miércoles, 18 de mayo de 2016

Corríais bien. ¿Quién os estorbó para no obedecer a la verdad?... ¡Ojalá se mutilasen los que os perturban!

RECUERDA Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6





Alimentamos a la congregación con pastos frescos
Estad firmes en la libertad de Cristo
Gálatas 5:1-12
5 Estad, pues, firmes en la libertad con que Cristo nos hizo libres, y no os pongáis otra vez bajo el yugo de la esclavitud. 
2 He aquí yo, Pablo, os digo que si os dejáis circuncidar, de nada os aprovechará Cristo. 3 Y otra vez declaro a todo hombre que acepta ser circuncidado, que está obligado a cumplir toda la ley. 
4 Vosotros que pretendéis ser justificados en la ley, ¡habéis quedado desligados de Cristo y de la gracia habéis caído!  5 Porque nosotros por el Espíritu aguardamos por la fe la esperanza de la justicia. 6 Pues en Cristo Jesús ni la circuncisión ni la incircuncisión valen nada, sino la fe que actúa por medio del amor. 

7 Corríais bien. ¿Quién os estorbó para no obedecer a la verdad? 8 Tal persuasión no proviene de aquel que os llama. 9 Un poquito de levadura leuda toda la masa. 10 Yo confío en el Señor con respecto a vosotros que no pensaréis de ninguna otra manera; y el que os inquieta llevará su castigo, sea quien sea. 11 Pero con respecto a mí, hermanos, si todavía predico la circuncisión, ¿por qué aún soy perseguido? En tal caso, se habría quitado el tropiezo de la cruz. 12 ¡Ojalá se mutilasen  los que os perturban! 

Cuando el esclavo se vuelve amo y el amo esclavo

  El Esclavo—La libertad se pierde 
Gálatas 5:1

Pablo ha usado dos comparaciones para mostrar lo que la ley es en verdad:

  • un ayo (Gálatas 3:24; 4:2); 
  • una esclava (Gálatas 4:22–31); 
ahora la compara con un yugo de esclavitud. Recordarás que Pedro usó esta misma figura en la famosa conferencia en Jerusalén (ve Hechos 15:10).

El simbolismo del yugo no es difícil de entender.
Normalmente representa esclavitud, servicio, y el control de alguien sobre su vida; también puede representar servicio voluntario para alguien.

Cuando Dios liberó a Israel de la esclavitud de Egipto, rompió su yugo (Levítico 26:13). El campesino usa el yugo para controlar y guiar a los bueyes porque ellos no prestarían servicio si estuvieran sueltos.

Cuando los creyentes en Galacia confiaron en Cristo, perdieron el yugo de la esclavitud al pecado y se pusieron el de Cristo (Mateo 11:28–30).

El yugo de la religión es duro, y las cargas son pesadas, pero el de Cristo es “fácil” y su carga “ligera”.

Esa palabra “fácil” en el griego significa bondadoso, benigno. El yugo de Cristo nos libera para cumplir su voluntad, mientras que el yugo de la ley nos esclaviza.

  • El incrédulo lleva un yugo de pecado (Lamentaciones 1:14); 
  • el legalista religioso lleva el yugo de la esclavitud (Gálatas 5:1); pero 
  • el hijo de Dios que depende de la gracia de Dios lleva el yugo liberador de Cristo.

Es Cristo el que nos ha hecho libres de la esclavitud a la ley.
Nos liberó de la maldición de la ley muriendo por nosotros en la cruz (Gálatas 3:13). El creyente ya no está bajo la ley, sino bajo la gracia (Romanos 6:14). Esto no quiere decir que somos rebeldes o anarquistas, sino que ya no necesitamos la fuerza externa de la ley para que hagamos la voluntad de Dios, porque tenemos al Espíritu Santo como guía interno (Romanos 8:1–4).

Cristo murió para liberarnos, no para esclavizarnos. Regresar a la ley es enredarse en un laberinto de “haz esto” y “no hagas aquello”, y abandonar la madurez espiritual por una segunda infancia.

Lamentablemente, hay algunos creyentes que se sienten muy inseguros con la libertad y prefieren estar bajo la tiranía de algún líder en lugar de tomar sus propias decisiones. Están atemorizados a causa de la libertad que tienen en la gracia de Dios; así que, buscan una congregación legalista y dictatorial en donde puedan dejar que otros tomen las decisiones que les corresponden. Esto puede compararse a un adulto que regresa a la niñez.

La senda de la libertad cristiana es el camino a la realización en Cristo. Con razón Pablo amonesta: “No estéis otra vez sujetos al yugo de esclavitud”. Luchad por la libertad. “Estad, pues, firmes en la libertad”.


  El Deudor—La riqueza se pierde 
(Gálatas 5:2–6)

Pablo usa tres frases para describir las pérdidas del creyente que cambia la gracia por la ley: 
  • “De nada os aprovechará Cristo” (v. 2); 
  • “obligado a guardar toda la ley” (v. 3); 
  • “De Cristo os desligasteis” (v. 4). 
Y concluye con palabras tristes del versículo 4: “de la gracia habéis caído”. Es lamentable que el legalismo no sólo roba al creyente su libertad, sino también su riqueza espiritual en Cristo. El creyente que vive bajo la ley llega a ser un esclavo en bancarrota.

La Palabra de Dios nos enseña que antes que fuéramos salvos, teníamos una deuda con Dios que no podíamos pagar. Cristo lo declara en la parábola de los dos deudores (Lucas 7:36–50).

Dos hombres le debían dinero a un prestamista, uno 10 veces más que el otro. Pero ninguno de los dos podía pagar, así que el acreedor “gratuitamente perdonó a ambos” (traducción literal).

No importa cuán moral sea un hombre, todavía está destituido de la gloria de Dios, y no puede pagar su deuda por el pecado, aun si ésta fuera solo una décima parte de la de los demás. Dios en su gracia, a causa de la obra de Cristo en la cruz, puede perdonar a los pecadores, sin importar qué tan grande sea la deuda que tengan.

Cuando recibimos a Cristo, llegamos a ser ricos espiritualmente, y ahora participamos de

  • las riquezas de la gracia de Dios (Efesios 1:7); 
  • las riquezas de su gloria (Efesios 1:18; Filipenses 4:19); 
  • las riquezas de su sabiduría (Romanos 11:33); y 
  • las “inescrutables riquezas de Cristo” (Efesios 3:8). 
En Cristo tenemos “todos los tesoros de la sabiduría y del conocimiento” (Colosenses 2:3), y estamos “completos en él” (Colosenses 2:10). Cuando uno está “en Cristo”, tiene todo lo que necesita para vivir la vida cristiana que Dios quiere que viva.

Los judaizantes, sin embargo, quieren que creamos que estamos perdiendo algo, y que seríamos más espirituales si guardáramos la ley con sus demandas y reglas. Pero Pablo aclara que la ley no añade nada, porque ¡nada puede ser añadido! En lugar de eso, la ley entra como un ladrón y roba al creyente las riquezas espirituales que tiene en Cristo. Lo hace retroceder y quedar en bancarrota espiritual con una deuda que no puede pagar.

Vivir bajo la gracia implica depender de la provisión abundante de Dios para toda necesidad. Vivir bajo la ley implica depender de mi propia fuerza, la carne, y carecer de la provisión de Dios.

Pablo advierte a los gálatas que el someterse a la circuncisión les privaría de todos los beneficios que tienen en Cristo (aunque la circuncisión en sí misma no tiene importancia, Gálatas 5:6; 6:15). Además, al someterse estarían obligados a cumplir toda la ley.

En esto los legalistas muestran su hipocresía, ya que fallan en guardar toda la ley. Miran a la ley del Antiguo Testamento como un cliente examina la comida en una cafetería: para escoger lo que les guste y dejar el resto. Pero, esto no es correcto. Enseñar, por ejemplo, que un creyente en la actualidad debe guardar el día de reposo, pero no la pascua, es fraccionar la ley de Dios.

El mismo legislador que dio un mandamiento también dio el otro (Santiago 2:9–11). Anteriormente, Pablo había citado a Moisés para mostrar que la maldición de la ley está sobre todo aquel que falla en guardar toda la ley (Gálatas 3:10; ve Deuteronomio 27:26).

Imagínate a un automovilista conduciendo en una calle de la ciudad y, ya sea deliberada o inconscientemente, pasándose una luz roja. Un policía lo detiene y le pide su licencia de conducir. Inmediatamente el conductor empieza a defenderse. “Oficial, sé que me pasé la luz roja, pero nunca he robado a nadie; ni he cometido adulterio; y nunca he mentido en mi declaración de impuestos”.

El policía sonríe al llenar la boleta de infracción, pues sabe que ninguna cantidad de obediencia puede pagar por un acto de desobediencia. La misma ley que protege al obediente, castiga al ofensor. Cuando uno se jacta de guardar una parte de la ley mientras que quebranta otra, en efecto, confiesa que merece el castigo.

Ahora podemos entender mejor lo que Pablo quiere decir con: “de la gracia habéis caído” (Gálatas 5:4). Ciertamente no está sugiriendo que los gálatas habían perdido su salvación, ya que a través de toda esta epístola los trata como creyentes. Por lo menos 9 veces los llama hermanos, y también usa el pronombre nosotros (Gálatas 4:28).

Pablo no hubiera hecho esto si sus lectores no fueran creyentes. Además, con confianza declara: “Y por cuanto sois hijos, Dios envió a vuestros corazones el Espíritu de su Hijo, el cual clama: ¡Abba, Padre!” (Gálatas 4:6).

“De la gracia habéis caído” no quiere decir perder la salvación, sino dejar de vivir bajo la gracia de Dios. No se puede mezclar la gracia con la ley. El que decide vivir bajo la ley no puede vivir bajo la gracia.

Los creyentes en Galacia habían sido fascinados por los falsos maestros (Gálatas 3:1), así que, estaban desobedeciendo la verdad. Se habían cambiado a otro evangelio (Gálatas 1:6–9), y habían regresado a los pobres rudimentos de la religión (Gálatas 4:9).

Como resultado, se habían sujetado al yugo de la esclavitud, y esto les llevó a su situación presente: “de la gracia habéis caído”. Y la tragedia de esta caída es que se habían privado a sí mismos de todas las cosas buenas que Cristo Jesús podía hacer por ellos.

En seguida Pablo presenta la vida del creyente bajo la gracia (Gálatas 5:5–6). Podemos contrastar las dos maneras de vivir: Cuando uno vive por la gracia, depende del poder del Espíritu Santo; en cambio, el que vive bajo la ley depende de sus propios esfuerzos. La fe no es muerta, sino que obra (ve Santiago 2:14–26). Pero los esfuerzos de la carne nunca pueden lograr lo que la fe puede hacer por medio del Espíritu Santo. Y la fe obra por el amor—el amor hacia Dios y hacia los demás. Lamentablemente, la carne no produce amor, en cambio, produce egoísmo y rivalidad (ve Gálatas 5:15). ¡Con razón Pablo describe la vida legalista como una caída!

Cuando el creyente anda por fe, dependiendo del Espíritu de Dios, vive bajo la gracia de Dios, y todas sus necesidades son suplidas. Disfruta las riquezas de la gracia de Dios, y siempre aguarda una esperanza (Gálatas 5:5): el día que Cristo regrese y nos haga semejantes a Él en justicia perfecta.

La ley no nos da ninguna promesa de justicia perfecta en el futuro. Es verdad que preparó el camino para la primera venida de Cristo (Gálatas 3:23–4:7), pero no puede preparar el camino para su segunda venida.

Así que, el creyente que escoge el legalismo se priva de libertad y las riquezas espirituales. Deliberadamente se coloca bajo la esclavitud y el fracaso espiritual.


  El Corredor—El rumbo se pierde 
(Gálatas 5:7–12)

A Pablo le gustaban las ilustraciones acerca del atletismo y las usó a menudo en sus cartas. Sus lectores estaban familiarizados con los juegos olímpicos, así como con las competencias atléticas griegas que siempre incluían las carreras.

Es importante observar que Pablo nunca usa el simbolismo de las carreras para explicar cómo ser salvo, más bien, lo usa para ilustrar la vida cristiana. Para participar en los juegos olímpicos se exigía que los competidores fueran ciudadanos.

Llegamos a ser ciudadanos del cielo por medio de la fe en Cristo; entonces el Señor nos señala la meta y corremos para ganar el premio (ve Filipenses 3:12–21). No corremos para ser salvos, sino porque ya somos salvos y queremos hacer la voluntad de Dios (Hechos 20:24).

“Vosotros corríais bien”. Cuando Pablo llegó a ellos lo recibieron

  • “como a un ángel de Dios” (Gálatas 4:14). 
  • Aceptaron la Palabra, 
  • confiaron en el Señor Jesucristo y 
  • recibieron al Espíritu Santo. 
  • Tenían un gozo profundo que era notorio a todos, y 
  • estaban dispuestos a hacer cualquier sacrificio por Pablo (4:15). 
Pero ahora, Pablo era su enemigo. ¿Qué había pasado?
El versículo 7 nos da la respuesta: “Vosotros corríais bien; ¿quién os estorbó para no obedecer la verdad?” En las carreras cada corredor debía permanecer dentro de su línea designada, pero algunos corredores se metían en la línea de sus competidores con el fin de sacarlos de la competencia.

Esto es lo que los judaizantes habían hecho con los creyentes en Galacia: se metieron en su línea y les obligaron a cambiar de rumbo y tomar una desviación espiritual. No fue Dios quien hizo esto, porque él los llamó a correr fielmente en la línea marcada Gracia.

En su explicación Pablo cambia el simbolismo y presenta la figura de la levadura. En el Antiguo Testamento, por lo general, la levadura se usa para simbolizar lo malo. Por ejemplo, era prohibido tener levadura en la casa durante la pascua (Éxodo 12:15–19; 13:7).

A los que adoraban no se les permitía que mezclaran la levadura con los sacrificios (Éxodo 34:25), aunque había algunas excepciones a esta regla. Cristo usó la levadura como símbolo del pecado cuando advirtió acerca de la “levadura de los fariseos” (Mateo 16:6–12); y Pablo la usó como figura del pecado en la iglesia de Corinto (1 Corintios 5).

La levadura realmente es una buena ilustración del pecado: es pequeña, pero si se deja, se extiende, aumenta y leuda todo.

La falsa doctrina de los judaizantes fue introducida a las iglesias de Galacia poco a poco, pero no tardó mucho en aumentar, y finalmente dominó todo.

El espíritu del legalismo no llega a dominar a la iglesia repentinamente. Como la levadura, se introduce secretamente, crece y no tarda mucho en envenenar a toda la congregación. En la mayoría de los casos, los motivos que impulsan al legalismo son buenos, por ejemplo, el deseo de tener una iglesia más espiritual, pero los métodos no son bíblicos.

No es malo tener normas de conducta en una iglesia, pero no debemos pensar que estas reglas nos harán más espirituales, o que el guardarlas sea evidencia de espiritualidad. La levadura se expanda rápidamente. Asimismo, algunos hermanos se vuelvan orgullosos de su espiritualidad (“envanecido” es la manera en que Pablo lo expresa, 1 Corintios 5:2), y entonces critican a todos los demás por su falta de espiritualidad.

Esto, por supuesto, solamente alimenta a la carne y contrista al Espíritu Santo, pero siguen su camino pensando que están glorificando a Dios.

Todo creyente tiene la responsabilidad de estar alerta para reconocer los primeros indicios del legalismo, esa primera pizca de levadura que afecta a la congregación, y que con el tiempo crece y llega a ser un serio problema.

Con razón Pablo denuncia con vehemencia a los falsos maestros: “Estoy sufriendo persecución porque predico la cruz de Cristo, mas estos maestros falsos son celebridades populares porque predican una religión que consiente a la carne y ensalza al ego. ¿Quieren circuncidaros? ¡Ojalá que se cortaran a sí mismos!” (Gálatas 5:11 y 12, traducción literal).

La circuncisión ya no tiene valor espiritual, desde la muerte y resurrección de Cristo; sólo es una operación física. Pablo deseaba que esos maestros falsos se operaran a sí mismos—“se castraran a sí mismos”—para que ya no produjeran más hijos de esclavitud.

El creyente que vive bajo la gracia de Dios es libre, rico y corre en la línea que lo lleva a la recompensa.

El creyente que deja la gracia por la ley es un esclavo, un deudor y un corredor que ha perdido el rumbo. En otras palabras, es un perdedor.

Y la única manera de llegar a ser un ganador es rendirse al Espíritu Santo y limpiarse de la levadura, la doctrina falsa que mezcla a la ley y a la gracia.

La gracia de Dios es suficiente para cada demanda de la vida. Somos salvos por gracia (Efesios 2:8–10), y servimos por gracia (1 Corintios 15:9–10).

La gracia nos ayuda a soportar el sufrimiento (2 Corintios 12:9). Es la gracia la que nos fortalece (2 Timoteo 2:1), para que seamos soldados victoriosos.

Nuestro Dios es el Dios de toda gracia (1 Pedro 5:10). Podemos venir al trono de la gracia y hallar gracia para el oportuno socorro (Hebreos 4:16). Cuando leemos la Biblia, que es “la palabra de su gracia” (Hechos 20:32), el Espíritu de gracia (Hebreos 10:29) nos revela las riquezas que tenemos en Cristo.

“Porque de su plenitud tomamos todos, y gracia sobre gracia” (Juan 1:16).
¡Cuán ricos somos!

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