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miércoles, 6 de mayo de 2015

Libretos por el Dia de la Madre: Buscamos una Reina ... Escuela dominical

Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6


 
 
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15 Minutos y 11 Personajes. Tributo a la labor de las madres.
BUSCANDO UNA REINA

NARRADOR
PRIMER PAJE
SEGUNDO PAJE
REINA
ARTE
MÚSICA
CORTESÍA
MODESTIA
SABIDURÍA
CANTO
MADRE

NARRADOR. En el trono regio de lejanas tierras hay una reina pensativa y triste. ¿Qué le sucede a su majestad? Siempre ha sido alegre, su bello rostro ha expresado la simpatía hacia sus súbditos. Algo repentino ha cambiado las cosas. Esto lo han notado sus allegados y en más de una ocasión han comentado preocupados... “¿Qué le pasará? Esto es extraño.” ¿Pudiéramos acaso nosotras aliviar en algo su pena? ¿Qué hacer?

PRIMER PAJE. Su majestad perdone si mis palabras no son oportunas pero estamos muy preocupados. Notamos algo que no es normal en usted: su simpatía y su alegre rostro se han transformado en tristes y pensativos. Por favor majestad, queremos ayudarla.

SEGUNDO PAJE. Sí majestad. ¿Qué le sucede? Si lo cree prudente díganos, por favor, confíe en nosotras que si es alguien que quiere hacerle daño nos opondremos y haremos lo que sea necesario para que esto no suceda. ¿No hemos sido siempre leales a su Majestad?

REINA. Me alegra que ustedes se interesen por mí, la verdad es que algo turba mi mente y me preocupa y quizás ustedes puedan ayudarme a solucionar el problema. Lo que me agobia es que no me encuentro en condiciones de continuar en el reino: las grandes preocupaciones han afectado un poco mi salud y necesito descanso… Pero lo que me preocupa y me tiene turbada es quién será capaz de hacerle frente a este reino con suficiente capacidad y experiencia para que pueda dirigirlo como es debido. Lo he pensado mucho y la tarea no es nada fácil, quisiera que ustedes me ayudaran a pensar quien podrá ser.

NARRADOR. Todos quedaron sorprendidos. ¿Una sustitución en el reino? ¿Quién sería capaz de hacer este trabajo? Nuestra reina ha sido excelente pero su salud está quebrantada, ¿dónde nos dirigiremos?

PRIMER PAJE. Majestad quizás una princesa de un reino amigo pueda ocupar su puesto.

REINA. Creo que su pensamiento no es el correcto.

SEGUNDO PAJE. Escuche majestad esto que se me ha ocurrido, tal vez pueda ser la solución.

REINA. Di por favor, estoy ansiosa de encontrar la solución a este problema.

SEGUNDO PAJE. Sería bueno reunir a las más destacadas virtudes que en nuestro reino poseemos. Las traeremos ante usted y de ella elegirá la que va a reemplazarla.

REINA. Creo que tu idea es magnífica. Sin más demora reúnan a todos y tráiganla a mi presencia para ver si podemos conseguir la que nos hace falta.

PRIMERO y SEGUNDO PAJE. Listas, majestad, cumpliremos sus deseos.

NARRADOR. Los pajes se retiran apresurados en busca de una buena representación, harán un esfuerzo por buscar a alguien digno de esa responsabilidad. Con afán se dieron al trabajo arduo y duro de conseguir lo mejor para el reino que tanto amaban.

PRIMER PAJE. Majestad creo que hemos hecho la mejor recopilación de virtudes que existen en el reino. Inmediatamente las traeremos ante usted.

REINA. Magnífico, háganlas pasar.

SEGUNDO PAJE. (Trae el arte.) Creo que aquí está una buena representación que puede ser digna de su reino.

ARTE. Yo soy el arte, virtud maravillosa que nos permite hacer todas las cosas con gusto y expresión, abarca todas las esferas de la actividad, el progreso de la cultura. Soy un genio creador de lo bello. Sin mí el mundo sería un desierto árido, sin vida ni expresión. Puedo ayudar en el progreso de la humanidad.

REINA. Veo en ti una bella cualidad. Siéntate a mi lado.

PRIMER PAJE. He buscado por todos los lugares de su reino y creo que he encontrado la heredera del trono. Le presento a la música.

MÚSICA. Vengo ante usted representado a la música que es la combinación de melodía y armonía. Soy capaz de extasiar y dirigir la mente a cosas elevadas y produzco deleites a quienes me escuchan, conmuevo la sensibilidad ya sea para alegría o tristeza. Entre mis mejores y conocidos intérpretes tenemos a Bach, Handel, Meldelson y muchos más. ¿No piensan que la música es un don elevado y sublime?

REINA. Es cierto que la música es una de las virtudes más bellas y como creo que eres necesaria quédate con nosotras.

SEGUNDO PAJE. Traigo una bella cualidad ante usted

REINA. Dime ¿a quién representas?

CORTESÍA. Soy la cortesía. Demuestro a todos la atención, respeto y afecto; en mí encierro la afabilidad, la gentileza y el trato correcto y sincero que necesitan mis semejantes; soy digna de ser llevada por todos los hombres.

REINA. Eres base y fundamento de nuestro reino, te invitamos a que permanezcas en nuestro medio.

PRIMER PAJE. Creo que he encontrado lo que hacía falta, he traído la modestia.

MODESTIA. Soy la virtud que modera, templa y regla las acciones externas conteniendo al hombre en los límites de su estado. Soy la honestidad y el recato en las acciones o palabras.

REINA: Creo que hasta ahora todos son dignos de mi reino: te concedemos un lugar con nosotras.

SEGUNDO PAJE. He venido desde muy lejos para traerte esta virtud que seguro ha de ser de su agrado: es la Sabiduría.

SABIDURÍA. Soy el conocimiento profundo en artes y letras, represento la sabiduría, la conducta prudente en la vida y en los negocios, ¿quién puede hacer algo correcto sin sabiduría?

REINA. Quédate con nosotros, serás muy importante.

PRIMER PAJE. Hemos tratado de buscar las mejores virtudes y esta es un derivado de la música y creo que le será muy útil: le traigo el Canto.

CANTO. Represento al Canto que es el arte de combinar los sonidos de la voz a los instrumentos. Yo poseo la virtud de traer paz y calma al alma que se encuentra desalentada y elevo el pensamiento hacia lo bello. Hasta los pajarillos nos deleitan con su suave trino.

REINA. Te considero útil; precisamente en estos días he estado muy preocupada y necesito de tu virtud para poder calmar mis angustias.

SEGUNDO PAJE. Iremos en busca de la que falta y estoy segura de que suplirá sus exigencias, y si es así creo que tendremos que reunirnos de nuevo. Nos hemos esforzado por buscar lo mejor.

(Salen las dos. Regresan los pajes mientras se toca una marcha. En ese momento entra la Madre con un niño en brazos y todos se ponen de pié.)

PRIMER PAJE. A usted le presento: La reina del hogar, La madre.

MADRE. Soy la madre, represento el amor más grande que existe en el mundo. El nombre que llevo significa dolores, sacrificios, desvelos, trabajos incansables, paciencia y perseverancia. Mi labor solo termina cuando muero. Llevo sobre mis hombros un gran deber y la más alta responsabilidad que existe.

REINA. Aquí ha concluido mi labor, no creo que otra persona sea capaz de dirigir como aquella que ha pasado por tantas pruebas y sacrificios y ha sabido mantenerse en el noble deber de educar a sus hijos. Tú eres la que mereces el trono. Siéntate aquí, éste es el lugar que te pertenece.

(Se sienta la madre en el trono y la reina le pone su corona.)

REINA. Ahora quiero que ustedes que serán las que ayudarán a triunfar les brinden sus dones desde este momento. ¿No querrás tú virtud del canto dedicar a la nueva reina, la madre, tus interpretaciones?

MUSICA. Para quien todo lo merece, claro que estoy dispuesta. (Canta un canto.)

REINA. Estoy segura de que el arte estará dispuesta a ofrecer su virtud lírica a la Madre.

ARTE. Con mucho gusto. (Recita una poesía.)

MADRE. Muchas gracias a todas por esta demostración de aprecio y por haberme elegido como reina. Pesa sobre mis hombros de madre y de todas las madres el más tierno cuidado por nuestros hijos, guiando sus vidas paso a paso a fin de dirigirlos por el amino correcto para que sean de utilidad y una bendición para los que le rodean. Un día tendremos que presentarnos ante el Rey de Reyes y decirle qué hemos hecho con nuestros hijos. Ojalá podamos responder: “He aquí yo y los hijos que me diste, y que podamos recibir de sus manos el más alto obsequio; la corona incorruptible de gloria”.



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Amor irreflexivo: Para el día de la Madre

Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6


 
 
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AMOR IRREFLEXIVO

PERSONAJES

NARRADOR
MADRE
MARÍA
RODOLFO


NARRADOR. Esta es una historia común, de una joven que desperdició los consejos que había recibido. Y se dejó llevar por sus sentimientos. Aunque esta historia es imaginaria puede ocurrir en la vida diaria como una realidad.
Tiene su parte jocosa, pero tiene no solo el propósito de entretenernos sino también de ayudar a pensar con seriedad, en el asunto tan vital en la vida juvenil. AMOR, NOVIAZGO Y MATRIMONIO HOGAR.

La historia comienza cuando María un día va por la calle con el fin de realizar unas cuantas gestiones y compras que su mamá le encargó que hiciese. Hacía un poco de sol y por lo tanto se sentía un poco de calor. María había caminado ya varias cuadras y aun le faltaba más, se sentía cansada y decidió detenerse en uno de los bancos que había en aquella larga calle, al sentarse nota que... Rodolfo, un joven que hace algún tiempo la galanteaba y aun demostraba sus intenciones amorosas… Pero, veamos lo que sucede.

MARÍA. Es verdad que hace un calor enorme, estoy un poco cansada y me quedan unas cuántas cuadras por caminar todavía... ah... deja sentarme en este banco un ratico nada más... (Se sienta y queda pensativa. De pronto se pone nerviosa al ver quien se aproxima, se pone en pie, se sienta de nuevo, se vuelve a poner en pie.) ¡Ah, mi madre! ¡Qué susto! Ese que viene por ahí es Rodolfo. No sé qué voy a hacer... ¿Qué me dirá? ¿Y yo qué le contestaré? En realidad él es tan elegante, tan apuesto, tan agradable, tan distinguido... Él es muy semejante al ideal que yo he estado soñando.
Pero, tengo que actuar con seriedad y astucia para que él no se dé cuenta que me impresiona con su presencia.

RODOLFO. Buenas tardes, María, ha sido una grata sorpresa para mí encontrarte aquí. Te confieso que no lo esperaba, me siento feliz de verte y saber cómo estás. Ahora podemos charlar un rato aquí, ¿no lo crees así?

MARÍA. Oh, sí, sí, pero... no... no... no.

RODOLFO. Pero, ¿qué te pasa? ¿Estás nerviosa?

MARÍA. Este... que... no... no... Pero mira, no puedo conversar porque tengo que hacer unos mandados para mi mamá y me encargó que no me demorara.

RODOLFO. Pero María, tú sabes que yo soy todo un caballero, si no pues ahora será en otra oportunidad, ¿verdad? Pero recuerda que estoy esperando una respuesta tuya. Tú lo sabes, ¿verdad, María?

MARÍA. Sí, sí, yo lo sé, pero... será en otro momento como tú dices, ahora debo irme, hasta luego.

RODOLFO. Hasta luego, bella flor del jardín de mis sueños.

(Se separan y cuando están algo lejos miran hacia atrás y se dicen adiós con las manos, el joven se pierde mientras María habla sola.)

MARÍA. No sé pensar... ¿Cómo voy a pensar? No puedo, es verdad que es tan apuesto... es muy agradable... pero me han dicho que es un picaflor. Dicen que es como una mariposa que va de flor en flor, pero yo creo que en todo caso que eso sea cierto, yo puedo hacerlo cambiar. Mi amor, mi buen comportamiento, mi cariño, lo puede atraer tanto que olvide a todas las demás y dé un paso de seriedad en este asunto.
Pero... Si continúa así... será él un desgraciado y habrá desdichado muchos corazones. Estoy indecisa, no sé qué hacer, necesito un buen consejo. Según he aprendido, la persona indicada es mi mamá... pero, ¡qué va! Temo que ella se oponga y en verdad sentiría mucho perder a Rodolfo. En segundo lugar podría ver al Pastor de mi iglesia. Pero... no... no... él tampoco, sé qué me diría algunas cosas que no quiero que me diga. ¿Quién entonces? Bueno déjame hacerle los mandados a mi mamá... Por cierto, creo que no recuerdo ni la mitad de las cosas que ella me encargó... Después resolveré de buscar un consejo... (Sigue caminando hasta que desaparece.)

NARRADOR. Después de realizar algunos mandados de los que su madre le había encargado, María regresó al hogar un poco preocupada, su madre la estaba esperando impacientemente.

MARÍA. (Entra y le da un beso a la madre.) Ay, mamá, ¡cómo he caminado! Eso ha sido horrible... Pero te resolví todo... Digo... Menos... Bueno, creo que... que todo, no. (Habla dudando.)

MADRE. Hija, creo que te has demorado más de lo debido... Ya yo estaba impaciente... pero con tal de que hayas resuelto todo... aunque yo no sé qué está pasando que últimamente se te olvidan las cosas, y eso no me gusta porque no estás enferma, ¿verdad que no te sientes mal de salud? A veces si no hacemos lo correcto la mente no trabaja bien y hace días que te noto que todo se te olvida.

MARÍA. (Volviendo el rostro.) Todo menos...

MADRE. ¿Qué dices, hija?

MARÍA. No, no, nada, mamá.

MADRE. Bueno, vamos a ver por fin lo que trajiste... María, no veo el hilo de la señora Macías para el vestido que se mandó hacer.

MARÍA. ¡Ay, mamita! Se me olvidó, eso sí que se me olvidó.

MADRE. Pero tampoco veo aquí la tela de la Sra. Ramos. ¿No estaba ella en su casa o es que tampoco fuiste?

MARÍA. (Haciendo una mueca de dolor.) No sé cómo no me di cuenta de llegar pues pasé cerca de su casa.

MADRE. Hija, vuelve y te repito que todo se te olvida.

NARRADOR. La hija está atónita sin saber qué hacer o decir, está con el rostro serio y una mirada como viendo algo imaginario. ¡Cuántos pensamientos pasan por su mente ahora en blanco! Rodolfo, sus palabras, su nerviosismo.

MADRE. ¿María, en qué piensas? Eso que te pasa no es normal en ti, anda hijita, ¿por qué no me dices qué es lo que te pasa?

MARÍA. Nada, mamá, nada, estaba pensando que mañana yo te prometo hacer todos los mandados que hoy olvidé. Perdona mi descuido, mamá.

MADRE. Está bien, hija.

NARRADOR. Al llegar al día siguiente, la joven se arregla y sale para la calle, para cumplir esta vez con lo que la madre le había pedido. Pero automáticamente, y sin darse cuenta, estaba caminando por la misma calle donde ayer se encontró con su galán apuesto. Ahora no está cansada, no siente calor, pero... sí deseos de sentarse aunque sea un ratito solo para recordar a...

MARÍA. Déjame sentarme aquí, aunque hoy no voy a ver a Rodolfo, ni quiero verlo tampoco… Se me olvidarían los mandados de nuevo.

NARRADOR. María estaba pensativa, mira a uno y otro lado como si esperara a alguien pero de pronto sus ojos ven algo, algo que no puede creer.

MARÍA. No, no puede ser, no lo creo, pero... si es él, es cierto lo que mis ojos ven, Rodolfo... Pero... viene con una joven cogido de la mano.

NARRADOR. Rodolfo pasa muy cerca de donde está María, finge no verla. María está clavada en el banco de mármol donde permanece sentada. Ve cómo Rodolfo se aleja, con su acompañante. Ahora sí, que se le han olvidado todos los mandados de su mamá. María, la pobre y desplomada María, sin darse cuenta y sin saber de dónde sacar fuerzas y echarse a andar hacia la casa.

MARÍA. (Llama.) Mamá, ¿dónde estás?

MADRE. Aquí, ven hija, pero por favor, ¿qué té pasa, mi hijita? Te noto nerviosa y preocupada, ¿qué te ocurre, hija mía? Dime, ¿me hiciste los mandados?

MARÍA. No, mamá, no pude, ven conmigo acá, mamá, tengo que conversar contigo.

MADRE. Vamos a sentarnos, te veo mal hace días, pero desde ayer más y hoy todavía más, dime, anda ¿qué te pasa?

NARRADOR. Y María le contó a la madre todo lo ocurrido, su actuación equivocada, su chasco y el fin de aquel episodio triste de su vida y terminó diciendo:

MARÍA. Te aseguro mamá que he aprendido una gran lección: desde hoy con la ayuda de Dios no actuaré tan neciamente, seguiré el consejo de Dios para no fracasar en mi vida y sobre todo serás tú, madre mía, después de Dios, mi primera y única consejera en todas las cosas de la vida, porque me he dado cuenta que tú eres una madre cristiana y quieres lo mejor para mí. Nunca más dejaré de honrar a mi Dios. Y a ti también, madre querida.

MADRE. Me alegro mucho de lo que has acabado de decir hija mía, y quiero que sepas que para una madre inteligente, nunca pasan inadvertidos los problemas y las preocupaciones de sus hijos. Yo estaba estudiando tu caso, pues veía algo anormal en ti, pero ahora solo queda olvidar esta terrible pesadilla por la que hemos pasado y que esta lección te ayude a ti y a todos los que como tú se creen sabios en sus opiniones. Ojalá que desde ahora en lo adelante siempre busques consejos de personas prudentes y así lograrás ser una verdadera cristiana.
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domingo, 12 de abril de 2015

La fe es otorgada por Dios y es alimentada y sostenida por Él mismo: una certificación que el creyente tiene de que Dios está con él y dentro de él

Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6


 
 
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LOS DONES ESPIRITUALES  EN TU VIDA Y LA IGLESIA
 Por los rasgos que le son señalados a quienes ejercen alguna forma de gobierno notamos que no sólo deben poseer cualidades humanas que los distingan, sino que, de un modo u otro, estas vienen a ser la expresión de la obra divina en ellos. Esto se pone de manifiesto en los requisitos necesarios tanto para el nombramiento de los pastores u obispos, como de los diáconos (1 Ti 3:1–13).
La iglesia es como un gran edificio en proceso de construcción, o un cuerpo integrado por muchos miembros. Su gran característica es que el edificio crece por las “piedras vivas” que van siendo agregadas por la acción de otras piedras semejantes, y así sucesivamente.
De manera que a la iglesia cristiana le ha sido dada una dinámica muy singular y particular. ¿De dónde proviene? ¿A qué se debe? ¿Dentro de cuál marco se da? ¿Cómo debe ser canalizada? Estas son algunas de las interrogantes que nos plantea el tema sobre los dones espirituales.


  1.      LOS DONES: NOVEDAD DE LA IGLESIA CRISTIANA

La fe cristiana presenta ante el mundo aspectos sumamente singulares. Por un lado enseña que ante la incapacidad del ser humano de resolver su problema de justificación ante Dios y, por tanto, de estar destinado a la condenación eterna, Dios se hace realmente hombre, cumple lo que éste no pudo, sufre y triunfa en su lugar. Una vez hecho esto, se abre el camino y la posibilidad de salvación y vida eterna. Esta acción divina en la persona de su Hijo Jesucristo es la expresión de su gracia y de su amor. A esto se le llama el “don” o regalo de la gracia de Dios (Ro 5:15, 16, 17; 2 Co 9:15; Ef 2:8).
Otro de sus elementos singulares lo constituyen los regalos o dones espirituales. Estos son dados por el Señor mediante el Espíritu Santo. Son otorgados como regalo divino con propósitos definidos y dan al seguidor de Jesucristo y a la iglesia un toque diferente de todo lo que se da en el mundo. Se afirma en ambos casos que dicha fe no sólo viene de Dios, sino que se alimenta y se sostiene por el poder de Dios. La fe y la experiencia cristianas no son simplemente respuestas humanas a un llamado de Dios, sino una certificación que el creyente tiene de que Dios está con él y dentro de él, y que el Señor le da capacidad especial para que tome parte activa en el desarrollo de sus actividades en el mundo.
Lo dicho anteriormente da la impresión que estuviéramos comparando la fe cristiana únicamente con otras creencias y vivencias religiosas. Pero no es así. A través de los siglos y por diferentes razones, la fe de los evangélicos perdió muchas veces su verdadero carácter sobrenatural. Se volvió una religión impuesta por el poder político o religioso, una simple expresión cultural, una característica y necesidad social que debía llenarse para formar parte del grupo, o bien un apegamiento a ritos y ceremonias externas. Lo profundo, lo íntimo, lo que verdaderamente vincula lo divino con lo humano, la vivencia de lo sobrenatural, se perdió.
Esto es lo particular del tema de los dones espirituales pues nos lleva a considerar una serie de elementos que le dan a nuestra fe y a la iglesia, distinción y peculiaridad. En el continente americano existe una vasta experiencia en este campo. El crecimiento que ha vivido la iglesia cristiana evangélica que, según algunos analistas, en cien años pasó de los cincuenta mil cristianos a unos 40 o 50 millones, evidencia el modo en que la fe en la realidad diaria ha afectado a tantísimas personas. Una muestra muy importante de que esto ha ocurrido está en la forma como el Señor ha derramado sus dones sobre el pueblo de Dios.
Pero el reverso de este asunto está en las falsificaciones que se dan respecto a los dones, del mal uso que hacen algunas personas, pastores y congregaciones, lo cual nos lleva a tener muy presente las advertencias de Jesús cuando enseñó: “Muchos me dirán en aquel día: Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre echamos fuera demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros? Y entonces les declararé: Nunca os conocí; apartaos de mí, hacedores de maldad” (Mt 7:22, 23).
De manera que algo que es tan precioso para la fe tiene también su elemento de cuidado. ¿En qué marco bíblico y práctico se dan los dones espirituales?


  2.      ¿QUÉ SON LOS DONES ESPIRITUALES?

En primer lugar, los dones espirituales se mencionan directamente en diversas partes del Nuevo Testamento (Ro 12:6–8; 1 Co 1:7; 12; 14; Ef 4:7, 8, 11; 1 P 4:10; 1 Ti 4:14; 2 Ti 1:6).
En modo indirecto, igualmente, fueron anunciados por el profeta Joel; por Jesús a sus discípulos, y confirmados el día de Pentecostés y en otras oportunidades (Jl 2:28; Mr 13:11; Lc 12:11; Jn 14:12; Hch 1:8; 2:1–21, 33; 10:44, 46; 19:6).
En segundo lugar, los dones se otorgan, como parte de la gracia divina, a los que obedecen a la fe de Jesucristo, según la voluntad del Espíritu del Señor (1 Co 12:1–11).
En tercer lugar, los dones son definidos a partir del sentido de la palabra “don” que implica mostrar favor, dar gracia, gracia que se hace efectiva en palabra y obra. En un sentido estricto el término significa capacidades sobrenaturales dadas por el Espíritu Santo a los cristianos para servicios especiales.
En la teología se hace una diferencia entre los “dones naturales” y los “sobrenaturales”. Los primeros tienen que ver con las cualidades que corrientemente tienen las personas para el desempeño de su vida, como las capacidades musicales, científicas, etc. Es lo que traen las personas como parte de su dotación natural para la vida. Los dones espirituales en cambio, son poderes o capacidades especiales, que cuando las personas conocen al Señor, les son otorgadas directamente por el Espíritu con fines especiales.
En cuarto lugar, como se ha señalado, es el Espíritu Santo quien los otorga. La palabra nos indica varias formas en las que se reciben dichos dones. Por un lado el Espíritu los da “como él quiere”, lo que posiblemente indica la persona a quien lo da y su capacidad para administrarlo, la oportunidad en que lo hace, la experiencia al recibirlo, la medida del poder o capacidad dada, y la variedad o cantidad de dones que les es dada a las personas, ya que una misma persona puede tener uno o más (Mt 25:14–30; 1 Co 12:11; 14:12). Otro modo como es recibido el don es por medio de la oración de la persona que desea el don, busca el mejor provecho, y lo pide al Señor (1 Co 12:31; 14:1).
En quinto lugar, en la explicación teológica de los dones del Espíritu se da una profunda disparidad. Un sector enseña que los dones fueron exclusivos para la iglesia primitiva y que cesaron en el siglo cuarto D.C. cuando la iglesia se había fortalecido lo suficiente.
Otro sector explica la vigencia de los dones en todos los tiempos de la iglesia y en todos los lugares, como algo que es propio de ella, del nuevo pacto, y como elemento vital para su edificación y su propagación. Esta perspectiva se fundamenta, no sólo en los caracteres mismos de los dones, sino en la función que cumplen en el cuerpo de Cristo, pues son los que realmente capacitan y movilizan a los cristianos para que la iglesia no sea un simple edificio o monumento, sino un organismo dotado de gran vitalidad, acción, movilidad y eficacia. Además se señala que los dones no desaparecerán sino hasta la segunda venida de Jesucristo (Ro 12:3–8; 1 Co 12; 14; 1 P 4:10; 1 Co 13:8–10).
La historia de la iglesia testifica igualmente que los grandes avivamientos espirituales tanto en congregaciones como en regiones de la tierra, vienen acompañados de muchas manifestaciones del Espíritu Santo, y entre ellas también los dones. América Latina, en diferentes congregaciones y denominaciones, regiones y épocas, ha conocido esta gracia divina, aun en círculos en los que no se pensaba ni se le buscaba. Los dones siempre vienen a recordar que la iglesia de Jesucristo no se mueve en función de la capacidad humana, sea ésta la posesión o carencia de poder político, económico o de otra naturaleza, sino en función de lo que “viene de arriba”, esto es, en el plano de lo sobrenatural.


  3.      ¿CUÁL ES LA FUNCIÓN DE LOS DONES?

Según la enseñanza apostólica, fundamentalmente, hay una función: edificar el cuerpo de Cristo.
La edificación corresponde a una responsabilidad asignada por el Señor a cada cristiano, hombre o mujer. Por lo tanto, Dios provee la capacidad para hacerlo. Si el hermano no responde debidamente, o se descuida, o los emplea en forma irresponsable, eso es otra cosa. Pero la responsabilidad y la capacidad son parte del vivir cristiano (Mt 25:14–30; Lc 19:11–27; 1 Co 3:10, 12, 13, 14, 15).
En un capítulo anterior fue señalado lo que Dios quiere: que si bien en la iglesia debe haber dirigentes, no sean éstos los únicos que hagan la obra del ministerio, sino cada uno de los hijos de Dios. Esta expresión “cada uno” o “alguno” es señalada específicamente en varios textos (1 Co 3:8, 10, 12–14, 17; 12:7, 11, 18, 28; 1 P 4:10). Y en Efesios se indica “la actividad propia de cada miembro” que al darse en forma concertada y unida hace crecer el cuerpo en amor (Ef 4:16).
La otra función tiene que ver con la conversión de los incrédulos, cuando miran las manifestaciones sobrenaturales, dadas en orden, y así reconocen la presencia del Señor (1 Co 14:23–25).
Al entender que los dones son capacidades para servir, hay dos factores que se desprenden de esta idea. Primeramente que no son, ni deben ser empleados para el beneficio personal, ya sea éste el simple placer de exhibir un poder especial, o un medio para tener dominio sobre las personas, para influir en ellas u obtener algo de ellas como fama o dinero. Lo que en términos religiosos se conoce como “simonía” se desprende del caso de Simón el mago, quien engañaba a la gente, tenía gran reputación por sus artes, y vio en los dones del Espíritu un medio muy eficaz para reforzar y ampliar su condición, para lo cual ofreció dinero al apóstol Pedro. Este reprendió duramente dicha actitud (Hch 8:9–13, 18–24).
En las congregaciones a menudo se observa fácilmente a hombres y mujeres que emplean sus dones, o aun, una falsificación de dones, especialmente lenguas, profecía e interpretación, para impresionar a la gente, exaltarse ellos mismos e ir tomando control de la congregación. Hacen uso ilegítimo de lo que Dios les ha entregado para otro fin, y esto tarde o temprano el Señor lo juzgará (Ro 2:16; Mt 7:21–23; Hch 19:13–16; Stg 1:22).
El otro elemento que se desprende de la finalidad de los dones es que son dados porque hay muchas necesidades que llenar; en muchos casos son las “buenas obras” que deben hacer los cristianos, y que “Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas” (Ef 2:10). Es para que los cristianos sean útiles los unos a los otros, y aun para los no cristianos, que se dan dichas capacidades.
Los abusos en la administración de los dones, o la falsificación de ellos, han hecho que muchas personas vuelvan las espaldas a esta verdad bíblica. Pero tomar este camino, es igualmente peligroso, porque cierra la vía al manantial de gracia que vivifica a la iglesia. Así es como pueden caer las congregaciones en una religiosidad mecánica, basada en los simples recursos humanos y por tanto, desprovista de testimonio y efectividad en su vida y labor.


  4.      DONES Y MADUREZ ESPIRITUAL

Según lo que se puede deducir de la lectura de la primera carta a los Corintios, el Espíritu Santo otorga los dones, pero su posesión no indica que quien los recibe necesariamente sea una persona espiritualmente madura. Y por madurez en dicho contexto se puede entender una característica de los cristianos que han llegado a un entendimiento de su condición como hijos de Dios y como partes de un cuerpo, por lo cual sus actitudes y acciones deben condicionarlas a esta nueva posición. Los corintios habían recibido dones “de tal manera que nada os falta en ningún don”. Pero al mismo tiempo, el apóstol no les podía hablar “como a espirituales, sino como a carnales, como a niños en Cristo” (1 Co 1:4–7; 3:1–4).
Para muchos es un problema comprender por qué Dios otorga capacidades especiales como los dones a personas que no reúnen las condiciones ideales para emplearlas correctamente. Se pueden dar varias respuestas. Una es que el amor, la gracia y la buena voluntad del Señor hacia sus hijos y hacia su cuerpo se expresan en sus dádivas. Aun más, por medio de ello Dios arriesga algo de su parte con las personas. En su profundo interés por el ser humano Dios hace lo posible por demostrárselo, sea por medio de Jesucristo como don perfecto, o por medio de esta otra gracia que son los dones.
También se puede pensar que Dios da los dones a personas no maduras porque “el que comenzó en vosotros la buena obra, la perfeccionará hasta el día de Jesucristo” (Fil 1:6). El Señor no mira al creyente sólo como él es “ahora”, sino como será en los años que vienen. Y da por sentado que su obra en las personas crecerá, aumentará, se perfeccionará, por lo que se debe dar cuanto antes oportunidad y responsabilidad a sus hijos.
Lo anterior representa incluso un patrón mental que todo pastor debe aprender a desarrollar, y es que si Dios se arriesga con nosotros, nos llama, nos da, nos capacita y aun está dispuesto a soportar muchos de nuestros errores, los pastores no debemos hacer menos. La tendencia en muchos líderes es esperar de los creyentes títulos en materias religiosas, o que estén largo tiempo sentados en las bancas antes de poder asignarles alguna tarea. Dios comienza temprano. Él sabe que si a las personas no se les asigna responsabilidad y metas, la tendencia será sólo querer recibir y no dar, a vivir tranquilo sin comprometerse, lo que resultará en un edificio con piedras muertas y no vivas.
Dios también da por sentado la responsabilidad que les compete a los pastores en la formación de sus hijos. Èl entiende que sus pastores enseñan a sus rebaños estos elementos básicos para las relaciones y actividades de la iglesia. De manera que a la gracia del Espíritu al entregar los dones debe ir aparejada una acción pastoral de enseñanza, orientación y supervisión, y cuando sea necesario, de disciplina.
Muchas de las experiencias negativas acerca de los dones se han debido, no sólo a que en algunas congregaciones no se permiten, sino a que aun en aquellas que son estimulados fervorosamente, falta el marco adecuado de enseñanza y supervisión. Por ejemplo, muchas congregaciones de tipo pentecostal o carismático dan un énfasis casi exclusivo a las lenguas y a la profecía y dejan fuera los demás dones. Esto trae un desequilibrio, motivación para ciertas cosas e inhibición para otros dones que cumplen un papel importantísimo en la vida del cuerpo de Cristo (1 Co 12; 13; 14).
Además olvidan las reglas que el mismo Espíritu Santo ha dado para evitar confusión y abusos, como con respecto al empleo de las lenguas en el culto público. Igualmente, referente a la comunicación de profecías sin ser examinadas, ya sea cuando son dadas a la congregación, o como lo están practicando muchos grupos, la profecía debe ser escuchada y juzgada por hermanos que tienen el discernimiento para hacerlo.
De manera que en materia de dones no podemos afirmar que la posesión de un don es sinónimo de madurez espiritual. Tampoco podemos exigirle al Espíritu que los otorgue sólo a los que creen ser maduros, porque él es soberano. Lo que señala claramente es la responsabilidad del cristiano para usarlos correctamente, y señala también la responsabilidad pastoral de enseñar estos asuntos como lo indica la palabra de Dios.


  5.      LOS DONES EN LA VIDA DE LA CONGREGACIÓN

Debido a lo anteriormente comentado, se hace del todo necesario tener un marco de comprensión más claro respecto a los dones. Conviene señalar los siguientes elementos.
Primeramente que los dones aunque son dados a personas, deben ser empleados en función de un todo que es el cuerpo de Cristo, ya sea en su sentido más amplio o bien en el de una congregación local, sea ésta numerosa o que sólo esté integrada por unos pocos hermanos.
La mención de los dones viene precedida en el Nuevo Testamento por la noción de un cuerpo integrado por muchos miembros, cada uno de estos con diferentes funciones, pero no independientes, sino coordinadas y orientadas hacia un fin (Ro 12:3–5, 6–8; 1 Co 12:12–30). Este es el genuino punto de partida de este tema. Si los dones se promueven en las congregaciones como una “emocionante experiencia espiritual”, o un campo “secreto” de conocimiento, o cosas semejantes, lo que se hace es poner un fundamento falso. La integración a un organismo vivo, su participación seria y responsable en él, conforme lo traza la palabra de Dios, es lo que debe presidir toda enseñanza en este campo.
En segundo lugar estas capacidades que otorga el Espíritu a los hijos de Dios son, para edificación de la congregación, no para exaltación o intereses personales (1 Co 14:3–6, 12, 17, 19, 20, 26). La edificación está relacionada con necesidades y aspectos muy variados tanto en la escala personal, como familiar y congregacional. Tiene que ver con necesidades espirituales, organizacionales, administrativas, y de salud, como se verá más adelante en la clasificación de los dones. De manera que el Señor los da para que los creyentes no encierren su vivencia cristiana dentro de sí mismos sino para que contribuyan siendo útiles a los demás y al cuerpo de Cristo.
El Espíritu Santo ubica sus capacidades como él quiere. No puede complacer a todos con lo mismo porque no todo el cuerpo puede ser sólo manos u ojos o piernas. Debe haber variedad porque se trata de funciones o formas de servicio que se conceden a cada uno. Además, él considera que a unos debe darles más honor que a otros, porque lo necesitan. Es lo que se percibe en muchos lugares acerca de hermanos que parecen no tener mucho valor ante los ojos de algunos pero de repente el Espíritu los capacita con algo que les ayuda a levantar su condición. Este privilegio lo ejerce el Espíritu a su propio arbitrio (1 Co 12:14–30).
Algunos hermanos sólo se interesan en dones espectaculares, en parte por lo llamativos y en parte a veces porque los mismos pastores destacan y promueven únicamente dichos dones. Aquí se exige humildad en todos los casos y sujeción a la voluntad del Espíritu. Incluso, cuando un cristiano pide un don, a menos que esté muy convencido de la razón por la cual lo pide, su oración debiera ser siempre para que le sea dado el que el Señor considere más necesario para su cuerpo, sea éste evidente o no. Lo importante para el hermano debe ser siempre que se realice plenamente el interés de Dios en su iglesia.
En tercer lugar, los dones al funcionar en un cuerpo deben estar sujetos a la cabeza que es Cristo. Esto quiere decir emplearlos tal y como él ordena. Pero en cuanto a la iglesia visible, la congregación, los dones deben sujetarse a su respectivo ministerio o liderazgo. Desde luego que a veces los mismos líderes no se ajustan a la enseñanza de la palabra y entonces poco o nada pueden hacer para orientar a los hermanos, por lo que es un deber muy grande de todo pastor, y de quienes le acompañan en su labor, tener la mayor información posible y trazar líneas directivas para toda la congregación.
Generalmente los aspectos conflictivos de los dones se presentan con respecto a las lenguas, la profecía y la sanidad. En las primeras por el ejercicio libre que algunos quieren ejercer en público, quizá más que todo como una demostración de su relación con Dios. Las directivas del Señor son que las lenguas son para la conversación privada del creyente con el Señor, lo cual debe hacerse igualmente en privado (1 Co 14:1–28).
En cuanto a las profecías, se enseña que pueden “profetizar todos uno por uno”, que los “profetas hablen dos o tres, y los demás juzguen”, y que sus espíritus estén “sujetos a los profetas” (1 Co 14:31, 29, 32). Se entiende en este contexto que cuando los profetas hablan es para edificar, exhortar (o sea, animar) y consolar (1 Co 14:3). Generalmente, cuando esto se hace no hay problemas. Esto se da cuando la profecía se refiere a supuestos acontecimientos que van a venir, a declaraciones sobre personas de la iglesia, como que están en pecado, o que deben hacer esto o aquello, o a acusaciones contra la congregación.
La profecía usada de este modo se torna conflictiva y peligrosa, aunque no siempre, pues a menudo el Señor revela cosas ocultas o necesarias. Primeramente hay que recordar que la profecía verdadera proviene del Señor. Pero también hay falsificaciones que proceden de las personas, según su estado de ánimo, sentimientos adversos hacia hermanos o hacia la congregación, intereses personales o familiares que se escudan con aquello de “esto dice el Señor: Hijitos míos …” También la falsa profecía puede provenir de Satanás.
Cualquier cosa que se haga pasar como profecía puede provenir de las tres fuentes mencionadas. Por esto es un deber de la congregación conocer estos asuntos. Y es responsabilidad también de los pastores enseñarlo y saber emplear los correctivos necesarios para que la congregación no reciba de buenas a primeras todo como si fuera de Dios, para que no caiga bajo la engañosa manipulación de algún “profeta” o “profetiza” que incluso puede ser hasta el mismo pastor, o bien que sea sometida a tensiones interpersonales, a esperar el cumplimiento de acontecimientos extraños y otras cosas semejantes.
De todo lo anterior se impone una adecuada enseñanza de la palabra. Además una sujeción a ella y al ministerio de la iglesia y un examen de profecías cuando éstas son de carácter conflictivo.
La falta de conocimiento y obediencia a la palabra de Dios, puede conducir, no a la libertad del Espíritu, sino al libertinaje y corrupción de tan precioso don. De esto testifican muchos casos de iglesias divididas, hermanos heridos, matrimonios que nunca debieran haberse hecho, enemistades entre creyentes, pastores calumniados o pastores que no quieren enfrentar su responsabilidad, simplemente porque dicen “esto dice el Señor”, y porque no aplican los principios de la palabra de Dios.
En cuarto lugar, es tarea del liderazgo de la congregación enseñar lo que la palabra muestra respecto a los dones, orar para que ellos sean manifestados y reconocerlos. Es el caso por ejemplo cuando el Señor da dones de sanidad a algunos hermanos y no se les da la oportunidad de ejercerlos, pues algunos pastores piensan que ellos son los que deben hacerlo. Vale la pena integrar hermanos que posean un don para que lo ejerzan como ministerio en la congregación. Así se debe hacer en otros casos de dones para que la congregación pueda tener la variedad necesaria para sus necesidades y operaciones. Lo que claramente dice el Espíritu Santo sobre la forma como él arregla el cuerpo, es que los pastores solamente tienen una parte en el gobierno y una parte de las capacidades. Para otras necesidades distribuye los poderes a otros hermanos como él quiere. Esto debe ser reconocido, respetado y estimulado.
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lunes, 6 de abril de 2015

El lugar del cristiano no es la soledad del claustro, sino el campamento mismo del enemigo: Ahí está su misión y su tarea

Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6


 
 
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La vida en común

« ¡Qué dulce y agradable es para los hermanos vivir juntos y en armonía! » (Sal 133:1).
Vamos a examinar a continuación algunas enseñan­zas y reglas de la Escritura sobre nuestra vida en común bajo la palabra de Dios.
Contrariamente a lo que podría parecer a primera vista, no se deduce que el cristiano tenga que vivir ne­cesariamente entre otros cristianos. El mismo Jesucristo vivió en medio de sus enemigos y, al final, fue abando­nado por todos sus discípulos. Se encontró en la cruz solo, rodeado de malhechores y blasfemos. Había veni­do para traer la paz a los enemigos de Dios. Por esta ra­zón, el lugar de la vida del cristiano no es la soledad del claustro, sino el campamento mismo del enemigo. Ahí está su misión y su tarea. «El reino de Jesucristo debe ser edificado en medio de tus enemigos. Quien rechaza esto renuncia a formar parte de este reino, y prefiere vi­vir rodeado de amigos, entre rosas y lirios, lejos de los malvados, en un círculo de gente piadosa. ¿No veis que así blasfemáis y traicionáis a Cristo? Si Jesús hubiera actuado como vosotros, ¿quién habría podido salvarse?» (Lutero).
«Los dispersaré entre los pueblos, pero, aun lejos, se acordarán de mí» (Zac. 10, 9). Es voluntad de Dios que la cristiandad sea un pueblo disperso, esparcido como la semilla «entre todos los reinos de la tierra» (Dt 4, 27). Esta es su promesa y su condena. El pueblo de Dios de­berá vivir lejos, entre infieles, pero será la semilla del reino esparcida en el mundo entero.
«Los reuniré porque los he rescatado... y volverán» (Zac 10, 8-9). ¿Cuándo sucederá esto? Ha sucedido ya en Jesucristo, que murió «para reunir en uno a todos los hijos de Dios dispersos» (Jn 11, 52), y se hará visible al final de los tiempos, cuando los ángeles de Dios «reú­nan a los elegidos de los cuatro vientos, desde un extre­mo al otro de los cielos» (Mt 24, 31). Hasta entonces, el pueblo de Dios permanecerá disperso. Solamente Jesu­cristo impedirá su disgregación; lejos, entre los infieles, les mantendrá unidos el recuerdo de su Señor.
El hecho de que, en el tiempo comprendido entre la muerte de Jesucristo y el último día, los cristianos pue­dan vivir con otros cristianos en una comunidad visible ya sobre la tierra no es sino una anticipación misericor­diosa del reino que ha de venir. Es Dios, en su gracia, quien permite la existencia en el mundo de semejante comunidad, reunida alrededor de la palabra y el sacra­mento. Pero esta gracia no es accesible a todos los cre­yentes. Los prisioneros, los enfermos, los aislados en la dispersión, los misioneros están solos. Ellos saben que la existencia de la comunidad visible es una gracia. Por eso su plegaria es la del salmista: «Recuerdo con emo­ción cuando marchaba al frente de la multitud hacia la casa de Dios entre gritos de alegría y alabanza de un pueblo en fiesta» (Sal 42,5). Sin embargo, permanecen solos como la semilla que Dios ha querido esparcir. No obstante, captan intensamente por la fe cuanto les es ne­gado como experiencia sensible. Así es como el apóstol Juan, desterrado en la soledad de la isla de Patmos, ce­lebra el culto celestial «en espíritu, el día del Señor» (Ap 1, 10), con todas las Iglesias. Los siete candelabros que ve son las Iglesias; las siete estrellas, sus ángeles; en el centro, dominándolo todo, Jesucristo, el Hijo del hombre, en la gloria de su resurrección. Juan es fortale­cido y consolado por su palabra. Esta es la comunidad celestial que, en el día del Señor, puebla la soledad del apóstol desterrado.
Pese a todo, la presencia sensible de los hermanos es para el cristiano fuente incomparable de alegría y con­suelo. Prisionero y al final de sus días, el apóstol Pablo no puede por menos de llamar a Timoteo, «su amado hi­jo en la fe», para volver a verlo y tenerlo a su lado. No ha olvidado las lágrimas de Timoteo en la última despe­dida (2 Tim 1, 4). En otra ocasión, pensando en la Igle­sia de Tesalónica, Pablo ora a Dios «noche y día con gran ansia para volver a veros» (1 Tes 3, 10); y el após­tol Juan, ya anciano, sabe que su gozo no será comple­to hasta que no esté junto a los suyos y pueda hablarles de viva voz, en vez de con papel y tinta (2 Jn 12). El cre­yente no se avergüenza ni se considera demasiado car­nal por desear ver el rostro de otros creyentes. El hom­bre fue creado con un cuerpo, en un cuerpo apareció por nosotros el Hijo de Dios sobre la tierra, en un cuerpo fue resucitado; en el cuerpo el creyente recibe a Cristo en el sacramento, y la resurrección de los muertos dará lugar a la plena comunidad de los hijos de Dios, forma­dos de cuerpo y espíritu.
A través de la presencia del hermano en la fe, el cre­yente puede alabar al Creador, al Salvador y al Reden­tor, Dios Padre, Hijo y Espíritu santo. El prisionero, el enfermo, el cristiano aislado reconocen en el hermano que les visita un signo visible y misericordioso de la presencia de Dios trino. Es la presencia real de Cristo lo que ellos experimentan cuando se ven, y su encuentro es un encuentro gozoso. La bendición que mutuamente se dan es la del mismo Jesucristo. Ahora bien, si el mero encuentro entre dos creyentes produce tanto gozo, ¡qué inefable felicidad no sentirán aquellos a los que Dios permite vivir continuamente en comunidad con otros creyentes! Sin embargo, esta gracia de la comunidad, que el aislado considera como un privilegio inaudito, con frecuencia es desdeñada y pisoteada por aquellos que la reciben diariamente. Olvidamos fácilmente que la vida entre cristianos es un don del reino de Dios que nos puede ser arrebatado en cualquier momento y que, en un instante también, podemos ser abandonados a la más completa soledad. Por eso, a quien le haya sido conce­dido experimentar esta gracia extraordinaria de la vida comunitaria ¡que alabe a Dios con todo su corazón; que, arrodillado, le dé gracias y confiese que es una gracia, sólo gracia!
La medida en que Dios concede el don de la comu­nión visible varía. Una visita, una oración, un gesto de bendición, una simple carta, es suficiente para dar al cristiano aislado la certeza de que nunca está solo. El saludo que el apóstol Pablo escribía personalmente en sus cartas ciertamente era un signo de comunión visible. Algunos experimentan la gracia de la comunidad en el culto dominical; otros, en el seno de una familia creyen­te. Los estudiantes de teología gozan durante sus estu­dios de una vida comunitaria más o menos intensa. Y actualmente los cristianos más sinceros sienten necesi­dad de participar en «retiros» para convivir con otros creyentes bajo la palabra de Dios. Los cristianos de hoy descubren nuevamente que la vida comunitaria es ver­daderamente la gracia que siempre fue, algo extraordi­nario, «el momento de descanso entre los lirios y las ro­sas» al que se refería Lutero.


La comunidad cristiana


Comunidad cristiana significa comunión en Jesucris­to y por Jesucristo. Ninguna comunidad cristiana podrá ser más ni menos que eso. Y esto es válido para todas las formas de comunidad que puedan formar los creyentes, desde la que nace de un breve encuentro hasta la que re­sulta de una larga convivencia diaria. Si podemos ser hermanos es únicamente por Jesucristo y en Jesucristo.
Esto significa, en primer lugar, que Jesucristo es el que fundamenta la necesidad que los creyentes tienen unos de otros; en segundo lugar, que sólo Jesucristo ha­ce posible su comunión y, finalmente, que Jesucristo nos ha elegido desde toda la eternidad para que nos aco­jamos durante nuestra vida y nos mantengamos unidos siempre.
Comunidad de creyentes. El cristiano es el hombre que ya no busca su salvación, su libertad y su justicia en sí mismo, sino únicamente en Jesucristo. Sabe que la palabra de Dios en Jesucristo lo declara culpable aun­que él no tenga conciencia de su culpabilidad, y que es­ta misma palabra lo absuelve y justifica aun cuando no tenga conciencia de su propia justicia. El cristiano ya no vive por sí mismo, de su autoacusación y su auto-justificación, sino de la acusación y justificación que pro­vienen de Dios. Vive totalmente sometido a la palabra que Dios pronuncia sobre él declarándole culpable o jus­to. El sentido de su vida y de su muerte ya no lo busca en el propio corazón, sino en la palabra que le llega desde fuera, de parte de Dios. Este es el sentido de aquella afir­mación de los reformadores: nuestra justicia es una «justicia extranjera» que viene de fuera (extra nos). Con esto nos remiten a la palabra que Dios mismo nos diri­ge, y que nos interpela desde fuera. El cristiano vive ín­tegramente de la verdad de la palabra de Dios en Jesu­cristo. Cuando se le pregunta ¿dónde está tu salvación, tu bienaventuranza, tu justicia?, nunca podrá señalarse a sí mismo, sino que señalará a la palabra de Dios en Je­sucristo. Esta palabra le obliga a volverse continuamen­te hacia el exterior, de donde únicamente puede venirle esa gracia justificante que espera cada día como comida y bebida. En sí mismo no encuentra sino pobreza y muerte, y si hay socorro para él, sólo podrá venirle de fuera. Pues bien, esta es la buena noticia: el socorro ha venido y se nos ofrece cada día en la palabra de Dios que, en Jesucristo, nos trae liberación, justicia, inocen­cia y felicidad.
Esta palabra ha sido puesta por Dios en boca de los hombres para que sea comunicada a los hombres y transmitida entre ellos. Quien es alcanzado por ella no puede por menos de transmitirla a otros. Dios ha queri­do que busquemos y hallemos su palabra en el testimo­nio del hermano, en la palabra humana. El cristiano, por tanto, tiene absoluta necesidad de otros cristianos; son quienes verdaderamente pueden quitarle siempre sus in-certidumbres y desesperanzas. Queriendo arreglárselas por sí mismo, no hace sino extraviarse todavía más. Ne­cesita del hermano como portador y anunciador de la palabra divina de salvación. Lo necesita a causa de Je­sucristo. Porque el Cristo que llevamos en nuestro pro­pio corazón es más frágil que el Cristo en la palabra del hermano. Este es cierto; aquel, incierto. Así queda cla­ra la meta de toda comunidad cristiana: permitir nuestro encuentro para que nos revelemos mutuamente la buena noticia de la salvación. Esta es la intención de Dios al reunimos. En una palabra, la comunidad cristiana es obra solamente de Jesucristo y de su justicia «extranje­ra». Por tanto, la comunidad de dos creyentes es el fru­to de la justificación del hombre por la sola gracia de Dios, tal y como se anuncia en la Biblia y enseñan los reformadores. Esta es la buena noticia que fundamenta la necesidad que tienen los cristianos unos de otros.
Cristo mediador. Este encuentro, esta comunidad, solamente es posible por mediación de Jesucristo. Los hombres están divididos por la discordia. Pero «Jesu­cristo es nuestra paz» (Ef 2, 14). En él la comunidad di­vidida encuentra su unidad. Sin él hay discordia entre los hombres y entre estos y Dios. Cristo es el mediador entre Dios y los hombres. Sin él, no podríamos conocer a Dios, ni invocarle, ni llegarnos a él; tampoco podría­mos reconocer a los hombres como hermanos ni acercarnos a ellos. El camino está bloqueado por el propio «yo». Cristo, sin embargo, ha franqueado el camino obstruido, de forma que, en adelante, los suyos puedan vivir en paz no solamente con Dios, sino también entre ellos. Ahora los cristianos pueden amarse y ayudarse mutuamente; pueden llegar a ser un solo cuerpo. Pero sólo es posible por medio de Jesucristo. Solamente él hace posible nuestra unión y crea el vínculo que nos mantiene unidos. Él es para siempre el único mediador que nos acerca a Dios y a los hermanos.
La comunidad de Jesucristo. En Jesucristo hemos sido elegidos para siempre. La encarnación significa que, por pura gracia y voluntad de Dios trino, el Hijo de Dios se hizo carne y aceptó real y corporalmente nuestra naturaleza, nuestro ser. Desde entonces, noso­tros estamos en él. Lleva nuestra carne, nos lleva consi­go. Nos tomó con él en su encarnación, en la cruz y en su resurrección. Formamos parte de él porque estamos en él. Por esta razón la Escritura nos llama el cuerpo de Cristo. Ahora bien, si antes de poder saberlo y quererlo hemos sido elegidos y adoptados en Jesucristo con toda la Iglesia, esta elección y esta adopción significan que le pertenecemos eternamente, y que un día la co­munidad que formamos sobre la tierra será una comuni­dad eterna junto a él. En presencia de un hermano debe­mos saber que nuestro destino es estar unidos con él en Jesucristo por toda la eternidad. Repitámoslo: comuni­dad cristiana significa comunidad en y por Jesucristo. Sobre este principio descansan todas las enseñanzas y reglas de la Escritura, referidas a la vida comunitaria de los cristianos.
«Acerca del amor fraterno no tenéis necesidad de que os escriba, porque vosotros mismos habéis aprendido de Dios a amaros unos a otros... Pero os rogamos, herma­nos, que abundéis en ello más y más» (1Tes 4, 9-10). Dios mismo se encarga de instruirnos en el amor frater­no; todo cuanto nosotros podamos añadir a esto no será sino recordar la instrucción divina y exhortar a perseve­rar en ella. Cuando Dios se hizo misericordioso revelándonos a Jesucristo como hermano, ganándonos para su amor, comenzó también al mismo tiempo a instruirnos en el amor fraternal. Su misericordia nos ha enseñado a ser misericordiosos; su perdón, a perdonar a nuestros hermanos. Debemos a nuestros hermanos cuanto Dios hace en nosotros. Por tanto, recibir significa al mismo tiempo dar, y dar tanto cuanto se haya recibido de la mi­sericordia y del amor de Dios. De este modo, Dios nos enseña a acogernos como él mismo nos acogió en Cristo. «Acogeos, pues, unos a otros como Cristo os acogió» (Rom 15, 7).
A partir de ahí, y llamados por Dios a vivir con otros cristianos, podemos comprender qué significa tener her­manos. «Hermanos en el Señor» (Fil. 1,14) llama Pablo a los suyos de Filipos. Sólo mediante Jesucristo nos es posible ser hermanos unos de otros. Yo soy hermano de mi prójimo gracias a lo que Jesucristo hizo por mí; mi prójimo se ha convertido en mi hermano gracias a lo que Jesucristo hizo por él. Todo esto es de una gran tras­cendencia. Porque significa que mi hermano, en la co­munidad, no es tal hombre piadoso necesitado de frater­nidad, sino el hombre que Jesucristo ha salvado, a quien ha perdonado los pecados y ha llamado, como a mí, a la fe y a la vida eterna. Por tanto, lo decisivo aquí, lo que verdaderamente fundamenta nuestra comunidad, no es lo que nosotros podamos ser en nosotros mismos, con nuestra vida interior y nuestra piedad, sino aquello que somos por el poder de Cristo. Nuestra comunidad cris­tiana se construye únicamente por el acto redentor del que somos objeto. Y esto no solamente es verdadero pa­ra sus comienzos, de tal manera que pudiera añadirse al­gún otro elemento con el paso del tiempo, sino que si­gue siendo así en todo tiempo y para toda la eternidad. Solamente Jesucristo fundamenta la comunidad que na­ce, o nacerá un día, entre dos creyentes. Cuanto más au­téntica y profunda llegue a ser, tanto más retrocederán nuestras diferencias personales, y con tanta mayor clari­dad se hará patente para nosotros la única y sola reali­dad: Jesucristo y lo que él ha hecho por nosotros. Úni­camente por él nos pertenecemos unos a otros real y to­talmente, ahora y por toda la eternidad.


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domingo, 29 de marzo de 2015

Mejor nos fuera servir a los egipcios, que morir nosotros en el desierto: La incredulidad, plaga espiritual que contagia

Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6


 
 
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Jehová Pelea por Israel

Exodo 13:17–15:21

“¿Por qué has hecho así con nosotros que nos has sacado de Egipto?”

“¿No había sepulcros en Egipto, que nos has sacado para que muramos en el desierto?”

Mejor nos fuera servir a los egipcios, que morir nosotros en el desierto”.

¿Qué le había sucedido a Israel, que después de unos cuantos días de ver la gran salvación que Dios les dio de Egipto, comenzaron a hablar asi? ¡Qué fácil es olvidarse de lo que Dios ha hecho!
Nuevamente el pueblo de Dios había dejado de confiar en su Salvador. La incredulidad corría entre ellos como si fuera otra plaga. Ya estaban listos para volver a la esclavitud de la cual Dios les había librado. Dios tuvo que enseñarles que Quién les sacó de la esclavitud sería capaz asimismo de protegerles en la lucha contra el enemigo.
Partiendo desde el Génesis, el libro del Exodo describe el nacimiento de Israel como nación. Explica cómo Dios controló la historia, aun en una tierra pagana, y cómo utilizó las circunstancias allí dadas para formar a Israel y constituirle en una nación.
Dios les libró de la esclavitud y les estableció como Su pueblo. Los redimió y los hizo pertenencia Suya. Concertó un pacto que gobernaría su relación con El y entre ellos mismos. Les proveyó de un lugar donde pudieran gozar de comunión con El y adorarle por sus manifestaciones de amor hacia Israel.
El Exodo fue escrito para que Israel, al darse cuenta de todo lo que Dios había hecho por ellos, reconociera su deuda para con Dios, así como su necesidad de depender de El. Tal reconocimiento habría de motivarles a confiar en Jehová, a servirle y adorarle. Al someterse voluntariamente al Dios que tanto les había bendecido, le glorificarían y atraerían a las demás naciones a El.
Los primeros capítulos del libro describen los eventos por medio de los cuales Dios redimió al pueblo de la esclavitud en Egipto (1–13:16). La sangre derramada sirvió para salvar a los israelitas del juicio divino sobre los primogénitos de los egipcios. Mediante la redención efectuada por Dios, Israel llegó a pertenecer a Dios. El habría de ser reconocido como su Señor a partir de ese momento.
A través de tal manifestación del poder de Dios, se dio a conocer la naturaleza de Dios, Su carácter, Su persona, Sus atributos y Sus obras. También se comprendió la necesidad de obediencia que el pueblo de Dios ha de tributarle por la grandeza de Sus obras.
Ahora Israel se encontraba en el desierto. Estaban listos para emprender su viaje a la tierra prometida. El recorrido se nos presenta en tres etapas: su viaje hacia el mar (13:17–14:14); el viaje a través del mar (14:15–15:21); y finalmente, el viaje a Sinaí (15:22–18:27).

EL VIAJE HACIA EL MAR 13:17–14:14

La Ruta de Israel 13:17–22
Después de describir el acto de redención de parte de Dios, el autor narra el viaje desde Egipto hasta el monte de Sinaí. La primera etapa tiene que ver con los eventos que ocurrieron a lo largo de su marcha hacia el mar.
Dios no guió a Israel hacia la tierra prometida por el camino más corto. Los llevó por una ruta mucho más larga que atravesaba el desierto. No los guió por el camino corto, ya que de ser así, hubieran tenido que pasar por la tierra de los filisteos y hubiera sido necesario enfrentarse aellos. Los israelitas aún no estaban listos para la guerra. Es probable que al darse cuenta de la posibilidad de presentar batalla, hubieran optado por regresar a Egipto antes que enfrentarse a un pueblo guerrero. Necesitaban más tiempo y experiencia en el desierto antes de estar listos para tales hostilidades (13:17–18). Después de los años de lucha para sobrevivir en el desierto, estarían mejor preparados para pelear y tomar posesion de la tierra prometida.

DIOS NO LOS LLEVO POR EL CAMINO CORTO
LOS LLEVO PRIMERO POR EL DESIERTO

¡PENSEMOS!

 Israel quería una vida menos esforzada. No deseaban más luchas. Por su parte, Dios sabía que ellos necesitaban la experiencia en el desierto para prepararse para la conquista de la tierra prometida. Tuvieron que aprender a confiar en Dios en las pruebas diarias antes de enfrentarse en la guerra con sus enemigos.
 La vida cristiana es así. Queremos una vida poco esforzada, mientras que Dios sabe que necesitamos las pruebas para madurar y prepararnos para la batalla espiritual. Por lo tanto, El nos manda pruebas para perfeccionarnos.
 Señale alguna ocasión en que Dios le haya mandado una prueba aparentemente difícil en ese momento. ¿En qué forma le preparó esta prueba para la guerra espiritual? ¿Está pasando por alguna prueba difícil ahora? Tal vez todavía no puede ver cómo Dios utilizará esta prueba para prepararle para la batalla. Acepte por fe el buen propósito de Dios en esta prueba. Dele gracias a Dios porque todas las cosas—incluyendo esta prueba—nos ayudan a bien (Romanos 8:28). Dios sabe la mejor manera de prepararnos.

Como un paréntesis a este recorrido, se nos presenta el cumplimiento del deseo de José. Moisés estaba consciente de la promesa que José había hecho jurar a sus hijos, antes de su muerte. Por eso, cuando Israel salió de Egipto, los huesos de José fueron con ellos. José sabía que Dios había prometido un futuro glorioso para Su pueblo. No quería permanecer en Egipto cuando se cumpliese la promesa (13:19).
Dios no dejó que los israelitas buscaran su propio camino en el desierto. El iba con ellos para guiarles. Se manifestó mediante una columna de nube de día y como una columna de fuego de noche. Les sirvió como recordatorio continuo de Su presencia con ellos y como base para asegurarse de Su protección en las circunstancias difíciles (13:20–22).

DIOS NO LES DEJO BUSCAR SU PROPIO CAMINO
EL FUE CON ELLOS PARA GUIARLES

¡PENSEMOS!

 Aunque no gozamos de la misma manifestación física de la presencia de Dios. El está con nosotros para guiarnos hoy, tal como lo hizo con Moisés. No es necesario que pasemos horas buscando la voluntad de Dios; ¡Su voluntad no se ha extraviado! Dios nos ha enseñado el camino por el cual desea que andemos. Su Espíritu reside en nosotros y nos da la convicción segura de la voluntad de Dios para nosotros. Esta dirección siempre llega en el momento preciso. Dios sólo espera que estemos disponibles y en actitud de obediencia ante lo que nos pide.
 ¿De qué manera le ha mostrado Dios Su voluntad en el pasado? ¿Qué desea Dios que usted haga ahora?¿Cómo se lo ha indicado? ¿Está dispuesto a obedecer?

La Persecución del Faraón 14:1–9
A pesar de las plagas que habían demostrado la superioridad de Jehová al poder del faraón y los dioses de Egipto, el faraón no se había dado por vencido. Aunque había autorizado la salida de Israel, no había pensado en todas las implicaciones del caso. Al recapacitar, se dio cuenta de que tenía un problema. Había dejado salir a una gran parte de la fuerza laboral que sostenía a Egipto. ¿Quién haría ahora todo ese trabajo? Fue así como el faraón se decidió a perseguir al pueblo de Israel.

El plan de Dios 14:1–4
El cambio de parecer del faraón no sorprendió a Dios. Había formado parte de Su plan desde el principio. El plan de Dios era que los ejércitos del faraón salieran y fueran derrotados. Al destruir al ejército de Egipto, Dios manifestaría Su superioridad y sería a la vez glorificado.

DIOS SERIA GLORIFICADO
POR MEDIO DEL REBELDE FARAON

El plan del faraón 14:5–9
Dios comenzó a dirigir a Israel de tal forma que el faraón creyó que erraban perdidos en el desierto. El faraón decidió aprovechar la situación para sorprenderlos. Organizó a su ejército y sus carros de guerra para ir tras ellos y les dio alcance a la orilla del mar.

EL Temor de Israel 14:10–14
Desde cualquier punto de vista humano es evidente que el pueblo de Israel no tenía posibilidad alguna de escapar. El faraón estaba convencido de que sería una victoria fácil. Los israelitas opinaban lo mismo. Estaban atemorizados, sabedores de que no tenían escapatoria (14:10–12).

ISRAEL NO TENIA POSIBILIDADES DE GANAR

El miedo y la desconfianza les hicieron murmurar. Se quejaron en contra de Moisés en la presencia de Dios. Decían que hubiera sido mejor quedarse en Egipto como esclavos que morir de esa manera en el desierto.
Moisés les respondió con una gran promesa. Si ellos permanecían quietos, verían una manifestación de la mano poderosa de Dios. Jehová pelearía por Su pueblo; nunca más volverían a ver a estos egipcios (14:13–14).

¡PENSEMOS!

 Antes de criticar a Israel por su incredulidad, reconozcamos cuán fácil es caer en la misma trampa hoy. Ellos evaluaron la situación desde la perspective del mundo. No la vieron desde el punto de vista de Dios. Cuando estamos frente a situaciones difíciles, ¿cómo respondemos? Normalmente reaccionamos en la dimensión humana. Olvidamos que tenemos un recurso sobrenatural disponible. Nos es difícil apreciar la situación desde la perspectiva de Dios.
 Describa alguna circunstancia en que usted haya reaccionado así. ¿Cuál fue el resultado? ¿Qué debió haber hecho? ¿Qué principios aprendió de esa situación, o de la experiencia de Israel frente al mar, que debe poner en práctica en su vida? ¿Frente a qué situación difícil en la actualided debe usted aplicar estos principios? Específicamente ¿qué debe hacer?

EL VIAJE A TRAVES DEL MAR 14:15–15:21

Después de escuchar la promesa de que Dios les protegería, los israelitas comenzaron la segunda parte del viaje a Sinaí. Dios les mandó cruzar el mar en tierra seca.
A pesar de que la tradición señale que el mar al que se hace referencia en este pasaje es el Mar Rojo, hay algo de duda en cuanto a la ubicación exacta del lugar. El nombre dado al mar es Yam Suf, que significa “el mar de las cañas”. Aunque este título se ha usado para describir al Mar Rojo, su distancia al sur lo hace poco probable.
Normalmente se ha identificado este nombre con un río o lago en la región del Suez moderno, más cerca de Gosén. El problema de la ubicación exacta del lugar no es un argumento suficiente para negar la naturaleza del milagro, como hacen algunos hoy en día. Sea como sea, había suficiente agua allí como para acabar con el ejército del faraón.

La Promesa de Dios 14:15–18
Dios prometió dividir las aguas para que los israelitas pudieran pasar sobre tierra seca. A pesar de la evidente mano de Dios, que abrió el mar para defender a Su pueblo, los egipcios tuvieron la osadía de intentar aprovechar el milagro y cruzar para ir en pos de ellos.
Dios había prometido aprovechar el suceso para Su gloria. y así fue. Derrotando a los egipcios allí mismo, Dios cumplió Su promesa en una forma tan extraordinaria que algunos todavía se sienten obligados a negar la naturaleza histórica de los hechos.

“Y SABRAN … QUE YO SOY JEHOVA,
CUANDO ME GLORIFIQUE EN FARAON …”

La Provisión de Dios 14:19–22
La columna de nube se constituyó en un instrumento de doble propósito. Del lado de los egipcios había una oscuridad que les impedía continuar la persecución de los israelitas, mientras que del lado de Israel, la nube les iluminaba, permitiéndoles cruzar el mar. De manera que, la nube vino a ser una especie de muralla entre los dos grapos (14:19–20).

  LA MISMA NUBE:
   *      OSCURECIO EL PASO DE LOS EGIPCIOS
   *      ALUMBRO EL CAMINO DE LOS ISRAELITAS

Moisés obedeció el mandamiento de Dios y alargó su mano sobre el mar con fe. Dios cumplió Su promesa enviando un fuerte viento para dividir las aguas. El viento secó la tierra para, que Israel atravesara el mar (14:21–22). Para que pasaran más de dos millones de personas en una noche, se tendría que abrir el paso a una anchura de por lo menos dos kilómetros. Este no era un evento común. Dios estaba manifestando Su poder.

La Persecución de los Egipcios 14:23–25
Cuando los egipcios vieron lo que Israel había hecho, decidieron perseguirles. Todavía no se habían convencido de que estaban combatiendo contra el Dios del universo.
Cuando el ejército del faraón estaba en medio del mar, se encontró con un gran problema. Sus carros estaban atascados y fuera de control. Decidieron que lo mejor sería regresar y escapar, antes de que Dios los destruyera.

La Destrucción de los Egipcios 14:26–28
¡Era demasiado tarde para arrepentirse! Ya no pudieron regresar. Antes de que pudieran salir del agua, Moisés extendió su mano sobre el mar de nuevo. Las aguas volvieron a su estado normal y los sepultaron. Ninguno escapó del juicio de Dios.

NO SE PUEDE RECHAZAR LA ADVERTENCIA
DE DIOS Y SALIR ILESO

Aunque una relación de los datos con los hechos históricos conocidos resulta difícil de precisar, existen evidencias suficientes para establecer una posible identificación entre la historia secular y la historia narrada en el libro del Exodo. Hay que tomar en cuenta que ningún rey mandó escribir las crónicas de sus derrotas. El faraón del Exodo no fue una excepción en este sentido.
Amenhotep II reinó en Egipto de 1450 a 1423 a.C. Se le conoció como un recio militar muy dado al deporte. Este monarca siguió en el poder de su imperio otros 22 años después de la fecha que se le atribuye al éxodo. Sin embargo, en los últimos 20 años de su reinado no hay evidencia de ninguna campaña militar significativa.
El relato del Exodo no menciona que el faraón mismo haya estado presente cuando murieron sus soldados en el mar. Sabemos que él los organizó y los envió. Tal vez hasta inició la marcha con ellos. Su ejército persiguió a los israelitas, pero no sabemos a ciencia cierta si el faraón les acompañaba. Se sabe que él siguió dominando Palestina y Siria después de esa fecha, pero sólo por la vía diplomática. ¿Por qué no siguió expandiendo sus dominios mediante campañas militares? La respuesta del Exodo nos ayuda a explicarlo.
Tutmés IV (1423–11), el hijo de Amenhotep II, aparentemente no fue el heredero legítimo al trono. Escribió un informe de cómo de joven había limpiado la esfinge, quitándole la arena. Soñó que esto complació a los dioses y le dijeron que, aunque no era el hijo mayor, llegaría a ser faraón. ¿Cómo ocurrió? La historia no nos lo dice. Se podría explicar por la muerte de los primogénitos descrita en el Exodo. Llama la atención el hecho de que Tutmés IV no se haya involucrado en campañas militares de importancia. No pudo contra la anarquía que surgió en Palestina por parte de los “invasores extranjeros” durante su reinado.
Amenhotep III (1411–1375) no intentó extender sus fronteras. Aprovechó las alianzas diplomáticas para mantener el poder sobre sus territorios. Durante su reinado perdió influencia en el norte de Siria y en algunas partes de Palestina. Resulta interesante que por varias décadas posteriores a la fecha del éxodo, la influencia militar internacional de Egipto haya disminuido notablemente en comparación con años anteriores. Además, durante esta época perdieron el dominio sobre Palestina. El cambio coincide con el tiempo de la entrada de Israel a la tierra prometida.
Dios presenta al faraón como un ejemplo perpetuo del peligro de la incredulidad. hasta el fin, él siguió luchando contra todas las evidencias que le fueron presentadas. No se sometió a la autoridad de Dios porque él así lo determinó; no por falta de evidencias.
Al igual que el faraón, el hombre moderno cuenta con evidencias suficientes en el universo para reconocer el poder de Dios y someterse a El. Sin embargo, a pesar de tanta evidencia, los hombres rechazan la autoridad de Dios. Si no creen, es por que no quieren creer, no porque no puedan creer. Dios nos advirtió que así sería como podemos ver en Romanos 1:18–32 y 2 Pedro 3:3–15.
La advertencia del ejemplo del faraón nos debe enseñar por lo menos dos lecciones importantes. Para quienes no quieren reconocer la autoridad de Dios y someterse a El, les advierte el peligro que corren y el juicio venidero. ¡No siga luchando contra las evidencias! ¡Sométase a El hoy, antes de que sea demasiado tarde!
Para quienes confiamos en Dios, también nos recuerda la importancia de someternos diariamente a Su autoridad. Además, nos recuerda que cuando las circunstancias parecen negarlo, aún así Dios está en control de las mismas. El hace según Su voluntad. Al final, serán recompensados los que confían en El.

NUESTRO DIOS ESTA EN LOS CIELOS:
TODO LO QUE QUISO HA HECHO
Salmo 115:3

La Salvación de Israel 14:29–15:21
Cuando Israel vio la manera en que Dios los salvó y cómo había juzgado a los egipcios, confiaron en Dios y decidieron que debían escuchar a Moisés (14:29–31). Moisés les dio un cántico de alabanza para expresar su gratitud a Jehová y para recordarles la hazaña de su liberación de manos del faraón (15:1–18). El canto debía servir como memorial de la soberanía de Dios, y de Su derecho a gobernar sobre Su creación. Este recordatorio habría de producir confianza en Dios y sumisión a Su autoridad. María tembién dirigió a las mujeres en un cántico de alabanza a Dios por Su gran obra en favor de ellos (15:19–21).

¡PENSEMOS!

 Los cánticos de Moisés y de María subrayan la importancia de recordar lo que Dios ha hecho. Tal recordatorio es tan importante hoy como lo era en los días de Moisés. Israel no tenía que esforzarse para recordar algunas de las obras que Dios había hecho por ellos; por eso le cantaban.
 Y nosotros, ¿cuánto tiempo dedicamos a recordar lo que Dios ha hecho en nuestro favor y le alabamos por todo lo que le debemos? Aparte unos minutos y haga una lista de las principales obras que recuerde en que Dios le ha bendecido. Ahora, exprese su alabanza a El por las bendiciones que acaba de anotar. Si puede cantar, o escribir música, trate de expresar su alabanza a través del canto como Israel lo hizo.

JEHOVA ES MI FORTALEZA Y MI CANTICO
Y HA SIDO MI SALVACION …
JEHOVA REINARA ETERNAMENTE
Y PARA SIEMPRE

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