Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6
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La fuerza más poderosa del mundo
Nehemías 1:4–11
La oración ha sido llamada la fuerza más poderosa de este mundo. Hay algunas personas, sin embargo, que la consideran fuera de lugar en nuestra sociedad, tan altamente civilizada. Dicen que con todos los adelantos de la tecnología, la oración solo es un obstáculo para la acción. Otros han ido más lejos aún, diciendo que la creencia en una relación vital con Dios ha sido mantenida viva solo por «el pueril ego de hombres inferiores».
A pesar de tales críticas, muchos han encontrado en la oración un apoyo cuando los problemas parecían abatirlos. Abraham Lincoln admitía: «Muchas veces he caído de rodillas ante la abrumadora convicción de que no tengo a nadie más a quien recurrir. Mi propia sabiduría y la de aquellos que me rodean resultan insuficientes para el momento».
La clave de una actuación sobresaliente
En sus «memorias», Nehemías nos habla de su experiencia con la oración. Tuvo que enfrentarse a una situación que era demasiado grande para sus fuerzas. Esta se relacionaba con el pueblo escogido de Dios «en la provincia de más allá del río». Estaba en Babilonia y se sentía incapaz de ayudarles; por eso recurrió a Dios en oración. De su ejemplo podemos aprender cómo la oración puede convertirse en una fuerza eficaz en nuestra vida. Cuando examinamos más cuidadosamente a Nehemías, comprobamos que para que la oración sea eficaz, debe ir precedida por el conocimiento de una necesidad. Alan Redpath señala que «muchas de nuestras oraciones se concretan a pedir a Dios bendiciones para familiares enfermos y que nos mantenga en nuestra lucha diaria por la vida. Pero la oración no es tan solo un simple balbuceo: es una guerra».
Cuando Hanani y sus acompañantes vinieron a visitar a Nehemías, este les preguntó acerca del estado del pueblo y las condiciones de la ciudad de Jerusalén. Esta pregunta de orden general, recibió una respuesta muy concreta: «El remanente, los que quedaron de la cautividad, allí en la provincia, están en gran mal y afrenta y el muro de Jerusalén derribado, y sus puertas quemadas a fuego».
Jerusalén había sido destruida por los babilonios en el año 586 a.C. (2 Reyes 25:10). A pesar de los repetidos intentos de reconstruir sus muros (Esdras 4:7–16), la ciudad aún se mantenía en ruinas. Sin una muralla que los protegiera, los moradores del lugar se encontraban indefensos. Los ladrones podían bajar de las colinas cercanas y caer sobre ellos inesperadamente, llevándose sus posesiones. Como eran incapaces de defenderse a sí mismos, perdieron estimación a los ojos de otras naciones (véase Nehemías 2:17; 4:2, 3; Salmos 79:4–9). Lo que es mucho peor, perdieron el respeto propio. Se sentían humillados, porque de acuerdo con sus profetas, los muros de Jerusalén simbolizaban salvación y sus puertas, alabanza (Isaías 60:18).
El conocimiento de la triste condición de su pueblo movió a Nehemías a la oración. Lloró e hizo duelo por varios días. También ayunó y rogó a Dios en favor de sus hermanos.
Algunos comentaristas creen que Artajerjes estaba ausente del palacio en los momentos en que Nehemías recibió las noticias traídas por Hanani. Del capítulo segundo parece desprenderse que Nehemías continuó con sus deberes de copero y no permitió que sus preocupaciones personales interfirieran con su trabajo. Comparando Nehemías 1:4 y 2:1, 2, podemos entresacar algunas muestras de su dominio personal. Era bien diferente a los fariseos, que hacían pública ostentación de su supuesta devoción (Mateo 23:14; Marcos 12:40). Solo después de cuatro meses de intensa oración y abnegación, el rey vino a notar cierto cambio en Nehemías.
Firme en la brecha
En los versículos que siguen, se conserva para nosotros el tipo de oración que produce resultados. Notemos que para que la oración sea eficaz, debe ser hecha en actitud de reverencia.
Nehemías comienza su invocación con adoración y reverencia: «Te ruego, oh Jehová, Dios de los cielos, fuerte grande y temible». Su fervor es evidente. Centra sus pensamientos en la grandeza de Aquél a quien se está dirigiendo. Permanece en temor reverencial ante la majestad de Dios. Reconoce su superioridad al mismo tiempo que su soberanía. A medida que Dios se va haciendo más grande para él, más pequeños van resultando sus problemas.
La oración de Nehemías está basada en las Escrituras. Aunque creció en una tierra entregada a la idolatría y trabajaba en una corte pagana, todo ello no le impidió cultivar su vida espiritual (compare Colosenses 2:6, 7; 2 Pedro 1:5–9). Esta oración nos muestra hasta qué grado dominaba la Palabra y cómo esta señoreaba toda su vida.
En su oración, Nehemías incluye la alabanza. Su agradecimiento está basado en el carácter de Dios. Da gracias porque Dios «guarda el pacto y la misericordia a los que le aman y guardan sus mandamientos». Los hijos de Israel tenían una relación especial y única con el Señor. Siguiendo una costumbre arraigada en el Cercano Oriente, ellos estaban sujetos a una autoridad suprema, un soberano. En este caso, el soberano del pueblo israelita era el Dios de los cielos. Ellos eran sus subditos. Dios les impuso sus leyes y esperaba que ellos obedecieran sus mandatos. Como pago a su lealtad, Dios les ofreció su protección. Si obedecían su pacto, disfrutarían de sus bendiciones (Jeremías 11:4; 30:22; véase Levítico 26:12).
Nehemías sabía que la cautividad se había producido porque los Israelitas habían quebrantado su pacto con Dios. No obstante, daba gracias a Dios, porque en contraste con otras autoridades que castigan con prontitud a los rebeldes, el soberano del pueblo de Israel era misericordioso y clemente (Salmos 103:8; 117:2; Joel 2:13) y preservaba su amor y cariño para aquellos que guardaban sus mandamientos.
A medida que Nehemías continúa su plegaria, pasa de la adoración reverente a la petición específica. Su actitud es de un persistente fervor, basado en el conocimiento de que Dios responderá a las necesidades de su pueblo, si se somete otra vez a la autoridad divina (véase 1 Reyes 8:29, 30, 52; 2 Crónicas 7:14). Con esta seguridad, prosigue: «Esté ahora atento tu oído y abierto tus ojos para oír la oración de tu siervo, que hago ahora delante de ti día y noche, por los hijos de Israel tus siervos».
El modelo que Nehemías sigue en su oración es sumamente instructivo. Se asemeja al bosquejo que el Señor Jesús les dio a sus discípulos (Mateo 6:9–12; Lucas 11:2–4).
Hay muchas personas en nuestros días, que cuando oran siguen la misma progresión de Nehemías, pero sin sus resultados. Comienzan con la adoración y pasan a la súplica, pero no perseveran. La persistencia de Nehemías es digna de admiración. Permaneció en oración por su pueblo de día y de noche. Pudo haber hecho lo que muchas veces nosotros realizamos; es decir, orar por las necesidades de alguien, para olvidamos apenas no lo tenemos presente.
O pudo haber formulado sus ruegos en dos o tres oportunidades y haber dejado el resto al Señor. Sin embargo Nehemías persistió en su oración hasta que Dios le contestó. Nunca consideró su petición como la actividad mecánica de sonar una campanilla demandando que lo sirvieran, ni imaginó remotamente a Dios como un «sirviente cósmico» que se apresuraría a cumplir en forma solícita sus órdenes.
Él sabía que cuando Dios toma interés en nuestros asuntos, usa sus medios. En esta situación, la oración era el medio que Dios estaba usando para lograr sus propósitos (Ezequiel 36:37), Nehemías no esperó nunca que Dios contestaría sus peticiones en el mismo momento de formularlas. En lugar de ello, reconoció su subordinación a un soberano Señor y persistió respetuosamente hasta que Dios le contestó (Santiago 5:16–18).
La oración no solo nos ayuda conduciendo nuestra vida a la conformidad con la voluntad de Dios, sino que nos prepara para recibir la respuesta. A medida que tomamos conciencia de las intenciones del Señor, vemos con mayor nitidez la parte que nos toca dentro del plan divino. La oración persistente sirve asimismo al propósito de fortalecer nuestra resolución. Recibimos con ella una confianza renovada. Esta confianza nos libera de la garra del abatimiento y la desesperación y nos brinda fe para perseverar hasta lograr lo que Dios desea.
La actitud de la oración de Nehemías es también importante. Presenta un marcado contraste con algunas plegarias carentes de respeto para Aquél a quien van dirigidas. La postura de Nehemías es de absoluta reverencia y sumisión. Él sabía que los que se consideran auto suficientes, no oran a Dios, sino que solo se hablan a sí mismos. Los que están plenamente satisfechos de sí mismos, tampoco lo hacen porque no tienen conciencia de sus necesidades. Los que se consideran justos en su propia estimación no pueden tampoco orar, por carecer de base para aproximarse a Dios.
Quitando todas las barreras
Concentrando su pensamiento en quién es Dios, Nehemías llegó a tomar conciencia de una barrera que impedía a su Soberano la renovación de los privilegios de su pacto con el pueblo. Este obstáculo era el pecado no confesado por él. Esto viene a ilustrar con claridad otra lección en nuestra vida de oración. Para que la oración sea eficaz, debe ir acompañada de confesión. Nehemías sabía bien que el pecado reposaba en el fondo de aquellos por quienes pedía. Por esa razón comienza: «Y confieso los pecados de los hijos de Israel que hemos cometido contra ti». No deseando culpar solamente a la nación israelita, él se identifica con la culpa de su pueblo: «Sí, yo y la casa de mi padre hemos pecado». Este tipo de confesión sería particularmente apropiado si Nehemías era descendiente del linaje de David.
Comenzando con esta confesión general, Nehemías pasa a los puntos específicos: «En extremo nos hemos corrompido contra ti, y no hemos guardado los mandamientos, estatutos y preceptos que diste a Moisés tu siervo». Puesto que dice esto, se ve que cree firmemente que la continua tristeza y aflicción de Jerusalén está directamente relacionada con los pecados no confesados por el pueblo. Tácitamente acepta que este pueblo no tiene merecimientos propios. Ha roto el pacto con el Señor. Dios sin embargo ha previsto de los medios para ser restaurado, y esta provisión se convierte en la base de la petición de Nehemías.
Reclamando esa provisión hecha para que el pueblo pueda ser restaurado en el favor de Dios, Nehemías nos muestra otro principio de la oración: para que sea eficaz, debe estar basada en las promesas de Dios. «Acuérdate ahora de tu palabra», dice. Entonces, parafraseando la enseñanzas de Deuteronomio 4:25–31; 30:1–5; Levítico 26:27–45 y 2 Crónicas 6:36–39, demanda el cumplimiento de la promesa de Dios. Esta apelación marca el punto más alto de su plegaria. Su confianza en el Señor es tan absoluta, que sabe que él resolverá todos los detalles. Entonces concluye refiriéndose al pueblo de Dios como «sus siervos». Esto implica una nueva sumisión a la autoridad divina y el restablecimiento del pacto previo de relación con Dios.
La intercesión de Nehemías subraya lo cierta que es la observación del doctor R. C. Trench: «La oración no es para vencer la resistencia de Dios, sino para asirnos de su benevolencia».
Nehemías continúa solicitando el favor de Dios por cuatro largos meses (véase Nehemías 1:1, noviembre–diciembre y Nehemías 2:1, marzo–abril del 445 a.C.). Durante esas semanas pudo ver todos los asuntos con mayor claridad que nunca. Empezó de igual manera a entender la parte que le iba a tocar en la respuesta a su oración. Todo ello parece evidente por la forma en que Nehemías concluye su oración, pidiendo a Dios buen éxito en su empeño. Después hace saber al rey Artajerjes sus planes.
Sabe que será mas difícil abandonar la corte de Persia que haber entrado en ella. Es un cortesano de confianza y el rey ha puesto su seguridad en cierta manera en sus manos. No sabe cómo Dios habrá de lograr todo esto, pero su esperanza en el Señor es grande y confía en que él mismo resolverá todos los detalles.
El hombre que usa Dios
A medida que revisamos este pasaje, encontramos que contiene varios principios muy importantes para los líderes de nuestros días. Uno de ellos es que el líder debe tener una sincera preocupación por los demás. Cuando Nehemías recibió a la delegación de Jerusalén, mostró un interés inmediato respecto al bienestar del pueblo y a las condiciones de la ciudad. Cuando supo de sus apuros, se comprometió personalmente en la empresa. Ayunó y oró por ellos.
Muy a menudo, los que quieren llegar a ser líderes tratan de alcanzar la cima del éxito pisoteando los derechos ajenos. Aprovechan y explotan las capacidades de otros para progresar ellos. La importancia de esta preocupación vital por los demás ha sido encarecida por Sir Arthur Bryant en un artículo publicado en Illustrated London News [Noticias ilustradas de Londres]. Este renombrado historiador dice: «Nadie es apto para guiar a sus conciudadanos, a menos que considere el cuidado y el bienestar de ellos como su responsabilidad primordial … y privilegio».
Un líder sabio coloca el bienestar de aquellos con quienes trabaja, entre las cosas más importantes de su lista. Se asegura de que sus preocupaciones serán consideradas antes que las suyas propias. Sabe que si sus subordinados están libres de ansiedades personales, pueden hacer un trabajo mucho mejor. Ninguna corporación o iglesia, institución educacional o misión, puede tener éxito en alcanzar sus metas sin la ayuda espontánea de aquellos que están listos a darse ellos mismos por amor a la obra. El cuidado de un administrador capacitado se exterioriza por la forma en que trata a sus empleados; el reconocimiento que hace de sus contribuciones y la manera en que recompensa sus servicios (Efesios 6:9; Colosenses 3:1).
Esta no es solo una sana política para aquellos que ocupan altos puestos ejecutivos, sino también un consejo práctico para los aspirantes a hombres de negocios, pastores y líderes de misiones. Un líder que se identifica estrechamente con aquellas personas a quienes orienta, está capacitado para motivarlas hacia logros cada vez mayores. Será capaz de valorar sus capacidades individuales, unir a sus subalternos y retarlos con metas personales y de grupo. Como señala Bernard L. Montgomery: «El comienzo de todo liderazgo es una batalla por ganar el corazón y la mente de los hombres».
Esto nos lleva a un segundo principio del éxito en el liderazgo. Aunque la preocupación vital por las personas es un requisito necesario para ganar su confianza, y la íntima identificación con ellas es la clave para motivarlas, la importancia de la oración no debe ser ignorada ni desatendida. En una de las paredes de un corredor del Colegio Spurgeon en Londres, aparecen pintadas en letras gigantescas las siguientes palabras de Cristo: PORQUE SEPARADOS DE MÍ, NADA PODÉIS HACER (Juan 15:5). Gracias a la oración somos capaces de usar el poder de Dios, porque en ella le pedimos al Señor que haga lo que nosotros no podemos.
Desafortunadamente, tenemos la tendencia de subestimar la oración. Es tan secreta y silenciosa, que a menudo la pasamos por alto como algo sin mayor importancia. Para corregir tan acomodaticia impresión, J. Edgar Hoover decía: «La fuerza de la oración es mayor que cualquier combinación posible de poderes controlados por el hombre, porque la oración es el instrumento supremo del hombre para extraer los recursos infinitos de Dios».
Nehemías encontró que la oración era una gran fuente de poder. Él se enfrentaba a un problema superior a sus fuerzas humanas y por ello llevó todo en oración al Señor. Dios entonces le mostró la solución. A través de sus súplicas, Nehemías recibió una nueva perspectiva del problema, fue orientado a reordenar su escala de valores y recibió a la vez un claro sentido del propósito que había en su misión.
Como resultado de la oración de Nehemías por su pueblo, un obstáculo aparentemente insuperable fue reducido a proporciones que permitieron manejarlo. Al término de cuatro meses de consagrada intercesión, Dios le brindó la solución al problema.
La oración nos ofrece también nuevas perspectivas. El fundador de las tiendas Penney acostumbraba a decir a sus colegas: «La verdadera oración abre nuestros ojos a cosas nunca vistas con anterioridad. Es lo opuesto a la oración que ha sido solamente una mera expresión de nuestros deseos egoístas». Mientras mayor sea Dios ante nuestros ojos, mejor será nuestra perspectiva en todos los problemas y situaciones que confrontemos.
Teniendo ya conciencia plena de lo que Dios quería que se hiciera, Nehemías fue guiado a un reordenamiento de sus prioridades. Comprendió su función en la solución del dilema que afrontaba su pueblo. Reconoció y aceptó que se convertiría en una pieza vital del vehículo que Dios utilizaría para lograr los fines por los cuales habían orado tan intensamente.
No tenemos medios precisos para comprobar cuántas veces la oración ha cambiado el curso de la historia. Lo que sí sabemos es que como resultado de la oración de Nehemías, Dios intervino en una situación aparentemente desesperada y, trabajando a través de un solo hombre, llevó a feliz término una tarea que a todos les parecía imposible.
La oración no solamente fijó las precedencias de Nehemías sino que también le dio una motivación. La certeza de ser un enviado de Dios había de sostenerlo a través de las innumerables vicisitudes que encontraría tan pronto comenzara la reconstrucción de los muros de la ciudad. En lo que Dios logró a través de Nehemías hay mucho de inspiración para nosotros. Él está dispuesto y deseoso, y es capaz de hacer lo mismo a través de cada uno de nosotros, si así lo queremos y aprendemos el secreto de utilizar esos recursos infinitos de su poder divino. Nuestros «gemidos indecibles» son las oraciones que Dios no puede rechazar (Romanos 8:26, 27). Nuestras oraciones diarias aminoran nuestras diarias preocupaciones. A la vez, nos mantienen en el sitio en que Dios puede utilizamos.
La constancia en la oración es la que marca la diferencia. Qué clase de diferencia es esta y cómo la fe y el trabajo marchan juntos, lo veremos en la próxima sección.
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La fuerza más poderosa del mundo
Nehemías 1:4–11
La oración ha sido llamada la fuerza más poderosa de este mundo. Hay algunas personas, sin embargo, que la consideran fuera de lugar en nuestra sociedad, tan altamente civilizada. Dicen que con todos los adelantos de la tecnología, la oración solo es un obstáculo para la acción. Otros han ido más lejos aún, diciendo que la creencia en una relación vital con Dios ha sido mantenida viva solo por «el pueril ego de hombres inferiores».
A pesar de tales críticas, muchos han encontrado en la oración un apoyo cuando los problemas parecían abatirlos. Abraham Lincoln admitía: «Muchas veces he caído de rodillas ante la abrumadora convicción de que no tengo a nadie más a quien recurrir. Mi propia sabiduría y la de aquellos que me rodean resultan insuficientes para el momento».
La clave de una actuación sobresaliente
En sus «memorias», Nehemías nos habla de su experiencia con la oración. Tuvo que enfrentarse a una situación que era demasiado grande para sus fuerzas. Esta se relacionaba con el pueblo escogido de Dios «en la provincia de más allá del río». Estaba en Babilonia y se sentía incapaz de ayudarles; por eso recurrió a Dios en oración. De su ejemplo podemos aprender cómo la oración puede convertirse en una fuerza eficaz en nuestra vida. Cuando examinamos más cuidadosamente a Nehemías, comprobamos que para que la oración sea eficaz, debe ir precedida por el conocimiento de una necesidad. Alan Redpath señala que «muchas de nuestras oraciones se concretan a pedir a Dios bendiciones para familiares enfermos y que nos mantenga en nuestra lucha diaria por la vida. Pero la oración no es tan solo un simple balbuceo: es una guerra».
Cuando Hanani y sus acompañantes vinieron a visitar a Nehemías, este les preguntó acerca del estado del pueblo y las condiciones de la ciudad de Jerusalén. Esta pregunta de orden general, recibió una respuesta muy concreta: «El remanente, los que quedaron de la cautividad, allí en la provincia, están en gran mal y afrenta y el muro de Jerusalén derribado, y sus puertas quemadas a fuego».
Jerusalén había sido destruida por los babilonios en el año 586 a.C. (2 Reyes 25:10). A pesar de los repetidos intentos de reconstruir sus muros (Esdras 4:7–16), la ciudad aún se mantenía en ruinas. Sin una muralla que los protegiera, los moradores del lugar se encontraban indefensos. Los ladrones podían bajar de las colinas cercanas y caer sobre ellos inesperadamente, llevándose sus posesiones. Como eran incapaces de defenderse a sí mismos, perdieron estimación a los ojos de otras naciones (véase Nehemías 2:17; 4:2, 3; Salmos 79:4–9). Lo que es mucho peor, perdieron el respeto propio. Se sentían humillados, porque de acuerdo con sus profetas, los muros de Jerusalén simbolizaban salvación y sus puertas, alabanza (Isaías 60:18).
El conocimiento de la triste condición de su pueblo movió a Nehemías a la oración. Lloró e hizo duelo por varios días. También ayunó y rogó a Dios en favor de sus hermanos.
Algunos comentaristas creen que Artajerjes estaba ausente del palacio en los momentos en que Nehemías recibió las noticias traídas por Hanani. Del capítulo segundo parece desprenderse que Nehemías continuó con sus deberes de copero y no permitió que sus preocupaciones personales interfirieran con su trabajo. Comparando Nehemías 1:4 y 2:1, 2, podemos entresacar algunas muestras de su dominio personal. Era bien diferente a los fariseos, que hacían pública ostentación de su supuesta devoción (Mateo 23:14; Marcos 12:40). Solo después de cuatro meses de intensa oración y abnegación, el rey vino a notar cierto cambio en Nehemías.
Firme en la brecha
En los versículos que siguen, se conserva para nosotros el tipo de oración que produce resultados. Notemos que para que la oración sea eficaz, debe ser hecha en actitud de reverencia.
Nehemías comienza su invocación con adoración y reverencia: «Te ruego, oh Jehová, Dios de los cielos, fuerte grande y temible». Su fervor es evidente. Centra sus pensamientos en la grandeza de Aquél a quien se está dirigiendo. Permanece en temor reverencial ante la majestad de Dios. Reconoce su superioridad al mismo tiempo que su soberanía. A medida que Dios se va haciendo más grande para él, más pequeños van resultando sus problemas.
La oración de Nehemías está basada en las Escrituras. Aunque creció en una tierra entregada a la idolatría y trabajaba en una corte pagana, todo ello no le impidió cultivar su vida espiritual (compare Colosenses 2:6, 7; 2 Pedro 1:5–9). Esta oración nos muestra hasta qué grado dominaba la Palabra y cómo esta señoreaba toda su vida.
En su oración, Nehemías incluye la alabanza. Su agradecimiento está basado en el carácter de Dios. Da gracias porque Dios «guarda el pacto y la misericordia a los que le aman y guardan sus mandamientos». Los hijos de Israel tenían una relación especial y única con el Señor. Siguiendo una costumbre arraigada en el Cercano Oriente, ellos estaban sujetos a una autoridad suprema, un soberano. En este caso, el soberano del pueblo israelita era el Dios de los cielos. Ellos eran sus subditos. Dios les impuso sus leyes y esperaba que ellos obedecieran sus mandatos. Como pago a su lealtad, Dios les ofreció su protección. Si obedecían su pacto, disfrutarían de sus bendiciones (Jeremías 11:4; 30:22; véase Levítico 26:12).
Nehemías sabía que la cautividad se había producido porque los Israelitas habían quebrantado su pacto con Dios. No obstante, daba gracias a Dios, porque en contraste con otras autoridades que castigan con prontitud a los rebeldes, el soberano del pueblo de Israel era misericordioso y clemente (Salmos 103:8; 117:2; Joel 2:13) y preservaba su amor y cariño para aquellos que guardaban sus mandamientos.
A medida que Nehemías continúa su plegaria, pasa de la adoración reverente a la petición específica. Su actitud es de un persistente fervor, basado en el conocimiento de que Dios responderá a las necesidades de su pueblo, si se somete otra vez a la autoridad divina (véase 1 Reyes 8:29, 30, 52; 2 Crónicas 7:14). Con esta seguridad, prosigue: «Esté ahora atento tu oído y abierto tus ojos para oír la oración de tu siervo, que hago ahora delante de ti día y noche, por los hijos de Israel tus siervos».
El modelo que Nehemías sigue en su oración es sumamente instructivo. Se asemeja al bosquejo que el Señor Jesús les dio a sus discípulos (Mateo 6:9–12; Lucas 11:2–4).
Hay muchas personas en nuestros días, que cuando oran siguen la misma progresión de Nehemías, pero sin sus resultados. Comienzan con la adoración y pasan a la súplica, pero no perseveran. La persistencia de Nehemías es digna de admiración. Permaneció en oración por su pueblo de día y de noche. Pudo haber hecho lo que muchas veces nosotros realizamos; es decir, orar por las necesidades de alguien, para olvidamos apenas no lo tenemos presente.
O pudo haber formulado sus ruegos en dos o tres oportunidades y haber dejado el resto al Señor. Sin embargo Nehemías persistió en su oración hasta que Dios le contestó. Nunca consideró su petición como la actividad mecánica de sonar una campanilla demandando que lo sirvieran, ni imaginó remotamente a Dios como un «sirviente cósmico» que se apresuraría a cumplir en forma solícita sus órdenes.
Él sabía que cuando Dios toma interés en nuestros asuntos, usa sus medios. En esta situación, la oración era el medio que Dios estaba usando para lograr sus propósitos (Ezequiel 36:37), Nehemías no esperó nunca que Dios contestaría sus peticiones en el mismo momento de formularlas. En lugar de ello, reconoció su subordinación a un soberano Señor y persistió respetuosamente hasta que Dios le contestó (Santiago 5:16–18).
La oración no solo nos ayuda conduciendo nuestra vida a la conformidad con la voluntad de Dios, sino que nos prepara para recibir la respuesta. A medida que tomamos conciencia de las intenciones del Señor, vemos con mayor nitidez la parte que nos toca dentro del plan divino. La oración persistente sirve asimismo al propósito de fortalecer nuestra resolución. Recibimos con ella una confianza renovada. Esta confianza nos libera de la garra del abatimiento y la desesperación y nos brinda fe para perseverar hasta lograr lo que Dios desea.
La actitud de la oración de Nehemías es también importante. Presenta un marcado contraste con algunas plegarias carentes de respeto para Aquél a quien van dirigidas. La postura de Nehemías es de absoluta reverencia y sumisión. Él sabía que los que se consideran auto suficientes, no oran a Dios, sino que solo se hablan a sí mismos. Los que están plenamente satisfechos de sí mismos, tampoco lo hacen porque no tienen conciencia de sus necesidades. Los que se consideran justos en su propia estimación no pueden tampoco orar, por carecer de base para aproximarse a Dios.
Quitando todas las barreras
Concentrando su pensamiento en quién es Dios, Nehemías llegó a tomar conciencia de una barrera que impedía a su Soberano la renovación de los privilegios de su pacto con el pueblo. Este obstáculo era el pecado no confesado por él. Esto viene a ilustrar con claridad otra lección en nuestra vida de oración. Para que la oración sea eficaz, debe ir acompañada de confesión. Nehemías sabía bien que el pecado reposaba en el fondo de aquellos por quienes pedía. Por esa razón comienza: «Y confieso los pecados de los hijos de Israel que hemos cometido contra ti». No deseando culpar solamente a la nación israelita, él se identifica con la culpa de su pueblo: «Sí, yo y la casa de mi padre hemos pecado». Este tipo de confesión sería particularmente apropiado si Nehemías era descendiente del linaje de David.
Comenzando con esta confesión general, Nehemías pasa a los puntos específicos: «En extremo nos hemos corrompido contra ti, y no hemos guardado los mandamientos, estatutos y preceptos que diste a Moisés tu siervo». Puesto que dice esto, se ve que cree firmemente que la continua tristeza y aflicción de Jerusalén está directamente relacionada con los pecados no confesados por el pueblo. Tácitamente acepta que este pueblo no tiene merecimientos propios. Ha roto el pacto con el Señor. Dios sin embargo ha previsto de los medios para ser restaurado, y esta provisión se convierte en la base de la petición de Nehemías.
Reclamando esa provisión hecha para que el pueblo pueda ser restaurado en el favor de Dios, Nehemías nos muestra otro principio de la oración: para que sea eficaz, debe estar basada en las promesas de Dios. «Acuérdate ahora de tu palabra», dice. Entonces, parafraseando la enseñanzas de Deuteronomio 4:25–31; 30:1–5; Levítico 26:27–45 y 2 Crónicas 6:36–39, demanda el cumplimiento de la promesa de Dios. Esta apelación marca el punto más alto de su plegaria. Su confianza en el Señor es tan absoluta, que sabe que él resolverá todos los detalles. Entonces concluye refiriéndose al pueblo de Dios como «sus siervos». Esto implica una nueva sumisión a la autoridad divina y el restablecimiento del pacto previo de relación con Dios.
La intercesión de Nehemías subraya lo cierta que es la observación del doctor R. C. Trench: «La oración no es para vencer la resistencia de Dios, sino para asirnos de su benevolencia».
Nehemías continúa solicitando el favor de Dios por cuatro largos meses (véase Nehemías 1:1, noviembre–diciembre y Nehemías 2:1, marzo–abril del 445 a.C.). Durante esas semanas pudo ver todos los asuntos con mayor claridad que nunca. Empezó de igual manera a entender la parte que le iba a tocar en la respuesta a su oración. Todo ello parece evidente por la forma en que Nehemías concluye su oración, pidiendo a Dios buen éxito en su empeño. Después hace saber al rey Artajerjes sus planes.
Sabe que será mas difícil abandonar la corte de Persia que haber entrado en ella. Es un cortesano de confianza y el rey ha puesto su seguridad en cierta manera en sus manos. No sabe cómo Dios habrá de lograr todo esto, pero su esperanza en el Señor es grande y confía en que él mismo resolverá todos los detalles.
El hombre que usa Dios
A medida que revisamos este pasaje, encontramos que contiene varios principios muy importantes para los líderes de nuestros días. Uno de ellos es que el líder debe tener una sincera preocupación por los demás. Cuando Nehemías recibió a la delegación de Jerusalén, mostró un interés inmediato respecto al bienestar del pueblo y a las condiciones de la ciudad. Cuando supo de sus apuros, se comprometió personalmente en la empresa. Ayunó y oró por ellos.
Muy a menudo, los que quieren llegar a ser líderes tratan de alcanzar la cima del éxito pisoteando los derechos ajenos. Aprovechan y explotan las capacidades de otros para progresar ellos. La importancia de esta preocupación vital por los demás ha sido encarecida por Sir Arthur Bryant en un artículo publicado en Illustrated London News [Noticias ilustradas de Londres]. Este renombrado historiador dice: «Nadie es apto para guiar a sus conciudadanos, a menos que considere el cuidado y el bienestar de ellos como su responsabilidad primordial … y privilegio».
Un líder sabio coloca el bienestar de aquellos con quienes trabaja, entre las cosas más importantes de su lista. Se asegura de que sus preocupaciones serán consideradas antes que las suyas propias. Sabe que si sus subordinados están libres de ansiedades personales, pueden hacer un trabajo mucho mejor. Ninguna corporación o iglesia, institución educacional o misión, puede tener éxito en alcanzar sus metas sin la ayuda espontánea de aquellos que están listos a darse ellos mismos por amor a la obra. El cuidado de un administrador capacitado se exterioriza por la forma en que trata a sus empleados; el reconocimiento que hace de sus contribuciones y la manera en que recompensa sus servicios (Efesios 6:9; Colosenses 3:1).
Esta no es solo una sana política para aquellos que ocupan altos puestos ejecutivos, sino también un consejo práctico para los aspirantes a hombres de negocios, pastores y líderes de misiones. Un líder que se identifica estrechamente con aquellas personas a quienes orienta, está capacitado para motivarlas hacia logros cada vez mayores. Será capaz de valorar sus capacidades individuales, unir a sus subalternos y retarlos con metas personales y de grupo. Como señala Bernard L. Montgomery: «El comienzo de todo liderazgo es una batalla por ganar el corazón y la mente de los hombres».
Esto nos lleva a un segundo principio del éxito en el liderazgo. Aunque la preocupación vital por las personas es un requisito necesario para ganar su confianza, y la íntima identificación con ellas es la clave para motivarlas, la importancia de la oración no debe ser ignorada ni desatendida. En una de las paredes de un corredor del Colegio Spurgeon en Londres, aparecen pintadas en letras gigantescas las siguientes palabras de Cristo: PORQUE SEPARADOS DE MÍ, NADA PODÉIS HACER (Juan 15:5). Gracias a la oración somos capaces de usar el poder de Dios, porque en ella le pedimos al Señor que haga lo que nosotros no podemos.
Desafortunadamente, tenemos la tendencia de subestimar la oración. Es tan secreta y silenciosa, que a menudo la pasamos por alto como algo sin mayor importancia. Para corregir tan acomodaticia impresión, J. Edgar Hoover decía: «La fuerza de la oración es mayor que cualquier combinación posible de poderes controlados por el hombre, porque la oración es el instrumento supremo del hombre para extraer los recursos infinitos de Dios».
Nehemías encontró que la oración era una gran fuente de poder. Él se enfrentaba a un problema superior a sus fuerzas humanas y por ello llevó todo en oración al Señor. Dios entonces le mostró la solución. A través de sus súplicas, Nehemías recibió una nueva perspectiva del problema, fue orientado a reordenar su escala de valores y recibió a la vez un claro sentido del propósito que había en su misión.
Como resultado de la oración de Nehemías por su pueblo, un obstáculo aparentemente insuperable fue reducido a proporciones que permitieron manejarlo. Al término de cuatro meses de consagrada intercesión, Dios le brindó la solución al problema.
La oración nos ofrece también nuevas perspectivas. El fundador de las tiendas Penney acostumbraba a decir a sus colegas: «La verdadera oración abre nuestros ojos a cosas nunca vistas con anterioridad. Es lo opuesto a la oración que ha sido solamente una mera expresión de nuestros deseos egoístas». Mientras mayor sea Dios ante nuestros ojos, mejor será nuestra perspectiva en todos los problemas y situaciones que confrontemos.
Teniendo ya conciencia plena de lo que Dios quería que se hiciera, Nehemías fue guiado a un reordenamiento de sus prioridades. Comprendió su función en la solución del dilema que afrontaba su pueblo. Reconoció y aceptó que se convertiría en una pieza vital del vehículo que Dios utilizaría para lograr los fines por los cuales habían orado tan intensamente.
No tenemos medios precisos para comprobar cuántas veces la oración ha cambiado el curso de la historia. Lo que sí sabemos es que como resultado de la oración de Nehemías, Dios intervino en una situación aparentemente desesperada y, trabajando a través de un solo hombre, llevó a feliz término una tarea que a todos les parecía imposible.
La oración no solamente fijó las precedencias de Nehemías sino que también le dio una motivación. La certeza de ser un enviado de Dios había de sostenerlo a través de las innumerables vicisitudes que encontraría tan pronto comenzara la reconstrucción de los muros de la ciudad. En lo que Dios logró a través de Nehemías hay mucho de inspiración para nosotros. Él está dispuesto y deseoso, y es capaz de hacer lo mismo a través de cada uno de nosotros, si así lo queremos y aprendemos el secreto de utilizar esos recursos infinitos de su poder divino. Nuestros «gemidos indecibles» son las oraciones que Dios no puede rechazar (Romanos 8:26, 27). Nuestras oraciones diarias aminoran nuestras diarias preocupaciones. A la vez, nos mantienen en el sitio en que Dios puede utilizamos.
La constancia en la oración es la que marca la diferencia. Qué clase de diferencia es esta y cómo la fe y el trabajo marchan juntos, lo veremos en la próxima sección.
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