domingo, 12 de abril de 2015

La fe es otorgada por Dios y es alimentada y sostenida por Él mismo: una certificación que el creyente tiene de que Dios está con él y dentro de él

Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6


 
 
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LOS DONES ESPIRITUALES  EN TU VIDA Y LA IGLESIA
 Por los rasgos que le son señalados a quienes ejercen alguna forma de gobierno notamos que no sólo deben poseer cualidades humanas que los distingan, sino que, de un modo u otro, estas vienen a ser la expresión de la obra divina en ellos. Esto se pone de manifiesto en los requisitos necesarios tanto para el nombramiento de los pastores u obispos, como de los diáconos (1 Ti 3:1–13).
La iglesia es como un gran edificio en proceso de construcción, o un cuerpo integrado por muchos miembros. Su gran característica es que el edificio crece por las “piedras vivas” que van siendo agregadas por la acción de otras piedras semejantes, y así sucesivamente.
De manera que a la iglesia cristiana le ha sido dada una dinámica muy singular y particular. ¿De dónde proviene? ¿A qué se debe? ¿Dentro de cuál marco se da? ¿Cómo debe ser canalizada? Estas son algunas de las interrogantes que nos plantea el tema sobre los dones espirituales.


  1.      LOS DONES: NOVEDAD DE LA IGLESIA CRISTIANA

La fe cristiana presenta ante el mundo aspectos sumamente singulares. Por un lado enseña que ante la incapacidad del ser humano de resolver su problema de justificación ante Dios y, por tanto, de estar destinado a la condenación eterna, Dios se hace realmente hombre, cumple lo que éste no pudo, sufre y triunfa en su lugar. Una vez hecho esto, se abre el camino y la posibilidad de salvación y vida eterna. Esta acción divina en la persona de su Hijo Jesucristo es la expresión de su gracia y de su amor. A esto se le llama el “don” o regalo de la gracia de Dios (Ro 5:15, 16, 17; 2 Co 9:15; Ef 2:8).
Otro de sus elementos singulares lo constituyen los regalos o dones espirituales. Estos son dados por el Señor mediante el Espíritu Santo. Son otorgados como regalo divino con propósitos definidos y dan al seguidor de Jesucristo y a la iglesia un toque diferente de todo lo que se da en el mundo. Se afirma en ambos casos que dicha fe no sólo viene de Dios, sino que se alimenta y se sostiene por el poder de Dios. La fe y la experiencia cristianas no son simplemente respuestas humanas a un llamado de Dios, sino una certificación que el creyente tiene de que Dios está con él y dentro de él, y que el Señor le da capacidad especial para que tome parte activa en el desarrollo de sus actividades en el mundo.
Lo dicho anteriormente da la impresión que estuviéramos comparando la fe cristiana únicamente con otras creencias y vivencias religiosas. Pero no es así. A través de los siglos y por diferentes razones, la fe de los evangélicos perdió muchas veces su verdadero carácter sobrenatural. Se volvió una religión impuesta por el poder político o religioso, una simple expresión cultural, una característica y necesidad social que debía llenarse para formar parte del grupo, o bien un apegamiento a ritos y ceremonias externas. Lo profundo, lo íntimo, lo que verdaderamente vincula lo divino con lo humano, la vivencia de lo sobrenatural, se perdió.
Esto es lo particular del tema de los dones espirituales pues nos lleva a considerar una serie de elementos que le dan a nuestra fe y a la iglesia, distinción y peculiaridad. En el continente americano existe una vasta experiencia en este campo. El crecimiento que ha vivido la iglesia cristiana evangélica que, según algunos analistas, en cien años pasó de los cincuenta mil cristianos a unos 40 o 50 millones, evidencia el modo en que la fe en la realidad diaria ha afectado a tantísimas personas. Una muestra muy importante de que esto ha ocurrido está en la forma como el Señor ha derramado sus dones sobre el pueblo de Dios.
Pero el reverso de este asunto está en las falsificaciones que se dan respecto a los dones, del mal uso que hacen algunas personas, pastores y congregaciones, lo cual nos lleva a tener muy presente las advertencias de Jesús cuando enseñó: “Muchos me dirán en aquel día: Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre echamos fuera demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros? Y entonces les declararé: Nunca os conocí; apartaos de mí, hacedores de maldad” (Mt 7:22, 23).
De manera que algo que es tan precioso para la fe tiene también su elemento de cuidado. ¿En qué marco bíblico y práctico se dan los dones espirituales?


  2.      ¿QUÉ SON LOS DONES ESPIRITUALES?

En primer lugar, los dones espirituales se mencionan directamente en diversas partes del Nuevo Testamento (Ro 12:6–8; 1 Co 1:7; 12; 14; Ef 4:7, 8, 11; 1 P 4:10; 1 Ti 4:14; 2 Ti 1:6).
En modo indirecto, igualmente, fueron anunciados por el profeta Joel; por Jesús a sus discípulos, y confirmados el día de Pentecostés y en otras oportunidades (Jl 2:28; Mr 13:11; Lc 12:11; Jn 14:12; Hch 1:8; 2:1–21, 33; 10:44, 46; 19:6).
En segundo lugar, los dones se otorgan, como parte de la gracia divina, a los que obedecen a la fe de Jesucristo, según la voluntad del Espíritu del Señor (1 Co 12:1–11).
En tercer lugar, los dones son definidos a partir del sentido de la palabra “don” que implica mostrar favor, dar gracia, gracia que se hace efectiva en palabra y obra. En un sentido estricto el término significa capacidades sobrenaturales dadas por el Espíritu Santo a los cristianos para servicios especiales.
En la teología se hace una diferencia entre los “dones naturales” y los “sobrenaturales”. Los primeros tienen que ver con las cualidades que corrientemente tienen las personas para el desempeño de su vida, como las capacidades musicales, científicas, etc. Es lo que traen las personas como parte de su dotación natural para la vida. Los dones espirituales en cambio, son poderes o capacidades especiales, que cuando las personas conocen al Señor, les son otorgadas directamente por el Espíritu con fines especiales.
En cuarto lugar, como se ha señalado, es el Espíritu Santo quien los otorga. La palabra nos indica varias formas en las que se reciben dichos dones. Por un lado el Espíritu los da “como él quiere”, lo que posiblemente indica la persona a quien lo da y su capacidad para administrarlo, la oportunidad en que lo hace, la experiencia al recibirlo, la medida del poder o capacidad dada, y la variedad o cantidad de dones que les es dada a las personas, ya que una misma persona puede tener uno o más (Mt 25:14–30; 1 Co 12:11; 14:12). Otro modo como es recibido el don es por medio de la oración de la persona que desea el don, busca el mejor provecho, y lo pide al Señor (1 Co 12:31; 14:1).
En quinto lugar, en la explicación teológica de los dones del Espíritu se da una profunda disparidad. Un sector enseña que los dones fueron exclusivos para la iglesia primitiva y que cesaron en el siglo cuarto D.C. cuando la iglesia se había fortalecido lo suficiente.
Otro sector explica la vigencia de los dones en todos los tiempos de la iglesia y en todos los lugares, como algo que es propio de ella, del nuevo pacto, y como elemento vital para su edificación y su propagación. Esta perspectiva se fundamenta, no sólo en los caracteres mismos de los dones, sino en la función que cumplen en el cuerpo de Cristo, pues son los que realmente capacitan y movilizan a los cristianos para que la iglesia no sea un simple edificio o monumento, sino un organismo dotado de gran vitalidad, acción, movilidad y eficacia. Además se señala que los dones no desaparecerán sino hasta la segunda venida de Jesucristo (Ro 12:3–8; 1 Co 12; 14; 1 P 4:10; 1 Co 13:8–10).
La historia de la iglesia testifica igualmente que los grandes avivamientos espirituales tanto en congregaciones como en regiones de la tierra, vienen acompañados de muchas manifestaciones del Espíritu Santo, y entre ellas también los dones. América Latina, en diferentes congregaciones y denominaciones, regiones y épocas, ha conocido esta gracia divina, aun en círculos en los que no se pensaba ni se le buscaba. Los dones siempre vienen a recordar que la iglesia de Jesucristo no se mueve en función de la capacidad humana, sea ésta la posesión o carencia de poder político, económico o de otra naturaleza, sino en función de lo que “viene de arriba”, esto es, en el plano de lo sobrenatural.


  3.      ¿CUÁL ES LA FUNCIÓN DE LOS DONES?

Según la enseñanza apostólica, fundamentalmente, hay una función: edificar el cuerpo de Cristo.
La edificación corresponde a una responsabilidad asignada por el Señor a cada cristiano, hombre o mujer. Por lo tanto, Dios provee la capacidad para hacerlo. Si el hermano no responde debidamente, o se descuida, o los emplea en forma irresponsable, eso es otra cosa. Pero la responsabilidad y la capacidad son parte del vivir cristiano (Mt 25:14–30; Lc 19:11–27; 1 Co 3:10, 12, 13, 14, 15).
En un capítulo anterior fue señalado lo que Dios quiere: que si bien en la iglesia debe haber dirigentes, no sean éstos los únicos que hagan la obra del ministerio, sino cada uno de los hijos de Dios. Esta expresión “cada uno” o “alguno” es señalada específicamente en varios textos (1 Co 3:8, 10, 12–14, 17; 12:7, 11, 18, 28; 1 P 4:10). Y en Efesios se indica “la actividad propia de cada miembro” que al darse en forma concertada y unida hace crecer el cuerpo en amor (Ef 4:16).
La otra función tiene que ver con la conversión de los incrédulos, cuando miran las manifestaciones sobrenaturales, dadas en orden, y así reconocen la presencia del Señor (1 Co 14:23–25).
Al entender que los dones son capacidades para servir, hay dos factores que se desprenden de esta idea. Primeramente que no son, ni deben ser empleados para el beneficio personal, ya sea éste el simple placer de exhibir un poder especial, o un medio para tener dominio sobre las personas, para influir en ellas u obtener algo de ellas como fama o dinero. Lo que en términos religiosos se conoce como “simonía” se desprende del caso de Simón el mago, quien engañaba a la gente, tenía gran reputación por sus artes, y vio en los dones del Espíritu un medio muy eficaz para reforzar y ampliar su condición, para lo cual ofreció dinero al apóstol Pedro. Este reprendió duramente dicha actitud (Hch 8:9–13, 18–24).
En las congregaciones a menudo se observa fácilmente a hombres y mujeres que emplean sus dones, o aun, una falsificación de dones, especialmente lenguas, profecía e interpretación, para impresionar a la gente, exaltarse ellos mismos e ir tomando control de la congregación. Hacen uso ilegítimo de lo que Dios les ha entregado para otro fin, y esto tarde o temprano el Señor lo juzgará (Ro 2:16; Mt 7:21–23; Hch 19:13–16; Stg 1:22).
El otro elemento que se desprende de la finalidad de los dones es que son dados porque hay muchas necesidades que llenar; en muchos casos son las “buenas obras” que deben hacer los cristianos, y que “Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas” (Ef 2:10). Es para que los cristianos sean útiles los unos a los otros, y aun para los no cristianos, que se dan dichas capacidades.
Los abusos en la administración de los dones, o la falsificación de ellos, han hecho que muchas personas vuelvan las espaldas a esta verdad bíblica. Pero tomar este camino, es igualmente peligroso, porque cierra la vía al manantial de gracia que vivifica a la iglesia. Así es como pueden caer las congregaciones en una religiosidad mecánica, basada en los simples recursos humanos y por tanto, desprovista de testimonio y efectividad en su vida y labor.


  4.      DONES Y MADUREZ ESPIRITUAL

Según lo que se puede deducir de la lectura de la primera carta a los Corintios, el Espíritu Santo otorga los dones, pero su posesión no indica que quien los recibe necesariamente sea una persona espiritualmente madura. Y por madurez en dicho contexto se puede entender una característica de los cristianos que han llegado a un entendimiento de su condición como hijos de Dios y como partes de un cuerpo, por lo cual sus actitudes y acciones deben condicionarlas a esta nueva posición. Los corintios habían recibido dones “de tal manera que nada os falta en ningún don”. Pero al mismo tiempo, el apóstol no les podía hablar “como a espirituales, sino como a carnales, como a niños en Cristo” (1 Co 1:4–7; 3:1–4).
Para muchos es un problema comprender por qué Dios otorga capacidades especiales como los dones a personas que no reúnen las condiciones ideales para emplearlas correctamente. Se pueden dar varias respuestas. Una es que el amor, la gracia y la buena voluntad del Señor hacia sus hijos y hacia su cuerpo se expresan en sus dádivas. Aun más, por medio de ello Dios arriesga algo de su parte con las personas. En su profundo interés por el ser humano Dios hace lo posible por demostrárselo, sea por medio de Jesucristo como don perfecto, o por medio de esta otra gracia que son los dones.
También se puede pensar que Dios da los dones a personas no maduras porque “el que comenzó en vosotros la buena obra, la perfeccionará hasta el día de Jesucristo” (Fil 1:6). El Señor no mira al creyente sólo como él es “ahora”, sino como será en los años que vienen. Y da por sentado que su obra en las personas crecerá, aumentará, se perfeccionará, por lo que se debe dar cuanto antes oportunidad y responsabilidad a sus hijos.
Lo anterior representa incluso un patrón mental que todo pastor debe aprender a desarrollar, y es que si Dios se arriesga con nosotros, nos llama, nos da, nos capacita y aun está dispuesto a soportar muchos de nuestros errores, los pastores no debemos hacer menos. La tendencia en muchos líderes es esperar de los creyentes títulos en materias religiosas, o que estén largo tiempo sentados en las bancas antes de poder asignarles alguna tarea. Dios comienza temprano. Él sabe que si a las personas no se les asigna responsabilidad y metas, la tendencia será sólo querer recibir y no dar, a vivir tranquilo sin comprometerse, lo que resultará en un edificio con piedras muertas y no vivas.
Dios también da por sentado la responsabilidad que les compete a los pastores en la formación de sus hijos. Èl entiende que sus pastores enseñan a sus rebaños estos elementos básicos para las relaciones y actividades de la iglesia. De manera que a la gracia del Espíritu al entregar los dones debe ir aparejada una acción pastoral de enseñanza, orientación y supervisión, y cuando sea necesario, de disciplina.
Muchas de las experiencias negativas acerca de los dones se han debido, no sólo a que en algunas congregaciones no se permiten, sino a que aun en aquellas que son estimulados fervorosamente, falta el marco adecuado de enseñanza y supervisión. Por ejemplo, muchas congregaciones de tipo pentecostal o carismático dan un énfasis casi exclusivo a las lenguas y a la profecía y dejan fuera los demás dones. Esto trae un desequilibrio, motivación para ciertas cosas e inhibición para otros dones que cumplen un papel importantísimo en la vida del cuerpo de Cristo (1 Co 12; 13; 14).
Además olvidan las reglas que el mismo Espíritu Santo ha dado para evitar confusión y abusos, como con respecto al empleo de las lenguas en el culto público. Igualmente, referente a la comunicación de profecías sin ser examinadas, ya sea cuando son dadas a la congregación, o como lo están practicando muchos grupos, la profecía debe ser escuchada y juzgada por hermanos que tienen el discernimiento para hacerlo.
De manera que en materia de dones no podemos afirmar que la posesión de un don es sinónimo de madurez espiritual. Tampoco podemos exigirle al Espíritu que los otorgue sólo a los que creen ser maduros, porque él es soberano. Lo que señala claramente es la responsabilidad del cristiano para usarlos correctamente, y señala también la responsabilidad pastoral de enseñar estos asuntos como lo indica la palabra de Dios.


  5.      LOS DONES EN LA VIDA DE LA CONGREGACIÓN

Debido a lo anteriormente comentado, se hace del todo necesario tener un marco de comprensión más claro respecto a los dones. Conviene señalar los siguientes elementos.
Primeramente que los dones aunque son dados a personas, deben ser empleados en función de un todo que es el cuerpo de Cristo, ya sea en su sentido más amplio o bien en el de una congregación local, sea ésta numerosa o que sólo esté integrada por unos pocos hermanos.
La mención de los dones viene precedida en el Nuevo Testamento por la noción de un cuerpo integrado por muchos miembros, cada uno de estos con diferentes funciones, pero no independientes, sino coordinadas y orientadas hacia un fin (Ro 12:3–5, 6–8; 1 Co 12:12–30). Este es el genuino punto de partida de este tema. Si los dones se promueven en las congregaciones como una “emocionante experiencia espiritual”, o un campo “secreto” de conocimiento, o cosas semejantes, lo que se hace es poner un fundamento falso. La integración a un organismo vivo, su participación seria y responsable en él, conforme lo traza la palabra de Dios, es lo que debe presidir toda enseñanza en este campo.
En segundo lugar estas capacidades que otorga el Espíritu a los hijos de Dios son, para edificación de la congregación, no para exaltación o intereses personales (1 Co 14:3–6, 12, 17, 19, 20, 26). La edificación está relacionada con necesidades y aspectos muy variados tanto en la escala personal, como familiar y congregacional. Tiene que ver con necesidades espirituales, organizacionales, administrativas, y de salud, como se verá más adelante en la clasificación de los dones. De manera que el Señor los da para que los creyentes no encierren su vivencia cristiana dentro de sí mismos sino para que contribuyan siendo útiles a los demás y al cuerpo de Cristo.
El Espíritu Santo ubica sus capacidades como él quiere. No puede complacer a todos con lo mismo porque no todo el cuerpo puede ser sólo manos u ojos o piernas. Debe haber variedad porque se trata de funciones o formas de servicio que se conceden a cada uno. Además, él considera que a unos debe darles más honor que a otros, porque lo necesitan. Es lo que se percibe en muchos lugares acerca de hermanos que parecen no tener mucho valor ante los ojos de algunos pero de repente el Espíritu los capacita con algo que les ayuda a levantar su condición. Este privilegio lo ejerce el Espíritu a su propio arbitrio (1 Co 12:14–30).
Algunos hermanos sólo se interesan en dones espectaculares, en parte por lo llamativos y en parte a veces porque los mismos pastores destacan y promueven únicamente dichos dones. Aquí se exige humildad en todos los casos y sujeción a la voluntad del Espíritu. Incluso, cuando un cristiano pide un don, a menos que esté muy convencido de la razón por la cual lo pide, su oración debiera ser siempre para que le sea dado el que el Señor considere más necesario para su cuerpo, sea éste evidente o no. Lo importante para el hermano debe ser siempre que se realice plenamente el interés de Dios en su iglesia.
En tercer lugar, los dones al funcionar en un cuerpo deben estar sujetos a la cabeza que es Cristo. Esto quiere decir emplearlos tal y como él ordena. Pero en cuanto a la iglesia visible, la congregación, los dones deben sujetarse a su respectivo ministerio o liderazgo. Desde luego que a veces los mismos líderes no se ajustan a la enseñanza de la palabra y entonces poco o nada pueden hacer para orientar a los hermanos, por lo que es un deber muy grande de todo pastor, y de quienes le acompañan en su labor, tener la mayor información posible y trazar líneas directivas para toda la congregación.
Generalmente los aspectos conflictivos de los dones se presentan con respecto a las lenguas, la profecía y la sanidad. En las primeras por el ejercicio libre que algunos quieren ejercer en público, quizá más que todo como una demostración de su relación con Dios. Las directivas del Señor son que las lenguas son para la conversación privada del creyente con el Señor, lo cual debe hacerse igualmente en privado (1 Co 14:1–28).
En cuanto a las profecías, se enseña que pueden “profetizar todos uno por uno”, que los “profetas hablen dos o tres, y los demás juzguen”, y que sus espíritus estén “sujetos a los profetas” (1 Co 14:31, 29, 32). Se entiende en este contexto que cuando los profetas hablan es para edificar, exhortar (o sea, animar) y consolar (1 Co 14:3). Generalmente, cuando esto se hace no hay problemas. Esto se da cuando la profecía se refiere a supuestos acontecimientos que van a venir, a declaraciones sobre personas de la iglesia, como que están en pecado, o que deben hacer esto o aquello, o a acusaciones contra la congregación.
La profecía usada de este modo se torna conflictiva y peligrosa, aunque no siempre, pues a menudo el Señor revela cosas ocultas o necesarias. Primeramente hay que recordar que la profecía verdadera proviene del Señor. Pero también hay falsificaciones que proceden de las personas, según su estado de ánimo, sentimientos adversos hacia hermanos o hacia la congregación, intereses personales o familiares que se escudan con aquello de “esto dice el Señor: Hijitos míos …” También la falsa profecía puede provenir de Satanás.
Cualquier cosa que se haga pasar como profecía puede provenir de las tres fuentes mencionadas. Por esto es un deber de la congregación conocer estos asuntos. Y es responsabilidad también de los pastores enseñarlo y saber emplear los correctivos necesarios para que la congregación no reciba de buenas a primeras todo como si fuera de Dios, para que no caiga bajo la engañosa manipulación de algún “profeta” o “profetiza” que incluso puede ser hasta el mismo pastor, o bien que sea sometida a tensiones interpersonales, a esperar el cumplimiento de acontecimientos extraños y otras cosas semejantes.
De todo lo anterior se impone una adecuada enseñanza de la palabra. Además una sujeción a ella y al ministerio de la iglesia y un examen de profecías cuando éstas son de carácter conflictivo.
La falta de conocimiento y obediencia a la palabra de Dios, puede conducir, no a la libertad del Espíritu, sino al libertinaje y corrupción de tan precioso don. De esto testifican muchos casos de iglesias divididas, hermanos heridos, matrimonios que nunca debieran haberse hecho, enemistades entre creyentes, pastores calumniados o pastores que no quieren enfrentar su responsabilidad, simplemente porque dicen “esto dice el Señor”, y porque no aplican los principios de la palabra de Dios.
En cuarto lugar, es tarea del liderazgo de la congregación enseñar lo que la palabra muestra respecto a los dones, orar para que ellos sean manifestados y reconocerlos. Es el caso por ejemplo cuando el Señor da dones de sanidad a algunos hermanos y no se les da la oportunidad de ejercerlos, pues algunos pastores piensan que ellos son los que deben hacerlo. Vale la pena integrar hermanos que posean un don para que lo ejerzan como ministerio en la congregación. Así se debe hacer en otros casos de dones para que la congregación pueda tener la variedad necesaria para sus necesidades y operaciones. Lo que claramente dice el Espíritu Santo sobre la forma como él arregla el cuerpo, es que los pastores solamente tienen una parte en el gobierno y una parte de las capacidades. Para otras necesidades distribuye los poderes a otros hermanos como él quiere. Esto debe ser reconocido, respetado y estimulado.
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