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viernes, 27 de mayo de 2016

Todo lo que se escribió en el pasado se escribió para enseñarnos, a fin de que, alentados por las Escrituras, perseveremos en mantener nuestra esperanza

RECUERDA Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6




Principios y Métodos  para descubrir  y explicar
INTERPRETEMOS LA BIBLIA CORRECTAMENTE
En su forma más sencilla, la hermenéutica ha sido definida como «la ciencia de la interpretación» El término viene del griego hermeneuo: interpretar; puede significar también explicar, traducir. 
Una definición más completa es: «la ciencia que estudia y define principios y métodos para interpretar el sentido o significado de un determinado autor u obra». Como ciencia de la interpretación, se aplica a toda clase de obra humana, ya sea literaria, filosófica, artística o religiosa. 
Aplicada a la Biblia, toma ciertas características que nos llevan a formular reglas y principios dentro de los cuales debe entenderse el sentido y propósito del texto sagrado para hacer que su mensaje llegue claro y preciso al lector u oyente.

El objetivo primario y básico de la hermenéutica es descubrir y explicar, hasta donde sea posible, el significado original del texto. Este objetivo puede ser más fácil cuando se trata de obras literarias o de otro género que no tienen el extraordinario contenido y rico mensaje de la Biblia. Pero si aceptamos que la Biblia es más que un mero libro de historias, oraciones, leyes y poesías, y que nos comunica un mensaje esencial de verdades y hechos que atañen a toda la humanidad, la función hermenéutica se complica y solo se cumple a cabalidad cuando llegamos a la comprensión plena de esas verdades y hechos. 

Un ejemplo puede ayudarnos: las parábolas de Jesús son hermosas, sencillas y transparentes; pero su contenido teológico-moral es profundo y trascendental: abarca valores universales como 
  • el del amor, 
  • la misericordia y 
  • el perdón, 
y verdades trascendentales como la de 
  • la providencia divina, 
  • el uso de los bienes y riquezas, 
  • la soberanía de Dios sobre la vida y la muerte, esta vida y la eterna. 
Las narraciones históricas como la de 
  • la liberación del pueblo de Dios de la esclavitud en Egipto, pueden estudiarse de una manera objetiva, como un hecho histórico de mucha trascendencia para el pueblo judío. Pero dentro de la narración de los hechos históricos aparecen mensajes teológicos y morales de aplicación universal, como el valor del pacto o alianza con un Dios que es fiel y los cumple; 
  • la infidelidad del pueblo y la persistencia amorosa del Dios de Israel en sacar a ese pueblo de su dolorosa peregrinación por el desierto hasta la tierra prometida «que fluye leche y miel». 
  • Y en el transfondo de todo se vislumbra claramente el principio de la «historia de la salvación», que solo será completa con la llegada del Mesías. 
Hasta aquí ya hemos empezado a descubrir que el texto bíblico es riquísimo en su contenido y nos brinda, además de su significado histórico y su sentido literal, otros mensajes de carácter teológico, moral y social, aplicables no solo a la época en la que la narración fue compuesta, sino también para todas las épocas y tiempos. 

Es precisamente esta realidad de la riqueza y multiplicidad de significados y mensajes que contiene el texto bíblico, la que nos lleva a estudiar, como parte de la hermenéutica bíblica, «los diferentes sentidos de la Escritura», que es precisamente el tema de este libro.
Un mensaje «encarnacional»
Si agregamos a lo ya afirmado, el hecho de que las Escrituras contienen un mensaje no sólo para su época, sino también para todas las épocas o, usando un lenguaje teológico, que el mensaje bíblico es eminentemente «encarnacional», es decir, que se encarna o hace parte de la realidad humana en la que vive el lector, debemos concluir que el ejercicio de la interpretación de ese mensaje debe pasar por diversos filtros exegéticos y hermenéuticos que nos permitan penetrar en todo su contenido. 
Dos preguntas son vitales para conseguirlo:
  • ¿qué quiso decir el escritor bíblico a los primeros destinatarios del texto?, y
  • ¿qué nos dicen ese mismo texto y autor a nosotros hoy en día?
Para descubrir este doble significado, debemos hacer lo que llaman los eruditos la «contextualización» del texto y del mensaje o sentido del mismo. Es decir, situar el texto dentro del contexto o ambiente histórico, social y literario en el que fue compuesto inicialmente para descubrir el significado o sentido primario que el autor quiso dar a sus primeros lectores u oyentes. 
Luego debemos situar ese mismo texto en el contexto en el que vive el lector o destinatario actual para descubrir lo que realmente quiere decir Dios, como autor supremo y último del texto, al lector de hoy, aquí y ahora, en la situación en la que actualmente está viviendo. 
Es aquí donde el conocer los diferentes sentidos que tienen las Escrituras nos ayuda enormemente. Descubriremos que, entre otros, existe 
  • un sentido literal histórico, 
  • un posible sentido alegórico o simbólico, 
  • un sentido típico, y 
  • un sentido que los estudiosos de la Biblia han llamado «pleno» (sensus plenior), que pudo estar oculto al mismo autor humano del libro sagrado, pero que permanecía en la mente divina para ser revelado a su debido tiempo. 
Multitud de pasajes del Antiguo Testamento tardaron siglos en revelar todo su contenido y mensaje hasta la llegada de Jesucristo. El mismo Jesús se encarga de revelarnos ese «sentido pleno» de las Escrituras que se refieren a él, como cuando explicó el pasaje de Isaías 61:1–3a, aplicándolo a su misión en la tierra. (Véase Lucas 4:16–19)
Hermenéutica y exégesis
Como hemos visto, el objetivo de la hermenéutica es el de establecer el sentido del texto de modo que el lector tenga un claro entendimiento de su contenido, siguiendo las reglas y cánones científicos de la investigación y la lectura.
El término exégesis (del griego exeghéomai = explicar, interpretar o describir) es casi sinónimo de «hermenéutica». Hay, sin embargo, una diferencia técnica importante. La exégesis aplica los principios y reglas dictados por la hermenéutica. Por eso decimos que «exégesis» e «interpretación» son sinónimos: la exégesis es, en realidad, la interpretación misma de las Escrituras. O dicho en otra forma: es la hermenéutica aplicada. La hermenéutica da los principios y normas, y la exégesis los aplica.
Divisiones de la hermenéutica
Son tres: 
  • la noemática, que estudia los sentidos bíblicos; 
  • la heurística, que se ocupa de los principios y normas de la interpretación; y 
  • la proforística, que se encarga de la formulación y exposición de las verdades bíblicas.
Significación y sentido
Ayudados por la Noemática, descubrimos que significado y sentido no son lo mismo: el significado es absoluto; cada palabra o término tiene su propio significado, independientemente de las circunstancias en que se utiliza o el uso que en determinado momento se le quiere dar. Significado es lo que la palabra quiere decir por sí misma. Podemos decir que cada palabra tiene sólo un significado. 
El sentido, por el contrario, es rico y variado; cada término tiene y puede tener una gran variedad de sentidos, desdoblarse en diferentes acepciones o concepciones. 
Por ejemplo, la palabra «blanco» básicamente significa o tiene el significado único de un color de la escala cromática. Ese es su significado básico y fundamental. Pero de acuerdo con las circunstancias y contextos en que la usemos, pasa a tener muchos sentidos: un punto al que se apunta para disparar; un estado de pureza o limpieza; un campo inexplorado y hasta un apellido. 
El significado o la significación lo tiene la palabra o término en sí y por sí. El sentido se lo dan el uso o las circunstancias, las cuales dependen en buena parte de quien habla o escribe; es decir, de quien emplea el término en un momento dado. 
Según el gran filósofo-teólogo Tomás de Aquino, creador del sistema escolástico que ha servido debase metodológica a las enseñanzas de la Iglesia Católica, «el oficio del buen intérprete no es considerar las palabras sino el sentido».
La Biblia, un libro divino-humano
Es verdad que identificamos las Sagradas Escrituras como «Palabra de Dios», pero en realidad estamos frente a un libro divino-humano. Es Palabra de Dios en el lenguaje del hombre; su autor último es Dios, pero él utilizó a autores humanos como instrumentos para transmitir su pensamiento y mensaje. 
Este mensaje y pensamiento divinos constituyen el sentido bíblico: lo que Dios nos quiere expresar, comunicar y enseñar, utilizando el lenguaje del autor humano. Lo que este autor humano primario nos transmite en su lengua, que él entiende como mensaje divino o revelación divina, es lo que constituye el sentido literal de las Escrituras; es el mensaje de infinita sabiduría de Dios encarnado en la letra y las palabras del escritor o transmisor humano del mismo. 
Este mensaje puede inclusive superar, en su contenido y alcance, el mismo entendimiento del escritor humano o hagiógrafo. Cuando esto ocurre, llamamos “oculto” a este sentido, porque ni el mismo transmisor humano lo conoce inicialmente, y que va a revelarse después con el sentido pleno o plenior, «más completo» de las Escrituras. 
Muchas veces este sentido está escondido no tanto en las palabras en sí, sino en su contenido simbólico o paradigmático. Cuando esto ocurre, estamos ante el sentido tipológico que, en algunos casos, puede identificarse como sentido alegórico. Vamos a tratar de estudiar individualmente cada uno de estos sentidos, definiéndolos y explicándolos con la ayuda de algunos ejemplos.
Principios hermenéuticos
Además de los diferentes sentidos que tiene la Escritura, la hermenéutica se ocupa del estudio de los diferentes géneros literarios que encontramos en la misma y de los variados métodos de interpretación del texto sagrado. 
Todo esto nos lleva a establecer principios claros y seguros de interpretación y exposición bíblica. Es innegable la importancia de este trabajo, ya que así como los principios claros y seguros y los métodos adecuados de investigación nos llevan a una sana y correcta interpretación, lo contrario nos conduce a un entendimiento equivocado y a una interpretación errónea de la Palabra. 
Detrás de esta afirmación hay un hecho bíblico-teológico fundamental que es parte esencial del concepto mismo de revelación, y que podría formularse así: «Dios quiere que todos conozcan, entiendan, acepten y vivan su revelación». En otras palabras, Dios revela su mente y pensamiento, sus leyes y mandamientos, todo lo que constituye su Palabra con el propósito explícito de que esta revelación llegue completa e intacta a la mente y el corazón de todos los seres humanos de todas las razas, tiempos, pueblos y culturas. 
De hecho, solo cuando este propósito divino se realiza plenamente, es decir, cuando la mente y el corazón de Dios se hacen mente y corazón humanos a través de la transmisión fiel de su revelación, es cuando se realiza plenamente esta revelación divina. 
De ahí la importancia del estudio del texto y su reconstrucción completa a través de la disciplina de la crítica textual, que nos da un texto único de las Escrituras en sus lenguas originales, fruto de la investigación, estudio y compilación de los mejores y más antiguos manuscritos de las Escrituras que hoy tenemos. 
De ahí también la importancia de contar con buenas y nuevas traducciones de la Biblia que superen los vacíos textuales de las antiguas versiones, y que nos transmitan la revelación divina en un lenguaje actual, fiel, fresco y confiable. Y de ahí también la importancia de una buena interpretación bíblica basada en principios y métodos hermenéuticos y exegéticos sanos y seguros, de acuerdo con los parámetros de las ciencias modernas de interpretación, según lo estamos estudiando en este libro.

En todo esto debemos presuponer que los autores sagrados inspirados por Dios no escribieron con el propósito de confundir o extraviar a los lectores o receptores de su revelación. No es justo pensar que las Escrituras divinamente inspiradas nos hayan llegado en forma de un jeroglífico o rompecabezas que solo los críticos y expertos puedan descifrar. La Palabra de Dios nos fue dada para hacernos a todos sabios en cuanto al negocio más importante de nuestra existencia, que es la salvación. 

A través de ella Dios nos habla clara y sencillamente, y comunica todo lo que debemos conocer para relacionarnos adecuadamente con él como nuestro Padre, y con Jesucristo su Hijo como nuestro Redentor y Maestro. Solo que toda esta revelación y estas verdades están en un lenguaje humano, que para la mayoría de los lectores de la Biblia es desconocido y está dentro de una cultura extraña o ajena para la mayoría de los lectores de la Biblia hoy. 

Esta revelación, por otra parte, se transmite a través de un lenguaje que contiene símbolos y metáforas, parábolas y alegorías, en forma de visiones y sueños y utilizando los recursos semánticos y retóricos del lenguaje. Pero la tradición judeo-cristiana de muchos siglos y el trabajo dedicado de miles de expertos amantes de la Palabra, nos han dejado herramientas de investigación, estudio y exposición bíblicas que nos ayudan hoy a captar claramente el mensaje que Dios nos ha dejado en su Palabra desde tiempos inmemoriales. 

Todos estos recursos de estudio e investigación, puestos en forma organizada y funcional, son los que constituyen las ciencias bíblicas a las cuales pertenecen en forma eminente la hermenéutica y la exégesis. Son estas dos ciencias las que animan las páginas de este libro, cuyo propósito fundamental es el de facilitar la exposición y presentación del mensaje bíblico con claridad y suficiencia a los lectores y oyentes de hoy a través de un mejor conocimiento y un más claro entendimiento del texto por parte del estudioso expositor del mensaje.

Esperamos abrir un camino más claro y expedito hacia la Palabra que, por ser eterna, no envejece y mantiene en todo tiempo un mensaje fresco y actual que da sentido y dirección a la vida, haciendo buenas las palabras del salmista:
Tu Palabra es una lámpara a mis pies; es una luz en mi sendero. Salmo 119:105
De esta manera las Escrituras podrán cumplir el cometido señalado por Pablo en la carta a los Romanos:
De hecho, todo lo que se escribió en el pasado se escribió para enseñarnos, a fin de que, alentados por las Escrituras, perseveremos en mantener nuestra esperanza. Romanos 15:4
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miércoles, 25 de mayo de 2016

Jesús de Nazaret fue hombre acreditado por Dios ante vosotros con hechos poderosos, maravillas y señales que Dios hizo por medio de él entre vosotros, como vosotros mismos sabéis

RECUERDA Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6




PASTOS FRESCOS PARA LA CONGREGACIÓN
LA VENIDA DEL ESPIRITU SANTO
1 En el primer relato  escribí, oh Teófilo,  acerca de todas las cosas que Jesús comenzó a hacer y a enseñar, 2 hasta el día en que fue recibido arriba, después de haber dado mandamientos por el Espíritu Santo a los apóstoles que había escogido. 3 A éstos también se presentó vivo, después de haber padecido, con muchas pruebas convincentes. Durante cuarenta días se hacía visible a ellos y les hablaba acerca del reino de Dios. 4 Y estando juntos, les mandó que no se fuesen de Jerusalén, sino que esperasen el cumplimiento de la promesa  del Padre, "de la cual me oísteis hablar; 5 porque Juan, a la verdad, bautizó en  agua,  pero vosotros seréis bautizados en  el Espíritu Santo después de no muchos días."
Jesús asciende al cielo
6 Por tanto, los que estaban reunidos le preguntaban diciendo:
—Señor, ¿restituirás el reino a Israel en este tiempo?
7 El les respondió:
—A vosotros no os toca saber ni los tiempos ni las ocasiones que el Padre dispuso por su propia autoridad. 8 Pero recibiréis poder cuando el Espíritu Santo haya venido sobre vosotros, y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria y hasta lo último de la tierra.
9 Después de decir esto, y mientras ellos le veían, él fue elevado; y una nube le recibió ocultándole de sus ojos. 10 Y como ellos estaban fijando la vista en el cielo mientras él se iba, he aquí dos hombres vestidos de blanco se presentaron junto a ellos, 11 y les dijeron:
—Hombres galileos, ¿por qué os quedáis de pie mirando al cielo? Este Jesús, quien fue tomado de vosotros arriba al cielo, vendrá de la misma manera como le habéis visto ir al cielo.
12 Entonces volvieron a Jerusalén desde el monte que se llama de los Olivos, el cual está cerca de Jerusalén, camino de un sábado.  13 Y cuando entraron, subieron al aposento alto  donde se alojaban Pedro, Juan, Jacobo y Andrés, Felipe y Tomás, Bartolomé y Mateo, Jacobo hijo de Alfeo y Simón el Zelote y Judas hijo de Jacobo.  14 Todos éstos perseveraban unánimes en oración  junto con las mujeres y con María la madre de Jesús y con los hermanos de él.
Matías es nombrado entre los doce
15 En aquellos días se levantó Pedro en medio de los hermanos, que reunidos eran como ciento veinte personas, y dijo: 16 "Hermanos,  era necesario que se cumpliesen las Escrituras,  en las cuales el Espíritu Santo habló de antemano por boca de David acerca de Judas, que fue guía de los que prendieron a Jesús; 17 porque era contado con nosotros y tuvo parte en este ministerio." 18 (Este, pues, adquirió un campo con el pago de su iniquidad, y cayendo de cabeza, se reventó por en medio, y todas sus entrañas se derramaron. 19 Y esto llegó a ser conocido por todos los habitantes de Jerusalén, de tal manera que aquel campo fue llamado en su lengua Acéldama, que quiere decir Campo de Sangre.)  20 "Porque está escrito en el libro de los Salmos:
  Sea hecha desierta su morada,
  y no haya quien habite en ella.
  Y otro ocupe su cargo.
21 Por tanto, de estos hombres que han estado junto con nosotros todo el tiempo que el Señor Jesús entraba y salía entre nosotros, 22 comenzando desde el bautismo de Juan hasta el día en que fue tomado de nosotros y recibido arriba, es preciso que  uno sea con nosotros testigo de su resurrección."
23 Propusieron a dos: a José que era llamado Barsabás, el cual tenía por sobrenombre, Justo; y a Matías. 24 Entonces orando dijeron: "Tú, Señor, que conoces el corazón de todos, muestra de estos dos cuál has escogido 25 para tomar el lugar de este ministerio y apostolado del cual Judas se extravió para irse a su propio lugar."
26 Echaron suertes sobre ellos, y la suerte cayó sobre Matías, quien fue contado con los once apóstoles.

La venida del Espíritu en Pentecostés

2:1 Al llegar  el día de Pentecostés,  estaban todos reunidos en un mismo lugar.  2 Y de repente vino un estruendo del cielo, como si soplara un viento violento, y llenó toda la casa donde estaban sentados. 3 Entonces aparecieron, repartidas entre ellos, lenguas como de fuego, y se asentaron sobre cada uno de ellos. 4 Todos fueron llenos del Espíritu Santo y comenzaron a hablar en distintas lenguas, como el Espíritu les daba que hablasen.
5 En Jerusalén habitaban judíos, hombres piadosos de todas las naciones debajo del cielo. 6 Cuando se produjo este estruendo, se juntó la multitud; y estaban confundidos, porque cada uno les oía hablar en su propio idioma. 7 Estaban atónitos y asombrados, y decían:
—Mirad, ¿no son galileos todos estos que hablan? 8 ¿Cómo, pues, oímos nosotros cada uno en nuestro idioma en que nacimos? 9 Partos, medos, elamitas; habitantes de Mesopotamia, de Judea y de Capadocia, del Ponto y de Asia, 10 de Frigia y de Panfilia, de Egipto y de las regiones de Libia más allá de Cirene; forasteros romanos, tanto judíos como prosélitos; 11 cretenses y árabes, les oímos hablar en nuestros propios idiomas los grandes hechos de Dios.
12 Todos estaban atónitos y perplejos, y se decían unos a otros:
—¿Qué quiere decir esto?
13 Pero otros, burlándose, decían:
—Están llenos de vino nuevo.
Discurso de Pedro en Pentecostés
14 Entonces Pedro se puso de pie con los once, levantó la voz y les declaró:
—Hombres de Judea y todos los habitantes de Jerusalén, sea conocido esto a vosotros, y prestad atención a mis palabras. 15 Porque éstos no están embriagados, como pensáis, pues es solamente la tercera hora  del día. 16 Más bien, esto es lo que fue dicho por medio del profeta Joel:
  17 Sucederá en los últimos días,
  dice Dios,
  que derramaré de mi Espíritu
  sobre toda carne.
  Vuestros hijos y vuestras hijas
  profetizarán,
  vuestros jóvenes verán visiones,
  y vuestros ancianos soñarán sueños.
  18 De cierto, sobre mis siervos
  y mis siervas
  en aquellos días derramaré
  de mi Espíritu, y profetizarán.
  19 Daré prodigios en el cielo arriba,
  y señales en la tierra abajo:
  sangre, fuego y vapor de humo.
  20 El sol se convertirá en tinieblas,
  y la luna en sangre,
  antes que venga el día del Señor,
  grande y glorioso.
  21 Y sucederá que todo aquel
  que invoque el nombre del Señor
  será salvo.
22 »Hombres de Israel, oíd estas palabras: Jesús de Nazaret fue hombre acreditado por Dios ante vosotros con hechos poderosos, maravillas y señales que Dios hizo por medio de él entre vosotros, como vosotros mismos sabéis. 23 A éste, que fue entregado por el predeterminado consejo y el previo conocimiento de Dios, vosotros matasteis  clavándole en una cruz por manos de inicuos. 24 A él, Dios le resucitó, habiendo desatado los dolores de la muerte; puesto que era imposible que él quedara detenido bajo su dominio. 25 Porque David dice de él:
  Veía al Señor siempre delante de mí,
  porque está a mi derecha,
  para que yo no sea sacudido.
  26 Por tanto, se alegró mi corazón,
  y se gozó mi lengua;
  y aun mi cuerpo
  descansará en esperanza.
  27 Porque no dejarás mi alma
  en el Hades,
  ni permitirás que tu Santo
  vea corrupción.
  28 Me has hecho conocer
  los caminos de la vida
  y me llenarás de alegría
  con tu presencia.
29 »Hermanos,  os puedo decir confiadamente  que nuestro padre David murió y fue sepultado, y su sepulcro está entre nosotros hasta el día de hoy. 30 Siendo, pues, profeta y sabiendo que Dios le había jurado con juramento que se sentaría sobre su trono  uno de su descendencia,  31 y viéndolo de antemano, habló de la resurrección de Cristo:
  que no fue abandonado  en el Hades,
  ni su cuerpo  vio corrupción.  32 ¡A este Jesús lo resucitó Dios, de lo cual todos nosotros somos testigos!
33 »Así que, exaltado por  la diestra de Dios y habiendo recibido del Padre la promesa del Espíritu Santo, ha derramado esto que vosotros veis y oís. 34 Porque David no subió a los cielos, pero él mismo dice:
  El Señor dijo a mi Señor:
  "Siéntate a mi diestra,
  35 hasta que ponga a tus enemigos
  por estrado de tus pies."
36 Sepa, pues, con certidumbre toda la casa de Israel, que a este mismo Jesús a quien vosotros crucificasteis, Dios le ha hecho Señor y Cristo.
37 Entonces, cuando oyeron esto, se afligieron de corazón y dijeron a Pedro y a los otros apóstoles:
—Hermanos,  ¿qué haremos?
38 Pedro les dijo:
—Arrepentíos y sea bautizado cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo  para  perdón de vuestros pecados, y recibiréis el don del Espíritu Santo. 39 Porque la promesa es para vosotros, para vuestros hijos y para todos los que están lejos, para todos cuantos el Señor nuestro Dios llame.
40 Y con otras muchas palabras testificaba y les exhortaba diciendo:
—¡Sed salvos de esta perversa generación!
41 Así que los que recibieron su palabra fueron bautizados, y fueron añadidas en aquel día como tres mil personas. 42 Y perseveraban en la doctrina de los apóstoles, en la comunión, en el partimiento del pan y en las oraciones.

Lograr de la Diversidad, uniformidad: Tarea del Espíritu Santo


EL EFECTO MARIPOSA

    Hechos 1:1–2:41


           «Pero recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y hasta lo último de la tierra.»


           «Moraban entonces en Jerusalén judíos, varones piadosos, de todas las naciones bajo el cielo. Y hecho este estruendo, se juntó la multitud; y estaban confusos, porque cada uno les oía hablar en su propia lengua».

    Hechos 1:8; 2:5–6


EDWARD LORENZ era un físico que en la década de los 60 trabajaba con ordenadores, en el Instituto Tecnológico de Massachusetts, elaborando programas meteorológicos.

Ideó un programa con el que, una vez introducidas ciertas observaciones meteorológicas, se podía calcular, al menos en teoría, qué tiempo haría.

Un día cometió un error.
Queriendo introducir en el ordenador un dato numérico con 6 decimales, 0.506127, accidentalmente sólo introdujo los tres primeros, 0.506.

Era un investigador minucioso y decidió reiniciar el programa con el dato correcto en su sitio, aunque intuía que un pequeño error de esa índole, tan sólo una diezmilésima parte, posiblemente no haría variar los resultados de una manera significativa. Para su sorpresa, sin embargo, cuando el ordenador elaboró el nuevo patrón meteorológico, resultó ser completamente distinto del anterior. Lorenz no podía creer lo que veía. Como él mismo explicaría después, era como si una diminuta variación en Pekin, no mayor de lo que sería el resultado del movimiento del ala de una mariposa, originara aproximadamente una semana después un huracán de fuerza doce en Nueva York. De ahí el nombre de su descubrimiento: «El Efecto Mariposa».

Ha levantado un gran interés científico en los últimos años. Entre otras cosas, explica por qué nuestros meteorólogos se equivocan tan a menudo. No es culpa suya; se debe a las mariposas de Pekin que no han sido detectadas por el satélite. Tal es la complejidad de la atmósfera terrestre, que incluso pequeñas alteraciones difíciles de observar pueden generar consecuencias meteorológicas momentáneas que vuelvan no difícil, sino teóricamente imposible, el predecir de una manera precisa el tiempo que hará a largo plazo.

Afortunadamente, a la vida generalmente no le afectan tanto estas fluctuaciones producidas por el «Efecto Mariposa».

Si no fuera así, nunca podríamos planificar algo con un mínimo de fiabilidad. Pero en algunos aspectos es también bastante deprimente, porque eso significa que es difícil cambiar el mundo.

Es cierto que cada decisión que tomamos repercute de alguna manera y que cada uno de nosotros tiene la capacidad potencial de alterar el curso de los acontecimientos hasta cierto punto. Pero la mayor parte de acciones individuales en las que tomamos parte son algo así como piedras arrojadas a un lago de gran tamaño.

Salpican, pero normalmente las ondas que producen desaparecen rápidamente y ni siquiera se llegan a percibir más allá del lugar en el que cayó la piedra. No hay un «Efecto Mariposa» que magnifique nuestra pequeña contribución y la convierta en algo verdaderamente significativo.

Jonathan Swift dijo en cierta ocasión que aquel que pudiera cultivar dos espigas de maíz en el lugar donde antes sólo se había cultivado una, habría conseguido en su vida más que toda la clase política reunida.

Tristemente, incluso tan modesta contribución para un futuro de larga duración para la raza humana es de difícil consecución. La mayoría de nosotros tenemos que enfrentarnos al hecho de dejar caer el pequeño guijarro de nuestras vidas en el turbulento océano de los sucesos del mundo, y en un tiempo imperceptible la superficie ya no registrará ni huella de nuestro paso.

De hecho, para muchos ésta es la principal fuente de ansiedad del hombre y la mujer modernos. La futilidad de la existencia ha sido tema de incontables novelas y representaciones dramáticas contemporáneas.

Con todo, la situación no es tan poco prometedora. Ocasionalmente, parece que el «Efecto Mariposa» se produce también en otras situaciones. ¿Recuerdan, por ejemplo esta canción infantil?

      Si falta un clavo, se pierde la herradura.
      Si falta la herradura, se pierde el caballo.
      Si falta el caballo, se pierde el jinete.
      Si falta el jinete, se pierde la batalla.
      Si falta la batalla, se pierde el reino.

Puede parecer que en rara ocasión un simple clavo puede ocasionar una victoria o una derrota de una nación entera. Y lo que es cierto para un simple clavo, puede serlo también para una simple vida.

    Nació en un pueblo escondido, hijo de una pobre mujer.
    Creció en otro pueblo donde trabajó en una carpintería hasta los treinta años.
    Después se convirtió en un predicador itinerante durante tres años.
    Nunca escribió un libro.
    Nunca montó una oficina.
    Nunca tuvo una familia.
    Nunca fue propietario de una casa.
    Nunca fue a la universidad.
    Nunca viajó a más de 200 millas de su lugar de nacimiento.
    No hizo ninguna de las cosas que normalmente asociamos a la grandeza.
    Tenía sólo treinta y tres años cuando todo el peso de la opinión pública se le vino encima.
    Sus amigos huyeron.
    Le consideraron un enemigo.
    Soportó una parodia de juicio.
    Fue clavado en una cruz entre dos ladrones, mientras sus verdugos se sorteaban sus ropas, sus únicas posesiones en la tierra.
    Y, cuando hubo muerto, fue abandonado en un sepulcro prestado.
    Han transcurrido diecinueve siglos, pero el mundo continúa cautivado por él.
    Todos los ejércitos que a lo largo de los siglos han desfilado.
    Todas las fuerzas armadas que a lo largo de los siglos han navegado.
    Todos los parlamentos que a lo largo de los siglos han deliberado.
    Todos los reyes que a lo largo de los siglos han gobernado.
    Todos juntos no han causado un efecto en la vida del hombre sobre la tierra como el producido por aquella ÚNICA VIDA SOLITARIA.

Éste es el «Efecto Mariposa» que podemos ver operando en esta época, no en la meteorología sino en la historia.

Las ondas producidas por su «única vida solitaria» no dejaron de propagarse con su muerte. Todo lo contrario. Los efectos de la venida de Jesús se han incrementado en amplitud y se han expandido hasta llegar a ser grandes olas que rodean al mundo entero.

El libro de Los Hechos, una parte de la Biblia de especial interés nos da pautas para  elaborar un mapa cartográfico del progreso de esas ondas expansivas de la influencia de Jesús: Los Hechos de los Apóstoles.

De hecho, este libro es la segunda parte de un tratado en dos volúmenes. Conocemos la primera parte como el Evangelio de Lucas. Ambas partes están dedicadas al mismo hombre, Teófilo.

Bien podría haberse tratado de un aristócrata romano, puesto que Lucas, el autor, se dirige a él como «excelentísimo». Por tanto, el escritor quiere informar a un gentil culto del efecto extraordinario y creciente que el cristianismo produce sobre el mundo.

Y Hechos es una contribución más a la consecución de su objetivo: «En el primer tratado, oh Teófilo, hablé acerca de todas las cosas que Jesús comenzó a hacer y a enseñar» (Hechos 1:1).

Fijémonos en la palabra «comenzó».
En su Evangelio, Lucas nos ha narrado cómo Jesús nació de una pobre mujer en un pueblo escondido. También cómo creció en el humilde hogar de José el carpintero. Se ha referido a su corto ministerio siendo ya adulto, el cual, aunque sobrenatural, se ciñó a los límites de Judea y sus provincias circundantes.

Por último, nos ha descrito su muerte ignominiosa y su gloriosa resurrección. Al final del Evangelio de Lucas, Jesús vuelve al cielo. Podríamos haber pensado que la historia había concluido. Al contrario—dice Lucas—, éste es sólo el final del comienzo. Queda aún mucho más por venir.

La historia de esta única vida solitaria no concluyó con su muerte. Jesús está todavía obrando en el mundo, produciendo un efecto cada vez más evidente en la historia humana cuanto más se propagan las ondas de su influencia. Sí, no estará satisfecho hasta que éstas hayan alcanzado al mundo entero.

  «Entonces los que se habían reunido le preguntaron, diciendo: Señor, ¿restaurarás el reino a Israel en este tiempo? Y les dijo: No os toca a vosotros saber los tiempos o las sazones, que el Padre puso en su sola potestad; pero recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y hasta lo último de la tierra» (Hechos 1:6–8).

Estos versículos constituyen el programa de todo el libro de Hechos.

Observemos las dos reprensiones a los discípulos que contienen, así como la promesa claramente explícita.

La primera reprensión tiene que ver con su curiosidad.
Jesús les había explicado claramente cómo, con su venida, había amanecido la era mesiánica y se estaban cumpliendo las antiguas profecías. Esto, inevitablemente, disparó las ideas de los discípulos sobre la proximidad del fin del mundo. Inmediatamente, Jesús les advierte contra este tipo de especulaciones.

La información de esa clase, insiste, está a buen recaudo en la caja fuerte privada de Dios, con un letrero en el que se puede leer «Top Secret». Hay ciertas cosas que no tenéis por qué saber, y ésa es una de ellas. Hay todavía algunos cristianos, por supuesto, obsesionados con los tiempos y las sazones.

Cualquier incidente político en Oriente Medio, por pequeño que sea, es suficiente para lanzarlos a un análisis enfervorizado del libro de Daniel con sus calculadoras de bolsillo preparadas.

Hoy debemos prevenir hoy esta clase de histeria tanto como ellos entonces. No estáis aquí para hacer conjeturas acerca de los tiempos o las sazones—les dice Jesús en realidad—, estáis aquí para multiplicaros de manera que, cuando yo vuelva al final de los tiempos, tenga un reino al que regresar. La evangelización ha de ser vuestra primera prioridad.

En segundo lugar, les reprende por su parroquialismo. Ellos preguntan acerca de «Israel», pero Jesús les responde refiriéndose a «lo último de la tierra».

Tienen una clara fijación mental con el tema del destino de su propia nación. A pesar de todas las enseñanzas de Jesús, sus ideas sobre el reino de Dios son todavía fundamentalmente chauvinistas y territoriales. Todavía tienen que entender el «Efecto Mariposa».

Escuchad—les dice Jesús—, las ondas provocadas por mi muerte y resurrección deben propagarse primero aquí, en Jerusalén; pero después en Judea y en Samaria, y finalmente hasta lo último de la tierra. Y vosotros, mis discípulos, tendréis un papel importante en ese proceso de expansión. Me seréis testigos.

El libro de Hechos es, en cierta manera, un simple registro del cumplimiento de este programa. Narra cómo los apóstoles llevaron en verdad las nuevas de la resurrección de Jesús por el mundo, de manera que en vez de ir disminuyendo su influencia tras su marcha, fue creciendo más y más hasta que el «Efecto Mariposa» de su vida hizo que las ondas irrumpieran con fuerza en la misma capital del mundo antiguo.

Pero parece claro que aquí, en el capítulo 1, no estaban aún preparados para algo así. Su mentalidad era todavía demasiado parroquiana como para verse a sí mismos como misioneros transformadores del mundo. Era necesario algo más, algo verdaderamente dramático, y Jesús sabía lo que era, Por eso acompaña sus reprensiones con una promesa: «Recibiréis poder cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo» (Hechos 1:8).

Es el poder del sol el que dirige el «Efecto Mariposa» dentro de los mecanismos que rigen la meteorología. Es sólo porque el sol calienta la atmósfera terrestre, creando turbulencias enormes, por lo que las perturbaciones atmosféricas menores pueden dar lugar a verdaderos ciclones. Todos los físicos saben que no hay ondas sin energía.

Igualmente, Jesús nos da a conocer la fuente de energía que propagaría el «Efecto Mariposa» a lo largo de la historia de la Iglesia, transformando lo que inicialmente no era más que una minoritaria secta judía en una mayoritaria fe mundial. Lucas continúa en el capítulo 2 refiriéndonos el momento en que esa fuente de «poder» fue abierta y las ondas comenzaron a propagarse.

  «Cuando llegó el día de Pentecostés, estaban todos unánimes juntos. Y de repente vino del cielo un estruendo como de un viento recio que soplaba, el cual llenó toda la casa donde estaban sentados; y se les aparecieron lenguas repartidas, como de fuego, asentándose sobre cada uno de ellos. Y fueron llenos del Espíritu Santo, y comenzaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les daba que hablasen» (Hechos 2:1–4).

En el Antiguo Testamento, Pentecostés era una fiesta que se celebraba por la cosecha. Pero, en tiempos de Jesús, tenía un significado adicional dentro del calendario judío. Era el momento en que se conmemoraba la entrega de los 10 mandamientos. El asociarlo con esto podía muy bien ser significativo, porque el viento recio y las lenguas de fuego de las que se nos habla recuerdan al estruendo y los relámpagos que rodearon a Moisés en el Monte Sinaí.

Allí, él recibió la ley del Antiguo Pacto esculpida en tablas de piedra, la ley que sería leída en público el día de Pentecostés en Jerusalén. Pero, como en numerosas ocasiones habían explicado los profetas del Antiguo Testamento, esa ley había sido incapaz de cambiar el mundo porque no había podido cambiar a las personas.

Ahora, una vez más, Dios descendía en Pentecostés en medio de fuego y viento. Pero en esta ocasión no para impartir la ley; más bien para otorgarnos su Espíritu y así iniciar el Nuevo Pacto, escrito no en tablas de piedra carentes de vida alguna, sino en corazones humanos renovados. El Espíritu triunfaría allí donde la ley había fracasado, trayendo, en vez de mandamientos de Dios, poder.

Ahí estaba la fuerza dinámica que amplificaría el batir de alas de mariposa producido por doce hombres Galileos poco impresionables, transformando su testimonio en una corriente revolucionaria que cambiaría de manera radical los valores morales y sociales de la raza humana.

Y dentro del milagro que acompañaría a la llegada del Espíritu, Dios deja entrever de una interesante manera cómo se propone llevar a cabo esa transformación. Deja claro que el Espíritu derrumbará las separaciones sociales que dividen al mundo. Se mostrará como un poder que destruye barreras. Las ondas expansivas no se pueden propagar si chocan contra muros de ladrillo, y el mundo antiguo estaba plagado de tales obstáculos que deberían ser superados para que el objetivo de Jesús de conquistar el mundo pudiese ser alcanzado. Y el Espíritu tenía la energía necesaria para derribarlos.

  «Moraban entonces en Jerusalén judíos, varones piadosos, de todas las naciones bajo el cielo. Y hecho este estruendo, se juntó la multitud; y estaban confusos, porque cada uno les oía hablar en su propia lengua. Y estaban atónitos y maravillados, diciendo: Mirad, ¿no son galileos todos estos que hablan? ¿Cómo, pues, les oímos nosotros hablar cada uno en nuestra lengua en la que hemos nacido?» (Hechos 2:5–8).

Una de las cosas que ha demostrado muy claramente la reciente política de emancipación en la Unión Soviética es la tendencia nacionalista.

No importa la manera despiadada en que un imperio como el de Stalin pretendiera apaciguar a sus súbditos; la lealtad étnica sobrevive. Bastaba con que la intimidación militar remitiera un poco para que los movimientos independentistas comenzaran a brotar en todas direcciones, como si nunca hubiera tenido lugar medio siglo de represión. La razón de esto, por supuesto, es muy sencilla: el nacionalismo no está en función de la organización política. Es un fenómeno cultural.

Un pueblo puede perder su sentido de autodeterminación política durante muchos siglos y todavía mantener un vigoroso sentido de identidad nacional en virtud de sus diferencias culturales. Por medio de cuestiones como la ropa que vestimos, la música que tocamos, los cuentos populares que contamos a nuestros hijos al irse a la cama por la noche y—quizás la más distintiva de todas—el idioma que hablamos, se preserva la identidad nacional.

Son características que nos permiten reconocer inmediatamente a un extranjero. Constituyen un enorme obstáculo para cualquier movimiento que pretenda unificar a los pueblos divididos del mundo. La mera integración política no es suficiente. El verdadero desafío es el de la integración cultural.

La vía por la que los gobiernos suelen intentar unir a las personas es el forzarlas a ser iguales. Se impone la cultura predominante sobre las culturas indígenas.

El Islam, por ejemplo, pretende generar un internacionalismo genuino, pero deja muy claro que esto sólo es posible mediante el dominio de la cultura árabe. El árabe es el idioma absolutamente central para el Islam, y todos los musulmanes deben aprenderlo. Pero los conflictos en el Golfo de los que hemos sido testigos en los últimos años han demostrado indudablemente—como si necesitáramos pruebas de ello—que la rivalidad nacionalista todavía persiste a pesar de todo.

De la misma manera, el sueño Leninista de crear en todo el mundo una sociedad sin clases se basaba en la represión de aquellos que rehusaran conformarse al prototipo socialista. La desintegración del bloque de Europa del Este no ha hecho más que enfatizar la supervivencia de la rivalidad nacional a pesar de aproximadamente un siglo de «Unión» Soviética.

Tampoco deberíamos olvidar la ambición del colonialismo del Siglo XIX por unir el mundo en un gran imperio (el Británico, por supuesto). Y esto tampoco ha sido capaz de resistir las declaraciones inexorables de los movimientos independentistas tribales y nacionalistas.

El problema que conllevan todos los métodos por medio de los cuales pretendemos crear un nuevo orden mundial es que implícitamente son imperialistas y traen consigo el que una cultura domine a otra. Y cualquier cultura se resiste a ser eliminada de esa forma. Siempre sobrevive, por muy represivo que sea el régimen. De hecho, se sobrepone incluso a la persecución.

Éste es el problema de Irlanda del Norte; no se trata fundamentalmente de un conflicto entre dos partidos políticos, ni siquiera entre dos religiones; es cuestión de dos culturas que entran en colisión.

Los que conocemos la Biblia no deberíamos sorprendernos de todo esto. Es la lección de Babel. El libro del Génesis nos narra cómo Dios mismo dividió a la humanidad en naciones rivales, precisamente porque, para nuestra sorpresa, así somos menos peligrosos. Intentar unificar el mundo por medio del imperialismo cultural, y así erradicar la diversidad nacional de la raza humana, está destinado al fracaso, puesto que representa una batalla contra el antiguo decreto de Babel.

¿Existe algún poder que pueda unificar a las fragmentadas naciones de la tierra sin subyugarlas en el proceso? ¿Existe alguna manera de unificar a las personas sin pretender al mismo tiempo que todas sean iguales? Claro que sí. Ésa es precisamente la clase de unidad que produce el Espíritu Santo. Y Él declaró su intención en cuanto al asunto que nos ocupa desde el principio, el Día de Pentecostés, por el milagro que llevó a cabo: «Y estaban atónitos y maravillados, diciendo: Mirad, ¿no son galileos todos estos que hablan? ¿Cómo, pues, les oímos nosotros hablar cada uno en nuestra lengua en la que hemos nacido?» (Hechos 2:7–8).

Dios podría haber proporcionado a aquella multitud una lengua universal. Podría haberlos capacitado para entender un idioma; pero no necesitaba hacerlo, porque ellos ya comprendían aquel idioma, denominado griego. No habría supuesto una gran dificultad para Pedro el hacerse entender en griego; de hecho, la mayoría, si no todas, de las primeras predicaciones cristianas tuvieron lugar en este idioma. La señal de las lenguas, por lo tanto, no es que fuera necesaria debido a la ausencia de intérpretes bilingües.

La cuestión es, como Lucas nos narra cuidadosamente, que toda aquella multitud, que se había reunido procedente de lugares tan diferentes, oían el mensaje como si éste se estuviera emitiendo en su propio idioma vernáculo.

Así lo expresaban exactamente: «Cada uno en nuestra lengua (literalmente, dialecto) en la que hemos nacido» (v.8). Por un momento, el evidente acento galileo de los discípulos desapareció y cada miembro de la audiencia los escuchó alabar a Dios como si sus palabras procedieran de labios de uno cualquiera de su propio grupo, de su área local; como si hubieran vuelto a casa.

Esto es lo que les sobrecogió. Podían haber entendido a los discípulos en griego; pero en vez de eso, cada persona de entre la multitud les escuchaba no como extranjeros, sino como si fueran integrantes de su propio clan, tribu o nación.

Estas lenguas pentecostales fueron una muestra de la manera en que el Espíritu Santo derrumbaría las barreras sociales y la clase de internacionalismo sin precedentes que crearía. A diferencia del imperialismo humano, el Espíritu no ambicionaba homogeneizar a los pueblos del mundo con una cultura cristiana uniforme. Por el contrario, pretendía tender puentes inter-culturales y superar el distanciamiento que estas culturas crean sin dar al traste con la diversidad que representan.

El judío seguiría siendo judío y el griego continuaría siendo griego. Los muros de separación entre las culturas no serían destruidos, pero sí descenderían hasta el punto de ser inofensivos, siendo reemplazados por una clase de identidad social unificada. Sería algo tan diferente que acuñarían una nueva palabra para describirlo: «La comunión del Espíritu Santo». Ya no habría «judío ni griego, esclavo ni libre, varón ni mujer; porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús» (Gálatas 3:28).

En Pentecostés, los discípulos predicaron un mensaje que pudo ser escuchado en diversas lenguas. Cuando leemos el Libro de los Hechos, descubrimos que aquel mensaje dio origen a una Iglesia con diversas culturas. Si fuéramos más allá, al Libro de Apocalipsis, encontraríamos que finalmente produce una multitud reunida alrededor del trono de Dios, gente de cada tribu, nación y pueblo que, a la vez, serían reconocidos.

Sus orígenes no serán borrados en la gloria; habrá una comunidad representando al amplio rango de culturas humanas, alabando a un Dios multilingüe. Ésa es la visión bíblica de la eternidad. Eso es lo que Espíritu Santo pretende crear y ése es el tipo de ondas que produjo el Día de Pentecostés para que se propagaran por el mundo.

Esto tiene toda clase de implicaciones para nosotros. A un nivel bastante trivial, eso es lo que hace que las traducciones de la Biblia sean aceptables. Nosotros damos por supuesta la validez de la Biblia inglesa, pero son muchas las religiones en el mundo que sufren graves problemas de conciencia ocasionados por la traducción de sus Santas Escrituras: el Corán sólo se puede escuchar en árabe; las Escrituras de los Vedas de la India sólo se estudian en sánscrito; algunos judíos ortodoxos tienen un punto de vista bastante supersticioso acerca del texto hebreo del Antiguo Testamento; y el mismo cristianismo tampoco se ha mantenido inmune a este tipo de elitismo lingüístico a lo largo de los siglos.

Hubo un tiempo en que la Iglesia de Roma insistía en que tanto en las Escrituras como en la liturgia eclesiástica se debía utilizar el latín. E incluso podemos toparnos con algunos protestantes que ven un tipo de santidad especial en el idioma de la Inglaterra de los siglos dieciséis y diecisiete.

Pero cualquier intento de relacionar el evangelio de manera especial con algún lenguaje santo es una ofensa al Espíritu de Pentecostés. El Espíritu Santo, el primer día de la expansión misionera de la Iglesia, dejó claro que cualquier idioma es un vehículo apropiado para alabar a Jesucristo.

Ésta es la razón por la que Tyndale acertó al adaptar el Nuevo Testamento al lenguaje ordinario de los hombres y mujeres de aquellos días. Esto es lo que correctamente hacen hoy día los traductores bíblicos de Wycliffe al intentar traducir las Escrituras a los dialectos locales de cada tribu de la tierra. Esto es lo que desea el Espíritu Santo. Quiere que las personas sepan que este mensaje les pertenece de manera especial. No requiere que renuncien a su identidad. No, Jesús es para ellos, para su nación, para su pueblo.

La señal de Pentecostés es también, en términos más generales, una forma de llamar nuestra atención sobre el enorme peligro que supone el vincular la presentación del evangelio que ofrecemos al mundo con nuestra propia cultura.

A los primeros cristianos, por desgracia, les llevó algún tiempo entender esto. Tratándose de judíos con un patriotismo feroz, se comprende que sintieran que cualquiera que quisiera convertirse al cristianismo debiera llegar a ser al menos un poco más judío. Algunos argumentaban que los conversos gentiles debían circuncidarse, observar las leyes alimenticias que requería la ortodoxia judía y guardar el sábado, por ejemplo.

La iglesia primitiva tuvo que plantearse muy seriamente esta cuestión, puesto que estas características culturales estaban tan profundamente arraigadas en la conciencia judía, que era casi imposible para un judío recibir como iguales en el Pueblo de Dios a aquellos que no las tuvieran.

Pero, al fin y al cabo, el Espíritu Santo tenía su método. Lo que nos encontramos en el Libro de los Hechos es la historia notable de cómo un grupo de judíos altamente chauvinistas reventaron la envoltura cultural del judaísmo de sus antepasados y empezaron a bautizar en la Iglesia de Jesucristo primero a samaritanos y finalmente a gentiles incircuncisos.

Desde el mismo inicio, la señal de Pentecostés les encaminó en esta dirección. Por medio de este desconocido don, el Espíritu Santo indicaba que Cristo no es posesión de cultura específica alguna. A lo largo de los años, no siempre hemos reconocido la importancia de esto.

Algunas veces, cuando los misioneros occidentales han salido de su país, han intentado establecer iglesias calcadas a aquellas que dejaron en casa—hasta el extremo de cantar los mismos himnos y usar el mismo tipo de arquitectura. A veces, incluso llevan los mismos trajes y sombreros dominicales. Ésta es exactamente una forma cristianizada de imperialismo cultural. Se trata de uno de los errores más importantes, porque va en contra del Espíritu de diversidad de Pentecostés.

Por último, la señal de Pentecostés también tiene implicaciones muy profundas relacionadas con el tipo de iglesia que deberíamos pretender hoy. Algunos teóricos del tema del crecimiento de la iglesia defienden con mucha fuerza que cada congregación local debería ir enfocada hacia un tipo particular de personas, ya que la evidencia sociológica muestra que esa clase de grupos culturalmente homogéneos son más efectivos a la hora de evangelizar a otras personas del mismo trasfondo.

Las iglesias chinas son mejores para alcanzar a los chinos, Las iglesias de indios llegan más a la comunidad caribeña. Las iglesias de clase media son ideales para los yuppies. Las iglesias de obreros son lo mejor para zonas de viviendas de protección especial, y así podríamos seguir. Es imposible contradecir la evidencia estadística a favor de tal política.

A pesar de que reconocemos que desde un punto de vista sociológico es sabio decir que los grupos homogéneos son los más efectivos para la evangelización, realmente es contrario al Espíritu de Pentecostés el construir la iglesia con semejante discriminación cultural.

La meta de la iglesia de Jesucristo debe ser la integración; nunca la segregación. Sean cuales fueren los beneficios en cuanto al crecimiento eclesial, el Espíritu Santo no puede santificar el apartheid eclesiástico.

Aunque pueda ser conveniente para fines evangelísticos el tener grupos caseros de estudio bíblico o similares, donde los componentes sean homogéneos o tengan como objetivo a sectores concretos de la sociedad, la meta de tales grupos debe ser introducir en una iglesia de Jesucristo a aquellos que son ganados al mundo.

Una de las características gloriosas de la iglesia es el ser una institución tecnicolor, que incluye a blancos y negros, cultos y analfabetos, jóvenes y ancianos. Ninguna otra institución de la tierra consigue tal integración cultural. Pero también es verdad que ninguna otra institución en la tierra es dirigida por el soplo del Espíritu Santo.

Esta unidad no se consigue sin dificultad. Requiere sensibilidad y comprensión. Pero éstas son las cualidades que produce el Espíritu Santo. Él pretende una unidad sin uniformidad. Ésta es su marca distintiva.

Cuando Dios congela el agua, crea una tormenta de nieve en la cual cada copo es diferente. Cuando los hombres congelamos el agua, ¡producimos cubitos de hielo!

El Espíritu Santo quiere transformarnos en personas que nos gocemos en medio de nuestras diferencias, así como los discípulos se gozaban proclamando a Cristo en diferentes lenguas el Día de Pentecostés. Era señal de que la Iglesia de Jesucristo no intentaba exhibir el unísono marcial de soldados de regimiento, sino la armonía polifónica de una sinfonía orquestal.

Dios quiere que las buenas nuevas de Jesucristo cautiven los corazones en cada nación. Las ondas empezaron a propagarse el Día de Pentecostés, y continúan haciéndolo allí donde hay discípulos cristianos que testifican las buenas nuevas de Jesús sin ataduras culturales imperialistas.

No debemos temer perder nuestras vidas si tienen el poder del Espíritu. No importa lo insignificantes que parezcan, pueden contribuir a la expansión de las ondas para cambiar el mundo.

El «Efecto Mariposa» puede multiplicar el impacto de nuestras vidas como multiplicó el testimonio de la iglesia primitiva. Según Jesús, ni siquiera las «puertas del infierno» pueden competir con el creciente poder de su iglesia.
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lunes, 16 de mayo de 2016

En la ley de Jehová está su delicia y en su ley medita de día y de noche...Ustedes que pretenden ser justificados en la ley, ¡han quedado desligados de Cristo y de la gracia han caído!

RECUERDA Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6




Abraham y el Cristianismo

Las raíces judías del cristianismo

 Al leer el Nuevo Testamento resulta claro que uno de los asuntos que la iglesia tuvo que enfrentar fue el de su relación con Israel y con las eternas promesas hechas a Abraham y sus descendientes.

Según el testimonio de los evangelios, incluso durante su vida hubo quien asoció a Jesús con Elías, con Juan el Bautista o con uno de los profetas (Mt 16:14; Mc 6:15; 8:28; Lc 8:9, 19).

En sus enseñanzas, Jesús se refirió repetida y constantemente a los textos sagrados de Israel. Lo mismo fue cierto de sus primeros seguidores y de todos los escritores del Nuevo Testamento. Incluso Pablo—el «apóstol a los gentiles», que por lo general comenzaba su misión hablando en la sinagoga de cada ciudad a la que llegaba—en su predicación constantemente citaba la Biblia hebrea; aunque es cierto que siguió la traducción griega que ya existía y, según Hechos, su predicación fue sobre «la esperanza de Israel» (Hch 28:20).

 Según los evangelios, algunos de los líderes religiosos de Israel creyeron ver en Jesús un peligro para su nación y su religión. Para prevenir esto, lo entregaron a las autoridades romanas para que fuera crucificado.

Cuando los discípulos de Jesús comenzaron a predicar—después de los acontecimientos de Semana Santa y Pentecostés—tuvieron que enfrentarse a la oposición de muchos miembros del concilio judío, quienes les ordenaron abandonar esas actividades y los castigaron cuando se negaron a obedecer.

 Conforme el cristianismo se fue extendiendo por el mundo gentil, muchos de sus primeros conversos fueron judíos, además de otras personas a quienes los judíos llamaron «temerosos de Dios» (quienes creían en el Dios de Israel y que seguían la mayoría de las enseñanzas morales de las escrituras hebreas, pero que todavía no estaban listos para aceptar la circuncisión, ni seguir todas las leyes rituales y las dietas de los judíos).

Tradicionalmente, cuando esos temerosos de Dios decidían hacerse judíos, solamente se les aceptaba como miembros del pueblo de Israel a través de una serie de actos que incluían un rito bautismal. Una vez realizado, se les consideraba «prosélitos». Sin embargo, a estas personas temerosas de Dios la predicación cristiana les ofreció una nueva opción. Ahora podían unirse a la iglesia a través de un proceso que también culminaba en un rito bautismal, pero dentro de esa comunidad podían adorar al Dios de Israel sin tener que someterse a las prácticas rituales judías que antes se habían interpuesto en su camino.

A tal grado tantos judíos aceptaron la predicación cristiana—a Jesús como el Mesías prometido—que, por varias décadas, una buena parte de los miembros de la iglesia fue de origen judío.

 Algunos vieron al cristianismo como una nueva forma del judaísmo que parecía hacer más accesible la vida religiosa en medio de una sociedad donde los judíos ortodoxos temían mancharse por su contacto con los inmundos gentiles.

Desde esta perspectiva, el cristianismo parecía ser una forma menos estricta del judaísmo. Sin embargo, esta era la continuación de una tendencia que ya había aparecido bastante tiempo antes entre el pueblo judío. Incluso antes del advenimiento del cristianismo hubo judíos que estaban buscando maneras de construir puentes entre su tradición hebrea y la sociedad y cultura helenistas. Para esos judíos, y no solo para los temerosos de Dios, el cristianismo parecía ser una atractiva alternativa.

Debido a esto surgió un espíritu de competencia y sospecha entre los cristianos y los judíos. Una competencia que por lo general se centró en la cuestión de quién interpretaba las Escrituras correctamente.

Los cristianos reclamaron para sí la Biblia hebrea y acusaron al judaísmo de interpretar mal sus propias Escrituras. Insistieron en que había profecías en la Biblia hebrea que apuntaban a Jesús.

Incluso, entre los cristianos pronto comenzaron a circular listas de «testimonios»: pasajes de los profetas y de los otros libros sagrados de los judíos que, según los polemistas cristianos, predecían la llegada de Jesús y muchos de los acontecimientos de su vida.

En el fragor de la competencia y la controversia, los cristianos comenzaron a culpar a los judíos en general por la muerte de Jesús, y no, como en realidad fue el caso, únicamente a la cúpula religiosa de Jerusalén. Culpar a los judíos por la muerte de Jesús tuvo el doble papel de ser un instrumento útil para los cristianos en su polémica contra los judíos y, al mismo tiempo, les permitió dejar a un lado el hecho de que Jesús había sido ejecutado como un criminal subversivo por el poderoso imperio romano.

 Durante esa polémica y competencia, el judaísmo también se hizo más rígido en su oposición al cristianismo, particularmente después de la destrucción de Jerusalén en el año 70 d.C., que los dejó sin templo e identidad territorial. Hasta ese entonces, el judaísmo había sido la religión de un pueblo que tenía una tierra y un antiguo centro de culto. Así pues, se vio en la necesidad de definirse a sí mismo de una manera que no incluyera el templo ni la tierra, además de competir por un lugar dentro de la multitud de religiones que circulaban en el mundo grecorromano.

En esa competencia, su rival más serio fue el cristianismo, precisamente porque éste tenía raíces judías y reclamaba para sí buena parte de la tradición religiosa de Israel. El resultado fue un nuevo despertar del judaísmo cuyo centro fue Jamnia (hoy Yavneh, en Israel), donde algunos eruditos judíos se dedicaron al estudio y también a polemizar contra los cristianos.

En el año 90 d.C., los rabinos reunidos en Jamnia hicieron una lista de libros oficiales (el canon) de las Escrituras hebreas. Todavía se debate si lo hecho en Jamnia fue sencillamente una confirmación de aquello que los judíos habían creído por largo tiempo, o hasta dónde solamente fue una reacción en contra del cristianismo y su propaganda.

En todo caso, el canon de Jamnia excluyó muchos de los libros más recientes que, por varias razones, también fueron algunos de los más citados entre los cristianos.

 Hoy se nos hace difícil entender los debates y controversias que todo esto provocó. Por largos siglos el cristianismo y el judaísmo han sido religiones con una identidad bastante clara, a pesar de que hayan existido diferentes escuelas, tendencias y grupos dentro de cada una de ellas. Durante buena parte de ese tiempo los cristianos ejercieron el poder político y social, y frecuentemente lo utilizaron para suprimir al judaísmo, para abusar a sus seguidores, y hasta para perseguirlos y matarlos. Sin embargo, la situación fue muy diferente durante los primeros siglos de la era cristiana, porque tanto el cristianismo como el judaísmo estaban tomando forma: el cristianismo por ser una nueva expresión religiosa, y el judaísmo porque estaba aprendiendo a vivir bajo nuevas circunstancias (ya sin tierra y sin templo). Así pues, ni el judaísmo ni el cristianismo eran exactamente lo que son hoy. Y por largo tiempo hubo duda sobre cual sería el resultado final de esa competencia.

 La Biblia hebrea
 Al igual que Jesús, los primeros cristianos fueron judíos, y no creyeron ser parte de una nueva religión.

Estuvieron convencidos de que las buenas nuevas—el evangelio—eran que en Jesús y su resurrección se habían cumplido las antiguas promesas hechas a Israel. En otras palabras, que con ello se cumplía «la esperanza de Israel».

Tal como el libro de los Hechos cuenta la historia, al principio los cristianos ni siquiera pensaron que el evangelio fuera un mensaje de esperanza para toda la humanidad. Solamente después de pasar por algunas experiencias extraordinarias fue que decidieron que esas buenas nuevas también eran para los gentiles.

A pesar de esto, basta con leer las epístolas de Pablo para darse cuenta de que las buenas nuevas para los gentiles consistían en que por la fe ellos también eran invitados a convertirse en hijos y herederos de Abraham. Tal como lo diría Karl Barth en el siglo veinte: que los gentiles podían convertirse en «judíos honorarios».

Como judíos—sin importar que lo fueran por descendencia biológica o por adopción mediante la fe—los cristianos tuvieron una Biblia, la Biblia hebrea.

Esta Biblia fue la que leyeron al reunirse para adorar a Dios, para tratar de discernir su voluntad y el significado de los acontecimientos de que habían sido testigos: la vida, muerte y resurrección de Jesús de Nazaret.

En el libro de los Hechos tenemos varios ejemplos sobre cómo Pablo—y otros cristianos—utilizó las Escrituras hebreas para decir a los otros judíos en las sinagogas que Jesús era el cumplimiento de las promesas hechas a Abraham, y para invitarlos a creer en él.

Así pues, la primera Biblia cristiana fue la Biblia judía. Fue la que usaron para enseñar, la que usaron en las controversias y la que usaron en el culto. Al parecer, ni siquiera soñaron con añadirle otros libros a las Escrituras hebreas.

 Sin embargo, conforme la primera generación de testigos fue desapareciendo, los cristianos sintieron la necesidad de tener algún medio de instrucción que preservara las enseñanzas de aquellos primeros testigos.

Ya no bastaba con leer los libros de los profetas o la ley de Moisés en la iglesia, también se hacía necesario leer materiales que trataran más directamente sobre Jesús y los deberes y creencias cristianas.

De cierta manera las cartas de Pablo trataron de llenar esa necesidad. Dado que no podía estar presente en todas las iglesias que había fundado, entonces les escribió.

Sus cartas—con la excepción de su nota personal a Filemón—fueron escritas para que se leyeran en voz alta a toda la congregación.

Esas cartas fueron para instrucción, admonición, reto, inspiración, algunas veces para recolectar dinero y fueron dirigidas a iglesias específicas con necesidades específicas.

Aunque no conocía a la mayoría de los miembros, Pablo incluso se atrevió a escribir una larga carta a los cristianos en Roma. Al parecer lo hizo preparando el camino para la visita que tenía planeada a esa ciudad, pero el poder y discernimiento de esa carta fue tal que se siguió leyendo en la iglesia mucho tiempo después de la muerte de Pablo.

De hecho, el impacto de las cartas de Pablo provocó que muchas iglesias las copiaran y las compartieran entre sí, e incluso que las leyeran en los cultos y las usaran paralelamente a la Biblia hebrea como materiales de instrucción. Casi al final del siglo primero, cuando estuvo exiliado en Patmos, Juan «el teólogo» escribió un libro—Apocalipsis—dirigido a iglesias en la provincia romana de Asia. Pero muy pronto comenzó a circular entre otras iglesias de la región, y con el tiempo fue copiado, vuelto a copiar y leído en todas las iglesias.

 Pablo y Juan de Patmos escribieron para ocasiones específicas y, por lo tanto, no escribieron sobre toda la vida y enseñanzas de Jesús. Ellos todavía estaban vivos cuando algunas personas comenzaron a sentir la necesidad de documentos que se pudieran leer en la iglesia. Necesitaban documentos que presentaran toda la vida de Jesús y sus enseñanzas, y que se concretaron en lo que ahora llamamos evangelios. La mayoría de los eruditos están de acuerdo en que el primero fue el de Marcos, al que poco después le siguieron Mateo y Lucas, y al final el evangelio de Juan.

 Cuando estos libros se comenzaron a leer en la iglesia, los cristianos no debatieron si eran «Palabra de Dios» o no, o si eran inspirados. Al principio, parece que ni siquiera consideraron el asunto de su relativa autoridad en comparación con los libros de la Biblia hebrea.

 Simplemente los consideraron valiosos para su culto, en especial para esa parte del culto que principalmente consistía en la lectura y exposición de las Escrituras. Más o menos como a la mitad del segundo siglo, el escritor cristiano Justino Mártir dijo que los creyentes se reunían «en el día que comúnmente es llamado del sol», y que leían «según el tiempo lo permite, las memorias de los apóstoles o los escritos de los profetas».

Así pues, y al parecer sin mucho debate, fue en el contexto del culto que las «memorias de los apóstoles»—o tal vez los evangelios, o los evangelios junto con algunas de las epístolas—comenzaron a igualarse en autoridad con los profetas.

El reto de Marción
 Más o menos por la misma época en que Justino escribió las palabras ya citadas, se suscitó una controversia sobre la autoridad y valor de las Escrituras hebreas. En parte, esa controversia se debió a que algunos cristianos intentaron rechazar todo lo que fuese de origen judío.

Algunos creyentes cristianos se opusieron de tal forma al judaísmo que llegaron al extremo de intentar romper toda conexión entre su fe y la religión de Israel.

Por ejemplo, aunque fue una secta muy poco conocida, los ofitas (seguidores de la serpiente), decían que el verdadero héroe en el huerto del Edén había sido la serpiente porque intentó liberar a los humanos del poder tiránico del Dios de los judíos.

Los caininitas, tuvieron opiniones semejantes, aunque para ellos Caín fue el gran héroe. No está completamente claro hasta qué punto esas sectas hicieron uso de algunas de las doctrinas cristianas. En todo caso, Marción fue el más famoso y el más influyente de entre los cristianos que intentaron desconectarse de todo lo que se relacionara con la fe de Israel.

 Marción nació en la ciudad de Sinope, en el Mar Negro, y fue hijo del obispo cristiano de esa ciudad. Aunque se sabe poco de su juventud, a mediados del siglo segundo lo encontramos en Roma donde sus enseñanzas empezaron a causar gran revuelo.

Con el tiempo, sus seguidores se apartaron de la iglesia y fue así que surgió la iglesia marcionita con sus propios obispos y estructuras. La existencia de ese cuerpo eclesiástico rival fue la razón por la cual Marción fue tan influyente, y la razón por la que algunos de los líderes intelectuales de la iglesia (que escribieron tratados polémicos contra los judíos) también escribieron tratados contra Marción.

 Según Marción, no solamente había un contraste bastante marcado, sino hasta oposición entre el Dios de la Biblia hebrea y el Padre de Jesús.

Ni siquiera eran dos conceptos diferentes sobre Dios, ¡en realidad eran dos dioses diferentes! Según Marción, el Jehová de la Biblia hebrea era un dios inferior, un dios que—ya fuera por ignorancia o por maldad—había creado este mundo y ahora lo gobernaba.

Este era un dios vengativo que insistía en la justicia y en el castigo por la desobediencia, y cuya veleidad se manifestaba en el hecho de que había escogido arbitrariamente a los judíos como su pueblo privilegiado.

En contraste, según Marción, el Padre de Jesucristo—y el Dios de la fe cristiana—se encontraba muy por encima del pequeño dios de Israel, y muy por encima de cualquier preocupación por lo material o el mundo físico.

Este Dios altísimo perdonaba al pecador en lugar de demandar que se le pagara hasta lo más mínimo que se le debía. Éste no era el dios de la ley y la justicia, sino el Padre de amor y gracia, y el que había enviado a Jesús a este mundo de Jehová para salvar lo que se había perdido, es decir, a los espíritus humanos que Jehová había aprisionado en este mundo material que había creado.

 Según Marción, muy pronto la mayoría de los cristianos se olvidaron de ese mensaje, y solamente Pablo, el apóstol de la gracia, conservó el mensaje de amor y perdón del Dios altísimo.

A pesar de ello, Marción decía que hasta los mismos escritos de Pablo habían sido secuestrados por personas que no habían entendido ese mensaje, ni veían el contraste entre Jehová y el Padre. Así que corrompieron las epístolas de Pablo e introdujeron en ellas todo tipo de referencias a la Biblia hebrea y al Dios de Abraham y Jacob.

 Por eso, a diferencia del resto de la iglesia, Marción rechazó las ancestrales Escrituras de los judíos, no porque fueran falsas en el sentido de que faltaran a la verdad, sino porque eran la verdadera revelación ¡pero de un dios inferior!

Fue por eso que se sintió obligado a proponer una nueva Biblia cristiana, una que no incluyera los libros de los judíos o alguna referencia a esos libros por muy positiva que fuera. En realidad ese fue el primer canon del Nuevo Testamento, que incluyó diez epístolas de Pablo y el evangelio de Lucas.

Y es que, según Marción, este último fue uno de los verdaderos intérpretes del mensaje cristiano por haber sido acompañante de Pablo. Sin embargo, ¿qué hacer con las referencias a las Escrituras hebreas que contenían el evangelio de Lucas y las epístolas de Pablo?

Marción dijo que habían sido introducidas en el texto original por «judaizantes». Por lo tanto, los escritos de Lucas y Pablo tenían que ser limpiados de cualquier referencia a la Biblia hebrea o al Dios de los judíos. El resto de la iglesia se escandalizó con esas enseñanzas.

 Aunque es cierto que había conflictos y competencia entre judíos y cristianos, éstos últimos siempre habían reconocido sus raíces judías. La discusión con el judaísmo era sobre el asunto de si Jesús era el Mesías o no, pero nunca si el Dios de Abraham era el verdadero y Dios altísimo, o si ese Dios había creado todas las cosas.

Los textos de las Escrituras hebreas, que hasta ese entonces los cristianos habían empleado para probar a los judíos que Jesús era el Mesías, ahora habían empezado a tener un uso diferente. Es decir, se emplearon para probar que los libros donde aparecían esas declaraciones proféticas en verdad eran la Palabra del mismo Dios que había hablado en Jesús.

Por ejemplo, aunque por mucho tiempo los cristianos habían afirmado que el pasaje de Isaías 53 predecía que el Mesías sufriría (y contra el judaísmo lo habían usado para probar que Jesús era el Mesías), ahora lo usaron para refutar a Marción y probar que lo dicho por Isaías en verdad era Palabra de Dios
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Verdadero hijo en la fe... mi estimado hijo...verdadero hijo en esta fe que compartimos...pastorea la iglesia de Dios

RECUERDA Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6




Las cartas de Pablo

¿SON PASTORALES LAS CARTAS DE PABLO?

 Por lo que sabemos, D. N. Berdot, que escribió en 1703, fue el primero en usar el término pastoral para describir las cartas como un grupo.

Medio siglo más tarde, P. Anton usó el término para su comentario sobre estas cartas. La razón de esta descripción es clara: estaban dirigidas a individuos comisionados para cuidar de iglesias con necesidades específicas. Esto se aplica especialmente a 1 Timoteo y Tito, mientras que 2 Timoteo contiene más alusiones personales que eclesiásticas.

 ¿Pero es apropiado el término pastoral para estas epístolas?
La tarea asignada a Timoteo y Tito, que pueden describirse como “comisionados” o “delegados apostólicos”, era tratar los problemas que requerían una autoridad apostólica. La naturaleza del cuidado a recibir tenía más que ver con combatir falsas enseñanzas que con el pastoreo cotidiano de la congregación.

Su meta era dejar establecido un equipo de líderes estable dentro de las iglesias, y no tanto pastorear ellos mismos al rebaño por mucho tiempo. Pero durante ese periodo de tensión eran necesarios el cuidado pastoral, los dones y las cualidades personales, tanto en los delegados apostólicos como en lo ancianos a quienes trataban de establecer firmemente en las iglesias.

Pablo había exhortado previamente a los ancianos de Éfeso a “pastorear la iglesia de Dios” (Hch 20:28). Dichas cualidades pastorales son necesarias hoy, y el término pastoral, aunque no sea completamente apropiado, tiene su valor. ¿Cuál era entonces la relación de Timoteo y Tito con Pablo? ¿Cuál era su cometido?

 La relación de Timoteo y Tito con el autor

 El escritor llama a Timoteo su “verdadero hijo en la fe” (1Ti 1:2) y “mi estimado hijo” (2Ti 1:2), y llama a Tito “verdadero hijo en esta fe que compartimos” (Tit 1:4).

A pesar de las indicaciones de experiencias mutuas entre estos hombres y Pablo, muchos eruditos aducen que estas expresiones de relación afectuosa son construcciones de una carta seudónima a destinatarios ficticios. Sin embargo, en conjunto con las otras referencias a ellos en las cartas, el lector asume con naturalidad una relación real e íntima.

Además, las referencias a la relación de estos dos hombres con Pablo en sus anteriores cartas y (en el caso de Timoteo) en el relato de Hechos son importantes para que se entienda lo escrito.

 Timoteo pudo haber oído a Pablo durante su reciente primer viaje misionero, y quizá se convirtió por aquel entonces.

La primera mención específica de Timoteo está en Hechos 16:1-5, donde se une a Pablo en su segundo viaje misionero. El joven se ganó la confianza del apóstol y, aunque a veces se envió a Timoteo en misiones individuales (1Ts 3:1-6), a menudo trabajaban en estrecha unidad (ver Hch 18:5; 19:22; cf. también las referencias a Timoteo como coautor en 2Co 1:1; Fil 1:1; Col 1:1; 1Ts 1:1; 2Ts 1:1).

Dentro de las cartas de Pablo hay más pruebas del servicio de Timoteo con Pablo (1Co 4:17; 16:10-11; cf. también Ro 16:21, donde Pablo le llama “mi compañero de trabajo”). Por supuesto, en las Cartas Pastorales Pablo habla con afecto de Timoteo, como observaremos en el transcurso del comentario.

 Tito parece haber sido un solucionador de problemas para Pablo.

Es difícil seguir la pista de la correspondencia y la secuencia de visitas entre Pablo y los corintios, incluida la probabilidad de cartas adicionales no registradas en el Nuevo Testamento. Pero está claro que Tito jugó un papel importante como representante de Pablo en Corinto.

Su nombre aparece en 2 Corintios 2:12-13 y 7:5-7, 13-15, así como también en varios versículos referentes a la delicada cuestión de la ofrenda (8:5-6, 16-19). Pablo elogió a Tito por su arduo trabajo en 12:14-18.

Además, Tito acompañó a Pablo a Jerusalén en la importante visita descrita en Gálatas 2:1-5. Al leer la epístola a Tito es evidente que había recibido otra difícil tarea cuando Pablo le dejó en Creta. Durante el período descrito en las Cartas Pastorales, Pablo pidió a Tito que le visitara en Nicópolis (Tit 3:12). Por último, al final de la que muy probablemente es la última de las Pastorales en escribirse, Tito iba camino a Dalmacia, probablemente cumpliendo otra misión para Pablo (2Ti 4:10).

 El anterior resumen nos muestra dos cosas en particular:

  1. Es difícil aislar las referencias personales a Timoteo y Tito del resto de la correspondencia pastoral y separar dicha correspondencia de lo que podríamos llamar una relación en “tiempo real” entre ellos dos y Pablo. Esta observación en sí no constituye una prueba de que las cartas las escribiera el apóstol Pablo mismo ni de que fueran ciertamente enviadas a los destinatarios que se mencionan. Lo que indica es que si el Pablo histórico y el Timoteo y Tito históricos no son el autor y los destinatarios, no solo pasamos de la historia a la ficción, sino que también nos apartamos de una comprensión legítima y natural del texto.
  2. Al asumir aquí una realidad histórica aprendemos que, para ocuparse de complejos problemas y personas hostiles en Éfeso y Creta, Pablo escogió a dos hombres que tenían experiencia, en estrecho compañerismo, aunque quizá con menos madurez, posición social y distinción que los líderes de las iglesias. Esto enseña algo sobre los principios de Pablo al escoger personas para el liderazgo.


 Las situaciones a las que Timoteo y Tito se enfrentaron eran más graves de lo que pudiera parecer en principio. Las falsas enseñanzas ya estaban avanzando con fuerza en Éfeso. El uso del presente en el verbo compuesto “enseñar doctrinas falsas” (1Ti 1:3) indica que esta actividad ya estaba en marcha y no era una simple nube en el horizonte. La mención de “leyendas y genealogías interminables” en 1:4 sugiere una herejía compleja y esotérica.

 En el comentario mismo se tratará la naturaleza de esta enseñanza falsa, pero aquí observamos que incluía una aplicación inapropiada de elementos judaicos (véase la mención de “la ley” en 1:7-11).

Las enseñanzas de dos herejes mencionados por nombre (el término hereje no parece demasiado fuerte, dadas las evidencias), Himeneo y Alejandro, contenían blasfemia o se expresaban de forma blasfema (1:20); esto hizo necesario entregarlos a Satanás. Las palabras “en los últimos tiempos, algunos abandonarán la fe para seguir a inspiraciones engañosas y doctrinas diabólicas” muestra que las falsas enseñanzas no eran meras especulaciones humanas, sino mentiras demoníacas (4:1).

No es que simplemente los maestros fueran llevados a error, sino que eran “embusteros hipócritas” (4:2). Había también una dimensión ascética en esa enseñanza falsa: “Prohíben el matrimonio y no permiten comer ciertos alimentos” (4:3). Después de leer sobre mentiras y enseñanzas demoníacas, podemos pensar que, en comparación, “las leyendas profanas y otros mitos semejantes” (4:7) no son tan graves. Sin embargo, que estén en contraste con “la piedad” muestra su carácter engañoso. Otra referencia a las enseñanzas falsas en 6:3-10 muestra que la avaricia también jugaba su parte (6:6-10).

 Hacia el tiempo de 2 Timoteo las actividades de los falsos maestros pueden parecer cosa del pasado. Sin embargo, 2 Timoteo 2:17-18 nos da una pista significativa acerca de al menos una faceta importante de la enseñanza falsa. Himeneo y Fileto “se han desviado de la verdad. Andan diciendo que la resurrección ya tuvo lugar”.

En principio puede no parecer serio, pero Pablo dice que con esa doctrina “trastornan la fe de algunos”. Esta enseñanza ha recibido en ocasiones la denominación de escatología sobrerrealizada. Como personas con cierto interés en la ley y las enseñanzas judías, estos maestros estaban probablemente familiarizados con la idea de las dos edades, la era presente y la venidera. También conocían la enseñanza de Jesús acerca de la inauguración del reino venidero. Aparentemente desdeñaban o contradecían las enseñanzas escatológicas de Jesús y de Pablo acerca de los acontecimientos aún futuros.

 Muchos eruditos han llegado a la conclusión de que algunas personas de la iglesia corintia habían impartido una enseñanza similar aunque no idéntica: los cristianos ya estaban experimentando tanto de la realidad de la edad futura que podían hacer caso omiso de algunas de las pretensiones de la vida de su entorno, envaneciéndose por tener una espiritualidad superior.

Esta escatología sobrerrealizada de los corintios se manifestaba en el ascetismo y el orgullo espiritual. Pero el error de los herejes efesios parece haber sido diferente. Mientras que, al parecer, los de Corinto decían que no hay resurrección (1Co 15:12), Himeneo y Fileto afirmaban que ya había tenido lugar. Esto quiere decir que tuvieron que negar una gran cantidad de enseñanza ortodoxa, y que lo hicieron con la suficiente fuerza como para destruir la fe de algunas personas.

 Otra indicación de la enseñanza falsa y de las serias circunstancias que afrontó Timoteo en Éfeso se encuentra en 2 Timoteo 3:6-9.

Los falsos maestros perjudicaron a mujeres que carecían de una sobria autodisciplina y que se dejaron llevar por deseos pecaminosos. Un comentario curioso sobre estas féminas es que “siempre están aprendiendo, pero nunca logran conocer la verdad” (3:7). Por eso están abiertas a ser explotadas en más de un nivel. Junto con otros indicios en las Cartas Pastorales, este pasaje ha sugerido a algunos estudiosos que había algo en estas mujeres (si no en el género femenino en general, como algunos han aducido) que las hacía especialmente vulnerables a la enseñanza falsa.

Ante esta situación, la importancia del culto a la diosa en Éfeso y los significativos cambios sociales en el papel de las mujeres y en cómo se las veía (sobre todo en las incipientes ideas que más tarde convergerían en el gnosticismo), el intérprete de las Cartas Pastorales debe considerar tales elementos como justificación de las limitaciones que Pablo impuso a las mujeres, especialmente en 1 Timoteo 2:9-15.

 Pero no hay que precipitarse a conclusiones poco sabias sobre este punto. Estas cuestiones son complejas e importa la forma de resolverlas. El modo como lo tratamos  consiste en sacar ideas primeramente del material de las Pastorales para entender la situación de la iglesia de Éfeso, permitiendo que esos datos de trasfondo nos ayuden, pero no determinen, en la interpretación.

No sería apropiado ignorar el entorno social y religioso, sobre todo en lo que respecta a las mujeres, pero las condiciones de ellas no eran uniformes en todo el Imperio romano y puede ser que sus circunstancias en Éfeso hayan sido sobrevaloradas por algunos expertos.

No obstante, debemos ser realistas y reconocer que las circunstancias y la consideración de las mujeres de hoy son muy diferentes de lo que podríamos encontrar en otras partes del mundo del primer siglo.

Debemos realizar con cuidado nuestra aplicación del texto. Para hacer frente a las falsas enseñanzas, Timoteo y Tito recibieron autoridad de Pablo como delegados apostólicos. La autoridad especial del apóstol se extendía, por tanto, mediante el ministerio de estos dos hombres a las iglesias en Éfeso y Creta.

Como se señala, no puede identificarse su ministerio con el del pastor moderno. Fueron enviados para tratar circunstancias específicas en nombre del apóstol. Es decir, acudieron bajo el mandato de Pablo y se les encargó aplicar sus mandamientos a las circunstancias de estas iglesias ( 1 Timoteo 1:3-5; 4:1).

 Que las palabras de Pablo en 1 Timoteo 4:13: “Dedícate a la lectura pública de las Escrituras, y a enseñar y animar a los hermanos” estén prologadas por “en tanto que llego” significa que esta comisión no era para mucho tiempo, sino por un período limitado, el suficiente para lograr las metas necesarias. Dicho de otro modo, como delegados apostólicos, Timoteo y Tito tenían más autoridad personal de la que poseemos hoy quienes estamos en el ministerio de la iglesia, pues estamos bajo la autoridad de la Biblia. Además, su ministerio tenía un propósito más específico que el del pastor promedio de hoy, aunque ese enfoque no excluyera otros ministerios, como el evangelismo (2Ti 4:5).

 Es importante comprender las implicaciones de este papel singular de Timoteo y Tito como delegados apostólicos.


  1. Su ministerio constituía una extensión de la firme autoridad de Pablo, y ese hecho es parte integral de las instrucciones en las tres cartas.
  2. Reconocer el ámbito específico de su tarea nos previene contra una aplicación indiscriminada e inapropiada de los textos relativos a su ministerio a los ministerios en la iglesia actual, que son distintos.
  3. Dado que el contenido de las tres Cartas Pastorales estaba tan estrechamente vinculado a la misión de estos delegados apostólicos “en tiempo real”, a menos que descartemos a la ligera estas circunstancias y el verdadero alcance de autoridad apostólica presente en ellos, es imposible excluir el papel de Pablo en la composición de las cartas. Si asumimos que los nombres Timoteo y Tito representan meramente a figuras ideales o al “Rvdo. Todopastor”, los intentos de recuperar la situación real y la autoría de las cartas están condenadas desde el principio.


 Esta reconstrucción, a su vez, está relacionada con la narración de Hechos 20:17-38. En estas palabras a los ancianos de Éfeso, Pablo predijo que los “lobos” atacarían al rebaño y que surgirían otros disidentes “aun de entre ustedes”. Las cartas a Timoteo aluden a circunstancias que coinciden con esa predicción. Si la mención de Timoteo, Tito y Pablo es invento, perdemos esa conexión.

 Al asumir que los Tito y Timoteo históricos son los destinatarios reales de las cartas de Pablo tal como aquí se describen quedan todavía algunos problemas pendientes: en concreto, la dificultad de seguir los itinerarios de Pablo y de Timoteo y Tito.

La afirmación de que hubo viajes misioneros de Pablo y estos dos colaboradores después de la conclusión de Hechos no nos da un panorama completo. En una posible reconstrucción de viajes misioneros adicionales de Pablo, tal vez hacia el este y luego al oeste, a España (sufriendo otro arresto en el proceso), al parecer volvió a visitar Éfeso con Timoteo.

La duración de esta visita no podemos estimarla, pero duró lo suficiente para que Pablo descubriera que se habían cumplido las predicciones dadas por él a los ancianos efesios en Hechos 20 sobre la llegada de lobos y falsos maestros a la iglesia.

Eran problemas de suficiente gravedad como para requerir la visita de alguien que trabajase bajo la autoridad de Pablo, para plantar cara y corregir. Por alguna razón, decidió ir al norte y al este desde Éfeso de regreso a Macedonia (cf. 1Ti 1:3).

Debió de haber visto que, aunque relativamente joven, Timoteo tenía la sabiduría y la madurez suficientes para ocuparse de los problemas en la iglesia de Éfeso y para que “les ordenara[s] a algunos supuestos maestros que [dejaran] de enseñar doctrinas falsas” (1:3).

 Es imposible determinar si Pablo y Tito visitaron Creta antes de la visita con Timoteo a Éfeso o después de la visita a Macedonia. La redacción de Tito 1:5, “Te dejé en Creta”, se entiende con más naturalidad como indicio de que Pablo estaba con Tito en Creta, dejándole allí cuando el apóstol siguió adelante.

La reconstrucción de un itinerario posterior nos dejaría probablemente a Tito abandonando Creta y uniéndose a Pablo en Nicópolis (Tito 3:12). Quizá Pablo fue entonces a España y, mientras se hallaba en la parte occidental del Imperio romano, fue arrestado y encarcelado otra vez. En algún momento, Pablo envió a Tito a Dalmacia (2Ti 4:10).
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