sábado, 25 de abril de 2015

Y esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado: Define a los verdaderos creyentes

Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6


 
 
Tipo de Archivo: PDF | Tamaño: MBytes | Idioma: Spanish | Categoría: Capacitación Ministerial
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Si alguien en la iglesia primitiva sabía de la importancia de estar alerta, ese fue el apóstol Pedro. En sus primeros años, él tenía la tendencia de sentirse demasiado confiado cuando el peligro estaba cerca y de no tomar en cuenta las advertencias del Maestro. Actuó con apuro cuando debería esperar, se quedó dormido cuando debería orar, habló cuando debería escuchar. Fue un creyente valiente, pero imprudente.
Pero aprendió su lección, y quiere ayudarnos a que nosotros también la aprendamos. En su primera epístola, Pedro recalcó la gracia de Dios (1 Pedro 5:12), pero en su segunda carta, el énfasis está en el conocimiento de Dios. La palabra “conocer” o “conocimiento” se usa por lo menos trece veces en esta breve epístola. No quiere decir una comprensión meramente intelectual de alguna verdad, aunque eso se incluye, sino una participación viva en ella en el sentido en que nuestro Señor la empleó en Juan 17:3: “Y esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado” (cursivas mías).
Pedro empieza su carta con una breve descripción de la vida cristiana. Antes de describir a los falsificadores, define a los verdaderos creyentes. La mejor manera de detectar la falsedad es comprendiendo las características de la verdad. Pedro hizo tres afirmaciones importantes en cuanto a la vida cristiana verdadera.


  La vida cristiana empieza con fe (2 Pedro 1:1–4)

Pedro la llamó “una fe igualmente preciosa que la nuestra”. Quiere decir que nuestra posición con el Señor hoy es la misma que la de los apóstoles hace siglos. Ellos no tuvieron ninguna ventaja especial sobre nosotros simplemente porque gozaron del privilegio de andar con Cristo, de verlo con sus propios ojos y de participar en sus milagros. No es necesario ver al Señor con nuestros ojos humanos para amarlo, confiar en él y participar en su gloria (1 Pedro 1:8).
Esta fe es en una persona (vs. 1, 2). Esa persona es Jesucristo, el Hijo de Dios, el Salvador. Desde el principio de su carta, Pedro afirmó la deidad de Jesucristo. “Dios” y “nuestro Salvador” no son dos personas diferentes, sino que describen a una misma persona: Jesucristo. Pablo usó una expresión similar en Tito 2:10 y 3:4.
Pedro les recuerda a sus lectores que Jesucristo es el Salvador, al repetir este título exaltado en 2 Pedro 1:11; 2:20; 3:2, 18. Un “salvador” es alguien que trae salvación, y la palabra “salvación” era familiar para todos en esos días. En su vocabulario, quería decir liberación de problemas; particularmente, liberación del enemigo. También llevaba la idea de salud y seguridad. Al médico se lo veía como salvador porque ayudaba a liberar el cuerpo del dolor y las limitaciones. Un general victorioso era un salvador porque libraba a su pueblo de la derrota. Incluso un funcionario sabio era un salvador porque mantenía la nación en orden y la libertaba de la confusión y la decadencia.
No se requiere mayor esfuerzo para ver cómo el título “salvador” se aplica a nuestro Señor Jesucristo. Él es, en verdad, el Gran Médico que sana el corazón de la enfermedad del pecado. Es el Conquistador victorioso que ha derrotado a nuestros enemigos: el pecado, la muerte, Satanás y el infierno; y que está llevándonos en triunfo (2 Corintios 2:14 en adelante). Él es “nuestro Dios y Salvador” (2 Pedro 1:1), “nuestro Señor y Salvador” (2 Pedro 1:11), y “Señor y Salvador” (2 Pedro 2:20). Para ser nuestro Salvador, tuvo que dar su vida en la cruz y morir por los pecados del mundo.
Nuestro Señor Jesucristo tiene tres “beneficios espirituales” que no pueden conseguirse de nadie más: justicia, gracia y paz. Cuando confías en él como tu Salvador, su justicia llega a ser tu justicia y se te da una posición correcta ante Dios (2 Corintios 5:21). Jamás podrías ganarte esa justicia; es una dádiva de Dios para los que creen. “…nos salvó, no por obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino por su misericordia” (Tito 3:5).
Gracia es el favor de Dios para quienes no lo merecen. Dios, en su misericordia, no nos da lo que merecemos; en su gracia, nos da lo que no merecemos. Él es el “Dios de toda gracia” (1 Pedro 5:10), y nos la envía por medio de Jesucristo (Juan 1:16).
El resultado de esta experiencia es paz; paz con Dios (Romanos 5:1) y la paz de Dios (Filipenses 4:6, 7). De hecho, la gracia y la paz de Dios nos son “multiplicadas” conforme andamos con él y confiamos en sus promesas.
Esta fe incluye el poder de Dios (v. 3). La vida cristiana empieza con una fe que salva, fe en la persona de Jesucristo. Pero cuando uno conoce a Jesús personalmente, también experimenta el poder de Dios, y este poder produce “la vida y la piedad”. El pecador no salvado está muerto (Efesios 2:1–3) y solo Cristo puede resucitarlo de los muertos (Juan 5:24). Cuando Jesús resucitó a Lázaro, dijo: “Desatadle, y dejadle ir” (Juan 11:44). ¡Quítenle la ropa sepulcral!
Cuando por la fe en Cristo naces en la familia de Dios, lo hace completo. Dios te da todo lo que necesitas “para la vida y la piedad”. ¡No hay que añadir nada! “Vosotros estáis completos en él” (Colosenses 2:10). Los falsos maestros aducían tener una doctrina especial que añadía algo a la vida de los lectores de la carta de Pedro, pero él sabía que no había nada que añadir. Así como un bebé normal nace con todo el equipo que necesita para vivir, y lo único que precisa es crecer, así el creyente tiene todo lo que necesita y solamente precisa crecer. Dios nunca ha tenido que pedir que se le devuelva alguno de sus modelos porque le falta algo o es defectuoso.
Tal como un bebé tiene una estructura genética definida que determina cómo va a crecer, así el creyente está estructurado genéticamente para experimentar gloria y excelencia. Un día será como el Señor Jesucristo (Romanos 8:29; 1 Juan 3:2). Él “nos llamó a su gloria eterna” (1 Pedro 5:10), y participaremos de esa gloria cuando Jesucristo vuelva y lleve a su pueblo al cielo.
Pero también “nos llamó por su… excelencia”. Fuimos salvados para que anunciemos las virtudes de Aquel que nos “llamó de las tinieblas a su luz admirable” (ve 1 Pedro 2:9). ¡No debemos esperar hasta llegar al cielo para ser como Jesucristo! En nuestro carácter y conducta, debemos revelar su belleza y gracia hoy.
Esta fe incluye las promesas de Dios (v. 4). Dios no solo nos ha dado lo necesario para la vida y la piedad, sino que también nos ha dado su Palabra para poder desarrollarlas. Estas promesas son grandísimas porque vienen de un gran Dios y conducen a una vida grandiosa. Son preciosas porque su valor sobrepasa todo cálculo. Si perdemos la Palabra de Dios, no hay manera de reemplazarla. A Pedro debe de haberle gustado la palabra “precioso”, porque escribió de una “fe preciosa” (2 Pedro 1:1; compara 1 Pedro 1:7), las “preciosas promesas” (2 Pedro 1:4), la “sangre preciosa” (1 Pedro 1:19), la piedra preciosa (1 Pedro 2:4, 6) y el precioso Salvador (1 Pedro 2:7).
Cuando el pecador cree en Jesucristo, el Espíritu de Dios usa la Palabra de Dios para impartirle la vida y la naturaleza divinas. Un bebé tiene la naturaleza de sus padres, y una persona nacida del Espíritu tiene la naturaleza de Dios. El pecador perdido está muerto, pero el creyente está vivo porque participa de la naturaleza divina. El pecador perdido está descomponiéndose debido a su naturaleza corrupta, pero el creyente puede experimentar una vida dinámica de santidad porque posee la naturaleza de Dios. La humanidad está bajo el yugo de corrupción (Romanos 8:21), pero el creyente comparte la libertad y el crecimiento que son el producto de poseer la naturaleza divina.
La naturaleza determina el apetito. El cerdo quiere lodo y el perro se comerá incluso su propio vómito (2 Pedro 2:22), pero una oveja desea pastos verdes. La naturaleza también determina la conducta. Un águila vuela porque tiene naturaleza de águila, y el delfín nada porque esa es la naturaleza del delfín. La naturaleza determina el medio ambiente: una ardilla trepa árboles, los topos cavan túneles subterráneos y una trucha nada en el agua. La naturaleza también determina la asociación: el león anda en manadas, la oveja en rebaños y el pez en cardúmenes.
Si la naturaleza determina el apetito, y nosotros tenemos interiormente la naturaleza de Dios, debemos tener un apetito por lo puro y santo. Nuestra conducta debe ser como la del Padre, y tenemos que vivir en un medio ambiente espiritual correspondiente a nuestra naturaleza. Debemos asociarnos con lo que es conforme a nuestra naturaleza (ve 2 Corintios 6:14 en adelante). La única vida normal para los hijos de Dios es una vida santa, que lleva fruto.
Como poseemos esta naturaleza divina, hemos “huido” o escapado por completo de la contaminación y la decadencia de este perverso mundo actual. Si nutrimos la nueva naturaleza con el alimento de la Palabra de Dios, tendremos poco interés en la basura del mundo. Pero si proveemos “para los deseos de la carne” (Romanos 13:14), nuestra naturaleza de pecado anhelará los “antiguos pecados” (2 Pedro 1:9) y desobedeceremos a Dios. La vida santa resulta de cultivar la nueva naturaleza que tenemos adentro.


  La fe resulta en crecimiento espiritual (2 Pedro 1:5–7)

Donde hay vida, debe haber crecimiento. El nuevo nacimiento no es el fin, sino el principio. Dios les da a sus hijos todo lo que necesitan para vivir vidas santas, pero ellos deben ser aplicados y diligentes para usar los “medios de gracia” que él ha provisto. El crecimiento espiritual no es automático. Requiere la cooperación con Dios y la aplicación de la diligencia y disciplina espirituales. “…ocupaos en vuestra salvación… porque Dios es el que en vosotros produce así el querer como el hacer” (Filipenses 2:12, 13).
Pedro mencionó siete características de la vida santa, pero no debemos considerarlas como siete cuentas en un collar ni tampoco siete etapas de desarrollo. La palabra traducida “añadir”, en realidad, quiere decir suplir en forma generosa. En otras palabras, cultivamos una cualidad al ejercer otra. Estas gracias se relacionan una con la otra así como las ramas se vincular al tronco y las ramitas a la rama más gruesa. Como el “fruto del Espíritu” (Gálatas 5:22, 23), estas cualidades brotan de la vida y una relación vital con Jesucristo. No basta que el creyente “se abandone y deje que Dios haga todo”, como si el crecimiento espiritual fuera obra solo de Dios. Literalmente, Pedro escribió: “hagan todo esfuerzo para acompañar”. El Padre celestial y el hijo deben trabajar juntos.
La primera cualidad de carácter que Pedro mencionó fue la “virtud”. Hallamos esta palabra en 2 Pedro 1:3, donde se traduce “excelencia”. Para los filósofos griegos, significaba el cumplimiento de algo. Cuando algo en la naturaleza cumple su propósito, eso es “virtud, excelencia moral”. La palabra también se usaba para describir el poder de los dioses para hacer obras heroicas. La tierra que produce cosechas es excelente porque está cumpliendo su propósito. La herramienta que trabaja con corrección es excelente porque está haciendo lo que debe hacer.
Se espera que el creyente glorifique a Dios porque tiene adentro la naturaleza de Dios; así que, cuando el creyente hace esto, muestra “excelencia”, porque está cumpliendo su propósito en la vida. La verdadera virtud en la vida cristiana no consiste en “pulir” cualidades humanas, por buenas que pudieran ser, sino en producir cualidades divinas que hacen a la persona más semejante a Jesucristo.
La fe nos ayuda a cultivar la virtud, y la virtud nos ayuda a cultivar el “conocimiento” (2 Pedro 1:5). La palabra que se traduce “conocimiento” en 2 Pedro 1:2, 3 quiere decir conocimiento completo o conocimiento creciente. La que se usa aquí sugiere conocimiento práctico o discernimiento. Se refiere a la capacidad de manejar la vida con éxito. Es lo opuesto a pensar tanto en cosas celestiales que uno no sirve para nada en la tierra. Esta clase de conocimiento no surge en forma automática, sino que viene de la obediencia a la voluntad de Dios (Juan 7:17). En la vida cristiana, no deben separarse el corazón y la mente, el carácter y el conocimiento.
“Dominio propio” es la siguiente cualidad en la lista de Pedro de virtudes espirituales. “Mejor es el que tarda en airarse que el fuerte; y el que se enseñorea de su espíritu, que el que toma una ciudad” (Proverbios 16:32). “Como ciudad derribada y sin muro es el hombre cuyo espíritu no tiene rienda” (Proverbios 25:28). En sus cartas, Pablo a menudo comparó al creyente con un atleta que debe hacer ejercicio y disciplinarse si espera ganar el galardón (1 Corintios 9:24–27; Filipenses 3:12–16; 1 Timoteo 4:7, 8).
“Paciencia” es la capacidad de aguantar cuando las circunstancias son difíciles. El dominio propio tiene que ver con manejar los placeres de la vida, en tanto que la paciencia se refiere primordialmente a las presiones y los problemas de la vida. A menudo, la persona que se somete a los placeres tampoco tiene suficiente disciplina como para manejar las presiones, así que, se rinde ante ellas.
La paciencia no es algo que se desarrolla en forma automática; debemos cultivarla. Santiago 1:2–8 nos da el enfoque apropiado. Debemos esperar que vengan pruebas, porque sin ellas, nunca podríamos aprender paciencia. Debemos, por fe, permitir que las pruebas trabajen para nosotros y no en contra, porque sabemos que Dios está obrando a través de ellas. Si necesitamos sabiduría para tomar decisiones, Dios nos la concederá si se la pedimos. A nadie le encantan las pruebas, pero sí disfrutamos de confiar en que Dios está actuando a través de ellas y haciendo que todo obre para nuestro beneficio y su gloria.
“Piedad” simplemente quiere decir semejanza a Dios. En el griego original, esta palabra significa adorar bien. Describe al hombre que tiene la relación apropiada con Dios y con sus semejantes. Tal vez la palabra “reverencia” define mejor este término. Es la cualidad de carácter que hace que una persona se distinga; viva por encima de las minucias de la vida, de las pasiones y presiones que controlan la vida de otros; procure hacer la voluntad de Dios y, al hacerla, busque el bienestar de los demás.
Nunca debemos pensar que la piedad es algo idealista, porque es intensamente práctica. La persona piadosa toma decisiones correctas y nobles. No toma la senda fácil simplemente para evadir el dolor o la prueba, sino que hace lo correcto porque es lo que corresponde y porque es la voluntad de Dios.
El “afecto fraternal” (filadelfia en griego) es una virtud que Pedro debe de haber adquirido por la vía dura, porque los discípulos de nuestro Señor a menudo discutían y discrepaban entre sí. Si amamos a Jesucristo, también debemos amar a los hermanos. Debemos practicar “el amor fraternal no fingido [sincero]” (1 Pedro 1:22). “Permanezca el amor fraternal” (Hebreos 13:1). “Amaos los unos a los otros con amor fraternal” (Romanos 12:10). Amar a nuestros hermanos y hermanas en Cristo es una prueba de que hemos nacido de Dios (1 Juan 5:1, 2).
Pero el crecimiento del creyente incluye otros aspectos aparte del amor fraternal; también debemos tener el amor que se sacrifica, como el que nuestro Señor mostró cuando fue a la cruz. La clase de amor del que habla 2 Pedro 1:7 es el amor ágape, el que Dios muestra hacia los pecadores perdidos. Es el amor que se describe en 1 Corintios 13, el que el Espíritu Santo produce en nuestros corazones cuando andamos en el Espíritu (Romanos 5:5; Gálatas 5:22). Cuando tenemos amor fraternal, amamos porque somos semejantes a los demás; pero cuando tenemos amor ágape, amamos a pesar de las diferencias que tenemos.
Es imposible que la naturaleza humana caída fabrique estas siete cualidades del carácter cristiano. Deben ser producidas por el Espíritu de Dios. Con certeza, hay personas que no son salvas y que poseen un asombroso dominio propio y perseverancia, pero estas virtudes señalan hacia ellos mismos y no al Señor. Ellos son los que reciben la gloria. Cuando Dios produce la naturaleza hermosa de su Hijo en el creyente, es Dios el que recibe la alabanza y la gloria.
Como tenemos la naturaleza divina, podemos crecer espiritualmente y cultivar esta clase de carácter cristiano. El poder de Dios y sus preciosas promesas son lo que produce este crecimiento. La estructura genética de Dios ya está allí: el Señor quiere que seamos “hechos conformes a la imagen de su Hijo” (Romanos 8:29). La vida interna reproducirá esa imagen si cooperamos diligentemente con Dios y usamos los medios que nos ha dado con generosidad.
Lo asombroso es esto: a medida que la imagen de Cristo se va reproduciendo en nosotros, el proceso no destruye nuestra personalidad. ¡Seguimos siendo singularmente nosotros mismos!
Uno de los peligros en la iglesia de hoy es la imitación. Las personas tienden a llegar a ser como su pastor o como algún líder de la iglesia, o tal vez como algún creyente famoso. Al hacerlo, destruyen su propia singularidad y, a la vez, no logran llegar a ser como Jesucristo. ¡Pierden de todos modos! Como cada hijo en una familia se parece a sus padres, y sin embargo, es diferente, así también cada hijo en la familia de Dios llega a parecerse en mayor o menor grado a Jesucristo, y sin embargo, es diferente. Los padres no se duplican, se reproducen; y los padres sabios permiten que sus hijos sean diferentes.


  El crecimiento espiritual da resultados prácticos (2 Pedro 1:8–11)

¿Cómo puede el creyente estar seguro de estar creciendo espiritualmente? Pedro da tres pruebas del verdadero crecimiento espiritual.
Fruto (v. 8). El carácter cristiano es un fin en sí mismo, pero también es un medio hacia un fin. A medida que nos parecemos más a Jesucristo, más puede usarnos el Espíritu en el testimonio y el servicio. El creyente que no crece está ocioso y sin fruto. Su conocimiento de Jesucristo no está produciendo nada práctico en su vida. La palabra que se traduce “ocioso” también quiere decir inútil. ¡Los que no crecen, por lo general, fracasan en todo lo demás!
Algunos de los creyentes más eficaces que conozco son personas sin talentos notables ni capacidades especiales, y tampoco con personalidades que entusiasman; y sin embargo, Dios los ha utilizado de manera maravillosa. ¿Por qué? Porque están llegando a ser más y más como Jesucristo. Tienen la clase de carácter y conducta que Dios puede bendecir. Son fructíferos porque son fieles; son eficaces porque están creciendo en su experiencia cristiana.
Estas hermosas cualidades de carácter existen “en nosotros” porque poseemos la naturaleza divina. Debemos cultivarlas de manera que aumenten y produzcan fruto en y mediante nuestras vidas.
Visión (v. 9). Los especialistas en nutrición dicen que la dieta puede ciertamente afectar la visión, y esto es cierto en el campo espiritual. La persona que no es salva está en la oscuridad porque Satanás ha cegado su entendimiento (2 Corintios 4:3, 4). Tiene que nacer de nuevo antes de que sus ojos sean abiertos y pueda ver el reino de Dios (Juan 3:3). Pero después de que nuestros ojos son abiertos, es importante que aumentemos nuestra visión y veamos todo lo que Dios quiere. La frase “tiene la vista muy corta” es la traducción de una expresión que quiere decir miope. Es el cuadro de alguien que entrecierra los ojos, incapaz de ver lejos.
Algunos creyentes solo ven su propia iglesia o su propia denominación, pero no logran avistar la grandeza de la familia de Dios en todo el mundo. Otros ven las necesidades en su propio país, pero no tienen una visión por un mundo perdido. Alguien le preguntó a Phillips Brooks qué haría para avivar a una iglesia muerta, y él respondió: “¡Predicaría un sermón misionero y recogería una ofrenda!”. Jesús amonestó a sus discípulos: “Alzad vuestros ojos y mirad los campos, porque ya están blancos para la siega” (Juan 4:35).
Algunas congregaciones de hoy son orgullosas y piensan como la iglesia de Laodicea, que decía: “Yo soy rico, y me he enriquecido, y de ninguna cosa tengo necesidad”, y no se dan cuenta de que son “un desventurado, miserable, pobre, ciego y desnudo” (Apocalipsis 3:17). Es una tragedia tener miopía espiritual, ¡pero es aun peor estar ciego!
Si olvidamos lo que Dios ha hecho por nosotros, no nos entusiasmará hablarles de Cristo a otros. ¡Mediante la sangre de Jesucristo, hemos sido lavados y perdonados! ¡Dios nos ha abierto los ojos! ¡No nos olvidemos de lo que él ha hecho! Más bien, cultivemos la gratitud en nuestros corazones y afinemos nuestra visión espiritual. ¡La vida es demasiado breve y las necesidades del mundo demasiado grandes como para que el pueblo de Dios ande por todas partes con los ojos cerrados!
Seguridad (vs. 10, 11). Si uno anda con los ojos cerrados, ¡tropezará! Pero el creyente que crece anda con confianza porque sabe que está seguro en Cristo. No es nuestra profesión de fe lo que nos garantiza la salvación; es nuestro progreso en esa fe lo que nos da la seguridad. El que afirma ser hijo de Dios, pero cuyo carácter y conducta no dan evidencia de crecimiento espiritual, se engaña a sí mismo y va camino al juicio.
Pedro señaló que nuestra “vocación”, o “llamamiento”, y “elección” van juntos. El mismo Dios que elige a su pueblo también ordena los medios para llamarlos. Las dos cosas deben ir juntas, como Pablo les escribió a los tesalonicenses: “Dios os haya escogido desde el principio para salvación, …a lo cual os llamó mediante nuestro evangelio” (2 Tesalonicenses 2:13, 14). No predicamos la doctrina de la elección a los perdidos; les predicamos el evangelio. Pero el Señor usa ese evangelio para llamar a los pecadores al arrepentimiento, y entonces, ¡esos pecadores descubren que han sido escogidos por Dios!
Pedro también destacó que la elección no es excusa para la inmadurez espiritual o la falta de esfuerzo en la vida cristiana. Algunos creyentes dicen: “Lo que será, será. No hay nada que podamos hacer”. Pero Pedro nos amonesta a “procurar”, lo cual quiere decir hacer todo esfuerzo; ser diligente (el apóstol usó este mismo verbo en 2 Pedro 1:5). Aunque es verdad que Dios debe obrar en nosotros antes de que podamos hacer su voluntad (Filipenses 2:12, 13), también es cierto que debemos estar dispuestos a que lo haga, y debemos cooperar. La elección divina nunca debe ser una excusa para la ociosidad humana.
El creyente que está seguro de su elección y llamamiento nunca “tropezará”, sino que demostrará mediante una vida coherente que es verdaderamente un hijo o hija de Dios. No siempre estará en la cumbre, pero siempre estará ascendiendo. Si hacemos “estas cosas” (las mencionadas en 2 Pedro 1:5–7, compara el versículo 8), y si demostramos crecimiento y carácter cristianos en nuestra vida diaria, podemos estar seguros de que somos salvos y que un día iremos al cielo.
Es más, el creyente que crece puede mirar hacia adelante a una “generosa entrada” en el reino eterno. Los griegos usaban esta frase para describir la bienvenida a los campeones olímpicos cuando volvían a su casa. Todo creyente llegará al cielo, pero algunos tendrán una bienvenida más gloriosa que otros. Ay, algunos creyentes serán salvos “aunque así como por fuego” (1 Corintios 3:15).
La expresión traducida “os será otorgada” en 2 Pedro 1:11 es la misma que se traduce añadir en 2 Pedro 1:5, y corresponde a una palabra griega que quiere decir costear los gastos de un coro. Cuando los grupos teatrales de los griegos presentaban sus dramas, alguien tenía que costear los gastos, que eran muy elevados. La palabra llegó a significar hacer generosa provisión. Si nosotros hacemos abundante provisión para crecer espiritualmente (2 Pedro 1:5), ¡Dios hará generosa provisión para nosotros cuando lleguemos al cielo!
Simplemente, piensa en las bendiciones que disfruta el creyente que crece: fruto, visión, seguridad… ¡y lo mejor es el cielo! ¡Todo esto, y el cielo también!
La vida cristiana empieza con fe, pero esa fe debe llevar al crecimiento espiritual; a menos que sea una fe muerta. Pero la fe muerta no es una fe que salva (Santiago 2:14–26). La fe lleva al crecimiento, y el crecimiento produce resultados prácticos en la vida y el servicio. Las personas que tienen esta clase de experiencia cristiana probablemente no sean víctimas de los falsos maestros apóstatas.

 
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