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jueves, 26 de mayo de 2016
Conozcamos nuestras raices bíblicas: Para un estudio maduro
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Castillo Fuerte
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miércoles, 25 de mayo de 2016
La palabra de Cristo habite en abundancia en ustedes. Enseñense y exhortense unos a otros en toda sabiduría. Canten con gracia en sus corazones al Señor, con salmos, himnos y cánticos espirituales
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LOS SALMOS: UN HIMNARIO DEDICADO A CRISTO
¡Cantad a nuestro Rey, cantad!,
Porque Dios es el Rey de toda la tierra;
¡Cantad con inteligencia! (Salmo 47:6–7).
Dios nos invita a alabarlo, su bondad nos motiva a alabarlo. Por estas razones el pueblo de Dios se deleita en exaltarlo con cánticos. Desde el principio de la creación, los ángeles de Dios han cantado sus alabanzas en el cielo (Job 38:7); a través de la historia, su pueblo ha cantado sus alabanzas en la tierra.
- Moisés y todo el pueblo de Israel, entonaron un canto de victoria a orillas del Mar Rojo, después de que el Señor los liberó del ejército del faraón (Éxodo 15).
- Débora y Barac entonaron un canto de victoria después de que Dios entregó a los cananitas en sus manos (Jueces 5).
- Ana celebró el regalo de un hijo con un canto (1 Samuel 2).
- David escribió cantos para cada ocasión de su vida, cantos alegres para celebrar las bendiciones que Dios le dio (Salmo 18,) y cantos tristes para lamentar sus pecados (Salmo 38).
- Jesús y sus discípulos, cantaron himnos durante las últimas horas que pasaron juntos antes de la muerte de él (Mateo 26:30).
- Pablo y Silas, cantaron himnos a Dios en la cárcel de Filipos (Hechos 16:25).
- Por toda la eternidad, el pueblo de Dios cantará: “Grandes y maravillosas son tus obras, Señor Dios Todopoderoso; justos y verdaderos son tus caminos” (Apocalipsis 15:3).
La música es un precioso regalo de Dios para su pueblo, Lutero dijo: “La música es un talento y regalo de Dios; aleja al diablo y alegra a la gente. Yo pongo la música enseguida de la teología y le doy la mayor alabanza”. En parte porque Lutero amaba la música, los luteranos han hecho de esta una parte muy importante de su adoración. La iglesia luterana se ha hecho conocer como “la iglesia que canta”.
Los cristianos se unen con frecuencia para cantar himnos que expresan su amor al Salvador. Los himnos son la jubilosa respuesta a la invitación que nos hace el Señor a cantar sus alabanzas. Muchos de nosotros conservamos un himnario que recibimos el día de la confirmación y lo apreciamos como uno de los libros más importantes que poseemos.
Como el amor de Cristo gobierna nuestro corazón, siempre queremos poner en práctica esta exhortación bíblica: “La palabra de Cristo habite en abundancia en vosotros. Enseñaos y exhortaos unos a otros en toda sabiduría. Cantad con gracia en vuestros corazones al Señor, con salmos, himnos y cánticos espirituales” (Colosenses 3:16).
El amor por la música cristiana, que se expresa en los párrafos anteriores, es una de las razones por las que el estudio del libro de los Salmos es tan importante para nosotros.
- El libro de los Salmos es el himnario de la Biblia, dado por inspiración de Dios. El libro de los Salmos, más que cualquier otro libro, nos enseña a cantarle a Dios con gratitud en el corazón. Lutero dijo: “Todo cristiano debe conocer los Salmos como conoce los dedos de su mano”.
- En el libro de los Salmos, el Espíritu Santo nos enseña palabras y pensamientos para las oraciones.
- En los Salmos encontramos muchos pasajes que podemos usar, sin cambios, como oraciones propias.
- Los Salmos también nos dan bellos modelos para imitar en nuestras propias oraciones.
- El libro de los Salmos expresa toda la gama de emociones que el pueblo de Dios experimenta en esta vida; en ninguna otra parte se encontrarán palabras que expresen mayor gozo que en los salmos de alabanza y gratitud; en ninguna otra parte se encontrarán palabras que expresen más profundo pesar que en los salmos de arrepentimiento; en ninguna otra parte se encontrarán expresiones más fervientes tanto de los pesares como de los goces, que nos da la vida.
- El libro de los Salmos es un libro para todas las ocasiones y para todas las etapas de la vida.
- el pecado,
- el arrepentimiento y el perdón (Salmo 51),
- los atributos de Dios (Salmo 139), y la obra de Dios en la creación y en la providencia (Salmo 104).
- El tema más importante de los Salmos es el retrato que presenta de Cristo, nuestro Salvador, en muchas de las profecías mesiánicas que se encuentran en este libro, el cual influyó más que ningún otro en el Nuevo Testamento, que lo cita aproximadamente 80 veces. Casi 120 de los 150 Salmos se reflejan de alguna manera en el Nuevo Testamento. Es obvio que el estudio de los Salmos nos ayudará a comprender mejor el Nuevo Testamento.
Muchos de nuestros himnos y gran parte de nuestra liturgia se basan en los Salmos. Por ejemplo, el ofertorio, “Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio”, que cantamos cada domingo, está tomado del Salmo 51. Muchas otras respuestas de nuestra liturgia vienen del los Salmos.
El tradicional himno de Año Nuevo: “Dios hasta aquí me acompañó”, y muchos otros himnos familiares son simplemente versiones rimadas de los salmos.
Un beneficio adicional del estudio de los Salmos es que nos da una compresión más plena de nuestra manera de adorar.
Todo cristiano que medite en las palabras y en las enseñanzas de los Salmos, será bendecido con crecimiento espiritual.
Como toda la Escritura, los Salmos han sido escritos para nuestro aprendizaje; son útiles para: enseñar, reprender, corregir, e instruir en justicia (2 Timoteo 3:16). Oremos para que el Señor le bendiga al estudiar este libro, con abundantes bendiciones.
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Castillo Fuerte
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Jesús de Nazaret fue hombre acreditado por Dios ante vosotros con hechos poderosos, maravillas y señales que Dios hizo por medio de él entre vosotros, como vosotros mismos sabéis
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PASTOS FRESCOS PARA LA CONGREGACIÓN
LA VENIDA DEL ESPIRITU SANTO
1 En el primer relato escribí, oh Teófilo, acerca de todas las cosas que Jesús comenzó a hacer y a enseñar, 2 hasta el día en que fue recibido arriba, después de haber dado mandamientos por el Espíritu Santo a los apóstoles que había escogido. 3 A éstos también se presentó vivo, después de haber padecido, con muchas pruebas convincentes. Durante cuarenta días se hacía visible a ellos y les hablaba acerca del reino de Dios. 4 Y estando juntos, les mandó que no se fuesen de Jerusalén, sino que esperasen el cumplimiento de la promesa del Padre, "de la cual me oísteis hablar; 5 porque Juan, a la verdad, bautizó en agua, pero vosotros seréis bautizados en el Espíritu Santo después de no muchos días."Jesús asciende al cielo
6 Por tanto, los que estaban reunidos le preguntaban diciendo:
—Señor, ¿restituirás el reino a Israel en este tiempo?
7 El les respondió:
—A vosotros no os toca saber ni los tiempos ni las ocasiones que el Padre dispuso por su propia autoridad. 8 Pero recibiréis poder cuando el Espíritu Santo haya venido sobre vosotros, y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria y hasta lo último de la tierra.
9 Después de decir esto, y mientras ellos le veían, él fue elevado; y una nube le recibió ocultándole de sus ojos. 10 Y como ellos estaban fijando la vista en el cielo mientras él se iba, he aquí dos hombres vestidos de blanco se presentaron junto a ellos, 11 y les dijeron:
—Hombres galileos, ¿por qué os quedáis de pie mirando al cielo? Este Jesús, quien fue tomado de vosotros arriba al cielo, vendrá de la misma manera como le habéis visto ir al cielo.
12 Entonces volvieron a Jerusalén desde el monte que se llama de los Olivos, el cual está cerca de Jerusalén, camino de un sábado. 13 Y cuando entraron, subieron al aposento alto donde se alojaban Pedro, Juan, Jacobo y Andrés, Felipe y Tomás, Bartolomé y Mateo, Jacobo hijo de Alfeo y Simón el Zelote y Judas hijo de Jacobo. 14 Todos éstos perseveraban unánimes en oración junto con las mujeres y con María la madre de Jesús y con los hermanos de él.
Matías es nombrado entre los doce
15 En aquellos días se levantó Pedro en medio de los hermanos, que reunidos eran como ciento veinte personas, y dijo: 16 "Hermanos, era necesario que se cumpliesen las Escrituras, en las cuales el Espíritu Santo habló de antemano por boca de David acerca de Judas, que fue guía de los que prendieron a Jesús; 17 porque era contado con nosotros y tuvo parte en este ministerio." 18 (Este, pues, adquirió un campo con el pago de su iniquidad, y cayendo de cabeza, se reventó por en medio, y todas sus entrañas se derramaron. 19 Y esto llegó a ser conocido por todos los habitantes de Jerusalén, de tal manera que aquel campo fue llamado en su lengua Acéldama, que quiere decir Campo de Sangre.) 20 "Porque está escrito en el libro de los Salmos:
Sea hecha desierta su morada,
y no haya quien habite en ella.
Y otro ocupe su cargo.
21 Por tanto, de estos hombres que han estado junto con nosotros todo el tiempo que el Señor Jesús entraba y salía entre nosotros, 22 comenzando desde el bautismo de Juan hasta el día en que fue tomado de nosotros y recibido arriba, es preciso que uno sea con nosotros testigo de su resurrección."
23 Propusieron a dos: a José que era llamado Barsabás, el cual tenía por sobrenombre, Justo; y a Matías. 24 Entonces orando dijeron: "Tú, Señor, que conoces el corazón de todos, muestra de estos dos cuál has escogido 25 para tomar el lugar de este ministerio y apostolado del cual Judas se extravió para irse a su propio lugar."
26 Echaron suertes sobre ellos, y la suerte cayó sobre Matías, quien fue contado con los once apóstoles.
La venida del Espíritu en Pentecostés
2:1 Al llegar el día de Pentecostés, estaban todos reunidos en un mismo lugar. 2 Y de repente vino un estruendo del cielo, como si soplara un viento violento, y llenó toda la casa donde estaban sentados. 3 Entonces aparecieron, repartidas entre ellos, lenguas como de fuego, y se asentaron sobre cada uno de ellos. 4 Todos fueron llenos del Espíritu Santo y comenzaron a hablar en distintas lenguas, como el Espíritu les daba que hablasen.
5 En Jerusalén habitaban judíos, hombres piadosos de todas las naciones debajo del cielo. 6 Cuando se produjo este estruendo, se juntó la multitud; y estaban confundidos, porque cada uno les oía hablar en su propio idioma. 7 Estaban atónitos y asombrados, y decían:
—Mirad, ¿no son galileos todos estos que hablan? 8 ¿Cómo, pues, oímos nosotros cada uno en nuestro idioma en que nacimos? 9 Partos, medos, elamitas; habitantes de Mesopotamia, de Judea y de Capadocia, del Ponto y de Asia, 10 de Frigia y de Panfilia, de Egipto y de las regiones de Libia más allá de Cirene; forasteros romanos, tanto judíos como prosélitos; 11 cretenses y árabes, les oímos hablar en nuestros propios idiomas los grandes hechos de Dios.
12 Todos estaban atónitos y perplejos, y se decían unos a otros:
—¿Qué quiere decir esto?
13 Pero otros, burlándose, decían:
—Están llenos de vino nuevo.
Discurso de Pedro en Pentecostés
14 Entonces Pedro se puso de pie con los once, levantó la voz y les declaró:
—Hombres de Judea y todos los habitantes de Jerusalén, sea conocido esto a vosotros, y prestad atención a mis palabras. 15 Porque éstos no están embriagados, como pensáis, pues es solamente la tercera hora del día. 16 Más bien, esto es lo que fue dicho por medio del profeta Joel:
17 Sucederá en los últimos días,
dice Dios,
que derramaré de mi Espíritu
sobre toda carne.
Vuestros hijos y vuestras hijas
profetizarán,
vuestros jóvenes verán visiones,
y vuestros ancianos soñarán sueños.
18 De cierto, sobre mis siervos
y mis siervas
en aquellos días derramaré
de mi Espíritu, y profetizarán.
19 Daré prodigios en el cielo arriba,
y señales en la tierra abajo:
sangre, fuego y vapor de humo.
20 El sol se convertirá en tinieblas,
y la luna en sangre,
antes que venga el día del Señor,
grande y glorioso.
21 Y sucederá que todo aquel
que invoque el nombre del Señor
será salvo.
22 »Hombres de Israel, oíd estas palabras: Jesús de Nazaret fue hombre acreditado por Dios ante vosotros con hechos poderosos, maravillas y señales que Dios hizo por medio de él entre vosotros, como vosotros mismos sabéis. 23 A éste, que fue entregado por el predeterminado consejo y el previo conocimiento de Dios, vosotros matasteis clavándole en una cruz por manos de inicuos. 24 A él, Dios le resucitó, habiendo desatado los dolores de la muerte; puesto que era imposible que él quedara detenido bajo su dominio. 25 Porque David dice de él:
Veía al Señor siempre delante de mí,
porque está a mi derecha,
para que yo no sea sacudido.
26 Por tanto, se alegró mi corazón,
y se gozó mi lengua;
y aun mi cuerpo
descansará en esperanza.
27 Porque no dejarás mi alma
en el Hades,
ni permitirás que tu Santo
vea corrupción.
28 Me has hecho conocer
los caminos de la vida
y me llenarás de alegría
con tu presencia.
29 »Hermanos, os puedo decir confiadamente que nuestro padre David murió y fue sepultado, y su sepulcro está entre nosotros hasta el día de hoy. 30 Siendo, pues, profeta y sabiendo que Dios le había jurado con juramento que se sentaría sobre su trono uno de su descendencia, 31 y viéndolo de antemano, habló de la resurrección de Cristo:
que no fue abandonado en el Hades,
ni su cuerpo vio corrupción. 32 ¡A este Jesús lo resucitó Dios, de lo cual todos nosotros somos testigos!
33 »Así que, exaltado por la diestra de Dios y habiendo recibido del Padre la promesa del Espíritu Santo, ha derramado esto que vosotros veis y oís. 34 Porque David no subió a los cielos, pero él mismo dice:
El Señor dijo a mi Señor:
"Siéntate a mi diestra,
35 hasta que ponga a tus enemigos
por estrado de tus pies."
36 Sepa, pues, con certidumbre toda la casa de Israel, que a este mismo Jesús a quien vosotros crucificasteis, Dios le ha hecho Señor y Cristo.
37 Entonces, cuando oyeron esto, se afligieron de corazón y dijeron a Pedro y a los otros apóstoles:
—Hermanos, ¿qué haremos?
38 Pedro les dijo:
—Arrepentíos y sea bautizado cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de vuestros pecados, y recibiréis el don del Espíritu Santo. 39 Porque la promesa es para vosotros, para vuestros hijos y para todos los que están lejos, para todos cuantos el Señor nuestro Dios llame.
40 Y con otras muchas palabras testificaba y les exhortaba diciendo:
—¡Sed salvos de esta perversa generación!
41 Así que los que recibieron su palabra fueron bautizados, y fueron añadidas en aquel día como tres mil personas. 42 Y perseveraban en la doctrina de los apóstoles, en la comunión, en el partimiento del pan y en las oraciones.
EL EFECTO MARIPOSA
Hechos 1:1–2:41
«Pero recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y hasta lo último de la tierra.»
«Moraban entonces en Jerusalén judíos, varones piadosos, de todas las naciones bajo el cielo. Y hecho este estruendo, se juntó la multitud; y estaban confusos, porque cada uno les oía hablar en su propia lengua».
Hechos 1:8; 2:5–6
EDWARD LORENZ era un físico que en la década de los 60 trabajaba con ordenadores, en el Instituto Tecnológico de Massachusetts, elaborando programas meteorológicos.
Ideó un programa con el que, una vez introducidas ciertas observaciones meteorológicas, se podía calcular, al menos en teoría, qué tiempo haría.
Un día cometió un error.
Queriendo introducir en el ordenador un dato numérico con 6 decimales, 0.506127, accidentalmente sólo introdujo los tres primeros, 0.506.
Era un investigador minucioso y decidió reiniciar el programa con el dato correcto en su sitio, aunque intuía que un pequeño error de esa índole, tan sólo una diezmilésima parte, posiblemente no haría variar los resultados de una manera significativa. Para su sorpresa, sin embargo, cuando el ordenador elaboró el nuevo patrón meteorológico, resultó ser completamente distinto del anterior. Lorenz no podía creer lo que veía. Como él mismo explicaría después, era como si una diminuta variación en Pekin, no mayor de lo que sería el resultado del movimiento del ala de una mariposa, originara aproximadamente una semana después un huracán de fuerza doce en Nueva York. De ahí el nombre de su descubrimiento: «El Efecto Mariposa».
Ha levantado un gran interés científico en los últimos años. Entre otras cosas, explica por qué nuestros meteorólogos se equivocan tan a menudo. No es culpa suya; se debe a las mariposas de Pekin que no han sido detectadas por el satélite. Tal es la complejidad de la atmósfera terrestre, que incluso pequeñas alteraciones difíciles de observar pueden generar consecuencias meteorológicas momentáneas que vuelvan no difícil, sino teóricamente imposible, el predecir de una manera precisa el tiempo que hará a largo plazo.
Afortunadamente, a la vida generalmente no le afectan tanto estas fluctuaciones producidas por el «Efecto Mariposa».
Si no fuera así, nunca podríamos planificar algo con un mínimo de fiabilidad. Pero en algunos aspectos es también bastante deprimente, porque eso significa que es difícil cambiar el mundo.
Es cierto que cada decisión que tomamos repercute de alguna manera y que cada uno de nosotros tiene la capacidad potencial de alterar el curso de los acontecimientos hasta cierto punto. Pero la mayor parte de acciones individuales en las que tomamos parte son algo así como piedras arrojadas a un lago de gran tamaño.
Salpican, pero normalmente las ondas que producen desaparecen rápidamente y ni siquiera se llegan a percibir más allá del lugar en el que cayó la piedra. No hay un «Efecto Mariposa» que magnifique nuestra pequeña contribución y la convierta en algo verdaderamente significativo.
Jonathan Swift dijo en cierta ocasión que aquel que pudiera cultivar dos espigas de maíz en el lugar donde antes sólo se había cultivado una, habría conseguido en su vida más que toda la clase política reunida.
Tristemente, incluso tan modesta contribución para un futuro de larga duración para la raza humana es de difícil consecución. La mayoría de nosotros tenemos que enfrentarnos al hecho de dejar caer el pequeño guijarro de nuestras vidas en el turbulento océano de los sucesos del mundo, y en un tiempo imperceptible la superficie ya no registrará ni huella de nuestro paso.
De hecho, para muchos ésta es la principal fuente de ansiedad del hombre y la mujer modernos. La futilidad de la existencia ha sido tema de incontables novelas y representaciones dramáticas contemporáneas.
Con todo, la situación no es tan poco prometedora. Ocasionalmente, parece que el «Efecto Mariposa» se produce también en otras situaciones. ¿Recuerdan, por ejemplo esta canción infantil?
Si falta un clavo, se pierde la herradura.
Si falta la herradura, se pierde el caballo.
Si falta el caballo, se pierde el jinete.
Si falta el jinete, se pierde la batalla.
Si falta la batalla, se pierde el reino.
Puede parecer que en rara ocasión un simple clavo puede ocasionar una victoria o una derrota de una nación entera. Y lo que es cierto para un simple clavo, puede serlo también para una simple vida.
Nació en un pueblo escondido, hijo de una pobre mujer.
Creció en otro pueblo donde trabajó en una carpintería hasta los treinta años.
Después se convirtió en un predicador itinerante durante tres años.
Nunca escribió un libro.
Nunca montó una oficina.
Nunca tuvo una familia.
Nunca fue propietario de una casa.
Nunca fue a la universidad.
Nunca viajó a más de 200 millas de su lugar de nacimiento.
No hizo ninguna de las cosas que normalmente asociamos a la grandeza.
Tenía sólo treinta y tres años cuando todo el peso de la opinión pública se le vino encima.
Sus amigos huyeron.
Le consideraron un enemigo.
Soportó una parodia de juicio.
Fue clavado en una cruz entre dos ladrones, mientras sus verdugos se sorteaban sus ropas, sus únicas posesiones en la tierra.
Y, cuando hubo muerto, fue abandonado en un sepulcro prestado.
Han transcurrido diecinueve siglos, pero el mundo continúa cautivado por él.
Todos los ejércitos que a lo largo de los siglos han desfilado.
Todas las fuerzas armadas que a lo largo de los siglos han navegado.
Todos los parlamentos que a lo largo de los siglos han deliberado.
Todos los reyes que a lo largo de los siglos han gobernado.
Todos juntos no han causado un efecto en la vida del hombre sobre la tierra como el producido por aquella ÚNICA VIDA SOLITARIA.
Éste es el «Efecto Mariposa» que podemos ver operando en esta época, no en la meteorología sino en la historia.
Las ondas producidas por su «única vida solitaria» no dejaron de propagarse con su muerte. Todo lo contrario. Los efectos de la venida de Jesús se han incrementado en amplitud y se han expandido hasta llegar a ser grandes olas que rodean al mundo entero.
El libro de Los Hechos, una parte de la Biblia de especial interés nos da pautas para elaborar un mapa cartográfico del progreso de esas ondas expansivas de la influencia de Jesús: Los Hechos de los Apóstoles.
De hecho, este libro es la segunda parte de un tratado en dos volúmenes. Conocemos la primera parte como el Evangelio de Lucas. Ambas partes están dedicadas al mismo hombre, Teófilo.
Bien podría haberse tratado de un aristócrata romano, puesto que Lucas, el autor, se dirige a él como «excelentísimo». Por tanto, el escritor quiere informar a un gentil culto del efecto extraordinario y creciente que el cristianismo produce sobre el mundo.
Y Hechos es una contribución más a la consecución de su objetivo: «En el primer tratado, oh Teófilo, hablé acerca de todas las cosas que Jesús comenzó a hacer y a enseñar» (Hechos 1:1).
Fijémonos en la palabra «comenzó».
En su Evangelio, Lucas nos ha narrado cómo Jesús nació de una pobre mujer en un pueblo escondido. También cómo creció en el humilde hogar de José el carpintero. Se ha referido a su corto ministerio siendo ya adulto, el cual, aunque sobrenatural, se ciñó a los límites de Judea y sus provincias circundantes.
Por último, nos ha descrito su muerte ignominiosa y su gloriosa resurrección. Al final del Evangelio de Lucas, Jesús vuelve al cielo. Podríamos haber pensado que la historia había concluido. Al contrario—dice Lucas—, éste es sólo el final del comienzo. Queda aún mucho más por venir.
La historia de esta única vida solitaria no concluyó con su muerte. Jesús está todavía obrando en el mundo, produciendo un efecto cada vez más evidente en la historia humana cuanto más se propagan las ondas de su influencia. Sí, no estará satisfecho hasta que éstas hayan alcanzado al mundo entero.
«Entonces los que se habían reunido le preguntaron, diciendo: Señor, ¿restaurarás el reino a Israel en este tiempo? Y les dijo: No os toca a vosotros saber los tiempos o las sazones, que el Padre puso en su sola potestad; pero recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y hasta lo último de la tierra» (Hechos 1:6–8).
Estos versículos constituyen el programa de todo el libro de Hechos.
Observemos las dos reprensiones a los discípulos que contienen, así como la promesa claramente explícita.
La primera reprensión tiene que ver con su curiosidad.
Jesús les había explicado claramente cómo, con su venida, había amanecido la era mesiánica y se estaban cumpliendo las antiguas profecías. Esto, inevitablemente, disparó las ideas de los discípulos sobre la proximidad del fin del mundo. Inmediatamente, Jesús les advierte contra este tipo de especulaciones.
La información de esa clase, insiste, está a buen recaudo en la caja fuerte privada de Dios, con un letrero en el que se puede leer «Top Secret». Hay ciertas cosas que no tenéis por qué saber, y ésa es una de ellas. Hay todavía algunos cristianos, por supuesto, obsesionados con los tiempos y las sazones.
Cualquier incidente político en Oriente Medio, por pequeño que sea, es suficiente para lanzarlos a un análisis enfervorizado del libro de Daniel con sus calculadoras de bolsillo preparadas.
Hoy debemos prevenir hoy esta clase de histeria tanto como ellos entonces. No estáis aquí para hacer conjeturas acerca de los tiempos o las sazones—les dice Jesús en realidad—, estáis aquí para multiplicaros de manera que, cuando yo vuelva al final de los tiempos, tenga un reino al que regresar. La evangelización ha de ser vuestra primera prioridad.
En segundo lugar, les reprende por su parroquialismo. Ellos preguntan acerca de «Israel», pero Jesús les responde refiriéndose a «lo último de la tierra».
Tienen una clara fijación mental con el tema del destino de su propia nación. A pesar de todas las enseñanzas de Jesús, sus ideas sobre el reino de Dios son todavía fundamentalmente chauvinistas y territoriales. Todavía tienen que entender el «Efecto Mariposa».
Escuchad—les dice Jesús—, las ondas provocadas por mi muerte y resurrección deben propagarse primero aquí, en Jerusalén; pero después en Judea y en Samaria, y finalmente hasta lo último de la tierra. Y vosotros, mis discípulos, tendréis un papel importante en ese proceso de expansión. Me seréis testigos.
El libro de Hechos es, en cierta manera, un simple registro del cumplimiento de este programa. Narra cómo los apóstoles llevaron en verdad las nuevas de la resurrección de Jesús por el mundo, de manera que en vez de ir disminuyendo su influencia tras su marcha, fue creciendo más y más hasta que el «Efecto Mariposa» de su vida hizo que las ondas irrumpieran con fuerza en la misma capital del mundo antiguo.
Pero parece claro que aquí, en el capítulo 1, no estaban aún preparados para algo así. Su mentalidad era todavía demasiado parroquiana como para verse a sí mismos como misioneros transformadores del mundo. Era necesario algo más, algo verdaderamente dramático, y Jesús sabía lo que era, Por eso acompaña sus reprensiones con una promesa: «Recibiréis poder cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo» (Hechos 1:8).
Es el poder del sol el que dirige el «Efecto Mariposa» dentro de los mecanismos que rigen la meteorología. Es sólo porque el sol calienta la atmósfera terrestre, creando turbulencias enormes, por lo que las perturbaciones atmosféricas menores pueden dar lugar a verdaderos ciclones. Todos los físicos saben que no hay ondas sin energía.
Igualmente, Jesús nos da a conocer la fuente de energía que propagaría el «Efecto Mariposa» a lo largo de la historia de la Iglesia, transformando lo que inicialmente no era más que una minoritaria secta judía en una mayoritaria fe mundial. Lucas continúa en el capítulo 2 refiriéndonos el momento en que esa fuente de «poder» fue abierta y las ondas comenzaron a propagarse.
«Cuando llegó el día de Pentecostés, estaban todos unánimes juntos. Y de repente vino del cielo un estruendo como de un viento recio que soplaba, el cual llenó toda la casa donde estaban sentados; y se les aparecieron lenguas repartidas, como de fuego, asentándose sobre cada uno de ellos. Y fueron llenos del Espíritu Santo, y comenzaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les daba que hablasen» (Hechos 2:1–4).
En el Antiguo Testamento, Pentecostés era una fiesta que se celebraba por la cosecha. Pero, en tiempos de Jesús, tenía un significado adicional dentro del calendario judío. Era el momento en que se conmemoraba la entrega de los 10 mandamientos. El asociarlo con esto podía muy bien ser significativo, porque el viento recio y las lenguas de fuego de las que se nos habla recuerdan al estruendo y los relámpagos que rodearon a Moisés en el Monte Sinaí.
Allí, él recibió la ley del Antiguo Pacto esculpida en tablas de piedra, la ley que sería leída en público el día de Pentecostés en Jerusalén. Pero, como en numerosas ocasiones habían explicado los profetas del Antiguo Testamento, esa ley había sido incapaz de cambiar el mundo porque no había podido cambiar a las personas.
Ahora, una vez más, Dios descendía en Pentecostés en medio de fuego y viento. Pero en esta ocasión no para impartir la ley; más bien para otorgarnos su Espíritu y así iniciar el Nuevo Pacto, escrito no en tablas de piedra carentes de vida alguna, sino en corazones humanos renovados. El Espíritu triunfaría allí donde la ley había fracasado, trayendo, en vez de mandamientos de Dios, poder.
Ahí estaba la fuerza dinámica que amplificaría el batir de alas de mariposa producido por doce hombres Galileos poco impresionables, transformando su testimonio en una corriente revolucionaria que cambiaría de manera radical los valores morales y sociales de la raza humana.
Y dentro del milagro que acompañaría a la llegada del Espíritu, Dios deja entrever de una interesante manera cómo se propone llevar a cabo esa transformación. Deja claro que el Espíritu derrumbará las separaciones sociales que dividen al mundo. Se mostrará como un poder que destruye barreras. Las ondas expansivas no se pueden propagar si chocan contra muros de ladrillo, y el mundo antiguo estaba plagado de tales obstáculos que deberían ser superados para que el objetivo de Jesús de conquistar el mundo pudiese ser alcanzado. Y el Espíritu tenía la energía necesaria para derribarlos.
«Moraban entonces en Jerusalén judíos, varones piadosos, de todas las naciones bajo el cielo. Y hecho este estruendo, se juntó la multitud; y estaban confusos, porque cada uno les oía hablar en su propia lengua. Y estaban atónitos y maravillados, diciendo: Mirad, ¿no son galileos todos estos que hablan? ¿Cómo, pues, les oímos nosotros hablar cada uno en nuestra lengua en la que hemos nacido?» (Hechos 2:5–8).
Una de las cosas que ha demostrado muy claramente la reciente política de emancipación en la Unión Soviética es la tendencia nacionalista.
No importa la manera despiadada en que un imperio como el de Stalin pretendiera apaciguar a sus súbditos; la lealtad étnica sobrevive. Bastaba con que la intimidación militar remitiera un poco para que los movimientos independentistas comenzaran a brotar en todas direcciones, como si nunca hubiera tenido lugar medio siglo de represión. La razón de esto, por supuesto, es muy sencilla: el nacionalismo no está en función de la organización política. Es un fenómeno cultural.
Un pueblo puede perder su sentido de autodeterminación política durante muchos siglos y todavía mantener un vigoroso sentido de identidad nacional en virtud de sus diferencias culturales. Por medio de cuestiones como la ropa que vestimos, la música que tocamos, los cuentos populares que contamos a nuestros hijos al irse a la cama por la noche y—quizás la más distintiva de todas—el idioma que hablamos, se preserva la identidad nacional.
Son características que nos permiten reconocer inmediatamente a un extranjero. Constituyen un enorme obstáculo para cualquier movimiento que pretenda unificar a los pueblos divididos del mundo. La mera integración política no es suficiente. El verdadero desafío es el de la integración cultural.
La vía por la que los gobiernos suelen intentar unir a las personas es el forzarlas a ser iguales. Se impone la cultura predominante sobre las culturas indígenas.
El Islam, por ejemplo, pretende generar un internacionalismo genuino, pero deja muy claro que esto sólo es posible mediante el dominio de la cultura árabe. El árabe es el idioma absolutamente central para el Islam, y todos los musulmanes deben aprenderlo. Pero los conflictos en el Golfo de los que hemos sido testigos en los últimos años han demostrado indudablemente—como si necesitáramos pruebas de ello—que la rivalidad nacionalista todavía persiste a pesar de todo.
De la misma manera, el sueño Leninista de crear en todo el mundo una sociedad sin clases se basaba en la represión de aquellos que rehusaran conformarse al prototipo socialista. La desintegración del bloque de Europa del Este no ha hecho más que enfatizar la supervivencia de la rivalidad nacional a pesar de aproximadamente un siglo de «Unión» Soviética.
Tampoco deberíamos olvidar la ambición del colonialismo del Siglo XIX por unir el mundo en un gran imperio (el Británico, por supuesto). Y esto tampoco ha sido capaz de resistir las declaraciones inexorables de los movimientos independentistas tribales y nacionalistas.
El problema que conllevan todos los métodos por medio de los cuales pretendemos crear un nuevo orden mundial es que implícitamente son imperialistas y traen consigo el que una cultura domine a otra. Y cualquier cultura se resiste a ser eliminada de esa forma. Siempre sobrevive, por muy represivo que sea el régimen. De hecho, se sobrepone incluso a la persecución.
Éste es el problema de Irlanda del Norte; no se trata fundamentalmente de un conflicto entre dos partidos políticos, ni siquiera entre dos religiones; es cuestión de dos culturas que entran en colisión.
Los que conocemos la Biblia no deberíamos sorprendernos de todo esto. Es la lección de Babel. El libro del Génesis nos narra cómo Dios mismo dividió a la humanidad en naciones rivales, precisamente porque, para nuestra sorpresa, así somos menos peligrosos. Intentar unificar el mundo por medio del imperialismo cultural, y así erradicar la diversidad nacional de la raza humana, está destinado al fracaso, puesto que representa una batalla contra el antiguo decreto de Babel.
¿Existe algún poder que pueda unificar a las fragmentadas naciones de la tierra sin subyugarlas en el proceso? ¿Existe alguna manera de unificar a las personas sin pretender al mismo tiempo que todas sean iguales? Claro que sí. Ésa es precisamente la clase de unidad que produce el Espíritu Santo. Y Él declaró su intención en cuanto al asunto que nos ocupa desde el principio, el Día de Pentecostés, por el milagro que llevó a cabo: «Y estaban atónitos y maravillados, diciendo: Mirad, ¿no son galileos todos estos que hablan? ¿Cómo, pues, les oímos nosotros hablar cada uno en nuestra lengua en la que hemos nacido?» (Hechos 2:7–8).
Dios podría haber proporcionado a aquella multitud una lengua universal. Podría haberlos capacitado para entender un idioma; pero no necesitaba hacerlo, porque ellos ya comprendían aquel idioma, denominado griego. No habría supuesto una gran dificultad para Pedro el hacerse entender en griego; de hecho, la mayoría, si no todas, de las primeras predicaciones cristianas tuvieron lugar en este idioma. La señal de las lenguas, por lo tanto, no es que fuera necesaria debido a la ausencia de intérpretes bilingües.
La cuestión es, como Lucas nos narra cuidadosamente, que toda aquella multitud, que se había reunido procedente de lugares tan diferentes, oían el mensaje como si éste se estuviera emitiendo en su propio idioma vernáculo.
Así lo expresaban exactamente: «Cada uno en nuestra lengua (literalmente, dialecto) en la que hemos nacido» (v.8). Por un momento, el evidente acento galileo de los discípulos desapareció y cada miembro de la audiencia los escuchó alabar a Dios como si sus palabras procedieran de labios de uno cualquiera de su propio grupo, de su área local; como si hubieran vuelto a casa.
Esto es lo que les sobrecogió. Podían haber entendido a los discípulos en griego; pero en vez de eso, cada persona de entre la multitud les escuchaba no como extranjeros, sino como si fueran integrantes de su propio clan, tribu o nación.
Estas lenguas pentecostales fueron una muestra de la manera en que el Espíritu Santo derrumbaría las barreras sociales y la clase de internacionalismo sin precedentes que crearía. A diferencia del imperialismo humano, el Espíritu no ambicionaba homogeneizar a los pueblos del mundo con una cultura cristiana uniforme. Por el contrario, pretendía tender puentes inter-culturales y superar el distanciamiento que estas culturas crean sin dar al traste con la diversidad que representan.
El judío seguiría siendo judío y el griego continuaría siendo griego. Los muros de separación entre las culturas no serían destruidos, pero sí descenderían hasta el punto de ser inofensivos, siendo reemplazados por una clase de identidad social unificada. Sería algo tan diferente que acuñarían una nueva palabra para describirlo: «La comunión del Espíritu Santo». Ya no habría «judío ni griego, esclavo ni libre, varón ni mujer; porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús» (Gálatas 3:28).
En Pentecostés, los discípulos predicaron un mensaje que pudo ser escuchado en diversas lenguas. Cuando leemos el Libro de los Hechos, descubrimos que aquel mensaje dio origen a una Iglesia con diversas culturas. Si fuéramos más allá, al Libro de Apocalipsis, encontraríamos que finalmente produce una multitud reunida alrededor del trono de Dios, gente de cada tribu, nación y pueblo que, a la vez, serían reconocidos.
Sus orígenes no serán borrados en la gloria; habrá una comunidad representando al amplio rango de culturas humanas, alabando a un Dios multilingüe. Ésa es la visión bíblica de la eternidad. Eso es lo que Espíritu Santo pretende crear y ése es el tipo de ondas que produjo el Día de Pentecostés para que se propagaran por el mundo.
Esto tiene toda clase de implicaciones para nosotros. A un nivel bastante trivial, eso es lo que hace que las traducciones de la Biblia sean aceptables. Nosotros damos por supuesta la validez de la Biblia inglesa, pero son muchas las religiones en el mundo que sufren graves problemas de conciencia ocasionados por la traducción de sus Santas Escrituras: el Corán sólo se puede escuchar en árabe; las Escrituras de los Vedas de la India sólo se estudian en sánscrito; algunos judíos ortodoxos tienen un punto de vista bastante supersticioso acerca del texto hebreo del Antiguo Testamento; y el mismo cristianismo tampoco se ha mantenido inmune a este tipo de elitismo lingüístico a lo largo de los siglos.
Hubo un tiempo en que la Iglesia de Roma insistía en que tanto en las Escrituras como en la liturgia eclesiástica se debía utilizar el latín. E incluso podemos toparnos con algunos protestantes que ven un tipo de santidad especial en el idioma de la Inglaterra de los siglos dieciséis y diecisiete.
Pero cualquier intento de relacionar el evangelio de manera especial con algún lenguaje santo es una ofensa al Espíritu de Pentecostés. El Espíritu Santo, el primer día de la expansión misionera de la Iglesia, dejó claro que cualquier idioma es un vehículo apropiado para alabar a Jesucristo.
Ésta es la razón por la que Tyndale acertó al adaptar el Nuevo Testamento al lenguaje ordinario de los hombres y mujeres de aquellos días. Esto es lo que correctamente hacen hoy día los traductores bíblicos de Wycliffe al intentar traducir las Escrituras a los dialectos locales de cada tribu de la tierra. Esto es lo que desea el Espíritu Santo. Quiere que las personas sepan que este mensaje les pertenece de manera especial. No requiere que renuncien a su identidad. No, Jesús es para ellos, para su nación, para su pueblo.
La señal de Pentecostés es también, en términos más generales, una forma de llamar nuestra atención sobre el enorme peligro que supone el vincular la presentación del evangelio que ofrecemos al mundo con nuestra propia cultura.
A los primeros cristianos, por desgracia, les llevó algún tiempo entender esto. Tratándose de judíos con un patriotismo feroz, se comprende que sintieran que cualquiera que quisiera convertirse al cristianismo debiera llegar a ser al menos un poco más judío. Algunos argumentaban que los conversos gentiles debían circuncidarse, observar las leyes alimenticias que requería la ortodoxia judía y guardar el sábado, por ejemplo.
La iglesia primitiva tuvo que plantearse muy seriamente esta cuestión, puesto que estas características culturales estaban tan profundamente arraigadas en la conciencia judía, que era casi imposible para un judío recibir como iguales en el Pueblo de Dios a aquellos que no las tuvieran.
Pero, al fin y al cabo, el Espíritu Santo tenía su método. Lo que nos encontramos en el Libro de los Hechos es la historia notable de cómo un grupo de judíos altamente chauvinistas reventaron la envoltura cultural del judaísmo de sus antepasados y empezaron a bautizar en la Iglesia de Jesucristo primero a samaritanos y finalmente a gentiles incircuncisos.
Desde el mismo inicio, la señal de Pentecostés les encaminó en esta dirección. Por medio de este desconocido don, el Espíritu Santo indicaba que Cristo no es posesión de cultura específica alguna. A lo largo de los años, no siempre hemos reconocido la importancia de esto.
Algunas veces, cuando los misioneros occidentales han salido de su país, han intentado establecer iglesias calcadas a aquellas que dejaron en casa—hasta el extremo de cantar los mismos himnos y usar el mismo tipo de arquitectura. A veces, incluso llevan los mismos trajes y sombreros dominicales. Ésta es exactamente una forma cristianizada de imperialismo cultural. Se trata de uno de los errores más importantes, porque va en contra del Espíritu de diversidad de Pentecostés.
Por último, la señal de Pentecostés también tiene implicaciones muy profundas relacionadas con el tipo de iglesia que deberíamos pretender hoy. Algunos teóricos del tema del crecimiento de la iglesia defienden con mucha fuerza que cada congregación local debería ir enfocada hacia un tipo particular de personas, ya que la evidencia sociológica muestra que esa clase de grupos culturalmente homogéneos son más efectivos a la hora de evangelizar a otras personas del mismo trasfondo.
Las iglesias chinas son mejores para alcanzar a los chinos, Las iglesias de indios llegan más a la comunidad caribeña. Las iglesias de clase media son ideales para los yuppies. Las iglesias de obreros son lo mejor para zonas de viviendas de protección especial, y así podríamos seguir. Es imposible contradecir la evidencia estadística a favor de tal política.
A pesar de que reconocemos que desde un punto de vista sociológico es sabio decir que los grupos homogéneos son los más efectivos para la evangelización, realmente es contrario al Espíritu de Pentecostés el construir la iglesia con semejante discriminación cultural.
La meta de la iglesia de Jesucristo debe ser la integración; nunca la segregación. Sean cuales fueren los beneficios en cuanto al crecimiento eclesial, el Espíritu Santo no puede santificar el apartheid eclesiástico.
Aunque pueda ser conveniente para fines evangelísticos el tener grupos caseros de estudio bíblico o similares, donde los componentes sean homogéneos o tengan como objetivo a sectores concretos de la sociedad, la meta de tales grupos debe ser introducir en una iglesia de Jesucristo a aquellos que son ganados al mundo.
Una de las características gloriosas de la iglesia es el ser una institución tecnicolor, que incluye a blancos y negros, cultos y analfabetos, jóvenes y ancianos. Ninguna otra institución de la tierra consigue tal integración cultural. Pero también es verdad que ninguna otra institución en la tierra es dirigida por el soplo del Espíritu Santo.
Esta unidad no se consigue sin dificultad. Requiere sensibilidad y comprensión. Pero éstas son las cualidades que produce el Espíritu Santo. Él pretende una unidad sin uniformidad. Ésta es su marca distintiva.
Cuando Dios congela el agua, crea una tormenta de nieve en la cual cada copo es diferente. Cuando los hombres congelamos el agua, ¡producimos cubitos de hielo!
El Espíritu Santo quiere transformarnos en personas que nos gocemos en medio de nuestras diferencias, así como los discípulos se gozaban proclamando a Cristo en diferentes lenguas el Día de Pentecostés. Era señal de que la Iglesia de Jesucristo no intentaba exhibir el unísono marcial de soldados de regimiento, sino la armonía polifónica de una sinfonía orquestal.
Dios quiere que las buenas nuevas de Jesucristo cautiven los corazones en cada nación. Las ondas empezaron a propagarse el Día de Pentecostés, y continúan haciéndolo allí donde hay discípulos cristianos que testifican las buenas nuevas de Jesús sin ataduras culturales imperialistas.
No debemos temer perder nuestras vidas si tienen el poder del Espíritu. No importa lo insignificantes que parezcan, pueden contribuir a la expansión de las ondas para cambiar el mundo.
El «Efecto Mariposa» puede multiplicar el impacto de nuestras vidas como multiplicó el testimonio de la iglesia primitiva. Según Jesús, ni siquiera las «puertas del infierno» pueden competir con el creciente poder de su iglesia.
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Castillo Fuerte
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lunes, 23 de mayo de 2016
Sobre toda cosa guardada, guarda tu corazón, porque de él mana la vida... Han perdido toda vergüenza, se han entregado a la inmoralidad, y no se sacian de cometer toda clase de actos indecentes
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Se entregaron a la inmoralidad, son insaciables
...y ellos, habiendo llegado a ser insensibles, se entregaron a la sensualidad para cometer con avidez toda clase de impurezas. Efe. 4:19 LBLA
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“Toda clase de impurezas” se refiere a la amplia diversidad de pecados sexuales que representan tentaciones en la vida del hombre. Desafortunadamente, algunos de ellos son
motivo de atracción y tentación también para los siervos de Dios. En este capítulo veremos algunas de las formas en las que el pecado sexual se presenta, con el fin de conocer las características de cada una y de ver cómo nosotros, como creyentes en Cristo, podemos repeler sus influencias destructivas.
Fornicación.
El vocablo griego porneia, deriva de porne (prostituta). Bíblicamente, es un término general que abarca toda clase de conducta sexual inmoral incluyendo:
- relaciones sexuales prematrimoniales,
- homosexualidad,
- prostitución (de hombres o mujeres),
- pornografía,
- incesto,
- adulterio,
- lascivia, etc.
La palabra fornicación también se usa comúnmente para referirse a las relaciones sexuales entre solteros.
Se practica por no contener las pasiones antes de su matrimonio o, como en algunos casos, por puro placer y “diversión”.
Esto refleja el espíritu de este siglo, llamado “la nueva moralidad”, o “revolución sexual”. Este concepto de sexualidad rechaza como anticuada toda ley moral en cuanto a la vida sexual, y demanda total libertad para participar en todo tipo de acto sexual, libre y sin restricción.
El fruto ha sido miles de jóvenes embarazadas, bebés nacidos fuera del matrimonio (muchos sin padre), vidas quebrantadas y confundidas, enfermedades sexuales transmitidas, y la proliferación del aborto.
El resultado incluye a muchos jóvenes varones que engendran hijos, pero no saben ser padres responsables.
Un nuevo hogar, formado sobre el “fundamento” de la inmoralidad, tiene poca probabilidad de ser un hogar estable y duradero.
Jóvenes que practican la inmoralidad durante su vida de solteros están más propensos a ser infieles a su cónyuge una vez que se casan. En un sentido, la inmoralidad es infidelidad a la futura cónyuge.
Las “aventuras”.
Antes de exponer las distintas clases de aventuras, es importante ver algunos hechos fundamentales acerca de ellas y las relaciones indebidas que se presentan.
Una aventura ocurre cuando hay una relación o lazo emocional o físico entre dos personas, y cuando por lo menos una de ellas es casada. La relación es ilícita porque involucra la infidelidad al, o a la cónyuge.
Adulterio es la violación de votos y promesas de fidelidad y exclusividad. Significa infidelidad o deslealtad al, o a la cónyuge, traicionar los votos hechos al iniciar la vida matrimonial.
Al tener relaciones sexuales extramaritales, uno es infiel a sus promesas de proteger, cuidar y amar exclusivamente a su cónyuge.
El término también se usa en La Biblia en sentido espiritual para referirse a la infidelidad a Dios por parte de su pueblo.
Por ejemplo, Santiago 4:4 dice: “¡Oh almas adúlteras! ¿No sabéis que la amistad del mundo es enemistad hacia Dios? Por tanto, el que quiere ser amigo del mundo, se constituye enemigo de Dios”.
Aunque la mayoría de los casos de adulterio ocurre entre hombres casados y mujeres solteras, el adulterio puede suceder en una diversidad de situaciones.
La Biblia describe el adulterio como traición al pacto de matrimonio que un varón hace con su mujer.
“Porque Jehová ha atestiguado entre ti y la mujer de tu juventud, contra la cual has sido desleal, siendo ella tu compañera, y la mujer de tu pacto... Guardaos, pues, en vuestro espíritu, y no seáis desleales para con la mujer de vuestra juventud” (Malaquías 2:14–15).
Véase también Proverbios 2:16–17, donde, en este caso, es la mujer quien viola el pacto matrimonial que hizo con su marido.
En Jeremías 29:21–23, el adulterio era una de las causas de la cautividad en Babilonia: “...porque hicieron maldad en Israel, y cometieron adulterio con las mujeres de sus
prójimos...” (v.23).
Éxodo 20:14 revela que la prohibición del adulterio constituye uno de los Diez Mandamientos
de Dios, dados al principio de la vida de Israel como nación.
Hay varios tipos de “aventuras”:
- La aventura prolongada o continua. Puede durar semanas, meses o, en casos raros, años. Se forman lazos más allá de lo emocional, e incluyen relaciones íntimas como si fueran varón y esposa.
- La aventura de “una sola noche”. Ocurre en un momento de tentación con una persona, y las pasiones no controladas dan lugar a un encuentro sexual. Sea que lo busque el varón, o sea seducido, el resultado es el mismo: una caída en el abismo del pecado sexual. A veces ocurre en una sola ocasión. En otros casos, la aventura de una sola noche se repite muchas veces, con diferentes personas. Se ha dicho que hay personas “adictas” a las aventuras de una sola noche. Un hombre que practicaba este estilo de vida “disfrutó” de otra noche de placer sexual con una mujer que recién había conocido. Cuando despertó a la mañana siguiente, descubrió que su “amante” se había ido. En el espejo, escritas con pintura de labios, encontró las palabras: “Bienvenido al mundo del SIDA”.
- Adulterio emocional o mental. Se parece a las fantasías porque se trata de algo que sucede en la mente de una persona, no en el mundo físico. Se disfrutade una relación ilícita con una persona en la imaginación. Se piensa mucho en la persona, se imaginan escenas románticas con ella, incluyendo relaciones sexuales. Cristo habló de esto en Mateo 5:28 cuando dijo: “Yo os digo que cualquiera que mira a una mujer para codiciarla, ya adulteró con ella en su corazón”. Por eso La Biblia hace mucho énfasis en la necesidad de controlar nuestros pensamientos: “... derribando argumentos y toda altivez que se levanta contra el conocimiento (Palabra) de Dios, y llevando cautivo todo pensamiento a la obediencia a Cristo” (2 Cor. 10:5). Hay personas que no están dispuestas a cruzar la línea e ir “tan lejos”, o sus circunstancias les impiden practicar el adulterio físico. Sin embargo, lo cometen en el corazón, quizá porque piensan que “no habrá consecuencias” (como cuando es físico). O bien aceptan que es la única forma en la cual pueden disfrutar la relación romántica deseada en su corazón. Puede vivirla un soltero con una mujer casada, o un hombre casado con otra mujer, soltera o casada. El adulterio emocional o mental:
- demuestra que el matrimonio de la persona (si está casada) no es saludable. Algo anda mal en su relación con su cónyuge. Fantasear con una relación ilícita no arregla el problema. Es sólo fantasía que provee un escape del aburrimiento u otros problemas en su matrimonio.
- indica que algo está mal en el propio corazón. Si deseamos algo que Dios prohíbe, es indicio de un espíritu de rebelión puesto de manifiesto en nosotros. Llegamos a creer que el estado en el que Dios nos permite vivir (soltería, matrimonio, etc.) no es de nuestro agrado, y buscamos algo más allá de lo que él nos concede. Este fue el engaño que la serpiente le vendió a Eva en el Edén: “Dios no te dio lo que mereces, él te ha defraudado, lo que tienes no es lo que podrías y debes tener; la esposa (o el esposo) que tienes no es lo que tú necesitas; tú mereces más”. De pronto creemos esta mentira, pensando que lo que tenemos (matrimonio, cónyuge, etc.) no es ni apropiado ni suficiente. Pensamos que hemos sido “defraudados”, por lo tanto buscamos algo más, lo que realmente “merecemos”. Y, como Eva, caemos en la trampa. El adulterio emocional o mental, entonces, no es ni más ni menos que la búsqueda de algo no dado por Dios, pero que codiciamos. La lista de los Diez Mandamientos prohíbe primero el adulterio (7º mandamiento), y luego prohíbe el deseo por la mujer de otro hombre: “No codiciarás... la mujer de tu prójimo” (10º mandamiento). El deseo de tener algo más allá de lo que Dios nos ha dado como cónyuge, matrimonio, etc., es una señal de la rebeldía del hombre hacia Dios: el deseo de seguir el propio camino, decidir lo que es mejor para uno y, en fin, vivir una vida independiente de Dios.
- El adulterio emocional o mental puede ocurrir en las amistades surgidas entre un varón y una mujer. Cuando alcanzan cierto nivel, la cercanía creada por su amistad da lugar a un ambiente de confianza en el que uno comparte problemas y asuntos personales con el otro. Esto da lugar a una intimidad emocional, la cual, como dijimos antes, está a un paso de la intimidad física. Se trata de una intimidad falsa y preocupante, porque reemplaza la intimidad emocional que uno debe experimentar únicamente con su cónyuge. Una relación de amistad con una persona del sexo opuesto no es necesariamente inapropiada, pero sí debemos actuar con mucha cautela y precaución para evitar que se pase de la raya y se convierta en una relación indebida. Esto ha ocurrido en miles de casos.
- Una aventura mental puede abrir la puerta y preparar el camino para el adulterio físico. Existe la ley de rendimientos decrecientes. Cuando el cigarrillo ya no satisface, la persona busca la marijuana. Cuando ésta ya no produce el éxtasis de antes, se busca algo más fuerte, por ejemplo, la cocaína. Cuando la cerveza no deleita como antes, uno busca una bebida alcohólica más fuerte para lograr el mismo efecto. Lo mismo sucede en la relación entre un hombre y una mujer que ha dejado de ser una simple amistad. Las conversaciones y sentimientos se convierten en contactos más serios: la amistad llega a ser cariño, el cariño se convierte en caricias, y las caricias en acto sexual. El pecado sexual requiere “dosis” cada vez más fuertes, y siempre nos lleva más allá de donde pensábamos llegar. La pureza moral que Dios espera de nosotros empieza en el corazón. No sólo el área de lo físico debe mantenerse pura y “el lecho sin mancilla” (Heb. 13:4), sino también la arena de los pensamientos debe ser guardada como terreno sagrado e inviolable. A veces el adulterio emocional o mental incluye “conversaciones inocentes” con la persona que atrae nuestro corazón. Pensamos que si no hay contacto físico o sexual con la persona, no cometemos ninguna falta. Sin embargo, si en la mente damos lugar a pensamientos impropios o experimentamos emociones indebidas o compartimos cosas íntimas que se deben reservar única y exclusivamente para nuestro cónyuge, violamos los límites que protegen el matrimonio. Jesús confirma que es posible cometer adulterio en nuestro corazón. Por eso La Biblia nos amonesta en Proverbios 4:23: “Sobre toda cosa guardada, guarda tu corazón, porque de él mana la vida”. Sabio es el que guarda su corazón de ésta y toda expresión de inmoralidad.
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miércoles, 18 de mayo de 2016
Corríais bien. ¿Quién os estorbó para no obedecer a la verdad?... ¡Ojalá se mutilasen los que os perturban!
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Alimentamos a la congregación con pastos frescos
Estad firmes en la libertad de Cristo
Gálatas 5:1-12
5 Estad, pues, firmes en la libertad con que Cristo nos hizo libres, y no os pongáis otra vez bajo el yugo de la esclavitud. 2 He aquí yo, Pablo, os digo que si os dejáis circuncidar, de nada os aprovechará Cristo. 3 Y otra vez declaro a todo hombre que acepta ser circuncidado, que está obligado a cumplir toda la ley.
4 Vosotros que pretendéis ser justificados en la ley, ¡habéis quedado desligados de Cristo y de la gracia habéis caído! 5 Porque nosotros por el Espíritu aguardamos por la fe la esperanza de la justicia. 6 Pues en Cristo Jesús ni la circuncisión ni la incircuncisión valen nada, sino la fe que actúa por medio del amor.
7 Corríais bien. ¿Quién os estorbó para no obedecer a la verdad? 8 Tal persuasión no proviene de aquel que os llama. 9 Un poquito de levadura leuda toda la masa. 10 Yo confío en el Señor con respecto a vosotros que no pensaréis de ninguna otra manera; y el que os inquieta llevará su castigo, sea quien sea. 11 Pero con respecto a mí, hermanos, si todavía predico la circuncisión, ¿por qué aún soy perseguido? En tal caso, se habría quitado el tropiezo de la cruz. 12 ¡Ojalá se mutilasen los que os perturban!
El Esclavo—La libertad se pierde
Gálatas 5:1
Pablo ha usado dos comparaciones para mostrar lo que la ley es en verdad:
- un ayo (Gálatas 3:24; 4:2);
- una esclava (Gálatas 4:22–31);
El simbolismo del yugo no es difícil de entender.
Normalmente representa esclavitud, servicio, y el control de alguien sobre su vida; también puede representar servicio voluntario para alguien.
Cuando Dios liberó a Israel de la esclavitud de Egipto, rompió su yugo (Levítico 26:13). El campesino usa el yugo para controlar y guiar a los bueyes porque ellos no prestarían servicio si estuvieran sueltos.
Cuando los creyentes en Galacia confiaron en Cristo, perdieron el yugo de la esclavitud al pecado y se pusieron el de Cristo (Mateo 11:28–30).
El yugo de la religión es duro, y las cargas son pesadas, pero el de Cristo es “fácil” y su carga “ligera”.
Esa palabra “fácil” en el griego significa bondadoso, benigno. El yugo de Cristo nos libera para cumplir su voluntad, mientras que el yugo de la ley nos esclaviza.
- El incrédulo lleva un yugo de pecado (Lamentaciones 1:14);
- el legalista religioso lleva el yugo de la esclavitud (Gálatas 5:1); pero
- el hijo de Dios que depende de la gracia de Dios lleva el yugo liberador de Cristo.
Es Cristo el que nos ha hecho libres de la esclavitud a la ley.
Nos liberó de la maldición de la ley muriendo por nosotros en la cruz (Gálatas 3:13). El creyente ya no está bajo la ley, sino bajo la gracia (Romanos 6:14). Esto no quiere decir que somos rebeldes o anarquistas, sino que ya no necesitamos la fuerza externa de la ley para que hagamos la voluntad de Dios, porque tenemos al Espíritu Santo como guía interno (Romanos 8:1–4).
Cristo murió para liberarnos, no para esclavizarnos. Regresar a la ley es enredarse en un laberinto de “haz esto” y “no hagas aquello”, y abandonar la madurez espiritual por una segunda infancia.
Lamentablemente, hay algunos creyentes que se sienten muy inseguros con la libertad y prefieren estar bajo la tiranía de algún líder en lugar de tomar sus propias decisiones. Están atemorizados a causa de la libertad que tienen en la gracia de Dios; así que, buscan una congregación legalista y dictatorial en donde puedan dejar que otros tomen las decisiones que les corresponden. Esto puede compararse a un adulto que regresa a la niñez.
La senda de la libertad cristiana es el camino a la realización en Cristo. Con razón Pablo amonesta: “No estéis otra vez sujetos al yugo de esclavitud”. Luchad por la libertad. “Estad, pues, firmes en la libertad”.
El Deudor—La riqueza se pierde
(Gálatas 5:2–6)
Pablo usa tres frases para describir las pérdidas del creyente que cambia la gracia por la ley:
- “De nada os aprovechará Cristo” (v. 2);
- “obligado a guardar toda la ley” (v. 3);
- “De Cristo os desligasteis” (v. 4).
La Palabra de Dios nos enseña que antes que fuéramos salvos, teníamos una deuda con Dios que no podíamos pagar. Cristo lo declara en la parábola de los dos deudores (Lucas 7:36–50).
Dos hombres le debían dinero a un prestamista, uno 10 veces más que el otro. Pero ninguno de los dos podía pagar, así que el acreedor “gratuitamente perdonó a ambos” (traducción literal).
No importa cuán moral sea un hombre, todavía está destituido de la gloria de Dios, y no puede pagar su deuda por el pecado, aun si ésta fuera solo una décima parte de la de los demás. Dios en su gracia, a causa de la obra de Cristo en la cruz, puede perdonar a los pecadores, sin importar qué tan grande sea la deuda que tengan.
Cuando recibimos a Cristo, llegamos a ser ricos espiritualmente, y ahora participamos de
- las riquezas de la gracia de Dios (Efesios 1:7);
- las riquezas de su gloria (Efesios 1:18; Filipenses 4:19);
- las riquezas de su sabiduría (Romanos 11:33); y
- las “inescrutables riquezas de Cristo” (Efesios 3:8).
Los judaizantes, sin embargo, quieren que creamos que estamos perdiendo algo, y que seríamos más espirituales si guardáramos la ley con sus demandas y reglas. Pero Pablo aclara que la ley no añade nada, porque ¡nada puede ser añadido! En lugar de eso, la ley entra como un ladrón y roba al creyente las riquezas espirituales que tiene en Cristo. Lo hace retroceder y quedar en bancarrota espiritual con una deuda que no puede pagar.
Vivir bajo la gracia implica depender de la provisión abundante de Dios para toda necesidad. Vivir bajo la ley implica depender de mi propia fuerza, la carne, y carecer de la provisión de Dios.
Pablo advierte a los gálatas que el someterse a la circuncisión les privaría de todos los beneficios que tienen en Cristo (aunque la circuncisión en sí misma no tiene importancia, Gálatas 5:6; 6:15). Además, al someterse estarían obligados a cumplir toda la ley.
En esto los legalistas muestran su hipocresía, ya que fallan en guardar toda la ley. Miran a la ley del Antiguo Testamento como un cliente examina la comida en una cafetería: para escoger lo que les guste y dejar el resto. Pero, esto no es correcto. Enseñar, por ejemplo, que un creyente en la actualidad debe guardar el día de reposo, pero no la pascua, es fraccionar la ley de Dios.
El mismo legislador que dio un mandamiento también dio el otro (Santiago 2:9–11). Anteriormente, Pablo había citado a Moisés para mostrar que la maldición de la ley está sobre todo aquel que falla en guardar toda la ley (Gálatas 3:10; ve Deuteronomio 27:26).
Imagínate a un automovilista conduciendo en una calle de la ciudad y, ya sea deliberada o inconscientemente, pasándose una luz roja. Un policía lo detiene y le pide su licencia de conducir. Inmediatamente el conductor empieza a defenderse. “Oficial, sé que me pasé la luz roja, pero nunca he robado a nadie; ni he cometido adulterio; y nunca he mentido en mi declaración de impuestos”.
El policía sonríe al llenar la boleta de infracción, pues sabe que ninguna cantidad de obediencia puede pagar por un acto de desobediencia. La misma ley que protege al obediente, castiga al ofensor. Cuando uno se jacta de guardar una parte de la ley mientras que quebranta otra, en efecto, confiesa que merece el castigo.
Ahora podemos entender mejor lo que Pablo quiere decir con: “de la gracia habéis caído” (Gálatas 5:4). Ciertamente no está sugiriendo que los gálatas habían perdido su salvación, ya que a través de toda esta epístola los trata como creyentes. Por lo menos 9 veces los llama hermanos, y también usa el pronombre nosotros (Gálatas 4:28).
Pablo no hubiera hecho esto si sus lectores no fueran creyentes. Además, con confianza declara: “Y por cuanto sois hijos, Dios envió a vuestros corazones el Espíritu de su Hijo, el cual clama: ¡Abba, Padre!” (Gálatas 4:6).
“De la gracia habéis caído” no quiere decir perder la salvación, sino dejar de vivir bajo la gracia de Dios. No se puede mezclar la gracia con la ley. El que decide vivir bajo la ley no puede vivir bajo la gracia.
Los creyentes en Galacia habían sido fascinados por los falsos maestros (Gálatas 3:1), así que, estaban desobedeciendo la verdad. Se habían cambiado a otro evangelio (Gálatas 1:6–9), y habían regresado a los pobres rudimentos de la religión (Gálatas 4:9).
Como resultado, se habían sujetado al yugo de la esclavitud, y esto les llevó a su situación presente: “de la gracia habéis caído”. Y la tragedia de esta caída es que se habían privado a sí mismos de todas las cosas buenas que Cristo Jesús podía hacer por ellos.
En seguida Pablo presenta la vida del creyente bajo la gracia (Gálatas 5:5–6). Podemos contrastar las dos maneras de vivir: Cuando uno vive por la gracia, depende del poder del Espíritu Santo; en cambio, el que vive bajo la ley depende de sus propios esfuerzos. La fe no es muerta, sino que obra (ve Santiago 2:14–26). Pero los esfuerzos de la carne nunca pueden lograr lo que la fe puede hacer por medio del Espíritu Santo. Y la fe obra por el amor—el amor hacia Dios y hacia los demás. Lamentablemente, la carne no produce amor, en cambio, produce egoísmo y rivalidad (ve Gálatas 5:15). ¡Con razón Pablo describe la vida legalista como una caída!
Cuando el creyente anda por fe, dependiendo del Espíritu de Dios, vive bajo la gracia de Dios, y todas sus necesidades son suplidas. Disfruta las riquezas de la gracia de Dios, y siempre aguarda una esperanza (Gálatas 5:5): el día que Cristo regrese y nos haga semejantes a Él en justicia perfecta.
La ley no nos da ninguna promesa de justicia perfecta en el futuro. Es verdad que preparó el camino para la primera venida de Cristo (Gálatas 3:23–4:7), pero no puede preparar el camino para su segunda venida.
Así que, el creyente que escoge el legalismo se priva de libertad y las riquezas espirituales. Deliberadamente se coloca bajo la esclavitud y el fracaso espiritual.
El Corredor—El rumbo se pierde
(Gálatas 5:7–12)
A Pablo le gustaban las ilustraciones acerca del atletismo y las usó a menudo en sus cartas. Sus lectores estaban familiarizados con los juegos olímpicos, así como con las competencias atléticas griegas que siempre incluían las carreras.
Es importante observar que Pablo nunca usa el simbolismo de las carreras para explicar cómo ser salvo, más bien, lo usa para ilustrar la vida cristiana. Para participar en los juegos olímpicos se exigía que los competidores fueran ciudadanos.
Llegamos a ser ciudadanos del cielo por medio de la fe en Cristo; entonces el Señor nos señala la meta y corremos para ganar el premio (ve Filipenses 3:12–21). No corremos para ser salvos, sino porque ya somos salvos y queremos hacer la voluntad de Dios (Hechos 20:24).
“Vosotros corríais bien”. Cuando Pablo llegó a ellos lo recibieron
- “como a un ángel de Dios” (Gálatas 4:14).
- Aceptaron la Palabra,
- confiaron en el Señor Jesucristo y
- recibieron al Espíritu Santo.
- Tenían un gozo profundo que era notorio a todos, y
- estaban dispuestos a hacer cualquier sacrificio por Pablo (4:15).
El versículo 7 nos da la respuesta: “Vosotros corríais bien; ¿quién os estorbó para no obedecer la verdad?” En las carreras cada corredor debía permanecer dentro de su línea designada, pero algunos corredores se metían en la línea de sus competidores con el fin de sacarlos de la competencia.
Esto es lo que los judaizantes habían hecho con los creyentes en Galacia: se metieron en su línea y les obligaron a cambiar de rumbo y tomar una desviación espiritual. No fue Dios quien hizo esto, porque él los llamó a correr fielmente en la línea marcada Gracia.
En su explicación Pablo cambia el simbolismo y presenta la figura de la levadura. En el Antiguo Testamento, por lo general, la levadura se usa para simbolizar lo malo. Por ejemplo, era prohibido tener levadura en la casa durante la pascua (Éxodo 12:15–19; 13:7).
A los que adoraban no se les permitía que mezclaran la levadura con los sacrificios (Éxodo 34:25), aunque había algunas excepciones a esta regla. Cristo usó la levadura como símbolo del pecado cuando advirtió acerca de la “levadura de los fariseos” (Mateo 16:6–12); y Pablo la usó como figura del pecado en la iglesia de Corinto (1 Corintios 5).
La levadura realmente es una buena ilustración del pecado: es pequeña, pero si se deja, se extiende, aumenta y leuda todo.
La falsa doctrina de los judaizantes fue introducida a las iglesias de Galacia poco a poco, pero no tardó mucho en aumentar, y finalmente dominó todo.
El espíritu del legalismo no llega a dominar a la iglesia repentinamente. Como la levadura, se introduce secretamente, crece y no tarda mucho en envenenar a toda la congregación. En la mayoría de los casos, los motivos que impulsan al legalismo son buenos, por ejemplo, el deseo de tener una iglesia más espiritual, pero los métodos no son bíblicos.
No es malo tener normas de conducta en una iglesia, pero no debemos pensar que estas reglas nos harán más espirituales, o que el guardarlas sea evidencia de espiritualidad. La levadura se expanda rápidamente. Asimismo, algunos hermanos se vuelvan orgullosos de su espiritualidad (“envanecido” es la manera en que Pablo lo expresa, 1 Corintios 5:2), y entonces critican a todos los demás por su falta de espiritualidad.
Esto, por supuesto, solamente alimenta a la carne y contrista al Espíritu Santo, pero siguen su camino pensando que están glorificando a Dios.
Todo creyente tiene la responsabilidad de estar alerta para reconocer los primeros indicios del legalismo, esa primera pizca de levadura que afecta a la congregación, y que con el tiempo crece y llega a ser un serio problema.
Con razón Pablo denuncia con vehemencia a los falsos maestros: “Estoy sufriendo persecución porque predico la cruz de Cristo, mas estos maestros falsos son celebridades populares porque predican una religión que consiente a la carne y ensalza al ego. ¿Quieren circuncidaros? ¡Ojalá que se cortaran a sí mismos!” (Gálatas 5:11 y 12, traducción literal).
La circuncisión ya no tiene valor espiritual, desde la muerte y resurrección de Cristo; sólo es una operación física. Pablo deseaba que esos maestros falsos se operaran a sí mismos—“se castraran a sí mismos”—para que ya no produjeran más hijos de esclavitud.
El creyente que vive bajo la gracia de Dios es libre, rico y corre en la línea que lo lleva a la recompensa.
El creyente que deja la gracia por la ley es un esclavo, un deudor y un corredor que ha perdido el rumbo. En otras palabras, es un perdedor.
Y la única manera de llegar a ser un ganador es rendirse al Espíritu Santo y limpiarse de la levadura, la doctrina falsa que mezcla a la ley y a la gracia.
La gracia de Dios es suficiente para cada demanda de la vida. Somos salvos por gracia (Efesios 2:8–10), y servimos por gracia (1 Corintios 15:9–10).
La gracia nos ayuda a soportar el sufrimiento (2 Corintios 12:9). Es la gracia la que nos fortalece (2 Timoteo 2:1), para que seamos soldados victoriosos.
Nuestro Dios es el Dios de toda gracia (1 Pedro 5:10). Podemos venir al trono de la gracia y hallar gracia para el oportuno socorro (Hebreos 4:16). Cuando leemos la Biblia, que es “la palabra de su gracia” (Hechos 20:32), el Espíritu de gracia (Hebreos 10:29) nos revela las riquezas que tenemos en Cristo.
“Porque de su plenitud tomamos todos, y gracia sobre gracia” (Juan 1:16).
¡Cuán ricos somos!
Aporte:
Castillo Fuerte
en
20:52:00
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