jueves, 19 de marzo de 2015

Actuar como cristianos, encarnar las implicaciones del Evangelio, es trabajar para la liberación: Empuñar el poder en bien de los oprimidos

Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6


 
 
Tipo de Archivo: PDF | Tamaño: MBytes | Idioma: Spanish | Categoría: Capacitación Ministerial
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¿A QUÉ VIENE TANTO ALBOROTO?


Un conocido del trabajo, o bien un vecino, viene y te dice: “Tú eres una persona religiosa, dime ¿qué piensas de todo este asunto de la homosexualidad?”
Respondes: “Bueno, pienso que la Biblia deja bastante claro que una actividad de este tipo es inapropiada.”
Te piensas que has dicho algo sencillo, que expresa tu creencia en la autoridad de las Escrituras. Sin embargo, lo que la otra persona escucha puede ser algo completamente distinto. Hoy en día a mucha gente le suena como si hubieras dicho: “Bueno, pienso que la Biblia deja bastante claro que las personas de piel clara son superiores a las personas de piel oscura.”
¿Por qué? Porque, para cada vez más gente, la sexualidad ya no es cuestión de moralidad, sino de de derechos civiles.


La cultura de la tolerancia

¿Cómo se ha dado este giro de moralidad a derechos civiles y por qué ha resultado tan convincente? En términos más amplios, consideraremos la evolución de la cultura occidental y, en concreto, la americana. Se empieza con la afirmación de que todas las personas han sido creadas iguales y se sigue con el principio según el cual el Estado no debe gobernar en materia de conciencia personal. Implicación: el Estado debería proteger la privacidad. Pero entonces, y aquí llega la llaga, si vas eliminando poco a poco la noción de un criterio universal para evaluar la conducta (la tradición judeocristiana), al final cada cual tiene que evaluar su propio comportamiento, que será siempre igual de moral que otros, puesto que será igual de legal. La otra cara de la moneda es que, expresar intolerancia se convierte en inmoral y, de hecho, podría llegar a ser ilegal; entendiendo por intolerancia todo aquello que pueda llegar a desafiar una conducta u opinión legalmente protegida.
Detrás de la mayoría de los temas de actualidad se halla la confusión entre lo que es legal y lo que es moral, así como la emergencia de la tolerancia como virtud suprema. La mejor crítica breve de la situación actual que he encontrado es el discurso de inauguración que dio Aleksandr Solzhenitsyn en Harvard en el año 1978. Pero el problema de perder el equilibrio entre derechos y obligaciones no es nuevo. Platón predijo que la democracia se desmoronaría, abriendo camino a la dictadura, porque una mayoría enloquecida convertiría la libertad en libertinaje (República 562–65). Y, mirando todavía más hacia atrás, el libro bíblico de los Jueces se lamenta de un periodo de caos en el que “cada uno hacía lo que le parecía bien” (Jueces 21:25) en lugar de “lo justo ante los ojos del Señor” (Éx. 15:26; Deut. 13:18). Así que las particularidades cambian, pero no el problema subyacente. Dios está muerto, pero larga vida a Dios, porque ahora Dios somos nosotros.


¿Minorías, mujeres… y homosexuales?

En este clima cultural de confusión, durante las últimas décadas se ha legislado considerablemente a favor de los derechos civiles de las minorías y de las mujeres. Casi nadie discute hoy en día que el color de la piel o el sexo tengan que determinar el lugar en que uno vive, el puesto de trabajo que ocupa y el salario que cobra. ¿No es la elección de pareja sexual igualmente irrelevante a efectos económicos? Al argumento de que los homosexuales suelen estar mejor situados que la población en general, la respuesta es que quizás lo estarían todavía más si se les tratara con equidad, y que hay otros tipos de maltrato aparte de la discriminación económica.
Pero el asunto clave, en lo referente a derechos civiles, es el tema de la elección. ¿Es la homosexualidad algo que uno es, como el ser negro, anciano, minusválido o mujer? ¿O es algo que uno hace, como el adulterio, la poligamia o el incesto? Aquellos que practican estas últimas conductas han sido ciertamente discriminados, económicamente y de otras maneras, pero no están respaldados por el movimiento de derechos civiles.
En el caso de la homosexualidad, la diferencia radica en la percepción pública de la inevitabilidad del comportamiento. Tratándose de sexo, ¿sobre qué base decidimos qué es inevitable y qué no lo es? Cuando un hombre hace un comentario descortés o comete adulterio, algunos se encogen de hombros y dicen: “los hombres son así.” Otros piensan que la masturbación y las caricias son cosas de la adolescencia. Pero cuando un adulto induce al sexo a un menor no decimos: “Déjalo, él es así y ya está”. ¿Es el homosexual “así y ya está”? ¿Significa esto que deberíamos ampliar a los homosexuales los mismos derechos civiles, incluso las acciones afirmativas, que a las minorías y a las mujeres?
Entremos, pues, en el debate “naturaleza o entorno” que trataré con profundidad en el capítulo 7. Por ahora, lo importante es únicamente comprender que la tolerancia pública aumenta drásticamente cuando las personas están convencidas de que el deseo de intimidad con una persona del mismo sexo tiene un origen biológico. Aunque, hasta la fecha, la mayoría de los científicos discutan todavía sobre la precisión y relevancia de la investigación; aunque muy pocos expertos en homosexualidad limiten la causalidad a factores biológicos; aunque la misma comunidad homosexual esté dividida al respecto; aún así, los Medios de Comunicación presentan con insistencia la visión, a la que el público se adhiere cada vez más, de que los homosexuales nacen, no se hacen. Si nacen así, y experimentan una opresión similar a la de otras minorías y a las mujeres, entonces debemos aceptarlo, incluso alegrarnos de igual manera.
Es simplista, y contraproducente en el debate moral, atribuir la imagen de la homosexualidad como algo biológico a una conspiración de los activistas homosexuales y de los liberales que dominan los medios. Lo más importante es entender de qué manera influye este retrato sobre la opinión pública. Aquí entran en juego, por lo menos, dos factores. Uno es el mito popular de que la Ciencia trata solamente con verdades objetivas y absolutas; cosas reales que si las pones en un hornillo y las calientas, crecen. En cambio, los teólogos y moralistas son personajes patéticos que discuten sin cesar sobre vagas abstracciones. Podemos hacerlos entrar en el debate para darle color y un toque cómico, pero todo el mundo sabe de dónde viene la verdad. La vestidura sacerdotal de nuestra época es ahora la bata blanca de laboratorio.
El segundo factor que entra en juego para modificar la opinión pública es la simplificación de los temas para el consumo de masas, sobre todo en la televisión. No es fácil “recorrer el mundo en 30 minutos” (como muestra un canal), deportes y Hollywood incluidos. Pocas personas tienen paciencia para una presentación minuciosa de un tema complejo, aunque se les ofrezca. En cambio, los noticieros consiguen mantener vivo el interés a fuerza de presentar las posturas extremas de los asuntos, valorando las afirmaciones como cortes de sonido.
Entonces, cuando aparece un nuevo estudio que propone, digamos, que los gemelos son propensos a una misma orientación sexual, el resultado televisado es previsible. Un torpe resumen de la investigación en 10 segundos, seguido de la imagen de un científico que nos dice: “estamos entusiasmados con las posibilidades que conlleva este nuevo descubrimiento”. De vuelta al plató, el presentador nos informa de que “la comunidad gay ha reaccionado de manera entusiasta ante la noticia” y presenta al líder de una iniciativa política que proclama: “Esto nos confirma algo que siempre habíamos sabido, que la sexualidad forma parte de nuestro ser”. Finalmente, sale un fundamentalista enfadado, afirmando que “se trata de mentiras perpetuadas por los pecaminosos siervos de Sodoma.” Todo eso en cuestión de 30 segundos, y de ahí se nos traslada a Bosnia, a Michael Jackson o a un anuncio de un coche de juguete que habla.
Esté calculado o no, esta manera de informar tiene un poderoso efecto de acumulación. Crea la impresión de que la Ciencia está al servicio de la causa de los derechos civiles contra la intransigencia de la religión tradicional.
Por eso, al vecino o compañero de trabajo no le extraña, incluso le puede ofender, que el cristiano se base en la Biblia para desaprobar la homosexualidad. Pero esto es solo un problema. Lo que puede sorprender a muchos lectores y, de hecho es el enfoque de este libro, no es el debate sobre la homosexualidad entre cristianos y seculares, sino el debate sobre la homosexualidad entre cristianos y cristianos.


El rabino invisible

Como profesor de universidad reconozco que los estudiantes son un público cautivo, susceptible de ser manipulado por profesores inseguros y sin escrúpulos que presentan visiones opuestas solamente para abatirles con argumentos superficiales y el ridículo. Yo no me puedo escapar del todo de la tendenciosidad, pero puedo formular mis opiniones abiertamente y puedo intentar ser justo con quienes discrepo y no están en mi clase para defender sus posturas. Por ejemplo, cuando hablo de los fariseos, aquellos notables opositores a Jesús de los Evangelios, explico su pasión por el estudio de las Escrituras, su celo por la santidad de Dios y su deseo de encontrar maneras prácticas de encarnar los caminos de Dios. Entonces, y solo entonces, paso a describir los puntos de conflicto con las enseñanzas de Jesús. Me gusta imaginarme que, al fondo del aula, hay un rabino judío ortodoxo, un descendiente religioso de los fariseos, sentado y con un dedo en el botón de power de mi micro. Durante una de esas clases, mientras el rabino daba cabezadas (espero que no fuera de aburrimiento), un alumno me interrumpió: “Oiga, parece que esté de parte de los fariseos.” Lo dijo en tono de crítica, pero yo me sentí muy halagado.
Los fariseos ya no existen y no conozco a ningún rabino ortodoxo, así que tengo que hacer un gran esfuerzo de imaginación. Pero sí conozco a algunos homosexuales, personas con cara y ojos y, por respeto a ellos, quiero hacer justicia a los argumentos en favor de la práctica homosexual. Por tanto, a partir del párrafo siguiente y hasta el final del capítulo voy a dar un paso más en el principio que rige mis clases. Voy a escribir desde el punto de vista con el que discrepo, intentando convencer al lector de que la práctica homosexual es aceptable desde el punto de vista cristiano.
Los argumentos que esgrimo proceden íntegramente de libros y artículos escritos por eruditos cristianos. No voy a atiborrar el texto con los nombres y los títulos de los libros; el lector puede acceder a las fuentes por medio de las notas. En los siguientes capítulos de este libro, en que repasaré y responderé a los argumentos que aquí presento, me referiré a éstos como argumentos “revisionistas” y a sus autores como “revisionistas”; es decir, que abogan por revisar la postura cristiana tradicional y así poder afirmar la práctica homosexual.


Argumento 1: La Biblia no condena la homosexualidad

La homosexualidad es el deseo y el fenómeno de comportamiento sexual entre personas del mismo sexo. Las palabras deseo y entre implican una conducta de mutuo consentimiento entre adultos. La Biblia afirma la heterosexualidad sin género de duda, pero ¿condena la homosexualidad de hoy en día? Según los revisionistas, si lo estudiamos más a fondo, resulta que el puñado de textos que supuestamente condenan la homosexualidad, de hecho están describiendo actividades que los homosexuales de hoy también condenarían.
Génesis 19:1–8 y Jueces 19:16–30. El primero de estos textos es el famoso relato de Sodoma; el segundo es un texto paralelo menos conocido. En el relato de Sodoma, una noche Lot da refugio a dos ángeles:

  Aún no se habían acostado, cuando los hombres de la ciudad, los hombres de Sodoma, rodearon la casa, tanto jóvenes como viejos, todo el pueblo sin excepción. Y llamaron a Lot, y le dijeron: ¿Dónde están los hombres que vinieron a ti esta noche? Sácalos para que los conozcamos. Entonces Lot salió a ellos a la entrada, y cerró la puerta tras sí, y dijo: Hermanos míos, os ruego que no obréis perversamente. He aquí ahora tengo dos hijas que no han conocido varón; permitidme sacarlas a vosotros y haced con ellas como mejor os parezca; pero no hagáis nada a estos hombres, pues se han amparado bajo mi techo. (vv. 4–8)

En Jueces, un hombre de Jebús acoge a un extranjero por una noche:

  Mientras ellos se alegraban, he aquí, los hombres de la ciudad, hombres perversos, rodearon la casa; y golpeando la puerta, hablaron al dueño de la casa, al anciano, diciendo: Saca al hombre que entró en tu casa para que tengamos relaciones con él. Entonces el hombre, el dueño de la casa, salió a ellos y les dijo: No, hermanos míos, no os portéis tan vilmente; puesto que este hombre ha entrado en mi casa, no cometáis esta infamia. Aquí está mi hija virgen y la concubina de él. Permitidme que las saque para que abuséis de ellas y hagáis con ellas lo que queráis, pero no cometáis semejante infamia contra este hombre. (vv. 22–24)

En la historia judía y cristiana, este relato de Sodoma, en particular, fue adquiriendo vida propia, y la palabra inglesa ‘sodomy’ se ha aplicado a toda una variedad de prácticas sexuales, tanto entre heterosexuales como entre homosexuales; sobre todo con referencia al sexo anal y oral. Sin embargo, el evento en su origen no implicó práctica sexual alguna de hombre a hombre. La palabra hebrea yadá’, traducida en Génesis 19:5 como “conocer” y en Jueces 19:22 como “tener relaciones”, solamente se usa en sentido de coito 10 veces de los cientos en que aparece en el Antiguo Testamento. Para entender su significado en este caso, debemos tener en cuenta el hecho de que Lot era un extraño en aquella ciudad (como lo era el “anciano” del relato de Jebús (Jueces 19:16) y se hallaba bajo sospecha de albergar a traidores. Cuando se nos dice que los hombres de la ciudad querían “conocer” a los visitantes, deberíamos entender que querían interrogarles. Como eso hubiera sido un quebrantamiento de la hospitalidad, el huésped de ambos relatos ofrece a sus mujeres para proteger a sus visitantes. El lector moderno encuentra espantoso dicho comportamiento, pero se debe a que valora menos la hospitalidad, o más a las mujeres, que la gente del antiguo Oriente Próximo. Así que el pecado de Sodoma en este caso fue la falta de hospitalidad.
Así lo afirma el contexto circundante; como lo hacen más tarde otras referencias bíblicas, hasta los alrededores del siglo II a.C., cuando y como reacción a la homosexualidad predominante en la cultura griega, algunos judíos empezaron a reinterpretar el relato de Sodoma en términos de maldad general. Ezequiel 16:49 es más específico: “He aquí, ésta fue la iniquidad de tu hermana Sodoma: arrogancia, abundancia de pan y completa ociosidad tuvieron ella y sus hijas; pero no ayudaron al pobre ni al necesitado.” Incluso en el Nuevo Testamento, Hebreos 13:2 recomienda la hospitalidad porque “por ella algunos, sin saberlo, hospedaron ángeles,” y Jesús mismo asocia la destrucción de Sodoma únicamente a la falta de hospitalidad (Mat. 10:14–15; Lc 10:10–12). Al margen de las distorsiones que los intérpretes hayan añadido luego, los relatos de Sodoma y Jebús abordan fundamentalmente el trato apropiado a los extranjeros, no asuntos morales. De hecho, si se toman como lecciones sobre sexo, deberíamos preguntarnos entonces qué lección hay que extraer del trato de soborno sexual dado a las mujeres según el texto.
Pero incluso en el supuesto de que el relato de Sodoma tratara del sexo entre hombres, no trataría de la homosexualidad tal y como la hemos definido. Más bien describe la violación masculina, la cual no viene motivada necesariamente por el deseo homosexual. Expresa el hábito de muchas culturas antiguas de humillar al enemigo forzándole a “hacer de mujer.” Ciertamente, en este tipo de sexo no hay mutuo acuerdo y probablemente no agrade a ninguna de las partes. Los gays y las lesbianas de hoy condenan las conductas de este tipo tan vigorosamente como los heterosexuales. ¡Qué injusto, pues, aplicar hoy la condena (justa) de Sodoma a una actividad privada y consentida entre adultos del mismo sexo!

Levítico 18:22 y 20:13. Estos dos versículos, a primera vista, parece que describan la homosexualidad:

  No te acostarás con varón como los que se acuestan con mujer; es una abominación.
  Si alguno se acuesta con varón como los que se acuestan con mujer, los dos han cometido abominación; ciertamente han de morir. Su culpa de sangre sea sobre ellos.

Los revisionistas nos recuerdan, sin embargo, que dichos versículos se hallan dentro del comúnmente denominado Código de Santidad de Levítico 16–26, que exhorta al pueblo de Israel a abstenerse de las prácticas de las naciones colindantes. Hay en contextos similares toda una serie de referencias a la prostituta de culto, la femenina Kedeshá y la masculina kadesh. Como en los rituales del templo solamente participaban los hombres, el kadesh debía estar disponible para ser penetrado por los visitantes del templo. El Código de Santidad contempla, por tanto, la prostitución en asociación con la idolatría (por consiguiente, “abominación”), no la conducta homosexual consentida entre iguales. La versión King James traduce kadesh como “sodomita”, tipificando así el tratamiento impreciso que se ha venido dando a la tradición del Antiguo Testamento.
Notemos que en el Nuevo Testamento, Jesús mismo nunca condena la homosexualidad. El único pecado sexual que menciona es el adulterio (Mat. 5:27–30; Jn 8:1–11) y aún así, lo hace pensando primordialmente en condenar la hipocresía de la lujuria y las actitudes legalistas. Ciertamente no era su estilo el soltar en cualquier momento una lista de pasajes bíblicos que condenaran conductas.
Romanos 1:26–27. Con todo, Pablo ciertamente parece condenar la homosexualidad. En el contexto de un pronunciamiento general de condena a los gentiles por su idolatría, escribe:

  Por esta razón [la idolatría] Dios los entregó a pasiones degradantes; porque sus mujeres cambiaron la función natural por la que es contra naturaleza; y de la misma manera también los hombres, abandonando el uso natural de la mujer, se encendieron en su lujuria unos con otros, cometiendo hechos vergonzosos hombres con hombres, y recibiendo en sí mismos el castigo correspondiente a su extravío.

Algunos revisionistas interpretan este pasaje al margen de la condena de la homosexualidad. Hay que poner el escrito de Pablo en el contexto de su época, cuando las relaciones comúnmente practicadas entre personas del mismo sexo eran la pederastia (relaciones entre hombres y niños) y la prostitución. Se trataba de prácticas degradantes (v.26) porque eran injustas; en lo cual estaría de acuerdo la mayoría de homosexuales modernos. Otra posibilidad aquí es que Pablo esté condenando los actos homosexuales cometidos por personas aparentemente heterosexuales; es decir, por quienes están, de manera ocasional, contradiciendo su verdadera naturaleza. Sea cual sea la interpretación, queda claro que Pablo no tenía en mente la homosexualidad en el sentido moderno de la palabra. Sea cual sea la interpretación, lo que Pablo condena, de igual modo lo condenarían los homosexuales modernos.
Otra posibilidad es tomar Romanos 1:18–32 como una unidad, cuyo propósito no es comunicar la moralidad propia de Pablo, sino el pensamiento judío helénico (al estilo griego) sobre los gentiles para así preparar el ataque de Pablo a la hipocresía judía del capítulo siguiente. Si el pasaje funciona de esta manera, debemos ser cautos en dar por sentado que Pablo esté completamente de acuerdo con su contenido.
1 Corintios 6:9–10 y Timoteo 1:10. Estas listas de conductas inmorales incluyen palabras que, según los revisionistas, han sido erróneamente traducidas con referencia a la homosexualidad:

  ¿O no sabéis que los injustos no heredarán el reino de Dios? No os dejéis engañar: ni los inmorales, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los malakoi, ni los arsenokoitai, ni los ladrones, ni los avaros, ni los borrachos, ni los difamadores, ni los estafadores heredarán el reino de Dios.
  …para los inmorales, arsenokoitais, secuestradores, mentirosos, perjuros, y para cualquier otra cosa que es contraria a la sana doctrina…

La palabra arsenokoitai se compone de arseno (= masculino) y koite (= coito o cópula), pero una palabra no denota necesariamente la suma de sus partes (por ejemplo, comprender no significa “como aprender”); denota más bien lo que la gente hace que denote. El inconveniente es que desconocemos un uso de la palabra previo a 1 Corintios 6:9, con lo que las tradiciones humanas antihomosexuales pueden haber influido en posteriores traducciones o explicaciones. En consecuencia, tiene sentido interpretar los pasajes a la luz de las prácticas comunes de la época. Arsenokoitai combinada con malakoi (literalmente, “delicado”) puede referirse a los procuradores de prostitutos y a los prostitutos o, más concretamente, a los pederastas adultos y sus compañeros preadolescentes. Alternadamente, malakoi puede no tener nada que ver en absoluto con el sexo entre personas del mismo género, pero sí puede referirse a “masturbadores”. Arsenokoitai a solas puede referirse sencillamente a un “prostituto”. De nuevo, los traductores de la Biblia a menudo han interpretado injustificadamente estas palabras como referencias a la homosexualidad.
2 Pedro 2:6–7 y Judas 1:7. Estos textos hacen referencia a Sodoma bajo la influencia de la reacción judía contra la cultura griega, pero los revisionistas mantienen que no describen directamente prácticas homosexuales:

  … si condenó a la destrucción a las ciudades de Sodoma y Gomorra, reduciéndolas a cenizas, poniéndolas de ejemplo para los que habrían de vivir impíamente después; si rescató al justo Lot, abrumado por la conducta sensual de hombres libertinos …
  Así también Sodoma y Gomorra y las ciudades circunvecinas, a semejanza de aquéllos, puesto que ellas se corrompieron y siguieron carne extraña [literalmente, siguieron otra carne], son exhibidas como ejemplo al sufrir el castigo del fuego eterno.

En este caso el razonamiento es similar al aplicado a Génesis 19: la carga sexual de estos pasajes incluye la violación o, en el contexto del primer siglo después de Cristo, la pederastia y la prostitución. No es aplicable a la homosexualidad. La referencia de Judas 7 a “otra carne”es, de hecho, y probablemente una referencia al deseo de sexo con los ángeles, no los hombres, y está vinculado al extraño pasaje de Génesis 6 sobre los gigantes y el sexo entre humanos y ángeles.
Estos son, pues, los 9 pasajes bíblicos que supuestamente condenan la homosexualidad. Los revisionistas argumentan que al estudiarlos con esmero, en el contexto de la época en que fueron escritos, acaban condenando unas prácticas que los homosexuales modernos también condenarían. Debemos concluir que los juicios bíblicos contra las prácticas sexuales entre personas del mismo sexo no son relevantes en el debate actual sobre la homosexualidad; la Biblia “sencillamente no toca estos temas.”22


Argumento 2: Queda por demostrar la condena bíblica de la homosexualidad

Hay otro acercamiento a la afirmación de la homosexualidad que admite que las Escrituras prohíben la intimidad sexual entre personas del mismo sexo o, como mínimo, que las Escrituras dan por sentado que la heterosexualidad es la única opción aceptable. Sin embargo, los intentos de aplicar la Biblia a la época moderna suelen ser “heterosexistas” y deben ser corregidos prestando atención a temas más amplios de la misma Biblia.
La homosexualidad se puede afirmar bíblicamente por varias vías distintas, que podemos caracterizar en relación con el material bíblico por medio de las palabras implicación, expansión y corrección.
La implicación del mensaje bíblico permite afirmar la homosexualidad si se dejan de lado los intereses de la pureza ritual en favor de los valores evangélicos del amor y la liberación. Se puede trazar un desarrollo cronológico en esta dirección a través de las Escrituras. Los relatos de Sodoma y Jebús (y por extensión, 2 Pedro 2:6,7 y Judas 1:7), según dicha interpretación, son irrelevantes. El pasaje de Levítico prohíbe la intimidad entre personas del mismo sexo, pero es importante entender que lo hace en el contexto del Código de Santidad, incluyendo elementos de pureza ritual de los que el Evangelio ha liberado a los cristianos. En Romanos 1:26–27, al describir la homosexualidad, Pablo prefiere usar la terminología de impureza ritual a la de inmoralidad. Su público, los gentiles, debían conocer el pensamiento de Pablo lo suficientemente bien como para no asociar la homosexualidad con el pecado; se trata de algo sencillamente impuro, como comer bacon. En el siguiente capítulo, Pablo quiere sacar a relucir la hipocresía de los legalistas que hay entre su público y, por eso, busca como ejemplo una conducta que distinga a judíos de gentiles. Su verdadero mensaje lo encontramos en Romanos 14:14: “nada es inmundo en sí mismo.”
El Nuevo Testamento libera a los creyentes del constreñimiento de la pureza ritual (Mc 7; Hch 10) y redefine el pecado como “la intención de hacer daño.” Pablo condena la prostitución masculina (1 Co 6:9–10; 1 Ti 1:10) porque perjudica a otra persona, privándola de su propiedad sexual personal. Pero así como el Nuevo Testamento no perdona de forma explícita la homosexualidad, sí que siembra semillas de liberación de todas las restricciones legales sobre la sexualidad humana. La famosa fórmula bautismal de Pablo, Gálatas 3:28, advierte sobre el gobierno de la ley, los límites de la pureza: “No hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay hombre ni mujer; porque todos sois uno en Cristo Jesús [no hay gay ni heterosexual].”
La expansión del mensaje bíblico permite afirmar la homosexualidad extrayendo la sexualidad humana de las tradiciones ilógicas que la conectan con la reproducción y la complementariedad hombre-mujer. El sexo es mucho más que procreación, el placer sexual no se limita al coito y hay otras diferencias de género que son artificiales. Sin estas bases para la prohibición de relaciones entre personas del mismo sexo, debemos considerar con esmero cómo ha mejorado la vida de muchos homosexuales contemporáneos, que en esencia no es distinta de la de los heterosexuales.30 A la luz de su experiencia, debemos expandir nuestras categorías de relaciones amorosas tradicionales y preguntarnos simplemente: “¿Qué es un amor correcto, un buen amor?”
Una respuesta bíblica a esta pregunta acentuará diversos componentes, todos centrados en la calidad de la relación como base de la sexualidad. Primero, el amor debe ser autónomo; es decir, debe implicar consentimiento mutuo entre iguales.33 Segundo, debe ser constante; es decir, debe implicar algún tipo de compromiso entre las dos personas. Tercero, debe ser prolífico; es decir, debe nutrir a otras personas dentro y fuera de la relación.35 Podemos añadir otros componentes a esta lista, pero la cuestión es que los humanos en esencia son seres de compañía cuyas relaciones, homosexuales o heterosexuales, están gobernadas por los mismos principios bíblicos del amor.
Como la experiencia ha demostrado que los homosexuales disponen de la misma capacidad de disfrutar el compañerismo en todos los aspectos importantes, debemos ampliar nuestras definiciones de matrimonio para así incluirlos. El celibato, bíblicamente hablando, es un recurso temporal para unos cuantos espiritualmente dotados y no deberíamos forzar a todos los homosexuales a adoptarlo, privándoles de la descarga sexual y de la intimidad con otras personas.
La corrección del mensaje bíblico permite afirmar la homosexualidad aplicando el mensaje bíblico de liberación justamente a los pasajes problemáticos. En general, este acercamiento afirma que el relato del Éxodo es central en el mensaje bíblico. Las personas oprimidas, incluidos los homosexuales, ven su propia experiencia cuando leen los relatos bíblicos que ofrecen liberación a los proscritos sociales. Esta experiencia les permite corregir elementos injustos (y, por tanto, no cristianos) de la Biblia o de las interpretaciones tradicionales de la Biblia.
Hay una variante de este enfoque que encierra una lectura feminista de las Escrituras. Esta perspectiva empieza por el reconocimiento de que la sexualidad bíblica es patriarcal (dominada por el hombre), no enraizada en la biología humana, sino en la cultura humana. Si la Biblia no tiene que continuar siendo usada como medio de opresión, solamente las partes no sexistas y no opresoras de la interpretación bíblica pueden contar con la autoridad teológica de la Revelación.38 Los textos del Antiguo Testamento que condenan la homosexualidad son todos patriarcales y esa actitud se mantiene en los textos clave del Nuevo Testamento. Cuando Pablo dice en Romanos 1:26–27 que la intimidad sexual entre personas del mismo sexo va “contra la naturaleza”, está equiparando equivocadamente lo “natural” con un orden establecido que da por sentado el papel dominante y activo de los hombres. Condena las relaciones lesbianas porque sigue su patrón cultural y entiende que dicha actividad implica una apropiación de la masculinidad. Este “robo” de la superioridad masculina se corresponde con la desgracia de la pérdida de masculinidad por parte del hombre que es penetrado por otro. Sin embargo, la experiencia nos enseña que la homosexualidad pone en entredicho tales estereotipos de comportamiento entre géneros y, en cambio, incluye la simetría del placer mutuo. Esto es “natural” para algunas personas. Por lo tanto, podemos dejar de lado el supuesto paulino de asimetría sexual o de roles activos-pasivos. Podemos definir la sexualidad en términos de equidad y justicia.

Hay otra variante del acercamiento de la liberación que admite el patriarcado de las Escrituras, pero pone un mayor acento en la identificación entre los homosexuales y los pueblos oprimidos de la Biblia. Son los hijos de Israel quienes sufren en el Éxodo y quienes sientan el patrón del discipulado cristiano; no aquellos que controlan y excluyen en Levítico o Romanos. Jesús vino a liberar a los cautivos y los homosexuales se identifican como tales.40
Actuar como discípulos de Jesús, encarnar las implicaciones del Evangelio, es trabajar para la liberación; es decir, empuñar el poder en bien de la justicia de quienes han sido oprimidos. El poder ha permanecido demasiado tiempo en manos de opresores que han escrito las normas conforme a sus propios intereses. Han convertido a los homosexuales en proscritos y lo han hecho en el nombre de Dios, con lo cual han provocado una culpa y un temor que han conducido a muchos gays y lesbianas a la promiscuidad, el abuso de substancias, la depresión y el suicidio. Del mismo modo que en el caso de las minorías y de las mujeres, hay que darle un giro a la tuerca, el cual debe mantenerse en efecto durante un largo periodo de tiempo para que los valores del Reino puedan asentarse. Trabajar en este sentido es obedecer al Evangelio.


Sumario

Los acercamientos descritos se solapan en algunos aspectos y entran en conflicto en otros. Los expongo, sencillamente, para dar una idea al lector de la gama de opciones que se presentan dentro de la Iglesia, para justificar la revisión de la prohibición cristiana tradicional de la homosexualidad. Algunas denominaciones (Metropolitan Community Church, United Church of Christ) ya han adoptado en cierto modo una postura revisionista. Parece ser que hay otras denominaciones (Episcopal, United Methodist, Presbyterian Church [EEUU]) que también se están moviendo en esa dirección, ya que muchos de sus líderes y profesores de seminario intentan influir en la membresía general de la Iglesia, la cual suele ofrecer resistencia. Quedan otros grupos (la mayoría de los Bautistas, la Iglesia Católica Romana y los Pentecostales), que por razones diversas están a años luz de siquiera debatir el tema. Pero con el tiempo lo harán. La cuestión es ¿cómo lo harán?

Sea cual sea la fase del debate en que se halle una determinada denominación, el cristiano como individuo tiene la responsabilidad de pensar, evaluar los nuevos puntos de vista, discernir el bien del mal y lo verdadero de lo falso; así como de discrepar con respeto. Si ha leído hasta aquí, casi me atrevo a asegurar que usted es una persona preparada para asumir este riesgo. Después de la introducción a los acercamientos revisionistas, durante los siguientes capítulos le invito a considerar una respuesta entrelazada a la perspectiva cristiana sobre la moralidad homosexual.

 
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