miércoles, 12 de agosto de 2015

Bienaventurados sois cuando por mi causa os vituperen y os persigan, y digan toda clase de mal contra vosotros, mintiendo

Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6



 
Tipo de Archivo: PDF | Tamaño: MBytes | Idioma: Spanish | Categoría: Capacitación Ministerial
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SERMONES Y SU CONSTRUCCIÓN
Las bienaventuranzas 
Mateo (5:1–12)
1  Viendo la multitud, subió al monte; y sentándose, vinieron a él sus discípulos. 
2  Y abriendo su boca les enseñaba, diciendo: 
3  Bienaventurados los pobres en espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos. 
4  Bienaventurados los que lloran, porque ellos recibirán consolación. 
5 Bienaventurados los mansos, porque ellos recibirán la tierra por heredad. 6 Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados. 7 Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia. 
8  Bienaventurados los de limpio corazón, porque ellos verán a Dios. 
9 Bienaventurados los pacificadores, porque ellos serán llamados hijos de Dios. 10 Bienaventurados los que padecen persecución por causa de la justicia, porque de ellos       es el reino de los cielos. 
11 Bienaventurados sois cuando por mi causa os vituperen y os persigan, y digan toda             clase de mal contra vosotros, mintiendo. 
12 Gozaos y alegraos, porque vuestro galardón es grande en los cielos; porque así                   persiguieron a los profetas que fueron antes de vosotros.

La palabra bienaventurado es traducción del adjetivo griego MAKARIOS, que significa dichoso, feliz.1 El erudito griego Spiros Zodhiates, en su interesante trabajo La búsqueda de la felicidad, escribe al respecto: “Los griegos emplearon el adjetivo MAKARIOS no sólo para describir a los dioses sino también a los muertos benditos. La idea era que los muertos no estaban aniquilados sino transferidos de una esfera a otra, donde no estaban sujetos a la miseria ni al sufrimiento. El mundo más allá era el mundo de los dioses, y por ende el mundo de la bienaventuranza. La enseñanza de Cristo, sin embargo, va más allá de esta promesa de bienaventuranza después de la muerte.”
Lo contrario a bienaventuranza sería “ay” (Mt. 18:7; 23:13). Con eso en mente, podríamos leer las bienaventuranzas de la siguiente manera: “Ay de los que no son pobres en espíritu, pues no verán el reino de los cielos. Ay de los que no lloran, pues ellos no serán consolados …” etc.
El Sermón del Monte se inicia con ocho bienaventuranzas que incluyen diversas facetas de la vida social, y muy especialmente del carácter cristiano,2 y que a la vez son motivo de consolación, esperanza y estímulo espiritual. Con esas bienaventuranzas el Señor muestra cómo debe prevalecer el espíritu digno del reino de los cielos, y que debe empezar a ejercitarse aquí en la tierra hasta cuando se perfeccione en el más allá.1 Expresan la felicidad en grado superlativo, no sujeta a las cosas cambiantes o circunstancias externas sino nacida por la verdadera experiencia interior de comunión espiritual con Dios. Es decir que la felicidad del cristiano no depende de las circunstancias sino que se origina en su interior mediante la comunión con Cristo, y a pesar de las dificultades y penurias externas.2
El Señor comienza hablando de la posibilidad de bienaventuranza, para luego demostrar que la justicia humana—tal como la veían y buscaban los judíos—no puede producir dicha bienaventuranza. Esta no está basada en el esfuerzo propio o la justicia individual. Ninguna de las bienaventuranzas se refiere a una tendencia natural o temperamento innato, sino a la obra sobrenatural del Espíritu Santo.3
De tales bienaventuranzas sólo gozarán los ciudadanos del reino de los cielos, es decir, aquellos que en verdad aceptan a Cristo como Rey de su vida y experimentan la obra de Jesús en ellos; así son capacitados espiritualmente por El para seguir el camino de sus enseñanzas. Todas las bienaventuranzas son para todos los creyentes, y de tal manera difieren de los dones espirituales donde ciertos dones son para algunos, y ciertos otros para otros.
Cada bienaventuranza consta de dos bendiciones. La primera es igual en todos los casos: bienaventurados, felices, dichosos. La segunda bendición varía según la situación de cada uno: los que lloran recibirán consolación, los de limpio corazón verán a Dios, etc.
Tal como en el tiempo de Cristo, en nuestros días hay gran necesidad de reflexionar en las bienaventuranzas, imbuirse de su espíritu y practicarlas. Hoy ofrecen a los hombres cansados una fuente cristalina donde beber y encontrar refrigerio para su espíritu fatigado y sediento.
1) Pobreza (v. 3). Al hablar de los pobres en espíritu, Jesús no se refería a los pobres económicamente (ver Lc. 6:20) pues el reino de los cielos no se adquiere por el hecho de ser un necesitado en la esfera monetaria. Jesús habló de pobreza aguda trasladada a la esfera espiritual. Sin embargo, pobres en espíritu no son los carentes de entusiasmo y energía, los pasivos, indiferentes, incautos, necios ni los de escaso juicio y falta de entendimiento. Pobres en espíritu son aquellos cuyos corazones no están llenos de soberbia, orgullo y vanidad; los que no son sabios en su propia opinión ni piensan jactanciosamente acerca de sí mismos. Por el contrario, son humildes en las cuestiones espirituales pues reconocen que en sí nada son, nada valen; saben que si algo tienen, lo deben al Señor, Dador de todo don perfecto (Stg. 1:17), y por eso mismo de El deben esperarlo todo y depender siempre. El Señor está hablando de los que saben que son pobres en espíritu, pues los tales conocen su necesidad y desean riqueza espiritual.
Los pobres en espíritu reconocen su propia flaqueza y debilidad, su necesidad de bendiciones espirituales, de buscar del Señor socorro y fortaleza para su espíritu; y a El acuden, sabiendo que “los sacrificios de Dios son el espíritu quebrantado” (Sal. 51:17), y recordando la promesa de que Dios mirará al pobre y humilde de espíritu (Is. 66:2). Los pobres en espíritu confían en Dios con la sencillez de los niños, como el publicano de la parábola.1
Sin embargo, ser pobre en espíritu no quiere decir que no hemos de usar nuestra mente. No dice “pobre en intelecto” sino en espíritu. Jesús a los doce años ya maravillaba a los maestros de la ley, y al mismo tiempo crecía en sabiduría y gracia para con Dios y los hombres (Lc. 2:46–47, 52). Por otro lado, Salomón pidió sabiduría, la recibió, pero no fue pobre en espíritu sino que confió en su propia habilidad.
Los bienaventurados buscan humildemente las riquezas de las glorias de Cristo y participan de las bendiciones que el reino de Dios ofrece en este mundo y en el cielo (Lc. 18:14; Stg. 2:5). Por eso son ensalzados como herederos del reino de los cielos para disfrutar de las prerrogativas, riquezas y dignidades de ese reino donde todo es luz y alegría, en contraposición con la pobreza espiritual que por momentos ahora los entristece (Is. 57:15).
La mayoría de los judíos esperaba un mesías político que tomara control del reino y los liberara y fuera su rey. En contraste, Jesús declara que su reino es para los pobres en espíritu, los humildes (Ro. 14:17). Juan Calvino dice: “Quien es reducido a nada en sí mismo y confía en la misericordia de Dios, es pobre en espíritu.”
2) Llanto (v. 4). Jesús también llamó bienaventurados a los que lloran. No se refirió a los que lloran a la ligera, y sólo por llorar. El N.T. emplea nueve palabras diferentes para expresar tristeza. En este caso el término griego1 es el más fuerte de todos y expresa el lamento de un corazón quebrantado. Serán consolados aquellos cuyo llanto está de acuerdo con la situación. Ejemplos:
(a)     Quienes lloran por su pecado personal, sienten la profunda separación que ha causado entre Dios y ellos, y reconocen su miseria espiritual. Así lloran por verdadero arrepentimiento (2 Co. 7:10).2
(b)     Quienes lloran por los pecados de otros o por el estado pecaminoso de la sociedad en general. Jesús, por ejemplo, lloró sobre Jerusalén (Lc. 19:41) y al llegar a la tumba de Lázaro.3
(c)     Quienes lloran porque el alma humana se conmueve ante eventos tristes,4 y también por las tribulaciones temporales y otras pruebas en la vida cristiana.
Por otro lado están quienes lloran pero no de acuerdo a la voluntad de Dios. Estos no recibirán consolación por ese llanto pues
(a)     Lloran por cosas frívolas. Es lícito hacerlo, pero no deben esperar consolación de parte de Dios.
(b)     Lloran por no haber podido satisfacer un profundo deseo, como en el caso de Amnón, que se enfermó y lloró por desear sexualmente a Tamar (2 S. 13), o el rey Acab, que se entristeció por no poder comprar la viña de Nabot (1 R. 21:4).
(c)     Lloran por las consecuencias del pecado, no por el pecado en sí (Pr. 5:11, 12; Mt. 27:3).
(d)     Lloran creyendo que al hacerlo se puede ganar el favor de Dios.
Quienes lloran en la voluntad de Dios son bienaventurados porque recibirán consolación. Empezarán a recibirla directamente del mismo Señor, quien también les dará paz y gozo (Is. 61:3). Pablo habla del “Padre de misericordias y Dios de toda consolación, el cual nos consuela en todas nuestra tribulaciones, para que podamos también nosotros consolar …” (2 Co. 1:3–4).
A muchos les hace falta llorar con verdadero reconocimiento de sus pecados. Y a muchos que lloran les hace falta acudir al verdadero Dios de la consolación en vez de ir a pretendidos intercesores y substitutos de Cristo, como es común en nuestros pueblos latinos.
LA CONSOLACIÓN DE DIOS
Cómo consuela Dios:
(a) Por el Espíritu Santo (Sal. 34:18; 147:3; Jn. 14:16).
(b) Por las promesas de la Escritura (Ro. 15:4; 2 P. 1:4).
(c) Con los grandes himnos de la fe cristiana.
(d) Por la mucha oración del cristiano (Stg. 5:13).
(e) Por medio de otros creyentes (2 Co. 1:3–7).
(f) Con la consolación final en cl cielo (Ap. 21:4).
3) Mansedumbre (v. 5). La definición corriente de manso es alguien benigno, suave, apacible, sosegado, tranquilo. Sin embargo, la mansedumbre de que habla la Biblia no implica rebajarse ni arrastrarse; no es mansedumbre de servilismo, cobardía ni renuncia indebida a nuestros legítimos derechos.1
La mansedumbre de la cual se habla aquí hace referencia al sentir que hubo en Cristo (Mt. 11:29),2 a no tener un ánimo dado a la ira, la soberbia, la malicia; a no tener un espíritu rencoroso y vengativo, sino dócil, apacible, paciente con quienes nos ofenden. En vez de estar siempre dispuestos a devolver mal por mal, ser mansos es estar prontos a vencer “con el bien el mal” (Ro. 12:21), y aun a sacrificar nuestros derechos si acaso de esa manera se puede servir mejor al Señor. Los mansos son quienes confían y esperan plenamente en Dios, no en sí mismos.
Los mansos son bienaventurados “porque ellos recibirán la tierra por heredad.” Para algunos comentadores la Canaán terrenal es tomada aquí como figura de la Canaán celestial. La “tierra” se entiende en sentido espiritual y significa el reino de Dios (Sal. 37:22, 29, 34; Hch. 13:19; Ap. 5:10). La expresión “la tierra por heredad” también se interpreta como una frase proverbial entre los judíos que expresaba el máximo bienestar. Es como si Jesús hubiera dicho: “Los mansos gozarán las mayores bendiciones imaginables”.1 ¡Cuántas bendiciones reciben aquí en la tierra quienes cultivan tal espíritu de mansedumbre, y cuántas calamidades evitan! El espíritu manso prodiga bendición, y por la falta de ese espíritu vemos violencia, engaño, destrucción y muerte. Otras serían las condiciones sociales en Latinoamérica y el mundo entero si cultiváramos en verdad ese espíritu de mansedumbre.
4) Hambre y sed (v. 6). Los oyentes entendían con claridad las imágenes de “hambre y sed”. La mayoría eran pobres, al punto de poder comer carne sólo una vez por semana. Por otro lado, la falta de agua que estuviera accesible en todo momento y los fuertes ventarrones y polvaredas, hacían que entrara polvo en la garganta y produjera mucha sed. Desde el punto de vista físico, a menudo tenían hambre y sed.
Hambre y sed de justicia pueden considerarse desde dos puntos de vista: uno personal y otro colectivo. En el sentido personal, debemos tener en cuenta la justicia que se nos imputa al recibir a Cristo (Ro. 5:1), y la vida de rectitud posterior.
La sed de justicia para el no cristiano indica un profundo anhelo, una ardiente ansia de verse libre de la mancha del pecado (Sal. 42:1–2; 63:1) y de ser revestido de la justicia que declara al alma limpia e inocente (2 Co. 5:21). Esa es la justicia que se recibe cuando se acude a Cristo llevando a su presencia nuestros pecados, fatiga, dolor y ansiedad.2 Muchos de los oyentes eran fariseos, y Jesús había advertido que para entrar al reino de los cielos la justicia debía superar la de esos líderes religiosos (Mt. 5:20). La única manera de gozar del reino de Dios es a través de la justicia de Cristo, que estaba en total disonancia con la de los fariseos. Quienes quieran la justicia interior, serán saciados pues han de ser justificados de tal manera que no sólo serán declarados justos en la presencia divina, sino que también serán vestidos de la misma justicia de Cristo.
Para el cristiano la justicia en esta bienaventuranza no es la que le ha sido imputada sino la personal que íntimamente él anhela. Por un lado es su deseo de estar libre del poder del pecado; también es su anhelo de verse libre del deseo del pecado ya que algunos pecados son placenteros (He. 11:25); es asimismo su deseo de ser semejante a Cristo (Ro. 8:29), de ser justo y hacer justicia.1
En el griego, el uso del participio al hablar de los hambrientos y los sedientos, habla de una acción continua. No es una vez y para siempre sino que la persona sigue teniendo hambre y sed de justicia. Podríamos decir que mientras más hambre y sed tenga, más saciado será (Fil. 1:9–11).
El Señor promete saciar a quienes tienen hambre y sed de justicia.2 Para el no convertido, la salvación y justificación (justicia imputada), llena el vacío. La palabra traducida “saciados”3 significa engordado, llenado o satisfecho con comida. En un mundo insatisfecho, Cristo viene a morar en la vida de la persona y la satisface.
LOS QUE TIENEN HAMBRE Y SED DE JUSTICIA
     Verán la total falta de méritos de su propia justicia.
     Verán la imperiosa necesidad de la justicia de Dios.
     Evitarán todo lo que se opone a la justicia. (No se refiere a ser separatista sino a saber cuándo la literatura, la TV, las conversaciones, etc. afectan sus pensamientos y su corazón.)
     Caminarán por senda de rectitud, se pondrán en situaciones donde puedan promover la justicia en sus vidas (He. 10:22–25).
     Leerán biografías de los grandes hombres de Dios en la historia.
     Pasarán tiempo en la meditación de las Escrituras.
     Pasarán tiempo en la presencia de Dios en oración.
5) Misericordia (v. 7). El Dios misericordioso (Dt. 4:31; Jer. 3:12; Lc. 6:36; He. 2:17–18) pide a los cristianos que sean de la misma manera. La misericordia no es un don espiritual reservado sólo para algunos, sino que es un llamado a todos los hijos de Dios.
Los creyentes del primer siglo vivían en una sociedad sin misericordia. Un filósofo romano llegó a afirmar: “La misericordia es una enfermedad del alma.” Los romanos predicaban cuatro virtudes cardinales: la sabiduría, la justicia, el valor y la templanza, mientras que la misericordia se destacaba por su ausencia. La virtud de ser misericordioso incluye la idea de ser compasivo, de conmoverse frente a las necesidades y sufrimientos de otros. En lugar de ver con indiferencia al que padece y pasar inadvertidamente a su lado, sentimos simpatía e interés por él. Pero la misericordia no se queda en la mera contemplación del dolor sino va más allá, tratando de remediarlo.
Esta misericordia hace bienaventurado al que la practica, y la enfocamos desde dos puntos de vista. El primero implica socorro material: dar pan al hambriento, agua al sediento y medicina al enfermo; vestir al desnudo, estrechar entre los brazos bienhechores de la caridad a tantos que necesitan ese abrazo compasivo.1
El otro aspecto incluye preocuparse por las necesidades y miserias espirituales de quienes nos rodean. Si es menester remediar las necesidades materiales, más aún lo es remediar las espirituales. Eso es lo que más preocupó a Cristo, quien tuvo compasión de la gente porque la vio como ovejas sin pastor, y por eso dio su vida en el Calvario. ¡Cuántos hay a nuestro alrededor que sufren moral y espiritualmente por causa del pecado, víctimas de las drogas, del alcoholismo y de otros vicios que los inutilizan para el trabajo, el hogar, la sociedad y la patria! ¡Cuántos otros, en medio de sus problemas internos, necesitan una oportuna palabra de consuelo, de orientación, de perdón, una palabra que sea como un refrescante vaso de agua fría para sus fatigados espíritus! Practicar misericordia es dar dicho vaso de agua llevando el mensaje de salvación en Cristo, en quien encontrarán la bendición que necesitan. Esto también es hacer obra de buen samaritano.
Nuestra misericordia es resultado de ser conscientes de que somos indignos de la misericordia de Dios, ya que tratamos de reflejar hacia otros algo de la misericordia que Dios nos ha mostrado.
Los misericordiosos son bienaventurados “porque ellos alcanzarán misericordia”. No se refiere a misericordia que recibamos del mundo sino del Señor. Con el misericordioso, Dios se mostrará misericordioso (Sal. 18:25).1 Tanto en forma material como espiritual la bendición divina se mostrará misericordiosamente con los misericordiosos, socorriéndolos en sus necesidades y recompensándoles por lo que han practicado.2 Que por la gracia divina tengamos ese sentir de misericordia que hubo en Cristo.
6) Limpieza (v. 8). Bíblicamente hablando, el corazón no es sólo el asiento de las emociones sino el centro mismo del ser humano (1 S. 16:7; Jer. 17:9; Ez. 36:26 Mt. 15:19; Stg. 4:8). El corazón es la vida interior del hombre.3
Corazón limpio,4 en el original da la idea de algo sin doblar. Cuando se dobla un papel, por ejemplo, una parte queda escondida; pero si ese papel no se dobla toda la superficie queda al descubierto. El corazón limpio es el corazón sencillo, sin dobleces, que no sirve a dos señores, sin cosas escondidas, sin doble vida (Sal. 19:14; 24:3–4; 86:11; Jer. 32:39; Mt. 6:24; 12:25). La idea de corazón limpio nos hace pensar en el primer y más grande mandamiento: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente” (Mt. 22:37).
¿Cómo se limpia el corazón? La palabra original griega también conlleva la idea de purificación, de limpieza de pecado. Se necesita algo que limpie el corazón y lo deje en condiciones de ver a Dios. Ese algo no son las obras de caridad, pues según las Escrituras ellas no limpian la mancha de nuestros pecados; tampoco la moralidad, ni la religiosidad, ni la educación, ni la cultura. El primer paso para la limpieza del corazón es la salvación del alma (Is. 1:18; Ez. 36:26). Lo único que en la presencia de Dios puede limpiar nuestro corazón corrompido es la sangre de Cristo (1 Jn. 1:7).1 También limpiamos nuestro corazón al orar a Dios (Sal. 51:10), confesarle nuestros pecados (1 Jn. 1:9) y solucionar los problemas que contribuyeron al corazón de doble ánimo (Stg. 4:8).
Los de limpio corazón son bienaventurados “porque ellos verán a Dios” en el sentido de gozar en el cielo de la gloria de su presencia y de toda la felicidad que El, en virtud de su redención, ha prometido a los suyos. Si se considera un privilegio especial ser admitido a la presencia de un soberano y verlo cara a cara, ¡cuánta mayor bienaventuranza ser admitido en la presencia del Rey de reyes!
Por otra parte, esta bienaventuranza tiene cumplimiento aquí en la tierra. Al tener una estrecha comunión con Dios, el cristiano de limpio corazón verá en su vida bendiciones divinas como no experimentan los que andan en la senda de pecado. Dios se revelará en forma especial a los que tienen corazón limpio, y sólo a ellos.
VER A DIOS
Maneras en que los de corazón limpio verán a Dios:
(a) En la historia. Verán a Dios moviéndose a través de la historia.
(b) En la naturaleza. Verán a Dios como Creador de todo, y sus corazones se elevarán en alabanza y adoración.
(c) En los eventos de la vida diaria. Los de limpio corazón ven a Dios desarrollando y moldeando la vida del creyente.
(d) En las Escrituras.
7) Pacificación (v. 9). Paz viene del hebreo SHALOM, y da la idea de completar un círculo. Si éste está roto, no hay SHALOM, y lamentablemente existen muchos círculos incompletos debido a divisiones y enemistades.
Para algunos la paz es sencillamente falta de conflicto, pero sin embargo puede haber paz y al mismo tiempo una guerra fría. Aunque es posible que en el griego la palabra EIRENE signifique “cesar la guerra”, más bien hace referencia a la reconciliación entre dos amigos, a sanar las heridas. El término también se usaba para hablar del estado del ser interior de una persona.
La paz es un don de Cristo (Jn. 14:27; 16:33; Ro. 5:1; Fil. 4:7), expresa la esencia del evangelio (Hch. 10:36), y es el saludo favorito de los escritores del N.T.1
En un mundo lleno de divisiones (1 Co. 3:3; Jud. 19), Dios aborrece la falta de paz y la discordia entre hermanos (Pr. 6:16, 19). Parte de la vida cristiana consiste en buscar la paz en todo (Ro. 14:19; 1 Ti. 2:2; Stg. 3:18). Ser pacificador es una de las virtudes más nobles del corazón humano, y también una de las virtudes de más necesaria ejecución en bien del individuo y de la sociedad. Ser pacificador es lo contrario a ser agitador, a fomentar (en razón de intereses personales o espíritu insidioso y mezquino) contiendas, divisiones y odios mediante habladurías, chismes, manejos subversivos y otras tantas maniobras torcidas.
El pacificador lleva a cabo su obra con miras rectas y dignas; se esfuerza para procurar y preservar la paz entre amigos y enemigos, entre los individuos y la comunidad. Y para lograr tan loable fin, trata de seguir hasta donde más pueda “la paz con todos” (He. 12:14); trata de evitar lo que dificulte las buenas relaciones y sirva de combustible para aumentar el fuego existente. Además el pacificador hace cuanto esté a su alcance para apagar toda candela insidiosa, para abonanzar el mal ánimo entre otros y conseguir que el árbol de la paz eche raíces, se sostenga y crezca, y reine entonces la armonía, la cordialidad y el buen entendimiento.
Por eso mismo la misión del pacificador requiere paciencia, tacto, delicadeza, espíritu de sacrificio, amor a la paz y a quienes no gozan de tal bendición. Y demanda sobre todo hacerla con la visión y en el espíritu de Cristo, quien es el Príncipe de paz (Is. 9:6).
Hay una urgente necesidad de esa clase de personas, pues ¡cuánta discordia, malos entendidos, espíritu de pleito, agitación, violencia, odio y venganza arde en nuestros pueblos latinos y en el mundo entero! Faltan pacificadores como los que Cristo llama bienaventurados, y sobran agitadores que siembran la incomprensión, la amargura y la enemistad. Así como se necesita la luz cuando nos envuelven las tinieblas, el pan cuando prevalece el hambre y la lumbre cuando hace frío, hoy se requieren con urgencia los emisarios de paz.
LO QUE NO HACE EL PACIFICADOR
El pacificador trae paz por medio de la justicia de Dios (Sal. 85:10; Is. 32:17; 60:17; He. 12:11, 14) por lo tanto …
a) … no hace tratados. Un tratado es un convenio provisorio entre partes beligerantes a fin de cesar la contienda y tiene que ver con la guerra externa. La paz también incluye la del corazón. Un tratado es temporal; la paz incluye dejarlos de lado, y a la vez agregar los planes de Dios. Un tratado puede dejar como resultado odio, amargura y resentimiento, mientras que la paz pone todo al pie de la cruz.
b) … no es quien sólo aplaca los ánimos y tiene como lema “paz a toda costa”. El pacificador busca la paz de acuerdo a la verdad de Dios y a los principios bíblicos—a pesar de que ello pueda aumentar el conflicto en vez de traer paz (Mt. 10:34).
c) … no niega el conflicto ya que para solucionar una contienda y conseguir paz hay que admitir la existencia de un problema.
d) … no toma partido, sino que elimina la mentalidad de que debe haber un vencedor.
Para ser un pacificador antes que nada hay que tener paz con Dios (Ro. 5:1), y además ser pobre en espíritu, llorar por los pecados, ser manso, tener hambre y sed de justicia, ser misericordioso y tener limpio corazón.
Los pacificadores son bienaventurados porque “serán llamados hijos de Dios”.1 El es Dios de paz, y quiere que haya paz entre los hombres. Por eso les ha dado un evangelio de paz, y por eso mismo Cristo se entregó como sacrificio de paz. Los que por acogerse a El experimentan en sus corazones la paz del Padre celestial, y en el espíritu del evangelio colaboran con El para promover la paz y la buena voluntad entre los mortales, tendrán la dicha y la honra de ser llamados hijos del Dios de paz. Este es el evangelio divino que guía a los hombres a evitar los engaños, las injusticias y las guerras, a tratarse como hijos del mismo Padre y a cultivar entre sí la paz (Ro. 10:15). Que en estos días y en nuestros pueblos el Señor despierte hombres y mujeres con clara visión de la obra de pacificar.
8) Persecución (v. 10–12). Jesús declaró: “Bienaventurados los que padecen persecución por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos”. ¡Cuán distinto es el espíritu que anima estas palabras al sentimiento que prevalece en el mundo, que más bien fomenta y le da mérito al espíritu de venganza, y que está presto a devolver mal por mal! El espíritu del hombre por lo general no sólo no está dispuesto a recibir persecución por causa de la justicia, sino que ni siquiera acepta la corrección que merece la injusticia.
El espíritu del ciudadano del reino de Cristo es del todo opuesto. En primer lugar, la actitud es que si sufre, que sufra por causa de la justicia y no por su propia culpa (1 P. 4:15–16; 3:17).1 En cambio señala como motivo de bienaventuranza que el seguidor de Cristo sufra injustamente persecución porque en medio de los perversos ama y practica la verdad y la justicia; porque con visión correcta de la limpieza y honradez que el evangelio señala, sigue fiel en esa senda a pesar de los desprecios y las burlas que recibe de quienes andan por la senda contraria (2 Ti. 3:12).2 De esto dan evidencia los miles de seguidores de Cristo que desde los comienzos del cristianismo han sufrido por causa de la justicia—persecución lenta y callada, o persecución violenta y atroz.
MANERAS EN QUE LOS CRISTIANOS SUFREN POR CAUSA DE LA JUSTICIA
a. Insultos (5:11), ofensas que por palabras y acciones nos provocan a ira. En Jn. 8:48 hay un buen ejemplo de dos de los peores insultos para la cultura judía: decir que uno era samaritano y/o que tenía demonio. (Ver también Jn. 9:25–34.)
b. Decir toda clase de mal contra uno, mintiendo (5:11). Esta también es una forma de insultar. En el primer siglo se acusaba a los cristianos de canibalismo por no entender la Cena del Señor; de ser ateos, por no adorar a un dios visible; de ser inmorales, por reunirse en forma secreta—que debían hacer por la persecución; de ser antipatriotas, por rehusarse a adorar al emperador.
c. Persecución física. Comenzando por la persecución de Abel por Caín, de David por Saúl, de Daniel por el gobierno, de Pablo por muchos (2 Co. 11:23–28), de todos los apóstoles, y de los cristianos desde entonces hasta ahora.
Los creyentes sufren a causa de la justicia porque los hombres amaron más las tinieblas que la luz, y todo el que hace lo malo odia la luz (Jn. 3:19–20. Ver también Hch. 7:54–58.)
La gente admira a Cristo hasta tanto se lo presenta como Hijo de Dios y el único camino al cielo. Hasta ese momento los budistas lo admiran; los musulmanes lo consideran un gran profeta; los de la teología liberal, como un gran ejemplo. Sin embargo, cuando Jesucristo es presentado como la única manera de salvación, el encanto anterior se convierte en desprecio, tanto para Cristo como para sus seguidores. Si no habláramos de la cruz y de lo que ella significa, no tendríamos problemas, pero la cruz es locura para los que se pierden (1 Co. 1:18),1 es una ofensa (Gá. 5:11);2 y cuando somos perseguidos es a causa de la cruz de Cristo (Gá. 6:12) y por los enemigos de la cruz (Fil. 3:18).
Jesús nos declaró bienaventurados por la persecución y la mentira.3 Lo que según el concepto del mundo resulta en destrucción y fracaso del perseguido, ante la presencia divina es preciosa bienaventuranza porque gozará en plenitud del triunfo y heredará el reino de los cielos. La causa de la verdad y la justicia no puede perecer ante los ataques de la mentira y la injusticia, por vigorosos que éstos sean. Si la injusticia parece triunfar, su aparente triunfo es apenas temporal, para que luego brille con mayor fulgor la causa justa y verdadera.1
Tal vez los que son perseguidos por el nombre de Cristo no alcancen a ver en este suelo la manifestación de la victoria. Sin embargo, sí verán en el futuro que la persecución por las huestes del mal se les ha convertido en bienaventuranza, en eterno peso de gloria. Lo verán cuando se reúnan alrededor de Cristo con los profetas, apóstoles y demás testigos que los han precedido en la persecución.
Que no se desaliente, pues, ningún cristiano que sigue a Cristo con firmeza en medio de las injusticias de este mundo. Tampoco desmaye por la persecución impía, sino siga dando testimonio al nombre del Señor, viviendo como El indica en su Palabra, pues el galardón “es grande en los cielos.”
1 Por otro lado la acción MAKARIZO implica proclamar a uno como bienaventurado, llamarlo dichoso, felicitarlo.
2 Por carácter entendemos actitudes, maneras de juzgar y evaluar, la forma de ver la vida.
1 Algunos sostienen que estos versículos tienen demandas aparentemente imposibles, por lo cual deben ser relegados al futuro (al milenio). Sin embargo, creemos que son aplicables al creyente que vive bajo la gracia. Algunas razones: (1) el contexto no sugiere que las enseñanzas son para una era distinta; (2) Jesús demandó estas cosas de personas que no estaban viviendo en el milenio; (3) muchas de las enseñanzas no tendrían sentido si se aplicaran al milenio (ejemplo: la persecución de creyentes); (4) cada uno de los principios delineados en el Sermón del Monte se halla repetido en el N.T. en un contexto que indica la edad presente; (5) muchos pasajes neotestamentarios son mandamientos con requisitos igualmente imposibles, que la naturaleza humana no glorificada es incapaz de realizar en forma continua (Ro. 13:14; 2 Co. 7:1; Fil. 1:9–10; Col. 3:1–2).
2 Por otra parte, el ser humano puede asegurarse infelicidad si no practica las bienaventuranzas.
3 Algunas de las bienaventuranzas (por ejemplo a los mansos) parecieran hablar de tendencias naturales, pero no es así.
1 Lc. 18:9–14.
1 Gr. PENTHOUNTES, de PENTHEO.
2 Ap. 3:17 menciona a quienes dicen: “Yo soy rico, y me he enriquecido, y de ninguna cosa tengo necesidad; y no sabes que tú eres un desventurado, miserable, pobre, ciego y desnudo”. Los que son bienaventurados porque lloran, tienen un espíritu muy distinto del que señala ese pasaje; el verdadero arrepentimiento por el cual lloran los guía a buscar perdón en la gracia y misericordia de Dios, como lo buscaron David, el publicano de la parábola, el ladrón arrepentido en la cruz y otros.
3 Es posible que lo haya hecho al ver los estragos que había hecho el pecado al entrar a la raza humana.
4 Abraham lloró por la muerte de su esposa (Gn. 23:2). Marta y María lloraron por la muerte de su hermano (Jn. 11:31–33).
1 Cuando quisieron azotar a Pablo en la cárcel de Jerusalén de manera indigna e ilegal, él reclamó con dignidad: “¿Os es lícito azotar a un ciudadano romano sin haber sido condenado?” (Hch. 22:25). Pablo hizo valer sus derechos de ciudadano romano, y en buena hora evitó los azotes.
2 Esto estaba en completa contraposición con la esperanza de los grupos religiosos de ese momento con respecto al mesías (ver nota adicional sobre grupos religiosos al final del capítulo).
1 En sentido semejante “Los mansos heredarán la tierra, y se recrearán con abundancia de paz” (Sal 37:11). Ver también 10:17 y 22:26.
2 Ver Jn. 7:37–38.
1 Notar que esta bienaventuranza está íntimamente ligada a las anteriores. Para tener hambre y sed de justicia los cristianos deben reconocer que los recursos son de Dios (los pobres en espíritu), deben llorar por el pecado (los que lloran), deben ser humildes (los mansos).
2
Por otro lado, esta bienaventuranza también podría aplicarse a la justicia colectiva o social, un ardiente anhelo de que haya justicia en la tierra: en el comercio, entre capitalistas y trabajadores, en los tribunales, en el gobierno, en las instituciones, etc. Cuando se sufren injusticias en el mundo, anhelamos la rectitud que haga cesar el fraude, la violencia, el cohecho, el engaño y el aniquilamiento del hombre por el hombre.
Hasta tanto Cristo venga y establezca su reino en esta tierra, no será satisfecho en plenitud este anhelo de justicia social. Pero aún cuando tal justicia no se consigue hoy en los hombres, hay que buscarla en manos del Señor, pues podemos apelar individualmente a su tribunal. La parábola del juez injusto que al fin le hizo justicia a una viuda por su continua insistencia, nos ayuda a tener luz sobre este asunto (Lc. 18:6–8). Dios hace justicia a los que claman a él, y en su futuro reino terrenal habrá de practicarse universalmente (Is. 11:5).
3 Gr. CHORTASTHESONTAI.
1 La parábola del buen samaritano nos ofrece magnífico ejemplo donde el sentimiento de misericordia se tradujo en hechos prácticos.
1 Ver Pr. 19:17 y Sal. 41:1.
2 Recibirán misericordia según 2 S. 22:26 y Stg. 2:13. Si somos misericordiosos, el Padre de misericordias (2 Co. 1:3) lo será con nosotros durante tiempos difíciles, cuando más lo necesitamos.
3 El pensamiento hebreo tendía hacia lo subjetivo, y lo que significaba “corazón” para los judíos hoy tiene contrapartida en términos modernos como carácter, personalidad, voluntad y mente. En el A.T. por lo general corazón quiere decir “el centro”, “lo oculto”, “la fuente”. En el N.T. tiene un amplio uso psicológico y espiritual para referirse a la fuente o asiento de sentimientos, deseos, esperanzas, motivos, voluntad y percepciones intelectuales.
4 Gr. KATHAROI. De allí la palabra catarsis.
1 Ver He. 9:14.
1 Se encuentra al comenzar o terminar todas las epístolas, con excepción de Santiago y 1 Juan. Se halla 88 veces en el N.T., en todos los libros. Un comentarista declara que es el testamento del Señor Jesús (Jn. 14:27).
1 La mejor manera de entender esta expresión es considerar que en el idioma hebreo faltaban adjetivos. Es así que para modificar o exaltar un nombre, empleaban la frase “hijo de …” Bernabé, por ejemplo, fue llamado “hijo de consolación”, para significar que fue un consolador. Jacobo y Juan fueron llamados “hijos del trueno”, para dar la idea de que eran iracundos. Al decir Mateo que los pacificadores serán llamados “hijos de Dios”, probablemente quiera decir que serán piadosos o semejantes a Dios. Un pacificador será llamado por el nombre de su Dios. ¿Por quién será llamado así? Por Dios y por la gente que reconoce el resultado de su trabajo.
1 No todo sufrimiento del cristiano cae bajo el rubro de sufrir a causa de la justicia.
2 Ver también Mt. 10:34; Jn. 15:18–20; 2 Ti. 1:8; Fil. 1:29; 1 P. 2:21.
1 Necedad (BLA).
2 Escándalo (BLA).
3 Ver 1 P. 4:13–14, 16.
1 El sufrimiento tiene también un aspecto moral: purifica al creyente (1 P. 4:1). Hay gozo y paz por haber sufrido a causa del nombre del Señor.
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