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sábado, 20 de junio de 2015

Mi pueblo perece por falta de conocimiento. Por cuanto desechaste el conocimiento, Yo te desecharé de mi sacerdocio.

Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6


 
 
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                     UNA FIGURA RETÓRICA DE DICCIÓN CON REFERENCIA A PALABRAS

La Elipsis
El vocablo elipsis procede del griego élleipsis = omisión interior, de en = en, y leípein = dejar.
Esta figura se llama así porque existe en la frase un hueco, a causa de la omisión de una o más palabras, palabras que normalmente se requieren gramaticalmente, pero que no son necesarias para el sentido de la frase. Las leyes de la geometría nos dicen que, para cerrar un espacio, se requieren, por lo menos, tres líneas.

Asimismo las leyes de la sintaxis declaran que se necesitan, al menos, tres palabras para dar sentido completo a una frase. Los gramáticos no coinciden en los nombres que dan a estas tres palabras. 

En la frase «Tu palabra es verdad», «tu palabra» es el sujeto del que se habla, «verdad» es lo que se dice (el predicado) de la palabra, y el verbo «es» (llamado también «cópula») conecta el predicado con el sujeto. Pero cualquiera de estas tres palabras puede omitirse, por lo que la ley de la sintaxis puede ser suspendida legítimamente por medio de la elipsis.

Esta omisión no se debe a mengua de concepto o a indolencia u otra circunstancia accidental, sino que se lleva a cabo adrede, a fin de que no tengamos que pararnos a pensar o a poner de relieve la palabra omitida, sino que tengamos tiempo para prestar la debida atención a las otras palabras que, precisamente por dicha omisión, adquieren mayor relieve. Por ejemplo, en Mt. 14:19, leemos que el Señor Jesús «partió los panes y los dio a los discípulos, y los discípulos a la multitud». La última frase, tomada como está, «los discípulos a la multitud», está incompleta, puesto que no tiene verbo; se omite el verbo «dieron» mediante la figura elipsis, y ello se debe a algún propósito. Si leemos la última frase conforme está, parece como si Jesús ¡diese los discípulos a la multitud!

Esto sirve para concentrar nuestra atención y percatarnos de la figura empleada; nos damos cuenta del énfasis y aprendemos la lección intentada por el Espíritu Santo. ¿Cuál es esta lección? Simplemente, hacernos notar el hecho de que los discípulos dieron el pan no de sí mismos, sino sólo instrumentalmente, ya que únicamente Jesús fue el Dador de aquel pan. De este modo, nuestro pensamiento se centra, no en los discípulos, sino en el Señor.

Tales elipsis aparecen corregidas frecuentemente en cursiva en las versiones de la Biblia. En muchos casos es correcto suplir de este modo la palabra o palabras omitidas; pero, en algunos casos, los traductores cometen graves errores al completar así las frases. 

Curiosamente, hay veces en que no ven la elipsis del texto y, por tanto, no la toman en cuenta en la traducción, mientras que otras veces imaginan elipsis que no existen en el original y completan de mala manera el texto sagrado.

Cuando una elipsis es completada de mala manera (o de ninguna manera), las palabras del Texto han de ser traducidas libremente, a fin de que hagan sentido, pero aparece entonces, con frecuencia, una desviación del sentido literal del pasaje. 

Por el contrario, cuando se corrige debidamente la elipsis (a veces, intercalando una sola palabra), se nos facilita el tomar todas las demás palabras de la porción en su sentido literal, lo cual supone una enorme ganancia, además de la grandiosa luz que emerge entonces, a nuestros ojos, de la Palabra de Dios.

Por tanto, estas elipsis no deben ser corregidas arbitrariamente según el capricho de nuestros personales puntos de vista, sino que obedecen a ciertas leyes bien conocidas y clasificadas, y a estas leyes hay que atenerse para completar el sentido de la frase.

Las elipsis pueden ser de tres clases:

A) Absolutas, cuando la palabra o palabras omitidas deben ser suplidas a la vista del texto mismo.
B) Relativas, cuando la palabra o palabras omitidas han de suplirse con base en el contexto.
C) De repetición, cuando la palabra o palabras omitidas han de suplirse repitiéndolas con base en la cláusula anterior o posterior.

Estas tres clases de elipsis se subdividen como sigue:

          A)      ELIPSIS ABSOLUTAS, en que se omiten:

            I.      Nombres y pronombres:

         1.      El nominativo.
         2.      El acusativo.
         3.      Algún pronombre.
         4.      Otros vocablos de conexión.

            II.      Verbos y participios:

         1.      Cuando falta el verbo, especialmente el verbo ser (no en infinitivo).
         2.      Cuando falta un verbo en infinitivo:

           (a)      después del hebreo yakhol = poder.
           (b)      después del verbo acabar o terminar.
           (c)      después de otro verbo, personal o impersonal.

         3.      Cuando falta el verbo sustantivo (ser, estar, haber).
         4.      Cuando falta el participio.

            III.      Ciertas palabras conectadas en el mismo miembro de un pasaje.
            IV.      Toda una cláusula en un pasaje conectado, ya sea:

         1.      La primera cláusula (prótasis).
         2.      La última cláusula (apódosis).
         3.      Una comparación.

          B)      ELIPSIS RELATIVAS, en que se omiten:

            I.      Palabras que hay que suplir con base en otra palabra afín que se halla en el contexto:

         1.      El nombre, suplido con base en el verbo.
         2.      El verbo, suplido con base en el nombre.

            II.      Palabras que deben suplirse con base en un vocablo contrario.
            III.      Palabras que han de suplirse a base de vocablos análogos o de alguna manera emparentados con ellas.
            IV.      Palabras que se hallan contenidas implícitamente en otro vocablo, el cual comporta el significado propio junto con el de la palabra omitida (concisión, laconismo, locución «pregnante», es decir, cargada de sentido).

          C)      ELIPSIS DE REPETICIÓN, que puede ser:

            I.      Simple, cuando la elipsis ha de ser completada a partir de la cláusula precedente, o de la siguiente:

         1.      A partir de la precedente, ya sea de:

           (a)      nombres o pronombres;
           (b)      verbos;
           (c)      partículas:

             (i)      negativas;
             (ii)      interrogativas;

           (d)      una frase entera.

         2.      A partir de la cláusula siguiente.

            II.      Compuesta, cuando las dos cláusulas se implican recíprocamente, de forma que la elipsis, en la primera cláusula, ha de suplirse o completarse a base de la segunda y, al mismo tiempo, la elipsis de la segunda ha de completarse a base de la primera cláusula. Esto puede darse de dos maneras:

         1.      Supliendo palabras.
         2.      Supliendo frases.

 
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miércoles, 15 de abril de 2015

La crisis actual de autoridad bíblica refleja un consenso decadente de la civilización en los asuntos de soberanía y sumisión

Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6


 
 
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                 La autoridad de la Biblia


LA CIVILIZACIÓN OCCIDENTAL está en una severa «crisis de autoridad», que no se limita solamente al campo de la fe religiosa, ni tampoco es una amenaza especial o única para los que creen en la Biblia. La autoridad paternal, la autoridad marital, la autoridad política, la autoridad académica y la autoridad eclesiástica son puestas en duda. No sólo la autoridad en particular—la autoridad de las Escrituras, la autoridad del papa, de líderes políticos y así sucesivamente—sino que también el concepto de autoridad en sí mismo es desafiado con vigor. Por eso la crisis actual de autoridad bíblica refleja un consenso decadente de la civilización en los asuntos de soberanía y sumisión.
En algunos aspectos, el poner en duda la autoridad en esta época tiene una base moral legítima y es altamente encomiable. El siglo XX ha sido testigo del ascenso al poder de tiranos crueles y que proceden con arbitrariedad, imponiendo reglas totalitarias en ciudadanías políticamente esclavizadas. En los Estados Unidos se usó mal el poder político durante la llamada «época de Watergate». El poder de las corporaciones ha sido manipulado para obtener ventajas institucionales tanto de enormes conglomerados comerciales como de uniones laborales muy grandes.

REBELIÓN CONTRA LA AUTORIDAD BÍBLICA
Juez de hombres y naciones, el Dios que se revela a sí mismo ejerce autoridad y poder ilimitados. Toda la autoridad y el poder de los seres creados provienen de la autoridad y el poder de Dios. Como el Creador soberano de todo, el Dios de la Biblia quiere y tiene el derecho de ser obedecido. El poder que otorga Dios es un fideicomiso divino, una mayordomía. Las criaturas de Dios son moralmente responsables por el uso o mal uso que hagan de dicho poder. En la sociedad humana caída, Dios instituye el gobierno civil para la promoción de la justicia y el orden. Él aprueba un orden de autoridad y relaciones productivas en el hogar al estipular ciertas responsabilidades a los esposos, esposas e hijos. También determina un patrón de prioridades para la iglesia: Jesucristo la cabeza, los profetas y los apóstoles a través de quienes llegó la revelación redentora, y así sucesivamente. Las Escrituras inspiradas, que revelan la voluntad trascendente de Dios en una forma escrita objetiva, son la regla de fe y conducta a través de las cuales Cristo ejercita su autoridad divina en la vida de los creyentes.
La rebelión contra autoridades particulares se ha ampliado en nuestro tiempo a una rebelión contra toda la autoridad trascendente y externa. Poner en duda la autoridad es una práctica que se tolera y promueve en muchos círculos académicos. Algunos filósofos, con un punto de vista totalmente secular, han afirmado que Dios y lo sobrenatural son conceptos imaginarios, y que la verdadera realidad consiste de eventos y procesos naturales. Se dice que toda la existencia es temporal y cambiante; se declara que todas las creencias e ideales son relativos a la época y a la cultura en que aparecen. Por lo tanto, se afirma que la religión bíblica, al igual que todas las religiones, es simplemente un fenómeno cultural. Tales pensadores rechazan la afirmación de la autoridad divina de la Biblia; y la revelación trascendental, las verdades establecidas y los mandamientos inmutables, son considerados invenciones piadosas.
Afirmando que el hombre ha alcanzado «la mayoría de edad», el secularismo radical defiende y apoya la autonomía humana y la creatividad individual. Se dice que el hombre es su propio señor, y el inventor de sus propios ideales y valores. Vive en un universo supuestamente sin propósito, que presumiblemente ha sido formado por un accidente cósmico. Por lo tanto, se declara a los seres humanos como totalmente libres para imponer en la naturaleza y en la historia cualquier criterio moral que prefieran. Para tal punto de vista, insistir en verdades y valores dados divinamente y en principios trascendentales sería reprimir la autorrealización y retardar el desarrollo creativo personal. Por lo tanto, el punto de vista radicalmente secular va más allá de oponerse a autoridades externas particulares cuyas afirmaciones son consideradas arbitrarias o inmorales; el secularismo radical es agresivamente contrario a toda autoridad externa y objetiva, considerándola intrínsecamente restrictiva del espíritu humano autónomo.
Cualquier lector de la Biblia reconoce el rechazo a la autoridad divina y a una revelación definitiva de lo que es bueno o malo como un fenómeno antiguo. No es sólo algo característico del hombre contemporáneo considerar que ha llegado «a la mayoría de edad»; esto ya se encontró en el Edén. Adán y Eva se rebelaron contra la voluntad de Dios siguiendo sus preferencias individuales y su propio egoísmo. Pero su rebelión fue reconocida como pecado y no fue racionalizada como «gnosis» filosófica en las fronteras del avance evolucionista.
Si uno abraza un punto de vista estrictamente de desarrollo, que considera que toda la realidad es contingente y cambiante, ¿qué base queda para el papel decisivamente creativo de la humanidad en el universo? ¿Cómo podría un cosmos sin propósito llevar a la autosatisfacción individual? Solamente la alternativa bíblica del Dios Creador-Redentor, quien creó a los seres humanos para la obediencia moral y un alto destino espiritual, preserva la dignidad permanente y universal de la especie humana. La Biblia lo hace, sin embargo, con un llamado que demanda una decisión espiritual. La Biblia establece que el hombre es superior a los animales, que su dignidad alta («casi igual a Dios», Salmo 8:5, BLS) se debe a la imagen divina racional y moral que tiene por su creación. En el contexto de la participación universal humana en el pecado adánico, la Biblia pronuncia un llamado divino y misericordioso a la redención por medio de la obra y la mediación personal de Cristo. Se invita a la humanidad caída a experimentar la obra renovadora del Espíritu Santo, para ser conformada a la imagen de Jesucristo y anticipar un destino final en la eterna presencia del Dios de justicia y justificación.
El rechazo contemporáneo de los principios bíblicos no descansa en ninguna demostración lógica de que el caso del teísmo bíblico es falso; más bien se basa en una preferencia subjetiva de puntos de vista alternativos de «la buena vida».
La Biblia no es la única que nos recuerda que los seres humanos tienen todos los días una relación responsable con el Dios soberano. El Creador revela su autoridad en el cosmos, en la historia y en la consciencia interior, una revelación del Dios vivo que penetra la mente de cada ser humano (Romanos 1:18–20; 2:12–15). La supresión rebelde de esa «revelación general divina» no consigue evitar completamente el temor de tener que rendir cuentas al final (Romanos 1:32). Sin embargo, es la Biblia como «revelación especial» la que con más claridad confronta nuestra rebelión espiritual con la realidad y autoridad de Dios. En las Escrituras, el carácter y la voluntad de Dios, el significado de la existencia humana, la naturaleza del reino espiritual y los propósitos de Dios para los seres humanos de todas las épocas están declarados en forma totalmente inteligible. La Biblia publica en forma objetiva el criterio por medio del cual Dios juzga a los individuos y a las naciones, así como las maneras en que se pueden recobrar moralmente y ser restaurados a la comunión personal con él.
Por lo tanto, el respeto por la Biblia es decisivo para el curso de la cultura occidental y, a la larga, para la civilización humana en general. La revelación divina inteligible, la base para creer en la autoridad soberana del Dios Creador-Redentor sobre toda la vida humana, descansa en la confiabilidad de lo que dicen las Escrituras acerca de Dios y de su propósito. El naturalismo moderno impugna la autoridad de la Biblia y ataca la afirmación de que la Biblia es la Palabra de Dios escrita, es decir, una revelación dada trascendentalmente de la mente y la voluntad de Dios en una forma literaria objetiva. La autoridad de las Escrituras es el centro de la tormenta en ambas, la controversia sobre la religión revelada y el conflicto moderno sobre los valores de la civilización.

ALTA CRÍTICA
En el siglo XX, la discusión sobre la autoridad bíblica fue ensombrecida tanto por las afirmaciones generalizadas de la alta crítica, de parte de críticos no evangélicos, como por aseveraciones extravagantes de lo que requiere e implica la autoridad de las escrituras, de parte de polémicos evangélicos.
En muchos círculos académicos parece sobrevivir el escepticismo hacia la confiabilidad de las Escrituras, a pesar del colapso de las teorías críticas. Todavía se encuentra una disposición para confiar en escritores seculares cuyas credenciales para proveer testimonio histórico son menos adecuadas que las de los escritores bíblicos. No hace mucho tiempo muchos eruditos rechazaron la historicidad de los relatos patriarcales, negaron que en los tiempos de Moisés existiera la escritura y le atribuyeron los Evangelios y las Epístolas a escritores del siglo II. Pero la alta crítica ha sufrido algunos contratiempos espectaculares y sorprendentes, principalmente debido a hallazgos arqueológicos. Ya no se afirma que las glorias de la época del rey Salomón son una fabricación literaria; que «Yahweh», el Dios redentor de los hebreos, fuera desconocido antes de los profetas del siglo VIII a.C.; o que las representaciones de Esdras en cuanto a la cautividad babilónica son ficción. Los arqueólogos han localizado las minas de cobre de la época de Salomón que durante mucho tiempo estuvieron perdidas. Se han descubierto tablas en Ebla, cerca de Aleppo, que prueban que nombres similares a los de los patriarcas eran comunes entre la gente que vivía en Ebla poco antes de que tuvieran lugar los acontecimientos registrados en los últimos capítulos del Génesis.
John T. Robinson, un crítico del Nuevo Testamento, concedió en Redating the New Testament [Fechando de nuevo el Nuevo Testamento] (1906) que las fechas tardías que se le han atribuido al Nuevo Testamento son totalmente imposibles de aceptar. Robinson argumentó que el hecho de que los Evangelios y las Epístolas no mencionaran la destrucción del Templo en 70 d.C. es evidencia de que los escritos se completaron antes, porque de otra manera ese acontecimiento hubiera sido mencionado apologéticamente por los autores. Sin embargo, sería mejor llegar a las fechas de la composición por lo que enseñan los escritores y por quiénes son ellos antes que por lo que no contienen los escritos; tampoco es prudente dejarse guiar principalmente por una supuesta motivación apologética subyacente en su composición.
El punto de vista «documentario» de las Escrituras ha sido considerado por los no evangélicos, por mucho tiempo, como el logro establecido más firmemente de la crítica literaria e histórica. La teoría (de que las narraciones del Antiguo Testamento son un producto de la «redacción» de editores que combinaron registros separados en una sola narración) ha tenido—hasta hace poco—el apoyo de casi todos los eruditos prestigiosos del Antiguo Testamento fuera de los círculos evangélicos. Pero la teoría, también conocida como la «hipótesis J-E-P-D» (las letras en alemán representan los supuestamente documentos separados), ha estado bajo un ataque cada vez mayor. Umberto Cassuto (1883–1951), quien ocupaba el cargo de profesor de la Biblia en la Universidad Hebrea de Jerusalén, repudiaba la noción crítica prevaleciente de que los relatos bíblicos obtuvieron su unidad por medio de redacción literaria (edición), pero retuvo fechas relativamente tardías para la terminación del Pentateuco y del libro de Isaías (Biblical and Oriental Studies [Estudios bíblicos y orientales], publicado póstumamente, 1973). En una entrevista de la revista Christianity Today en 1959, Cyrus H. Gordon, un distinguido erudito judío, rechazó la noción de que el uso de «Elohim» y «Yahweh» como nombres divergentes de Dios implica fuentes literarias diferentes («Higher Critics and Forbidden Fruit [Los críticos altos y el fruto prohibido]»).
Investigaciones lingüísticas recientes apoyan el argumento de que las variaciones de estilo reflejan el ritmo y el tono de las narrativas; es menos probable que identifiquen a los supuestos redactores. Robert Longacre ha sostenido que «la suposición de fuentes documentarias divergentes» en la historia del Diluvio, por ejemplo, es innecesaria y «oscurece mucho de la estructura verdaderamente elegante de la historia». Entonces, los puntos de vista más antiguos que atribuyen la enseñanza de las Escrituras no a los originalmente nombrados recipientes de la revelación divina, sino a redactores editoriales posteriores, están cayendo bajo nuevo criticismo. Es más, Bernard Childs ha argumentado con persuasión contra el punto de vista de que existen, detrás de las escrituras canónicas, escritos anteriores y fuentes más confiables que los escritores hebreos mitificaron a favor del culto hebreo.

CÓMO SE VE LA BIBLIA A SÍ MISMA
La naturaleza inteligible de la revelación divina—la presunción de que se puede conocer la voluntad de Dios por medio de verdades válidas—es la presunción central de la autoridad de la Biblia. Una teología neo-protestante mucho más reciente catalogó de doctrinario y estático el énfasis tradicional evangélico. Insistió, en cambio, que la autoridad de las Escrituras debe ser experimentada internamente como un testimonio de la gracia divina que engendra fe y obediencia, renunciando así a su carácter objetivo de verdad universal válida. De cierta forma inconsecuente, casi todos los teólogos neo-protestantes se han valido del registro para apoyar racionalmente aquellos fragmentos del total que parecen coincidir con sus puntos de vista divergentes, aun cuando desaprueban la Biblia como un todo de revelación especial de enseñanza divina autorizada. Para los evangélicos ortodoxos, si la información en forma de revelación que Dios les dio a los profetas y apóstoles elegidos debe ser considerada significativa y verdadera, debe ser dada no sólo en conceptos aislados que pueden tener significados diversos, sino en frases o proposiciones. Una proposición—es decir, un sujeto, predicado y verbo que los conecta (o «cópula»)—constituye la unidad lógica mínima de comunicación inteligible. La fórmula de los profetas del Antiguo Testamento «Así ha dicho el Señor» presentaba en forma característica una verdad revelada en forma de proposición. Jesucristo empleó la formula distintiva «Pero yo os digo» para introducir frases lógicamente formadas que presentaba como la verdadera palabra o doctrina de Dios.
La Biblia es autoritativa porque está autorizada divinamente; en sus propios términos, «Toda la Escritura es inspirada por Dios» (2 Timoteo 3:16). De acuerdo a este pasaje, todo el Antiguo Testamento (o cualquier elemento de él) es inspirado divinamente. La extensión de la misma afirmación para el Nuevo Testamento no se declara expresamente, pero no es sólo dada a entender. El Nuevo Testamento contiene indicaciones de que su contenido debía ser visto, y en realidad lo era, como de igual autoridad que el Antiguo Testamento. Los escritos del apóstol Pablo son catalogados con «las demás Escrituras» (2 Pedro 3:15–16, NVI). Bajo el encabezamiento de «Escritura», 1 Timoteo 5:18 cita Lucas 10:7 junto a Deuteronomio 25:4 (compare 1 Corintios 9:9). El libro del Apocalipsis, además, reclama origen divino (1:1–3) y emplea el término «profecía» en el sentido del Antiguo Testamento (22:9–10, 18). Los apóstoles no distinguieron su enseñanza hablada y escrita, pero declararon expresamente que su proclamación inspirada era la Palabra de Dios (1 Corintios 4:1; 2 Corintios 5:20; 1 Tesalonicenses 2:13). (Vea el capítulo «La inspiración de la Biblia».)

EL ASUNTO DE LA INERRANCIA
La doctrina de la autoridad bíblica ha sido sometida a ataques sobre su confiabilidad histórica y científica, y por haberle seguido supuestamente las huellas a sus enseñanzas hasta llegar a fuentes humanas falibles. Además, la doctrina ha sido innecesariamente oscurecida algunas veces por apologistas extremadamente conservadores que han exagerado lo que presupone e implica la autoridad bíblica. Algunos eruditos conservadores han repudiado toda la crítica histórica como enemiga de la autoridad bíblica y han distinguido a los «verdaderos» cristianos de los falsos sobre la base de su suscripción a la «inerrancia bíblica». Si uno acepta la inspiración divina «plenaria» de la Escritura—es decir, la superintendencia de Dios sobre el todo—, la doctrina de la autoridad bíblica sin duda implica «inerrancia» del contenido. Pero la fe cristiana no puede esperar avanzar sus afirmaciones por medio del repudiar a la crítica histórica. Si lo hiciera, implicaría que para apoyar su posición debe recurrir a ver la historia sin crítica. Para la «alta crítica», que muy a menudo se basó en presunciones arbitrarias que promueven conclusiones injustificables, el evangélico debe responder con una crítica fidedigna que procede de suposiciones legítimas y provee veredictos defendibles.
El cristianismo evangélico debe defender la inerrancia de las Escrituras con un compromiso teológico sano, un compromiso que sea consecuente con lo que la Biblia dice sobre sí misma. Pero no es necesario que repudie la integridad cristiana de todos los que no comparten ese compromiso y que los considere apóstatas sin esperanza. J. Gresham Machen, brillante apologista evangélico de las décadas de 1920 y 1930, y defensor acérrimo de la inerrancia bíblica, escribió que la doctrina de inspiración plenaria «es negada, no sólo por los oponentes liberales del cristianismo, sino también por muchos hombres verdaderamente cristianos … muchos hombres de la iglesia moderna … que aceptan el mensaje central de la Biblia y sin embargo creen que el mensaje nos ha llegado simplemente por la autoridad de testigos confiables que realizaron su obra literaria sin ayuda, por la guía sobrenatural del Espíritu de Dios. Hay muchos que creen que la Biblia es correcta en su punto central, en su relato de la obra redentora de Cristo y, sin embargo, creen que contiene muchos errores. Esos hombres no son realmente liberales sino cristianos, porque han aceptado como verdadero el mensaje sobre el cual depende el cristianismo» (Christianity and Liberalism [Cristianismo y liberalismo], 75).
Sin embargo, Machen mismo nunca vaciló en su convicción de que toda la Biblia se debe considerar «el centro de autoridad». Él estaba convencido de que la doctrina de la inerrancia evita la inestabilidad al exponer la doctrina y la moralidad autoritativa. Insistía que un punto de vista «intermedio» de la Biblia no es sostenible. «Los modernistas», quienes afirman honrar la autoridad de Jesucristo más que la autoridad de las Escrituras, contradicen las enseñanzas de Jesús, puesto que él tenía un concepto muy alto de las Escrituras. Es más, la explicación completa de la vida y obra de Jesús dependía de su crucifixión, resurrección y ministerio celestial, y provino de la inspiración del Espíritu Santo a los apóstoles. Es ilógico seleccionar de las enseñanzas de Jesús durante su ministerio terrenal sólo aquellos elementos que sirven a las suposiciones de uno mismo. El rechazo de la total confiabilidad de las Escrituras puede finalmente guiar a alguien a asignarle a Jesús una vida y propósito diferentes de la idea bíblica de que Jesús murió y resucitó corporalmente para ser la fuente de perdón divino para los pecadores.
La posición evangélica histórica se resume en las palabras de Frank E. Gaebelein, editor general de The Expositors’ Bible Commentary [Comentario bíblico del expositor]. En el prefacio de este comentario, él habló de un «movimiento evangélico erudito [que estaba] dedicado a la inspiración divina, completa confiabilidad y autoridad total de la Biblia». Las Escrituras son autoritativas y totalmente confiables porque son inspiradas divinamente. El teólogo luterano Francis Pieper relacionó directamente la autoridad de la Biblia a su inspiración: «La autoridad divina de las Escrituras descansa solamente en su naturaleza, en su theopneusty»—es decir, su carácter de ser «inspirada por Dios». J. I. Packer comentó que todo compromiso con la veracidad de la Biblia debe ser considerado al mismo tiempo como un compromiso con su autoridad: «Mantener la inerrancia e infalibilidad de la Biblia es simplemente confesar fe en (i) el origen divino de la Biblia, y (ii) la veracidad y confiabilidad de Dios. El valor de estos términos es que conservan los principios de autoridad bíblica; porque las declaraciones que no son absolutamente verdaderas y confiables no podrían ser absolutamente autoritativas». Packer reforzó el argumento demostrando que Cristo, los apóstoles y la iglesia primitiva, todos estuvieron de acuerdo que el Antiguo Testamento era absolutamente confiable y verdadero. Siendo el cumplimiento del Antiguo, el Nuevo Testamento no tenía menos autoridad. Cristo les impartió su misma autoridad a sus discípulos en sus enseñanzas, así que la iglesia primitiva las aceptó. Las Escrituras, como revelación de Dios, están más allá de las limitaciones de la afirmación humana. (Vea el capítulo «La inerrancia e infalibilidad de la Biblia».)

DESAFÍOS RECIENTES
En debates recientes, la autoridad de las Escrituras ha sido comprometida por algunos eruditos que, queriendo reconciliar diferencias, han estado dispuestos a aceptar la infiltración de enseñanzas que dependen de la cultura. Algunas de las enseñanzas del apóstol Pablo sobre las mujeres, o sus puntos de vista acerca de una reunión de Israel en Palestina, son descartados como reflexiones de la enseñanza rabínica de aquel tiempo y, por lo tanto, como evidencia de la limitada perspectiva cultural de Pablo. Obviamente, la enseñanza bíblica coincide con la tradición judía en algunos puntos. Pero cuando la tradición hebrea era elevada al estado de norma considerada superior o que modificaba y contradecía las Escrituras, Jesús siempre criticaba esa tradición. Que el apóstol Pablo en alguna instancia haya enseñado lo que también era enseñado por tradición histórica arraigada en el Antiguo Testamento no prueba nada; en otras ocasiones él era altamente crítico de las tradiciones rabínicas.
El punto de vista evangélico siempre ha sido que lo que enseñan los escritores bíblicos inspirados, lo enseñan no como derivado de la simple tradición sino como inspirado por Dios; en su proclamación tenían la mente del Espíritu para distinguir lo que era divinamente aprobado o desaprobado en la tradición corriente. Es una perspectiva más correcta, por lo tanto, hablar de elementos en los cuales la tradición judía reflejaba revelaciones proféticas y hablar de elementos en los cuales se apartaba de ella. Una vez que el principio de la «dependencia cultural» se introduce en el contenido de la enseñanza bíblica, es difícil establecer criterios objetivos para distinguir entre lo que es supuestamente autoritativo y no autoritativo en la doctrina apostólica. Entonces, el punto de vista de Pablo sobre la homosexualidad podría ser considerado como culturalmente prejuiciado, al igual que su punto de vista sobre la autoridad jerárquica, o también el asunto de la autoridad de las Escrituras.

En un desarrollo posterior, algunos eruditos recientes han buscado atribuirles a las Escrituras sólo una autoridad «funcional», como un estimulante de transformación de la vida interior, dejando de lado su autoridad conceptual-proposicional. Algunos teólogos neo-protestantes actuales—por ejemplo, Karl Barth, Rudolf Bultmann, Paul Tillich y Fritz Buri—identifican el supuesto aspecto autoritativo de las Escrituras en elementos radicalmente divergentes, y hasta contradictorios. Todos ellos se apartan del punto de vista evangélico histórico (sostenido, por ejemplo, por B. B. Warfield en The Inspiration and Authority of the Bible [La inspiración y la autoridad de la Biblia], 1948), que la autoridad de las Escrituras se concentra en su exposición de verdades divinas reveladas, que constituyen la regla de fe y principios morales. El punto de vista «funcional» que refleja David H. Kelsey en The Uses of Scripture in Recent Theology [Los usos de la escritura en la teología reciente] (1975) rechaza la finalidad de cualquiera de los puntos de vista divergentes y los acepta igualmente (sin importar lo conflictivos o contradictorios que puedan ser). Las afirmaciones de la autoridad externa están subordinadas a una supuesta autoridad interna que altera dinámicamente la vida de la comunidad de fe. A pesar de profesar su no discriminación de puntos de vista divergentes, tal teoría debe, por supuesto, excluir explícitamente el énfasis tradicional evangélico sobre la verdad objetiva de la Biblia. Pero una vez que la validez de la enseñanza bíblica en su totalidad o en parte es dejada de lado, no queda ninguna razón persuasiva de por qué la vida de una persona deba ser transformada. La vida de alguien puede ser transformada en patrones alternativos y aun expresamente opuestos, o ajustada algunas veces de una forma y otras veces de otra, o transformada en correlación con ideas derivadas de fuentes no cristianas y anticristianas, como también lo puede ser en correlación con ideas derivadas de la Biblia.
El asunto de la autoridad bíblica difícilmente puede ser separado del interés en la validez racional y objetividad histórica de las Escrituras. Pero los evangélicos sostienen que la autoridad de la Biblia es una autoridad divina; y no todas las verdades o declaraciones históricamente correctas caen en esa categoría. La Escritura es autoritativa porque es la Palabra de Dios. Los profetas y apóstoles elegidos, algunos de ellos llamados por Dios a pesar de su propia indiferencia o aun hostilidad—por ejemplo, el profeta Jeremías y el apóstol Pablo—, testificaron que recibieron la verdad de Dios por inspiración divina. La religión judeo-cristiana se basa en la revelación histórica y en la redención; en lugar de indiferencia hacia los asuntos de la historia, la Biblia mantiene un punto de vista distintivo de historia linear ajeno al de las religiones y filosofías antiguas.

ALGUNAS DE LAS CONSECUENCIAS DEL RECHAZO
Las suposiciones básicas del secularismo moderno mitigan de antemano la fuerza personal de muchas afirmaciones históricas cristianas. Como resultado, los jóvenes son tentados, especialmente en una época moralmente permisiva, a rechazar como supersticiones las afirmaciones especiales de las Escrituras. A veces, aun los cristianos adultos muestran cierta clase de incomodidad en cuanto a la Biblia: tal vez se sometan a sus profundos juicios éticos, pero culturalmente están condicionados a enfrentar algunas de sus afirmaciones autoritativas con grandes reservas. Tal vez el lenguaje bíblico les suene extraño y la noción de escritos revelados sobrenaturalmente o inspirados les puede parecer un eco del pasado históricamente condicionado. Debido a que viven casi dos mil años después de la época de Jesús de Nazaret, algunos pensadores contemporáneos tienden a rechazar como previas a la crítica, que no se pueden criticar o arcaicas las confiadas afirmaciones de la autoridad de la Biblia que se encuentran en las confesiones históricas cristianas. A ellos tal vez les parezca contrario a la tendencia moderna, o aun repulsivo, reconocer a las Escrituras como la regla divina de fe y conducta. Ningún principio de las tradiciones religiosas heredadas sufre más agravio que el que afirma la autoridad total de la Biblia. ¿Es tan increíble que una obra literaria traducida al inglés usando alrededor de 770.000 palabras, impresa en unas 1.000 pequeñas páginas, y que se puede reducir fotográficamente a un pequeño negativo pueda ser aceptada por los cristianos como la Palabra de Dios?
Sin embargo, mirando la historia de la teología y la filosofía, queda claro que siempre fallan los esfuerzos por preservar la realidad del Dios Creador-Redentor vivo aparte de la autoridad de la palabra bíblica. Aun la teología neo-ortodoxa de «encuentro divino», que enfatiza como lo hizo la autorevelación distintiva y personal de Dios, muy pronto se volvió a alternativas existencialistas y finalmente a la especulación de la muerte de Dios. El Dios trino es sin duda la «premisa ontológica» sobre la cual se funda la fe cristiana histórica, pero el caso para el teísmo bíblico parece requerir su revelación definitiva en la inspirada Palabra de la Escritura.
La autoridad bíblica ha sido oscurecida innecesariamente colocando en la Biblia toda clase de autoridades secundarias y terciarias—libros apócrifos, tradición eclesiástica e interpretación cúltica. En siglos pasados, algunos eruditos mediadores revisaron a veces ciertas doctrinas bíblicas, y otros críticos más radicales rechazaron completamente los artículos de fe que chocaban con la tendencia de su época. En nuestro propio siglo, tales alteraciones acumulativas, aunadas al punto de vista naturalista de la realidad, han llegado a su punto culminante. El énfasis cristiano histórico sobre la autoridad bíblica ha sido totalmente repudiado en algunos lugares. Los regímenes declarados oficialmente ateos en países comunistas, por ejemplo, pueden usar todos los recursos políticos y académicos para menoscabar el punto de vista teísta. Aun después de firmar la Declaración de los Derechos Humanos de las Naciones Unidas, pueden reprimir el testimonio cristiano y el evangelismo, y castigar a los que no apoyan el absolutismo estatal sin críticas, y en el mejor de los casos, permiten una distribución muy restringida de la Biblia. En otras partes del mundo, los agravios a la autoridad bíblica de parte de eruditos críticos han precipitado dudas en muchas comunidades académicas influyentes.

EL PODER DE LA PALABRA DE DIOS
Sin embargo, la Biblia permanece como el libro que más se imprime, más se traduce y es leído con más frecuencia en el mundo. Sus palabras han sido guardadas en el corazón de multitudes como ningún otro libro. Todos los que han recibido sus dones de sabiduría y promesas de nueva vida y poder al principio eran hostiles a la naturaleza de su mensaje redentor, y muchos eran enemigos de sus enseñanzas y demandas espirituales. En todas las generaciones ha sido demostrado su poder de desafiar a gente de toda raza y nación. Los que aman este libro porque provee esperanza futura, trae significado y poder al presente y correlaciona un pasado pecaminoso con la gracia perdonadora de Dios no experimentarían tal recompensa interior si no hubieran conocido la verdad revelada autoritativa y divinamente. Para el cristiano evangélico, las Escrituras son la Palabra de Dios dada en la forma objetiva de verdades proposicionales por medio de los profetas y apóstoles divinamente inspirados, y el Espíritu Santo es el dador de fe a través de esa Palabra.

BIBLIOGRAFÍA
  Bruce, F. F. The New Testament Documents: Are They Reliable? 1960. Publicado en español como ¿Son fidedignos los documentos del Nuevo Testamento? en 1972.
  Childs, Brevard. Introduction to the Old Testament as Scripture [Introducción al Antiguo Testamento como escritura], 1979.
  Henry, Carl F. H. God, Revelation, and Authority [Dios, revelación y autoridad], 1979.
  Machen, J. Gresham. Christianity and Liberalism [Cristianismo y liberalismo], 1923.
  Robinson, John A. T. Redating the New Testament [Fechando de nuevo el Nuevo Testamento], 1976.
  Warfield, B. B. The Inspiration and Authority of the Bible [La inspiración y la autoridad de la Biblia], 1948.
 
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miércoles, 25 de marzo de 2015

Cuando la Biblia habla de que la Escritura es provechosa para enseñar, significa que es útil

Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6



 
 
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El uso cuádruple de las Escrituras

Cuando la Biblia habla de que la Escritura es provechosa para enseñar, significa que es útil. “Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia” (2 Timoteo 3:16). Ya que las Escrituras han sido dadas para estos propósitos distintos, usted debe volverse competente en estas cuatro aplicaciones. El proceso de la formación bíblica del niño implica el uso de estas cuatro actividades distintas. Como puede ver, la crianza bíblica no es sólo una responsabilidad, es también una habilidad que debe ser desarrollada. Esto nos lleva al tercer recurso necesario para producir madurez cristiana en su niño: el tiempo.

Se requiere de tiempo para desarrollar la habilidad de la crianza bíblica. Se requiere tiempo para dejar todo lo que esté haciendo y tomar su Biblia para enseñar, redargüir, corregir e instruir a sus hijos, tiempo en el que tal vez usted prefiera hacer otra cosa. Y sobre todo, se necesita tiempo para que sus hijos crezcan.

No existe la madurez instantánea. No existe pastilla que pueda darle, o escuela a donde los pueda enviar, no hay polvo que pueda transformar sus pequeños corazones rebeldes en corazones obedientes y así llevarlos a la madurez. La madurez cuesta tiempo.


Santificación progresiva

Otro término para el proceso por el cual los cristianos se transforman a la imagen de Cristo es llamado santificación progresiva. Se llama “progresiva” porque ocurre continuamente a través de nuestras vidas en vez de instantáneamente (en un momento en el tiempo). El Espíritu Santo es el agente principal que santifica, que trabaja en el corazón de todos los creyentes para que sean más semejantes a Cristo. Pero Él lo hace por medio de la Palabra. Una persona sencillamente no puede cambiar de forma agradable a Dios si está separada de la Palabra. El Espíritu Santo ha de tener el arma más efectiva (La Espada del Espíritu) si ha de cambiarte a ti y a tus hijos. Como la regeneración, la santificación es un acto de Dios. Pero a diferencia de la regeneración, es un acto de Dios que requiere de su cooperación. La manera más importante de cooperar con Él es llevar la Biblia en su corazón. Luego como padre, debe cooperar con el trabajo de Dios en la vida de su hijo llevando la Biblia al corazón de él o ella.

He conocido un impresionante número de cristianos que creen que pueden crecer en gracia alejados de un tiempo regular y continuo con la Palabra (es decir, lectura de la Biblia, estudio, memorización, meditación y un activo escuchar de predicaciones bíblicas). A riesgo de exagerar el argumento, permítame decirlo de esta manera: No importa el tiempo que usted dedica a orar o ayunar, o a estar en comunión con otros cristianos, en ministrar o testificar a los demás; si usted no dedica tiempo a la Palabra de Dios (o para ser más exactos, si la Palabra de Dios no habita ricamente en usted), usted está en efecto encadenando al Espíritu Santo. No es que Él no pueda trabajar sin su cooperación. Más bien lo que sucede es que Él no ha prometido trabajar independientemente de Su Palabra.

“Que el Espíritu Santo actúa a través de la Biblia es… confirmado en el hecho de que aquello que la Biblia dice que hace, es lo mismo que el Espíritu Santo dice que hace. Por ejemplo, cada una de las cuatro funciones de la Escritura (mostradas en la lista a continuación) se dice que también son realizadas por el Espíritu Santo en los versos agregados::

      1.      “Enseñar”: compare Juan 2:25 (la “unción” habla del Espíritu Santo).

      2.      “Redargüir”: compare Juan 16:7–11.

      3.      “Corregir”: compare Gálatas 6:1; 5:22, 23.

      4.      “Instruir en justicia”: compare Gálatas 5:16–18; Romanos 6–8.

En cada caso el Espíritu obra por medio de la Palabra.”

Una indicación de que el Espíritu obra por medio de la Palabra puede verse comparando el lenguaje en dos pasajes paralelos de la Escritura. En Efesios 5:18 se nos manda, “No os embriaguéis con vino, en lo cual hay disolución; [la cual llevará a la desintegración de nuestra vida], antes bien sed llenos del Espíritu.” Este verso es seguido por una serie de instrucciones generales y otras dirigidas a personas específicas. Estas instrucciones y directivas surgen del mandamiento inicial a ser llenos del Espíritu. Estas mismas instrucciones se pueden encontrar casi textualmente en el libro de Colosenses (3:16) donde no están asociados con el Espíritu, sino con la Palabra. “La palabra de Cristo more en abundancia en vosotros” (La tabla de la página 16 le ayudará a hacer su propio análisis verso por verso de ambos pasajes.) Además de demostrar la estrecha relación entre el Espíritu y La Palabra, la similitud entre estos dos pasajes también nos da conocimiento en cuanto a los medios por los cuales Él nos llena. En la medida en que una persona permite a la Palabra de Dios llenar su corazón, así el Espíritu llena su vida.

Así que si usted quiere que sus hijos sean salvos, santificados y llenos del Espíritu, debe invertir tiempo (de manera adelantada) en instruirlos con las Escrituras. Recuerde, el fruto del Espíritu no crece de la noche a la mañana sino que se desarrolla gradualmente a medida que se alimenta con la Palabra de Dios. Como veremos en las siguientes páginas, según la Biblia, su trabajo es marcar profundamente las Sagradas Escrituras en el corazón de sus hijos, las cuales pueden hacerles sabios para la salvación por la fe que es en Cristo Jesús.

 Efesios
 Colosenses
 5:18 “antes bien sed llenos del Espíritu”
 3:16 “La palabra de Cristo more en abundancia en vosotros”
 5:19, 20 “hablando entre vosotros con salmos, con himnos y cánticos espirituales, cantando y alabando al Señor en vuestros corazones; dando siempre gracias por todo al Dios y Padre, en el nombre de nuestro Señor Jesucristo.”
 3:16, 17 “enseñándoos y exhortándoos unos a otros entoda sabiduría, cantando con gracia en vuestros corazones al Señor [con] salmos [e] himnos [y] cánticos espirituales.” Y todo lo que hacéis, sea de palabra o de hecho, hacedlo todo en el nombre del Señor Jesús, dando gracias a Dios Padre por medio de él.
 5:22 “Las casadas estén sujetas a sus propios maridos, como al Señor;”
 3:18 “Casadas, estad sujetas a vuestros maridos, como conviene en el Señor”
 5:25 “Maridos, amada a vuestras mujeres, así como Cristo amó a la iglesia, y se entregó a sí mismo por ella”
 3:19 “Maridos, amad a vuestras mujeres, y no seáis ásperos con ellas.”
 6:1 “Hijos, obedeced en el Señor a vuestros padres, porque esto es justo.”
 3:20 “Hijos, obedeced a vuestros padres en todo, porque esto agrada al Señor.”
 6:4 “Y vosotros, padres, no provoquéis a ira a vuestros hijos, sino criadlos en disciplina y amonestación del Señor.”
 3:21“Padres, no exasperéis a vuestros hijos, para que no se desalienten.”
 6:5–8 “Siervos, obedeced a vuestros amos terrenals con temor y temblor, con sencillez de vuestro, como a Cristo; 6 no sirviendo al ojo, como los que quieren agradar a los hombres, sino como siervos de Cristo, de corazón haciendo la voluntad de Dios; 7 sirviendo de buena voluntad, como al Señor y no a los hombres, sabiendo que el bien que cada uno hiciere, ése recibirá del Señor, sea siervo o sea libre.”
 3:22–24 “Siervos, obedeced en todo a vuestros amos terrenales, no sirviendo al ojo, como los que quieren agradar a los hombres, sino con corazón sincero, temiendo a Dios. 23 Y todo lo que hagáis, hacedlo de corazón, como para el Señor y no para los hombres; 24 sabiendo que del Señor recibiréis la recompensa de la herencia, porque a Cristo el Señor servís.”
 6:9 “Y vosotros, amos, haced con ellos lo mismo, dejando las amenazas, sabiendo que el Señor de ellos y vuestro está en los cielos, y que para él no hay acepción de persona.”
 4:1 “Amos, haced lo que es justo y recto con vuestros siervos, sabiendo que también vosotros tenéis un Amo en los cielos.”


   “A los niños debe enseñárseles desde temprana edad la importancia de la verdad de la Palabra de Dios. Se debe enseñar desde el principio que existe un Dios; que es un Ser de infinito poder y sabiduría, conocimiento y bondad, justicia, misericordia y verdad, Dios en tres personas; que debe ser amado con todo el corazón, y obedecerle en todo con todo respeto; que su ley es santa, justa y buena; que toda la humanidad es por naturaleza pecadora, y está expuesta a la destrucción eterna; que Dios ha dado libremente a su Hijo para morir por los pecadores, y traer justicia eterna para su justificación; que todo el mundo debe inmediatamente arrepentirse y abrazar al Salvador; que todos los inconversos rechazan la misericordia de Dios y continuarán rechazándola para su ruina eterna; y que todo aquel que sea renovado y entregue su vida a Dios será perdonado y santificado, y finalmente recibirá el honor, gloria y la inmortalidad.
   “Esta y otras verdades del evangelio conectadas a estas deben ser enseñadas a nuestros niños con diligencia y fidelidad. Son verdades que conciernen a su salvación eterna. No somos quién para decir que los niños no puedan entenderlas; ya que se ha encontrado por experiencia placentera, que si se usan los medios adecuados, los niños han de tener desde temprana edad tanto conocimiento de la verdad divina que será del mayor beneficio en sus vidas futuras.”
 Samuel Worcester, D.D., Octubre 1811
 
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jueves, 19 de marzo de 2015

Actuar como cristianos, encarnar las implicaciones del Evangelio, es trabajar para la liberación: Empuñar el poder en bien de los oprimidos

Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6


 
 
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¿A QUÉ VIENE TANTO ALBOROTO?


Un conocido del trabajo, o bien un vecino, viene y te dice: “Tú eres una persona religiosa, dime ¿qué piensas de todo este asunto de la homosexualidad?”
Respondes: “Bueno, pienso que la Biblia deja bastante claro que una actividad de este tipo es inapropiada.”
Te piensas que has dicho algo sencillo, que expresa tu creencia en la autoridad de las Escrituras. Sin embargo, lo que la otra persona escucha puede ser algo completamente distinto. Hoy en día a mucha gente le suena como si hubieras dicho: “Bueno, pienso que la Biblia deja bastante claro que las personas de piel clara son superiores a las personas de piel oscura.”
¿Por qué? Porque, para cada vez más gente, la sexualidad ya no es cuestión de moralidad, sino de de derechos civiles.


La cultura de la tolerancia

¿Cómo se ha dado este giro de moralidad a derechos civiles y por qué ha resultado tan convincente? En términos más amplios, consideraremos la evolución de la cultura occidental y, en concreto, la americana. Se empieza con la afirmación de que todas las personas han sido creadas iguales y se sigue con el principio según el cual el Estado no debe gobernar en materia de conciencia personal. Implicación: el Estado debería proteger la privacidad. Pero entonces, y aquí llega la llaga, si vas eliminando poco a poco la noción de un criterio universal para evaluar la conducta (la tradición judeocristiana), al final cada cual tiene que evaluar su propio comportamiento, que será siempre igual de moral que otros, puesto que será igual de legal. La otra cara de la moneda es que, expresar intolerancia se convierte en inmoral y, de hecho, podría llegar a ser ilegal; entendiendo por intolerancia todo aquello que pueda llegar a desafiar una conducta u opinión legalmente protegida.
Detrás de la mayoría de los temas de actualidad se halla la confusión entre lo que es legal y lo que es moral, así como la emergencia de la tolerancia como virtud suprema. La mejor crítica breve de la situación actual que he encontrado es el discurso de inauguración que dio Aleksandr Solzhenitsyn en Harvard en el año 1978. Pero el problema de perder el equilibrio entre derechos y obligaciones no es nuevo. Platón predijo que la democracia se desmoronaría, abriendo camino a la dictadura, porque una mayoría enloquecida convertiría la libertad en libertinaje (República 562–65). Y, mirando todavía más hacia atrás, el libro bíblico de los Jueces se lamenta de un periodo de caos en el que “cada uno hacía lo que le parecía bien” (Jueces 21:25) en lugar de “lo justo ante los ojos del Señor” (Éx. 15:26; Deut. 13:18). Así que las particularidades cambian, pero no el problema subyacente. Dios está muerto, pero larga vida a Dios, porque ahora Dios somos nosotros.


¿Minorías, mujeres… y homosexuales?

En este clima cultural de confusión, durante las últimas décadas se ha legislado considerablemente a favor de los derechos civiles de las minorías y de las mujeres. Casi nadie discute hoy en día que el color de la piel o el sexo tengan que determinar el lugar en que uno vive, el puesto de trabajo que ocupa y el salario que cobra. ¿No es la elección de pareja sexual igualmente irrelevante a efectos económicos? Al argumento de que los homosexuales suelen estar mejor situados que la población en general, la respuesta es que quizás lo estarían todavía más si se les tratara con equidad, y que hay otros tipos de maltrato aparte de la discriminación económica.
Pero el asunto clave, en lo referente a derechos civiles, es el tema de la elección. ¿Es la homosexualidad algo que uno es, como el ser negro, anciano, minusválido o mujer? ¿O es algo que uno hace, como el adulterio, la poligamia o el incesto? Aquellos que practican estas últimas conductas han sido ciertamente discriminados, económicamente y de otras maneras, pero no están respaldados por el movimiento de derechos civiles.
En el caso de la homosexualidad, la diferencia radica en la percepción pública de la inevitabilidad del comportamiento. Tratándose de sexo, ¿sobre qué base decidimos qué es inevitable y qué no lo es? Cuando un hombre hace un comentario descortés o comete adulterio, algunos se encogen de hombros y dicen: “los hombres son así.” Otros piensan que la masturbación y las caricias son cosas de la adolescencia. Pero cuando un adulto induce al sexo a un menor no decimos: “Déjalo, él es así y ya está”. ¿Es el homosexual “así y ya está”? ¿Significa esto que deberíamos ampliar a los homosexuales los mismos derechos civiles, incluso las acciones afirmativas, que a las minorías y a las mujeres?
Entremos, pues, en el debate “naturaleza o entorno” que trataré con profundidad en el capítulo 7. Por ahora, lo importante es únicamente comprender que la tolerancia pública aumenta drásticamente cuando las personas están convencidas de que el deseo de intimidad con una persona del mismo sexo tiene un origen biológico. Aunque, hasta la fecha, la mayoría de los científicos discutan todavía sobre la precisión y relevancia de la investigación; aunque muy pocos expertos en homosexualidad limiten la causalidad a factores biológicos; aunque la misma comunidad homosexual esté dividida al respecto; aún así, los Medios de Comunicación presentan con insistencia la visión, a la que el público se adhiere cada vez más, de que los homosexuales nacen, no se hacen. Si nacen así, y experimentan una opresión similar a la de otras minorías y a las mujeres, entonces debemos aceptarlo, incluso alegrarnos de igual manera.
Es simplista, y contraproducente en el debate moral, atribuir la imagen de la homosexualidad como algo biológico a una conspiración de los activistas homosexuales y de los liberales que dominan los medios. Lo más importante es entender de qué manera influye este retrato sobre la opinión pública. Aquí entran en juego, por lo menos, dos factores. Uno es el mito popular de que la Ciencia trata solamente con verdades objetivas y absolutas; cosas reales que si las pones en un hornillo y las calientas, crecen. En cambio, los teólogos y moralistas son personajes patéticos que discuten sin cesar sobre vagas abstracciones. Podemos hacerlos entrar en el debate para darle color y un toque cómico, pero todo el mundo sabe de dónde viene la verdad. La vestidura sacerdotal de nuestra época es ahora la bata blanca de laboratorio.
El segundo factor que entra en juego para modificar la opinión pública es la simplificación de los temas para el consumo de masas, sobre todo en la televisión. No es fácil “recorrer el mundo en 30 minutos” (como muestra un canal), deportes y Hollywood incluidos. Pocas personas tienen paciencia para una presentación minuciosa de un tema complejo, aunque se les ofrezca. En cambio, los noticieros consiguen mantener vivo el interés a fuerza de presentar las posturas extremas de los asuntos, valorando las afirmaciones como cortes de sonido.
Entonces, cuando aparece un nuevo estudio que propone, digamos, que los gemelos son propensos a una misma orientación sexual, el resultado televisado es previsible. Un torpe resumen de la investigación en 10 segundos, seguido de la imagen de un científico que nos dice: “estamos entusiasmados con las posibilidades que conlleva este nuevo descubrimiento”. De vuelta al plató, el presentador nos informa de que “la comunidad gay ha reaccionado de manera entusiasta ante la noticia” y presenta al líder de una iniciativa política que proclama: “Esto nos confirma algo que siempre habíamos sabido, que la sexualidad forma parte de nuestro ser”. Finalmente, sale un fundamentalista enfadado, afirmando que “se trata de mentiras perpetuadas por los pecaminosos siervos de Sodoma.” Todo eso en cuestión de 30 segundos, y de ahí se nos traslada a Bosnia, a Michael Jackson o a un anuncio de un coche de juguete que habla.
Esté calculado o no, esta manera de informar tiene un poderoso efecto de acumulación. Crea la impresión de que la Ciencia está al servicio de la causa de los derechos civiles contra la intransigencia de la religión tradicional.
Por eso, al vecino o compañero de trabajo no le extraña, incluso le puede ofender, que el cristiano se base en la Biblia para desaprobar la homosexualidad. Pero esto es solo un problema. Lo que puede sorprender a muchos lectores y, de hecho es el enfoque de este libro, no es el debate sobre la homosexualidad entre cristianos y seculares, sino el debate sobre la homosexualidad entre cristianos y cristianos.


El rabino invisible

Como profesor de universidad reconozco que los estudiantes son un público cautivo, susceptible de ser manipulado por profesores inseguros y sin escrúpulos que presentan visiones opuestas solamente para abatirles con argumentos superficiales y el ridículo. Yo no me puedo escapar del todo de la tendenciosidad, pero puedo formular mis opiniones abiertamente y puedo intentar ser justo con quienes discrepo y no están en mi clase para defender sus posturas. Por ejemplo, cuando hablo de los fariseos, aquellos notables opositores a Jesús de los Evangelios, explico su pasión por el estudio de las Escrituras, su celo por la santidad de Dios y su deseo de encontrar maneras prácticas de encarnar los caminos de Dios. Entonces, y solo entonces, paso a describir los puntos de conflicto con las enseñanzas de Jesús. Me gusta imaginarme que, al fondo del aula, hay un rabino judío ortodoxo, un descendiente religioso de los fariseos, sentado y con un dedo en el botón de power de mi micro. Durante una de esas clases, mientras el rabino daba cabezadas (espero que no fuera de aburrimiento), un alumno me interrumpió: “Oiga, parece que esté de parte de los fariseos.” Lo dijo en tono de crítica, pero yo me sentí muy halagado.
Los fariseos ya no existen y no conozco a ningún rabino ortodoxo, así que tengo que hacer un gran esfuerzo de imaginación. Pero sí conozco a algunos homosexuales, personas con cara y ojos y, por respeto a ellos, quiero hacer justicia a los argumentos en favor de la práctica homosexual. Por tanto, a partir del párrafo siguiente y hasta el final del capítulo voy a dar un paso más en el principio que rige mis clases. Voy a escribir desde el punto de vista con el que discrepo, intentando convencer al lector de que la práctica homosexual es aceptable desde el punto de vista cristiano.
Los argumentos que esgrimo proceden íntegramente de libros y artículos escritos por eruditos cristianos. No voy a atiborrar el texto con los nombres y los títulos de los libros; el lector puede acceder a las fuentes por medio de las notas. En los siguientes capítulos de este libro, en que repasaré y responderé a los argumentos que aquí presento, me referiré a éstos como argumentos “revisionistas” y a sus autores como “revisionistas”; es decir, que abogan por revisar la postura cristiana tradicional y así poder afirmar la práctica homosexual.


Argumento 1: La Biblia no condena la homosexualidad

La homosexualidad es el deseo y el fenómeno de comportamiento sexual entre personas del mismo sexo. Las palabras deseo y entre implican una conducta de mutuo consentimiento entre adultos. La Biblia afirma la heterosexualidad sin género de duda, pero ¿condena la homosexualidad de hoy en día? Según los revisionistas, si lo estudiamos más a fondo, resulta que el puñado de textos que supuestamente condenan la homosexualidad, de hecho están describiendo actividades que los homosexuales de hoy también condenarían.
Génesis 19:1–8 y Jueces 19:16–30. El primero de estos textos es el famoso relato de Sodoma; el segundo es un texto paralelo menos conocido. En el relato de Sodoma, una noche Lot da refugio a dos ángeles:

  Aún no se habían acostado, cuando los hombres de la ciudad, los hombres de Sodoma, rodearon la casa, tanto jóvenes como viejos, todo el pueblo sin excepción. Y llamaron a Lot, y le dijeron: ¿Dónde están los hombres que vinieron a ti esta noche? Sácalos para que los conozcamos. Entonces Lot salió a ellos a la entrada, y cerró la puerta tras sí, y dijo: Hermanos míos, os ruego que no obréis perversamente. He aquí ahora tengo dos hijas que no han conocido varón; permitidme sacarlas a vosotros y haced con ellas como mejor os parezca; pero no hagáis nada a estos hombres, pues se han amparado bajo mi techo. (vv. 4–8)

En Jueces, un hombre de Jebús acoge a un extranjero por una noche:

  Mientras ellos se alegraban, he aquí, los hombres de la ciudad, hombres perversos, rodearon la casa; y golpeando la puerta, hablaron al dueño de la casa, al anciano, diciendo: Saca al hombre que entró en tu casa para que tengamos relaciones con él. Entonces el hombre, el dueño de la casa, salió a ellos y les dijo: No, hermanos míos, no os portéis tan vilmente; puesto que este hombre ha entrado en mi casa, no cometáis esta infamia. Aquí está mi hija virgen y la concubina de él. Permitidme que las saque para que abuséis de ellas y hagáis con ellas lo que queráis, pero no cometáis semejante infamia contra este hombre. (vv. 22–24)

En la historia judía y cristiana, este relato de Sodoma, en particular, fue adquiriendo vida propia, y la palabra inglesa ‘sodomy’ se ha aplicado a toda una variedad de prácticas sexuales, tanto entre heterosexuales como entre homosexuales; sobre todo con referencia al sexo anal y oral. Sin embargo, el evento en su origen no implicó práctica sexual alguna de hombre a hombre. La palabra hebrea yadá’, traducida en Génesis 19:5 como “conocer” y en Jueces 19:22 como “tener relaciones”, solamente se usa en sentido de coito 10 veces de los cientos en que aparece en el Antiguo Testamento. Para entender su significado en este caso, debemos tener en cuenta el hecho de que Lot era un extraño en aquella ciudad (como lo era el “anciano” del relato de Jebús (Jueces 19:16) y se hallaba bajo sospecha de albergar a traidores. Cuando se nos dice que los hombres de la ciudad querían “conocer” a los visitantes, deberíamos entender que querían interrogarles. Como eso hubiera sido un quebrantamiento de la hospitalidad, el huésped de ambos relatos ofrece a sus mujeres para proteger a sus visitantes. El lector moderno encuentra espantoso dicho comportamiento, pero se debe a que valora menos la hospitalidad, o más a las mujeres, que la gente del antiguo Oriente Próximo. Así que el pecado de Sodoma en este caso fue la falta de hospitalidad.
Así lo afirma el contexto circundante; como lo hacen más tarde otras referencias bíblicas, hasta los alrededores del siglo II a.C., cuando y como reacción a la homosexualidad predominante en la cultura griega, algunos judíos empezaron a reinterpretar el relato de Sodoma en términos de maldad general. Ezequiel 16:49 es más específico: “He aquí, ésta fue la iniquidad de tu hermana Sodoma: arrogancia, abundancia de pan y completa ociosidad tuvieron ella y sus hijas; pero no ayudaron al pobre ni al necesitado.” Incluso en el Nuevo Testamento, Hebreos 13:2 recomienda la hospitalidad porque “por ella algunos, sin saberlo, hospedaron ángeles,” y Jesús mismo asocia la destrucción de Sodoma únicamente a la falta de hospitalidad (Mat. 10:14–15; Lc 10:10–12). Al margen de las distorsiones que los intérpretes hayan añadido luego, los relatos de Sodoma y Jebús abordan fundamentalmente el trato apropiado a los extranjeros, no asuntos morales. De hecho, si se toman como lecciones sobre sexo, deberíamos preguntarnos entonces qué lección hay que extraer del trato de soborno sexual dado a las mujeres según el texto.
Pero incluso en el supuesto de que el relato de Sodoma tratara del sexo entre hombres, no trataría de la homosexualidad tal y como la hemos definido. Más bien describe la violación masculina, la cual no viene motivada necesariamente por el deseo homosexual. Expresa el hábito de muchas culturas antiguas de humillar al enemigo forzándole a “hacer de mujer.” Ciertamente, en este tipo de sexo no hay mutuo acuerdo y probablemente no agrade a ninguna de las partes. Los gays y las lesbianas de hoy condenan las conductas de este tipo tan vigorosamente como los heterosexuales. ¡Qué injusto, pues, aplicar hoy la condena (justa) de Sodoma a una actividad privada y consentida entre adultos del mismo sexo!

Levítico 18:22 y 20:13. Estos dos versículos, a primera vista, parece que describan la homosexualidad:

  No te acostarás con varón como los que se acuestan con mujer; es una abominación.
  Si alguno se acuesta con varón como los que se acuestan con mujer, los dos han cometido abominación; ciertamente han de morir. Su culpa de sangre sea sobre ellos.

Los revisionistas nos recuerdan, sin embargo, que dichos versículos se hallan dentro del comúnmente denominado Código de Santidad de Levítico 16–26, que exhorta al pueblo de Israel a abstenerse de las prácticas de las naciones colindantes. Hay en contextos similares toda una serie de referencias a la prostituta de culto, la femenina Kedeshá y la masculina kadesh. Como en los rituales del templo solamente participaban los hombres, el kadesh debía estar disponible para ser penetrado por los visitantes del templo. El Código de Santidad contempla, por tanto, la prostitución en asociación con la idolatría (por consiguiente, “abominación”), no la conducta homosexual consentida entre iguales. La versión King James traduce kadesh como “sodomita”, tipificando así el tratamiento impreciso que se ha venido dando a la tradición del Antiguo Testamento.
Notemos que en el Nuevo Testamento, Jesús mismo nunca condena la homosexualidad. El único pecado sexual que menciona es el adulterio (Mat. 5:27–30; Jn 8:1–11) y aún así, lo hace pensando primordialmente en condenar la hipocresía de la lujuria y las actitudes legalistas. Ciertamente no era su estilo el soltar en cualquier momento una lista de pasajes bíblicos que condenaran conductas.
Romanos 1:26–27. Con todo, Pablo ciertamente parece condenar la homosexualidad. En el contexto de un pronunciamiento general de condena a los gentiles por su idolatría, escribe:

  Por esta razón [la idolatría] Dios los entregó a pasiones degradantes; porque sus mujeres cambiaron la función natural por la que es contra naturaleza; y de la misma manera también los hombres, abandonando el uso natural de la mujer, se encendieron en su lujuria unos con otros, cometiendo hechos vergonzosos hombres con hombres, y recibiendo en sí mismos el castigo correspondiente a su extravío.

Algunos revisionistas interpretan este pasaje al margen de la condena de la homosexualidad. Hay que poner el escrito de Pablo en el contexto de su época, cuando las relaciones comúnmente practicadas entre personas del mismo sexo eran la pederastia (relaciones entre hombres y niños) y la prostitución. Se trataba de prácticas degradantes (v.26) porque eran injustas; en lo cual estaría de acuerdo la mayoría de homosexuales modernos. Otra posibilidad aquí es que Pablo esté condenando los actos homosexuales cometidos por personas aparentemente heterosexuales; es decir, por quienes están, de manera ocasional, contradiciendo su verdadera naturaleza. Sea cual sea la interpretación, queda claro que Pablo no tenía en mente la homosexualidad en el sentido moderno de la palabra. Sea cual sea la interpretación, lo que Pablo condena, de igual modo lo condenarían los homosexuales modernos.
Otra posibilidad es tomar Romanos 1:18–32 como una unidad, cuyo propósito no es comunicar la moralidad propia de Pablo, sino el pensamiento judío helénico (al estilo griego) sobre los gentiles para así preparar el ataque de Pablo a la hipocresía judía del capítulo siguiente. Si el pasaje funciona de esta manera, debemos ser cautos en dar por sentado que Pablo esté completamente de acuerdo con su contenido.
1 Corintios 6:9–10 y Timoteo 1:10. Estas listas de conductas inmorales incluyen palabras que, según los revisionistas, han sido erróneamente traducidas con referencia a la homosexualidad:

  ¿O no sabéis que los injustos no heredarán el reino de Dios? No os dejéis engañar: ni los inmorales, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los malakoi, ni los arsenokoitai, ni los ladrones, ni los avaros, ni los borrachos, ni los difamadores, ni los estafadores heredarán el reino de Dios.
  …para los inmorales, arsenokoitais, secuestradores, mentirosos, perjuros, y para cualquier otra cosa que es contraria a la sana doctrina…

La palabra arsenokoitai se compone de arseno (= masculino) y koite (= coito o cópula), pero una palabra no denota necesariamente la suma de sus partes (por ejemplo, comprender no significa “como aprender”); denota más bien lo que la gente hace que denote. El inconveniente es que desconocemos un uso de la palabra previo a 1 Corintios 6:9, con lo que las tradiciones humanas antihomosexuales pueden haber influido en posteriores traducciones o explicaciones. En consecuencia, tiene sentido interpretar los pasajes a la luz de las prácticas comunes de la época. Arsenokoitai combinada con malakoi (literalmente, “delicado”) puede referirse a los procuradores de prostitutos y a los prostitutos o, más concretamente, a los pederastas adultos y sus compañeros preadolescentes. Alternadamente, malakoi puede no tener nada que ver en absoluto con el sexo entre personas del mismo género, pero sí puede referirse a “masturbadores”. Arsenokoitai a solas puede referirse sencillamente a un “prostituto”. De nuevo, los traductores de la Biblia a menudo han interpretado injustificadamente estas palabras como referencias a la homosexualidad.
2 Pedro 2:6–7 y Judas 1:7. Estos textos hacen referencia a Sodoma bajo la influencia de la reacción judía contra la cultura griega, pero los revisionistas mantienen que no describen directamente prácticas homosexuales:

  … si condenó a la destrucción a las ciudades de Sodoma y Gomorra, reduciéndolas a cenizas, poniéndolas de ejemplo para los que habrían de vivir impíamente después; si rescató al justo Lot, abrumado por la conducta sensual de hombres libertinos …
  Así también Sodoma y Gomorra y las ciudades circunvecinas, a semejanza de aquéllos, puesto que ellas se corrompieron y siguieron carne extraña [literalmente, siguieron otra carne], son exhibidas como ejemplo al sufrir el castigo del fuego eterno.

En este caso el razonamiento es similar al aplicado a Génesis 19: la carga sexual de estos pasajes incluye la violación o, en el contexto del primer siglo después de Cristo, la pederastia y la prostitución. No es aplicable a la homosexualidad. La referencia de Judas 7 a “otra carne”es, de hecho, y probablemente una referencia al deseo de sexo con los ángeles, no los hombres, y está vinculado al extraño pasaje de Génesis 6 sobre los gigantes y el sexo entre humanos y ángeles.
Estos son, pues, los 9 pasajes bíblicos que supuestamente condenan la homosexualidad. Los revisionistas argumentan que al estudiarlos con esmero, en el contexto de la época en que fueron escritos, acaban condenando unas prácticas que los homosexuales modernos también condenarían. Debemos concluir que los juicios bíblicos contra las prácticas sexuales entre personas del mismo sexo no son relevantes en el debate actual sobre la homosexualidad; la Biblia “sencillamente no toca estos temas.”22


Argumento 2: Queda por demostrar la condena bíblica de la homosexualidad

Hay otro acercamiento a la afirmación de la homosexualidad que admite que las Escrituras prohíben la intimidad sexual entre personas del mismo sexo o, como mínimo, que las Escrituras dan por sentado que la heterosexualidad es la única opción aceptable. Sin embargo, los intentos de aplicar la Biblia a la época moderna suelen ser “heterosexistas” y deben ser corregidos prestando atención a temas más amplios de la misma Biblia.
La homosexualidad se puede afirmar bíblicamente por varias vías distintas, que podemos caracterizar en relación con el material bíblico por medio de las palabras implicación, expansión y corrección.
La implicación del mensaje bíblico permite afirmar la homosexualidad si se dejan de lado los intereses de la pureza ritual en favor de los valores evangélicos del amor y la liberación. Se puede trazar un desarrollo cronológico en esta dirección a través de las Escrituras. Los relatos de Sodoma y Jebús (y por extensión, 2 Pedro 2:6,7 y Judas 1:7), según dicha interpretación, son irrelevantes. El pasaje de Levítico prohíbe la intimidad entre personas del mismo sexo, pero es importante entender que lo hace en el contexto del Código de Santidad, incluyendo elementos de pureza ritual de los que el Evangelio ha liberado a los cristianos. En Romanos 1:26–27, al describir la homosexualidad, Pablo prefiere usar la terminología de impureza ritual a la de inmoralidad. Su público, los gentiles, debían conocer el pensamiento de Pablo lo suficientemente bien como para no asociar la homosexualidad con el pecado; se trata de algo sencillamente impuro, como comer bacon. En el siguiente capítulo, Pablo quiere sacar a relucir la hipocresía de los legalistas que hay entre su público y, por eso, busca como ejemplo una conducta que distinga a judíos de gentiles. Su verdadero mensaje lo encontramos en Romanos 14:14: “nada es inmundo en sí mismo.”
El Nuevo Testamento libera a los creyentes del constreñimiento de la pureza ritual (Mc 7; Hch 10) y redefine el pecado como “la intención de hacer daño.” Pablo condena la prostitución masculina (1 Co 6:9–10; 1 Ti 1:10) porque perjudica a otra persona, privándola de su propiedad sexual personal. Pero así como el Nuevo Testamento no perdona de forma explícita la homosexualidad, sí que siembra semillas de liberación de todas las restricciones legales sobre la sexualidad humana. La famosa fórmula bautismal de Pablo, Gálatas 3:28, advierte sobre el gobierno de la ley, los límites de la pureza: “No hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay hombre ni mujer; porque todos sois uno en Cristo Jesús [no hay gay ni heterosexual].”
La expansión del mensaje bíblico permite afirmar la homosexualidad extrayendo la sexualidad humana de las tradiciones ilógicas que la conectan con la reproducción y la complementariedad hombre-mujer. El sexo es mucho más que procreación, el placer sexual no se limita al coito y hay otras diferencias de género que son artificiales. Sin estas bases para la prohibición de relaciones entre personas del mismo sexo, debemos considerar con esmero cómo ha mejorado la vida de muchos homosexuales contemporáneos, que en esencia no es distinta de la de los heterosexuales.30 A la luz de su experiencia, debemos expandir nuestras categorías de relaciones amorosas tradicionales y preguntarnos simplemente: “¿Qué es un amor correcto, un buen amor?”
Una respuesta bíblica a esta pregunta acentuará diversos componentes, todos centrados en la calidad de la relación como base de la sexualidad. Primero, el amor debe ser autónomo; es decir, debe implicar consentimiento mutuo entre iguales.33 Segundo, debe ser constante; es decir, debe implicar algún tipo de compromiso entre las dos personas. Tercero, debe ser prolífico; es decir, debe nutrir a otras personas dentro y fuera de la relación.35 Podemos añadir otros componentes a esta lista, pero la cuestión es que los humanos en esencia son seres de compañía cuyas relaciones, homosexuales o heterosexuales, están gobernadas por los mismos principios bíblicos del amor.
Como la experiencia ha demostrado que los homosexuales disponen de la misma capacidad de disfrutar el compañerismo en todos los aspectos importantes, debemos ampliar nuestras definiciones de matrimonio para así incluirlos. El celibato, bíblicamente hablando, es un recurso temporal para unos cuantos espiritualmente dotados y no deberíamos forzar a todos los homosexuales a adoptarlo, privándoles de la descarga sexual y de la intimidad con otras personas.
La corrección del mensaje bíblico permite afirmar la homosexualidad aplicando el mensaje bíblico de liberación justamente a los pasajes problemáticos. En general, este acercamiento afirma que el relato del Éxodo es central en el mensaje bíblico. Las personas oprimidas, incluidos los homosexuales, ven su propia experiencia cuando leen los relatos bíblicos que ofrecen liberación a los proscritos sociales. Esta experiencia les permite corregir elementos injustos (y, por tanto, no cristianos) de la Biblia o de las interpretaciones tradicionales de la Biblia.
Hay una variante de este enfoque que encierra una lectura feminista de las Escrituras. Esta perspectiva empieza por el reconocimiento de que la sexualidad bíblica es patriarcal (dominada por el hombre), no enraizada en la biología humana, sino en la cultura humana. Si la Biblia no tiene que continuar siendo usada como medio de opresión, solamente las partes no sexistas y no opresoras de la interpretación bíblica pueden contar con la autoridad teológica de la Revelación.38 Los textos del Antiguo Testamento que condenan la homosexualidad son todos patriarcales y esa actitud se mantiene en los textos clave del Nuevo Testamento. Cuando Pablo dice en Romanos 1:26–27 que la intimidad sexual entre personas del mismo sexo va “contra la naturaleza”, está equiparando equivocadamente lo “natural” con un orden establecido que da por sentado el papel dominante y activo de los hombres. Condena las relaciones lesbianas porque sigue su patrón cultural y entiende que dicha actividad implica una apropiación de la masculinidad. Este “robo” de la superioridad masculina se corresponde con la desgracia de la pérdida de masculinidad por parte del hombre que es penetrado por otro. Sin embargo, la experiencia nos enseña que la homosexualidad pone en entredicho tales estereotipos de comportamiento entre géneros y, en cambio, incluye la simetría del placer mutuo. Esto es “natural” para algunas personas. Por lo tanto, podemos dejar de lado el supuesto paulino de asimetría sexual o de roles activos-pasivos. Podemos definir la sexualidad en términos de equidad y justicia.

Hay otra variante del acercamiento de la liberación que admite el patriarcado de las Escrituras, pero pone un mayor acento en la identificación entre los homosexuales y los pueblos oprimidos de la Biblia. Son los hijos de Israel quienes sufren en el Éxodo y quienes sientan el patrón del discipulado cristiano; no aquellos que controlan y excluyen en Levítico o Romanos. Jesús vino a liberar a los cautivos y los homosexuales se identifican como tales.40
Actuar como discípulos de Jesús, encarnar las implicaciones del Evangelio, es trabajar para la liberación; es decir, empuñar el poder en bien de la justicia de quienes han sido oprimidos. El poder ha permanecido demasiado tiempo en manos de opresores que han escrito las normas conforme a sus propios intereses. Han convertido a los homosexuales en proscritos y lo han hecho en el nombre de Dios, con lo cual han provocado una culpa y un temor que han conducido a muchos gays y lesbianas a la promiscuidad, el abuso de substancias, la depresión y el suicidio. Del mismo modo que en el caso de las minorías y de las mujeres, hay que darle un giro a la tuerca, el cual debe mantenerse en efecto durante un largo periodo de tiempo para que los valores del Reino puedan asentarse. Trabajar en este sentido es obedecer al Evangelio.


Sumario

Los acercamientos descritos se solapan en algunos aspectos y entran en conflicto en otros. Los expongo, sencillamente, para dar una idea al lector de la gama de opciones que se presentan dentro de la Iglesia, para justificar la revisión de la prohibición cristiana tradicional de la homosexualidad. Algunas denominaciones (Metropolitan Community Church, United Church of Christ) ya han adoptado en cierto modo una postura revisionista. Parece ser que hay otras denominaciones (Episcopal, United Methodist, Presbyterian Church [EEUU]) que también se están moviendo en esa dirección, ya que muchos de sus líderes y profesores de seminario intentan influir en la membresía general de la Iglesia, la cual suele ofrecer resistencia. Quedan otros grupos (la mayoría de los Bautistas, la Iglesia Católica Romana y los Pentecostales), que por razones diversas están a años luz de siquiera debatir el tema. Pero con el tiempo lo harán. La cuestión es ¿cómo lo harán?

Sea cual sea la fase del debate en que se halle una determinada denominación, el cristiano como individuo tiene la responsabilidad de pensar, evaluar los nuevos puntos de vista, discernir el bien del mal y lo verdadero de lo falso; así como de discrepar con respeto. Si ha leído hasta aquí, casi me atrevo a asegurar que usted es una persona preparada para asumir este riesgo. Después de la introducción a los acercamientos revisionistas, durante los siguientes capítulos le invito a considerar una respuesta entrelazada a la perspectiva cristiana sobre la moralidad homosexual.

 
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