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domingo, 26 de abril de 2015

La vida espiritual que derivamos de Cristo se alimenta y fortalece de Cristo mismo: El Espíritu Santo nos comunica la vida espiritual de Cristo

Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6


 
 
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Si hay una enseñanza vital de la vida cristiana práctica es que la vida espiritual que derivamos de Cristo se alimenta y fortalece de Cristo mismo. En el momento en que somos salvados, el Espíritu de Cristo viene a morar en nosotros comunicándonos la vida espiritual de Cristo y Sus características.
En Jn. 14:19 Cristo dice a Sus discípulos: “Porque yo vivo, vosotros también viviréis”. Y en Jn. 15:4-5: “Permaneced en mí, y yo en vosotros. Como el pámpano no puede llevar fruto por sí mismo, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí. Yo soy la vid, vosotros los pámpanos; el que permanece en mí, y yo en él, éste lleva mucho fruto; porque separados de mí nada podéis hacer” (comp. Gal. 2:20).
Muchas veces hablamos de la vida eterna como algo que se nos da, y eso no es incorrecto en sí mismo (Pablo dice en Ef. 2:9 que la salvación es un regalo de Dios); pero es más preciso decir que la vida eterna es algo que compartimos. Por el hecho de estar en Cristo somos hechos partícipes de Su vida
Juan nos dice en su primera carta que “El que tiene al Hijo, tiene la vida; el que no tiene al Hijo de Dios no tiene la vida” (1Jn. 5:12). Y en el vers. 20 añade: “Pero sabemos que el Hijo de Dios ha venido, y nos ha dado entendimiento para conocer al que es verdadero; y estamos en el verdadero, en Su Hijo Jesucristo. Este es el verdadero Dios y la vida eterna”.
Es por eso que el NT hace un uso tan frecuente de la expresión “en Cristo” o frases similares (Pablo usa ese tipo de expresión unas 216 veces en sus cartas). Todo lo que somos y todo lo que tenemos se debe únicamente al hecho de que estamos en Cristo.
Es a eso que se refiere el Señor en Juan 6 cuando dijo a los judíos que si querían ser salvos debían comerlo y beberlo. Cuando nosotros comemos y bebemos los alimentos que sostienen nuestra vida física, esos alimentos vienen a ser parte constituyente de nuestro cuerpo. Y lo mismo ocurre a nivel espiritual. Cuando creemos en Cristo, nos estamos apropiando de Él, y Su vida espiritual con sus características pasa ahora a ser nuestra (comp. Jn. 6:47-58).
Por eso decimos que el cristianismo es Cristo. Estamos vivos espiritualmente porque Él mora en nosotros por Su Espíritu; y ahora podemos ser santos porque Él está obrando en nosotros para hacernos cada vez más semejantes a Él.
Son esas características de Cristo las que Pablo describe en Gal. 5:22-23 como el fruto del Espíritu. La diferencia entre Él y nosotros, es que en la Persona de Cristo esas gracias son intrínsecas y perfectas; mientras que en nosotros son derivadas y necesitan ser perfeccionadas. ¿Cómo? Supliéndonos constantemente de la fuente de la que se derivan: Cristo mismo.
Juan nos dice en su evangelio que la Ley nos fue dada por medio de Moisés, “pero (que) la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo” (Jn. 1:17). Él es la fuente por la cual fluyen todas las gracias de Dios a nuestras vidas.
Pero, ¿cómo podemos, en una forma práctica, alimentarnos de Cristo? De la misma manera como llegamos a ser partícipes de Él: por medio de la fe. ¿Qué quiso decir el Señor cuando habló de que Él era el Pan de Vida, y que sólo comiéndole a Él podíamos tener vida eterna? El Señor estaba hablando aquí de depositar toda nuestra fe en Él y apropiarnos de Él en todos Sus oficios: como nuestro Profeta, nuestro Sacerdote y nuestro Rey.
Así como el Espíritu de Cristo vino a morar en nosotros cuando fuimos salvados, comunicándonos de ese modo la vida de Cristo y Sus características, esa vida y esas características son ahora desarrolladas y fortalecidas en la misma medida en que continuamos alimentándonos de Cristo por la fe.
Es por fe que contemplamos la gloria de Cristo, Su persona, Su obra de salvación, Su perdón continuo, Sus oficios como Profeta (revelándonos la verdad de Dios), como Sacerdote (intercediendo por nosotros ante Dios) y como Rey (teniendo pleno derecho de gobernar nuestras vidas).
Y cuando miramos a Cristo constantemente con los ojos de la fe, contemplando Su majestad para adorarle, Su santidad y bondad para imitarle y Su redención para agradecerle, entonces las gracias que Él impartió en nosotros se fortalecen y desarrollan (comp. 2Cor. 3:18).
El ministro puritano John Owen dice al respecto: “Cuando la mente es llenada con pensamientos de Cristo y de Su gloria, cuando el alma se adhiere a Él con intensos afectos, esto echará fuera, y no permitirán la entrada, de aquellas causas que provocan debilidad e indisposición espiritual” (Owen; vol. 1, pg. 461).
Y en otro lugar añade: “¿Hemos descubierto en nosotros decaimiento en la gracia…? ¿Mortandad, frialdad, adormecimiento, algún tipo de tontera y de insensibilidad espiritual? ¿Hemos descubierto lentitud en el ejercicio de la gracia en su momento apropiado…? ¿Quisiéramos ver nuestras almas recobrarse de estas enfermedades peligrosas?… No existe una mejor manera de ser sanado y librado; más aún, no existe otra manera que no sea ésta: obtener una fresca visión de la gloria de Cristo por fe… La contemplación constante de Cristo y Su gloria, ejerciendo un poder transformador que reavive todas las gracias, es el único socorro en este caso” (Ibíd.; pg. 395).
¿Qué tanto ocupas tus pensamientos en meditar en la gloria de Cristo? ¿Qué tanto procuras imitarle? ¿Qué tanto le manifiestas tu amor y tu adoración? ¿Qué tanto profundizas en el estudio de Su Persona y Su obra a través del estudio cuidadoso y reflexivo de la Escritura?
La vida cristiana no se vive simplemente siguiendo una serie de reglas o creyendo una serie de doctrinas (por más importantes que las doctrinas sean para una vida cristiana vigorosa). La vida cristiana práctica consiste en comunión con Cristo. Por estar en Él estamos espiritualmente vivos, y sólo en comunión con Él podemos estar saludable y vigorosamente vivos.

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sábado, 25 de abril de 2015

Y esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado: Define a los verdaderos creyentes

Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6


 
 
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Si alguien en la iglesia primitiva sabía de la importancia de estar alerta, ese fue el apóstol Pedro. En sus primeros años, él tenía la tendencia de sentirse demasiado confiado cuando el peligro estaba cerca y de no tomar en cuenta las advertencias del Maestro. Actuó con apuro cuando debería esperar, se quedó dormido cuando debería orar, habló cuando debería escuchar. Fue un creyente valiente, pero imprudente.
Pero aprendió su lección, y quiere ayudarnos a que nosotros también la aprendamos. En su primera epístola, Pedro recalcó la gracia de Dios (1 Pedro 5:12), pero en su segunda carta, el énfasis está en el conocimiento de Dios. La palabra “conocer” o “conocimiento” se usa por lo menos trece veces en esta breve epístola. No quiere decir una comprensión meramente intelectual de alguna verdad, aunque eso se incluye, sino una participación viva en ella en el sentido en que nuestro Señor la empleó en Juan 17:3: “Y esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado” (cursivas mías).
Pedro empieza su carta con una breve descripción de la vida cristiana. Antes de describir a los falsificadores, define a los verdaderos creyentes. La mejor manera de detectar la falsedad es comprendiendo las características de la verdad. Pedro hizo tres afirmaciones importantes en cuanto a la vida cristiana verdadera.


  La vida cristiana empieza con fe (2 Pedro 1:1–4)

Pedro la llamó “una fe igualmente preciosa que la nuestra”. Quiere decir que nuestra posición con el Señor hoy es la misma que la de los apóstoles hace siglos. Ellos no tuvieron ninguna ventaja especial sobre nosotros simplemente porque gozaron del privilegio de andar con Cristo, de verlo con sus propios ojos y de participar en sus milagros. No es necesario ver al Señor con nuestros ojos humanos para amarlo, confiar en él y participar en su gloria (1 Pedro 1:8).
Esta fe es en una persona (vs. 1, 2). Esa persona es Jesucristo, el Hijo de Dios, el Salvador. Desde el principio de su carta, Pedro afirmó la deidad de Jesucristo. “Dios” y “nuestro Salvador” no son dos personas diferentes, sino que describen a una misma persona: Jesucristo. Pablo usó una expresión similar en Tito 2:10 y 3:4.
Pedro les recuerda a sus lectores que Jesucristo es el Salvador, al repetir este título exaltado en 2 Pedro 1:11; 2:20; 3:2, 18. Un “salvador” es alguien que trae salvación, y la palabra “salvación” era familiar para todos en esos días. En su vocabulario, quería decir liberación de problemas; particularmente, liberación del enemigo. También llevaba la idea de salud y seguridad. Al médico se lo veía como salvador porque ayudaba a liberar el cuerpo del dolor y las limitaciones. Un general victorioso era un salvador porque libraba a su pueblo de la derrota. Incluso un funcionario sabio era un salvador porque mantenía la nación en orden y la libertaba de la confusión y la decadencia.
No se requiere mayor esfuerzo para ver cómo el título “salvador” se aplica a nuestro Señor Jesucristo. Él es, en verdad, el Gran Médico que sana el corazón de la enfermedad del pecado. Es el Conquistador victorioso que ha derrotado a nuestros enemigos: el pecado, la muerte, Satanás y el infierno; y que está llevándonos en triunfo (2 Corintios 2:14 en adelante). Él es “nuestro Dios y Salvador” (2 Pedro 1:1), “nuestro Señor y Salvador” (2 Pedro 1:11), y “Señor y Salvador” (2 Pedro 2:20). Para ser nuestro Salvador, tuvo que dar su vida en la cruz y morir por los pecados del mundo.
Nuestro Señor Jesucristo tiene tres “beneficios espirituales” que no pueden conseguirse de nadie más: justicia, gracia y paz. Cuando confías en él como tu Salvador, su justicia llega a ser tu justicia y se te da una posición correcta ante Dios (2 Corintios 5:21). Jamás podrías ganarte esa justicia; es una dádiva de Dios para los que creen. “…nos salvó, no por obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino por su misericordia” (Tito 3:5).
Gracia es el favor de Dios para quienes no lo merecen. Dios, en su misericordia, no nos da lo que merecemos; en su gracia, nos da lo que no merecemos. Él es el “Dios de toda gracia” (1 Pedro 5:10), y nos la envía por medio de Jesucristo (Juan 1:16).
El resultado de esta experiencia es paz; paz con Dios (Romanos 5:1) y la paz de Dios (Filipenses 4:6, 7). De hecho, la gracia y la paz de Dios nos son “multiplicadas” conforme andamos con él y confiamos en sus promesas.
Esta fe incluye el poder de Dios (v. 3). La vida cristiana empieza con una fe que salva, fe en la persona de Jesucristo. Pero cuando uno conoce a Jesús personalmente, también experimenta el poder de Dios, y este poder produce “la vida y la piedad”. El pecador no salvado está muerto (Efesios 2:1–3) y solo Cristo puede resucitarlo de los muertos (Juan 5:24). Cuando Jesús resucitó a Lázaro, dijo: “Desatadle, y dejadle ir” (Juan 11:44). ¡Quítenle la ropa sepulcral!
Cuando por la fe en Cristo naces en la familia de Dios, lo hace completo. Dios te da todo lo que necesitas “para la vida y la piedad”. ¡No hay que añadir nada! “Vosotros estáis completos en él” (Colosenses 2:10). Los falsos maestros aducían tener una doctrina especial que añadía algo a la vida de los lectores de la carta de Pedro, pero él sabía que no había nada que añadir. Así como un bebé normal nace con todo el equipo que necesita para vivir, y lo único que precisa es crecer, así el creyente tiene todo lo que necesita y solamente precisa crecer. Dios nunca ha tenido que pedir que se le devuelva alguno de sus modelos porque le falta algo o es defectuoso.
Tal como un bebé tiene una estructura genética definida que determina cómo va a crecer, así el creyente está estructurado genéticamente para experimentar gloria y excelencia. Un día será como el Señor Jesucristo (Romanos 8:29; 1 Juan 3:2). Él “nos llamó a su gloria eterna” (1 Pedro 5:10), y participaremos de esa gloria cuando Jesucristo vuelva y lleve a su pueblo al cielo.
Pero también “nos llamó por su… excelencia”. Fuimos salvados para que anunciemos las virtudes de Aquel que nos “llamó de las tinieblas a su luz admirable” (ve 1 Pedro 2:9). ¡No debemos esperar hasta llegar al cielo para ser como Jesucristo! En nuestro carácter y conducta, debemos revelar su belleza y gracia hoy.
Esta fe incluye las promesas de Dios (v. 4). Dios no solo nos ha dado lo necesario para la vida y la piedad, sino que también nos ha dado su Palabra para poder desarrollarlas. Estas promesas son grandísimas porque vienen de un gran Dios y conducen a una vida grandiosa. Son preciosas porque su valor sobrepasa todo cálculo. Si perdemos la Palabra de Dios, no hay manera de reemplazarla. A Pedro debe de haberle gustado la palabra “precioso”, porque escribió de una “fe preciosa” (2 Pedro 1:1; compara 1 Pedro 1:7), las “preciosas promesas” (2 Pedro 1:4), la “sangre preciosa” (1 Pedro 1:19), la piedra preciosa (1 Pedro 2:4, 6) y el precioso Salvador (1 Pedro 2:7).
Cuando el pecador cree en Jesucristo, el Espíritu de Dios usa la Palabra de Dios para impartirle la vida y la naturaleza divinas. Un bebé tiene la naturaleza de sus padres, y una persona nacida del Espíritu tiene la naturaleza de Dios. El pecador perdido está muerto, pero el creyente está vivo porque participa de la naturaleza divina. El pecador perdido está descomponiéndose debido a su naturaleza corrupta, pero el creyente puede experimentar una vida dinámica de santidad porque posee la naturaleza de Dios. La humanidad está bajo el yugo de corrupción (Romanos 8:21), pero el creyente comparte la libertad y el crecimiento que son el producto de poseer la naturaleza divina.
La naturaleza determina el apetito. El cerdo quiere lodo y el perro se comerá incluso su propio vómito (2 Pedro 2:22), pero una oveja desea pastos verdes. La naturaleza también determina la conducta. Un águila vuela porque tiene naturaleza de águila, y el delfín nada porque esa es la naturaleza del delfín. La naturaleza determina el medio ambiente: una ardilla trepa árboles, los topos cavan túneles subterráneos y una trucha nada en el agua. La naturaleza también determina la asociación: el león anda en manadas, la oveja en rebaños y el pez en cardúmenes.
Si la naturaleza determina el apetito, y nosotros tenemos interiormente la naturaleza de Dios, debemos tener un apetito por lo puro y santo. Nuestra conducta debe ser como la del Padre, y tenemos que vivir en un medio ambiente espiritual correspondiente a nuestra naturaleza. Debemos asociarnos con lo que es conforme a nuestra naturaleza (ve 2 Corintios 6:14 en adelante). La única vida normal para los hijos de Dios es una vida santa, que lleva fruto.
Como poseemos esta naturaleza divina, hemos “huido” o escapado por completo de la contaminación y la decadencia de este perverso mundo actual. Si nutrimos la nueva naturaleza con el alimento de la Palabra de Dios, tendremos poco interés en la basura del mundo. Pero si proveemos “para los deseos de la carne” (Romanos 13:14), nuestra naturaleza de pecado anhelará los “antiguos pecados” (2 Pedro 1:9) y desobedeceremos a Dios. La vida santa resulta de cultivar la nueva naturaleza que tenemos adentro.


  La fe resulta en crecimiento espiritual (2 Pedro 1:5–7)

Donde hay vida, debe haber crecimiento. El nuevo nacimiento no es el fin, sino el principio. Dios les da a sus hijos todo lo que necesitan para vivir vidas santas, pero ellos deben ser aplicados y diligentes para usar los “medios de gracia” que él ha provisto. El crecimiento espiritual no es automático. Requiere la cooperación con Dios y la aplicación de la diligencia y disciplina espirituales. “…ocupaos en vuestra salvación… porque Dios es el que en vosotros produce así el querer como el hacer” (Filipenses 2:12, 13).
Pedro mencionó siete características de la vida santa, pero no debemos considerarlas como siete cuentas en un collar ni tampoco siete etapas de desarrollo. La palabra traducida “añadir”, en realidad, quiere decir suplir en forma generosa. En otras palabras, cultivamos una cualidad al ejercer otra. Estas gracias se relacionan una con la otra así como las ramas se vincular al tronco y las ramitas a la rama más gruesa. Como el “fruto del Espíritu” (Gálatas 5:22, 23), estas cualidades brotan de la vida y una relación vital con Jesucristo. No basta que el creyente “se abandone y deje que Dios haga todo”, como si el crecimiento espiritual fuera obra solo de Dios. Literalmente, Pedro escribió: “hagan todo esfuerzo para acompañar”. El Padre celestial y el hijo deben trabajar juntos.
La primera cualidad de carácter que Pedro mencionó fue la “virtud”. Hallamos esta palabra en 2 Pedro 1:3, donde se traduce “excelencia”. Para los filósofos griegos, significaba el cumplimiento de algo. Cuando algo en la naturaleza cumple su propósito, eso es “virtud, excelencia moral”. La palabra también se usaba para describir el poder de los dioses para hacer obras heroicas. La tierra que produce cosechas es excelente porque está cumpliendo su propósito. La herramienta que trabaja con corrección es excelente porque está haciendo lo que debe hacer.
Se espera que el creyente glorifique a Dios porque tiene adentro la naturaleza de Dios; así que, cuando el creyente hace esto, muestra “excelencia”, porque está cumpliendo su propósito en la vida. La verdadera virtud en la vida cristiana no consiste en “pulir” cualidades humanas, por buenas que pudieran ser, sino en producir cualidades divinas que hacen a la persona más semejante a Jesucristo.
La fe nos ayuda a cultivar la virtud, y la virtud nos ayuda a cultivar el “conocimiento” (2 Pedro 1:5). La palabra que se traduce “conocimiento” en 2 Pedro 1:2, 3 quiere decir conocimiento completo o conocimiento creciente. La que se usa aquí sugiere conocimiento práctico o discernimiento. Se refiere a la capacidad de manejar la vida con éxito. Es lo opuesto a pensar tanto en cosas celestiales que uno no sirve para nada en la tierra. Esta clase de conocimiento no surge en forma automática, sino que viene de la obediencia a la voluntad de Dios (Juan 7:17). En la vida cristiana, no deben separarse el corazón y la mente, el carácter y el conocimiento.
“Dominio propio” es la siguiente cualidad en la lista de Pedro de virtudes espirituales. “Mejor es el que tarda en airarse que el fuerte; y el que se enseñorea de su espíritu, que el que toma una ciudad” (Proverbios 16:32). “Como ciudad derribada y sin muro es el hombre cuyo espíritu no tiene rienda” (Proverbios 25:28). En sus cartas, Pablo a menudo comparó al creyente con un atleta que debe hacer ejercicio y disciplinarse si espera ganar el galardón (1 Corintios 9:24–27; Filipenses 3:12–16; 1 Timoteo 4:7, 8).
“Paciencia” es la capacidad de aguantar cuando las circunstancias son difíciles. El dominio propio tiene que ver con manejar los placeres de la vida, en tanto que la paciencia se refiere primordialmente a las presiones y los problemas de la vida. A menudo, la persona que se somete a los placeres tampoco tiene suficiente disciplina como para manejar las presiones, así que, se rinde ante ellas.
La paciencia no es algo que se desarrolla en forma automática; debemos cultivarla. Santiago 1:2–8 nos da el enfoque apropiado. Debemos esperar que vengan pruebas, porque sin ellas, nunca podríamos aprender paciencia. Debemos, por fe, permitir que las pruebas trabajen para nosotros y no en contra, porque sabemos que Dios está obrando a través de ellas. Si necesitamos sabiduría para tomar decisiones, Dios nos la concederá si se la pedimos. A nadie le encantan las pruebas, pero sí disfrutamos de confiar en que Dios está actuando a través de ellas y haciendo que todo obre para nuestro beneficio y su gloria.
“Piedad” simplemente quiere decir semejanza a Dios. En el griego original, esta palabra significa adorar bien. Describe al hombre que tiene la relación apropiada con Dios y con sus semejantes. Tal vez la palabra “reverencia” define mejor este término. Es la cualidad de carácter que hace que una persona se distinga; viva por encima de las minucias de la vida, de las pasiones y presiones que controlan la vida de otros; procure hacer la voluntad de Dios y, al hacerla, busque el bienestar de los demás.
Nunca debemos pensar que la piedad es algo idealista, porque es intensamente práctica. La persona piadosa toma decisiones correctas y nobles. No toma la senda fácil simplemente para evadir el dolor o la prueba, sino que hace lo correcto porque es lo que corresponde y porque es la voluntad de Dios.
El “afecto fraternal” (filadelfia en griego) es una virtud que Pedro debe de haber adquirido por la vía dura, porque los discípulos de nuestro Señor a menudo discutían y discrepaban entre sí. Si amamos a Jesucristo, también debemos amar a los hermanos. Debemos practicar “el amor fraternal no fingido [sincero]” (1 Pedro 1:22). “Permanezca el amor fraternal” (Hebreos 13:1). “Amaos los unos a los otros con amor fraternal” (Romanos 12:10). Amar a nuestros hermanos y hermanas en Cristo es una prueba de que hemos nacido de Dios (1 Juan 5:1, 2).
Pero el crecimiento del creyente incluye otros aspectos aparte del amor fraternal; también debemos tener el amor que se sacrifica, como el que nuestro Señor mostró cuando fue a la cruz. La clase de amor del que habla 2 Pedro 1:7 es el amor ágape, el que Dios muestra hacia los pecadores perdidos. Es el amor que se describe en 1 Corintios 13, el que el Espíritu Santo produce en nuestros corazones cuando andamos en el Espíritu (Romanos 5:5; Gálatas 5:22). Cuando tenemos amor fraternal, amamos porque somos semejantes a los demás; pero cuando tenemos amor ágape, amamos a pesar de las diferencias que tenemos.
Es imposible que la naturaleza humana caída fabrique estas siete cualidades del carácter cristiano. Deben ser producidas por el Espíritu de Dios. Con certeza, hay personas que no son salvas y que poseen un asombroso dominio propio y perseverancia, pero estas virtudes señalan hacia ellos mismos y no al Señor. Ellos son los que reciben la gloria. Cuando Dios produce la naturaleza hermosa de su Hijo en el creyente, es Dios el que recibe la alabanza y la gloria.
Como tenemos la naturaleza divina, podemos crecer espiritualmente y cultivar esta clase de carácter cristiano. El poder de Dios y sus preciosas promesas son lo que produce este crecimiento. La estructura genética de Dios ya está allí: el Señor quiere que seamos “hechos conformes a la imagen de su Hijo” (Romanos 8:29). La vida interna reproducirá esa imagen si cooperamos diligentemente con Dios y usamos los medios que nos ha dado con generosidad.
Lo asombroso es esto: a medida que la imagen de Cristo se va reproduciendo en nosotros, el proceso no destruye nuestra personalidad. ¡Seguimos siendo singularmente nosotros mismos!
Uno de los peligros en la iglesia de hoy es la imitación. Las personas tienden a llegar a ser como su pastor o como algún líder de la iglesia, o tal vez como algún creyente famoso. Al hacerlo, destruyen su propia singularidad y, a la vez, no logran llegar a ser como Jesucristo. ¡Pierden de todos modos! Como cada hijo en una familia se parece a sus padres, y sin embargo, es diferente, así también cada hijo en la familia de Dios llega a parecerse en mayor o menor grado a Jesucristo, y sin embargo, es diferente. Los padres no se duplican, se reproducen; y los padres sabios permiten que sus hijos sean diferentes.


  El crecimiento espiritual da resultados prácticos (2 Pedro 1:8–11)

¿Cómo puede el creyente estar seguro de estar creciendo espiritualmente? Pedro da tres pruebas del verdadero crecimiento espiritual.
Fruto (v. 8). El carácter cristiano es un fin en sí mismo, pero también es un medio hacia un fin. A medida que nos parecemos más a Jesucristo, más puede usarnos el Espíritu en el testimonio y el servicio. El creyente que no crece está ocioso y sin fruto. Su conocimiento de Jesucristo no está produciendo nada práctico en su vida. La palabra que se traduce “ocioso” también quiere decir inútil. ¡Los que no crecen, por lo general, fracasan en todo lo demás!
Algunos de los creyentes más eficaces que conozco son personas sin talentos notables ni capacidades especiales, y tampoco con personalidades que entusiasman; y sin embargo, Dios los ha utilizado de manera maravillosa. ¿Por qué? Porque están llegando a ser más y más como Jesucristo. Tienen la clase de carácter y conducta que Dios puede bendecir. Son fructíferos porque son fieles; son eficaces porque están creciendo en su experiencia cristiana.
Estas hermosas cualidades de carácter existen “en nosotros” porque poseemos la naturaleza divina. Debemos cultivarlas de manera que aumenten y produzcan fruto en y mediante nuestras vidas.
Visión (v. 9). Los especialistas en nutrición dicen que la dieta puede ciertamente afectar la visión, y esto es cierto en el campo espiritual. La persona que no es salva está en la oscuridad porque Satanás ha cegado su entendimiento (2 Corintios 4:3, 4). Tiene que nacer de nuevo antes de que sus ojos sean abiertos y pueda ver el reino de Dios (Juan 3:3). Pero después de que nuestros ojos son abiertos, es importante que aumentemos nuestra visión y veamos todo lo que Dios quiere. La frase “tiene la vista muy corta” es la traducción de una expresión que quiere decir miope. Es el cuadro de alguien que entrecierra los ojos, incapaz de ver lejos.
Algunos creyentes solo ven su propia iglesia o su propia denominación, pero no logran avistar la grandeza de la familia de Dios en todo el mundo. Otros ven las necesidades en su propio país, pero no tienen una visión por un mundo perdido. Alguien le preguntó a Phillips Brooks qué haría para avivar a una iglesia muerta, y él respondió: “¡Predicaría un sermón misionero y recogería una ofrenda!”. Jesús amonestó a sus discípulos: “Alzad vuestros ojos y mirad los campos, porque ya están blancos para la siega” (Juan 4:35).
Algunas congregaciones de hoy son orgullosas y piensan como la iglesia de Laodicea, que decía: “Yo soy rico, y me he enriquecido, y de ninguna cosa tengo necesidad”, y no se dan cuenta de que son “un desventurado, miserable, pobre, ciego y desnudo” (Apocalipsis 3:17). Es una tragedia tener miopía espiritual, ¡pero es aun peor estar ciego!
Si olvidamos lo que Dios ha hecho por nosotros, no nos entusiasmará hablarles de Cristo a otros. ¡Mediante la sangre de Jesucristo, hemos sido lavados y perdonados! ¡Dios nos ha abierto los ojos! ¡No nos olvidemos de lo que él ha hecho! Más bien, cultivemos la gratitud en nuestros corazones y afinemos nuestra visión espiritual. ¡La vida es demasiado breve y las necesidades del mundo demasiado grandes como para que el pueblo de Dios ande por todas partes con los ojos cerrados!
Seguridad (vs. 10, 11). Si uno anda con los ojos cerrados, ¡tropezará! Pero el creyente que crece anda con confianza porque sabe que está seguro en Cristo. No es nuestra profesión de fe lo que nos garantiza la salvación; es nuestro progreso en esa fe lo que nos da la seguridad. El que afirma ser hijo de Dios, pero cuyo carácter y conducta no dan evidencia de crecimiento espiritual, se engaña a sí mismo y va camino al juicio.
Pedro señaló que nuestra “vocación”, o “llamamiento”, y “elección” van juntos. El mismo Dios que elige a su pueblo también ordena los medios para llamarlos. Las dos cosas deben ir juntas, como Pablo les escribió a los tesalonicenses: “Dios os haya escogido desde el principio para salvación, …a lo cual os llamó mediante nuestro evangelio” (2 Tesalonicenses 2:13, 14). No predicamos la doctrina de la elección a los perdidos; les predicamos el evangelio. Pero el Señor usa ese evangelio para llamar a los pecadores al arrepentimiento, y entonces, ¡esos pecadores descubren que han sido escogidos por Dios!
Pedro también destacó que la elección no es excusa para la inmadurez espiritual o la falta de esfuerzo en la vida cristiana. Algunos creyentes dicen: “Lo que será, será. No hay nada que podamos hacer”. Pero Pedro nos amonesta a “procurar”, lo cual quiere decir hacer todo esfuerzo; ser diligente (el apóstol usó este mismo verbo en 2 Pedro 1:5). Aunque es verdad que Dios debe obrar en nosotros antes de que podamos hacer su voluntad (Filipenses 2:12, 13), también es cierto que debemos estar dispuestos a que lo haga, y debemos cooperar. La elección divina nunca debe ser una excusa para la ociosidad humana.
El creyente que está seguro de su elección y llamamiento nunca “tropezará”, sino que demostrará mediante una vida coherente que es verdaderamente un hijo o hija de Dios. No siempre estará en la cumbre, pero siempre estará ascendiendo. Si hacemos “estas cosas” (las mencionadas en 2 Pedro 1:5–7, compara el versículo 8), y si demostramos crecimiento y carácter cristianos en nuestra vida diaria, podemos estar seguros de que somos salvos y que un día iremos al cielo.
Es más, el creyente que crece puede mirar hacia adelante a una “generosa entrada” en el reino eterno. Los griegos usaban esta frase para describir la bienvenida a los campeones olímpicos cuando volvían a su casa. Todo creyente llegará al cielo, pero algunos tendrán una bienvenida más gloriosa que otros. Ay, algunos creyentes serán salvos “aunque así como por fuego” (1 Corintios 3:15).
La expresión traducida “os será otorgada” en 2 Pedro 1:11 es la misma que se traduce añadir en 2 Pedro 1:5, y corresponde a una palabra griega que quiere decir costear los gastos de un coro. Cuando los grupos teatrales de los griegos presentaban sus dramas, alguien tenía que costear los gastos, que eran muy elevados. La palabra llegó a significar hacer generosa provisión. Si nosotros hacemos abundante provisión para crecer espiritualmente (2 Pedro 1:5), ¡Dios hará generosa provisión para nosotros cuando lleguemos al cielo!
Simplemente, piensa en las bendiciones que disfruta el creyente que crece: fruto, visión, seguridad… ¡y lo mejor es el cielo! ¡Todo esto, y el cielo también!
La vida cristiana empieza con fe, pero esa fe debe llevar al crecimiento espiritual; a menos que sea una fe muerta. Pero la fe muerta no es una fe que salva (Santiago 2:14–26). La fe lleva al crecimiento, y el crecimiento produce resultados prácticos en la vida y el servicio. Las personas que tienen esta clase de experiencia cristiana probablemente no sean víctimas de los falsos maestros apóstatas.

 
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jueves, 23 de abril de 2015

Sin el poder espiritual, la congregación, aunque bien organizada, no puede avanzar Y sobre esta piedra edificaré mi iglesia y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella

Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6



 
 
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EL DINAMISMO DE LA IGLESIA DEL NUEVO TESTAMENTO


Los métodos por sí solos, por buenos que sean, no darán resultados en una iglesia. El mecanismo del buen método debe ser acompañado del dinamismo del poder apostólico. Sin métodos correctos, un avivamiento poderoso puede apagarse o llegar a ser ineficaz. Sin el poder espiritual, la iglesia, aunque bien organizada, tampoco puede avanzar. El mecanismo sin el dinamismo en la iglesia puede compararse a un motor bien ajustado, listo para andar, pero al que le falta el combustible y la chispa para poder arrancar.
En Los Hechos de los Apóstoles encontramos el único modelo auténtico para la operación de una iglesia neotestamentaria. Debemos recordar que las epístolas de San Pablo y los demás apóstoles fueron escritas a iglesias que vivían en el ambiente del libro de Los Hechos y que experimentaban los eventos allí narrados. Un estudio del libro de Los Hechos de los Apóstoles nos revela mucho concerniente al poder que motivaba a la iglesia primitiva.
La iglesia primitiva vivía en un ambiente de oración. El libro de Los Hechos nos relata en el primer capítulo acerca de diez días de oración; la iglesia “perseveraba en la oración” en el capítulo 2; los apóstoles observaban “la hora de oración” en el capítulo 3, y encontramos en el capítulo 4 que toda la iglesia elevó la voz a Dios en oración. En todo el relato sagrado observamos que la oración satura la atmósfera de la iglesia primitiva.
También es digno de nuestra atención el lugar predominante que se daba al Espíritu Santo en la iglesia primitiva. Los discípulos fueron mandados a que esperasen la venida del Espíritu; en el capítulo 2, él descendió sobre los creyentes que esperaban su llegada y ellos fueron llenos del Espíritu. El escritor del libro de los Hechos tiene mucho cuidado en relatar la obra del Espíritu Santo. Nos narra cómo descendió sobre los samaritanos, sobre los de la casa de Cornelio, y más tarde sobre los discípulos efesios. Los apóstoles fueron inspirados por el Espíritu a hablar; los diáconos fueron llenados del Espíritu Santo y unos llegaron a ser evangelistas; los apóstoles y los diáconos fueron guiados a sus campos de labor y fueron dirigidos en sus actividades por el mismo Espíritu. El Espíritu Santo hacía señales y maravillas convenciendo así a las multitudes; impartía poder a las iglesias; inspiraba a los creyentes a una liberalidad maravillosa hasta dar de sus bienes materiales a la obra del Señor; en general, él era el director invisible de la iglesia. El libro de Los Hechos muy bien pudiere ser llamado “Los Hechos del Espíritu Santo”.
Para poder experimentar los mismos resultados de la iglesia primitiva, será necesario que nuestras iglesias hoy día capten de nuevo el ambiente espiritual de ella. Pero alguien pondrá por argumento que las bendiciones experimentadas por la primera iglesia pertenecían a una edad pasada y que es imposible experimentar hoy tales cosas. Yo quisiera recalcar la verdad que vivimos en la misma dispensación o período de la gracia en el cual vivían los apóstoles. El Espíritu Santo todavía mora en el mundo y Jesucristo es el mismo ayer hoy y para siempre. El hecho es que al leer las Escrituras se halla evidencia que Dios tiene el propósito de hacer una gran obra por medio del Espíritu Santo en los días postreros del período de la gracia. El ha prometido derramar su Espíritu sobre toda carne en los últimos días.
Para animarnos, llamaré la atención al hecho de que en muchas partes del mundo hoy día se están experimentando avivamientos y bendiciones que nos hacen recordar de los tiempos bíblicos. Milagros del poder divino han ocurrido y millares de personas han despertado a la verdad del evangelio y los creyentes han experimentado en una manera especial una plenitud del Espíritu Santo.
Probablemente la debilidad espiritual de muchas iglesias hoy en día no se deba a ninguna pérdida que haya sufrido el evangelio en cuanto a su poder, ni tampoco a ningún cambio de propósito de parte de Dios en cuanto a reproducir una iglesia conforme el modelo del Nuevo Testamento; más bien, esta debilidad es culpa nuestra y es el resultado de poca visión y débil fe. Pidamos a Dios que nos libre de todo concepto que no haya sido inspirado divinamente en nosotros, y que nos guíe como testigos del Cristo viviente y de su evangelio de poder en este trabajo de fundar una iglesia neotestamentaria en nuestro día.

Jesús dijo: “Y sobre esta piedra edificaré mi iglesia y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella.” Mateo 16:18.

“Y ellos saliendo predicaron en todas partes obrando con ellos el Señor y confirmando la palabra con las señales que se seguían.” Marcos 16:20.


PREGUNTAS

        1.      Explíquese la necesidad de tener el poder apostólico para la función de una iglesia neotestamentaria.

        2.      ¿Dónde encontramos el modelo auténtico para una iglesia neotestamentaria?

        3.      Explique el lugar que dieron los creyentes primitivos a la oración en la vida de su iglesia. Dé citas.

        4.      Describa el ministerio del Espíritu Santo en la iglesia primitiva.

        5.      ¿Por qué podemos esperar que la iglesia de hoy día goce las bendiciones apostólicas?

        6.      ¿Por qué razón no vemos manifestado más plenamente el poder del Espíritu Santo en la iglesia de hoy?

 
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martes, 21 de abril de 2015

La cultura griega era muy mundana, humanista e impía y por lo tanto, una amenaza para la religión de Israel.

Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6


 
 
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El período entre el Antiguo y el Nuevo Testamentos está representado en la mayoría de las Biblias por una simple hoja en blanco, la cual tal vez tenga un significado simbólico. Por largo tiempo, el período de “Malaquías a Mateo”, ha quedado vago y desconocido para muchos lectores de las Escrituras. Aunque quedan numerosos misterios, en tiempos recientes mucha luz ha sido proyectada sobre todo este período. Nuevos y excitantes conocimientos han sido aportados por los escritos de una cantidad de eruditos y por algunos descubrimientos arqueológicos.
A principios del presente siglo, el doctor R. H. Charles, escribió abundantemente sobre el tema, y la publicación en 1914 de su pequeño libro “Religious Development between the Old and the New Testaments” (El Desarrollo Religioso entre el Antiguo y el Nuevo Testamentos), introdujo un sector más grande de lectores a este campo de estudio, y ayudó notablemente a llenar el vacío de la gente para su comprensión. Pero nadie pudo preveer que esta etapa llegara a ser un centro de atención, no sólo para los eruditos sino también para el hombre común. El descubrimiento de los Rollos del mar Muerto atrajo la imaginación popular y prendió en la atención de los eruditos de todo el mundo. Estos escritos son de la mayor importancia, no sólo por la información que suministran de las creencias y prácticas de los Sectarios de Qumran, sino también por el nuevo interés y los conocimientos que traen de todo el período intertestamentario.
En este pequeño volumen se hace un intento de repasar esos años a la luz de recientes estudios y descubrimientos, y, en particular, para determinar la contribución religiosa hecha por ese extraño grupo de hombres conocido por “los apocalípticos”. Muchos otros asuntos de interés de este período intertestamentario podrían haber sido tratados, pero el propósito de este libro es selectivo más bien que exhaustivo, indicando la parte que tuvieron los apocalípticos en el desarrollo religioso del judaísmo, y en la preparación de las mentes de los hombres para el advenimiento del cristianismo.
Se espera que este breve abordamiento del tema, estimule el apetito del lector para proseguir más ampliamente estos estudios con la ayuda de la bibliografía que se incluye.

El tiempo transcurrido entre los últimos escritos del Antiguo Testamento y a aparición de Cristo, es conocido como el período “intertestamentario” (o entre los testamentos). Por no haber habido palabra profética de Dios durante este período, algunos se refieren a él como “los 400 años de silencio.” La atmósfera política, religiosa y social de Palestina, cambió significativamente durante este período. Mucho de lo que sucedió fue predicho por el profeta Daniel. (ver Daniel capítulos 2, 7, 8, y 11 y comparar los eventos históricos).

Israel estuvo bajo el control de imperio persa, del 532 al 332 a.C. Los persas permitieron a los judíos practicar su religión con poca interferencia de su parte. Aún les fue permitido reconstruir y tener adoración en el templo (2 Crónicas 36:22-23; Esdras 1:1-14). Este período incluyó aproximadamente los últimos 100 años del período del Antiguo Testamento y cerca de los primeros 100 años del período intertestamentario. Este tiempo de relativa paz y contentamiento fue solo la calma antes de la tormenta.

Alejandro el Grande desafió a Darío de Persia, imponiendo el gobierno griego al mundo. Alejandro fue un estudiante de Aristóteles, y fue bien educado en la filosofía y política griega. Él ordenó que la cultura griega fuera promovida en cada territorio que conquistaba. Como resultado, el hebreo del Antiguo Testamento fue traducido al griego, convirtiéndose en la traducción conocida como la Septuaginta. La mayor parte de las referencias del Nuevo Testamento a las Escrituras del Antiguo Testamento, utilizan el estilo de la Septuaginta. Alejandro permitió la libertad religiosa a los judíos, aunque aún promovía los estilos de vida griegos. Este no fue un buen giro de los acontecimientos para Israel, puesto que la cultura griega era muy mundana, humanista e impía y por lo tanto, una amenaza para la religión de Israel.

Después de la muerte de Alejandro, Judea fue gobernada por una serie de sucesores, culminando con Antíoco Epífanes. Antíoco fue más allá de refutar la libertad religiosa para los judíos. Cerca del 167 a.C., abolió la legítima línea del sacerdocio, y profanó el templo contaminándolo con animales impuros y un altar pagano (ver Marcos 13:14). Esto fue el equivalente religioso de una violación. Eventualmente, la resistencia judía contra Antíoco, restauró el linaje sacerdotal y rescató el templo. A esto le siguió un período de más guerra, violencia y luchas internas.

Cerca del 63 a.C. Popeyo de Roma conquistó Palestina, poniendo a toda Judea bajo el control de los césares. Esto eventualmente condujo a que el emperador romano y el senado pusieran a Herodes como rey de Judea. Esta sería la nación que cobraría impuestos y controlaría a los judíos, y eventualmente ejecutarían al Mesías en una cruz romana. Las culturas romana, griega y hebrea ahora estaban mezcladas juntamente en Judea, con la común utilización de los tres idiomas.

Durante el período de la ocupación griega y romana, emergieron dos importantes grupos político-religiosos. Los fariseos, quienes añadieron a la ley de Moisés, a través de la tradición oral y eventualmente considerando sus propias leyes más importantes (ver Marcos 7:1-23). Mientras que las enseñanzas de Cristo, aunque ciertamente concordaban con las de los fariseos, estaban en contra de su legalismo vacío y falta de compasión. Los saduceos representaban a los ricos y aristócratas. Los saduceos, quienes ejercían el poder a través del Sanedrín, algo equivalente a la Suprema Corte, rechazaban todos menos los libros mosaicos del Antiguo Testamento. Ellos se rehusaban a creer en la resurrección, y eran generalmente sombras de los griegos, a quienes admiraban grandemente.

Esta precipitación de eventos que dispusieron la escena para la llegada de Cristo, tuvo un profundo impacto sobre el pueblo judío. Tanto los judíos como los paganos de otras naciones, se sentían cada vez más insatisfechos con la religión. Los paganos comenzaban a cuestionar la validez del politeísmo. Los romanos y griegos fueron llevados de sus mitologías hacia las Escrituras hebreas, ahora fácilmente accesibles en griego o latín. Sin embargo, los judíos estaban desanimados. Una vez más, eran conquistados, oprimidos y contaminados. La esperanza se estaba agotando y su fe estaba aún más baja. Estaban convencidos que ahora, solo una cosa podría salvarlos a ellos y a su fe; la llegada del Mesías.

El Nuevo Testamento nos cuenta la historia de cómo llegó la esperanza, no solo para los judíos, sino para el mundo entero. El cumplimiento de las profecías en Cristo, fue anticipado y reconocido por muchos de los que lo vieron. Las historias del centurión romano, los reyes de oriente, y el fariseo Nicodemo, muestran cómo Jesús fue reconocido como el Mesías por aquellos que vivieron en Sus días. “Los 400 años e silencio” llegaron a su fin mediante la más grande historia jamás contada – ¡el Evangelio de Jesucristo!

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domingo, 22 de marzo de 2015

Los creyentes reciben tanto los privilegios como las responsabilidades de ser hijos de Dios: Bosquejo temático

Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6


 
 
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Privilegios y deberes de la Adopción

Sinopsis
Como miembros adoptados de la familia de Dios, los creyentes reciben tanto los privilegios como las responsabilidades de ser hijos de Dios.
Los privilegios recibidos por los creyentes a través de la adopción
A los creyentes se les da el Espíritu de adopción
Gálatas 4.6 (RVR60) — 6 Y por cuanto sois hijos, Dios envió a vuestros corazones el Espíritu de su Hijo, el cual clama: ¡Abba, Padre!
Ver también Ro 8.15
Romanos 8.15 (RVR60) — 15 Pues no habéis recibido el espíritu de esclavitud para estar otra vez en temor, sino que habéis recibido el espíritu de adopción, por el cual clamamos: ¡Abba, Padre!
Los creyentes tienen acceso a su Padre celestial
Efesios 2.18 (RVR60) — 18 porque por medio de él los unos y los otros tenemos entrada por un mismo Espíritu al Padre.
Ver también Ef 3.12 ; He 4.16
Efesios 3.12 (RVR60) — 12 en quien tenemos seguridad y acceso con confianza por medio de la fe en él;
Hebreos 4.16 (RVR60) — 16 Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro.
Los creyentes se convierten en herederos con Cristo en los cielos
Romanos 8.17 (RVR60) — 17 Y si hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo, si es que padecemos juntamente con él, para que juntamente con él seamos glorificados.
Ver también Gl 3.29 ; Gl 4.7 ; Col 1.12 ; 1 P 1.4
Gálatas 3.29 (RVR60) — 29 Y si vosotros sois de Cristo, ciertamente linaje de Abraham sois, y herederos según la promesa.
Gálatas 4.7 (RVR60) — 7 Así que ya no eres esclavo, sino hijo; y si hijo, también heredero de Dios por medio de Cristo.
Colosenses 1.12 (RVR60) — 12 con gozo dando gracias al Padre que nos hizo aptos para participar de la herencia de los santos en luz;
1 Pedro 1.4 (RVR60) — 4 para una herencia incorruptible, incontaminada e inmarcesible, reservada en los cielos para vosotros,
Los beneficios que Dios da a los que él adopta
Los creyentes reciben la misericordia de Dios
Salmo 103.13 (RVR60) — 13 Como el padre se compadece de los hijos, Se compadece Jehová de los que le temen.
Los creyentes están protegidos
Proverbios 14.26 (RVR60) — 26 En el temor de Jehová está la fuerte confianza; Y esperanza tendrán sus hijos.
Los creyentes son cuidados
Mateo 6.31–33 (RVR60) — 31 No os afanéis, pues, diciendo: ¿Qué comeremos, o qué beberemos, o qué vestiremos? 32 Porque los gentiles buscan todas estas cosas; pero vuestro Padre celestial sabe que tenéis necesidad de todas estas cosas. 33 Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas.
Los creyentes reciben una disciplina amorosa
Hebreos 12.6 (RVR60) — 6 Porque el Señor al que ama, disciplina, Y azota a todo el que recibe por hijo.
Los creyentes nunca son olvidados
Salmo 94.14 (RVR60) — 14 Porque no abandonará Jehová a su pueblo, Ni desamparará su heredad,
Los creyentes son asegurados por el Espíritu
Romanos 8.16 (RVR60) — 16 El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios.
Las responsabilidades de los hijos adoptados de Dios
Los creyentes deben caminar en la luz
Ver también
Juan 12.35–36 (RVR60) — 35 Entonces Jesús les dijo: Aún por un poco está la luz entre vosotros; andad entre tanto que tenéis luz, para que no os sorprendan las tinieblas; porque el que anda en tinieblas, no sabe a dónde va.36 Entre tanto que tenéis la luz, creed en la luz, para que seáis hijos de luz. Estas cosas habló Jesús, y se fue y se ocultó de ellos.
Efesios 5.8 (RVR60) — 8 Porque en otro tiempo erais tinieblas, mas ahora sois luz en el Señor; andad como hijos de luz
1 Tesalonicenses 5.4–5 (RVR60) — 4 Mas vosotros, hermanos, no estáis en tinieblas, para que aquel día os sorprenda como ladrón.5 Porque todos vosotros sois hijos de luz e hijos del día; no somos de la noche ni de las tinieblas.
Los creyentes deben rechazar el mal
2 Corintios 6.17–18 (RVR60) — 17 Por lo cual, Salid de en medio de ellos, y apartaos, dice el Señor, Y no toquéis lo inmundo; Y yo os recibiré, 18 Y seré para vosotros por Padre, Y vosotros me seréis hijos e hijas, dice el Señor Todopoderoso.
Filipenses 2.15 (RVR60) — 15 para que seáis irreprensibles y sencillos, hijos de Dios sin mancha en medio de una generación maligna y perversa, en medio de la cual resplandecéis como luminares en el mundo;
Los creyentes debe purificarse a sí mismos
2 Corintios 7.1 (RVR60) — 1 Así que, amados, puesto que tenemos tales promesas, limpiémonos de toda contaminación de carne y de espíritu, perfeccionando la santidad en el temor de Dios.
1 Juan 3.2–3 (RVR60) — 2 Amados, ahora somos hijos de Dios, y aún no se ha manifestado lo que hemos de ser; pero sabemos que cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal como él es.3 Y todo aquel que tiene esta esperanza en él, se purifica a sí mismo, así como él es puro.
Los creyentes deben vivir obedientemente
Mateo 12.50 (RVR60) — 50 Porque todo aquel que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos, ése es mi hermano, y hermana, y madre.
1 Pedro 1.14 (RVR60) — 14 como hijos obedientes, no os conforméis a los deseos que antes teníais estando en vuestra ignorancia;
1 Juan 5.2–3 (RVR60) — 2 En esto conocemos que amamos a los hijos de Dios, cuando amamos a Dios, y guardamos sus mandamientos.3 Pues este es el amor a Dios, que guardemos sus mandamientos; y sus mandamientos no son gravosos.
Los creyentes deben vivir en paz
Mateo 5.9 (RVR60) — 9 Bienaventurados los pacificadores, porque ellos serán llamados hijos de Dios.
Romanos 14.19 (RVR60) — 19 Así que, sigamos lo que contribuye a la paz y a la mutua edificación.
Los creyentes deben vivir en amor
Gálatas 5.13 (RVR60) — 13 Porque vosotros, hermanos, a libertad fuisteis llamados; solamente que no uséis la libertad como ocasión para la carne, sino servíos por amor los unos a los otros.
1 Pedro 4.8 (RVR60) — 8 Y ante todo, tened entre vosotros ferviente amor; porque el amor cubrirá multitud de pecados.
1 Juan 3.18 (RVR60) — 18 Hijitos míos, no amemos de palabra ni de lengua, sino de hecho y en verdad.
Los creyentes deben estar vigilantes
1 Tesalonicenses 5.5–6 (RVR60) — 5 Porque todos vosotros sois hijos de luz e hijos del día; no somos de la noche ni de las tinieblas.6 Por tanto, no durmamos como los demás, sino velemos y seamos sobrios.
 
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