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miércoles, 17 de agosto de 2016

¿No sabéis que los injustos no heredarán el reino de Dios? No erréis; ni los fornicarios, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los que se echan con varones, ni los ladrones, ni los avaros, ni los borrachos, ni los maldicientes, ni los estafadores, heredarán el reino de Dios.

RECUERDA Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6




La controversia gay y lesbiana en el quehacer diario

Los errores de la hermenéutica gay y lesbiana


Por Jaime Mazurek

Sin duda uno de los desafíos más excepcionales que enfrenta la Iglesia de Jesucristo en el siglo xxi es la gran transformación de valores éticos y morales que acontece en la sociedad occidental. Quizás el cambio más trascendental que ha transcurrido en muchas naciones es la aceptación y la legalización del matrimonio entre personas del mismo sexo.
Pero no solamente la sociedad secular experimenta este cambio; también sucede entre un número de iglesias protestantes. Para avalar este cambio de postura, diversos pastores y líderes de iglesias simpatizantes con la causa gay han elaborado una nueva hermenéutica, una nueva interpretación de la Biblia que afirma que las relaciones sexuales entre personas del mismo sexo nunca han sido ni son pecado, y que las iglesias deben celebrar y respetar las uniones gay.
Que no haya malentendido. Amamos a las personas sean cuales fueran sus preferencias sexuales, y deseamos que puedan conocer plenamente la acción salvadora y transformadora de Cristo, el Señor y Salvador de todos nosotros. Pero entendemos que la Biblia afirma que las relaciones homosexuales son pecado, asimismo sabemos que hay muchísimas otras cosas identificadas en la Biblia como tal. Ante Dios, la práctica de la homosexualidad no es peor que otras formas de pecado, pues todas nos separan de Él.
Sin embargo, nos enfrentamos a algo único en esta ocasión, pues se hacen grandes esfuerzos para interpretar las Sagradas Escrituras de manera nueva y diferente para afirmar que las relaciones homosexuales no son pecado, cosa que generalmente no pasa en otras instancias. Que yo sepa, nadie está tratando de enseñar que la Biblia dice que mentir, robar o cometer adulterio ya no son pecado. Los que mienten, roban y cometen adulterio generalmente admiten que saben que lo que hacen está mal. Pero la comunidad gay se esfuerza ahora en enseñar que sus acciones no son pecaminosas y que la Biblia concuerda con eso. La hermenéutica gay tuerce las Escrituras en su afán de decir que algo es bueno y puro cuando en verdad no lo es. Quienes defienden la teología gay necesitan conocer mejor la Palabra de Dios.
La hermenéutica gay trata de decirnos que la Biblia nunca ha dicho cosas que durante miles de años han sido comprendidas con perfecta claridad por toda la Iglesia. Es un caso de eiségesis muy claro. Antes de abrir la Biblia fijan el presupuesto que las relaciones homosexuales son buenas y sin pecado, y luego van a las Escrituras con el fin de imponer tal sentido de cualquier manera necesaria para lograr el resultado deseado, el que dé la razón a sus presupuestos.
Las enseñanzas resultantes de la errónea hermenéutica gay gozan de una gran difusión, especialmente en Internet. Es importante y necesario que todo pastor y maestro de la Palabra de Dios sepa cuales son y cómo responder ante ellas. El objetivo de este breve ensayo es evaluar la hermenéutica gay a la luz de las Escrituras y su correcta interpretación. En este escrito no se discutirá el tema de los factores causantes de la homosexualidad o del ministerio cristiano entre las personas homosexuales, temas de gran importancia que ameritan sus propios escritos. Este trabajo se limita exclusivamente al aspecto hermenéutico.
A continuación se examinarán varios textos bíblicos relevantes importantes, cómo éstos son reinterpretados por la hermenéutica gay, y cómo se deben entender luego de una exégesis correcta.

1.  El pecado de Sodoma – Génesis 19:1-25; Ezequiel 16:48-50
Los maestros de la hermenéutica gay afirman que el pecado de los sodomitas no fue su conducta homosexual, sino su falta de hospitalidad y su violencia. Don Eastman[1], anciano de la iglesia pro-gay Metropolitan Community Church declara que se trataba de “una gravísima violación a las antiguas reglas de hospitalidad”.[2]  Afirma que el profeta Ezequiel expresa lo mismo, que entre todos los pecados de Sodoma no figuraba su conducta homosexual.
He aquí que esta fue la maldad de Sodoma tu hermana: soberbia, saciedad de pan, y abundancia de ociosidad tuvieron ella y sus hijas; y no fortaleció la mano del afligido y del menesteroso. Y se llenaron de soberbia, e hicieron abominación delante de mí, y cuando lo vi las quité (Ezequiel 16:49,50).
Eastman insiste en que los homosexuales eran “una pequeña minoría”[3] en Sodoma, un porcentaje pequeño como suele ser el caso entre las ciudades de hoy en día, y que por ende el pecado colectivo de la ciudad que mereció el juicio de Dios no pudo ser la homosexualidad.
Sin embargo, una comprensión clara del texto rinde lo que siempre se ha sabido, que Sodoma era una ciudad con una gran mayoría homosexual. Génesis dice que no fue una “pequeña minoría” quienes querían violar a los varones con Lot, sino que “rodearon la casa los hombres de la ciudad, los varones de Sodoma, todo el pueblo junto, desde el más joven hasta el más viejo.” Entre todos esos, ninguno se interesó en violar a las hijas de Lot, sino que todos buscaban a los varones. Sin duda, había una gran mayoría homosexual en Sodoma.
Ezequiel describe con detalle los graves delitos y pecados de Sodoma. El contexto es la comparación de los pecados de Judá con los de Samaria y Sodoma. La intención del escritor es mostrar la similitud más que las diferencias entre Sodoma y Jerusalén. Los pecados de Sodoma denunciados son los mismos que los profetas denunciaban contra Jerusalén y Judá (ejemplo, Miqueas caps. 1 y 2). Sin embargo, Ezequiel también incluye la palabra “abominación” (en hebreo “toaybah” – asqueroso, despreciable),
El apóstol Pedro describe la condición de Lot en Sodoma de la siguiente manera:
Pero Dios también rescató a Lot y lo sacó de Sodoma, porque Lot era un hombre recto que estaba harto de la vergonzosa inmoralidad de la gente perversa que lo rodeaba. Así es, Lot era un hombre recto atormentado en su alma por la perversión que veía y oía a diario. (2 Pedro 2:7,8  Nueva Traducción Viviente).
Pedro no enfatiza una sencilla falta de hospitalidad sino la “vergonzosa inmoralidad de la gente perversa” (aselgeia anástrofes“conducta sensual de hombres libertinos” LBLA; “vida desenfrenada de esos perversos” NVI, BAD) y la “perversión” de los habitantes de Sodoma.
Judas también condena los pecados de Sodoma y Gomorra con lenguaje preciso que calza con la actividad homosexual.
como Sodoma y Gomorra y las ciudades vecinas, las cuales de la misma manera que aquéllos, habiendo fornicado e ido en pos de vicios contra naturaleza, fueron puestas por ejemplo, sufriendo el castigo del fuego eterno. (Judas 1:7)
La expresión “vicios contra naturaleza” (sarkos heteras) habla de “carne diferente” o “carne extraña”, lo no natural. Evidentemente se refiere a relaciones homosexuales y no a una falta de hospitalidad.
Al sumar todas las expresiones de las Escrituras sobre el tema, vemos que el pecado principal de Sodoma fue de veras la práctica de la homosexualidad.

2.   Las leyes mosaicas contra las relaciones homosexuales y el travestimo – Levítico 18:22 y 20:13, Deuteronomio 22:5
La ley de Moisés expresa la prohibición contra la práctica de la homosexualidad con gran claridad.
No te echarás con varón como con mujer; es abominación (Lev. 18:22).
Si alguno se ayuntare con varón como con mujer, abominación hicieron; ambos han de ser muertos; sobre ellos será su sangre (Lev. 20:13).
Los defensores de la hermenéutica gay intentan justificar la conducta homosexual afirmando que estos textos fueron escritos exclusivamente para los sacerdotes levitas y no para el común del pueblo israelita y que solamente guardan relación con actos sexuales realizados dentro de un rito pagano idolátrico. Es decir, afirman que el sexo homosexual en sí, entre dos personas que no sean sacerdotes levitas y que no estén participando en un rito idolátrico, está bien. Pero al ver el pasaje en contexto uno fácilmente ve lo inverosímil que es semejante interpretación. El texto en Levítico 18 en contexto reza así:
21  Y no des hijo tuyo para ofrecerlo por fuego a Moloc; no contamines así el nombre de tu Dios. Yo Jehová.
22  No te echarás con varón como con mujer; es abominación.
23  Ni con ningún animal tendrás ayuntamiento amancillándote con él, ni mujer alguna se pondrá delante de animal para ayuntarse con él; es perversión.
La prohibición contra las relaciones homosexuales sigue inmediatamente después de una prohibición contra el infanticidio, y aparece justamente antes de una prohibición contra la bestialidad. ¿Acaso los defensores de la hermenéutica gay quieren decirnos que si uno hoy no es un sacerdote levita y no está participando en un culto idolátrico que no hay problema con matar a un bebé o con tener sexo con un animal? No puede ser. El significado de los pasajes señalados en Levítico no puede ser selectivamente manipulado de tal manera. Dice lo que significa y significa lo que dice; que las relaciones homosexuales son pecado.
No solamente eso, las leyes contra las prácticas homosexuales no fueron dadas exclusivamente para los sacerdotes sino para todos los israelitas (Véase Lev. 18:2 “Habla a los hijos de Israel, y diles…”). El Antiguo Testamento para nada representa un cuadro donde a los sacerdotes se les prohibía practicar toda suerte de incesto, infanticidio, homosexualidad y bestialidad, pero el común de los israelitas sí lo podían hacer sin caer bajo condenación. Estas leyes se dieron para todos.
De la misma manera, la ley mosaica condena al travestismo, el vestirse con ropas del sexo opuesto en afán de expresar así su sexualidad. “No vestirá la mujer traje de hombre, ni el hombre vestirá ropa de mujer; porque abominación es a Jehová tu Dios cualquiera que esto hace.” (Deut. 22:5).  Los defensores de la hermenéutica gay insisten que esta amonestación se limita a no practicar travestismo en medio de un culto idolátrico. Pero nada hay en el texto que indique que esta ley tenía vigencia únicamente dentro de tales límites. La ley era para todos. La palabra “abominación” empleado aquí es el mismo que ya vimos usado en Ezequiel 16:50, que significa “algo asqueroso y despreciable” y que se emplea en relación con el culto idolátrico como también con otras cosas.
Algunos dicen que no es justo demandar el cumplimiento de esta ley, habiendo otras leyes en el mismo capítulo del Deuteronomio que hoy casi nadie toma en cuenta, como no vestir lana y lino juntamente (Deut. 22:11). Uno de los problemas con la hermenéutica gay en cuanto a su interpretación de los libros de la Ley es que no distinguen entre las leyes apodícticas y las leyes casuísticas. Sin duda que hay leyes del Antiguo Testamento que ya no rigen hoy, las leyes casuísticas. Estas son las leyes que tratan situaciones y casos específicos, vinculados a la cultura israelita. Son leyes que no tienen eco en el Nuevo Testamento – por ejemplo las leyes sobre las ofrendas en el altar del tabernáculo. Por otro lado, las leyes apodícticas son las leyes que establecen paradigmas que son aplicables a más de una situación y que son repetidas en el Nuevo Testamento como parte de la Ley de Cristo. Las leyes contra las relaciones homosexuales son apodícticas, pues son para todo el pueblo israelita, en toda circunstancia y son repetidas con claridad en el Nuevo Testamento, como veremos en seguida.

3.  Romanos 1:26, 27
Sin duda, la interpretación más inverosímil que hace la hermenéutica gay es su trato de la bien conocida exhortación del apóstol Pablo a los Romanos.
Por esto Dios los entregó a pasiones vergonzosas; pues aun sus mujeres cambiaron el uso natural por el que es contra naturaleza, y de igual modo también los hombres, dejando el uso natural de la mujer, se encendieron en su lascivia unos con otros, cometiendo hechos vergonzosos hombres con hombres, y recibiendo en sí mismos la retribución debida a su extravío. (Rom 1:26,27).
El argumento que hacen los defensores de la hermenéutica gay es que Pablo estaría diciendo aquí que pecar es hacer lo que va en contra de la naturaleza de uno. Por ende, si uno por naturaleza es homosexual, le sería un pecado tratar de hacerse heterosexual. Don Eastman lo dice así: “debemos reconocer que lo que es “contra natura” (para physin) para una persona de hoy, con orientación homosexual, es el tratar de vivir como si fuera heterosexual.”[4]
Pero el texto no deja abierta la definición de “contra naturaleza” para que cada uno inserte lo que quiera ahí afirmando que eso es “su naturaleza” y por ende lo que Dios desea para él. No, el texto dice claramente, “y de igual modo también los hombres, dejando el uso natural de la mujer.” Queda evidente que Pablo afirma que “el uso natural” consiste en una relación heterosexual entre un hombre y una mujer. Decir lo contrario es distorsionar al texto.
Este es el texto bíblico más claro que hay sobre el tema, y condena con fuerza tanto la práctica del lesbianismo como del homosexualismo. Declara que estas acciones son desviaciones del padrón establecido por Dios, el fruto de “pasiones vergonzosas”.  Llama a las relaciones homosexuales  “hechos vergonzosos, hombres con hombres”. Es imposible interpretarlo de manera que diga que Dios está animando a las relaciones homosexuales y desanimando las relaciones heterosexuales.

4.  I Corintios 6:9,10 y I Timoteo 1:9-11
El apóstol Pablo vuelve a identificar a las relaciones homosexuales como pecado en dos epístolas, I Corintios y I Timoteo. En ambos casos las menciona como parte de una lista de pecados que caracterizan a los transgresores e impiden el ingreso al reino de Dios.
9  ¿No sabéis que los injustos no heredarán el reino de Dios? No erréis; ni los fornicarios, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los que se echan con varones,
10  ni los ladrones, ni los avaros, ni los borrachos, ni los maldicientes, ni los estafadores, heredarán el reino de Dios. (I Cor. 6:9,10)
9  conociendo esto, que la ley no fue dada para el justo, sino para los transgresores y desobedientes, para los impíos y pecadores, para los irreverentes y profanos, para los parricidas y matricidas, para los homicidas,
10  para los fornicarios, para los sodomitas, para los secuestradores, para los mentirosos y perjuros, y para cuanto se oponga a la sana doctrina,
11  según el glorioso evangelio del Dios bendito, que a mí me ha sido encomendado. (I Tim. 1:9-11).
En 1 Corintios 6:9 Pablo emplea dos vocablos que dicen relación con la homosexualidad; “los afeminados” malakos, y “los que se echan con varones” arsenokoites.  El segundo vocablo es el mismo que Pablo también emplea en 1 Tim. 1:10 y que es traducido “sodomitas” en la RVR60.
Malakos significaba “suave” y se usaba como peyorativo para describir a los jóvenes o niños que participaban en las relaciones sexuales pederastas,[5] los hombres y niños que se dejaban abusar sexualmente por otros hombres.[6] Arsenokoites aquí en I Cor. 6 probablemente describe al hombre que llevaba la iniciativa de tener relaciones homosexuales con el malakos.[7]  
El defensor de la hermenéutica gay, Don Eastman, afirma que el mal que Pablo condena entonces no es la homosexualidad, sino la prostitución. Sin duda, la prostitución, sea heterosexual u homosexual, es pecado. Pero arsenokoites se emplea sin malakos en I Tim. 1:10, en referencia a la homosexualidad en sí. Interesantemente, en la versión Septuaginta, Levítico 20:13 rinde “se ayuntare con varón” en griego como arsenos koiten.  Es un vocablo con una larga historia como expresión de “homosexual”.

Así podemos ver claramente que la Biblia no aprueba ni celebra a las relaciones sexuales entre personas del mismo sexo. Tanto el Antiguo como el Nuevo Testamento afirman que tales cosas son pecado. Es muy necesario que todo pastor, pastor de jóvenes, y educador cristiano sepa esta verdad con absoluta claridad, para poder orientar y enseñar a nuestros jóvenes y adultos sobre el ideal divino para su realización personal en el matrimonio cristiano de un hombre y una mujer, como hijos de Dios. Como dijo el pastor inglés John Stott,
El rechazo cristiano de las prácticas homosexuales no descansa sobre “unos pocos y aislados textos… cuya explicación tradicional puede ser derrotado”. Las prohibiciones escriturales negativas contra las prácticas homosexuales solo tienen sentido en la luz de la enseñanza positiva en Génesis 1 y 2 sobre la sexualidad humana y el matrimonio heterosexual. Sin la sana y positiva enseñanza de la Biblia sobre el sexo y el matrimonio, nuestra perspectiva sobre la pregunta homosexual seguramente se distorsionará.[8]
Que Dios nos ayude a instruir bien a nuestros jóvenes sobre los errores de la hermenéutica gay y sobre la verdad bíblica de la bendición de la unión matrimonial entre un hombre y una mujer.



[1] Nótese que Don Eastman no es Dick Eastman, autor de múltiples libros sobre la oración.
[2] Don Eastman, “Homosexualidad: ni enfermedad ni pecado, qué dice y qué no dice la Biblia” en Internet; www.mcchartford.com/icmhomosexual.html; último acceso 28 de marzo, 2016.
[3] Idem.
[4] Idem.
[5] Gordon Fee, Primera Epístola  a los Corintios, 275.
[6] Simon J. Kistemaker, Comentario al NT – 1ra Corintios, 169.
[7] Fee, 276.
[8] John Stott, citado en http://goop.com/dr-john-stott-on-homosexuality-in-the-bible/, último acceso 25 de mayo, 2016.
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jueves, 19 de marzo de 2015

Actuar como cristianos, encarnar las implicaciones del Evangelio, es trabajar para la liberación: Empuñar el poder en bien de los oprimidos

Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6


 
 
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¿A QUÉ VIENE TANTO ALBOROTO?


Un conocido del trabajo, o bien un vecino, viene y te dice: “Tú eres una persona religiosa, dime ¿qué piensas de todo este asunto de la homosexualidad?”
Respondes: “Bueno, pienso que la Biblia deja bastante claro que una actividad de este tipo es inapropiada.”
Te piensas que has dicho algo sencillo, que expresa tu creencia en la autoridad de las Escrituras. Sin embargo, lo que la otra persona escucha puede ser algo completamente distinto. Hoy en día a mucha gente le suena como si hubieras dicho: “Bueno, pienso que la Biblia deja bastante claro que las personas de piel clara son superiores a las personas de piel oscura.”
¿Por qué? Porque, para cada vez más gente, la sexualidad ya no es cuestión de moralidad, sino de de derechos civiles.


La cultura de la tolerancia

¿Cómo se ha dado este giro de moralidad a derechos civiles y por qué ha resultado tan convincente? En términos más amplios, consideraremos la evolución de la cultura occidental y, en concreto, la americana. Se empieza con la afirmación de que todas las personas han sido creadas iguales y se sigue con el principio según el cual el Estado no debe gobernar en materia de conciencia personal. Implicación: el Estado debería proteger la privacidad. Pero entonces, y aquí llega la llaga, si vas eliminando poco a poco la noción de un criterio universal para evaluar la conducta (la tradición judeocristiana), al final cada cual tiene que evaluar su propio comportamiento, que será siempre igual de moral que otros, puesto que será igual de legal. La otra cara de la moneda es que, expresar intolerancia se convierte en inmoral y, de hecho, podría llegar a ser ilegal; entendiendo por intolerancia todo aquello que pueda llegar a desafiar una conducta u opinión legalmente protegida.
Detrás de la mayoría de los temas de actualidad se halla la confusión entre lo que es legal y lo que es moral, así como la emergencia de la tolerancia como virtud suprema. La mejor crítica breve de la situación actual que he encontrado es el discurso de inauguración que dio Aleksandr Solzhenitsyn en Harvard en el año 1978. Pero el problema de perder el equilibrio entre derechos y obligaciones no es nuevo. Platón predijo que la democracia se desmoronaría, abriendo camino a la dictadura, porque una mayoría enloquecida convertiría la libertad en libertinaje (República 562–65). Y, mirando todavía más hacia atrás, el libro bíblico de los Jueces se lamenta de un periodo de caos en el que “cada uno hacía lo que le parecía bien” (Jueces 21:25) en lugar de “lo justo ante los ojos del Señor” (Éx. 15:26; Deut. 13:18). Así que las particularidades cambian, pero no el problema subyacente. Dios está muerto, pero larga vida a Dios, porque ahora Dios somos nosotros.


¿Minorías, mujeres… y homosexuales?

En este clima cultural de confusión, durante las últimas décadas se ha legislado considerablemente a favor de los derechos civiles de las minorías y de las mujeres. Casi nadie discute hoy en día que el color de la piel o el sexo tengan que determinar el lugar en que uno vive, el puesto de trabajo que ocupa y el salario que cobra. ¿No es la elección de pareja sexual igualmente irrelevante a efectos económicos? Al argumento de que los homosexuales suelen estar mejor situados que la población en general, la respuesta es que quizás lo estarían todavía más si se les tratara con equidad, y que hay otros tipos de maltrato aparte de la discriminación económica.
Pero el asunto clave, en lo referente a derechos civiles, es el tema de la elección. ¿Es la homosexualidad algo que uno es, como el ser negro, anciano, minusválido o mujer? ¿O es algo que uno hace, como el adulterio, la poligamia o el incesto? Aquellos que practican estas últimas conductas han sido ciertamente discriminados, económicamente y de otras maneras, pero no están respaldados por el movimiento de derechos civiles.
En el caso de la homosexualidad, la diferencia radica en la percepción pública de la inevitabilidad del comportamiento. Tratándose de sexo, ¿sobre qué base decidimos qué es inevitable y qué no lo es? Cuando un hombre hace un comentario descortés o comete adulterio, algunos se encogen de hombros y dicen: “los hombres son así.” Otros piensan que la masturbación y las caricias son cosas de la adolescencia. Pero cuando un adulto induce al sexo a un menor no decimos: “Déjalo, él es así y ya está”. ¿Es el homosexual “así y ya está”? ¿Significa esto que deberíamos ampliar a los homosexuales los mismos derechos civiles, incluso las acciones afirmativas, que a las minorías y a las mujeres?
Entremos, pues, en el debate “naturaleza o entorno” que trataré con profundidad en el capítulo 7. Por ahora, lo importante es únicamente comprender que la tolerancia pública aumenta drásticamente cuando las personas están convencidas de que el deseo de intimidad con una persona del mismo sexo tiene un origen biológico. Aunque, hasta la fecha, la mayoría de los científicos discutan todavía sobre la precisión y relevancia de la investigación; aunque muy pocos expertos en homosexualidad limiten la causalidad a factores biológicos; aunque la misma comunidad homosexual esté dividida al respecto; aún así, los Medios de Comunicación presentan con insistencia la visión, a la que el público se adhiere cada vez más, de que los homosexuales nacen, no se hacen. Si nacen así, y experimentan una opresión similar a la de otras minorías y a las mujeres, entonces debemos aceptarlo, incluso alegrarnos de igual manera.
Es simplista, y contraproducente en el debate moral, atribuir la imagen de la homosexualidad como algo biológico a una conspiración de los activistas homosexuales y de los liberales que dominan los medios. Lo más importante es entender de qué manera influye este retrato sobre la opinión pública. Aquí entran en juego, por lo menos, dos factores. Uno es el mito popular de que la Ciencia trata solamente con verdades objetivas y absolutas; cosas reales que si las pones en un hornillo y las calientas, crecen. En cambio, los teólogos y moralistas son personajes patéticos que discuten sin cesar sobre vagas abstracciones. Podemos hacerlos entrar en el debate para darle color y un toque cómico, pero todo el mundo sabe de dónde viene la verdad. La vestidura sacerdotal de nuestra época es ahora la bata blanca de laboratorio.
El segundo factor que entra en juego para modificar la opinión pública es la simplificación de los temas para el consumo de masas, sobre todo en la televisión. No es fácil “recorrer el mundo en 30 minutos” (como muestra un canal), deportes y Hollywood incluidos. Pocas personas tienen paciencia para una presentación minuciosa de un tema complejo, aunque se les ofrezca. En cambio, los noticieros consiguen mantener vivo el interés a fuerza de presentar las posturas extremas de los asuntos, valorando las afirmaciones como cortes de sonido.
Entonces, cuando aparece un nuevo estudio que propone, digamos, que los gemelos son propensos a una misma orientación sexual, el resultado televisado es previsible. Un torpe resumen de la investigación en 10 segundos, seguido de la imagen de un científico que nos dice: “estamos entusiasmados con las posibilidades que conlleva este nuevo descubrimiento”. De vuelta al plató, el presentador nos informa de que “la comunidad gay ha reaccionado de manera entusiasta ante la noticia” y presenta al líder de una iniciativa política que proclama: “Esto nos confirma algo que siempre habíamos sabido, que la sexualidad forma parte de nuestro ser”. Finalmente, sale un fundamentalista enfadado, afirmando que “se trata de mentiras perpetuadas por los pecaminosos siervos de Sodoma.” Todo eso en cuestión de 30 segundos, y de ahí se nos traslada a Bosnia, a Michael Jackson o a un anuncio de un coche de juguete que habla.
Esté calculado o no, esta manera de informar tiene un poderoso efecto de acumulación. Crea la impresión de que la Ciencia está al servicio de la causa de los derechos civiles contra la intransigencia de la religión tradicional.
Por eso, al vecino o compañero de trabajo no le extraña, incluso le puede ofender, que el cristiano se base en la Biblia para desaprobar la homosexualidad. Pero esto es solo un problema. Lo que puede sorprender a muchos lectores y, de hecho es el enfoque de este libro, no es el debate sobre la homosexualidad entre cristianos y seculares, sino el debate sobre la homosexualidad entre cristianos y cristianos.


El rabino invisible

Como profesor de universidad reconozco que los estudiantes son un público cautivo, susceptible de ser manipulado por profesores inseguros y sin escrúpulos que presentan visiones opuestas solamente para abatirles con argumentos superficiales y el ridículo. Yo no me puedo escapar del todo de la tendenciosidad, pero puedo formular mis opiniones abiertamente y puedo intentar ser justo con quienes discrepo y no están en mi clase para defender sus posturas. Por ejemplo, cuando hablo de los fariseos, aquellos notables opositores a Jesús de los Evangelios, explico su pasión por el estudio de las Escrituras, su celo por la santidad de Dios y su deseo de encontrar maneras prácticas de encarnar los caminos de Dios. Entonces, y solo entonces, paso a describir los puntos de conflicto con las enseñanzas de Jesús. Me gusta imaginarme que, al fondo del aula, hay un rabino judío ortodoxo, un descendiente religioso de los fariseos, sentado y con un dedo en el botón de power de mi micro. Durante una de esas clases, mientras el rabino daba cabezadas (espero que no fuera de aburrimiento), un alumno me interrumpió: “Oiga, parece que esté de parte de los fariseos.” Lo dijo en tono de crítica, pero yo me sentí muy halagado.
Los fariseos ya no existen y no conozco a ningún rabino ortodoxo, así que tengo que hacer un gran esfuerzo de imaginación. Pero sí conozco a algunos homosexuales, personas con cara y ojos y, por respeto a ellos, quiero hacer justicia a los argumentos en favor de la práctica homosexual. Por tanto, a partir del párrafo siguiente y hasta el final del capítulo voy a dar un paso más en el principio que rige mis clases. Voy a escribir desde el punto de vista con el que discrepo, intentando convencer al lector de que la práctica homosexual es aceptable desde el punto de vista cristiano.
Los argumentos que esgrimo proceden íntegramente de libros y artículos escritos por eruditos cristianos. No voy a atiborrar el texto con los nombres y los títulos de los libros; el lector puede acceder a las fuentes por medio de las notas. En los siguientes capítulos de este libro, en que repasaré y responderé a los argumentos que aquí presento, me referiré a éstos como argumentos “revisionistas” y a sus autores como “revisionistas”; es decir, que abogan por revisar la postura cristiana tradicional y así poder afirmar la práctica homosexual.


Argumento 1: La Biblia no condena la homosexualidad

La homosexualidad es el deseo y el fenómeno de comportamiento sexual entre personas del mismo sexo. Las palabras deseo y entre implican una conducta de mutuo consentimiento entre adultos. La Biblia afirma la heterosexualidad sin género de duda, pero ¿condena la homosexualidad de hoy en día? Según los revisionistas, si lo estudiamos más a fondo, resulta que el puñado de textos que supuestamente condenan la homosexualidad, de hecho están describiendo actividades que los homosexuales de hoy también condenarían.
Génesis 19:1–8 y Jueces 19:16–30. El primero de estos textos es el famoso relato de Sodoma; el segundo es un texto paralelo menos conocido. En el relato de Sodoma, una noche Lot da refugio a dos ángeles:

  Aún no se habían acostado, cuando los hombres de la ciudad, los hombres de Sodoma, rodearon la casa, tanto jóvenes como viejos, todo el pueblo sin excepción. Y llamaron a Lot, y le dijeron: ¿Dónde están los hombres que vinieron a ti esta noche? Sácalos para que los conozcamos. Entonces Lot salió a ellos a la entrada, y cerró la puerta tras sí, y dijo: Hermanos míos, os ruego que no obréis perversamente. He aquí ahora tengo dos hijas que no han conocido varón; permitidme sacarlas a vosotros y haced con ellas como mejor os parezca; pero no hagáis nada a estos hombres, pues se han amparado bajo mi techo. (vv. 4–8)

En Jueces, un hombre de Jebús acoge a un extranjero por una noche:

  Mientras ellos se alegraban, he aquí, los hombres de la ciudad, hombres perversos, rodearon la casa; y golpeando la puerta, hablaron al dueño de la casa, al anciano, diciendo: Saca al hombre que entró en tu casa para que tengamos relaciones con él. Entonces el hombre, el dueño de la casa, salió a ellos y les dijo: No, hermanos míos, no os portéis tan vilmente; puesto que este hombre ha entrado en mi casa, no cometáis esta infamia. Aquí está mi hija virgen y la concubina de él. Permitidme que las saque para que abuséis de ellas y hagáis con ellas lo que queráis, pero no cometáis semejante infamia contra este hombre. (vv. 22–24)

En la historia judía y cristiana, este relato de Sodoma, en particular, fue adquiriendo vida propia, y la palabra inglesa ‘sodomy’ se ha aplicado a toda una variedad de prácticas sexuales, tanto entre heterosexuales como entre homosexuales; sobre todo con referencia al sexo anal y oral. Sin embargo, el evento en su origen no implicó práctica sexual alguna de hombre a hombre. La palabra hebrea yadá’, traducida en Génesis 19:5 como “conocer” y en Jueces 19:22 como “tener relaciones”, solamente se usa en sentido de coito 10 veces de los cientos en que aparece en el Antiguo Testamento. Para entender su significado en este caso, debemos tener en cuenta el hecho de que Lot era un extraño en aquella ciudad (como lo era el “anciano” del relato de Jebús (Jueces 19:16) y se hallaba bajo sospecha de albergar a traidores. Cuando se nos dice que los hombres de la ciudad querían “conocer” a los visitantes, deberíamos entender que querían interrogarles. Como eso hubiera sido un quebrantamiento de la hospitalidad, el huésped de ambos relatos ofrece a sus mujeres para proteger a sus visitantes. El lector moderno encuentra espantoso dicho comportamiento, pero se debe a que valora menos la hospitalidad, o más a las mujeres, que la gente del antiguo Oriente Próximo. Así que el pecado de Sodoma en este caso fue la falta de hospitalidad.
Así lo afirma el contexto circundante; como lo hacen más tarde otras referencias bíblicas, hasta los alrededores del siglo II a.C., cuando y como reacción a la homosexualidad predominante en la cultura griega, algunos judíos empezaron a reinterpretar el relato de Sodoma en términos de maldad general. Ezequiel 16:49 es más específico: “He aquí, ésta fue la iniquidad de tu hermana Sodoma: arrogancia, abundancia de pan y completa ociosidad tuvieron ella y sus hijas; pero no ayudaron al pobre ni al necesitado.” Incluso en el Nuevo Testamento, Hebreos 13:2 recomienda la hospitalidad porque “por ella algunos, sin saberlo, hospedaron ángeles,” y Jesús mismo asocia la destrucción de Sodoma únicamente a la falta de hospitalidad (Mat. 10:14–15; Lc 10:10–12). Al margen de las distorsiones que los intérpretes hayan añadido luego, los relatos de Sodoma y Jebús abordan fundamentalmente el trato apropiado a los extranjeros, no asuntos morales. De hecho, si se toman como lecciones sobre sexo, deberíamos preguntarnos entonces qué lección hay que extraer del trato de soborno sexual dado a las mujeres según el texto.
Pero incluso en el supuesto de que el relato de Sodoma tratara del sexo entre hombres, no trataría de la homosexualidad tal y como la hemos definido. Más bien describe la violación masculina, la cual no viene motivada necesariamente por el deseo homosexual. Expresa el hábito de muchas culturas antiguas de humillar al enemigo forzándole a “hacer de mujer.” Ciertamente, en este tipo de sexo no hay mutuo acuerdo y probablemente no agrade a ninguna de las partes. Los gays y las lesbianas de hoy condenan las conductas de este tipo tan vigorosamente como los heterosexuales. ¡Qué injusto, pues, aplicar hoy la condena (justa) de Sodoma a una actividad privada y consentida entre adultos del mismo sexo!

Levítico 18:22 y 20:13. Estos dos versículos, a primera vista, parece que describan la homosexualidad:

  No te acostarás con varón como los que se acuestan con mujer; es una abominación.
  Si alguno se acuesta con varón como los que se acuestan con mujer, los dos han cometido abominación; ciertamente han de morir. Su culpa de sangre sea sobre ellos.

Los revisionistas nos recuerdan, sin embargo, que dichos versículos se hallan dentro del comúnmente denominado Código de Santidad de Levítico 16–26, que exhorta al pueblo de Israel a abstenerse de las prácticas de las naciones colindantes. Hay en contextos similares toda una serie de referencias a la prostituta de culto, la femenina Kedeshá y la masculina kadesh. Como en los rituales del templo solamente participaban los hombres, el kadesh debía estar disponible para ser penetrado por los visitantes del templo. El Código de Santidad contempla, por tanto, la prostitución en asociación con la idolatría (por consiguiente, “abominación”), no la conducta homosexual consentida entre iguales. La versión King James traduce kadesh como “sodomita”, tipificando así el tratamiento impreciso que se ha venido dando a la tradición del Antiguo Testamento.
Notemos que en el Nuevo Testamento, Jesús mismo nunca condena la homosexualidad. El único pecado sexual que menciona es el adulterio (Mat. 5:27–30; Jn 8:1–11) y aún así, lo hace pensando primordialmente en condenar la hipocresía de la lujuria y las actitudes legalistas. Ciertamente no era su estilo el soltar en cualquier momento una lista de pasajes bíblicos que condenaran conductas.
Romanos 1:26–27. Con todo, Pablo ciertamente parece condenar la homosexualidad. En el contexto de un pronunciamiento general de condena a los gentiles por su idolatría, escribe:

  Por esta razón [la idolatría] Dios los entregó a pasiones degradantes; porque sus mujeres cambiaron la función natural por la que es contra naturaleza; y de la misma manera también los hombres, abandonando el uso natural de la mujer, se encendieron en su lujuria unos con otros, cometiendo hechos vergonzosos hombres con hombres, y recibiendo en sí mismos el castigo correspondiente a su extravío.

Algunos revisionistas interpretan este pasaje al margen de la condena de la homosexualidad. Hay que poner el escrito de Pablo en el contexto de su época, cuando las relaciones comúnmente practicadas entre personas del mismo sexo eran la pederastia (relaciones entre hombres y niños) y la prostitución. Se trataba de prácticas degradantes (v.26) porque eran injustas; en lo cual estaría de acuerdo la mayoría de homosexuales modernos. Otra posibilidad aquí es que Pablo esté condenando los actos homosexuales cometidos por personas aparentemente heterosexuales; es decir, por quienes están, de manera ocasional, contradiciendo su verdadera naturaleza. Sea cual sea la interpretación, queda claro que Pablo no tenía en mente la homosexualidad en el sentido moderno de la palabra. Sea cual sea la interpretación, lo que Pablo condena, de igual modo lo condenarían los homosexuales modernos.
Otra posibilidad es tomar Romanos 1:18–32 como una unidad, cuyo propósito no es comunicar la moralidad propia de Pablo, sino el pensamiento judío helénico (al estilo griego) sobre los gentiles para así preparar el ataque de Pablo a la hipocresía judía del capítulo siguiente. Si el pasaje funciona de esta manera, debemos ser cautos en dar por sentado que Pablo esté completamente de acuerdo con su contenido.
1 Corintios 6:9–10 y Timoteo 1:10. Estas listas de conductas inmorales incluyen palabras que, según los revisionistas, han sido erróneamente traducidas con referencia a la homosexualidad:

  ¿O no sabéis que los injustos no heredarán el reino de Dios? No os dejéis engañar: ni los inmorales, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los malakoi, ni los arsenokoitai, ni los ladrones, ni los avaros, ni los borrachos, ni los difamadores, ni los estafadores heredarán el reino de Dios.
  …para los inmorales, arsenokoitais, secuestradores, mentirosos, perjuros, y para cualquier otra cosa que es contraria a la sana doctrina…

La palabra arsenokoitai se compone de arseno (= masculino) y koite (= coito o cópula), pero una palabra no denota necesariamente la suma de sus partes (por ejemplo, comprender no significa “como aprender”); denota más bien lo que la gente hace que denote. El inconveniente es que desconocemos un uso de la palabra previo a 1 Corintios 6:9, con lo que las tradiciones humanas antihomosexuales pueden haber influido en posteriores traducciones o explicaciones. En consecuencia, tiene sentido interpretar los pasajes a la luz de las prácticas comunes de la época. Arsenokoitai combinada con malakoi (literalmente, “delicado”) puede referirse a los procuradores de prostitutos y a los prostitutos o, más concretamente, a los pederastas adultos y sus compañeros preadolescentes. Alternadamente, malakoi puede no tener nada que ver en absoluto con el sexo entre personas del mismo género, pero sí puede referirse a “masturbadores”. Arsenokoitai a solas puede referirse sencillamente a un “prostituto”. De nuevo, los traductores de la Biblia a menudo han interpretado injustificadamente estas palabras como referencias a la homosexualidad.
2 Pedro 2:6–7 y Judas 1:7. Estos textos hacen referencia a Sodoma bajo la influencia de la reacción judía contra la cultura griega, pero los revisionistas mantienen que no describen directamente prácticas homosexuales:

  … si condenó a la destrucción a las ciudades de Sodoma y Gomorra, reduciéndolas a cenizas, poniéndolas de ejemplo para los que habrían de vivir impíamente después; si rescató al justo Lot, abrumado por la conducta sensual de hombres libertinos …
  Así también Sodoma y Gomorra y las ciudades circunvecinas, a semejanza de aquéllos, puesto que ellas se corrompieron y siguieron carne extraña [literalmente, siguieron otra carne], son exhibidas como ejemplo al sufrir el castigo del fuego eterno.

En este caso el razonamiento es similar al aplicado a Génesis 19: la carga sexual de estos pasajes incluye la violación o, en el contexto del primer siglo después de Cristo, la pederastia y la prostitución. No es aplicable a la homosexualidad. La referencia de Judas 7 a “otra carne”es, de hecho, y probablemente una referencia al deseo de sexo con los ángeles, no los hombres, y está vinculado al extraño pasaje de Génesis 6 sobre los gigantes y el sexo entre humanos y ángeles.
Estos son, pues, los 9 pasajes bíblicos que supuestamente condenan la homosexualidad. Los revisionistas argumentan que al estudiarlos con esmero, en el contexto de la época en que fueron escritos, acaban condenando unas prácticas que los homosexuales modernos también condenarían. Debemos concluir que los juicios bíblicos contra las prácticas sexuales entre personas del mismo sexo no son relevantes en el debate actual sobre la homosexualidad; la Biblia “sencillamente no toca estos temas.”22


Argumento 2: Queda por demostrar la condena bíblica de la homosexualidad

Hay otro acercamiento a la afirmación de la homosexualidad que admite que las Escrituras prohíben la intimidad sexual entre personas del mismo sexo o, como mínimo, que las Escrituras dan por sentado que la heterosexualidad es la única opción aceptable. Sin embargo, los intentos de aplicar la Biblia a la época moderna suelen ser “heterosexistas” y deben ser corregidos prestando atención a temas más amplios de la misma Biblia.
La homosexualidad se puede afirmar bíblicamente por varias vías distintas, que podemos caracterizar en relación con el material bíblico por medio de las palabras implicación, expansión y corrección.
La implicación del mensaje bíblico permite afirmar la homosexualidad si se dejan de lado los intereses de la pureza ritual en favor de los valores evangélicos del amor y la liberación. Se puede trazar un desarrollo cronológico en esta dirección a través de las Escrituras. Los relatos de Sodoma y Jebús (y por extensión, 2 Pedro 2:6,7 y Judas 1:7), según dicha interpretación, son irrelevantes. El pasaje de Levítico prohíbe la intimidad entre personas del mismo sexo, pero es importante entender que lo hace en el contexto del Código de Santidad, incluyendo elementos de pureza ritual de los que el Evangelio ha liberado a los cristianos. En Romanos 1:26–27, al describir la homosexualidad, Pablo prefiere usar la terminología de impureza ritual a la de inmoralidad. Su público, los gentiles, debían conocer el pensamiento de Pablo lo suficientemente bien como para no asociar la homosexualidad con el pecado; se trata de algo sencillamente impuro, como comer bacon. En el siguiente capítulo, Pablo quiere sacar a relucir la hipocresía de los legalistas que hay entre su público y, por eso, busca como ejemplo una conducta que distinga a judíos de gentiles. Su verdadero mensaje lo encontramos en Romanos 14:14: “nada es inmundo en sí mismo.”
El Nuevo Testamento libera a los creyentes del constreñimiento de la pureza ritual (Mc 7; Hch 10) y redefine el pecado como “la intención de hacer daño.” Pablo condena la prostitución masculina (1 Co 6:9–10; 1 Ti 1:10) porque perjudica a otra persona, privándola de su propiedad sexual personal. Pero así como el Nuevo Testamento no perdona de forma explícita la homosexualidad, sí que siembra semillas de liberación de todas las restricciones legales sobre la sexualidad humana. La famosa fórmula bautismal de Pablo, Gálatas 3:28, advierte sobre el gobierno de la ley, los límites de la pureza: “No hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay hombre ni mujer; porque todos sois uno en Cristo Jesús [no hay gay ni heterosexual].”
La expansión del mensaje bíblico permite afirmar la homosexualidad extrayendo la sexualidad humana de las tradiciones ilógicas que la conectan con la reproducción y la complementariedad hombre-mujer. El sexo es mucho más que procreación, el placer sexual no se limita al coito y hay otras diferencias de género que son artificiales. Sin estas bases para la prohibición de relaciones entre personas del mismo sexo, debemos considerar con esmero cómo ha mejorado la vida de muchos homosexuales contemporáneos, que en esencia no es distinta de la de los heterosexuales.30 A la luz de su experiencia, debemos expandir nuestras categorías de relaciones amorosas tradicionales y preguntarnos simplemente: “¿Qué es un amor correcto, un buen amor?”
Una respuesta bíblica a esta pregunta acentuará diversos componentes, todos centrados en la calidad de la relación como base de la sexualidad. Primero, el amor debe ser autónomo; es decir, debe implicar consentimiento mutuo entre iguales.33 Segundo, debe ser constante; es decir, debe implicar algún tipo de compromiso entre las dos personas. Tercero, debe ser prolífico; es decir, debe nutrir a otras personas dentro y fuera de la relación.35 Podemos añadir otros componentes a esta lista, pero la cuestión es que los humanos en esencia son seres de compañía cuyas relaciones, homosexuales o heterosexuales, están gobernadas por los mismos principios bíblicos del amor.
Como la experiencia ha demostrado que los homosexuales disponen de la misma capacidad de disfrutar el compañerismo en todos los aspectos importantes, debemos ampliar nuestras definiciones de matrimonio para así incluirlos. El celibato, bíblicamente hablando, es un recurso temporal para unos cuantos espiritualmente dotados y no deberíamos forzar a todos los homosexuales a adoptarlo, privándoles de la descarga sexual y de la intimidad con otras personas.
La corrección del mensaje bíblico permite afirmar la homosexualidad aplicando el mensaje bíblico de liberación justamente a los pasajes problemáticos. En general, este acercamiento afirma que el relato del Éxodo es central en el mensaje bíblico. Las personas oprimidas, incluidos los homosexuales, ven su propia experiencia cuando leen los relatos bíblicos que ofrecen liberación a los proscritos sociales. Esta experiencia les permite corregir elementos injustos (y, por tanto, no cristianos) de la Biblia o de las interpretaciones tradicionales de la Biblia.
Hay una variante de este enfoque que encierra una lectura feminista de las Escrituras. Esta perspectiva empieza por el reconocimiento de que la sexualidad bíblica es patriarcal (dominada por el hombre), no enraizada en la biología humana, sino en la cultura humana. Si la Biblia no tiene que continuar siendo usada como medio de opresión, solamente las partes no sexistas y no opresoras de la interpretación bíblica pueden contar con la autoridad teológica de la Revelación.38 Los textos del Antiguo Testamento que condenan la homosexualidad son todos patriarcales y esa actitud se mantiene en los textos clave del Nuevo Testamento. Cuando Pablo dice en Romanos 1:26–27 que la intimidad sexual entre personas del mismo sexo va “contra la naturaleza”, está equiparando equivocadamente lo “natural” con un orden establecido que da por sentado el papel dominante y activo de los hombres. Condena las relaciones lesbianas porque sigue su patrón cultural y entiende que dicha actividad implica una apropiación de la masculinidad. Este “robo” de la superioridad masculina se corresponde con la desgracia de la pérdida de masculinidad por parte del hombre que es penetrado por otro. Sin embargo, la experiencia nos enseña que la homosexualidad pone en entredicho tales estereotipos de comportamiento entre géneros y, en cambio, incluye la simetría del placer mutuo. Esto es “natural” para algunas personas. Por lo tanto, podemos dejar de lado el supuesto paulino de asimetría sexual o de roles activos-pasivos. Podemos definir la sexualidad en términos de equidad y justicia.

Hay otra variante del acercamiento de la liberación que admite el patriarcado de las Escrituras, pero pone un mayor acento en la identificación entre los homosexuales y los pueblos oprimidos de la Biblia. Son los hijos de Israel quienes sufren en el Éxodo y quienes sientan el patrón del discipulado cristiano; no aquellos que controlan y excluyen en Levítico o Romanos. Jesús vino a liberar a los cautivos y los homosexuales se identifican como tales.40
Actuar como discípulos de Jesús, encarnar las implicaciones del Evangelio, es trabajar para la liberación; es decir, empuñar el poder en bien de la justicia de quienes han sido oprimidos. El poder ha permanecido demasiado tiempo en manos de opresores que han escrito las normas conforme a sus propios intereses. Han convertido a los homosexuales en proscritos y lo han hecho en el nombre de Dios, con lo cual han provocado una culpa y un temor que han conducido a muchos gays y lesbianas a la promiscuidad, el abuso de substancias, la depresión y el suicidio. Del mismo modo que en el caso de las minorías y de las mujeres, hay que darle un giro a la tuerca, el cual debe mantenerse en efecto durante un largo periodo de tiempo para que los valores del Reino puedan asentarse. Trabajar en este sentido es obedecer al Evangelio.


Sumario

Los acercamientos descritos se solapan en algunos aspectos y entran en conflicto en otros. Los expongo, sencillamente, para dar una idea al lector de la gama de opciones que se presentan dentro de la Iglesia, para justificar la revisión de la prohibición cristiana tradicional de la homosexualidad. Algunas denominaciones (Metropolitan Community Church, United Church of Christ) ya han adoptado en cierto modo una postura revisionista. Parece ser que hay otras denominaciones (Episcopal, United Methodist, Presbyterian Church [EEUU]) que también se están moviendo en esa dirección, ya que muchos de sus líderes y profesores de seminario intentan influir en la membresía general de la Iglesia, la cual suele ofrecer resistencia. Quedan otros grupos (la mayoría de los Bautistas, la Iglesia Católica Romana y los Pentecostales), que por razones diversas están a años luz de siquiera debatir el tema. Pero con el tiempo lo harán. La cuestión es ¿cómo lo harán?

Sea cual sea la fase del debate en que se halle una determinada denominación, el cristiano como individuo tiene la responsabilidad de pensar, evaluar los nuevos puntos de vista, discernir el bien del mal y lo verdadero de lo falso; así como de discrepar con respeto. Si ha leído hasta aquí, casi me atrevo a asegurar que usted es una persona preparada para asumir este riesgo. Después de la introducción a los acercamientos revisionistas, durante los siguientes capítulos le invito a considerar una respuesta entrelazada a la perspectiva cristiana sobre la moralidad homosexual.

 
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miércoles, 18 de marzo de 2015

Gays y lesbianas son usados actualmente por quienes practican la intimidad sexual con personas del mismo sexo

Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6



 
 
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                                  ACERCA DE MÍ, ACERCA DE TI


Sentado con la mirada fija en la pantalla del ordenador, busco palabras para presentar una cuestión moral; una cuestión tan importante que parece ir ocupando cada vez más el campo de batalla de todas las fuerzas que compiten por dar forma al mundo del siglo que viene. Sin embargo, lo que se me aparece no son palabras, sino caras. Y es que después de que los políticos, los consejos escolares y la Justicia hayan dado forma a la política pública, después de que las denominaciones hayan interpretado las Escrituras y las tradiciones, después de que los educadores, científicos y psicólogos hayan explicado el fenómeno, después de que los Medios lo hayan confeccionado todo para el consumo de masas; después de todo esto, las personas, de una en una, siguen deseando amar y ser amadas. Algunas buscan el amor entre personas de su mismo sexo.

Se trata de personas con rostro, personas con nombre, a menudo personas cristianas y, sea cual sea nuestra conclusión sobre el tema más general que representan sus historias, nunca debemos perder de vista su lucha individual, su dolor individual, sus rostros. Si desdeñamos los rostros, desdeñamos el Evangelio. El Evangelio es un medicamento poderoso, pero a fin de cuentas no administrado ni por dosis, ni por votos, ni por veredictos. Lo administra una sola mano temblorosa que sujeta una cuchara ante el dispuesto rostro de otra persona.

En mi mente veo a Jim: uno de mis mejores amigos de Secundaria, muy popular, un líder nato, todo un deportista, un joven comprometido con profundizar en la fe de su juventud. Compartimos el mismo apartamento de solteros durante unos meses al terminar la Universidad y pude observar a Jim sembrando avena silvestre con algunas amigas que pasaron allí la noche. Pero al cabo de menos de un año, cuando ya nos habíamos trasladado a costas opuestas del país, Jim me escribió inmerso en una gran confusión. Había recibido una beca de una prestigiosa escuela de Artes Escénicas y durante el primer año de su estancia allí, la amistad con el compañero de habitación había cobrado una dimensión sexual. Decidió volver a su tierra para aclarar las ideas y luego me escribió expresando lo mucho que agradecía mi carta, pero con el tiempo dejó de escribirme y se volvió a ir a la costa Este. Era el año 1980. Me pregunto si todavía sigue vivo y si todavía podríamos ser amigos.

Otro rostro que veo es el de Laura, una gran pensadora y una creyente comprometida con quien asistí a una universidad cristiana. Recientemente y, tras un lapso de tiempo de 15 años, me escribió diciendo que le gustaría asistir a uno de nuestros encuentros de ex - alumnos, pero que sabía que nunca iba a sentirse aceptada ahí con su pareja lesbiana. Ya en la Universidad había estado luchando en privado contra sus deseos de intimidad con otras mujeres, pero luego con el tiempo llegó a la conclusión de que sus deseos eran un don de Dios, no una tentación. Ahora debe vivir con la confusión de tener un pie en el mundo gay, que es ampliamente anticristiano, y el otro en el mundo cristiano, que es ampliamente antigay. Me pregunto de qué manera experimenta Laura la Justicia de Dios.

Y luego veo el rostro de Frank, un familiar que tuvo sus primeras experiencias sexuales de pequeño y con un miembro del clero de su propia iglesia. A Frank dichas experiencias le resultaron agradables. Ahora de adulto prefiere la intimidad sexual con los hombres y es un activista gay. Su bien intencionada familia cristiana quiere “odiar el pecado y amar al pecador”, pero lucha con el conflicto entre los valores de Frank y aquellos que quiere infundir en sus propios hijos. Frank, por su parte, lucha por mantener su lealtad a una familia que desaprueba lo que él percibe como su verdadera identidad. Me pregunto qué significa la familia para Frank.

Finalmente, veo el rostro de Bill, un estudiante de la universidad cristiana en que doy clases. Recientemente y, de manera anónima, escribió al periódico estudiantil acerca de su soledad. No piensa que esté bien meterse en una dinámica homosexual, pero entre sus colegas encuentra poca comprensión por esta lucha. Percibe que cuando otros estudiantes hablan abiertamente de sus tentaciones y fracasos heterosexuales, los demás los consideran modelos de vulnerabilidad dignos de apoyo y oración. Pero Bill se guarda dentro todas sus propias tentaciones y fracasos, pues teme que si los comparte, se convierta en un leproso social. Me pregunto quién tiene las manos de Jesús para tocarle.

Estos son algunos de los rostros que veo y algunas de las cosas que me pregunto cuando pienso en ellos. No pretendo que estas historias se tomen como representativas de la experiencia sexual en general; como tampoco pretendo arrancar un juicio positivo o negativo en torno al comportamiento de estos individuos. Sencillamente son personas que he conocido, algunos de los rostros que veo cuando pienso en todo este tema. Los describo por varias razones.


Autoridad, experiencia y yo

Al presentar las historias ya insinuaba que no se puede tratar un tema al margen de la experiencia humana. Nuestra experiencia es variada, compleja y cargada de emociones, por lo cual se puede caer en el peligro de lo demasiado general o abstracto. Desdichadamente, esto es algo que a menudo no parecen comprender aquellos que se hallan en el lado más conservador de la controversia que nos ocupa. Como consecuencia, los debates suelen enfrentar a gays y lesbianas, narrando su emotiva experiencia de haber superado la duda y la persecución, contra clérigos fríos y racionales, citando versículos sobre el pecado sexual y el juicio eterno. 

Quienes defienden un acercamiento objetivo no entienden el debate público, que lejos de buscar la verdad se convierte en un deporte de espectador. Nos guste o no, los espectadores reaccionan ante historias emotivas y animan al desvalido. Es más, dado que el valor reinante en la cultura moderna no es la verdad, sino la tolerancia, todo aquel que adopte una postura que desaprueba la conducta de otro está condenado a perder el debate.

¿Se trata, entonces, de alentar a ambas partes a que se limiten a intercambiar historias o argumentos y a dejar de actuar como si nada? No. La vida consiste tanto en Historia como en argumentación, tanto en experiencia como en autoridad. Las dos cosas deben entrar en diálogo, no en enfrentamiento. Es decir, las experiencias de personas reales deberían moderar nuestras abstracciones; al mismo tiempo, nuestras actividades deberían responder a autoridades más altas, tales como la Razón, la Familia, la Tradición y las Escrituras. Errar en una u otra dirección produce exactamente la misma fatua exigencia: “Yo lo sé mejor que tú”. La única diferencia es que quienes ponen a la experiencia contra la autoridad acentúan el “yo”, mientras que los que ponen a la autoridad contra la experiencia acentúan el “sé”. Ambos reivindican servir a la causa de Cristo. Ambos han perdido de vista el camino de Cristo.


Mi propia historia

¿Y quién soy yo para tocar este tema? Ya que acabo de explicar la importancia del diálogo entre la experiencia y la autoridad, haría bien en aplicarme el cuento y abrirme todo lo que pueda, explicar quién soy y por qué estoy escribiendo. ¿Qué puedo revelar de mi vida, mi rostro y de cualquier pretensión de experiencia que pueda ayudar al lector a apreciar la perspectiva de este libro?

En términos profesionales, estoy preparado para interpretar textos de la Antigüedad con orígenes cristianos y estoy especializado en la Ética del Nuevo Testamento. Obtuve un doctorado en la Universidad de Cambridge, ejerzo en la enseñanza y escribo en boletines académicos nacionales e internacionales, y también para editoriales (como este libro) cuyos lectores son primordialmente cristianos. Este libro ofrece parte de la investigación erudita más reciente en un formato accesible al público en general. También estoy publicando toda una colección de ensayos académicos sobre la homosexualidad con la participación de expertos en toda una serie de campos distintos.

En términos de sexualidad, represento a esa clase de gente responsable de la vasta mayoría de maldad sexual de hoy en el mundo: los varones heterosexuales. He sobrepasado mi propia cuota de maldad y necesito el perdón y la Gracia de Dios a diario para convertirme en el ser sexual que Dios desea. Jamás he deseado la intimidad sexual con otro hombre, ni jamás he recibido proposiciones ni he sido tratado más que con respeto por parte de los hombres gay que he conocido.

Al margen de la preocupación natural por que algún extremista pueda amenazarme a mí o a mi familia como venganza por haber expresado mi opinión públicamente, no pienso que tenga ninguna razón para temer a los gays y las lesbianas. Sin excepción alguna, mi experiencia es que los hombres gays y las mujeres lesbianas son de las personas más inteligentes, con más talento y más consideradas que he conocido. Sus deseos y prácticas sexuales difieren de las mías, pero ni me repulsan ni me siento amenazado por ellas. Sencillamente las desapruebo, del mismo modo que desapruebo algunos deseos y prácticas heterosexuales.

Por tanto, no me siento amenazado. ¿Cómo me siento, entonces? Pues la sensación de fastidio es la que me ha llevado a escribir este libro. Pero lo que me fastidia no son ni los gays ni las lesbianas, sino sus partidarios y detractores. Mi fastidio tiene dos vertientes. Empezó por fastidiarme el debate unilateral que se halla en los círculos académicos, en el cual se da una caracterización común de la postura cristiana tradicional sobre la homosexualidad como simplista y basada en el temor. Eso me condujo a investigar algunos de los temas por mi cuenta y la consiguiente labor académica desembocó en una serie de charlas para iglesias. Pero entonces me empezó a fastidiar la poca preparación de muchos cristianos para tratar este tema. 

La mayoría goza de un instinto moral conservador, pero desconoce casi por completo el punto de vista liberal, encuentra confusa la posible tensión entre Ciencia y Escrituras y habla de soluciones casi exclusivamente en términos políticos. Como resultado, suele adoptar una mentalidad de asedio y una sospecha de conspiración que, irónicamente, refleja como en un espejo todo aquello que detesta de la comunidad homosexual.

Ambas partes sienten frustración por no ser escuchadas, por no tener poder suficiente como para influir en la política pública, por no ganar enseguida. Pero ese desacuerdo degenera demasiado rápido en una batalla de etiquetas, la guerra cultural entre los Derechos Religiosos (que son todos “homófobos”) y la Agenda Homosexual (respaldada por el “humanismo secular”). A pesar de la verdad parcial que tales etiquetas representan, lo que de hecho hacen es socavar los esfuerzos de quienes las emplean. Aquellos que están en desacuerdo se alejan incluso más y la gente sabia que todavía no se ha decidido sospecha que, de donde hay etiquetas con intercambio de temores al acecho, solo se pueden esperar argumentos deshonestos.

Si quería ser de ayuda en esta volátil situación, primero debía preguntarme a quién iba a dirigir el libro. Haber elegido editor reducía, de alguna manera, el abanico de posibilidades, ya que InterVarsity Press sirve primordialmente a la comunidad cristiana de moral conservadora y de moderadamente a bien instruida. Esto quiere decir que no estoy escribiendo para convencer a la comunidad gay y lesbiana y sus partidarios, sino más bien para profundizar en la comprensión y sensibilidad de quienes cuestionan o desaprueban las prácticas homosexuales.

Pero incluso dentro de este mismo ámbito, escribo para muchos tipos diferentes de personas. A un amigo que ha vivido una larga y solitaria lucha por reconciliar su fe y sus deseos de intimidad sexual con alguien del mismo sexo. Al feligrés que jamás se ha preocupado por el tema y que se pregunta a qué viene todo esto, si la Biblia lo deja tan claro. Al profesional de la salud que trabaja con pacientes de SIDA. A la mujer inquieta que quiere fomentar un debate más a fondo en su iglesia. Al estudiante universitario con una fecha tope, que está desesperado por encontrar en una sola fuente toda la información que necesita sobre este tema. Al miembro de una familia cuyo ser querido le acaba de comunicar su orientación homosexual. Al médico, psicólogo o pastor que quiere salvar la distancia entre Ciencia y Teología. Al creyente que se está muriendo de SIDA.

Todas estas personas me están mirando por encima del hombro mientras escribo. Más rostros, más personas a quienes rendir cuentas con veracidad, claridad y honradez. Casi nada. ¡Que el lector extienda algo de gracia sobre mí en aquellos puntos en los que no dé la talla!

Aunque considero mi responsabilidad primordial fomentar una mayor comprensión y sensibilidad entre los cristianos de moral conservadora, espero también cumplir otro propósito para quienes estén en desacuerdo con mis conclusiones, es decir, demostrar la posibilidad de discrepar sin estupideces, sin odio y sin consignas. Discutan conmigo, pero no me coloquen dentro de una caja, no hagan de mí una caricatura para poder descartar mis conclusiones. Consiéntanme un rostro.


Un enfoque evangélico

Mi rostro es un rostro evangélico, y puede ser un rostro difícil de enfocar, sobre todo para quienes prefieren oponentes extremistas y predecibles. Los evangélicos suelen desafiar las suposiciones de la gente sobre los denominados Derechos Religiosos (“Religious Rights” en inglés, con referencia al movimiento conservador así denominado) y sus presuntas posturas sobre temas de actualidad. Hay algunos evangélicos activos en el liderato internacional de causas tradicionalmente “liberales” tales como la reforma en las prisiones, la reforma del sistema sanitario, la ayuda humanitaria y el desarrollo del Tercer Mundo. 

Muchos evangélicos disienten de las posturas evangélicas mayoritarias sobre el aborto, la violencia, la moralidad de la guerra, la mujer en el ministerio, la evolución, la crítica bíblica y la afiliación política. Ocurre que yo mismo mantengo posturas minoritarias en la mayoría de estos temas y me siento libre de hacerlo sin tener que asistir a una iglesia especial para discapacitados doctrinales. En lo que se refiere a la homosexualidad resulta que mantengo la postura de la mayoría, pero aun así no llamaría a mi postura “la postura cristiana”, ni siquiera “la postura evangélica”.

Si mis opiniones en torno a éste y otros temas no pueden inhabilitarme como evangélico, ¿qué es lo que me habilita para serlo? Si para empezar no hay una línea de pensamiento establecida, ¿cómo vas a formar parte de la misma? Preguntas difíciles de contestar. Los eruditos no llegan a ponerse de acuerdo en la definición de la palabra evangélico. Del mismo modo en que los términos Bible Belt y Midwestern tienen una relación muy frágil con la Geografía, el término evangélico representa también un desafío para los cartógrafos religiosos. El fenómeno abarca tal desconcertante diversidad de opiniones, denominaciones y grupos sociales, que cualquier intento de explicarlo o de dar ejemplos deja siempre a alguien pobremente representado.

Al no haber un cuerpo directivo que marque la distinción entre los de dentro y los de afuera, el evangelicalismo no puede describirse como un sistema con unos límites claramente definidos y hay que entenderlo en términos de unos principios centrales. En otras palabras, no se trata tanto de lo que se excluye como de lo que se afirma. (Algunos que ya se han cansado de la etiqueta preferirían llamarse “cristianos y nada más”, a lo que da pie el influyente libro de C.S. Lewis Cristianismo y nada más).

Mi esbozo de algunas afirmaciones evangélicas centrales tiene la intención de aclarar la perspectiva de este libro, sobre todo en contraste con el fundamentalismo tanto de la derecha como de la izquierda. También quiero dejar claro, desde el principio, que no se trata de un intento de abarcarlo todo, sino de describir aquellas afirmaciones que para mí dan un sentido particular a este tema.


El centro de todas las cosas

En primer lugar, el evangelicalismo afirma la centralidad de Jesús. Es más, Jesús es el hijo unigénito de Dios, que estuvo dispuesto a sufrir la muerte y luego vencerla a fin de liberar a todas las personas de las consecuencias de la rebelión humana contra Dios. Jesús es también, para algunos, un dispensador de sabiduría popular, un capitalista, un feminista, un instructor de líderes, un símbolo de vida en comunidad y un ejemplo de justicia social. Pero todos esos títulos representan, como mucho, adiciones, nunca substituciones de lo que, según la Biblia misma describe, y Jesús mismo afirma, es su rol primordial.

Mientras algunos trabajan para vestir a Jesús con el traje de seda de un tele-evangelista o con las ropas caquis de un revolucionario, la tarea más humilde y difícil es la de mantenernos leales a la verdad recibida hace dos mil años. Para estar seguros, en parte se trata de guardarnos de ciegos puntos culturales y de vacíos clichés religiosos. Sin embargo, la afirmación central acerca de Jesús seguirá siendo relevante mientras lo sigan siendo el sufrimiento, la muerte y el pecado; seguirá cambiando vidas mientras permanezcan la fe, la esperanza y el amor.


Las Escrituras y otras voces

La segunda afirmación del evangelicalismo, que acompaña a la primera, es la primacía y la finalidad de la autoridad de la Biblia en términos de fe y práctica. He escogido con detenimiento los términos primacía y finalidad. El significado es que las Escrituras son el primer y último lugar al que mirar cuando se busca una guía. Eso da lugar también a que se escuchen otras voces durante el proceso de interpretación y aplicación.

Con unos pocos ejemplos se puede demostrar lo positiva que es la aportación de otras tres voces importantes. La experiencia humana es un maestro importante, como podemos observar en el caso de las relaciones entre razas; tema sobre el que la Biblia no dice casi nada. Las tradiciones humanas producen un rico tapiz de patrones de adoración, devoción y gobierno de la Iglesia; pocos de los cuales ordena la Biblia de manera explícita. La Biblia nos dice que cuidemos a los enfermos y los necesitados y la Razón humana produce medicamentos, máquinas y programas que nos permiten implementar dicho cuidado.

Está claro que tanto la Experiencia, como la Tradición y la Razón tienen usos destructivos, pero lo que aquí nos interesa es que también tienen el potencial de contribuir a nuestro amor a Dios y al prójimo. La experiencia, la tradición y la razón participan de manera esencial en una misma conversación dirigida a aplicar las Escrituras en nuestras vidas. Decir que no tienen lugar, que la Biblia habla sola, es simplista y quizás engañoso; siempre hay una interpretación por en medio. Por otro lado, sugerir que la Experiencia, la Tradición y la Razón deberían pasar, o inevitablemente pasan, por encima de las Escrituras es perder legitimidad. En cualquiera de los extremos, y ambos están bien representados en el debate actual sobre la homosexualidad, el deseo de ejercer el poder supera al deseo de encontrar la verdad. Se pueden ganar batallas, pero el ganador queda lejos del Evangelio predicado y vivido por Jesús, el cual exige renunciar al poder en bien del amor.

Afirmar la primacía y finalidad de la autoridad bíblica nos ayuda a evitar que las Escrituras se conviertan en una herramienta manipulada, sea por la mano derecha o por la izquierda. Siempre lucharemos contra nuestra tendencia a manipular la Biblia y hoy luchamos con la ausencia de un método universalmente aceptado para encontrar la verdad. Solo nos podemos limitar a intentarlo, sopesando las voces que se oponen e intentando en primera y última instancia armonizarlas con la Palabra de Dios.


El contexto en la interpretación

Una tercera afirmación, que contribuye a concretar más la segunda, es que la tarea principal del estudio de la Biblia es buscar el significado pretendido por sus autores. Es cierto que cada lector lleva consigo un bagaje de cierta envergadura, que complica la tarea de leer (un idioma distinto, unos condicionantes culturales y una tendencia personal), pero también es cierto que los autores originales querían decir algo con sus palabras. Si queremos hacer justicia a las ideas de aquellos autores, sobre todo cuando se trata de un tema tan polémico, debemos ser responsables y aprender todo lo que podamos de sus idiomas, historia e imaginario colectivo. Solamente podremos valorar la vigencia de sus palabras si hemos intentado comprenderlas.

Limitarnos a darles nuestro propio significado denota vagancia y falta de interés, o ambas cosas a la vez. De nuevo, ambos tipos de fundamentalismo consienten esta conducta. Los de la derecha suelen ignorar las ambigüedades o el contexto histórico debido a la prisa por encontrar aplicaciones contemporáneas. Los de la izquierda echan mano justamente de esas ambigüedades y diferencias de contexto histórico para justificar la invención de sus propias aplicaciones.


La moralidad bíblica en nuestro mundo

En cuarto lugar, el evangelicalismo afirma la vigencia de la moralidad bíblica; lo que algunos llaman normatividad. Ciertamente, el mundo cambia y no podemos limitarnos a crear de nuevo códigos de conducta para todo. Al mismo tiempo, cada nueva generación no es libre de producir nuevos códigos de conducta, por muy iluminada que se considere a sí misma. La inspiración de las Escrituras y la rectitud generada por siglos de influencia nos sugieren que los valores bíblicos son duraderos. Deberíamos resistirnos a jugar con la moralidad de la Biblia a menos que se haga con todas las de la ley.

En raras ocasiones se da el caso. Por ejemplo, la repetida prohibición bíblica de la usura (cobrar intereses) fue algo normativo hasta épocas bastante recientes, debido a que en las economías simples, el dinero prestado con intereses, a menudo a unas tasas altísimas, tan solo enriquecía a los prestamistas privados. En una economía compleja, sin embargo, el sistema de intereses beneficia más a la gente que al prestamista, quien a su vez suele ser una institución cuya tasa de interés queda bajo el control de los reglamentos y la competencia. El cambio de coyuntura ha desembocado con el tiempo en una nueva manera de entender la prohibición bíblica. En estos casos, la experiencia, la tradición y la razón pueden todas ellas contribuir a una nueva valoración de un mandamiento bíblico en concreto, pero en tal evaluación se debe proceder con extrema cautela.

La unidad de la Biblia

Una quinta afirmación evangélica es que la Biblia es una unidad, en el sentido de que está inspirada por el Espíritu de Dios. Esto no significa que sus palabras de alguna manera se hayan desplomado desde el Cielo; son palabras totalmente humanas. Tampoco las palabras dicen siempre lo mismo sobre el mismo tema. Algunas ideas acerca de los comportamientos buenos y malos cambian con el tiempo dentro de las Escrituras (algunos llaman a esto “revelación progresiva”) y algunos temas tienen varias respuestas.

En cuanto al tema de la riqueza y las posesiones, por ejemplo, vamos desde el respaldo material de Dios a los patriarcas del Antiguo Testamento y de los consejos profesionales de los Proverbios, hasta la renuncia radical exigida por Jesús, pasando por la puesta en común de las posesiones en el libro de los Hechos, el apoyo misionero pedido por Pablo y llegando a Santiago y el Apocalipsis con más crítica social; y, por fin, las calles de oro. ¿Dónde está la unidad? El fundamentalista de la derecha puede seleccionar textos del Antiguo Testamento sobre las bendiciones materiales y el diezmo, espiritualizando otros textos más amenazadores. El fundamentalista de la izquierda puede convertir a los profetas y a Jesús en prototipos de socialistas y descartar textos por considerarlos culturalmente condicionados.

Pero mirar los textos que no nos gustan a través de la lente de los que sí nos gustan es una visión demasiado simple y descaradamente interesada. Cuando la Biblia nos ofrece diversidad, deberíamos considerar como alternativa el desarrollo y unas respuestas distintas para situaciones distintas o personas distintas. En algunos casos, unificar principios (en el caso que acabo de citar, la justicia y la dependencia de Dios) puede resultar más importante que cualquier situación concreta descrita en la Biblia. La búsqueda de la unidad a veces es difícil, pero fluye de la convicción de que ese mismo Dios inmutable inspira toda la Biblia y nos invita a encontrar algo de su carácter en cada página.

El cuidado de Dios y el juicio de Dios

En sexto lugar, los evangélicos afirman que el mundo se halla, al mismo tiempo, bajo el cuidado de Dios y bajo el juicio de Dios. Esto implica que la cultura contemporánea, el orden mundial o como queramos llamar a “lo que ocurre ahí afuera” nos puede ofrecer oportunidades de aprender, pero también oportunidades de confrontación.

No debemos dar por sentado que todo cambio es degeneración y quedarnos en un circuito cerrado; pero tampoco debemos dar por sentado que todo cambio es progreso y apuntarnos a un bombardeo. Los temas morales que las épocas de cambio nos presentan son difíciles de evaluar sin el beneficio de la retrospectiva. ¿Han aprendido los cristianos durante las últimas décadas que divorciarse y volverse a casar es un camino aceptable de crecimiento para algunas personas, o es que hemos racionalizado nuestra propia participación en el declive de la familia? ¿Son las nuevas oportunidades de liderazgo que la Iglesia da a la mujer resultado del movimiento del Espíritu de Dios o resultado de la presión del espíritu de nuestro tiempo?

Presento estos ejemplos no porque lleven una respuesta implícita, sino para demostrar la ambivalencia y la confusión que los evangélicos suelen sentir cuando intentan mirar de manera crítica en dos direcciones a la vez. Un cínico sugirió que los fundamentalistas son aquellos que hablan como si odiaran al mundo y actúan como si odiaran al mundo; los liberales son aquellos que hablan como si amaran al mundo y actúan como si amaran al mundo; los evangélicos son aquellos que hablan como si odiaran al mundo y actúan como si amaran al mundo. Se trata de un zapato feo si encaja, pero el desafío sigue siendo andar, por muy mal calzados que vayamos, por un mundo que Dios trabaja por redimir y promete, a la vez, destruir.

La imagen de Dios
Una séptima afirmación del evangelicalismo es que las personas importamos, de una en una, puesto que somos entes físicos y espirituales. Los evangélicos comparten con los fundamentalistas el derecho y el interés por la evangelización mundial y la influencia política. Con los fundamentalistas de la izquierda comparten el interés por la responsabilidad social y la sensibilidad hacia las diversas culturas y tradiciones. Pero a fin de cuentas un evangélico no es tan solo una persona que está de acuerdo con Billy Graham, sino una persona que invita a su vecino a asistir a una campaña de Billy Graham con vistas a que dicha persona se convierta. De hecho, un evangélico no es el que se limita a aprobar la labor de la Madre Teresa, sino aquel que se apunta a un equipo de misión médica para ir a un país en vías de desarrollo.

El Evangelio va de individuos con almas eternas y de un Dios a quien deberemos rendir cuentas de la manera en que las hemos tratado, de una en una. Los sistemas sociales y las estructuras políticas son importantes, pero secundarios. Las etiquetas que usamos para identificar a una persona en particular (negro, con estudios, gay, mujer, republicano) son importantes, pero secundarias. Lo primordial es que cada persona es una criatura eterna por quien Jesús murió y Dios desea que ande “como es digno del Señor, agradándole en todo, dando fruto en toda buena obra y creciendo en el conocimiento de Dios” (Col. 1:10).

Como esto es verdad, la Biblia encomienda a los cristianos que sean personas apacibles, pero con convicciones, que se rindan cuentas unos a otros y que amen con tenacidad. Cuando los evangélicos adoptan una postura sobre un tema moral, la izquierda puede acusarles de falta de amor; cuando adoptan una postura con humildad y respeto, la derecha los puede acusar de insuficiente firmeza.

Quizás nos sirva de consuelo pensar que Jesús fue crucificado cuando las personas defraudadas por su negativa a ser rey le entregaron a los romanos, acusándole de que decía serlo. Ninguno de los grupos comprendió que su mofa, la túnica y la corona de espinas, eran etiquetas que transformaron la cruz en un trono. He aquí un Dios de la alta comedia, un Dios de paradoja. Es difícil que la cultura contemporánea de persecución, en la que los fundamentalistas de la derecha y de la izquierda gimotean en armonía, pueda comprender a un Dios que abraza esa persecución para redimir a las personas, de una en una.

La organización del estudio

De nuevo, el esquema previo de afirmaciones evangélicas no define el evangelicalismo. Hay otras afirmaciones quizás más distintivas y no menos centrales que éstas. Lo que intento aquí es, sencillamente, bosquejar unos rasgos que sirvan de introducción a la perspectiva de este libro.

Esta perspectiva dicta la secuencia. Partiré de un tratamiento detallado de textos bíblicos relevantes para, después, pasar a la consideración de cómo aplicarlos, luego pasaré a las implicaciones médicas y los descubrimientos psicológicos y luego a una carta personal dirigida a un amigo ficticio (que es, de hecho, una combinación de varios amigos no ficticios). Las notas finales permitirán a los lectores interesados hacer por su cuenta un seguimiento de la erudición reciente


Elección de términos
Se ha dedicado una gran cantidad de espacio a la identidad del lector y a la identidad del escritor, pero debo sentar ciertos fundamentos finales respecto al tema. El lector puede haber notado que hasta este momento he ido alternando los términos homosexual, gays, lesbianas e intimidad sexual con personas del mismo sexo. Justificar la elección de estos términos exigiría escribir otro libro dedicado exclusivamente a eso.

Un problema es que algunos hombres gay y lesbianas consideran el término homosexual como un término clínico usado originalmente por los psicólogos alemanes con el sentido de enfermedad en contraste con la heterosexualidad “sana” y “normal”. Por otro lado, hay gente que desaprueba la intimidad con personas del mismo sexo y a quienes no les gusta esta definición porque parece otorgar legitimidad a la práctica o a la orientación a través de una etiqueta “respetable”; después de todo, no dignificamos a la gente promiscua llamándoles “polisexuales”. Otros consideran que se trata de un término simplista, porque al igual que “heterosexual”, lleva implícitas dos opciones y no contempla una gama más amplia.

Tanto entre defensores y detractores de la intimidad con personas del mismo sexo, todavía hay quienes niegan que la “orientación” sea un concepto válido o que la intimidad con personas del mismo sexo en otros tiempos significara lo que ahora significa para nosotros; entonces, ¿por qué utilizar un término como homosexual que implica tanto orientación como continuidad histórica? ¿O deberíamos acuñar un nuevo término como homosexo para referirnos a esa actividad sin hacer referencia a la orientación? ¿No sería todavía más confuso añadir un término más a lista de opciones?

Gays y lesbianas es la terminología preferida actualmente por quienes practican la intimidad sexual con personas del mismo sexo, pero quizás no dure mucho. Los activistas más militantes ahora prefieren llamarse a sí mismos maricas, alegando que ese término de ridiculización, si es usado por ellos mismos, despoja de poder a quienes les persiguen. A propósito, el término gay fue acuñado a mediados del siglo veinte por ellos mismos con la intención de combatir el estereotipo de homosexual deprimido y solitario (Gay en inglés significa alegre).

Los términos gay, lesbiana e intimidad con personas del mismo sexo comparten dos desventajas: son sintácticamente engorrosos para el escritor y, más en serio, nos crean el problema inverso al del término homosexual, no denotando nada acerca de la orientación. ¿Preguntamos si una persona ha querido tener intimidad sexual con personas del mismo sexo desde su nacimiento?

No hay solución que complazca a todas las partes, así que lo mejor que puedo hacer es vigilar que mi elección de términos en un contexto dado no desvíe el argumento en una dirección concreta. En la mayoría de los casos voy a emplear homosexual y homosexualidad, son conocidos y de sintáctica fácil; con el previo reconocimiento de que son términos controvertidos para según quien.

 
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