escrupulosamente el mandamiento de no tomar el nombre de Dios en vano y, en un maravilloso intento de evitar el mismo uso del nombre divino, lo sustituyeron por perífrasis muy reverentes, tales como: «el Señor», «el Bendito», «el Eterno» y otras expresiones similares que en la mayoría de los casos se reducían a la de «el Logos». O sea, que se usaba libremente la palabra aramea «Memra» («Verbo») como una personificación de Dios y para referirse a Jehová. “Memra” = “Palabra”.
Esto es muy común en los Targums, y de esta manera leemos que nuestros primeros padres «oyeron la voz del Logos que se paseaba en el huerto» (Gn 3:8), y que Jacob tomó «al Logos del Señor como su Dios» (Gn 28:21). Así que, allí donde se usaban los Targums, el pueblo estaba acostumbrado a identificar el Logos de Dios con Jehová mismo. El tema central del Evangelio según San Juan es demostrar la divinidad del Mesías, y el apóstol, conocedor de la común costumbre de usar esta perífrasis escritural entre los judíos de su tiempo para designar a Jehová, la emplea en sus escritos para probar la deidad de Cristo y su eternidad.
Además, por si esto fuera poco convincente, sabemos también que los judíos, especialmente los rabinos, sabían que el Mesías tenía que ser divino, y debido a esto la antigua sinagoga reconocía que Jehová era uno de los nombres del Mesías.
Por lo tanto, la conclusión no puede ser más obvia y lógica: si a Jehová se le llamaba «el Verbo», y al Mesías se le aplicaba el nombre de Jehová, se evidencia claramente que ambos son un mismo Ser.
La Escritura no conoce dos dioses de categoría diferente
Todo lo hasta aquí expuesto está, pues, en perfecta armonía con nuestra exégesis de Juan 1:1. El Verbo era (y es) Dios mismo: Jehová. Y los siguientes contextos son una confirmación contundente de que el Verbo en modo alguno podía ser «un dios», como pretende inútilmente demostrar la secta de los «Testigos» con sus malabarismos atextuales y malévolas artimañas:
«Ved ahora que yo, yo soy, y no hay dioses conmigo» (Dt 32:39).
«Mas yo soy Jehová tu Dios desde la tierra de Egipto; no conocerás, pues, otro dios fuera de mí, ni otro salvador sino a mí» (Os 13:4).
«Vosotros sois mis testigos, dice Jehová, y mi siervo que yo escogí, para que me conozcáis y creáis, y entendáis que yo mismo soy; antes de mí no fue formado dios, ni lo será después de mí. Yo, yo Jehová, y fuera de mí no hay quien salve» (Is 43:10-11).
«Así dice Jehová Rey de Israel, y su Redentor, Jehová de los ejércitos: “Yo soy el primero, y yo soy el postrero, y fuera de mí no hay Dios… No hay Dios sino yo. No hay Fuerte; no conozco ninguno”» (Is 44:6 y 8).
Según la interpretación de los «russellistas», resulta que hay un Dios grande y un dios pequeño, el Todopoderoso, que es Jehová, y el Poderoso, que es Cristo; y, por consiguiente, el Dios grande creó al dios pequeño.
¡Absurdo y ridículo politeísmo! Pero ¿qué se infiere de estos textos que acabamos de citar? Pues que Jehová nunca creó otro dios y que no hay otro Salvador aparte de Él. Por lo tanto, el Verbo jamás podía ser un dios: TENÍA QUE SER DIOS MISMO.
Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6
Un CEBO que lleva a la muerte espiritual a miles de personas
La versión «Nuevo Mundo»,
¿traducción o falsificación?
Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia. 2 Timoteo 3:16
Everek R. Storms, editor de The Gospel Banner, publicación oficial de la Iglesia Misionera Unida, acusó a los «Testigos de Jehová» de producir deliberadamente su propia traducción adulterada de la Biblia.
Un comité de traducción integrado por un grupo de hombres anónimos produjo, en inglés, la «Traducción del Nuevo Mundo de las Santas Escrituras», cuya edición resultó en la publicación de seis tomos.
La traducción del «Nuevo Mundo de las Escrituras Griegas Cristianas» apareció primero en inglés, en agosto de 1950. Después se presentaron, también en inglés, y en su debido orden, los diferentes volúmenes de la Traducción del Nuevo Mundo de las «Escrituras hebreo-arameas», o sea, el Antiguo Testamento, en cinco tomos sucesivos.
El primer tomo en 1953,
el segundo en 1955,
el tercero en 1957,
el cuarto en 1958 y
el quinto en 1960.
Desde el comienzo de la obra —dicen— fue el deseo del comité traductor tener los seis tomos unidos en un solo libro, lo cual se hizo en 1961. Así surgió la «Biblia Russellista», a saber, la New World Translation of the Holy Scriptures en un solo tomo. (Estamos siguiendo los datos suministrados por Storms).
En 1967 apareció la versión española de dicha biblia, en una primera edición de 500.000 ejemplares, la cual fue difundida por los tenaces propagandistas de la secta, por todas partes del mundo de habla española, tanto en el Antiguo como en el Nuevo Continente.
Cuando el editor Storms trató de conseguir los nombres de los miembros que integran el comité supuestamente calificado para publicar la Traducción del Nuevo Mundo de las Santas Escrituras, partiendo de los idiomas originales de la Biblia, no obtuvo respuesta.
«La sociedad —dijo Storms— rehusó categóricamente revelar la identidad de los miembros del comité traductor». ¿Por qué? ¿Tienen acaso vergüenza?
Entre los muchos defectos que alteran la fidelidad y belleza de las demás versiones, la traducción de los «Testigos» tiene ante sí la tremenda blasfemia
de negar la deidad de Jesucristo,
socavar Su grandeza única,
empequeñeciéndo y dejando a Cristo reducido a la categoría de un pequeño «dios» de segunda clase, inferior al Padre, no idéntico a Jehová.
Otra osadía consiste en llamar al Espíritu Santo con el calificativo de «fuerza activa» o «expresión inspirada», despojándole así de su personalidad y deidad, por cuanto tampoco aceptan la doctrina bíblica de la Trinidad.
De esta manera, los sectarios de esta fanática organización se empeñan en degradar deliberadamente al Espíritu Santo, aplicándole también iniciales minúsculas, mientras que al diablo se le nombra con inicial mayúscula.
En el prólogo a la Traducción del Nuevo Mundo de las Escrituras Griegas Cristianas leemos:
«Esta versión en español es, por lo tanto, una traducción de la traducción al inglés de las Escrituras Griegas Cristianas, pero con fiel consulta del texto griego original. En el caso de las Escrituras cristianas, la Traducción del Nuevo Mundo está basada principalmente en el famoso texto griego de Westcott y Hort, que se conforma a los manuscritos griegos de más antigüedad… En la New World Translation se hace el esfuerzo de traducir el texto griego del modo más literal posible, y en esta versión en español se hace el esfuerzo de presentar esta misma exactitud literal. Por eso, cuando se introducen palabras consistentes con el contexto para hacer la traducción clara y comprensible, se encierran las palabras insertadas entre corchetes».
Aquí hay varios artilugios para engañar al confiado lector:
Si la versión en español de la Biblia que ofrecen los «Testigos» se trata, en realidad, de «una traducción de la traducción al inglés», entonces no tiene demasiada autoridad porque no es una transcripción directa de los textos originales griegos (en cuanto al Nuevo Testamento se refiere).
La «fiel consulta del texto griego original» a que se alude, es otra sagaz artimaña de los traductores, pues la versión que presentan está muy lejos de sujetarse a dichos textos y está en abierta contradicción con ellos.
El alegato que aducen de que su Biblia «está basada principalmente en el famoso texto griego de Westcott y Hort» es otra falsedad descomunal, por cuanto la versión de Brooklyn no se ajusta a dicho texto.
El lector que conozca griego a la vez que inglés se dará cuenta de que esta traducción interlineal es generalmente correcta (salvo algunas excepciones que podemos notar en su lugar); pero esto ocurre en el menor número de los casos. En la gran mayoría, la versión interlineal es enteramente exacta.
Pero lo lamentable es que la versión en la columna al margen, que publican juntamente los «Testigos de Jehová», difiere absolutamente de la interlineal. En dicha columna no aparece una traducción, sino una tergiversación tanto del texto griego como de la traducción literal por ellos mismos publicada.
Quisiéramos que todos nuestros lectores conocieran inglés para que pudieran darse plena cuenta de la referida diferencia. Como el inglés es, empero, una lengua ampliamente conocida, creemos que cualquier lector encontrará un amigo de su confianza a quien pueda pedir la comprobación de lo que acabamos de exponer.
La Traducción del Nuevo Mundo es una traducción exacta de su propia versión inglesa, tal como aparece en la antes citada columna; pero una total falsificación de la traducción literal del texto griego, que es lo que tiene toda la autoridad y valor.
La «Asociación de los Testigos de Jehová» tiene el cinismo de afirmar que «esta traducción, aunque no da prominencia a nombres de personas altamente respetadas como traductores (?), aun así se recomendará por sí misma a todo investigador honrado, por su fidelidad, valor y exactitud». (¡Hasta aquí podía llegar el colmo de la desfachatez!).
Dicen, asimismo, que «en los varios tomos de su edición original en inglés, tiene el sostén de copiosas remisiones y notas explicativas que muestran por qué la “Sociedad Watch Tower”, al publicar esta traducción, vierte la materia bíblica como lo hace».
En réplica a esto, confiamos en que el buen criterio del lector le permitirá enjuiciar con sabio discernimiento.