jueves, 19 de marzo de 2015

Ante una situación problemática lo mejor es no quejarnos, permitir que nos defrauden y tomen de nosotros algo que nos pertenece

Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6


 
 
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¿Para qué Vivir?
1 Corintios 6
“¡Así soy yo!” “¡Van a ver quién soy!” “Voy a defender mis derechos”. “Nadie me puede decir lo que debo hacer”. Aunque estas frases nos parecen desagradables, es la manera en que mucha gente piensa hoy en día, los que sólo viven para satisfacer sus impulsos y deseos.
La falta de amor en la iglesia de Corinto produjo actitudes similares entre los hermanos. El resultado era un estilo de vida consecuente e igualmente desagradable: las divisiones basadas en la preferencia por ciertas personas abundaban; habían permanecido indiferentes en lugar de intervenir para ayudar a un creyente descarriado. Por otro lado, se expresaban excesivamente fuerte cuando debían callar ante las ofensas personales recibidas de los demás cristianos.
Cada uno quería hacer su voluntad y defendía sus derechos sin importar que tuviera que acusar a otros ante los tribunales. Parece que a través de los dos mil años de historia de la iglesia, no ha habido muchos cambios. Todavía se observan estas mismas características en las iglesias del siglo veinte. Así que, las amonestaciones de Pablo en relación a estas circunstancias también se aplican a nosotros.
DERECHOS PROPIOS Y PLEITOS LEGALES
6:1–11
Las circunstancias lamentadas 6:1
Actualmente, las demandas se multiplican con exageración. Esta actitud se encuentra aun entre hermanos, quienes se justifican diciendo: “Esto no se queda así, yo tengo mis derechos y nadie puede maltratarme sin que pague las consecuencias”. Recientemente se calculó que sólo en una ciudad de los Estados Unidos se habían gastado cincuenta millones de dólares en pleitos legales entre cristianos. ¿Cuánto más se hubiera logrado si ese dinero se hubiera invertido en la obra de Dios, en lugar de gastarlo en abogados? Siguiendo el ejemplo del mundo, los cristianos han seguido el popular camino de las denuncias y demandas.
Esta tendencia era una práctica corriente en Corinto, conocida por su pleitos legales. Era común que de 200 a 6000 personas participaran como jurados para resolver casos mayores. Los creyentes seguían la moda y norma establecida por sus conciudadanos y también acusaban a los hermanos ante los tribunales tratando de resolver sus diferencias. Pero, ¿qué había pasado con la ordenanza divina? Enseguida, Pablo se dedica a tratar este tema.
Al analizar el origen de las disputas, notamos que no se trataba de demandas por actos criminales, o reclamaciones de seguros o para defenderse de difamaciones. Por su lado, Pablo es digno ejemplo de la defensa legítima de un cristiano ante las acusaciones injustas que lo llevaron a los tribunales romanos. Sin embargo, el problema de la congregación de Corinto era que sus litigios se relacionaban con quejas personales entre creyentes.
La corrección sugerida 6:2–8
El apóstol afirma que las diferencias entre creyentes en Cristo son cuestión de familia y por lo tanto, deben ser resueltos dentro de la comunidad. Las quejas de los cristianos deben ser discutidas entre ellos, no frente a las autoridades de este mundo.
Pablo presentó dos razones para apoyar su proposición, ambas basadas en la escatología y en su perspectiva acerca de los eventos que sucederán en el futuro. En primer lugar, les recuerda que los santos juzgarán al mundo. Si Dios considera que somos aptos para enjuiciar al universo, ¿no sería lógico suponer que también lo somos para resolver los asuntos internos (6:2)?
Además de eso, añade que también nos corresponde juzgar a los ángeles, los seres creados que ahora se presentan como superiores a los hombres. Si el Señor piensa utilizarnos para realizar ese acto, ¿cómo no somos capaces de solucionar los asuntos comunes y corrientes de la vida diaria (6:3)? En ambos casos, su idea es que si podemos dictaminar adecuadamente en lo primero, seguramente seremos capaces de en lo segundo.
Pablo reconoce que se pueden utilizar tres alternativas. La primera es la que ya estaban practicando, pero es la peor de las tres. Aunque pueden llevarse unos a otros ante los tribunales, esta opción no es la apropiada.
La segunda es dejar que la iglesia oiga el caso y emita su fallo al respecto (6:4–6), porque los hermanos tienen la capacidad de resolver las quejas que surjan entre ellos. Les sugiere que es mejor ponerse en manos del peor juez designado por la iglesia, que acudir al mejor que el mundo pudiera recomendar. Por lo menos, el creyente comprende la perspectiva divina y no se guía solamente por la humana.
Agrega que cualquier hermano, aunque no cuente con todo el respeto de la iglesia es preferible que la gente injusta. Parece que el apóstol tuvo que apelar al orgullo que sentían por su gran sabiduría según mencionó en los primeros capítulos de esta carta. Ahora les pregunta qué pasa con sus “sabios”. ¿No existe ninguno que sea entendido para dirimir las dificultades dentro del cuerpo de Cristo?
Esta alternativa presenta dos problemas mayores. En realidad una corte creada dentro del pueblo de Dios no tiene ninguna autoridad verdadera para obligarlos a aceptar un fallo, y quien no esté de acuerdo con él probablemente saldrá de esa iglesia para buscar otra en otra parte de la ciudad. Esta falta de aceptación de una sentencia dada por hermanos es muy común hoy en día.
La segunda dificultad con esta opción es que la solución muchas veces no resuelve el problema verdadero; sólo toca los síntomas. Deduce que probablemente la situación que necesita atención no es la queja en sí, sino la falta de amor. Un tribunal eclesiástico podría reconocer esta falta, pero no les podría obligar a amarse unos a otros.
Así que, la tercera solución presentada es la mejor. Pablo afirma que lo mejor sería que sin quejarnos, permitiéramos que nos defraudaran y tomaran de nosotros algo que nos pertenece. Es mejor aceptar la pérdida personal y dejar de pelear (6:7).
ES MEJOR ACEPTAR QUE NOS HAGAN MAL
QUE PELEAR PARA DEFENDER
NUESTROS DERECHOS
De acuerdo a la perspectiva del apóstol, el hecho de apelar a los tribunales era muy lamentable y desde el principio los hacía perdedores. No importaba quién ganara el caso, todos salían perjudicados. Pablo no se pronuncia en forma dogmática contra los tribunales; su interés va mucho más allá. Lo que quería era ver el amor sincero manifestándose entre ellos.
En lugar de hacerlo, se iban al otro extremo; debiendo sacrificar sus propios derechos por el bien del otro, se presentaban como denunciantes. Esto equivale a defraudar a otros creyentes en Cristo, porque no estaban dispuestos a sufrir los agravios sino a cometerlos, e insiste en que todos ofenden el principio básico del amor al no buscar el bienestar de su hermano primero.
El problema de los tribunales 6:9–11
Para ayudarles a ver con mayor claridad hasta dónde había llegado esta situación inaceptable, el escritor sagrado describe el estilo de vida de los jueces mundanos ante quienes llevaban sus querellas y les pregunta: “¿Cómo esperan conseguir justicia de los injustos?” Los hermanos estaban evidenciando el espíritu del mundo del cual habían sido librados, y al cual pertenecían los jueces todavía. Así que, estos árbitros tenían muy poco que ofrecerles para solucionar sus problemas. La iglesia se estaba sujetando a gente abusiva, aceptando sus dictámenes. Obviamente, sería mucho mejor acudir a la iglesia, que cuando menos buscaba la justicia, en lugar de ir a los tribunales civiles.
El apóstol termina la descripción de estos jueces haciendo un contraste entre ellos y los creyentes y les dice que todo vivimos así en el pasado, pero ahora somos diferentes. Por tanto, debemos manifestar ese cambio en nuestro estilo de vida resolviendo los obstáculos en la iglesia. Cuando tenemos un conflicto con un hermano, debemos tratar el asunto en privado con la persona involucrada; después, si esto no resulta, debemos confrontarlo ante testigos. Por último, se debe llevar a los ancianos a la iglesia (Mateo 18).
¿Quiere conocer una mejor solución? ¡No luche por hacer valer sus derechos! Es mejor aceptar el mal que otros nos pueden hacer que pelear en los tribunales del mundo.
¡PENSEMOS!
A muchos no les agrada esta idea, están acostumbrados a que se respeten sus derechos. Tal vez no tengan que acudir a los tribunales, pero sí tienen problemas de actitud y quieren salirse con la suya. Tenemos que reconocer que hay un mejor camino, el del amor sacrificial que somete sus derechos y busca el bienestar del hermano.
Considere el ejemplo de Cristo presentado por Pablo en Filipenses 2:1–8. El mundo dice: “Defiéndase. Si no lo hace, nadie lo hará por usted”. El amor dice que es mejor aceptar el agravio que pelear. ¿Qué cambio requiere este ejemplo en su conducta? ¿En su estilo de vida?
MIS PRERROGATIVAS Y MI CUERPO
6:12–20
El principio de libertad 6:12
Además de las riña mencionadas por hacer valer sus derechos, había otro problema basado en el mismo error, que consistía en que querían gozar de absoluta libertad en el uso del cuerpo. La iglesia aparentemente había sido afectada por las actitudes locales acerca de esto y aspiraban a tener la autonomía de utilizarlo como les viniera en gana.
La sociedad en que vivían se caracterizaba por el paganismo y todo tipo de prostitución y algunos hermanos querían vivir como ellos, pensando que las restricciones legalistas que dictaban la abstinencia sexual estaban fuera de moda y decían: “¡Nosotros somos superiores, hemos sido liberados de estas antiguas tradiciones!”
Los cristianos auténticos constantemente tenían que combatir esta influencia y muchos empezaban a decaer en su firmeza. Se cuestionaban acerca del mejor uso del sexo y del cuerpo en general. Algunos insistían en que tenían suficiente libertad de decisión, sin importar el amor genuino y sus consecuencias en sus relaciones con otros.
También en la actualidad presenciamos una absoluta liberación sexual, la cual nos afecta a todos, aun los que estamos dentro del pueblo de Dios. Se ha popularizado el dicho: “¡Si te gusta, hazlo!” Satanás nos seduce con la idea de que podemos gozar de nuestro libre albedrío, pero oculta la verdad de que ese estilo de vida nos esclaviza.
A pesar de los riesgos del SIDA y otros azotes semejantes, la liberación sexual sigue a todo vapor. Un informe de prensa reciente indica que en una encuesta hecha entre mil universitarios estadounidenses, el sesenta por ciento dijo que no estaban dispuestos a abandonar sus prácticas sexuales libres, sin importar la amenaza del SIDA.
En la iglesia evangélica también existe la lucha contra la inmoralidad. Se hizo una investigación entre señoritas evangèlicas de ocho distintas agrupaciones y se descubrió que antes de llegar a los 18 años de edad, el 43 por ciento ya había tenido relaciones sexuales. No crea que esta tendencia sólo se da en grupos no cristianos. Aunque parezca que es más reducida en su ambiente, inexorablemente sigue su camino ascendente en todo el mundo.
Pablo muestra que el asunto básico gira alrededor de la pregunta: “¿Para qué estamos viviendo?” ¿Vivimos para satisfacernos a nosotros mismos? O, ¿para glorificar al Señor? ¿Cómo afecta a nuestra vida diaria el hecho de que el Señor nos ha librado de la esclavitud del pecado?
En el tiempo de Pablo circulaban dos conceptos que se habían popularizado grandemente. El primero era el concepto de libertad personal. Según esto, para el hijo de Dios todo le es lícito porque es libre; y puede hacer lo que le plazca. Esta idea tiene base en al enseñanza del Nuevo Testamento que dice que tenemos libertad para controlar el uso de nuestro organismo. Esta actitud se repite en la actualidad. Decimos que nadie tiene derecho a decirnos lo que podemos o hacer con nosotros mismos.
La segunda opinión que se encontraba en boga se representa por el dicho citado: “Las viandas para el vientre, y el vientre para las viandas”, lo cual quiere decir que el Creador nos hizo tal como somos. Por lo tanto, tiene que comprender cómo actuamos y cuáles son nuestras necesidades. Si poseemos ciertos apetitos y deseos, debemos satisfacerlos. Esta actitud denota que antes que nada está la satisfacción personal.
El principio que gobierna el argumento de Pablo contra esas ideas es que el cuerpo del creyente es templo del Espíritu Santo y por lo tanto, su razón de ser es realizar un propósito. Es el instrumento que Dios quiere utilizar para revelar su gloria; no para satisfacernos a nosotros mismos.
El escritor insiste en ello de distintas maneras en este pasaje:
6:13b “el cuerpo… es… para el Señor”
6:15a “vuestros cuerpos son miembros de Cristo”
6:19–20 “vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo”
NUESTRO CUERPO EXISTE PARA DIOS
Este postulado bíblico se contrasta con la conducta de los injustos en los versículos anteriores (6:9–11), la cual obstaculiza la entrada al reino de Dios. Aunque hacíamos tales cosas en el pasado, ahora hemos sido purificados y apartados (6:11).
Debido a nuestra redención, todas las restricciones legalistas han sido eliminadas. Es verdad que todas las cosas son lícitas para el creyente porque nuestra justicia se basa en la fe, no en las obras. Por eso, podemos hacer cualquier cosa sin que afecte nuestra posición delante del Altísimo.
Así, que podemos observar que la importancia de no vivir conforme a los deseos de la carne no se basa en una fórmula legalista como: “No harás tal o cual cosa…” Pablo gozaba de su libertad, pero reconoce que la verdadera libertad va acompañada de responsabilidad. De esta manera, podemos disfrutar de la frescura de la independencia cristiana y al mismo tiempo rechazar los abusos del libertinaje.
Estamos conscientes de que ciertas actividades no son consecuentes con nuestra nueva posición adquirida en el Señor Jesucristo y no son provechosas porque no contribuyen a edificar nuestra vida y hacernos mejores. Paradójicamente, algunas de esas acciones nos esclavizan. Por lo tanto, a pesar de la libertad que tenemos, no debemos permitir que entre en nuestra vida cualquier cosa que pudiera tomar control de nosotros.
Ilustraciones acerca del abuso de libertad 6:13–18
A continuación, el apóstol presenta dos ejemplos que nos revelan la esencia del asunto. La realidad es que todo deseo que Dios ha puesto en nosotros para nuestro bien, puede ser pervertido, distorsionado y usado para el mal. Es cierto que él nos dio el apetito para gozar la buena comida. Sin embargo, ese deseo puede degenerarse y resultar en glotonería.
Así es con el sexo también. El Señor nos dio impulsos sexuales para que los gocemos dentro del matrimonio. Sin embargo, al pervertirlo y convertirlo en fornicación, adulterio, o cualquier otro pecado degenerado, no resultan en bendición, sino en esclavitud. Lo mismo se aplica a los otros apetitos que el Creador ha puesto en la raza humana.
TODA BENDICION QUE DIOS
HA DADO AL HOMBRE
PUEDE SER PERVERTIDA
Y USARSE PARA MAL
El espíritu popular de la época en que vivimos, tal como el que existía en Corinto, se refleja en las palabras de un joven: “Si me da hambre, paso por el restaurante más cercano y compro una buena comida. De la misma manera, si siento necesidad sexual, busco una mujer que esté disponible. ¿Qué hay de malo en eso?”
Esta actitud egocéntrica de autosatisfacción es muy común en nuestros días: “Sólo estoy contento cuando consigo lo que quiero: placer, sexo, drogas, amor, dinero, posesiones, amistades, un esposo o esposa que me ama, o un buen novio o novia”. Tome nota que este cuadro de buscar el agrado personal gira alrededor del ”yo” y de la culminación de mis deseos y sueños.
La principal dificultad de esto es que nunca consideramos que ya conseguimos lo suficiente de lo que anhelamos. Es más, si alcanzamos algo, no nos satisface, porque no llena el vacío de nuestra alma. Siempre deseamos algo más. Así que tenemos que preguntarnos: ¿Qué se puede desear en la vida realmente valga la pena? ¿Qué podemos perseguir para encontrar la plenitud verdadera?
El móvil del mundo es obtener la satisfacción de nuestros caprichos: El cuerpo fue hecho para comer; así que, ¡comamos! El cuerpo fue hecho para el sexo; así que, ¡gocémonos!
Aunque hay cierta verdad en esto, hay que reconocer que todo es temporal y a la larga nada de esto nos proporciona deleites permanentes.
Como miembros del pueblo de Dios, nuestro cuerpo se ha unido al del Señor Jesucristo; somos su templo; debemos glorificarlo a él, y no a nosotros mismos. Pablo muestra que el cuerpo nos fue dado para que el Padre Celestial lo use para su gloria. La búsqueda de nuestra satisfacción personal no debe controlar nuestra vida.
Vivimos bombardeados constantemente con la idea popular de que debemos satisfacernos a nosotros mismos. El mensaje se repite a diario y el control personal está fuera de moda. El concepto bíblico acerca de la moralidad se presenta como cosa de viejos. Por lo anterior, es necesario meditar continuamente en la perspectiva divina expuesta por el apóstol en este pasaje.
El uso correcto del cuerpo 6:19–20
Pablo concluye su discusión con una de las ideas más importantes que podemos aprender acerca de la vida cristiana. El cuerpo del hijo de Dios tiene como propósito realizar la misma tarea que se le dio al templo en el Antiguo Testamento: revelar a la humanidad la naturaleza del Creador del universo.
Esa es la misión de nuestro cuerpo; estamos aquí para honrarlo; él nos ha apartado de todos los demás para que lo revelemos al mundo que nos rodea. Por lo tanto, cada uno tiene que preguntarse: “¿Puede el mundo conocer a Dios al observar mi estilo de vida? ¿Lo glorifico con el cuerpo que me dio?” Si no es así, ¿cómo lo van a conocer?
NUESTRO CUERPO ES TEMPLO DE DIOS
POR ESO, DEBEMOS GLORIFICARLO
CON NUESTRO ESTILO DE VIDA
¡PENSEMOS!
Este pasaje nos enseña tres principios básicos que debemos procurar poner en práctica diariamente.
1.     Aunque todo me es permitido, no todo conviene.
2.     El verdadero gozo resulta de reconocer que pertenezco a Dios y que él vive en mí.
3.     Debo vivir
Estos postulados provocan tres preguntas que debemos hacer para determinar qué actividades nos convienen y cuáles no:
1.     ¿Será provechosa para mí?
2.     ¿Llegará a controlarme?
3.     ¿Honrará a Dios?
Considere estas interrogantes. Si empezara a vivir conforme a los tres principios y las tres preguntas de arriba, ¿cómo tendría que cambiar su vida? ¿Qué quiere el Señor que haga al respecto?
para glorificarle a él, no para satisfacer mis propios deseos.



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