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EL LIBRO DE ÉXODO DESCRIBE EL HECHO HISTÓRICO MÁS IMPORTANTE para los israelitas: su salvación de la esclavitud de Egipto. Además de ser el Creador del universo entero y quien había hecho el pacto con la familia de Abraham, Dios emerge en Éxodo como el Salvador de los israelitas. Los salvó de la esclavitud de Egipto y en el proceso los moldeó como una nación, como le prometió a Abraham en Gn 12.1-3. Así como nace un niño, Israel «nació» como nación en el éxodo, creció y se desarrolló en el desierto para llegar a la edad adulta en la Tierra Prometida. El libro de Éxodo registra el origen de esta nación y se puede considerar el estatuto fundacional para Israel.
Moisés, el personaje principal de este libro, participó en un drama épico que representó confrontaciones inolvidables con un obstinado Faraón, una huida de último minuto y una dichosa celebración. A través de todo el drama, Dios demostró su poder y santidad mediante señales y maravillas milagrosas. Finalmente, a través de Moisés en el monte Sinaí, Dios enseñó a su pueblo como llegar a ser un reino de sacerdotes y una nación santa dedicada a servirle y adorarle (19.6).
Éxodo tiene dos secciones principales. La primera sección, escrita como una historia en prosa épica (caps. 1-18), representa a Dios como el Salvador y Sustentador de su pueblo. Dios primero salvó al bebé Moisés de morir ahogado y luego le proveyó la mejor educación del mundo antiguo: la corte de Faraón. En esta corte real y más tarde en el desierto de Madián, Dios preparó a Moisés como un instrumento para salvar a su pueblo, los israelitas, de la esclavitud. Luego, en el tiempo señalado, Dios envió a Moisés y Aarón a confrontar a Faraón, el opresor de los israelitas.
Las señales y plagas milagrosas en este encuentro dramático demostraron el poder de Dios por encima de los supuestos dioses de Egipto, y especialmente de Faraón, quien declaraba ser una deidad encarnada. Puesto que Faraón intentó destruir al primogénito de Dios (el pueblo de Israel; Éx 4.22, 23), Jehová, en la décima plaga destruyó a los primogénitos de los egipcios. Pero Jehová pasó por alto, o salvó, a los primogénitos de los israelitas porque ellos eran su pueblo y habían obedecido sus instrucciones respecto a la fiesta de la Pascua (cap. 12). Con esta décima plaga, Jehová salvó a su pueblo de la esclavitud. En el Mar Rojo, Dios los salvó nuevamente, esta vez del poder del ejército egipcio (12.31-42 y 13.17-15.21). ¡El pueblo esclavizado quedó libre, Dios fue su Salvador!
Dios no sólo salvó a esos esclavos sino también proveyó para ellos. Cuando los israelitas dejaron Egipto, Dios indicó a los egipcios que les dieran todo tipo de bienes (12.36). Luego, en el desierto, volvió dulces las aguas amargas (15.22-27), les dio maná (alimento) del cielo (cap. 16) y les sacó agua de una roca (17.1-7). Y aun con estas provisiones milagrosas, los israelitas murmuraron y reclamaron. Aún no terminaban de cantar las alabanzas al Señor (15.1-21) cuando comenzaron a murmurar contra su bondad (15.24). ¿Cuándo confiarían en Dios, su Sustentador?
La segunda sección del Libro de Éxodo es una serie de leyes e instrucciones detalladas (caps. 19-40). Pero estas no son leyes ordinarias. Ellas revelan el verdadero carácter de Dios. Revelan a Dios como el Dador de la Ley y el Santo. Esta sección registra las leyes benevolentes de Dios dadas en el contexto de un trato con los israelitas. La palabra hebrea traducida ley siempre tiene un significado positivo: «Instrucción». La Ley es como un dedo extendido que apunta en la dirección que una persona debería tomar en la vida. En los Diez Mandamientos (20.1-17), Dios compasivamente le señaló su camino a su pueblo, el camino a la vida. Pero la instrucción benevolente era sólo una parte del plan de Dios para los israelitas. Su plan mayor era establecer una relación con ellos basada en un tratado formal (cap. 20).
Éxodo concluye con instrucciones sobre el tabernáculo: su construcción, amoblado y servicio. Muchas de estas instrucciones apuntan a la persona y obra del Señor Jesucristo. Dichas instrucciones y el encuentro con Dios en el Monte Sinaí enseñaron a los israelitas que Dios es perfecto y santo. Sólo es posible aproximarse a Él en la forma que Él prescribe.
Al final de Éxodo, leemos cómo los israelitas completaron la construcción del tabernáculo (39.33) y que la gloria de Jehová vino a llenarlo (40.34). Dios salvó a su pueblo, proveyó para ellos, hizo un tratado con ellos y les enseñó cómo vivir. Finalmente, Él vivió con ellos (Éx 25.8; 29.45). Todo estaba listo, así parecía, para el viaje a la Tierra de la Promesa.
Tradicionalmente, los eruditos judíos y cristianos concuerdan en que Moisés compiló y escribió Éxodo, junto con los demás libros del Pentateuco (Génesis a Deuteronomio). Con excepción del resumen histórico del primer capítulo y la sección genealógica del capítulo sexto, Moisés observó o participó en todos los eventos que se describen en el libro. Además, a diferencia de Génesis, Éxodo menciona a Moisés como escritor (17.14; 24.4; 34.27).
La educación de Moisés en la corte de Faraón (2.10; Hechos 7.22) debió prepararle maravillosamente para la tarea de escribir. Sin embargo, Moisés puede no haber escrito cada palabra de Éxodo. Por ejemplo, la sección genealógica de 6.14-27 parece ser una adición de los escribas. Aún así, es razonable identificar a Moisés como el arquitecto y autor principal de Éxodo.
Algunos han hecho la observación de que sería desusado que un autor usara la tercera persona («él» o «Moisés») más que la primera persona («yo») en una narración en que el autor está tan íntimamente envuelto. Aun así, en culturas antiguas era habitual el empleo de la tercera persona por parte del narrador.
Moisés probablemente escribió sus memorias, las que se convirtieron en el Pentateuco, mientras vagaba por el desierto con los israelitas. Sospechamos que escribió las primeras partes de Éxodo con la total certeza de que él sería partícipe de la bendición de la Tierra Prometida para Israel. Sólo mucho más tarde (Nm 20.1-13) Moisés perdió su oportunidad de entrar a la tierra.