domingo, 23 de febrero de 2014

¿Preparar sermones Biblicos?... Haga una exégesis para profundizar

Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6



 
 
Tipo de Archivo: PDF | Tamaño: MBytes | Idioma: Spanish | Categoría: Capacitación Ministerial


Afortunadamente, la exégesis para la preparación de un sermón no incluye la redacción de uno o dos ensayos exegéticos por semana. Desafortunadamente, la mayoría de los pastores con estudios teológicos, que aprendieron a escribir ensayos exegéticos para un curso, no fueron entrenados de la misma manera para aplicar tales capacidades a la tarea más común de preparar un sermón. Este capítulo trata de llenar ese vacío, al proporcionar un formato manejable a seguir en la exégesis de un pasaje del Nuevo Testamento, para predicarlo con confianza.
La exégesis para un sermón no es diferente de la que se requiere para un ensayo, pero es distinta en el tiempo requerido y en su meta. Este capítulo, por tanto, es una versión mezclada de la guía completa usada para los ensayos exegéticos bosquejada en los capítulos I y II. (Si por alguna razón parte de esa enseñanza nunca se aprendió o se ha olvidado, podría tomarse tiempo para repasar esos dos capítulos).
Aunque el proceso de la exégesis no se puede definir de nuevo, la manera como se hace puede adaptarse considerablemente. En el caso de la preparación de un sermón, la exégesis no puede ser tan exhaustiva como la del ensayo. Afortunadamente, esto no significa que no pueda ser adecuada. La meta de esta guía breve es ayudar al pastor a extraer del pasaje lo esencial que atañe a la buena interpretación y exposición (explicación y aplicación). El producto final, el sermón, puede y debe basarse en la investigación reverente y erudita. El sermón, como acto de obediencia y adoración, no debe encubrir la mala preparación con un abrigo de fervor. Que el sermón sea emocionante pero también en todo fiel a la revelación de Dios.
El capítulo está dividido en dos partes: (1) una guía a través del proceso exegético y (2) algunas breves sugerencias acerca del paso del texto al sermón, es decir, la preparación del sermón. La guía es para el pastor que dispone de diez horas o más a la semana para la preparación de un sermón (aproximadamente cinco para la exégesis y el resto para el sermón). Cada sección de la parte exegética de la guía contiene una sugerencia del tiempo que se dedicaría a los asuntos considerados en esa sección. Aunque las cinco horas fueron asignadas arbitrariamente, serían el tiempo mínimo que un pastor debe dedicar al aspecto investigativo de la preparación de un sermón. Según el pasaje en particular, el tiempo disponible en una semana determinada, y la familiaridad con el texto y los recursos exegéticos, el tiempo de estudio varía. El punto aquí es que los sermones buenos y exegéticamente sólidos pueden producirse en diez horas, y esta guía puede ayudar a lograr ese fin.
A medida que uno se va familiarizando con los pasos y los métodos, puede llegar al punto de prescindir de la referencia a la guía. La meta es ayudar al pastor a comenzar, no que se deba usar la guía siempre.

  A. LA TAREA EXEGETICA

La predicación bíblica del Nuevo Testamento es, por definición, causar un encuentro entre las personas del siglo presente y la Palabra de Dios, hablada por primera vez en el primer siglo. La tarea de la exégesis es descubrir esa Palabra y su significado en la iglesia del primer siglo; la tarea de la predicación es conocer bien tanto la exégesis del texto como las personas a quienes se ha de predicar la Palabra de nuevo, como Palabra viva.
La cuestión es dónde empezar. El lugar obvio para comenzar es la elección del texto, pero ¿qué lleva a esa elección? (1) Mientras usted estudia el texto bíblico, reconoce la necesidad de aplicar un pasaje determinado a la congregación; o (2) Usted reconoce cierta necesidad de la gente y se dirige a la Biblia en busca de un mensaje que enfrente esa necesidad. El bosquejo que sigue supone el enfoque anterior, es decir, que el texto bíblico determina la dirección del sermón.
El gran riesgo de predicar a través de un libro de la Biblia, o de permitir que el texto determine el sermón, es que el sermón puede convertirse en un ejercicio de exégesis. Tal “sermón” es una exposición sin objeto, información sin enfoque. Eso puede estar muy bien en una clase de escuela dominical, donde uno va a través de un pasaje, exponiendo y aplicando según convenga, pero no es predicación. La predicación debe basarse en exégesis sólida, pero no es un despliegue de exégesis. Más bien, es exégesis aplicada, y debe tener un objetivo si ha de funcionar apropiadamente.
A través de la tarea exegética, por tanto, se deben buscar dos fines: (1) Aprender lo más posible acerca del texto, su propósito principal y cómo todos los detalles se combinan para lograr ese propósito (reconociendo que no todo lo que uno aprende debe incluirse en el sermón; (2) pensar en la aplicación del texto, lo cual especialmente en este caso incluye el uso discerniente de todo lo que se ha aprendido en el proceso exegético. Usted debe vencer el impulso de incluir en el sermón todo lo que ha aprendido en la exégesis.
Los pasos siguientes se ilustrarán regularmente con dos textos, uno de las epístolas (1 P 2:18–25) y uno de los evangelios (Mr 9:49–50). El primero se escogió por sus problemas hermenéuticos (¿cómo se nos aplican hoy las palabras dirigidas a los esclavos del primer siglo?); el segundo porque son enseñanzas difíciles de Jesús. Se espera que uno no siempre descuide o deje de predicar sobre textos como estos.

  1. PARA COMENZAR (Dedique aproximadamente una hora y veinte minutos)

Es importante que al comienzo tenga una buena percepción preliminar del contexto y contenido del pasaje. Para hacer esto bien será necesario hacer lo siguiente:

  1.1. Lea el contexto mayor
No debe estar tan preocupado por encontrar el significado del texto que no dedique tiempo a ver como encaja en el libro bíblico acerca del cual predica. Recuérdese siempre que el texto es sólo una pequeña parte de un todo, y el autor bíblico nunca tuvo la intención de que el texto se considerara de manera independiente del resto de lo que dijo.
Por lo tanto, debe acostumbrarse a leer el pasaje en su contexto mayor. Y entonces léalo de nuevo, tal vez en una traducción diferente la segunda vez. Si estudia una de las epístolas más cortas, lea la epístola completa, pensando cuidadosamente acerca del argumento del autor y cómo el pasaje encaja en él. Si es una epístola más larga, lea varias veces la sección en la que se encuentra (e.g., 1 P 1:1 a 3:12 ó 22). Si está en los evangelios, escoja una sección mayor como contexto (v.g., Mr 8:27 a 10:16; permita que los comentarios lo orienten aquí si es necesario), y lea mucho, de modo que con facilidad repase en la mente lo que está antes y después del texto.
Si se prepara para predicar a través de un libro de la Biblia, es necesario entonces dedicar un tiempo adicional al comienzo y trabajar en el paso 1 del capítulo I (I.1). El conocimiento del libro completo debe preceder al trabajo en cualquiera de sus partes.

  1.2. Lea el pasaje varias veces
Ahora haga lo mismo con el pasaje. Sólo que esta vez se lee repetidamente en busca de su contenido básico. Lea el pasaje en voz alta. Considérelo como una unidad que le comunica la Palabra de Dios a usted y su congregación. Conozca el pasaje y retenga lo esencial mientras sigue los cinco pasos siguientes. Tal vez pueda leerlo en diferentes traducciones que la congregación conozca y use, y haga una lista de las diferencias importantes.
También existe la posibilidad de hacer un ajuste en los límites del pasaje, ya que las divisiones de los capítulos y versículos como aparecen ahora son menos importantes que la composición del original y no siempre son confiables. Compruebe comenzando unos pocos versículos antes del principio del pasaje, y siga algunos versículos después del fin. Deben ajustarse los límites si es necesario (acorte o expanda el pasaje para que coincida con los límites más naturales si su conocimiento del pasaje lo requiere así). Resultará claro mediante este examen, por ejemplo, que 1 P 2:18–25 es la unidad con la que se debe trabajar. En el caso de Mr 9:49, 50 también resultará claro que esto es una unidad en sí, unida por la palabra “sal”, pero el gar (por) en v. 49 también lo vincula con lo que precede, así que en este caso uno haría bien en incluir los vv. 42–48 en el trabajo exegético, aun si se limitara el sermón a los vv. 49, 50. Una vez satisfecho de que el pasaje está bien delimitado, y conoce el contenido y el modo en que las palabras y los pensamientos fluyen, proceda al paso 1.3.

  1.3. Haga su propia traducción
Intente esto, aunque su conocimiento del idioma griego esté latente o débil. Para esta tarea debe emplearse una de las ayudas señaladas en IV.4. Puede comprobar su trabajo al referirse, cuando sea necesario, a una o dos de las mejores versiones modernas.
La traducción propia tiene varios beneficios. Uno es que le ayuda a observar cosas del pasaje que no se notarían en la lectura, incluso en el original. Mucho de lo que se comienza a notar dará pistas para los pasos 2.1 a 2.6. Por ejemplo, se debiera percatar de preguntas textuales que afecten el significado del texto, el vocabulario especial del pasaje, sus características gramaticales, y los aspectos histórico-culturales, ya que estos asuntos vienen naturalmente a la atención al traducir las palabras del pasaje. Además, usted es el experto en su congregación y conoce el vocabulario y el nivel educativo de los miembros, el grado de su conocimiento bíblico y teológico, etc. En realidad, usted es la única persona capaz de producir una traducción significativa de la que se pueda servir en todo o en parte durante el sermón, para asegurar que la congregación entiende la verdadera fuerza de la Palabra de Dios como la presenta el pasaje.

  1.4. Compile una lista de opciones
Al hacer su traducción, necesita mantener una lista de opciones de traducción de carácter textual, gramatical, lingüístico o estilístico. No tiene que ser una lista larga; deben incluirse sólo cosas importantes. Esta lista puede servir como un punto de referencia para los asuntos del paso 2. Por ejemplo, la lista para Mr 9:42–50 deberá incluir los asuntos textuales en los vv. 42, 44, 46 y 49; las palabras skandalízo (ofendo, peco, tropiezo, destruyo), géenna (infierno), hálas (sal), zoé = basileía toú theoú (vida = reino de Dios) en vv. 43, 45, 47; y la cuestión gramatical relacionada con gár en el versículo 49.
La cantidad de esas opciones que deben mencionarse en el sermón será un asunto de juicio personal. En cualquier caso, es mejor excederse en la restricción, no sea que el sermón se vuelva confuso. En 2.1 se dan sugerencias sobre aspectos textuales. Se trata de la importancia de la comprensión del pasaje. Algunas veces uno puede sencillamente escoger su opción como aparece en una de las traducciones y decir: “Como traduce la Reina Valera, revisada …” o “En mi punto de vista la NVI tiene la mejor traducción aquí …” Si el asunto es más determinante, relacionado con el significado del texto, o lo que se quiere enfatizar, entonces será apropiado dar un breve resumen de la razón para creer que la evidencia lleva a su elección (o por qué uno piensa que la evidencia no es decisiva).

  1.5. Analice la estructura
Otra manera de observar el texto de modo preliminar también puede ser de inmenso valor. Es importante no sólo que uno esté al tanto de los detalles que necesitan investigarse, sino también que se tenga un buen conocimiento de las estructuras del pasaje y del flujo del argumento. El mejor modo de hacer esto es transcribir el texto griego a un esquema de flujo de oración como se describe en II.2.1. La gran ventaja de este ejercicio es que le ayuda a imaginar la estructura del párrafo, y también lo obliga a decidirse sobre asuntos sintácticos. En realidad, casi siempre esto ayudará a darse cuenta de asuntos que se pasaron por alto aun en la traducción.
Por ejemplo, un diagrama de flujo de oración de 1 P 2:18–25 le ayudará a ver no sólo que en los vv. 18–20 el punto principal de exhortación es que uno debe dejar el asunto en las manos de Dios cuando se sufre injustamente, sino también que el ejemplo de Cristo dado en los vv. 21–25, el cual refuerza la exhortación, tiene dos partes: (1) el hecho de que “Cristo padeció por ustedes” (v. 21) y al mismo tiempo (2) “dejándoles ejemplo, para que lo sigan” (v. 21). Las cuatro cláusulas relativas que siguen (que de otro modo serían pasadas por alto) recogen estos dos temas: Las primeras dos (vv. 22, 23) hablan de su ejemplo; las otras dos (vv. 24a–b, 24c) explican sus sufrimientos por ellos, según Isaías 53. Todo eso pudiera verse al traducir, pero el diagrama de flujo de oración, sobre todo cuando se emplea el código de colores, hace todo esto claramente visible.

  1.6. Comience una lista útil para el sermón
De la misma manera que usted compiló la lista de opciones mencionadas en 1.4 (y tal vez incluyendo dicha lista), mantenga a la mano una hoja de papel para anotar las observaciones del trabajo exegético en el pasaje que merezcan mencionarse en el sermón. Esta lista debe incluir los puntos descubiertos a través de los pasos 1–5 en este capítulo, y proveerán una referencia fácil conforme se elabora el sermón.
¿Qué incluir? Incluya cosas por las cuales se sentiría defraudado si no las conociera. No deben limitarse a observaciones que cambien la vida, pero tampoco deben ser insignificantes ni arcanas. Si algo realmente le ayuda a apreciar y entender el texto de manera que de otro modo no sería obvia, entonces póngalo en la lista mencionada.
Amplíe al principio. Incluya todo lo que merezca mencionarse porque la congregación podría sacar provecho al conocerlo. Después, cuando escriba o bosqueje el sermón, tal vez tenga que excluir algunas o la mayoría de las cosas de la lista mencionada, a causa de la presión del tiempo. Esto será así especialmente si el sermón no tiene un formato más rígidamente expositivo. Además, en perspectiva verá sin duda que ciertas cosas que se incluyeron al principio para mencionarse no son tan determinantes como se pensaba. O, a la inversa, puede hallarse que se tiene tanto de importancia para presentar a la congregación que será necesario preparar dos sermones sobre el pasaje para exponerlo bien.
Recuerde que la lista no es un bosquejo del sermón, como tampoco una pila de madera constituye una casa. La lista de cosas por mencionar es un registro tentativo de las observaciones obtenidas por exegésis que la congregación merece oír y puede en realidad beneficiarse de ellas.


  2. ASUNTOS DE CONTENIDO (Dedique aproximadamente una hora)

Los pasos en esta sección están relacionados con las varias clases de detalles que integran el contenido del pasaje, el “qué” del texto. Las cuestiones a tratar son cuatro en cualquier pasaje del NT, a saber, textuales, gramaticales, lingüísticas e histórico-culturales.

  2.1. Busque asuntos textuales de importancia
Refiérase al aparato textual en el NA26. Busque variaciones textuales que afectarían el significado del texto para la congregación en la traducción en castellano. Estas son las variantes textuales importantes. No tiene caso concentrarse en las variaciones menores que no hacen mucha diferencia en las traducciones al castellano. Aquí será de especial ayuda haber leído el pasaje en varias traducciones al castellano, como se sugirió en el paso 1.2. Cuando la variación textual sea responsable de las diferencias, inclúyala en la lista de opciones (1.4). Será necesario evaluar las variaciones principales para determinar cuál es más probable que sea la original y por qué (véase II.1), en especial cuando hay diferencias entre las traducciones que la congregación usa.
La cuestión de cuántas cosas pueden incluirse en el sermón es complicada, porque éste es un aspecto que puede algunas veces perturbar a los creyentes (tiene que ver con la confiabilidad de las Escrituras para muchos). La regla es: casi nunca explique a la congregación cómo arribó a una decisión en particular. Debe incluirse el razonamiento sólo en las situaciones siguientes: (1) Cuando son decisiones textuales mayores que se reflejan en las traducciones que usa la gente (v.g., la RVR [’60], la NVI y la Biblia de las Américas en 1 Co 11:29). (2) Cuando su selección difiera de la Biblia que usa la congregación (no critique la versión que use otra congregación cristiana). (3) Cuando una nota textual ayude a que las personas vean cómo se entendía, o no, el texto en la iglesia primitiva. Por ejemplo, uno puede mostrar que en Marcos 9:49 el texto Occidental aliviaba lo que de otro modo es una enseñanza difícil, pero al mismo tiempo, al conformarlo a Lv 2:13, ha dado considerable luz al posible trasfondo de la enseñanza original. Eso puede formar parte de la explicación del texto mientras se expone su significado a la congregación.
Por otra parte, el intercambio entre humón (vuestro) y hemón (nuestro) en 1 P 2:21 puede mencionarse, o no, dependiendo de si uno desea subrayar el punto de que Cristo sufrió por esos siervos/esclavos cristianos. En ese caso uno podría decir: “Con el propósito de reforzar su mensaje que estos esclavos debían seguir el ejemplo de Cristo, Pedro les recordó también del efecto del sufrimiento de Cristo, es decir, que fue por ellos. En algunas traducciones se hallará el v. 21 traducido ‘Cristo padeció por nosotros’, y aunque es cierto y aparece en el v. 24, eso no es lo que Pedro propone en el v. 21. Aquí la evidencia más antigua y confiable, que ha sido incorporada a la mayoría de las traducciones más nuevas, es preferible por tener el texto original …”

  2.2. Anote cualquier asunto gramatical que sea raro, ambiguo o de alguna importancia
Su principal interés es aislar las características gramaticales que puedan tener algún efecto en la interpretación del pasaje. Aquí en particular aprenderá más de lo que tendrá ocasión de presentar. Por ejemplo, al analizar la expresión ambigua diá suneídesin theoú (por su sentido de responsabilidad delante de Dios [NVI]; por causa de la conciencia ante Dios [BA]) en 1 P 2:19, será necesario que decida acerca de la fuerza del genitivo, pero no necesita dar la información gramatical a la congregación.
A veces, por supuesto, una explicación gramatical puede ser especialmente útil. El gár (porque) en 1 P 2:25, por ejemplo, se puede mencionar como explicativo de que “sanados” del v. 24 debe de ser una metáfora para la salvación en este caso, no una referencia al saneamiento física. Así mismo, la diferencia entre un genitivo objetivo y uno subjetivo debe explicarse a veces para que la fuerza de su exégesis se pueda ver con más claridad (véase II.3.3.1). La forma de tratar gár en Mr 9:49 puede variar. Probablemente sería apropiado hacer notar (tal vez en la introducción del sermón) que mediante el empleo de esa palabra Marcos se proponía enlazar estas enseñanzas con lo que precedía pero esa conexión no está del todo claro; más adelante en el sermón, después de haber dado su interpretación del texto, usted puede comentar de nuevo sobre cómo estas enseñanzas se pueden ver ahora relacionadas con las precedentes.

  2.3. Haga una lista de términos claves
En este punto puede repasar la lista en 1.4, y buscar términos claves que puedan necesitar explicación en algún punto en el sermón. Por ejemplo, la lista preliminar de 1 P 2:18–25 debiera incluir lo siguiente (de la RVR): criados, sufrir, aprobación, llamados, ejemplo, madero, herida, sanados, Pastor, Obispo. Debe comprender a satisfacción los matices de significado especiales de todas esas palabras del pasaje, pero no debe sentirse obligado a explicar todo en el sermón. Probablemente sería de alguna importancia por ejemplo, indicar que aunque oikétes significa sirviente doméstico, tales sirvientes eran casi siempre esclavos; y sería de algún interés decir que los mólops que Cristo sufrió por las salvación de estos esclavos se refería a los verdugones causados por los latigazos, lo cual muchos de ellos sin duda habían experimentado (cf. v. 20).

  2.4. Haga un estudio breve de palabras decisivas
Algunas veces una o más de las palabras son tan importantes para el sermón que uno querrá investigarlas más allá de los confines del pasaje, para una mejor comprensión de lo que significan en el pasaje. “Sal” en Mr 9:49, 50 es un ejemplo obvio; pero como su significado se relaciona con asuntos histórico-culturales, lo dejaremos hasta 2.5. En 1 P 2:19, 20, el uso de járis por Pedro es diferente del significado ordinario que le dan Pablo y la mayoría de los cristianos, pero ¿significa “aprobación” (RVR), o “gracia” (BA)?
Para el estudio de palabras siga el método descrito en II.4, pero use el tiempo sabiamente. En Bauer y la concordancia griega podrá fácilmente discernir sus posibles campos de significado. Deberá observar el uso en 1 Pedro especialmente y cómo difiere del de Pablo. Aquí hará un favor a los oyentes al compartir con ellos una forma condensada de parte de la información pertinente. El empleo de Pablo de járis, después de todo, no es el único bíblico, y los oyentes necesitan saberlo.

 
2.5. Investigue asuntos histórico-culturales importantes
La mayoría de las personas de la congregación recibe ayuda cuando se explican asuntos histórico-culturales que en realidad son importantes para el significado del texto. Para lo que necesita investigarse y algunas sugerencias bibliográficas, véase II.5.
En los dos pasajes que se usan como ejemplo hay por lo menos dos asuntos en cada uno que merecen su atención. En Mr 9:49, 50 probablemente será útil hacer una breve investigación del término géenna (Gehena = infierno) y la fuerza de la metáfora de estas enseñanzas. El término “sal” es por supuesto crucial. Aquí la investigación del uso de la sal en el judaísmo antiguo probablemente será la clave para la interpretación de las tres enseñanzas. Parece que en ellas se hace una referencia metafórica a tres usos, es decir, la sal en los sacrificios, para sabor o conservación y como señal de un pacto.
En 1 P 2:18–25 dedique un breve tiempo para leer acerca de los esclavos en el mundo grecorromano. La congregación merece saber algo acerca de la esclavitud del primer siglo, y cuán radicales debieron ser esas palabras de exhortación. También es de vital importancia para la exégesis trazar con mucho cuidado el uso de Isaías 53 en los vv. 22–25. Respecto a esto se puede consultar uno de los mejores estudios sobre las técnicas judías de exposición bíblica empleadas por los autores cristianos del NT.
Como esta información puede ser tan fascinante, uno puede algunas veces ceder a la tentación de dedicarle una excesiva cantidad de tiempo en el sermón. No permita que tales asuntos lleguen a absorber demasiado tiempo en la predicación. Que estos y otros asuntos sean siervos útiles para la proclamación de la Palabra, pero no deje que la dominen.

  3. CUESTIONES CONTEXTUALES (Dedique aproximadamente una hora)

El análisis de los asuntos de contenido es solamente la mitad de la tarea exegética. Ahora usted debe dar mayor atención a las cuestiones de contexto histórico y literario. El contexto histórico tiene que ver con el medio ambiente histórico general y con la ocasión del documento. El contexto literario tiene que ver con la forma como el pasaje encaja en su lugar en el argumento o narración.
Ya que la naturaleza de los evangelios requiere que uno considere estas cuestiones de manera diferente a la de otros géneros, esta sección, como en el capítulo I, se dividirá en dos partes, una para las epístolas (incluso Hechos y Apocalipsis) y otra para los evangelios.


  3 (E). EPISTOLAS (HECHOS, APOCALIPSIS)

Para la exégesis de un pasaje de las epístolas es necesario familiarizarse con el estudio de I.9–11 (E). Para Hechos véase I:10–11 (H), y para Apocalipsis véase I:9–11 (A).

  3.1 (E). Examine el contexto histórico
La investigación tiene tres partes. En primer lugar, es necesario aprender algo acerca de la situación general de los destinatarios. Si el pasaje está en una de las epístolas paulinas, dedique algún tiempo para familiarizarse con la ciudad y sus habitantes. Para esto puede consultarse uno de los mejores diccionarios (véase II.5.2.1) o la introducción a uno de los mejores comentarios (véase IV.13.3); si usted dispone de tiempo, y tiene interés y recursos (una buena biblioteca cercana), puede investigar más algunos de esos asuntos.
En segundo lugar, necesita familiarizarse con el carácter y composición de la(s) iglesia(s) a la(s) cuál(es) se escribió la epístola. ¿Son principalmente judíos cristianos, no judíos, o combinados? ¿Hay algún indicio sobre su situación socioeconómica? Consulte las introducciones de los comentarios, pero mantenga la atención en el texto bíblico. Por ejemplo, al leer 1 P 1–3 un par de veces (1:1), debe haber observado que los destinatarios son creyentes no judíos (1:18; 2:10; cf. 4:3) y que al menos algunos son esclavos y mujeres (2:18 a 3:7).
Por último, y lo más importante, usted mismo deberá reconstruir, con la ayuda de sus fuentes de consulta si es necesario, la situación histórica que ocasionó esta sección dentro de la epístola. Este es uno de los pasos cruciales en el proceso exegético, porque su carta, después de todo, es una respuesta a algo. Es una ayuda inmensa para la comprensión el descubrimiento cuidadoso de la situación tratada en la epístola. Usted puede lograrlo solo, si el tiempo lo permite, escuchando con cuidado la epístola al leerla. Si es necesario, consulte los mejores comentarios; pero debido a la especulación, compare dos o tres fuentes sobre este asunto. Así para 1 Pedro, aunque algunos detalles diferirán de un comentarista a otro, puede reconocerse fácilmente que la hostilidad de origen pagano es la causa básica de la carta, y nuestro pasaje es una parte de una exhortación sobre cómo debe responder el cristiano a la expresión de esa hostilidad.
Casi siempre es apropiado incluir este material en el sermón. Esto, más que todo lo demás, dará credibilidad a la interpretación, cuando el texto se considera como una respuesta a una situación dada.

  3.2 (E). Examine el contexto literario
Para su texto usted ha llegado a la pregunta exegética esencial: ¿Cuál es el sentido de este pasaje? ¿Cómo encaja en el esquema general de la carta? Y más importante, ¿cómo encaja exactamente en este punto del argumento o exhortación del autor? Para hacer esto bien es necesario tomar tiempo para escribir en la lista útil para el sermón (véase IV.1.6) las dos declaraciones breves sugeridas en I.11 (E), es decir: (1) la lógica y el contenido del pasaje; (2) una explicación de cómo contribuye este contenido al argumento. Este es el lugar donde muchas interpretaciones fracasan. Acostúmbrese a obligarse a hacer siempre eso, aunque los comentarios no siempre lo hacen (éste también es el lugar donde muchos comentarios fallan). Nunca quede satisfecho de que ha hecho su exégesis hasta tener confianza de que puede contestar las preguntas por qué, y qué. Habrá ocasiones, por supuesto, cuando esto es menos claro (v.g., 2 Co 6:14 a 7:1), y uno puede tener cierta indecisión; pero aun en tales casos, siempre debe lucharse con esta pregunta. Para que el sermón tenga integridad como una proclamación del propósito de las Escrituras, debe enfocarse en este asunto, y todas sus partes deben servir a ese enfoque.

Por ejemplo, un sermón sobre 1 P 2:18–25 debe enfocarse en el sentido principal de la exhortación, o sea, dejar el problema a Dios ante la hostilidad y la crueldad, aunque la forma en que se dé ese sentido, y se presenten los argumentos de apoyo de Pedro, variará tanto como los predicadores que haya. Tal vez usted quiera predicar solamente de los vv. 21–25, sobre Cristo como ejemplo y Salvador, pero aun así es bueno ubicar el sermón en su contexto literario de los vv. 18–25.

  3 (Ev). EVANGELIOS

Para la exégesis de un pasaje de los evangelios debe familiarizarse con el estudio de I.9–11 (Ev) y II.6.

  3.1 (Ev). Identifique la forma
No pase mucho tiempo aquí. Lo importante a notar es que en los evangelios existen géneros dentro del género. Las parábolas, por ejemplo, funcionan en cierta manera, como lo hacen los proverbios, o la hipérbole (Mr 9:43–48), o las narrativas. Sobre la literatura para identificar las formas, véase IV.9 (Ev). Esto no es algo de importancia en el sermón en sí, salvo quizá para recordar a la congregación, por ejemplo, que un dicho es proverbial y que los proverbios funcionan en cierta manera (v.g., Mr 9:50a).

  3.2 (Ev). Use una sinopsis
Para llegar al contexto histórico-literario de un pasaje de los evangelios es de gran beneficio aprender a estudiar el pasaje en una sinopsis en griego. Si uno no está familiarizado con el trabajo en una sinopsis, se hará un favor para toda la vida si se dedica tiempo para aprender cuidadosamente los procedimientos bosquejados en II.6, especialmente II.6.3. Lo que usted descubre es cómo el evangelista ha compuesto su evangelio alrededor del texto de estudio; y a menudo es útil ver cómo los otros evangelistas tratan la misma información, ya sea de modo dependiente o independiente.
Así, por ejemplo, no debiera sorprender que ni Mateo ni Lucas siguen totalmente a Marcos de 9:37 a 9:50 (existen varias dificultades inherentes aquí, como ya se habrá percatado al leerlo todo). Ni Mateo ni Lucas incluyen las tres enseñanzas sobre la sal. Por otra parte, se obtendría alguna ayuda en la interpretación de Marcos 9:50a si se reconoce que hay otra versión de la misma enseñanza (o una similar) en la tradición doble. Al menos parte de esta clase de información, sin que trate sobre el problema sinóptico y su solución, puede incluirse en el sermón, como información útil y para reforzar el punto acerca de la dificultad inherente en su comprensión.

  3.3 (Ev). Investigue los posibles ambientes cuando sea apropiado
Si esto es de alguna utilidad para el sermón, uno puede dedicar algún tiempo a pensar acerca del posible ambiente original del pasaje en el ministerio de Jesús (véase II.11 [Ev] y IV.11 [Ev]). Esto será especialmente cierto para muchas de las parábolas. En el pasaje presente, sin embargo, muy poco se gana aquí, ya que esto sería más bien especulativo y ya que la verdadera cuestión contextual aquí es la literaria.
Siempre es apropiado considerar si el pasaje contribuye a la comprensión del medio ambiente del evangelista; o de otro modo, si ese medio ambiente (hipotético) agrega a su comprensión del pasaje. Si como cree la mayoría, el Evangelio de Marcos apareció en Roma durante un tiempo de sufrimiento para la iglesia, y el discipulado para él significa seguir a un Mesías que es siervo sufriente (cf. Mr 8:27–38, etc.), entonces al menos el primero de estos dichos de la sal encaja exactamente en este motivo (después de la segunda predicción de la pasión) como un llamado al discipulado probado por fuego.

  3.4 (Ev). Describa la organización o la adaptación presentes
Este paso se desprende de 3.2 (Ev). El procedimiento puede hallarse en II.6.5–6. Especialmente aquí usted aprenderá más acerca del texto de lo que sea necesario incluir en el sermón. Usted busca las cosas que le den información sobre los énfasis del autor y su propósito al incluir el pasaje exactamente aquí. Así responde a las cuestiones de contexto literario.
Como fue relativamente fácil determinar el contexto literario de 1 P 2:18–25, también es difícil hacerlo con Mr 9:49, 50. Siempre es apropiado ser precavido en tales puntos. No obstante, si uno piensa que puede entender bien el texto en su contexto, entonces no dude en decirlo, con tal que sea claro para todos que usted tiene también algunas” reservas. Busque la ayuda de los mejores comentarios.


  4. LITERATURA SECUNDARIA (Dedique aproximadamente cincuenta minutos)

Usted ha llegado ahora a la conclusión del trabajo básico en el texto. Con la ayuda de varias ayudas exegéticas debe sentir que tiene una buena comprensión del texto, tanto en sus particularidades como en su lugar en el libro bíblico. En este punto debiera tomar tiempo para consultar literatura secundaria.

  4.1. Consulte comentarios
No evite los comentarios; sólo debe asegurarse de que no sea lo primero que lea. Si lo hace, predicará del trabajo que otro hizo en el texto, por bueno que sea, y nunca tendrá la confianza de que el texto es suyo porque lo domina. Pero ahora es el tiempo para mirar algunos comentarios. Debe conseguir para su biblioteca al menos dos de los mejores comentarios de cada libro del NT. Hay tres razones para leer los comentarios en este punto: (1) Buscar las opciones de los comentaristas para algunas dificultades que usted haya tenido en varios puntos de la exégesis. A veces, por supuesto, se consultan los comentarios cuando se encuentre la dificultad mientras se hace la exégesis del texto. (2) Para escuchar al menos otras dos interpretaciones del texto, con las cuales se puede comparar la propia y adaptar si las otras resultan más convincentes. (3) Informarse de los asuntos u opciones que uno pasó por alto en la exégesis que puedan ser decisivos para el sermón. Así, por ejemplo, la lectura de los comentarios sobre 1 P 2:18–25 debe no sólo aumentar la confianza en su trabajo sino también ayudarle en su comprensión del texto.

  4.2. Lea otra literatura
Este es el paso que está condicionado por el tiempo, los recursos y la geografía. Hay veces, como cuando se estudia Mr 9:49, 50 que a uno le gustaría dedicar algún tiempo a leer lo que otros han escrito acerca de esos dichos. Si se presenta la oportunidad, necesita consultar las ayudas bibliográficas enumeradas en IV.13.1–2.


  5. CONTEXTO BIBLICO-TEOLOGICO (Dedique aproximadamente treinta minutos)

Antes de pasar a la aplicación, piense en la relación de este pasaje con otras Escrituras y la teología cristiana.

  5.1. Analice la relación del pasaje con el resto de las Escrituras
¿Qué tiene este pasaje de peculiar o de semejante con otros? ¿Es parecido a otros, o es totalmente único? ¿Cuáles vacíos llena? ¿Hay algo esencial sobre esto en otro lugar? ¿Cómo ayudan otras Escrituras a hacerlo comprensible? ¿Dónde encaja en la estructura total de la revelación bíblica? ¿Qué valor tiene para el estudiante de la Biblia? ¿Cuál es su importancia para la congregación?
Así, por ejemplo, para 1 P 2:18–25 analice brevemente los pasajes similares de Pablo (Ef 6:5–9; Col 3:22 a 4:1; 1 Ti 6:1, 2; Tit 2:9, 10). Es interesante anotar que los pasajes de Efesios y Colosenses suponen amos cristianos, mientras que los demás (incluso 1 Pedro) suponen esclavos cristianos y amos paganos.

  5.2. Analice la relación del pasaje con la teología
¿A cuáles doctrinas teológicas agrega luz el pasaje? ¿Cuáles son sus asuntos teológicos? ¿Puede el pasaje suscitar algunas cuestiones o dificultades acerca de algunos asuntos u opiniones teológicos que necesitan explicación? ¿De qué magnitud son los asuntos teológicos que toca el pasaje? ¿Dónde parece encajar el pasaje dentro del sistema completo de verdad contenido en la teología cristiana? ¿Cómo se armoniza el pasaje con la teología en su totalidad? ¿Son los asuntos teológicos del pasaje más o menos explícitos (o implícitos)? ¿Cómo se puede usar el pasaje para dar a la congregación más armonía o conciencia teológica?

  6. APLICACION (Dedique aproximadamente cuarenta minutos)
Usted debe haber estado pensando al hacer el análisis cómo su pasaje puede aplicarse a su vida y a la de la congregación, pero ahora debe enfocarse directamente sobre la aplicación.

  6.1 Haga una lista de los asuntos de la vida en el pasaje
Haga una lista de los posibles asuntos de la vida mencionados de modo explícito, por referencia implícita, o de inferencia lógica del pasaje. Puede haber sólo uno o varios. Sea inclusivo al principio. Más adelante se pueden eliminar los que, después de reflexionar, se consideren de menos importancia o que no vienen al caso.

  6.2. Aclare el carácter y el campo de aplicación
Organice la lista tentativa (mental o escrita) según el pasaje o sus partes sean de carácter informativo o directivo, y si tratan del campo de la fe o la acción. Aunque esas distinciones son artificiales y arbitrarias en cierto grado, son a menudo útiles. Pueden conducir a aplicaciones más precisas y específicas de la enseñanza de las Escrituras para la congregación, y le ayudarán a evitar las aplicaciones generales y vagas que muchas veces no son aplicaciones en absoluto.

  6.3. Identifique el público y las categorías de aplicación
¿Son los asuntos de la vida del pasaje instrucciones principalmente para personas o para entidades corporativas, o no hay distinción? Si se refiere a las personas, ¿a cuáles? ¿a creyentes o no creyentes; clérigos o laicos; padres o hijos; fuertes o débiles; presuntuosos o humildes? Si se refiere a instituciones, ¿a cuáles? ¿a la iglesia, nación, clérigos, laicos, una profesión, una estructura social?
¿Están estos asuntos de la vida relacionados o confinados a ciertas categorías como relaciones interpersonales, piedad, finanzas, espiritualidad, conducta social, vida familiar?


  B. PASO DE LA EXEGESIS AL SERMON

Lo que usted ha hecho hasta este punto no es el sermón en sí. Ha estado descubriendo el significado del texto en términos de su propósito original. En cierto sentido esa tarea es más fácil que ésta, la preparación del sermón. Aquí el mejor aliado es una buena cabeza, ¡con una imaginación vivaz! En cualquier caso nada puede sustituir el pensar. ¿Cómo convergen la comprensión exegética y los asuntos de aplicación en un solo sermón, con un enfoque claro y un propósito preciso? No puede haber reglas aquí, porque un buen sermón es algo individual. Debe ser su sermón, basado en su exégesis, dirigido a su congregación. Lo que sigue son simplemente advertencias y sugerencias.

  7. DEDIQUE TIEMPO A LA REFLEXION SOBRE EL TEXTO Y A LA ORACION A DIOS.

La predicación no es un asunto sólo de la mente y del estudio; es también una asunto del corazón y la oración. Una vez que la mente está saturada del texto, su significado y sus posibles aplicaciones, dedique tiempo a reflexionar en él en oración. ¿Cómo afecta el texto su vida? ¿A cuáles necesidades personales habla o satisface este pasaje? Tome tiempo para responder personalmente a la Palabra de Dios. Es muy difícil comunicar con urgencia a otros lo que no le ha hablado a uno primero.
Luego pase tiempo en reflexión sobre el texto otra vez, teniendo presente las varias necesidades de las personas de la congregación. ¿Cómo podrá usted, con la ayuda del Espíritu Santo en este sermón, ayudar, alentar, o exhortar con este pasaje? En realidad, cuanto más tiempo les dedique en oración sobre este pasaje, tanto más probable es que preparará un sermón que les hablará a ellos.
Recuerde que a la preparación de un sermón sin el encuentro personal con la Palabra y sin oración probablemente le faltará inspiración; y los sermones predicados por quienes no se han presentado en reverente silencio ante la majestad de Dios y su Palabra probablemente lograrán muy poco.


  8. COMIENCE CON DETERMINACION.

Valiéndose de la lista útil para el sermón y las otras notas que hizo al realizar la exégesis, principie con tres cosas (que estarán sujetas a cambio, por supuesto, conforme el sermón se desarrolla):

  8.1. Puntos principales
El punto o puntos principales del texto bíblico que es necesario proclamar. El sermón necesita enfoque o usted no sabrá lo que trata de lograr, y será difícil entenderle. Decida lo que la congregación necesita saber, o escuchar, del pasaje, a diferencia de lo que usted necesitaba saber para preparar el sermón. Los dos mejores criterios aquí son el propio pasaje y su reacción. Lo que el pasaje trata como importante probablemente es lo que el sermón debe tratar como importante; lo que usted piensa que es de más ayuda e importancia para usted es probablemente lo que la congregación hallará de más ayuda e importancia para ellos.

  8.2. Propósito
El propósito del presente sermón. Decida cómo los puntos anteriores se aplicarán mejor. ¿Es el sermón informativo sobre la fe cristiana, o es exhortativo y trata de la conducta cristiana?

  8.3. Reacción

La reacción que usted espera que logre el sermón. Este es el otro aspecto de 8.2. ¿Espera cambiar un modo de pensar, de conducta, o ambos? ¿Quiere alentar, motivar, llamar al arrepentimiento o llevar a las personas a un encuentro con el Dios viviente? Si la tarea del predicador es “consolar al afligido y afligir al que se siente cómodo tal como se encuentra”, ¿en cuál de estas direcciones lo lleva el texto? ¿En un poco de ambas?
Los últimos dos asuntos tienen que ver con el objetivo del sermón. Un sermón que no tiene objetivo rara vez lo logra. La decisión del enfoque y el objetivo del sermón ayudarán mucho a la elaboración del bosquejo y el análisis del contenido.

  9. DECIDA SOBRE LA INTRODUCCION Y LA CONCLUSION.

El contenido del sermón lo determinará en gran medida la manera como usted piense comenzar y terminar. El final será dirigido por el objetivo (8.3). Por lo general, los buenos sermones comienzan en uno de tres lugares: (1) con el texto bíblico (pero debe ser especialmente cuidadoso aquí no sea que los mate de aburrimiento antes de llegar a la aplicación); (2) con las necesidades de las personas; o (3) de algún modo imaginativo que capte su atención pero que finalmente establezca la relación entre las personas y el texto.

  10. HAGA UN BOSQUEJO.

Ya debe haber surgido un bosquejo de todo el sermón. Tampoco hay reglas aquí; pero se necesita precaución en varias áreas. En primer lugar, no es necesario seguir el bosquejo del texto bíblico. Eso estaría bien para una enseñanza, pero un sermón es algo diferente. Que el bosquejo toque varios puntos del texto, pero la lógica de la presentación sea la suya, de manera que se avance hacia las conclusiones que se haya propuesto en el paso 9.
En segundo lugar, no debe sentirse obligado a incluir en el sermón todo lo que hay en el texto. Sea selectivo. Procure que todo lo que se seleccione sirva al propósito del sermón.
En tercer lugar, decida al principio dónde encajará la exégesis en el sermón. Puede servir de introducción, de la cual el resto del sermón será aplicación, recogiendo los varios puntos de la exégesis; puede venir más tarde, conforme uno pasa del siglo actual al primero, y de regreso. O puede referirse a ella punto por punto al avanzar en el sermón. Pero recuerde que el sermón no es simplemente una repetición de la exégesis. Para ser bíblico, debe dejar que sus palabras sean revestidas de la autoridad de la Palabra como se encontraba en su medio ambiente del primer siglo; pero para ser pertinente, debe cobrar vida esa Palabra en el ambiente del siglo presente.

  11. DESARROLLE EL SERMON.
Este es un asunto sumamente personal. Sea sensato sobre la cantidad de información que incluya de la lista útil para el sermón. Recuerde que una historia bien contada (que sea pertinente al texto) se recordará más que su prosa más elegante. No avance demasiado en el sermón sin el descanso que da una buena y útil ilustración, tanto para ilustrar su mensaje como para dar descanso a la mente de los que siguen su lógica. Para más ayuda en este aspecto, consulte usted otros libros sobre la homilética.

¿No puedes más?¿Te quedaste sin fuerzas?...Toma la fuerza más poderosa del universo

Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6


 
 
Tipo de Archivo: PDF | Tamaño: MBytes | Idioma: Spanish | Categoría: Capacitación Ministerial

La fuerza más poderosa del mundo

Nehemías 1:4–11


La oración ha sido llamada la fuerza más poderosa de este mundo. Hay algunas personas, sin embargo, que la consideran fuera de lugar en nuestra sociedad, tan altamente civilizada. Dicen que con todos los adelantos de la tecnología, la oración solo es un obstáculo para la acción. Otros han ido más lejos aún, diciendo que la creencia en una relación vital con Dios ha sido mantenida viva solo por «el pueril ego de hombres inferiores».

A pesar de tales críticas, muchos han encontrado en la oración un apoyo cuando los problemas parecían abatirlos. Abraham Lincoln admitía: «Muchas veces he caído de rodillas ante la abrumadora convicción de que no tengo a nadie más a quien recurrir. Mi propia sabiduría y la de aquellos que me rodean resultan insuficientes para el momento».

La clave de una actuación sobresaliente

En sus «memorias», Nehemías nos habla de su experiencia con la oración. Tuvo que enfrentarse a una situación que era demasiado grande para sus fuerzas. Esta se relacionaba con el pueblo escogido de Dios «en la provincia de más allá del río». Estaba en Babilonia y se sentía incapaz de ayudarles; por eso recurrió a Dios en oración. De su ejemplo podemos aprender cómo la oración puede convertirse en una fuerza eficaz en nuestra vida. Cuando examinamos más cuidadosamente a Nehemías, comprobamos que para que la oración sea eficaz, debe ir precedida por el conocimiento de una necesidad. Alan Redpath señala que «muchas de nuestras oraciones se concretan a pedir a Dios bendiciones para familiares enfermos y que nos mantenga en nuestra lucha diaria por la vida. Pero la oración no es tan solo un simple balbuceo: es una guerra».

Cuando Hanani y sus acompañantes vinieron a visitar a Nehemías, este les preguntó acerca del estado del pueblo y las condiciones de la ciudad de Jerusalén. Esta pregunta de orden general, recibió una respuesta muy concreta: «El remanente, los que quedaron de la cautividad, allí en la provincia, están en gran mal y afrenta y el muro de Jerusalén derribado, y sus puertas quemadas a fuego».

Jerusalén había sido destruida por los babilonios en el año 586 a.C. (2 Reyes 25:10). A pesar de los repetidos intentos de reconstruir sus muros (Esdras 4:7–16), la ciudad aún se mantenía en ruinas. Sin una muralla que los protegiera, los moradores del lugar se encontraban indefensos. Los ladrones podían bajar de las colinas cercanas y caer sobre ellos inesperadamente, llevándose sus posesiones. Como eran incapaces de defenderse a sí mismos, perdieron estimación a los ojos de otras naciones (véase Nehemías 2:17; 4:2, 3; Salmos 79:4–9). Lo que es mucho peor, perdieron el respeto propio. Se sentían humillados, porque de acuerdo con sus profetas, los muros de Jerusalén simbolizaban salvación y sus puertas, alabanza (Isaías 60:18).

El conocimiento de la triste condición de su pueblo movió a Nehemías a la oración. Lloró e hizo duelo por varios días. También ayunó y rogó a Dios en favor de sus hermanos.

Algunos comentaristas creen que Artajerjes estaba ausente del palacio en los momentos en que Nehemías recibió las noticias traídas por Hanani. Del capítulo segundo parece desprenderse que Nehemías continuó con sus deberes de copero y no permitió que sus preocupaciones personales interfirieran con su trabajo. Comparando Nehemías 1:4 y 2:1, 2, podemos entresacar algunas muestras de su dominio personal. Era bien diferente a los fariseos, que hacían pública ostentación de su supuesta devoción (Mateo 23:14; Marcos 12:40). Solo después de cuatro meses de intensa oración y abnegación, el rey vino a notar cierto cambio en Nehemías.

Firme en la brecha

En los versículos que siguen, se conserva para nosotros el tipo de oración que produce resultados. Notemos que para que la oración sea eficaz, debe ser hecha en actitud de reverencia.
Nehemías comienza su invocación con adoración y reverencia: «Te ruego, oh Jehová, Dios de los cielos, fuerte grande y temible». Su fervor es evidente. Centra sus pensamientos en la grandeza de Aquél a quien se está dirigiendo. Permanece en temor reverencial ante la majestad de Dios. Reconoce su superioridad al mismo tiempo que su soberanía. A medida que Dios se va haciendo más grande para él, más pequeños van resultando sus problemas.

La oración de Nehemías está basada en las Escrituras. Aunque creció en una tierra entregada a la idolatría y trabajaba en una corte pagana, todo ello no le impidió cultivar su vida espiritual (compare Colosenses 2:6, 7; 2 Pedro 1:5–9). Esta oración nos muestra hasta qué grado dominaba la Palabra y cómo esta señoreaba toda su vida.

En su oración, Nehemías incluye la alabanza. Su agradecimiento está basado en el carácter de Dios. Da gracias porque Dios «guarda el pacto y la misericordia a los que le aman y guardan sus mandamientos». Los hijos de Israel tenían una relación especial y única con el Señor. Siguiendo una costumbre arraigada en el Cercano Oriente, ellos estaban sujetos a una autoridad suprema, un soberano. En este caso, el soberano del pueblo israelita era el Dios de los cielos. Ellos eran sus subditos. Dios les impuso sus leyes y esperaba que ellos obedecieran sus mandatos. Como pago a su lealtad, Dios les ofreció su protección. Si obedecían su pacto, disfrutarían de sus bendiciones (Jeremías 11:4; 30:22; véase Levítico 26:12).

Nehemías sabía que la cautividad se había producido porque los Israelitas habían quebrantado su pacto con Dios. No obstante, daba gracias a Dios, porque en contraste con otras autoridades que castigan con prontitud a los rebeldes, el soberano del pueblo de Israel era misericordioso y clemente (Salmos 103:8; 117:2; Joel 2:13) y preservaba su amor y cariño para aquellos que guardaban sus mandamientos.

A medida que Nehemías continúa su plegaria, pasa de la adoración reverente a la petición específica. Su actitud es de un persistente fervor, basado en el conocimiento de que Dios responderá a las necesidades de su pueblo, si se somete otra vez a la autoridad divina (véase 1 Reyes 8:29, 30, 52; 2 Crónicas 7:14). Con esta seguridad, prosigue: «Esté ahora atento tu oído y abierto tus ojos para oír la oración de tu siervo, que hago ahora delante de ti día y noche, por los hijos de Israel tus siervos».

El modelo que Nehemías sigue en su oración es sumamente instructivo. Se asemeja al bosquejo que el Señor Jesús les dio a sus discípulos (Mateo 6:9–12; Lucas 11:2–4).

Hay muchas personas en nuestros días, que cuando oran siguen la misma progresión de Nehemías, pero sin sus resultados. Comienzan con la adoración y pasan a la súplica, pero no perseveran. La persistencia de Nehemías es digna de admiración. Permaneció en oración por su pueblo de día y de noche. Pudo haber hecho lo que muchas veces nosotros realizamos; es decir, orar por las necesidades de alguien, para olvidamos apenas no lo tenemos presente.

O pudo haber formulado sus ruegos en dos o tres oportunidades y haber dejado el resto al Señor. Sin embargo Nehemías persistió en su oración hasta que Dios le contestó. Nunca consideró su petición como la actividad mecánica de sonar una campanilla demandando que lo sirvieran, ni imaginó remotamente a Dios como un «sirviente cósmico» que se apresuraría a cumplir en forma solícita sus órdenes.

Él sabía que cuando Dios toma interés en nuestros asuntos, usa sus medios. En esta situación, la oración era el medio que Dios estaba usando para lograr sus propósitos (Ezequiel 36:37), Nehemías no esperó nunca que Dios contestaría sus peticiones en el mismo momento de formularlas. En lugar de ello, reconoció su subordinación a un soberano Señor y persistió respetuosamente hasta que Dios le contestó (Santiago 5:16–18).

La oración no solo nos ayuda conduciendo nuestra vida a la conformidad con la voluntad de Dios, sino que nos prepara para recibir la respuesta. A medida que tomamos conciencia de las intenciones del Señor, vemos con mayor nitidez la parte que nos toca dentro del plan divino. La oración persistente sirve asimismo al propósito de fortalecer nuestra resolución. Recibimos con ella una confianza renovada. Esta confianza nos libera de la garra del abatimiento y la desesperación y nos brinda fe para perseverar hasta lograr lo que Dios desea.

La actitud de la oración de Nehemías es también importante. Presenta un marcado contraste con algunas plegarias carentes de respeto para Aquél a quien van dirigidas. La postura de Nehemías es de absoluta reverencia y sumisión. Él sabía que los que se consideran auto suficientes, no oran a Dios, sino que solo se hablan a sí mismos. Los que están plenamente satisfechos de sí mismos, tampoco lo hacen porque no tienen conciencia de sus necesidades. Los que se consideran justos en su propia estimación no pueden tampoco orar, por carecer de base para aproximarse a Dios.

Quitando todas las barreras

Concentrando su pensamiento en quién es Dios, Nehemías llegó a tomar conciencia de una barrera que impedía a su Soberano la renovación de los privilegios de su pacto con el pueblo. Este obstáculo era el pecado no confesado por él. Esto viene a ilustrar con claridad otra lección en nuestra vida de oración. Para que la oración sea eficaz, debe ir acompañada de confesión. Nehemías sabía bien que el pecado reposaba en el fondo de aquellos por quienes pedía. Por esa razón comienza: «Y confieso los pecados de los hijos de Israel que hemos cometido contra ti». No deseando culpar solamente a la nación israelita, él se identifica con la culpa de su pueblo: «Sí, yo y la casa de mi padre hemos pecado». Este tipo de confesión sería particularmente apropiado si Nehemías era descendiente del linaje de David.

Comenzando con esta confesión general, Nehemías pasa a los puntos específicos: «En extremo nos hemos corrompido contra ti, y no hemos guardado los mandamientos, estatutos y preceptos que diste a Moisés tu siervo». Puesto que dice esto, se ve que cree firmemente que la continua tristeza y aflicción de Jerusalén está directamente relacionada con los pecados no confesados por el pueblo. Tácitamente acepta que este pueblo no tiene merecimientos propios. Ha roto el pacto con el Señor. Dios sin embargo ha previsto de los medios para ser restaurado, y esta provisión se convierte en la base de la petición de Nehemías.

Reclamando esa provisión hecha para que el pueblo pueda ser restaurado en el favor de Dios, Nehemías nos muestra otro principio de la oración: para que sea eficaz, debe estar basada en las promesas de Dios. «Acuérdate ahora de tu palabra», dice. Entonces, parafraseando la enseñanzas de Deuteronomio 4:25–31; 30:1–5; Levítico 26:27–45 y 2 Crónicas 6:36–39, demanda el cumplimiento de la promesa de Dios. Esta apelación marca el punto más alto de su plegaria. Su confianza en el Señor es tan absoluta, que sabe que él resolverá todos los detalles. Entonces concluye refiriéndose al pueblo de Dios como «sus siervos». Esto implica una nueva sumisión a la autoridad divina y el restablecimiento del pacto previo de relación con Dios.

La intercesión de Nehemías subraya lo cierta que es la observación del doctor R. C. Trench: «La oración no es para vencer la resistencia de Dios, sino para asirnos de su benevolencia».

Nehemías continúa solicitando el favor de Dios por cuatro largos meses (véase Nehemías 1:1, noviembre–diciembre y Nehemías 2:1, marzo–abril del 445 a.C.). Durante esas semanas pudo ver todos los asuntos con mayor claridad que nunca. Empezó de igual manera a entender la parte que le iba a tocar en la respuesta a su oración. Todo ello parece evidente por la forma en que Nehemías concluye su oración, pidiendo a Dios buen éxito en su empeño. Después hace saber al rey Artajerjes sus planes.

Sabe que será mas difícil abandonar la corte de Persia que haber entrado en ella. Es un cortesano de confianza y el rey ha puesto su seguridad en cierta manera en sus manos. No sabe cómo Dios habrá de lograr todo esto, pero su esperanza en el Señor es grande y confía en que él mismo resolverá todos los detalles.

El hombre que usa Dios

A medida que revisamos este pasaje, encontramos que contiene varios principios muy importantes para los líderes de nuestros días. Uno de ellos es que el líder debe tener una sincera preocupación por los demás. Cuando Nehemías recibió a la delegación de Jerusalén, mostró un interés inmediato respecto al bienestar del pueblo y a las condiciones de la ciudad. Cuando supo de sus apuros, se comprometió personalmente en la empresa. Ayunó y oró por ellos.

Muy a menudo, los que quieren llegar a ser líderes tratan de alcanzar la cima del éxito pisoteando los derechos ajenos. Aprovechan y explotan las capacidades de otros para progresar ellos. La importancia de esta preocupación vital por los demás ha sido encarecida por Sir Arthur Bryant en un artículo publicado en Illustrated London News [Noticias ilustradas de Londres]. Este renombrado historiador dice: «Nadie es apto para guiar a sus conciudadanos, a menos que considere el cuidado y el bienestar de ellos como su responsabilidad primordial … y privilegio».

Un líder sabio coloca el bienestar de aquellos con quienes trabaja, entre las cosas más importantes de su lista. Se asegura de que sus preocupaciones serán consideradas antes que las suyas propias. Sabe que si sus subordinados están libres de ansiedades personales, pueden hacer un trabajo mucho mejor. Ninguna corporación o iglesia, institución educacional o misión, puede tener éxito en alcanzar sus metas sin la ayuda espontánea de aquellos que están listos a darse ellos mismos por amor a la obra. El cuidado de un administrador capacitado se exterioriza por la forma en que trata a sus empleados; el reconocimiento que hace de sus contribuciones y la manera en que recompensa sus servicios (Efesios 6:9; Colosenses 3:1).

Esta no es solo una sana política para aquellos que ocupan altos puestos ejecutivos, sino también un consejo práctico para los aspirantes a hombres de negocios, pastores y líderes de misiones. Un líder que se identifica estrechamente con aquellas personas a quienes orienta, está capacitado para motivarlas hacia logros cada vez mayores. Será capaz de valorar sus capacidades individuales, unir a sus subalternos y retarlos con metas personales y de grupo. Como señala Bernard L. Montgomery: «El comienzo de todo liderazgo es una batalla por ganar el corazón y la mente de los hombres».

Esto nos lleva a un segundo principio del éxito en el liderazgo. Aunque la preocupación vital por las personas es un requisito necesario para ganar su confianza, y la íntima identificación con ellas es la clave para motivarlas, la importancia de la oración no debe ser ignorada ni desatendida. En una de las paredes de un corredor del Colegio Spurgeon en Londres, aparecen pintadas en letras gigantescas las siguientes palabras de Cristo: PORQUE SEPARADOS DE MÍ, NADA PODÉIS HACER (Juan 15:5). Gracias a la oración somos capaces de usar el poder de Dios, porque en ella le pedimos al Señor que haga lo que nosotros no podemos.

Desafortunadamente, tenemos la tendencia de subestimar la oración. Es tan secreta y silenciosa, que a menudo la pasamos por alto como algo sin mayor importancia. Para corregir tan acomodaticia impresión, J. Edgar Hoover decía: «La fuerza de la oración es mayor que cualquier combinación posible de poderes controlados por el hombre, porque la oración es el instrumento supremo del hombre para extraer los recursos infinitos de Dios».

Nehemías encontró que la oración era una gran fuente de poder. Él se enfrentaba a un problema superior a sus fuerzas humanas y por ello llevó todo en oración al Señor. Dios entonces le mostró la solución. A través de sus súplicas, Nehemías recibió una nueva perspectiva del problema, fue orientado a reordenar su escala de valores y recibió a la vez un claro sentido del propósito que había en su misión.

Como resultado de la oración de Nehemías por su pueblo, un obstáculo aparentemente insuperable fue reducido a proporciones que permitieron manejarlo. Al término de cuatro meses de consagrada intercesión, Dios le brindó la solución al problema.

La oración nos ofrece también nuevas perspectivas. El fundador de las tiendas Penney acostumbraba a decir a sus colegas: «La verdadera oración abre nuestros ojos a cosas nunca vistas con anterioridad. Es lo opuesto a la oración que ha sido solamente una mera expresión de nuestros deseos egoístas». Mientras mayor sea Dios ante nuestros ojos, mejor será nuestra perspectiva en todos los problemas y situaciones que confrontemos.

Teniendo ya conciencia plena de lo que Dios quería que se hiciera, Nehemías fue guiado a un reordenamiento de sus prioridades. Comprendió su función en la solución del dilema que afrontaba su pueblo. Reconoció y aceptó que se convertiría en una pieza vital del vehículo que Dios utilizaría para lograr los fines por los cuales habían orado tan intensamente.

No tenemos medios precisos para comprobar cuántas veces la oración ha cambiado el curso de la historia. Lo que sí sabemos es que como resultado de la oración de Nehemías, Dios intervino en una situación aparentemente desesperada y, trabajando a través de un solo hombre, llevó a feliz término una tarea que a todos les parecía imposible.

La oración no solamente fijó las precedencias de Nehemías sino que también le dio una motivación. La certeza de ser un enviado de Dios había de sostenerlo a través de las innumerables vicisitudes que encontraría tan pronto comenzara la reconstrucción de los muros de la ciudad. En lo que Dios logró a través de Nehemías hay mucho de inspiración para nosotros. Él está dispuesto y deseoso, y es capaz de hacer lo mismo a través de cada uno de nosotros, si así lo queremos y aprendemos el secreto de utilizar esos recursos infinitos de su poder divino. Nuestros «gemidos indecibles» son las oraciones que Dios no puede rechazar (Romanos 8:26, 27). Nuestras oraciones diarias aminoran nuestras diarias preocupaciones. A la vez, nos mantienen en el sitio en que Dios puede utilizamos.

La constancia en la oración es la que marca la diferencia. Qué clase de diferencia es esta y cómo la fe y el trabajo marchan juntos, lo veremos en la próxima sección.

Unos Ojos Amorosos y Misericordiosos: El Punto de Vista de Dios

Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6


 

 
Tipo de Archivo: PDF | Tamaño: MBytes | Idioma: Spanish | Categoría: Capacitación Ministerial


Todas las personas que llegan a este mundo han tenido que batallar de una forma u otra para descubrir su identidad. Actualmente, los estudios psiquiátricos han acuñado un nuevo término de diagnóstico: “la crisis de identidad”. Todos hemos tenido que luchar con nuestras imágenes contradictorias. Muchas personas se pasan la vida tratando de ganarse la aceptación y atención de los demás, pensando que están edificando una indestructible fortaleza de valor personal. Pero fallan al ir poniendo los ladrillos y sus expectativas fracasan. En el proceso, hacen a un lado la verdadera perspectiva que Dios tiene de ellas porque ignoran el inmenso valor que tienen para él. Los pasos para entender estas verdades están dispersos a lo largo de las Escrituras. Para descubrirlos, primero debemos saber lo que significa la palabra IDENTIDAD.

¿Alguna vez se ha preguntado “quién soy”? “¿A dónde voy?” ¿Cree que carece de propósito o que tiene poco valor? Es importante que tenga una respuesta verdadera a estas cuestiones para que pueda experimentar lo que es tener significado y propósito en la vida.

Es vital entender que nuestra IDENTIDAD determina nuestro valor y destino. En un sentido muy práctico, si yo entrase a un banco, me dirigiera al cajero y le dijera: “¿Me puede dar 100 dólares?”
El cajero me pediría mi nombre y el número de mi cuenta. Si no le doy esa información y sigo solicitando dinero, lo único que recibiré serán las instrucciones para salir del banco. Pero si tengo recursos económicos, sin importar de dónde provienen, cuando doy al cajero mi nombre y número de cuenta, prontamente recibo los fondos. Mi identidad definitivamente determina mi valor y mi capacidad de retirar de mis reservas monetarias.

“¿A dónde voy?” ¿Cómo responde usted a esta pregunta? Hace poco tuve que volar de Atlanta a Dallas. Llegué con suficiente tiempo antes de abordar. Llamé a mi madre utilizando ese tiempo extra, que según yo, todavía tenía. Cuando quise subir al avión, me dijeron que ya estaban asignando los lugares sobrantes a las personas que estaban en lista de espera y que debía dirigirme al agente principal para aclarar mi situación. ¡Existía la posibilidad de que hubieran dado mi asiento a otra persona! Mi corazón latía apresuradamente. Me acerqué al agente y le extendí mi boleto. ¿Me permitiría regresar a casa? Pasó lo que me pareció una eternidad silenciosa mientras el empleado revisaba su lista oficial de pasajeros. Llegó hasta mi nombre y dijo: “Sí, usted está en este vuelo; puede abordar el avión”. Es evidente que mi identidad estaba ligada directamente al destino de ese avión.

Por eso es muy importante conocer cuál es nuestra identidad en términos de nuestro valor real y nuestro destino eterno. Existen dos “identidades” o “familias” diferentes a las que pertenecen todos los seres humanos. Los que están en Adán y los que están en Cristo: “Porque por cuanto la muerte entró por un hombre, también por un hombre la resurrección de los muertos. Porque así como en Adán todos mueren, también en Cristo todos serán vivificados” (1 Corintios 15:21–22). La pregunta es: ¿A cuál de esas dos familias pertenece usted?

Su identidad personal con una de esas familias determinará sus características y herencia.
Nuestras características físicas están determinadas por nuestra familia. Cuando inicié mis estudios en la universidad, mi compañera de cuarto era Josephine Eng de Hong Kong. Ella tenía el pelo negro y liso, ojos cafés, facciones planas y baja estatura. Yo tenía cabello rubio rizado, ojos verdes, tez blanca, facciones angulares y estatura alta. Por mucho que yo apreciara a Josephine, nunca llegaría a poseer sus características. En otras palabras, no podía tener las características de los Eng a menos que hubiera nacido dentro de esa familia. De la misma manera, cuando nacemos en la familia “de Adán”, heredamos las características de su línea familiar.

En el huerto de Edén, Adán decidió desobedecer a Dios. Por eso, él y todos sus descendientes se identifican con el pecado. Esa inclinación a la independencia de Dios es la naturaleza básica que todos hemos heredado. Salmos 51:5 dice: “He aquí, en maldad he sido formado, y en pecado me concibió mi madre”. En consecuencia, nuestra inclinación natural es al pecado, porque nacimos de la familia de Adán.

No obstante, Dios nos da la posibilidad de cambiar de familia, y también nos capacita para tener una nueva identidad… es decir, ¡una nueva naturaleza! Podemos ser adoptados en la familia de Cristo y convertirnos en “hijos de Dios”. Al hacerlo, perdemos nuestra identidad en Adán y recibimos una nueva identidad en Cristo. Llegamos a tener características distintas: “De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas” (2 Corintios 5:17). Nuestra antigua “naturaleza pecadora” se transforma en una nueva naturaleza divina.

Una consecuencia de esta nueva identidad es que obtenemos un nuevo valor, el cual se basa en los abundantes recursos que Dios ha depositado en nuestra cuenta personal. Una segunda consecuencia es que tenemos un nuevo destino en la eternidad en el cual viviremos para siempre seguros en la presencia de Dios.

Amado amigo, ¡el anhelo de Dios es que usted reciba todo lo que él le ofrece! La baja auto estima puede ser remplazada por el valor santo que posee cuando está en Cristo. Pero para que pueda tener las características de Cristo, primero debe cambiar de familia. ¿Ha realizado ese cambio en su vida? Si no es así, con la autoridad que le da la palabra de Dios puede convertirse en hijo de Dios. Juan 1:12 dice: “Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios”.

Si desea tener esa nueva relación con Dios a través de Jesucristo, haga la siguiente oración:
Señor: Acepto que muchas veces he tomado malas decisiones. Sé que he pecado y te pido que me perdones todos mis pecados. Ahora quiero ser tu hijo. Te pido que Jesucristo venga a mi vida para salvarme y para que sea mi Señor. Rindo completamente mi voluntad a la tuya. Y te agradezco cualquier cosa que quieras hacer en mi vida. Lo pido en el nombre de Jesús. Amén.
En completa humildad, puede dar gracias a Dios porque él ha deseado en lo profundo de su corazón traerlo a una nueva familia, a la de él.

¡Qué extraordinario! Cada hijo de Dios ¡tiene un nuevo valor, un nuevo destino, y una nueva identidad!


La santificación: Un estado que Dios nos ordena tener - Ministros itinerantes

Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6


 
Tipo de Archivo: PDF | Tamaño: MBytes | Idioma: Spanish | Categoría: Capacitación Ministerial

La palabra “santidad” o “santificar” significa separar o consagrar. En la Biblia santificar generalmente se usa para decir que alguien queda separado del pecado o de lo profano y queda separado para el servicio y dedicado a una relación con Dios. Por lo tanto, el proceso de santificación no es sólo separación de algo sino hacia y para algo. La separación tiene propósito y meta.

Dios invita al ser humano, lo declara ciudadano de su Reino (Col. 1:13) y lo llama a estar separado en tres aspectos: del maligno, del mundo y de su propia carnalidad (este último término no se refiere a pecados exclusivamente de tipo sexual, como muchos piensan, sino a todo aquel pensamiento o actividad contrario al Espíritu de Dios, incluyendo la mentira, el orgullo, la inmoralidad y toda forma de pecado).


Primero, Satanás es el gran tentador que busca eliminar el reinado de Dios y quiere contradecir toda forma de santidad. Él trabaja en contra del Reino de Dios y usa todos sus recursos para poner distancia entre el hombre y su Creador. La Biblia dice claramente que se debe huir del enemigo, quien busca destruir y matar.

Segundo, el término mundo se refiere a todo aquello que los aspectos negativos de la cultura promueven contra los deseos de Dios. El mundo le pertenece a su Creador. Cuando la Palabra recuerda que los cristianos “no son del mundo” (Jn. 17:14) se refiere a los patrones, comportamientos y cosmovisiones que se oponen a los diseños de Dios para el ser humano (Ro. 12:1, 2). Por esto, al mismo tiempo que la iglesia no debe contaminarse, debe trabajar arduamente para transformarlo todo y someterlo bajo los pies de Cristo (Sal. 119:115; 125:5). Tal como lo menciona Alberto Roldán, la palabra mundo (cosmos) no tiene un sentido unívoco en el NT. Se refiere, a veces, al “mundo perverso” o “sistema” bajo el dominio del diablo (“El mundo entero está bajo el maligno”, 1 Juan 5:19) pero también a la humanidad, cosmos-creado y cultura.

Tercero, el campo de batalla espiritual incluye la totalidad del ser humano: alma, mente, emociones y voluntad. La caída del hombre afectó todas estas áreas y aunque ha sido salvado en Jesucristo, continúa la lucha constante de vivir por fe, con amor, obediencia y victoria. El cristiano está llamado a separarse de todo aquello que pueda interrumpir su comunión con Dios y a distinguir entre lo bueno y lo malo (He. 5:14).

El proceso de santificación no consiste sólo en separarse de algo sino para algo. El proceso continuo de conformidad a Cristo es una invitación a la comunión con Él y a la posibilidad de vivir una vida plena a través del servicio. La santificación queda incompleta si no integra la búsqueda de servir a otros y transformar el mundo con esperanza y gratitud en el poder del Espíritu Santo. Dios llama a la santidad para servirlo y unirse a su misión en el mundo y así cumplir el propósito de traer alabanza a su gloria. El cristiano le trae gloria a Dios estando separado del pecado y del mundo y separándose para el servicio, la comunión, el discipulado, la evangelización, la justicia y la adoración, siempre encarnando los valores del Reino.

Como dice Alberto Roldán (La Espiritualidad que Deseamos, p. 72): “Toda espiritualidad que se precie de ser cristiana se nutre, vive y se expresa en una perspectiva comunitaria; la espiritualidad de la encarnación implica que la Iglesia está obligada a ser sierva antes que señora. Esto significa vivir diacónicamente, es decir, sirviendo al mundo en todas sus dimensiones: espirituales, sociales y económicas. En palabras de Segura: ‘El principio encarnación convierte a la Iglesia hacia el mundo y hace que ella renuncie a sus propios intereses de grandeza, poder y triunfo’ ”.

En el Antiguo Testamento se halla abundante evidencia de que Dios valora altamente la santidad. Él se revela como un Dios Santo que está buscando separar para sí un pueblo santo (ver Is. 6; Éx. 15:11; Lv. 20:26; 26:12). Una relación con Dios tiene como consecuencia apartarse del mal. Los mandamientos tienen el propósito, en parte, de transmitir el peso de la santidad de Dios. El libro de Levítico, justo en el centro del Pentateuco, es un llamado a la pureza, la higiene espiritual y la santidad. Los libros proféticos modifican el interés en la santidad como ley ceremonial y le dan prioridad como norma ética de una vivencia buena y justa (Mi. 6:8).

En el Nuevo Testamento, centrado en la persona de Jesucristo, la santidad continúa siendo de interés primario para Dios. Efesios 1:4 dice: “Dios nos escogió en él antes de la creación del mundo, para que seamos santos y sin mancha delante de él” (ver también Ef. 5:25–27). Hebreos 12:14 recuerda que sin santidad nadie verá a Dios. Los cristianos son llamados a la santificación en muchos pasajes como 1 Pedro 1:15, 16; Colosenses 3; Romanos 12; 1 Corintios 3; 2 Corintios 7:1; Santiago 2:14–26; Romanos 6:1–11; 1 Juan 2:3–6; 3:4–10; Filipenses 3:12 y Efesios 4:11–13. También se menciona la obra santificadora del Espíritu Santo en 1 Pedro 1:1, 2 y 1 Corintios 6:11.

Es claro ver en la Biblia que Dios considera la santidad como algo fundamental en la vida de aquellos que ha llamado a ser sus seguidores. La santificación es una de las enseñanzas más importantes de las Escrituras. La santidad glorifica a Dios y es una característica vital en la esencia misional e integral de la Iglesia.

Los modelos que se describen toman la santidad con mucha seriedad. Todos creen en tomar del poder del Espíritu Santo para lograr progresos en su santidad. Sin embargo, difieren en algunos puntos importantes al describir cómo llegar a tener madurez cristiana. En esta sección del ensayo se describen muy brevemente estos diferentes modelos para que el estudiante del tema se dé cuenta de su existencia y sea motivado a estudiar más a fondo las particularidades de cada tradición eclesiástica.

  1. Modelo Reformado
El modelo Reformado toma su nombre de la Gran Reforma Protestante del siglo XVI desde la teología de Juan Calvino. Este modelo define el pecado en dos categorías: pecado como la condición del hombre en un mundo caído y pecado como aquellos actos que se cometen debido a esa condición. Anthony Hoekema los distingue llamándolos el estado de corrupción y los productos de corrupción. Todo proceso de santificación del cristiano para contrarrestar el pecado comienza con la justificación del pecador por gracia y mediante la fe. Un cristiano ha sido justificado ante Dios por medio del sacrificio redentor de Cristo en la cruz y obtiene nueva vida en su resurrección. La muerte y resurrección del Señor quitan la penalidad del pecado y su justicia es otorgada como regalo divino. Dios declara justo al ser humano en Cristo.

Además de ser justificado, el cristiano también es santificado. Dios lo hace santo en Él. Es santo en los méritos de Jesús y no por su propio esfuerzo. Tiene una nueva identidad ahora que está en unión con Cristo: está separado de la atadura del pecado y ha sido transferido al Reino del Hijo (Col. 1:13).

La santificación, según Ferguson, teólogo reformado, “es el ocuparse de lo que significa ser una nueva criatura en Cristo” (Alexander, Christian Spirituality: Five Views of Sanctification, p. 60). Hoekema la define como “el trabajo de Dios por el cual nos hace santos … esa operación de gracia del Espíritu Santo, que incluye nuestra participación responsable, por la cual nos libera, como pecadores justificados, de la polución del pecado, y renueva nuestra naturaleza de acuerdo a la imagen de Dios y nos capacita para vivir de manera agradable a Él” (Gundry, Five Views of Sanctification, p. 61). La santificación, por lo tanto, tiene dos aspectos que se deben considerar: la santificación posicional y la santificación progresiva.

La santificación posicional (también llamada santificación definitiva) es el regalo de Dios, quien mediante su gracia declara al cristiano santo (ver 1 Co. 1:2; 6:11; He. 10:10; 2 Co. 5:17; Hch. 20:32; 26:18; Ro. 6). Para todos los que han aceptado la gracia de Dios se ha quebrado el poder de la esclavitud del pecado y poseen una unión definitiva con Cristo. Esto ocurrió objetivamente en el acto redentor de Cristo, pero subjetivamente cuando se lo acepta como Señor y Salvador mediante la fe. Todo don de Dios se convierte también en tarea. La santificación progresiva (también llamada santificación incremental) es aquel proceso de vida en el cual se desarrolla la fe con temor y temblor (1 Ts. 4:3; 5:23; 2 Ti. 2:21). 1 Corintios 1:2 y 6:11 se usan como textos clave que explican que aquellos que han sido santificados en Cristo Jesús deben continuar haciendo de esa santificación una realidad. 1 Reyes 8:46, Salmos 19:12 y Proverbios 20:9 dan otros ejemplos bíblicos de que el pecado sigue presente en la vida del cristiano y por lo tanto, la santificación progresiva sigue siendo necesaria.

Para resumir, el proceso de santificación está arraigado en la justificación, pero incluye un proceso de convertirse cada día más como Cristo, en el poder del Espíritu Santo, teniendo victoria sobre el pecado y viviendo vidas agradables a Dios. Por lo tanto, es una verdad histórica y escatológica que el cristiano ya es santo por medio de Cristo. Pero también es una responsabilidad en el presente convertir esa verdad en una realidad concreta en la vida diaria.

La relación entre lo que hace Dios y lo que hace el cristiano se puede mostrar con la ilustración de la niña que quiere ayudar al papá a cargar su maletín. Primero prueba con una mano y no puede, luego con la otra y no llega muy lejos. Finalmente lleva el maletín con ambas manos y le pide al papá que la levante y la lleve hasta la casa. Cada uno está haciendo algo, pero realmente es el papá quien lleva el peso. De la misma manera, el cristiano participa pero Dios lleva el peso por la obra de Cristo. Otros lo ilustran diciendo que Cristo ya hizo el depósito en el banco (justificación y santificación posicional) pero el cristiano tiene que ir al banco y canjear esos recursos (santificación progresiva).
“… ustedes antes eran oscuridad, pero ahora son luz en el Señor. Vivan como hijos de luz …” (Ef. 5:8). El indicativo que dice que el cristiano ya es luz se convierte en un imperativo: “Vivan como hijos de luz”. La salvación comienza con la realidad de la justificación por la fe. Se entiende por justificación lo siguiente:

  “Por un lado, significa perdón, remisión y la no imputación de todos los pecados, reconciliación con Dios y el fin de su enemistad e ira (Hch. 13:39; Ro. 4:6s.; 2 Co. 5:19; Ro. 5:9ss.). Por el otro lado, significa que se le otorga de gracia al hombre el estado de un hombre justo y el título a todas las bendiciones prometidas al justo: un concepto que Pablo amplía ligando la justificación con la adopción de los creyentes como hijos y herederos de Dios (Ro. 8:14ss.; Gá. 4:4ss.)” (Harrison, Everett, Ed. Diccionario de Teología. p. 306).

La justificación por la fe implica una santificación posicional que forma el ancla para una santificación progresiva. Este es un proceso que dura toda la vida. La justificación por la fe hace necesaria la santificación progresiva. La santificación posicional hace que la santificación progresiva sea posible. El cristiano es nueva criatura en el Señor pero sigue siendo perfeccionado en Él.


El énfasis del modelo Reformado radica en un empuje para el crecimiento constante en la madurez cristiana, sin ningún énfasis en una segunda bendición o algún otro paso especial posterior a la conversión. Asegura que se puede lograr crecimiento importante en la vida espiritual pero que la perfección sólo se logrará en la vida venidera.

Descansando en la seguridad de la santificación posicional, el verdadero cristiano hace un esfuerzo continuo por madurar en el Señor y experimentar lo que ya es una realidad en el sentido cósmico. Ferguson dice: “En lugar de ver al cristiano ante nada en el microcosmo de su propio progreso, la doctrina Reformada mira al creyente primeramente en el macrocosmo de la historia redentora de Dios” (Alexander, Christian Spirituality: Five Views of Sanctification, p. 59). La santificación es vivir vidas que sigan el patrón de Cristo. Es un proceso que dura toda la vida y que contrarresta los efectos de la caída del hombre. Busca restaurar la imagen de Dios en el ser humano, demostrar la unión con Cristo y desarrollar la mente de Cristo.

  2. Modelo Wesleyano
El modelo wesleyano toma su nombre de John Wesley y el movimiento Metodista de Inglaterra y Estados Unidos. Este modelo fue fuertemente influenciado por los movimientos pietistas y los de santidad en el siglo XVIII. Los wesleyanos hacían un llamado a la santidad para “convertir en realidad lo que ya es nuestro en Cristo por el nuevo nacimiento” (Alexander, Christian Spirituality: Five Views of Sanctification, p. 96). Se caracteriza por el anhelo de crecer en gracia en una fe ética que enfatice la relación con Dios por encima de las definiciones doctrinales o la verdad proposicional.

La marca más destacada de este modelo, y también la más controversial es la creencia en que uno puede alcanzar en esta vida lo que Wesley llamaba la “perfección cristiana”, conocida también como la “entera santificación”. El proceso de santificación comienza en el momento de la conversión y la regeneración, pero existe un momento crítico en la vida del cristiano donde se logra una experiencia de amor perfecto por Dios y un sometimiento total a su Palabra y su voluntad. Esto se considera posible sólo por medio de la gracia divina y el poder del Espíritu Santo obrando en la vida del cristiano. Se toma cuidado en distinguir entre la perfección cristiana y la perfección absoluta (también llamada perfección adánica).

Esta distinción tiene que ver con la definición de santidad propuesta por el modelo wesleyano según la cual se puede obedecer voluntariamente a Dios en el aspecto ético de la santificación. Se reconoce que uno hará algún pecado involuntario o cometerá un error sin saberlo y que no se puede alcanzar la perfección de tener la plenitud de Jesús o participar de la naturaleza divina en esta vida. Sin embargo, en esta vida se puede alcanzar el don del amor perfecto y eso es algo que debe ser buscado por todo discípulo serio de Jesús. Este logro se ha denominado “la segunda bendición” o la “segunda obra de gracia” y es la marca de tener unión con Cristo. Ocurre en un momento específico, generalmente acompañado de crisis, en la vida de una persona. El evento histórico de Pentecostés debe también personalizarse en la historia de uno para tener plenitud del Espíritu.

Fletcher, quien sistematizó la teología wesleyana, organizó este concepto en etapas de madurez espiritual así como hay etapas de crecimiento natural en la vida física.

La etapa de mayor madurez llega con este concepto de entera santificación. Wesley y Fletcher fusionaron ciertos principios de la Reforma en cuanto a la justificación por fe con algunos conceptos arminianos de la libertad humana. Dieter, teólogo wesleyano, escribe que “los cristianos nunca estarán libres de la posibilidad de cometer pecados voluntarios en esta vida. Sin embargo, sí pueden ser librados de la necesidad de cometer transgresiones voluntarias al vivir, momento a momento, en obediencia a la voluntad de Dios” (Gundry, Five Views of Sanctification, p. 14). Luego dice que es esta creencia en la posibilidad de llegar a tener una relación de perfecto amor con Dios lo que “marca la línea divisoria de compromiso para aquellos que desean ser wesleyanos” (p. 21). En el modelo wesleyano, aún después de llegar a la entera santificación se puede seguir creciendo y ser todavía más como Cristo.

Los wesleyanos encuentran su apoyo bíblico para este modelo en el Antiguo y el Nuevo Testamento, pero principalmente en las epístolas paulinas. El concepto de la entera santificación se fundamenta en pasajes como 1 Tesalonicenses 5:23: “Que Dios mismo, el Dios de paz, los santifique por completo, y conserve todo su ser –espíritu, alma y cuerpo– irreprochable para la venida de nuestro Señor Jesucristo. El que los llama es fiel, y así lo hará”. Génesis 17:1 dice: “… vive en mi presencia y sé intachable”.

Los wesleyanos señalan más que nada la intención del corazón y la condición de la relación con Dios. También ven apoyo para esta doctrina de la posibilidad de perfección en esta vida en pasajes como Efesios 4:13: “De este modo, todos llegaremos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a una humanidad perfecta que se conforme a la plena estatura de Cristo”. Colosenses 1:28 anima a enseñar “… a todos los seres humanos, para presentarlos a todos perfectos en él”. Juan 8:34–36 advierte: “Ciertamente les aseguro que todo el que peca es esclavo del pecado (…) si el Hijo los libera, serán ustedes verdaderamente libres”. Estos y muchos otros pasajes, como Romanos 8; 1 Tesalonicenses 5:23 y 1 Juan 3:7–9 son usados con frecuencia en la literatura wesleyana.

La experiencia de crisis de la cual nace el perfeccionamiento es considerada una segunda bendición que generalmente ocurre un tiempo después de la conversión. Esta experiencia subsecuente no sólo quita el poder del pecado sino la raíz también, es decir, la naturaleza pecaminosa es extraída y el cristiano ya no peca.

En la práctica esta tradición ha enfatizado una devoción tremenda a Dios que resulta apasionada y ferviente. Sin embargo, también ha sido causa de frustración para los que expresan no haber logrado la perfección en esta vida.

  3. Modelo Pentecostal
En esta presentación se tiene en cuenta que las iglesias del Movimiento Pentecostal no tienen un modelo unitario; las denominaciones mantienen incluso doctrinas diferentes. Especialmente las iglesias independientes.

El modelo que se presenta corresponde a iglesias pentecostales tradicionales.

Stanley Horton cita a Myer Pearlman y da la siguiente definición de santificación:
  • “(1) Separación del pecado y del mundo y 
  • (2) dedicación o consagración a la comunión con Dios y a su servicio a través de Cristo. 
 El significado principal de la santidad es la separación para el servicio, pero incluye la idea de purificación”. La perspectiva pentecostal de la santificación es parecida en muchos aspectos a aquellas ya mencionadas y sus variantes son históricamente mucho más recientes. Lo que distingue a este modelo de los demás es el énfasis en el bautismo del Espíritu Santo. Esta expectativa en el desarrollo de la vida del cristiano se fomenta mayormente después de las experiencias en la misión de la Calle Azusa.
Debido a la influencia wesleyana (descrita anteriormente en este ensayo) sobre los movimientos de la santidad, los grupos iniciales del pentecostalismo enseñaban que Dios haría una segunda obra de gracia en la persona para limpiarlos de una manera que no había ocurrido en el momento de la conversión y que por lo tanto, era necesario. Posteriormente la persona se abría a la posibilidad de ser llenada con el Espíritu Santo. Horton dice que “los pentecostales enseñaban la santificación como una segunda obra de gracia posterior a la conversión, instruyendo que el bautismo del Espíritu Santo representa una tercera experiencia” (Gundry, Five Views of Sanctification, p. 107).

El proceso se vería así:
Conversión  Experiencia de santificación (crisis)  Llenura del Espíritu Santo

Spittler indica: “Lo que marcó la diferencia entre los Pentecostales y los movimientos de santidad era que los primeros aceptaban el don de lenguas como una marca legítima, y aún necesaria de la experiencia cristiana” (Alexander, Christian Spirituality: Five Views of Sanctification, p. 135). Hubo un cambio radical en el pentecostalismo con las enseñanzas de William Durham.

Los pentecostales de los movimientos de santidad creían en la necesidad de la experiencia de santificación como prerrequisito para el bautismo del Espíritu Santo. La influencia wesleyana era notable. Los seguidores de Durham, sin embargo, llegaron al pentecostalismo de círculos reformados y bautistas y ponían más énfasis en la santificación posicional y la obra de Cristo completada en el calvario e insistían en que la santidad era un proceso de toda la vida y no una bendición subsecuente a la conversión.

Para ellos la conversión era el único requisito para experimentar el bautismo del Espíritu Santo, que es un evento posterior para abundar en servicio a Dios. Enseña-ban que la obra de Cristo en la cruz era suficiente y que se abarataba esa obra al tener que buscar una segunda experiencia santificadora para lidiar con el pecado. Al convertirse una persona ya comienza a crecer y madurar en gracia. El proceso sólo tiene dos pasos y se vería así:

Conversión / Proceso de Santificación  Llenura del Espíritu Santo

Pearlman, un escritor de las Asambleas de Dios, argumenta que muchos que tal vez sientan que pasan en sus vidas por una segunda obra de gracia simplemente pueden estar despertando a la realidad de que ya han sido santificados posicionalmente en Cristo (Gundry, Five Views of Sanctification, p. 111). Lo que ambos grupos tienen en común es el requisito de hablar en lenguas al momento de recibir el bautismo del Espíritu Santo. Algunos insisten en que el don de lenguas continuará a lo largo de su vida. Para otros, hablar en lenguas es sólo una bendición inicial que no necesariamente perdurará en todos, a menos que tengan ese don específico.
Spittler define la persona espiritual como alguien que “está abierto a las cosas del Espíritu, completamente consagrado a Dios, bendecido con uno o dos dones espirituales más allá del don de lenguas (que se asume), tal vez el don de la sanidad, conocimiento, discernimiento o sabiduría” (Alexander, Christian Spirituality: Five Views of Sanctification, p. 140).

La experiencia personal es un valor del más alto grado en el peregrinaje espiritual pentecostal. Aquellas cosas que son sentidas o experimentadas personalmente por el creyente definen el proceso de santificación. La mayoría de los pentecostales están de acuerdo en que no se puede alcanzar la perfección en esta vida. Sin embargo, se debe perseguir la santidad como marca de ser discípulo serio de Jesús, ya que para esto fue otorgado el Espíritu Santo.

El libro de Hechos (especialmente 2:4) es crucial en la interpretación bíblica pentecostal para el argumento de que el bautismo del Espíritu Santo viene como evento posterior a la experiencia de conversión. El noveno punto de la Declaración Fundamental de Verdades de las Asambleas de Dios dice: “Las Escrituras enseñan una vida de santidad sin la cual ningún hombre verá a Dios. Por el poder del Espíritu Santo podemos obedecer el mandamiento ‘Sean santos, porque yo soy santo’. Santificación completa es la voluntad de Dios para todos los creyentes y deberá ser algo que perseguimos al caminar en obediencia a la Palabra de Dios” .

 Si bien esa santificación se persigue ahora, en el cielo queda perfeccionada. Luego cita los siguientes textos: Hebreos 12:14; 1 Pedro 1:15, 16; 1 Tesalonicenses 5:23, 24 y 1 Juan 2:6. Escritos pentecostales a menudo citan también Isaías 6; 1 Corintios 1:2; 6:11; 2 Pedro 3:18; Hechos 8:4; 19:1–7 y otros.

  4. Modelo Místico o Contemplativo

Aunque este modelo es más reconocido en la tradición católica, hoy en día se lo encuentra entre protestantes y evangélicos también. El nombre contemplativo y místico ya delata el hecho de que esta perspectiva sobre la espiritualidad lleva al discípulo a la vida interior como el espacio donde ocurre el proceso de crecimiento y madurez con Dios. Es a través de las disciplinas espirituales y la contemplación que se llega a estar más cercano a Dios.

 Glenn Hinson, considerado por algunos como contemplativo evangélico, describe un proceso de entrar en comunión secreta con Dios que lleva a abrirse a su presencia. Dice que en la tradición contemplativa “nuestra tarea es abrirnos a la gracia de Dios y sus energías” (Alexander, Christian Spirituality: Five Views of Sanctification, p. 174). El fin principal de la espiritualidad contemplativa es tener unión con Dios y pureza de corazón. Para llegar a esto Hinson prescribe que debemos “someternos, abandonar nuestro yo, rendirnos, humillarnos y darnos completamente a Dios” (Alexander, Christian Spirituality: Five Views of Sanctification, p. 177). Hinson admite que hay mucho en común con la perspectiva pentecostal en cuanto al énfasis en la experiencia personal.

Incluso reconoce que a veces hay más interés en la experiencia personal que en la precisión teológica (p. 168). La tradición mística, en este sentido, es más subjetiva y se enfoca en llegar a Dios a través de la contemplación y las disciplinas espirituales en lugar de enfatizar un Dios que se revela y llega al hombre.

Algunos autores místicos definen la contemplación como una forma de vivir donde el buscador de Dios se convierte en completamente auténtico al unirse con Él, al amarle perfectamente. Esto se hace renunciando al egoísmo y practicando las disciplinas espirituales que son obras de gracia en la vida de una persona. Egan describe en el libro An Anthology of Christian Mysticism cuatro pasos en la vida del creyente:

    •      Etapa de purgación: es lavado de amor propio y sensualidad
    •      Etapa de iluminación: descubre intimidad con Dios
    •      Etapa de muerte mística: pasa por la noche oscura del alma
    •      Etapa unitiva: se une a Dios siendo partícipe de su vida

Cuando llega a esta última etapa se enfoca momento a momento en Dios y en el servicio a otros en ministerio. La idea es que al amar a Dios perfectamente queda capacitado para servir a otros con poder transformador. En la etapa unitiva la “chispa de Dios” en el ser humano queda más encendida que en cualquier otra etapa. Egan escribe:

  “El místico genuino es purificado e iluminado y eventualmente unificado a un Dios personal. De esta unión de amor fluye un conocimiento amoroso, una sabiduría secreta que hace cortocircuito con la memoria y va más allá del intelecto y el conocimiento conceptual o abstracto. Aunque podemos cultivar una disposición a recibirlo, el esfuerzo humano no lo puede conseguir por sí solo, ya que es estrictamente un regalo de Dios” (Egan, p. xxiii).

El lenguaje en muchos de los escritos de los místicos es metafórico. Los pasajes de las Escrituras, desde hace siglos, se usan en la tradición contemplativa de forma altamente alegórica. Hacen uso frecuente del Cantar de los Cantares ya que enfatizan el amor que se describe en este libro como metáfora del amor entre Dios y el que lo busca. Otros pasajes utilizados son Salmos 19; 139; Mateo 5:3; Marcos 8:34; 1 Pedro 5:6; Hechos 17:28 y Filipenses 2:5.

  5. Modelo Keswick
Este modelo deriva su nombre de la Convención Keswick, una convención anual en Inglaterra que comenzó en el año 1875.

J. Robertson McQuilkin introduce el modelo de santificación llamado Keswick diciendo que “mucho de la controversia sobre la santificación o de cómo vivir una vida cristiana normal es por enfatizar lo que Dios hace a costa de lo que hace el ser humano o de enfatizar la responsabilidad humana por encima de la iniciativa divina. La perspectiva llamada Keswick provee una solución equilibrada y bíblica al problema de la experiencia cristiana subnormal”.

Esta perspectiva enseña que la mayoría de los cristianos, aún después de la conversión, se sienten derrotados por el pecado y no pueden superar ese desaliento. La única manera de salir adelante es renunciar al intento de agradar a Dios por las propias fuerzas y tomar la única alternativa: rendir la vida y convertirse en un canal para que Cristo sea el que viva en uno y lo lleve a la vida victoriosa.

El propósito de esta reunión es ayudar a los cristianos a fortalecer y profundizar su vida espiritual. El orden progresivo de la asamblea de cinco días es la siguiente:

    •      Lunes: Un enfoque en los efectos debilitantes del pecado en la vida del cristiano.
    •      Martes: Un enfoque en la provisión de Dios mediante la cruz para combatir el pecado.
    •      Miércoles: Un enfoque en la respuesta humana mediante la consagración al Señor.
    •      Jueves: Un enfoque en la vida guiada por el Espíritu Santo.
    •      Viernes: Un enfoque en el servicio al mundo en ministerio y misiones.

McQuilkin reconoce los otros modelos de santificación y ve que la perspectiva Keswick tiene mucho en común con ellos. Lo que distingue al modelo es que enseña que, aunque no se puede alcanzar la perfección en esta vida, sí se puede tener éxito en resistir consistentemente la tentación de violar en forma deliberada la voluntad de Dios. La clave está en intercambiar la vida de uno por la vida de Cristo. Uno de sus principales representantes, el Mayor Ian Thomas describe la vida del cristiano como la de un guante que permite que la mano de Dios entre a trabajar en él. El guante no tiene vida propia; sólo se mueve cuando la mano está dentro. El creyente ha muerto a su propia vida y ahora Cristo vive en él. Intercambia su vida por la de Cristo. Por ello esta perspectiva también se conoce como la teoría del intercambio. Se cambia la resistencia por la obediencia. Se cambia la naturaleza pecaminosa por su naturaleza de santidad. El cristiano debe rendir y ceder su vida más que hacer un esfuerzo de voluntad en el proceso de santificación.

Algunos han visto problemático esto último ya que aunque Cristo vive en el cristiano que está muerto al pecado, Dios sigue queriendo que crezca, pero no es Cristo el que necesita crecer. Gálatas 2:20 dice “… ya no vivo yo sino que Cristo vive en mí” pero sigue siendo el cristiano quien necesita crecer en madurez y gracia, y no el Señor. Es cuestión de tener una antropología teocéntrica.

Los estudiantes de la historia de este modelo notan que ha habido influencias tanto calvinistas como wesleyanas en las conferencias de Keswick. La enseñanza general es que aunque la antigua naturaleza con su carnalidad permanecen en el cristiano, este puede ser victorioso contra el pecado debido a la presencia y el poder del Espíritu Santo. McQuilkin propone tres etapas en el proceso de santificación:
  • Santificación posicional: La persona es perdonada, justificada y regenerada por Dios. Queda separada del pecado y consagrada a Dios.
  • Santificación vivencial: La persona ahora puede perfeccionar la medida de santidad que tenga.
  •  Santificación permanente: Esta etapa, también llamada glorificación es la transformación total a la imagen de Cristo.
En este modelo la segunda etapa es la que se trabaja para incrementar la semejanza a Cristo, unión con Dios, y separación del pecado en esta vida. Las causas de una experiencia cristiana subnormal son la falta de fe, la ignorancia, la desobediencia y la falta de confianza.

El cristiano auténtico se rendirá a la voluntad de Dios para su vida y será guiado por el Espíritu Santo. Intercambiará su vida por la de Cristo. Ya no es la persona misma quien está creciendo sino que sólo se rinde y permite que sea Cristo quien viva en su interior. La oración, la Biblia, la iglesia y el sufrimiento son considerados medios de gracia para el creyente.

Romanos capítulo 6 es clave para entender este modelo ya que describe la nueva creación en Cristo y cómo el cristiano está muerto al pecado y vivo en Cristo. Allí Pablo llama al creyente a alejarse del pecado y explica la gracia de Dios y cómo el cristiano ahora es un esclavo de justicia. Este modelo enfatiza pasajes como Filipenses 1:6; Juan 10:28, 29 y Romanos 8:31–39.

  Conclusión

No todos estos modelos tienen la misma validez. El estudiante tendrá que evaluar su propia perspectiva frente a la Palabra de Dios, guiado por el Espíritu Santo y aconsejado por la comunidad cristiana. Podría ser saludable discutir los méritos de cada tradición eclesiástica y aún mostrar porqué aquellas que uno no comparte, fallan en su interpretación bíblica. Se puede citar como ejemplo la orientación netamente individual que tiene el modelo místico, en contraste con lo que para las Escrituras significa la santificación: “La voluntad de Dios es que sean santificados; que se aparten de la inmoralidad sexual (…) y que nadie perjudique a su hermano ni se aproveche de él en este asunto” (1 Ts. 4:3, 6), es decir, la santificación del cristiano se vive y se comprueba en relación con el prójimo, no en una última etapa de santificación sino desde su conversión.

Podría ser saludable conversar con cada tradición, pero llegar a odiar, como algunos lo hacen, a los que sostienen una postura diferente en este asunto particular, anula la misma concepción de santidad que se está tratando de defender. El gran predicador J.C. Ryle escribió en 1879: “Demasiadas veces hemos estado satisfechos con celo por la ortodoxia y hemos sido negligentes a las realidades sobrias de la práctica de nuestra santidad” .

Continúa: “La verdadera santidad, debemos recordar, no consiste meramente en sensaciones e impresiones internas. Es mucho más que lágrimas y llantos, que el entusiasmo corporal, que un pulso apurado y un sentimiento apasionado por nuestros predicadores favoritos o nuestro propio partido religioso, y una disposición a combatir con todos los que no estén de acuerdo con nosotros. Tiene más que ver con la imagen de Dios que otros pueden ver y observar en nuestras vidas privadas, en nuestros hábitos, nuestro carácter y nuestros hechos (Ro. 8:29)” (p. 96).

Una cosa es segura: Dios quiere que sus hijos maduren en la relación con Él. Los ha separado del pecado con la intención de unirlos a Cristo y también con un propósito misional. En el calvario han sido justificados por fe y tienen la salvación como regalo de Dios. La gracia de Dios ha sido derramada y han sido llamados a caminar con Cristo en un proceso de santificación y madurez cristiana que durará toda la vida.

Un veterano en el ejército de Dios dijo: “En el cielo apareceremos, no en armadura, sino en vestimentas de gloria. Pero aquí nuestras armas de guerra hay que llevarlas puestas de día y de noche. Con ellas debemos caminar, trabajar, y dormir … si no, no somos verdaderos soldados de Cristo” .

 La santidad es un llamado al discipulado y aunque la salvación es por gracia, el seguidor de Cristo debe estar dispuesto a entregar toda su vida. “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día, y sígame” (Lc. 9:23). ¡No hay corona sin cruz!

Nos damos cuenta...¿A quiénes va nuestra predicación?

Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6


 
 
Tipo de Archivo: PDF | Tamaño: MBytes | Idioma: Spanish | Categoría: Capacitación Ministerial

En la época renacentista, se iniciaron tres corrientes en el pensamiento occidental: El catolicismo romano, que acepta como fuente de autoridad la tradición de la Iglesia; el humanismo, cuya fuente de autoridad es la razón; y el protestantismo, que reconoce únicamente la autoridad de las Sagradas Escrituras.

Latinoamérica ingresa al mundo occidental con la conquista, que fue orientada por el catolicismo romano. La cruz y la espada señorearon durante siglos en nuestras tierras.

La evangelización en la Conquista
El tema de la Conquista se relaciona siempre con la evangelización, por lo que conviene aclarar qué significa evangelizar.

Si por «evangelización» entendemos el anoticiamiento de que existe una religión llamada «cristiana», basada en sacramentos, que debe ser aceptada compulsivamente, entonces Latinoamérica ha sido evangelizada.

Pero si por «evangelización» entendemos lo que enseña la Biblia, esto es, la proclamación del evangelio, para que libremente los hombres se arrepientan de sus pecados y acepten a Jesucristo como su único Salvador y Señor, cambiando su forma de vivir de manera espontánea, entonces América Latina no ha sido evangelizada.

La protesta de los teólogos ante la barbarie desplegada por los colonizadores, que sometían a esclavitud a los aborígenes, hizo que en el siglo XVI fuera prohibida la esclavitud de indígenas, por lo menos en lo formal.

Eduardo Galeano, en Las venas abiertas de América Latina, dice: «En realidad, no fue prohibida, sino bendita: antes de cada entrada militar, los capitanes conquistadores debían leer a los indios, sin intérprete pero ante escribano público, un extenso y retórico “requerimiento” que los exhortaba a convertirse a la santa fe católica: “Si no lo hiciereis, o en ello dilación maliciosa pusiereis, certifícoos que con la ayuda de Dios, yo entraré poderosamente contra vosotros y os haré por todas las partes y maneras que yo pudiere, y os sujetaré al yugo y obediencia de la Iglesia y de su Majestad y tomaré vuestras mujeres e hijos y los haré esclavos, y como tales los venderé, y dispondré de ellos como su Majestad mandare, y os tomaré vuestros bienes y os haré todos los males y daños que pudiere…”»
La religión retórica y sacramentalista de los conquistadores, fue así impuesta a nuestros pueblos, que se vengaron introduciendo en los ritos y ceremonias elementos de su cultura pagana, produciendo un sincretismo religioso totalmente alejado del cristianismo bíblico.

Los «Tribunales de la Inquisición», trasladados a América, impedían la llegada de las ideas humanistas y protestantes, prohibiendo y castigando la posesión de los libros producidos por estas corrientes. Juntamente con todos los escritos «herejes», se incluía las traducciones de la Biblia al lenguaje común, cuya entrada estaba prohibida.

Los barcos que atracaban en los puertos coloniales eran minuciosamente revisados por los inquisidores, que mostraban especial celo en impedir la llegada de ideas contrarias a sus intereses. El cardenal Hosius escribía en 1570: «Dar la Biblia a los legos es echar perlas delante de los cerdos. Las tradiciones bíblicas han hecho muchísimo daño; yo no quiero ninguna. La Biblia pertenece a la iglesia romana; fuera de ella no tiene más valor que las fábulas de Esopo».

El celo de la iglesia católica por evitar que la Biblia llegara al pueblo se mantuvo hasta muy avanzado el siglo XX.

América Latina está hoy superpoblada de iglesias, cristos, ritos y fiestas que la muestran como profundamente religiosa y cristiana. Sin embargo, esto no resiste el análisis: América Latina es un continente supersticioso y pagano. Los «cristos» latinoamericanos no tienen ninguna relación con el Señor Jesucristo revelado en los Evangelios.

La profusión de sacramentos y la ausencia de enseñanza ética unida al autoritarismo que caracterizó a la Conquista, hicieron de nuestro continente un lugar espiritual y éticamente carenciado, proclive a aceptar cualquier tipo de sometimiento con doloroso fatalismo.

Latinoamérica comienza a despertar con los movimientos revolucionarios del siglo pasado, y en el presente, venciendo su letargo, incluida por las comunicaciones en la aldea global de occidente, se presenta como un campo propicio para que toda semilla arraigue y fructifique: el humanismo ateo, las ideas liberales, los movimientos renovadores del catolicismo, las doctrinas esotéricas y/o el Evangelio de Jesucristo. Latinoamérica tiene una asombrosa capacidad de absorción, por eso todas las ideologías tienen cabida en esas tierras. La ingenuidad propia de los pueblos jóvenes la hace susceptible a todas las influencias.

Esta receptividad produce optimismo en todas las ideologías. Repetidas veces hemos escuchado que en el futuro «Latinoamérica será marxista», o «será liberal» o «protestante». Pero solo puede afirmarse con certeza que Latinoamérica está cambiando aceleradamente.

El humanismo avanza incontenible sobre ella, el catolicismo romano sabe que los viejos métodos represivos son cada vez más ineficaces. ¿Qué debemos hacer los cristianos aquí y ahora?

La necesidad de un enfoque bibliocéntrico
La influencia del humanismo se hizo sentir en el pensamiento teológico de los últimos siglos. Hemos sido influenciados a manejar nuestra reflexión en sentido inverso a los cristianos del pasado.
La realidad latinoamericana es triste: pobreza, miseria, subalimentación, ignorancia, sincretismo religioso, superstición son parte muchas veces de un cuadro desolador. Esta realidad nos puede querer llevar a desear partir del análisis sociológico, geopolítico o antropológico para llegar luego a la Palabra de Dios, y usarla como herramienta para producir cambios sociales o políticos. Luego, piensan muchos, llegará el momento de la predicación del evangelio, porque ¿cómo predicar a quien no tiene pan, vivienda o justicia?

El planteo parece muy lógico, pero en el enfoque prima el análisis humano, se coloca a la Palabra de Dios como herramienta y se posterga la misión evangelizadora.

Muchas veces creemos que si el análisis no sigue esa línea de pensamiento, demostramos insensibilidad social y menosprecio por las necesidades básicas del prójimo.

Debemos admitir, sin embargo, que los cristianos estamos puestos bajo autoridad. El planteamiento, por lo tanto, no debe hacerse partiendo de la realidad hacia la Palabra de Dios, sino de la Palabra de Dios hacia la realidad. Tenemos que preguntarnos: ¿Qué nos ordena la Biblia? ¿Qué mensaje tiene la Biblia para el hombre contemporáneo?

Este enfoque bibliocéntrico no permitirá que olvidemos nuestras inquietudes sociales, pero enfatizará las prioridades de acción.

Recordemos que nuestros primeros padres, Adán y Eva, cayeron por un enfoque antropocéntrico de la realidad que desplazó la autoridad de Dios. El mayor peligro que afrontamos es postergar el teocentrismo para favorecer al humanismo antropocéntrico.

Tengamos presente el fracaso de Saúl. Jehová le mando: Ve, pues, y hiere a Amalec, y destruye todo lo que tiene, y no te apiades de él; mata a hombres, mujeres, niños y aun los de pecho, vacas, ovejas, camellos y asnos (1 Samuel 15:3). Saúl ejerció un perdón al que Dios no lo había autorizado, librando de la muerte a Agag y lo mejor del ganado amalecita. Su actitud humanitaria hubiera sido aplaudida por las Instituciones de Derechos Humanos, y tal vez galardonada con el Premio Nobel de la Paz. Fue una actitud «humanista», políticamente correcta, que lo mostraba como un vencedor benévolo. Pero fue condenado por Dios, su actitud no fue teocéntrica.

La gran victoria del cristianismo primitivo sobre el Imperio Romano se consumó porque aquella Iglesia era teocéntrica, pero la decadencia medieval fue consecuencia del antropocentrismo.
El enfoque teocéntrico es forzosamente bibliocéntrico, reconoce la autoridad absoluta de la Palabra de Dios, y actúa de acuerdo con lo que en ella está ordenado.

El mandato autoritativo
Jesucristo, el Señor resucitado de los muertos, en los cuarenta días que estuvo con sus discípulos, habló con ellos acerca del reino de Dios (Hechos 1:3). Fue en ese momento, habiendo consumado ya la obra de la redención con su triunfo sobre la muerte, que encomendó a sus discípulos la tarea evangelizadora.

Mateo recoge en su evangelio las palabras que sintetizan la misión de los suyos en el mundo: Por tanto id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles que guarden todas las cosas que yo os he mandado (Mateo 28:18–20).

Este mandato tiene vigencia actual, dentro de la expresión «todas las naciones» podemos colocar los nombres de cada uno de los países que componen nuestro continente. A ellos somos enviados para hacer discípulos, es decir, seguidores del Señor que conozcan sus demandas y las obedezcan.
En el Evangelio de Marcos se vuelve a señalar la responsabilidad de la tarea evangelizadora: Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura, el que creyere y fuere bautizado será salvo y el que no creyere será condenado (Marcos 16:15–16). Es notable la forma en que enfatiza la universalidad de la tarea y la inmensa responsabilidad que conlleva por sus resultados: Condenación o salvación.

Inmediatamente se refiere a señales milagrosas que «seguirán a los que creen» (Marcos 16:17), mostrando que estas no formaban parte de la predicación, sino que eran el accionar con que Dios acompañaría el ministerio.

El tema a predicar fue también parte del mandato: Así está escrito y así fue necesario que el Cristo padeciese, y resucitase de los muertos al tercer día y que se predicase en su nombre el arrepentimiento y el perdón de pecados en todas las naciones (Lucas 24:46–47). Nuevamente el alcance es universal, y el mensaje tiene dos elementos fundamentales: Arrepentimiento y perdón de pecados.

La realidad del pecado y la necesidad de arrepentimiento —para la filosofía moderna— es un mensaje desactualizado y ofensivo, apropiado para el hombre ingenuo del medioevo, pero totalmente fuera de lugar en el mundo moderno. Sin embargo, la predicación del pecado y el arrepentimiento, por impopular y ofensiva que parezca, es la única forma de cumplir el mandato autoritativo del Señor y de trasmitir el genuino mensaje del Evangelio. Es imposible atenuar las demandas, así lo entendieron los apóstoles cuando comenzaron la tarea evangelizadora.

La estrategia evangelizadora también fue claramente definida por el Señor: Me seréis testigos en Jerusalén, Judea, Samaria y hasta la último de la tierra (Hechos 1:8). Un progresivo avance hacia las fronteras más lejanas era el camino trazado para la proclamación del mensaje. Comenzaba en la cosmopolita ciudad de Jerusalén, se extendía a la provincia inmediata, Judea, y de allí saltaba la barrera cultural y racial hacia Samaria, para internarse a lo ignoto de lo último de la tierra.

La contextualización del mensaje

¿No deberá atenuarse el mandato en nuestro Tercer Mundo? ¿No debemos contextualizarlo ante la realidad de opresión, miseria e injusticia en la que viven nuestros pueblos? ¿No es necesario primero apuntar a las necesidades materiales y sociales?

Muchos contestarían afirmativamente a estos interrogantes, por lo que merecen nuestro análisis.
El Señor Jesucristo entregó su mensaje a un grupo de galileos (Hechos 1:11; 2:7), que, como tales, representaban lo más indigno dentro de su propio pueblo. Estos hombres no eran eruditos formados a los pies de los grandes rabinos, al contrario, eran humildes pescadores formados para la lucha por la supervivencia en un rudo trabajo.

Eran los representantes empobrecidos del «Tercer Mundo» de aquella época, estaban bajo el yugo imperialista de Roma y nada tenían que ver con la intelectualidad griega. Seguramente veían a Roma y Grecia como hoy, desde el Tercer Mundo miramos al mundo desarrollado. Tenían los mismos problemas que nos aquejan hoy: gobiernos colaboracionistas como el de Herodes, traidores a la causa nacional como los publicanos, focos de violencia revolucionaria como los cananitas, e insoportables cargas impositivas que sostenían la disipación y el lujo del imperio.

Dentro de este contexto tan similar al nuestro, fue dado el mandato autoritativo del Señor: Predicar el Evangelio a toda criatura, a todas las naciones, hasta lo último de la tierra.

¿Constituía eso insensibilidad frente a los problemas sociales que vivían? ¿Tenía Jesucristo una visión miope? ¿Les enseñaba el «trasmundismo» para atenuar los sufrimientos de su realidad? De ninguna manera. En menos de 300 años la influencia de los cristianos había cambiado la faz del imperio, el cual se derrumbó con los cimientos socavados por la nueva fe.

El problema del hombre está en su corazón, nada podemos hacer modificando las estructuras si no cambia su corazón.

  John R. W. Stott dice, refiriéndose a la evangelización:
  «Los cristianos tendrían que sentir compasión y un agudo dolor de conciencia frente a la opresión de otros seres humanos, o cuando se los descuida en cualquier sentido, sea que se les niegue libertades civiles, respeto racial, educación, atención médica, ocupación, alimentación adecuada, vestido o vivienda. Todo lo que tienda a menoscabar la dignidad humana tiene que resultarnos ofensivo. Pero, ¿existe algo más destructivo de la dignidad humana que la alienación de Dios como consecuencia de la ignorancia o el rechazo del evangelio? ¿Cómo podemos, además, sostener con seriedad que la liberación política y económica sean igualmente importantes que la salvación eterna?»

Observemos al apóstol Pablo cuando escribe con solemne énfasis acerca de su preocupación por sus compatriotas, los judíos: Verdad digo en Cristo, no miento, y mi conciencia me da testimonio en el Espíritu Santo, que tengo gran tristeza y continuo dolor en mi corazón. Porque deseara yo mismo ser anatema, separado de Cristo, por amor a mis hermanos, los que son mis parientes según la carne (Romanos 9:1–3). ¿Cuál era la causa de su angustia? ¿El que habían perdido la independencia nacional y se encontraban bajo la bota colonialista de Roma? ¿El que a menudo eran despreciados y odiados por los gentiles, boicoteados socialmente, discriminados y privados de igualdad de oportunidad? De ninguna manera. Hermanos, ciertamente el anhelo de mi corazón y mi oración a Dios por Israel, es para salvación (Romanos 10:1). Y el contexto aclara, sin dejar dudas, que la «salvación» que Pablo deseaba para ellos era su aceptación ante Dios (vv. 2–4).

La sensibilidad social de los cristianos
Los cristianos nunca han sido insensibles a las necesidades del prójimo. El primer dispensario gratuito de occidente, el primer asilo para ciegos, el primer hospital, fueron obra de cristianos. La condición del niño, la mujer y los ancianos, denigrada en el paganismo, fue jerarquizada por los cristianos.

Hoy mismo, todo nuestro continente está poblado de orfanatos, hogares de ancianos, centros de salud, organizaciones de recuperación de alcohólicos y drogadictos, asistencia al necesitado, obra entre los presos, etc., dirigidos por cristianos que muestran su coherencia con la misericordia manifestada por su Maestro.

Pero sería hacer un flaco favor a la sociedad, que los cristianos quisieran asumir las responsabilidades que han tomado o les han sido encomendadas a los gobernantes, a quienes se debe reclamar honestidad, fidelidad y eficiencia.

Tengamos en cuenta que la tarea evangelizadora es prioritaria, nadie puede cumplirla fuera de nosotros, mientras que las tareas sociales pueden ser instrumentadas aun por los incrédulos.
El Señor Jesucristo multiplicó los panes y los peces, dando de comer a la multitud, echó a los mercaderes que comerciaban en el templo con la fe de su prójimo, pero fue a la cruz. Esta era la razón de su venida a la tierra. Porque el problema humano no se soluciona con la distribución de las riquezas, el implantamiento de la justicia social o la violencia purificadora, sino con la redención.

CONCLUSIÓN
Nuestra generación, como todas las demás, necesita confrontarse con la realidad de su pecado y la necesidad del arrepentimiento así como con la fe en Jesucristo como único y suficiente Salvador. Este es el mandato que hemos recibido del Señor, y que debemos cumplir con máximo celo. Una tarea de esas dimensiones no está exenta de peligros. La búsqueda de «éxito» o «impacto masivo», puede desviarnos —si no somos cautelosos—, de las metas propuestas. Recordemos que no somos llamados a ser exitosos sino fieles.

La autoridad suprema de la Palabra de Dios debe ser la base de nuestra predicación al incrédulo y nuestra constante enseñanza al creyente. No privilegiemos la experiencia personal por encima de la Palabra de Dios.

Una corriente peligrosa de experiencialismo ha invadido las filas cristianas. La experiencia forma parte de la condición humana, sirve como testimonio subjetivo, pero es peligrosa si quiere erigirse en verdad absoluta. Corremos el riesgo de formar una nueva corriente de pensamiento, cuya fuente de autoridad ya no esté en la Palabra de Dios, sino en la experiencia personal.

El mundo al que predicamos muestra síntomas inequívocos del fracaso racionalista. Sus utopías se derrumban, y la huida desesperada hacia la irracionalidad del ocultismo y el voluntarismo, muestran la ineficacia de las doctrinas elegidas.

En medio de este nuevo caos el Espíritu Santo se mueve sobre nuestro continente. Escuchemos al Señor: Alzad vuestros ojos y mirad los campos, porque ya están blancos para la siega (Juan 4:35). El vasto campo del mundo nos espera. Y Él está con nosotros «todos los días, hasta el fin del mundo».


https://story.ad/site/file_download/smartpublicity1467919561neTNIrOs.html