domingo, 23 de febrero de 2014

La santificación: Un estado que Dios nos ordena tener - Ministros itinerantes

Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6


 
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La palabra “santidad” o “santificar” significa separar o consagrar. En la Biblia santificar generalmente se usa para decir que alguien queda separado del pecado o de lo profano y queda separado para el servicio y dedicado a una relación con Dios. Por lo tanto, el proceso de santificación no es sólo separación de algo sino hacia y para algo. La separación tiene propósito y meta.

Dios invita al ser humano, lo declara ciudadano de su Reino (Col. 1:13) y lo llama a estar separado en tres aspectos: del maligno, del mundo y de su propia carnalidad (este último término no se refiere a pecados exclusivamente de tipo sexual, como muchos piensan, sino a todo aquel pensamiento o actividad contrario al Espíritu de Dios, incluyendo la mentira, el orgullo, la inmoralidad y toda forma de pecado).


Primero, Satanás es el gran tentador que busca eliminar el reinado de Dios y quiere contradecir toda forma de santidad. Él trabaja en contra del Reino de Dios y usa todos sus recursos para poner distancia entre el hombre y su Creador. La Biblia dice claramente que se debe huir del enemigo, quien busca destruir y matar.

Segundo, el término mundo se refiere a todo aquello que los aspectos negativos de la cultura promueven contra los deseos de Dios. El mundo le pertenece a su Creador. Cuando la Palabra recuerda que los cristianos “no son del mundo” (Jn. 17:14) se refiere a los patrones, comportamientos y cosmovisiones que se oponen a los diseños de Dios para el ser humano (Ro. 12:1, 2). Por esto, al mismo tiempo que la iglesia no debe contaminarse, debe trabajar arduamente para transformarlo todo y someterlo bajo los pies de Cristo (Sal. 119:115; 125:5). Tal como lo menciona Alberto Roldán, la palabra mundo (cosmos) no tiene un sentido unívoco en el NT. Se refiere, a veces, al “mundo perverso” o “sistema” bajo el dominio del diablo (“El mundo entero está bajo el maligno”, 1 Juan 5:19) pero también a la humanidad, cosmos-creado y cultura.

Tercero, el campo de batalla espiritual incluye la totalidad del ser humano: alma, mente, emociones y voluntad. La caída del hombre afectó todas estas áreas y aunque ha sido salvado en Jesucristo, continúa la lucha constante de vivir por fe, con amor, obediencia y victoria. El cristiano está llamado a separarse de todo aquello que pueda interrumpir su comunión con Dios y a distinguir entre lo bueno y lo malo (He. 5:14).

El proceso de santificación no consiste sólo en separarse de algo sino para algo. El proceso continuo de conformidad a Cristo es una invitación a la comunión con Él y a la posibilidad de vivir una vida plena a través del servicio. La santificación queda incompleta si no integra la búsqueda de servir a otros y transformar el mundo con esperanza y gratitud en el poder del Espíritu Santo. Dios llama a la santidad para servirlo y unirse a su misión en el mundo y así cumplir el propósito de traer alabanza a su gloria. El cristiano le trae gloria a Dios estando separado del pecado y del mundo y separándose para el servicio, la comunión, el discipulado, la evangelización, la justicia y la adoración, siempre encarnando los valores del Reino.

Como dice Alberto Roldán (La Espiritualidad que Deseamos, p. 72): “Toda espiritualidad que se precie de ser cristiana se nutre, vive y se expresa en una perspectiva comunitaria; la espiritualidad de la encarnación implica que la Iglesia está obligada a ser sierva antes que señora. Esto significa vivir diacónicamente, es decir, sirviendo al mundo en todas sus dimensiones: espirituales, sociales y económicas. En palabras de Segura: ‘El principio encarnación convierte a la Iglesia hacia el mundo y hace que ella renuncie a sus propios intereses de grandeza, poder y triunfo’ ”.

En el Antiguo Testamento se halla abundante evidencia de que Dios valora altamente la santidad. Él se revela como un Dios Santo que está buscando separar para sí un pueblo santo (ver Is. 6; Éx. 15:11; Lv. 20:26; 26:12). Una relación con Dios tiene como consecuencia apartarse del mal. Los mandamientos tienen el propósito, en parte, de transmitir el peso de la santidad de Dios. El libro de Levítico, justo en el centro del Pentateuco, es un llamado a la pureza, la higiene espiritual y la santidad. Los libros proféticos modifican el interés en la santidad como ley ceremonial y le dan prioridad como norma ética de una vivencia buena y justa (Mi. 6:8).

En el Nuevo Testamento, centrado en la persona de Jesucristo, la santidad continúa siendo de interés primario para Dios. Efesios 1:4 dice: “Dios nos escogió en él antes de la creación del mundo, para que seamos santos y sin mancha delante de él” (ver también Ef. 5:25–27). Hebreos 12:14 recuerda que sin santidad nadie verá a Dios. Los cristianos son llamados a la santificación en muchos pasajes como 1 Pedro 1:15, 16; Colosenses 3; Romanos 12; 1 Corintios 3; 2 Corintios 7:1; Santiago 2:14–26; Romanos 6:1–11; 1 Juan 2:3–6; 3:4–10; Filipenses 3:12 y Efesios 4:11–13. También se menciona la obra santificadora del Espíritu Santo en 1 Pedro 1:1, 2 y 1 Corintios 6:11.

Es claro ver en la Biblia que Dios considera la santidad como algo fundamental en la vida de aquellos que ha llamado a ser sus seguidores. La santificación es una de las enseñanzas más importantes de las Escrituras. La santidad glorifica a Dios y es una característica vital en la esencia misional e integral de la Iglesia.

Los modelos que se describen toman la santidad con mucha seriedad. Todos creen en tomar del poder del Espíritu Santo para lograr progresos en su santidad. Sin embargo, difieren en algunos puntos importantes al describir cómo llegar a tener madurez cristiana. En esta sección del ensayo se describen muy brevemente estos diferentes modelos para que el estudiante del tema se dé cuenta de su existencia y sea motivado a estudiar más a fondo las particularidades de cada tradición eclesiástica.

  1. Modelo Reformado
El modelo Reformado toma su nombre de la Gran Reforma Protestante del siglo XVI desde la teología de Juan Calvino. Este modelo define el pecado en dos categorías: pecado como la condición del hombre en un mundo caído y pecado como aquellos actos que se cometen debido a esa condición. Anthony Hoekema los distingue llamándolos el estado de corrupción y los productos de corrupción. Todo proceso de santificación del cristiano para contrarrestar el pecado comienza con la justificación del pecador por gracia y mediante la fe. Un cristiano ha sido justificado ante Dios por medio del sacrificio redentor de Cristo en la cruz y obtiene nueva vida en su resurrección. La muerte y resurrección del Señor quitan la penalidad del pecado y su justicia es otorgada como regalo divino. Dios declara justo al ser humano en Cristo.

Además de ser justificado, el cristiano también es santificado. Dios lo hace santo en Él. Es santo en los méritos de Jesús y no por su propio esfuerzo. Tiene una nueva identidad ahora que está en unión con Cristo: está separado de la atadura del pecado y ha sido transferido al Reino del Hijo (Col. 1:13).

La santificación, según Ferguson, teólogo reformado, “es el ocuparse de lo que significa ser una nueva criatura en Cristo” (Alexander, Christian Spirituality: Five Views of Sanctification, p. 60). Hoekema la define como “el trabajo de Dios por el cual nos hace santos … esa operación de gracia del Espíritu Santo, que incluye nuestra participación responsable, por la cual nos libera, como pecadores justificados, de la polución del pecado, y renueva nuestra naturaleza de acuerdo a la imagen de Dios y nos capacita para vivir de manera agradable a Él” (Gundry, Five Views of Sanctification, p. 61). La santificación, por lo tanto, tiene dos aspectos que se deben considerar: la santificación posicional y la santificación progresiva.

La santificación posicional (también llamada santificación definitiva) es el regalo de Dios, quien mediante su gracia declara al cristiano santo (ver 1 Co. 1:2; 6:11; He. 10:10; 2 Co. 5:17; Hch. 20:32; 26:18; Ro. 6). Para todos los que han aceptado la gracia de Dios se ha quebrado el poder de la esclavitud del pecado y poseen una unión definitiva con Cristo. Esto ocurrió objetivamente en el acto redentor de Cristo, pero subjetivamente cuando se lo acepta como Señor y Salvador mediante la fe. Todo don de Dios se convierte también en tarea. La santificación progresiva (también llamada santificación incremental) es aquel proceso de vida en el cual se desarrolla la fe con temor y temblor (1 Ts. 4:3; 5:23; 2 Ti. 2:21). 1 Corintios 1:2 y 6:11 se usan como textos clave que explican que aquellos que han sido santificados en Cristo Jesús deben continuar haciendo de esa santificación una realidad. 1 Reyes 8:46, Salmos 19:12 y Proverbios 20:9 dan otros ejemplos bíblicos de que el pecado sigue presente en la vida del cristiano y por lo tanto, la santificación progresiva sigue siendo necesaria.

Para resumir, el proceso de santificación está arraigado en la justificación, pero incluye un proceso de convertirse cada día más como Cristo, en el poder del Espíritu Santo, teniendo victoria sobre el pecado y viviendo vidas agradables a Dios. Por lo tanto, es una verdad histórica y escatológica que el cristiano ya es santo por medio de Cristo. Pero también es una responsabilidad en el presente convertir esa verdad en una realidad concreta en la vida diaria.

La relación entre lo que hace Dios y lo que hace el cristiano se puede mostrar con la ilustración de la niña que quiere ayudar al papá a cargar su maletín. Primero prueba con una mano y no puede, luego con la otra y no llega muy lejos. Finalmente lleva el maletín con ambas manos y le pide al papá que la levante y la lleve hasta la casa. Cada uno está haciendo algo, pero realmente es el papá quien lleva el peso. De la misma manera, el cristiano participa pero Dios lleva el peso por la obra de Cristo. Otros lo ilustran diciendo que Cristo ya hizo el depósito en el banco (justificación y santificación posicional) pero el cristiano tiene que ir al banco y canjear esos recursos (santificación progresiva).
“… ustedes antes eran oscuridad, pero ahora son luz en el Señor. Vivan como hijos de luz …” (Ef. 5:8). El indicativo que dice que el cristiano ya es luz se convierte en un imperativo: “Vivan como hijos de luz”. La salvación comienza con la realidad de la justificación por la fe. Se entiende por justificación lo siguiente:

  “Por un lado, significa perdón, remisión y la no imputación de todos los pecados, reconciliación con Dios y el fin de su enemistad e ira (Hch. 13:39; Ro. 4:6s.; 2 Co. 5:19; Ro. 5:9ss.). Por el otro lado, significa que se le otorga de gracia al hombre el estado de un hombre justo y el título a todas las bendiciones prometidas al justo: un concepto que Pablo amplía ligando la justificación con la adopción de los creyentes como hijos y herederos de Dios (Ro. 8:14ss.; Gá. 4:4ss.)” (Harrison, Everett, Ed. Diccionario de Teología. p. 306).

La justificación por la fe implica una santificación posicional que forma el ancla para una santificación progresiva. Este es un proceso que dura toda la vida. La justificación por la fe hace necesaria la santificación progresiva. La santificación posicional hace que la santificación progresiva sea posible. El cristiano es nueva criatura en el Señor pero sigue siendo perfeccionado en Él.


El énfasis del modelo Reformado radica en un empuje para el crecimiento constante en la madurez cristiana, sin ningún énfasis en una segunda bendición o algún otro paso especial posterior a la conversión. Asegura que se puede lograr crecimiento importante en la vida espiritual pero que la perfección sólo se logrará en la vida venidera.

Descansando en la seguridad de la santificación posicional, el verdadero cristiano hace un esfuerzo continuo por madurar en el Señor y experimentar lo que ya es una realidad en el sentido cósmico. Ferguson dice: “En lugar de ver al cristiano ante nada en el microcosmo de su propio progreso, la doctrina Reformada mira al creyente primeramente en el macrocosmo de la historia redentora de Dios” (Alexander, Christian Spirituality: Five Views of Sanctification, p. 59). La santificación es vivir vidas que sigan el patrón de Cristo. Es un proceso que dura toda la vida y que contrarresta los efectos de la caída del hombre. Busca restaurar la imagen de Dios en el ser humano, demostrar la unión con Cristo y desarrollar la mente de Cristo.

  2. Modelo Wesleyano
El modelo wesleyano toma su nombre de John Wesley y el movimiento Metodista de Inglaterra y Estados Unidos. Este modelo fue fuertemente influenciado por los movimientos pietistas y los de santidad en el siglo XVIII. Los wesleyanos hacían un llamado a la santidad para “convertir en realidad lo que ya es nuestro en Cristo por el nuevo nacimiento” (Alexander, Christian Spirituality: Five Views of Sanctification, p. 96). Se caracteriza por el anhelo de crecer en gracia en una fe ética que enfatice la relación con Dios por encima de las definiciones doctrinales o la verdad proposicional.

La marca más destacada de este modelo, y también la más controversial es la creencia en que uno puede alcanzar en esta vida lo que Wesley llamaba la “perfección cristiana”, conocida también como la “entera santificación”. El proceso de santificación comienza en el momento de la conversión y la regeneración, pero existe un momento crítico en la vida del cristiano donde se logra una experiencia de amor perfecto por Dios y un sometimiento total a su Palabra y su voluntad. Esto se considera posible sólo por medio de la gracia divina y el poder del Espíritu Santo obrando en la vida del cristiano. Se toma cuidado en distinguir entre la perfección cristiana y la perfección absoluta (también llamada perfección adánica).

Esta distinción tiene que ver con la definición de santidad propuesta por el modelo wesleyano según la cual se puede obedecer voluntariamente a Dios en el aspecto ético de la santificación. Se reconoce que uno hará algún pecado involuntario o cometerá un error sin saberlo y que no se puede alcanzar la perfección de tener la plenitud de Jesús o participar de la naturaleza divina en esta vida. Sin embargo, en esta vida se puede alcanzar el don del amor perfecto y eso es algo que debe ser buscado por todo discípulo serio de Jesús. Este logro se ha denominado “la segunda bendición” o la “segunda obra de gracia” y es la marca de tener unión con Cristo. Ocurre en un momento específico, generalmente acompañado de crisis, en la vida de una persona. El evento histórico de Pentecostés debe también personalizarse en la historia de uno para tener plenitud del Espíritu.

Fletcher, quien sistematizó la teología wesleyana, organizó este concepto en etapas de madurez espiritual así como hay etapas de crecimiento natural en la vida física.

La etapa de mayor madurez llega con este concepto de entera santificación. Wesley y Fletcher fusionaron ciertos principios de la Reforma en cuanto a la justificación por fe con algunos conceptos arminianos de la libertad humana. Dieter, teólogo wesleyano, escribe que “los cristianos nunca estarán libres de la posibilidad de cometer pecados voluntarios en esta vida. Sin embargo, sí pueden ser librados de la necesidad de cometer transgresiones voluntarias al vivir, momento a momento, en obediencia a la voluntad de Dios” (Gundry, Five Views of Sanctification, p. 14). Luego dice que es esta creencia en la posibilidad de llegar a tener una relación de perfecto amor con Dios lo que “marca la línea divisoria de compromiso para aquellos que desean ser wesleyanos” (p. 21). En el modelo wesleyano, aún después de llegar a la entera santificación se puede seguir creciendo y ser todavía más como Cristo.

Los wesleyanos encuentran su apoyo bíblico para este modelo en el Antiguo y el Nuevo Testamento, pero principalmente en las epístolas paulinas. El concepto de la entera santificación se fundamenta en pasajes como 1 Tesalonicenses 5:23: “Que Dios mismo, el Dios de paz, los santifique por completo, y conserve todo su ser –espíritu, alma y cuerpo– irreprochable para la venida de nuestro Señor Jesucristo. El que los llama es fiel, y así lo hará”. Génesis 17:1 dice: “… vive en mi presencia y sé intachable”.

Los wesleyanos señalan más que nada la intención del corazón y la condición de la relación con Dios. También ven apoyo para esta doctrina de la posibilidad de perfección en esta vida en pasajes como Efesios 4:13: “De este modo, todos llegaremos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a una humanidad perfecta que se conforme a la plena estatura de Cristo”. Colosenses 1:28 anima a enseñar “… a todos los seres humanos, para presentarlos a todos perfectos en él”. Juan 8:34–36 advierte: “Ciertamente les aseguro que todo el que peca es esclavo del pecado (…) si el Hijo los libera, serán ustedes verdaderamente libres”. Estos y muchos otros pasajes, como Romanos 8; 1 Tesalonicenses 5:23 y 1 Juan 3:7–9 son usados con frecuencia en la literatura wesleyana.

La experiencia de crisis de la cual nace el perfeccionamiento es considerada una segunda bendición que generalmente ocurre un tiempo después de la conversión. Esta experiencia subsecuente no sólo quita el poder del pecado sino la raíz también, es decir, la naturaleza pecaminosa es extraída y el cristiano ya no peca.

En la práctica esta tradición ha enfatizado una devoción tremenda a Dios que resulta apasionada y ferviente. Sin embargo, también ha sido causa de frustración para los que expresan no haber logrado la perfección en esta vida.

  3. Modelo Pentecostal
En esta presentación se tiene en cuenta que las iglesias del Movimiento Pentecostal no tienen un modelo unitario; las denominaciones mantienen incluso doctrinas diferentes. Especialmente las iglesias independientes.

El modelo que se presenta corresponde a iglesias pentecostales tradicionales.

Stanley Horton cita a Myer Pearlman y da la siguiente definición de santificación:
  • “(1) Separación del pecado y del mundo y 
  • (2) dedicación o consagración a la comunión con Dios y a su servicio a través de Cristo. 
 El significado principal de la santidad es la separación para el servicio, pero incluye la idea de purificación”. La perspectiva pentecostal de la santificación es parecida en muchos aspectos a aquellas ya mencionadas y sus variantes son históricamente mucho más recientes. Lo que distingue a este modelo de los demás es el énfasis en el bautismo del Espíritu Santo. Esta expectativa en el desarrollo de la vida del cristiano se fomenta mayormente después de las experiencias en la misión de la Calle Azusa.
Debido a la influencia wesleyana (descrita anteriormente en este ensayo) sobre los movimientos de la santidad, los grupos iniciales del pentecostalismo enseñaban que Dios haría una segunda obra de gracia en la persona para limpiarlos de una manera que no había ocurrido en el momento de la conversión y que por lo tanto, era necesario. Posteriormente la persona se abría a la posibilidad de ser llenada con el Espíritu Santo. Horton dice que “los pentecostales enseñaban la santificación como una segunda obra de gracia posterior a la conversión, instruyendo que el bautismo del Espíritu Santo representa una tercera experiencia” (Gundry, Five Views of Sanctification, p. 107).

El proceso se vería así:
Conversión  Experiencia de santificación (crisis)  Llenura del Espíritu Santo

Spittler indica: “Lo que marcó la diferencia entre los Pentecostales y los movimientos de santidad era que los primeros aceptaban el don de lenguas como una marca legítima, y aún necesaria de la experiencia cristiana” (Alexander, Christian Spirituality: Five Views of Sanctification, p. 135). Hubo un cambio radical en el pentecostalismo con las enseñanzas de William Durham.

Los pentecostales de los movimientos de santidad creían en la necesidad de la experiencia de santificación como prerrequisito para el bautismo del Espíritu Santo. La influencia wesleyana era notable. Los seguidores de Durham, sin embargo, llegaron al pentecostalismo de círculos reformados y bautistas y ponían más énfasis en la santificación posicional y la obra de Cristo completada en el calvario e insistían en que la santidad era un proceso de toda la vida y no una bendición subsecuente a la conversión.

Para ellos la conversión era el único requisito para experimentar el bautismo del Espíritu Santo, que es un evento posterior para abundar en servicio a Dios. Enseña-ban que la obra de Cristo en la cruz era suficiente y que se abarataba esa obra al tener que buscar una segunda experiencia santificadora para lidiar con el pecado. Al convertirse una persona ya comienza a crecer y madurar en gracia. El proceso sólo tiene dos pasos y se vería así:

Conversión / Proceso de Santificación  Llenura del Espíritu Santo

Pearlman, un escritor de las Asambleas de Dios, argumenta que muchos que tal vez sientan que pasan en sus vidas por una segunda obra de gracia simplemente pueden estar despertando a la realidad de que ya han sido santificados posicionalmente en Cristo (Gundry, Five Views of Sanctification, p. 111). Lo que ambos grupos tienen en común es el requisito de hablar en lenguas al momento de recibir el bautismo del Espíritu Santo. Algunos insisten en que el don de lenguas continuará a lo largo de su vida. Para otros, hablar en lenguas es sólo una bendición inicial que no necesariamente perdurará en todos, a menos que tengan ese don específico.
Spittler define la persona espiritual como alguien que “está abierto a las cosas del Espíritu, completamente consagrado a Dios, bendecido con uno o dos dones espirituales más allá del don de lenguas (que se asume), tal vez el don de la sanidad, conocimiento, discernimiento o sabiduría” (Alexander, Christian Spirituality: Five Views of Sanctification, p. 140).

La experiencia personal es un valor del más alto grado en el peregrinaje espiritual pentecostal. Aquellas cosas que son sentidas o experimentadas personalmente por el creyente definen el proceso de santificación. La mayoría de los pentecostales están de acuerdo en que no se puede alcanzar la perfección en esta vida. Sin embargo, se debe perseguir la santidad como marca de ser discípulo serio de Jesús, ya que para esto fue otorgado el Espíritu Santo.

El libro de Hechos (especialmente 2:4) es crucial en la interpretación bíblica pentecostal para el argumento de que el bautismo del Espíritu Santo viene como evento posterior a la experiencia de conversión. El noveno punto de la Declaración Fundamental de Verdades de las Asambleas de Dios dice: “Las Escrituras enseñan una vida de santidad sin la cual ningún hombre verá a Dios. Por el poder del Espíritu Santo podemos obedecer el mandamiento ‘Sean santos, porque yo soy santo’. Santificación completa es la voluntad de Dios para todos los creyentes y deberá ser algo que perseguimos al caminar en obediencia a la Palabra de Dios” .

 Si bien esa santificación se persigue ahora, en el cielo queda perfeccionada. Luego cita los siguientes textos: Hebreos 12:14; 1 Pedro 1:15, 16; 1 Tesalonicenses 5:23, 24 y 1 Juan 2:6. Escritos pentecostales a menudo citan también Isaías 6; 1 Corintios 1:2; 6:11; 2 Pedro 3:18; Hechos 8:4; 19:1–7 y otros.

  4. Modelo Místico o Contemplativo

Aunque este modelo es más reconocido en la tradición católica, hoy en día se lo encuentra entre protestantes y evangélicos también. El nombre contemplativo y místico ya delata el hecho de que esta perspectiva sobre la espiritualidad lleva al discípulo a la vida interior como el espacio donde ocurre el proceso de crecimiento y madurez con Dios. Es a través de las disciplinas espirituales y la contemplación que se llega a estar más cercano a Dios.

 Glenn Hinson, considerado por algunos como contemplativo evangélico, describe un proceso de entrar en comunión secreta con Dios que lleva a abrirse a su presencia. Dice que en la tradición contemplativa “nuestra tarea es abrirnos a la gracia de Dios y sus energías” (Alexander, Christian Spirituality: Five Views of Sanctification, p. 174). El fin principal de la espiritualidad contemplativa es tener unión con Dios y pureza de corazón. Para llegar a esto Hinson prescribe que debemos “someternos, abandonar nuestro yo, rendirnos, humillarnos y darnos completamente a Dios” (Alexander, Christian Spirituality: Five Views of Sanctification, p. 177). Hinson admite que hay mucho en común con la perspectiva pentecostal en cuanto al énfasis en la experiencia personal.

Incluso reconoce que a veces hay más interés en la experiencia personal que en la precisión teológica (p. 168). La tradición mística, en este sentido, es más subjetiva y se enfoca en llegar a Dios a través de la contemplación y las disciplinas espirituales en lugar de enfatizar un Dios que se revela y llega al hombre.

Algunos autores místicos definen la contemplación como una forma de vivir donde el buscador de Dios se convierte en completamente auténtico al unirse con Él, al amarle perfectamente. Esto se hace renunciando al egoísmo y practicando las disciplinas espirituales que son obras de gracia en la vida de una persona. Egan describe en el libro An Anthology of Christian Mysticism cuatro pasos en la vida del creyente:

    •      Etapa de purgación: es lavado de amor propio y sensualidad
    •      Etapa de iluminación: descubre intimidad con Dios
    •      Etapa de muerte mística: pasa por la noche oscura del alma
    •      Etapa unitiva: se une a Dios siendo partícipe de su vida

Cuando llega a esta última etapa se enfoca momento a momento en Dios y en el servicio a otros en ministerio. La idea es que al amar a Dios perfectamente queda capacitado para servir a otros con poder transformador. En la etapa unitiva la “chispa de Dios” en el ser humano queda más encendida que en cualquier otra etapa. Egan escribe:

  “El místico genuino es purificado e iluminado y eventualmente unificado a un Dios personal. De esta unión de amor fluye un conocimiento amoroso, una sabiduría secreta que hace cortocircuito con la memoria y va más allá del intelecto y el conocimiento conceptual o abstracto. Aunque podemos cultivar una disposición a recibirlo, el esfuerzo humano no lo puede conseguir por sí solo, ya que es estrictamente un regalo de Dios” (Egan, p. xxiii).

El lenguaje en muchos de los escritos de los místicos es metafórico. Los pasajes de las Escrituras, desde hace siglos, se usan en la tradición contemplativa de forma altamente alegórica. Hacen uso frecuente del Cantar de los Cantares ya que enfatizan el amor que se describe en este libro como metáfora del amor entre Dios y el que lo busca. Otros pasajes utilizados son Salmos 19; 139; Mateo 5:3; Marcos 8:34; 1 Pedro 5:6; Hechos 17:28 y Filipenses 2:5.

  5. Modelo Keswick
Este modelo deriva su nombre de la Convención Keswick, una convención anual en Inglaterra que comenzó en el año 1875.

J. Robertson McQuilkin introduce el modelo de santificación llamado Keswick diciendo que “mucho de la controversia sobre la santificación o de cómo vivir una vida cristiana normal es por enfatizar lo que Dios hace a costa de lo que hace el ser humano o de enfatizar la responsabilidad humana por encima de la iniciativa divina. La perspectiva llamada Keswick provee una solución equilibrada y bíblica al problema de la experiencia cristiana subnormal”.

Esta perspectiva enseña que la mayoría de los cristianos, aún después de la conversión, se sienten derrotados por el pecado y no pueden superar ese desaliento. La única manera de salir adelante es renunciar al intento de agradar a Dios por las propias fuerzas y tomar la única alternativa: rendir la vida y convertirse en un canal para que Cristo sea el que viva en uno y lo lleve a la vida victoriosa.

El propósito de esta reunión es ayudar a los cristianos a fortalecer y profundizar su vida espiritual. El orden progresivo de la asamblea de cinco días es la siguiente:

    •      Lunes: Un enfoque en los efectos debilitantes del pecado en la vida del cristiano.
    •      Martes: Un enfoque en la provisión de Dios mediante la cruz para combatir el pecado.
    •      Miércoles: Un enfoque en la respuesta humana mediante la consagración al Señor.
    •      Jueves: Un enfoque en la vida guiada por el Espíritu Santo.
    •      Viernes: Un enfoque en el servicio al mundo en ministerio y misiones.

McQuilkin reconoce los otros modelos de santificación y ve que la perspectiva Keswick tiene mucho en común con ellos. Lo que distingue al modelo es que enseña que, aunque no se puede alcanzar la perfección en esta vida, sí se puede tener éxito en resistir consistentemente la tentación de violar en forma deliberada la voluntad de Dios. La clave está en intercambiar la vida de uno por la vida de Cristo. Uno de sus principales representantes, el Mayor Ian Thomas describe la vida del cristiano como la de un guante que permite que la mano de Dios entre a trabajar en él. El guante no tiene vida propia; sólo se mueve cuando la mano está dentro. El creyente ha muerto a su propia vida y ahora Cristo vive en él. Intercambia su vida por la de Cristo. Por ello esta perspectiva también se conoce como la teoría del intercambio. Se cambia la resistencia por la obediencia. Se cambia la naturaleza pecaminosa por su naturaleza de santidad. El cristiano debe rendir y ceder su vida más que hacer un esfuerzo de voluntad en el proceso de santificación.

Algunos han visto problemático esto último ya que aunque Cristo vive en el cristiano que está muerto al pecado, Dios sigue queriendo que crezca, pero no es Cristo el que necesita crecer. Gálatas 2:20 dice “… ya no vivo yo sino que Cristo vive en mí” pero sigue siendo el cristiano quien necesita crecer en madurez y gracia, y no el Señor. Es cuestión de tener una antropología teocéntrica.

Los estudiantes de la historia de este modelo notan que ha habido influencias tanto calvinistas como wesleyanas en las conferencias de Keswick. La enseñanza general es que aunque la antigua naturaleza con su carnalidad permanecen en el cristiano, este puede ser victorioso contra el pecado debido a la presencia y el poder del Espíritu Santo. McQuilkin propone tres etapas en el proceso de santificación:
  • Santificación posicional: La persona es perdonada, justificada y regenerada por Dios. Queda separada del pecado y consagrada a Dios.
  • Santificación vivencial: La persona ahora puede perfeccionar la medida de santidad que tenga.
  •  Santificación permanente: Esta etapa, también llamada glorificación es la transformación total a la imagen de Cristo.
En este modelo la segunda etapa es la que se trabaja para incrementar la semejanza a Cristo, unión con Dios, y separación del pecado en esta vida. Las causas de una experiencia cristiana subnormal son la falta de fe, la ignorancia, la desobediencia y la falta de confianza.

El cristiano auténtico se rendirá a la voluntad de Dios para su vida y será guiado por el Espíritu Santo. Intercambiará su vida por la de Cristo. Ya no es la persona misma quien está creciendo sino que sólo se rinde y permite que sea Cristo quien viva en su interior. La oración, la Biblia, la iglesia y el sufrimiento son considerados medios de gracia para el creyente.

Romanos capítulo 6 es clave para entender este modelo ya que describe la nueva creación en Cristo y cómo el cristiano está muerto al pecado y vivo en Cristo. Allí Pablo llama al creyente a alejarse del pecado y explica la gracia de Dios y cómo el cristiano ahora es un esclavo de justicia. Este modelo enfatiza pasajes como Filipenses 1:6; Juan 10:28, 29 y Romanos 8:31–39.

  Conclusión

No todos estos modelos tienen la misma validez. El estudiante tendrá que evaluar su propia perspectiva frente a la Palabra de Dios, guiado por el Espíritu Santo y aconsejado por la comunidad cristiana. Podría ser saludable discutir los méritos de cada tradición eclesiástica y aún mostrar porqué aquellas que uno no comparte, fallan en su interpretación bíblica. Se puede citar como ejemplo la orientación netamente individual que tiene el modelo místico, en contraste con lo que para las Escrituras significa la santificación: “La voluntad de Dios es que sean santificados; que se aparten de la inmoralidad sexual (…) y que nadie perjudique a su hermano ni se aproveche de él en este asunto” (1 Ts. 4:3, 6), es decir, la santificación del cristiano se vive y se comprueba en relación con el prójimo, no en una última etapa de santificación sino desde su conversión.

Podría ser saludable conversar con cada tradición, pero llegar a odiar, como algunos lo hacen, a los que sostienen una postura diferente en este asunto particular, anula la misma concepción de santidad que se está tratando de defender. El gran predicador J.C. Ryle escribió en 1879: “Demasiadas veces hemos estado satisfechos con celo por la ortodoxia y hemos sido negligentes a las realidades sobrias de la práctica de nuestra santidad” .

Continúa: “La verdadera santidad, debemos recordar, no consiste meramente en sensaciones e impresiones internas. Es mucho más que lágrimas y llantos, que el entusiasmo corporal, que un pulso apurado y un sentimiento apasionado por nuestros predicadores favoritos o nuestro propio partido religioso, y una disposición a combatir con todos los que no estén de acuerdo con nosotros. Tiene más que ver con la imagen de Dios que otros pueden ver y observar en nuestras vidas privadas, en nuestros hábitos, nuestro carácter y nuestros hechos (Ro. 8:29)” (p. 96).

Una cosa es segura: Dios quiere que sus hijos maduren en la relación con Él. Los ha separado del pecado con la intención de unirlos a Cristo y también con un propósito misional. En el calvario han sido justificados por fe y tienen la salvación como regalo de Dios. La gracia de Dios ha sido derramada y han sido llamados a caminar con Cristo en un proceso de santificación y madurez cristiana que durará toda la vida.

Un veterano en el ejército de Dios dijo: “En el cielo apareceremos, no en armadura, sino en vestimentas de gloria. Pero aquí nuestras armas de guerra hay que llevarlas puestas de día y de noche. Con ellas debemos caminar, trabajar, y dormir … si no, no somos verdaderos soldados de Cristo” .

 La santidad es un llamado al discipulado y aunque la salvación es por gracia, el seguidor de Cristo debe estar dispuesto a entregar toda su vida. “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día, y sígame” (Lc. 9:23). ¡No hay corona sin cruz!

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