Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6
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Todas las personas que llegan a este mundo han tenido que batallar de una forma u otra para descubrir su identidad. Actualmente, los estudios psiquiátricos han acuñado un nuevo término de diagnóstico: “la crisis de identidad”. Todos hemos tenido que luchar con nuestras imágenes contradictorias. Muchas personas se pasan la vida tratando de ganarse la aceptación y atención de los demás, pensando que están edificando una indestructible fortaleza de valor personal. Pero fallan al ir poniendo los ladrillos y sus expectativas fracasan. En el proceso, hacen a un lado la verdadera perspectiva que Dios tiene de ellas porque ignoran el inmenso valor que tienen para él. Los pasos para entender estas verdades están dispersos a lo largo de las Escrituras. Para descubrirlos, primero debemos saber lo que significa la palabra IDENTIDAD.
¿Alguna vez se ha preguntado “quién soy”? “¿A dónde voy?” ¿Cree que carece de propósito o que tiene poco valor? Es importante que tenga una respuesta verdadera a estas cuestiones para que pueda experimentar lo que es tener significado y propósito en la vida.
Es vital entender que nuestra IDENTIDAD determina nuestro valor y destino. En un sentido muy práctico, si yo entrase a un banco, me dirigiera al cajero y le dijera: “¿Me puede dar 100 dólares?”
El cajero me pediría mi nombre y el número de mi cuenta. Si no le doy esa información y sigo solicitando dinero, lo único que recibiré serán las instrucciones para salir del banco. Pero si tengo recursos económicos, sin importar de dónde provienen, cuando doy al cajero mi nombre y número de cuenta, prontamente recibo los fondos. Mi identidad definitivamente determina mi valor y mi capacidad de retirar de mis reservas monetarias.
“¿A dónde voy?” ¿Cómo responde usted a esta pregunta? Hace poco tuve que volar de Atlanta a Dallas. Llegué con suficiente tiempo antes de abordar. Llamé a mi madre utilizando ese tiempo extra, que según yo, todavía tenía. Cuando quise subir al avión, me dijeron que ya estaban asignando los lugares sobrantes a las personas que estaban en lista de espera y que debía dirigirme al agente principal para aclarar mi situación. ¡Existía la posibilidad de que hubieran dado mi asiento a otra persona! Mi corazón latía apresuradamente. Me acerqué al agente y le extendí mi boleto. ¿Me permitiría regresar a casa? Pasó lo que me pareció una eternidad silenciosa mientras el empleado revisaba su lista oficial de pasajeros. Llegó hasta mi nombre y dijo: “Sí, usted está en este vuelo; puede abordar el avión”. Es evidente que mi identidad estaba ligada directamente al destino de ese avión.
Por eso es muy importante conocer cuál es nuestra identidad en términos de nuestro valor real y nuestro destino eterno. Existen dos “identidades” o “familias” diferentes a las que pertenecen todos los seres humanos. Los que están en Adán y los que están en Cristo: “Porque por cuanto la muerte entró por un hombre, también por un hombre la resurrección de los muertos. Porque así como en Adán todos mueren, también en Cristo todos serán vivificados” (1 Corintios 15:21–22). La pregunta es: ¿A cuál de esas dos familias pertenece usted?
Su identidad personal con una de esas familias determinará sus características y herencia.
Nuestras características físicas están determinadas por nuestra familia. Cuando inicié mis estudios en la universidad, mi compañera de cuarto era Josephine Eng de Hong Kong. Ella tenía el pelo negro y liso, ojos cafés, facciones planas y baja estatura. Yo tenía cabello rubio rizado, ojos verdes, tez blanca, facciones angulares y estatura alta. Por mucho que yo apreciara a Josephine, nunca llegaría a poseer sus características. En otras palabras, no podía tener las características de los Eng a menos que hubiera nacido dentro de esa familia. De la misma manera, cuando nacemos en la familia “de Adán”, heredamos las características de su línea familiar.
En el huerto de Edén, Adán decidió desobedecer a Dios. Por eso, él y todos sus descendientes se identifican con el pecado. Esa inclinación a la independencia de Dios es la naturaleza básica que todos hemos heredado. Salmos 51:5 dice: “He aquí, en maldad he sido formado, y en pecado me concibió mi madre”. En consecuencia, nuestra inclinación natural es al pecado, porque nacimos de la familia de Adán.
No obstante, Dios nos da la posibilidad de cambiar de familia, y también nos capacita para tener una nueva identidad… es decir, ¡una nueva naturaleza! Podemos ser adoptados en la familia de Cristo y convertirnos en “hijos de Dios”. Al hacerlo, perdemos nuestra identidad en Adán y recibimos una nueva identidad en Cristo. Llegamos a tener características distintas: “De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas” (2 Corintios 5:17). Nuestra antigua “naturaleza pecadora” se transforma en una nueva naturaleza divina.
Una consecuencia de esta nueva identidad es que obtenemos un nuevo valor, el cual se basa en los abundantes recursos que Dios ha depositado en nuestra cuenta personal. Una segunda consecuencia es que tenemos un nuevo destino en la eternidad en el cual viviremos para siempre seguros en la presencia de Dios.
Amado amigo, ¡el anhelo de Dios es que usted reciba todo lo que él le ofrece! La baja auto estima puede ser remplazada por el valor santo que posee cuando está en Cristo. Pero para que pueda tener las características de Cristo, primero debe cambiar de familia. ¿Ha realizado ese cambio en su vida? Si no es así, con la autoridad que le da la palabra de Dios puede convertirse en hijo de Dios. Juan 1:12 dice: “Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios”.
Si desea tener esa nueva relación con Dios a través de Jesucristo, haga la siguiente oración:
Señor: Acepto que muchas veces he tomado malas decisiones. Sé que he pecado y te pido que me perdones todos mis pecados. Ahora quiero ser tu hijo. Te pido que Jesucristo venga a mi vida para salvarme y para que sea mi Señor. Rindo completamente mi voluntad a la tuya. Y te agradezco cualquier cosa que quieras hacer en mi vida. Lo pido en el nombre de Jesús. Amén.
En completa humildad, puede dar gracias a Dios porque él ha deseado en lo profundo de su corazón traerlo a una nueva familia, a la de él.
¡Qué extraordinario! Cada hijo de Dios ¡tiene un nuevo valor, un nuevo destino, y una nueva identidad!
Tipo de Archivo: PDF | Tamaño: MBytes | Idioma: Spanish | Categoría: Capacitación Ministerial
Todas las personas que llegan a este mundo han tenido que batallar de una forma u otra para descubrir su identidad. Actualmente, los estudios psiquiátricos han acuñado un nuevo término de diagnóstico: “la crisis de identidad”. Todos hemos tenido que luchar con nuestras imágenes contradictorias. Muchas personas se pasan la vida tratando de ganarse la aceptación y atención de los demás, pensando que están edificando una indestructible fortaleza de valor personal. Pero fallan al ir poniendo los ladrillos y sus expectativas fracasan. En el proceso, hacen a un lado la verdadera perspectiva que Dios tiene de ellas porque ignoran el inmenso valor que tienen para él. Los pasos para entender estas verdades están dispersos a lo largo de las Escrituras. Para descubrirlos, primero debemos saber lo que significa la palabra IDENTIDAD.
¿Alguna vez se ha preguntado “quién soy”? “¿A dónde voy?” ¿Cree que carece de propósito o que tiene poco valor? Es importante que tenga una respuesta verdadera a estas cuestiones para que pueda experimentar lo que es tener significado y propósito en la vida.
Es vital entender que nuestra IDENTIDAD determina nuestro valor y destino. En un sentido muy práctico, si yo entrase a un banco, me dirigiera al cajero y le dijera: “¿Me puede dar 100 dólares?”
El cajero me pediría mi nombre y el número de mi cuenta. Si no le doy esa información y sigo solicitando dinero, lo único que recibiré serán las instrucciones para salir del banco. Pero si tengo recursos económicos, sin importar de dónde provienen, cuando doy al cajero mi nombre y número de cuenta, prontamente recibo los fondos. Mi identidad definitivamente determina mi valor y mi capacidad de retirar de mis reservas monetarias.
“¿A dónde voy?” ¿Cómo responde usted a esta pregunta? Hace poco tuve que volar de Atlanta a Dallas. Llegué con suficiente tiempo antes de abordar. Llamé a mi madre utilizando ese tiempo extra, que según yo, todavía tenía. Cuando quise subir al avión, me dijeron que ya estaban asignando los lugares sobrantes a las personas que estaban en lista de espera y que debía dirigirme al agente principal para aclarar mi situación. ¡Existía la posibilidad de que hubieran dado mi asiento a otra persona! Mi corazón latía apresuradamente. Me acerqué al agente y le extendí mi boleto. ¿Me permitiría regresar a casa? Pasó lo que me pareció una eternidad silenciosa mientras el empleado revisaba su lista oficial de pasajeros. Llegó hasta mi nombre y dijo: “Sí, usted está en este vuelo; puede abordar el avión”. Es evidente que mi identidad estaba ligada directamente al destino de ese avión.
Por eso es muy importante conocer cuál es nuestra identidad en términos de nuestro valor real y nuestro destino eterno. Existen dos “identidades” o “familias” diferentes a las que pertenecen todos los seres humanos. Los que están en Adán y los que están en Cristo: “Porque por cuanto la muerte entró por un hombre, también por un hombre la resurrección de los muertos. Porque así como en Adán todos mueren, también en Cristo todos serán vivificados” (1 Corintios 15:21–22). La pregunta es: ¿A cuál de esas dos familias pertenece usted?
Su identidad personal con una de esas familias determinará sus características y herencia.
Nuestras características físicas están determinadas por nuestra familia. Cuando inicié mis estudios en la universidad, mi compañera de cuarto era Josephine Eng de Hong Kong. Ella tenía el pelo negro y liso, ojos cafés, facciones planas y baja estatura. Yo tenía cabello rubio rizado, ojos verdes, tez blanca, facciones angulares y estatura alta. Por mucho que yo apreciara a Josephine, nunca llegaría a poseer sus características. En otras palabras, no podía tener las características de los Eng a menos que hubiera nacido dentro de esa familia. De la misma manera, cuando nacemos en la familia “de Adán”, heredamos las características de su línea familiar.
En el huerto de Edén, Adán decidió desobedecer a Dios. Por eso, él y todos sus descendientes se identifican con el pecado. Esa inclinación a la independencia de Dios es la naturaleza básica que todos hemos heredado. Salmos 51:5 dice: “He aquí, en maldad he sido formado, y en pecado me concibió mi madre”. En consecuencia, nuestra inclinación natural es al pecado, porque nacimos de la familia de Adán.
No obstante, Dios nos da la posibilidad de cambiar de familia, y también nos capacita para tener una nueva identidad… es decir, ¡una nueva naturaleza! Podemos ser adoptados en la familia de Cristo y convertirnos en “hijos de Dios”. Al hacerlo, perdemos nuestra identidad en Adán y recibimos una nueva identidad en Cristo. Llegamos a tener características distintas: “De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas” (2 Corintios 5:17). Nuestra antigua “naturaleza pecadora” se transforma en una nueva naturaleza divina.
Una consecuencia de esta nueva identidad es que obtenemos un nuevo valor, el cual se basa en los abundantes recursos que Dios ha depositado en nuestra cuenta personal. Una segunda consecuencia es que tenemos un nuevo destino en la eternidad en el cual viviremos para siempre seguros en la presencia de Dios.
Amado amigo, ¡el anhelo de Dios es que usted reciba todo lo que él le ofrece! La baja auto estima puede ser remplazada por el valor santo que posee cuando está en Cristo. Pero para que pueda tener las características de Cristo, primero debe cambiar de familia. ¿Ha realizado ese cambio en su vida? Si no es así, con la autoridad que le da la palabra de Dios puede convertirse en hijo de Dios. Juan 1:12 dice: “Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios”.
Si desea tener esa nueva relación con Dios a través de Jesucristo, haga la siguiente oración:
Señor: Acepto que muchas veces he tomado malas decisiones. Sé que he pecado y te pido que me perdones todos mis pecados. Ahora quiero ser tu hijo. Te pido que Jesucristo venga a mi vida para salvarme y para que sea mi Señor. Rindo completamente mi voluntad a la tuya. Y te agradezco cualquier cosa que quieras hacer en mi vida. Lo pido en el nombre de Jesús. Amén.
En completa humildad, puede dar gracias a Dios porque él ha deseado en lo profundo de su corazón traerlo a una nueva familia, a la de él.
¡Qué extraordinario! Cada hijo de Dios ¡tiene un nuevo valor, un nuevo destino, y una nueva identidad!