jueves, 19 de marzo de 2015

¡El cristiano tiene doble ciudadanía! Por eso tiene responsabilidades tanto celestiales como terrenales

Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6



 
 
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Extranjeros y Ciudadanos
1 Pedro 2:11–17
¡El cristiano tiene doble ciudadanía! Por eso tiene responsabilidades tanto celestiales como terrenales. Pedro aclara que nuestra primera lealtad se debe a Dios. Sin embargo, debemos seguir en el mundo y no podemos escapar de nuestros deberes por ser miembros de una sociedad. Uno de ellos es el maravilloso privilegio de ser embajadores de Dios a los perdidos, pero siempre llevando un estilo de vida que se caracterice por las actitudes y conducta de un ciudadano de la patria celestial.
Con el versículo 11, Pedro comienza una nueva división de la carta, la cual se concentra precisamente en la forma en que debemos vivir como cristianos verdaderos en todas nuestras relaciones. En este estudio solamente comenzaremos a estudiar este tema para continuarlo en los siguientes.
Los versículos 11 y 12 introducen la división. Después se verán pasajes sobre las:
Relaciones con el gobierno
Relaciones en el trabajo
Relaciones en el matrimonio
Relaciones interpersonales
2:13–17
2:18–25
3:1–7
3:8–12
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
El énfasis en toda la sección es la sumisión del creyente: primero al estado, al amo, al cónyuge y a otras personas en su contexto. Este concepto se repite en: 2:13, 17, 18, 20, 23; 3:1, 5, 6, 8, 9.
En la sección que nos toca estudiar, vv. 11–17, se encuentran dos párrafos: uno muy breve de introducción para toda esta división y uno más largo acerca de nuestras responsabilidades ante el gobierno.
2:11–12
2:13–17
Los extranjeros: Glorificando a Dios en el mundo
Los ciudadanos: Glorificando a Dios ante el estado
LOS EXTRANJEROS 2:11–12
El apóstol apela a los lectores con ternura y fervor diciendo: Amados, yo os ruego. Estas primeras palabras del versículo 11 muestran la seriedad e importancia que tienen las normas de conducta que el autor va a enumerar a sus hermanos en Asia Menor.
¡PENSEMOS!
Lea cuidadosamente los versículos 11 y 12. Piense en varias situaciones que surgen cuando un cristiano tiene qué vivir como extranjero en un país que no es su patria. ¿Qué quiere Pedro que hagamos dentro de la sociedad? ¿Cuál es el motivo para vivir así? ¿Qué hacían los vecinos en contra de los cristianos que recibieron esta carta?
Antes de iniciar su lista, Pedro identifica a los creyentes como extranjeros y peregrinos. Sin importar de qué país procedan, no pertenecen a este mundo. Son residentes temporales. Filipenses 3:20–21 y Hebreos 11:8–16 nos recuerdan que somos ciudadanos del cielo.
No podemos esperar que el mundo nos trate como a los suyos porque no echamos raíces ni queremos quedarnos en él para siempre, sino que vamos de paso para llegar a otra tierra. Esta mentalidad nos motiva a ser santos en nuestra relación con el gobierno, nuestro patrón, cónyuge y la sociedad en general.
Antes de entrar de lleno a su disertación a partir del v. 13, Pedro especifica que tenemos dos responsabilidades generales.
1)     que os abstengáis de los deseos carnales (v. 11) y
2)     manteniendo buena vuestra manera de vivir entre los gentiles (v. 12).
Los deseos carnales pueden ser los que menciona en 4:3, pero también puede referirse a toda forma de egoísmo que brota de nuestra naturaleza pecaminosa. Por ejemplo, se ve en esta sección que debemos evitar mostrar un espíritu de rebeldía contra los gobernantes así como reacciones negativas contra un patrón abusivo. Más adelante, el apóstol habla de egoísmo en el matrimonio, de la venganza y de los labios que maldicen a otros. Todos estos son deseos carnales.
Las buenas obras mencionadas en el versículo 12 no deben entenderse sólo como actos de bondad y piedad hacia los necesitados. Para Pedro incluyen la obediencia a las leyes, pagar los impuestos, honrar y comprender al cónyuge y mostrar afecto a los hermanos en Cristo.
Hay tres razones por las cuales debemos conducirnos de esta manera. Una es que somos ciudadanos del cielo. La voluntad de Dios es nuestra norma y no el ejemplo de la sociedad.
En segundo lugar, la naturaleza egoísta pone en peligro el bienestar espiritual del creyente porque entabla una guerra contra el alma.
En tercer lugar, el hijo de Dios ha de tomar en cuenta la influencia de su conducta en los que no conocen a Cristo. Los gentiles en este versículo no se refiere sólo a los no judíos, sino a todos aquellos que no creen y que hablan contra los creyentes.
Posiblemente los hermanos de Asia Menor eran víctimas, no sólo de la calumnia de sus vecinos, sino de acusaciones por parte de las autoridades. Algunas veces, los ciudadanos de un país ven a los extranjeros y los critican porque son diferentes (4:4). Existían muchos motivos de sospecha contra ellos, posiblemente por razones justificadas como se sugiere en 3:16–17.
Pero habrá un día en que la gracia y salvación vendrán a ellos. El día de la visitación, el Espíritu Santo actuará en ellos, y tendrán oportunidad de reconocer que la conducta de los cristianos es buena y que Dios está en ellos. ¡Glorificarán al Altísimo y aceptarán a Cristo!
Se encuentra aquí otro importante principio para nuestra vida de creyentes. No hemos de aislarnos de las personas que viven a nuestro alrededor porque ellos necesitan conocernos y observarnos para que sean influenciados por nuestra buena conducta.
¿QUIENES SON SUS AMISTADES
NO CREYENTES?
Debemos permanecer lo suficientemente cerca de ellos para que se den cuenta de nuestro comportamiento. Mantengamos contacto con familiares, vecinos, colegas y compañeros que necesitan conocer a Cristo. Acerquémonos y hagamos amistad con los no creyentes como hizo Jesucristo. No participamos de su pecado, pero los queremos por causa del Señor.
¡PENSEMOS!
¿Cómo puede el creyente ganar la victoria sobre su naturaleza pecaminosa? (Compare Gálatas 5:16–17) ¿Por qué a veces es el buen testimonio más importante que las palabras? ¿Qué sucede cuando testificamos de Cristo sin mostrar una buena conducta? ¿Cómo mantiene usted el contacto y amistad con los que no conocen al Salvador? ¿Qué otras oportunidades podría buscar para cultivar esas amistades?
LOS CIUDADANOS 2:13–17
Los creyentes en Jesucristo tienen su ciudadanía en el cielo, pero también tienen obligaciones civiles en el mundo. El Creador instituyó el gobierno humano para que guardara el orden y la tranquilidad en la sociedad y se sujetara al Rey de reyes. El estado no ha cumplido bien este papel en muchas épocas de la historia. Pero todos tenemos que cumplir nuestras responsabilidades en la sociedad en que vivimos. Entonces, el creyente es extranjero y a la vez, ciudadano de su país.
¡PENSEMOS!
En el versículo 13 se encuentra la primera mención de “someterse”. ¿Qué significa para usted este mandato? Según los versículos 13–15, ¿Cuáles son las razones que lo justifican? ¿Cómo afecta la salvación a las relaciones que el creyente tiene con su gobierno? ¿Incluye la voluntad de Dios oponerse al estado? Piense en ejemplos bíblicos en que los siervos de Dios resistieron a las autoridades. ¿Por qué lo hicieron?
La regla es sujetarse (v. 13).
El verbo “someterse” significa literalmente “clasificarse debajo” del rango que tiene otro. Entonces, el creyente ha de reconocer que las autoridades están por encima de él y que tienen el derecho de hacer leyes y exigir que se cumplan.
El gobierno debe cumplir con justicia la función que Pedro describe en el versículo 14, pero en infinidad de ocasiones no es así porque le falta sabiduría o voluntad o porque permite la corrupción. El escritor y los destinatarios de la carta vivían en el antiguo Imperio Romano. Había leyes buenas y malas. Los emperadores no se regían por una constitución que protegiera los derechos del pueblo y sus gobernadores muchas veces actuaban arbitrariamente. Sin embargo, Pedro ordena sumisión sabiendo que cualquier otra conducta traería anarquía. Compare la enseñanza del apóstol Pablo en Romanos 13:1–7.
Note que Pedro manda la obediencia a toda institución humana. Así, se amplía la responsabilidad del creyente para incluir las instituciones educativas, la iglesia u otra entidad social de la que formemos parte. ¿Cree usted que esta norma se aplica a las obligaciones financieras? ¿Al código para construcciones? ¿A las normas de tránsito? ¿A contribuir a la tranquilidad del vecindario?
El apóstol da tres razones (vv. 13–15).
En primer lugar Dios instituyó el gobierno humano y nos manda someternos, entonces lo hacemos por causa del Señor. Obedecer las disposiciones gubernamentales equivale a obedecer al Padre celestial. Pero Pedro está diciendo que lo hagamos no sólo por deber, sino también por devoción al Altísimo.
SI ME AMAIS, GUARDAD MIS MANDAMIENTOS.
EL QUE ME AMA, MI PALABRA GUARDARA.
JUAN 14:15, 23B
En segundo lugar, hemos de vivir en sujeción porque el gobierno tiene una función dada por Dios: para castigo…y alabanza. Es así que el estado puede exigir obediencia a las leyes y mantener el orden en la sociedad.
En tercer lugar, el autor dice que colaborar con el gobier no hace callar la crítica de los que ignoran la verdad. Como en el versículo 12, Pedro se preocupa por las acciones de los creyentes porque ésas influyen en la vida y actitudes de los que no conocen a Cristo.
La libertad no es un pretexto (vv. 16–17).
Aparentemente algunos creyentes decían que como eran libres entonces no tenían por qué servir al estado. Pedro los reprende diciendo que el hecho de haber sido librados del dominio del pecado los ha hecho siervos de Dios y por lo tanto, tienen que obedecerlo en este aspecto. Por lo general, desobedecer al gobierno es rebeldía contra el Señor. El cristiano no vive sin normas ni leyes, ni por encima de las responsabilidades que tiene ante la sociedad y debe cumplir como los otros ciudadanos.
Los creyentes preguntamos, “¿Qué se hace cuando el gobierno manda algo que Dios ha prohibido, o cuando prohibe algo que nos ha mandado?” La Biblia provee una guía al creyente en estos casos. Cuando sucede una contradicción entre lo que dice el Creador y el gobierno, hemos de obedecer primero al Señor. Esto sucedió cuando las autoridades judías prohibieron a Pedro y a Juan que enseñaran en el nombre de Jesús, pero ellos respondieron: “Juzgad si es justo delante de Dios obedecer a vosotros antes que a Dios” (Hechos 4:19).
También Daniel se opuso a las instrucciones del rey de Babilonia, rechazando la dieta que les había ordenado porque no respetaba las normas de la ley y era parte de la adoración a los ídolos (Daniel 1). Es importante observar que Daniel actuaba así porque honraba al rey y a su administrador. No rechazó todo el plan real para la preparación de liderazgo que exigía, sino sólo lo que infringía las normas divinas. Tampoco mostró un espíritu rebelde y soberbio, sino que quería colaborar. Propuso un plan alterno y Dios lo prosperó.
Hoy en día, si un gobierno prohibe la evangelización o el culto, los creyentes han de cumplir estos deberes a pesar de la ley. Sin embargo, no deben provocar a las autoridades creando escándalos con una conducta indebida. Tenemos que estar muy seguros de que la Biblia manda o prohibe una cosa antes de resistir la voluntad del gobierno. No hemos de insistir en una conducta basada sólo en el deseo o constumbre de los cristianos.
En el capítulo 6, Daniel se encontró de nuevo obligado a desobedecer un decreto. El rey prohibió la oración a Dios. Con firmeza y valor, el profeta siguió su costumbre de orar a riesgo de su vida. Pero es muy importante notar que él era un hombre que colaboraba en todo lo que se le pedía. Su efectividad como funcionario del gobierno, honradez y actitud en esta ocasión le ganaron el favor del rey Darío (6:3–4). Daniel es buen ejemplo del creyente que sufre no por haber hecho el mal, sino por obedecer a su Señor.
Compare otros ejemplos en Exodo 1:15–22 y Mateo 2:7–12. El ejemplo mayor es Jesucristo mismo y Pedro hablará de él al final del capítulo 2.
HONRAD A TODOS.
AMAD A LOS HERMANOS.
TEMED A DIOS.
HONRAD AL REY.
¡PENSEMOS!
Sugiera una manera práctica de obedecer cada uno de los cuatro mandatos mencionados arriba (2:17). ¿Cuáles son algunas normas gubernamentales que los cristianos a veces infringen? ¿Piensa usted que el estilo o tipo de gobierno que está en el poder en su país afecta nuestra responsabilidad?
¿Qué hizo usted en alguna ocasión en que no estuvo de acuerdo con las autoridades? Evalúe su conducta a la luz de las Escrituras.
¿Piensa usted que Pedro deja lugar para que los cristianos discutan y critiquen las ideas y acciones de quienes están en autoridad? Piense en algún caso en que un creyente desobedeció una norma de la sociedad y que afectó negativamente a los no cristianos.
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Actuar como cristianos, encarnar las implicaciones del Evangelio, es trabajar para la liberación: Empuñar el poder en bien de los oprimidos

Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6


 
 
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¿A QUÉ VIENE TANTO ALBOROTO?


Un conocido del trabajo, o bien un vecino, viene y te dice: “Tú eres una persona religiosa, dime ¿qué piensas de todo este asunto de la homosexualidad?”
Respondes: “Bueno, pienso que la Biblia deja bastante claro que una actividad de este tipo es inapropiada.”
Te piensas que has dicho algo sencillo, que expresa tu creencia en la autoridad de las Escrituras. Sin embargo, lo que la otra persona escucha puede ser algo completamente distinto. Hoy en día a mucha gente le suena como si hubieras dicho: “Bueno, pienso que la Biblia deja bastante claro que las personas de piel clara son superiores a las personas de piel oscura.”
¿Por qué? Porque, para cada vez más gente, la sexualidad ya no es cuestión de moralidad, sino de de derechos civiles.


La cultura de la tolerancia

¿Cómo se ha dado este giro de moralidad a derechos civiles y por qué ha resultado tan convincente? En términos más amplios, consideraremos la evolución de la cultura occidental y, en concreto, la americana. Se empieza con la afirmación de que todas las personas han sido creadas iguales y se sigue con el principio según el cual el Estado no debe gobernar en materia de conciencia personal. Implicación: el Estado debería proteger la privacidad. Pero entonces, y aquí llega la llaga, si vas eliminando poco a poco la noción de un criterio universal para evaluar la conducta (la tradición judeocristiana), al final cada cual tiene que evaluar su propio comportamiento, que será siempre igual de moral que otros, puesto que será igual de legal. La otra cara de la moneda es que, expresar intolerancia se convierte en inmoral y, de hecho, podría llegar a ser ilegal; entendiendo por intolerancia todo aquello que pueda llegar a desafiar una conducta u opinión legalmente protegida.
Detrás de la mayoría de los temas de actualidad se halla la confusión entre lo que es legal y lo que es moral, así como la emergencia de la tolerancia como virtud suprema. La mejor crítica breve de la situación actual que he encontrado es el discurso de inauguración que dio Aleksandr Solzhenitsyn en Harvard en el año 1978. Pero el problema de perder el equilibrio entre derechos y obligaciones no es nuevo. Platón predijo que la democracia se desmoronaría, abriendo camino a la dictadura, porque una mayoría enloquecida convertiría la libertad en libertinaje (República 562–65). Y, mirando todavía más hacia atrás, el libro bíblico de los Jueces se lamenta de un periodo de caos en el que “cada uno hacía lo que le parecía bien” (Jueces 21:25) en lugar de “lo justo ante los ojos del Señor” (Éx. 15:26; Deut. 13:18). Así que las particularidades cambian, pero no el problema subyacente. Dios está muerto, pero larga vida a Dios, porque ahora Dios somos nosotros.


¿Minorías, mujeres… y homosexuales?

En este clima cultural de confusión, durante las últimas décadas se ha legislado considerablemente a favor de los derechos civiles de las minorías y de las mujeres. Casi nadie discute hoy en día que el color de la piel o el sexo tengan que determinar el lugar en que uno vive, el puesto de trabajo que ocupa y el salario que cobra. ¿No es la elección de pareja sexual igualmente irrelevante a efectos económicos? Al argumento de que los homosexuales suelen estar mejor situados que la población en general, la respuesta es que quizás lo estarían todavía más si se les tratara con equidad, y que hay otros tipos de maltrato aparte de la discriminación económica.
Pero el asunto clave, en lo referente a derechos civiles, es el tema de la elección. ¿Es la homosexualidad algo que uno es, como el ser negro, anciano, minusválido o mujer? ¿O es algo que uno hace, como el adulterio, la poligamia o el incesto? Aquellos que practican estas últimas conductas han sido ciertamente discriminados, económicamente y de otras maneras, pero no están respaldados por el movimiento de derechos civiles.
En el caso de la homosexualidad, la diferencia radica en la percepción pública de la inevitabilidad del comportamiento. Tratándose de sexo, ¿sobre qué base decidimos qué es inevitable y qué no lo es? Cuando un hombre hace un comentario descortés o comete adulterio, algunos se encogen de hombros y dicen: “los hombres son así.” Otros piensan que la masturbación y las caricias son cosas de la adolescencia. Pero cuando un adulto induce al sexo a un menor no decimos: “Déjalo, él es así y ya está”. ¿Es el homosexual “así y ya está”? ¿Significa esto que deberíamos ampliar a los homosexuales los mismos derechos civiles, incluso las acciones afirmativas, que a las minorías y a las mujeres?
Entremos, pues, en el debate “naturaleza o entorno” que trataré con profundidad en el capítulo 7. Por ahora, lo importante es únicamente comprender que la tolerancia pública aumenta drásticamente cuando las personas están convencidas de que el deseo de intimidad con una persona del mismo sexo tiene un origen biológico. Aunque, hasta la fecha, la mayoría de los científicos discutan todavía sobre la precisión y relevancia de la investigación; aunque muy pocos expertos en homosexualidad limiten la causalidad a factores biológicos; aunque la misma comunidad homosexual esté dividida al respecto; aún así, los Medios de Comunicación presentan con insistencia la visión, a la que el público se adhiere cada vez más, de que los homosexuales nacen, no se hacen. Si nacen así, y experimentan una opresión similar a la de otras minorías y a las mujeres, entonces debemos aceptarlo, incluso alegrarnos de igual manera.
Es simplista, y contraproducente en el debate moral, atribuir la imagen de la homosexualidad como algo biológico a una conspiración de los activistas homosexuales y de los liberales que dominan los medios. Lo más importante es entender de qué manera influye este retrato sobre la opinión pública. Aquí entran en juego, por lo menos, dos factores. Uno es el mito popular de que la Ciencia trata solamente con verdades objetivas y absolutas; cosas reales que si las pones en un hornillo y las calientas, crecen. En cambio, los teólogos y moralistas son personajes patéticos que discuten sin cesar sobre vagas abstracciones. Podemos hacerlos entrar en el debate para darle color y un toque cómico, pero todo el mundo sabe de dónde viene la verdad. La vestidura sacerdotal de nuestra época es ahora la bata blanca de laboratorio.
El segundo factor que entra en juego para modificar la opinión pública es la simplificación de los temas para el consumo de masas, sobre todo en la televisión. No es fácil “recorrer el mundo en 30 minutos” (como muestra un canal), deportes y Hollywood incluidos. Pocas personas tienen paciencia para una presentación minuciosa de un tema complejo, aunque se les ofrezca. En cambio, los noticieros consiguen mantener vivo el interés a fuerza de presentar las posturas extremas de los asuntos, valorando las afirmaciones como cortes de sonido.
Entonces, cuando aparece un nuevo estudio que propone, digamos, que los gemelos son propensos a una misma orientación sexual, el resultado televisado es previsible. Un torpe resumen de la investigación en 10 segundos, seguido de la imagen de un científico que nos dice: “estamos entusiasmados con las posibilidades que conlleva este nuevo descubrimiento”. De vuelta al plató, el presentador nos informa de que “la comunidad gay ha reaccionado de manera entusiasta ante la noticia” y presenta al líder de una iniciativa política que proclama: “Esto nos confirma algo que siempre habíamos sabido, que la sexualidad forma parte de nuestro ser”. Finalmente, sale un fundamentalista enfadado, afirmando que “se trata de mentiras perpetuadas por los pecaminosos siervos de Sodoma.” Todo eso en cuestión de 30 segundos, y de ahí se nos traslada a Bosnia, a Michael Jackson o a un anuncio de un coche de juguete que habla.
Esté calculado o no, esta manera de informar tiene un poderoso efecto de acumulación. Crea la impresión de que la Ciencia está al servicio de la causa de los derechos civiles contra la intransigencia de la religión tradicional.
Por eso, al vecino o compañero de trabajo no le extraña, incluso le puede ofender, que el cristiano se base en la Biblia para desaprobar la homosexualidad. Pero esto es solo un problema. Lo que puede sorprender a muchos lectores y, de hecho es el enfoque de este libro, no es el debate sobre la homosexualidad entre cristianos y seculares, sino el debate sobre la homosexualidad entre cristianos y cristianos.


El rabino invisible

Como profesor de universidad reconozco que los estudiantes son un público cautivo, susceptible de ser manipulado por profesores inseguros y sin escrúpulos que presentan visiones opuestas solamente para abatirles con argumentos superficiales y el ridículo. Yo no me puedo escapar del todo de la tendenciosidad, pero puedo formular mis opiniones abiertamente y puedo intentar ser justo con quienes discrepo y no están en mi clase para defender sus posturas. Por ejemplo, cuando hablo de los fariseos, aquellos notables opositores a Jesús de los Evangelios, explico su pasión por el estudio de las Escrituras, su celo por la santidad de Dios y su deseo de encontrar maneras prácticas de encarnar los caminos de Dios. Entonces, y solo entonces, paso a describir los puntos de conflicto con las enseñanzas de Jesús. Me gusta imaginarme que, al fondo del aula, hay un rabino judío ortodoxo, un descendiente religioso de los fariseos, sentado y con un dedo en el botón de power de mi micro. Durante una de esas clases, mientras el rabino daba cabezadas (espero que no fuera de aburrimiento), un alumno me interrumpió: “Oiga, parece que esté de parte de los fariseos.” Lo dijo en tono de crítica, pero yo me sentí muy halagado.
Los fariseos ya no existen y no conozco a ningún rabino ortodoxo, así que tengo que hacer un gran esfuerzo de imaginación. Pero sí conozco a algunos homosexuales, personas con cara y ojos y, por respeto a ellos, quiero hacer justicia a los argumentos en favor de la práctica homosexual. Por tanto, a partir del párrafo siguiente y hasta el final del capítulo voy a dar un paso más en el principio que rige mis clases. Voy a escribir desde el punto de vista con el que discrepo, intentando convencer al lector de que la práctica homosexual es aceptable desde el punto de vista cristiano.
Los argumentos que esgrimo proceden íntegramente de libros y artículos escritos por eruditos cristianos. No voy a atiborrar el texto con los nombres y los títulos de los libros; el lector puede acceder a las fuentes por medio de las notas. En los siguientes capítulos de este libro, en que repasaré y responderé a los argumentos que aquí presento, me referiré a éstos como argumentos “revisionistas” y a sus autores como “revisionistas”; es decir, que abogan por revisar la postura cristiana tradicional y así poder afirmar la práctica homosexual.


Argumento 1: La Biblia no condena la homosexualidad

La homosexualidad es el deseo y el fenómeno de comportamiento sexual entre personas del mismo sexo. Las palabras deseo y entre implican una conducta de mutuo consentimiento entre adultos. La Biblia afirma la heterosexualidad sin género de duda, pero ¿condena la homosexualidad de hoy en día? Según los revisionistas, si lo estudiamos más a fondo, resulta que el puñado de textos que supuestamente condenan la homosexualidad, de hecho están describiendo actividades que los homosexuales de hoy también condenarían.
Génesis 19:1–8 y Jueces 19:16–30. El primero de estos textos es el famoso relato de Sodoma; el segundo es un texto paralelo menos conocido. En el relato de Sodoma, una noche Lot da refugio a dos ángeles:

  Aún no se habían acostado, cuando los hombres de la ciudad, los hombres de Sodoma, rodearon la casa, tanto jóvenes como viejos, todo el pueblo sin excepción. Y llamaron a Lot, y le dijeron: ¿Dónde están los hombres que vinieron a ti esta noche? Sácalos para que los conozcamos. Entonces Lot salió a ellos a la entrada, y cerró la puerta tras sí, y dijo: Hermanos míos, os ruego que no obréis perversamente. He aquí ahora tengo dos hijas que no han conocido varón; permitidme sacarlas a vosotros y haced con ellas como mejor os parezca; pero no hagáis nada a estos hombres, pues se han amparado bajo mi techo. (vv. 4–8)

En Jueces, un hombre de Jebús acoge a un extranjero por una noche:

  Mientras ellos se alegraban, he aquí, los hombres de la ciudad, hombres perversos, rodearon la casa; y golpeando la puerta, hablaron al dueño de la casa, al anciano, diciendo: Saca al hombre que entró en tu casa para que tengamos relaciones con él. Entonces el hombre, el dueño de la casa, salió a ellos y les dijo: No, hermanos míos, no os portéis tan vilmente; puesto que este hombre ha entrado en mi casa, no cometáis esta infamia. Aquí está mi hija virgen y la concubina de él. Permitidme que las saque para que abuséis de ellas y hagáis con ellas lo que queráis, pero no cometáis semejante infamia contra este hombre. (vv. 22–24)

En la historia judía y cristiana, este relato de Sodoma, en particular, fue adquiriendo vida propia, y la palabra inglesa ‘sodomy’ se ha aplicado a toda una variedad de prácticas sexuales, tanto entre heterosexuales como entre homosexuales; sobre todo con referencia al sexo anal y oral. Sin embargo, el evento en su origen no implicó práctica sexual alguna de hombre a hombre. La palabra hebrea yadá’, traducida en Génesis 19:5 como “conocer” y en Jueces 19:22 como “tener relaciones”, solamente se usa en sentido de coito 10 veces de los cientos en que aparece en el Antiguo Testamento. Para entender su significado en este caso, debemos tener en cuenta el hecho de que Lot era un extraño en aquella ciudad (como lo era el “anciano” del relato de Jebús (Jueces 19:16) y se hallaba bajo sospecha de albergar a traidores. Cuando se nos dice que los hombres de la ciudad querían “conocer” a los visitantes, deberíamos entender que querían interrogarles. Como eso hubiera sido un quebrantamiento de la hospitalidad, el huésped de ambos relatos ofrece a sus mujeres para proteger a sus visitantes. El lector moderno encuentra espantoso dicho comportamiento, pero se debe a que valora menos la hospitalidad, o más a las mujeres, que la gente del antiguo Oriente Próximo. Así que el pecado de Sodoma en este caso fue la falta de hospitalidad.
Así lo afirma el contexto circundante; como lo hacen más tarde otras referencias bíblicas, hasta los alrededores del siglo II a.C., cuando y como reacción a la homosexualidad predominante en la cultura griega, algunos judíos empezaron a reinterpretar el relato de Sodoma en términos de maldad general. Ezequiel 16:49 es más específico: “He aquí, ésta fue la iniquidad de tu hermana Sodoma: arrogancia, abundancia de pan y completa ociosidad tuvieron ella y sus hijas; pero no ayudaron al pobre ni al necesitado.” Incluso en el Nuevo Testamento, Hebreos 13:2 recomienda la hospitalidad porque “por ella algunos, sin saberlo, hospedaron ángeles,” y Jesús mismo asocia la destrucción de Sodoma únicamente a la falta de hospitalidad (Mat. 10:14–15; Lc 10:10–12). Al margen de las distorsiones que los intérpretes hayan añadido luego, los relatos de Sodoma y Jebús abordan fundamentalmente el trato apropiado a los extranjeros, no asuntos morales. De hecho, si se toman como lecciones sobre sexo, deberíamos preguntarnos entonces qué lección hay que extraer del trato de soborno sexual dado a las mujeres según el texto.
Pero incluso en el supuesto de que el relato de Sodoma tratara del sexo entre hombres, no trataría de la homosexualidad tal y como la hemos definido. Más bien describe la violación masculina, la cual no viene motivada necesariamente por el deseo homosexual. Expresa el hábito de muchas culturas antiguas de humillar al enemigo forzándole a “hacer de mujer.” Ciertamente, en este tipo de sexo no hay mutuo acuerdo y probablemente no agrade a ninguna de las partes. Los gays y las lesbianas de hoy condenan las conductas de este tipo tan vigorosamente como los heterosexuales. ¡Qué injusto, pues, aplicar hoy la condena (justa) de Sodoma a una actividad privada y consentida entre adultos del mismo sexo!

Levítico 18:22 y 20:13. Estos dos versículos, a primera vista, parece que describan la homosexualidad:

  No te acostarás con varón como los que se acuestan con mujer; es una abominación.
  Si alguno se acuesta con varón como los que se acuestan con mujer, los dos han cometido abominación; ciertamente han de morir. Su culpa de sangre sea sobre ellos.

Los revisionistas nos recuerdan, sin embargo, que dichos versículos se hallan dentro del comúnmente denominado Código de Santidad de Levítico 16–26, que exhorta al pueblo de Israel a abstenerse de las prácticas de las naciones colindantes. Hay en contextos similares toda una serie de referencias a la prostituta de culto, la femenina Kedeshá y la masculina kadesh. Como en los rituales del templo solamente participaban los hombres, el kadesh debía estar disponible para ser penetrado por los visitantes del templo. El Código de Santidad contempla, por tanto, la prostitución en asociación con la idolatría (por consiguiente, “abominación”), no la conducta homosexual consentida entre iguales. La versión King James traduce kadesh como “sodomita”, tipificando así el tratamiento impreciso que se ha venido dando a la tradición del Antiguo Testamento.
Notemos que en el Nuevo Testamento, Jesús mismo nunca condena la homosexualidad. El único pecado sexual que menciona es el adulterio (Mat. 5:27–30; Jn 8:1–11) y aún así, lo hace pensando primordialmente en condenar la hipocresía de la lujuria y las actitudes legalistas. Ciertamente no era su estilo el soltar en cualquier momento una lista de pasajes bíblicos que condenaran conductas.
Romanos 1:26–27. Con todo, Pablo ciertamente parece condenar la homosexualidad. En el contexto de un pronunciamiento general de condena a los gentiles por su idolatría, escribe:

  Por esta razón [la idolatría] Dios los entregó a pasiones degradantes; porque sus mujeres cambiaron la función natural por la que es contra naturaleza; y de la misma manera también los hombres, abandonando el uso natural de la mujer, se encendieron en su lujuria unos con otros, cometiendo hechos vergonzosos hombres con hombres, y recibiendo en sí mismos el castigo correspondiente a su extravío.

Algunos revisionistas interpretan este pasaje al margen de la condena de la homosexualidad. Hay que poner el escrito de Pablo en el contexto de su época, cuando las relaciones comúnmente practicadas entre personas del mismo sexo eran la pederastia (relaciones entre hombres y niños) y la prostitución. Se trataba de prácticas degradantes (v.26) porque eran injustas; en lo cual estaría de acuerdo la mayoría de homosexuales modernos. Otra posibilidad aquí es que Pablo esté condenando los actos homosexuales cometidos por personas aparentemente heterosexuales; es decir, por quienes están, de manera ocasional, contradiciendo su verdadera naturaleza. Sea cual sea la interpretación, queda claro que Pablo no tenía en mente la homosexualidad en el sentido moderno de la palabra. Sea cual sea la interpretación, lo que Pablo condena, de igual modo lo condenarían los homosexuales modernos.
Otra posibilidad es tomar Romanos 1:18–32 como una unidad, cuyo propósito no es comunicar la moralidad propia de Pablo, sino el pensamiento judío helénico (al estilo griego) sobre los gentiles para así preparar el ataque de Pablo a la hipocresía judía del capítulo siguiente. Si el pasaje funciona de esta manera, debemos ser cautos en dar por sentado que Pablo esté completamente de acuerdo con su contenido.
1 Corintios 6:9–10 y Timoteo 1:10. Estas listas de conductas inmorales incluyen palabras que, según los revisionistas, han sido erróneamente traducidas con referencia a la homosexualidad:

  ¿O no sabéis que los injustos no heredarán el reino de Dios? No os dejéis engañar: ni los inmorales, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los malakoi, ni los arsenokoitai, ni los ladrones, ni los avaros, ni los borrachos, ni los difamadores, ni los estafadores heredarán el reino de Dios.
  …para los inmorales, arsenokoitais, secuestradores, mentirosos, perjuros, y para cualquier otra cosa que es contraria a la sana doctrina…

La palabra arsenokoitai se compone de arseno (= masculino) y koite (= coito o cópula), pero una palabra no denota necesariamente la suma de sus partes (por ejemplo, comprender no significa “como aprender”); denota más bien lo que la gente hace que denote. El inconveniente es que desconocemos un uso de la palabra previo a 1 Corintios 6:9, con lo que las tradiciones humanas antihomosexuales pueden haber influido en posteriores traducciones o explicaciones. En consecuencia, tiene sentido interpretar los pasajes a la luz de las prácticas comunes de la época. Arsenokoitai combinada con malakoi (literalmente, “delicado”) puede referirse a los procuradores de prostitutos y a los prostitutos o, más concretamente, a los pederastas adultos y sus compañeros preadolescentes. Alternadamente, malakoi puede no tener nada que ver en absoluto con el sexo entre personas del mismo género, pero sí puede referirse a “masturbadores”. Arsenokoitai a solas puede referirse sencillamente a un “prostituto”. De nuevo, los traductores de la Biblia a menudo han interpretado injustificadamente estas palabras como referencias a la homosexualidad.
2 Pedro 2:6–7 y Judas 1:7. Estos textos hacen referencia a Sodoma bajo la influencia de la reacción judía contra la cultura griega, pero los revisionistas mantienen que no describen directamente prácticas homosexuales:

  … si condenó a la destrucción a las ciudades de Sodoma y Gomorra, reduciéndolas a cenizas, poniéndolas de ejemplo para los que habrían de vivir impíamente después; si rescató al justo Lot, abrumado por la conducta sensual de hombres libertinos …
  Así también Sodoma y Gomorra y las ciudades circunvecinas, a semejanza de aquéllos, puesto que ellas se corrompieron y siguieron carne extraña [literalmente, siguieron otra carne], son exhibidas como ejemplo al sufrir el castigo del fuego eterno.

En este caso el razonamiento es similar al aplicado a Génesis 19: la carga sexual de estos pasajes incluye la violación o, en el contexto del primer siglo después de Cristo, la pederastia y la prostitución. No es aplicable a la homosexualidad. La referencia de Judas 7 a “otra carne”es, de hecho, y probablemente una referencia al deseo de sexo con los ángeles, no los hombres, y está vinculado al extraño pasaje de Génesis 6 sobre los gigantes y el sexo entre humanos y ángeles.
Estos son, pues, los 9 pasajes bíblicos que supuestamente condenan la homosexualidad. Los revisionistas argumentan que al estudiarlos con esmero, en el contexto de la época en que fueron escritos, acaban condenando unas prácticas que los homosexuales modernos también condenarían. Debemos concluir que los juicios bíblicos contra las prácticas sexuales entre personas del mismo sexo no son relevantes en el debate actual sobre la homosexualidad; la Biblia “sencillamente no toca estos temas.”22


Argumento 2: Queda por demostrar la condena bíblica de la homosexualidad

Hay otro acercamiento a la afirmación de la homosexualidad que admite que las Escrituras prohíben la intimidad sexual entre personas del mismo sexo o, como mínimo, que las Escrituras dan por sentado que la heterosexualidad es la única opción aceptable. Sin embargo, los intentos de aplicar la Biblia a la época moderna suelen ser “heterosexistas” y deben ser corregidos prestando atención a temas más amplios de la misma Biblia.
La homosexualidad se puede afirmar bíblicamente por varias vías distintas, que podemos caracterizar en relación con el material bíblico por medio de las palabras implicación, expansión y corrección.
La implicación del mensaje bíblico permite afirmar la homosexualidad si se dejan de lado los intereses de la pureza ritual en favor de los valores evangélicos del amor y la liberación. Se puede trazar un desarrollo cronológico en esta dirección a través de las Escrituras. Los relatos de Sodoma y Jebús (y por extensión, 2 Pedro 2:6,7 y Judas 1:7), según dicha interpretación, son irrelevantes. El pasaje de Levítico prohíbe la intimidad entre personas del mismo sexo, pero es importante entender que lo hace en el contexto del Código de Santidad, incluyendo elementos de pureza ritual de los que el Evangelio ha liberado a los cristianos. En Romanos 1:26–27, al describir la homosexualidad, Pablo prefiere usar la terminología de impureza ritual a la de inmoralidad. Su público, los gentiles, debían conocer el pensamiento de Pablo lo suficientemente bien como para no asociar la homosexualidad con el pecado; se trata de algo sencillamente impuro, como comer bacon. En el siguiente capítulo, Pablo quiere sacar a relucir la hipocresía de los legalistas que hay entre su público y, por eso, busca como ejemplo una conducta que distinga a judíos de gentiles. Su verdadero mensaje lo encontramos en Romanos 14:14: “nada es inmundo en sí mismo.”
El Nuevo Testamento libera a los creyentes del constreñimiento de la pureza ritual (Mc 7; Hch 10) y redefine el pecado como “la intención de hacer daño.” Pablo condena la prostitución masculina (1 Co 6:9–10; 1 Ti 1:10) porque perjudica a otra persona, privándola de su propiedad sexual personal. Pero así como el Nuevo Testamento no perdona de forma explícita la homosexualidad, sí que siembra semillas de liberación de todas las restricciones legales sobre la sexualidad humana. La famosa fórmula bautismal de Pablo, Gálatas 3:28, advierte sobre el gobierno de la ley, los límites de la pureza: “No hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay hombre ni mujer; porque todos sois uno en Cristo Jesús [no hay gay ni heterosexual].”
La expansión del mensaje bíblico permite afirmar la homosexualidad extrayendo la sexualidad humana de las tradiciones ilógicas que la conectan con la reproducción y la complementariedad hombre-mujer. El sexo es mucho más que procreación, el placer sexual no se limita al coito y hay otras diferencias de género que son artificiales. Sin estas bases para la prohibición de relaciones entre personas del mismo sexo, debemos considerar con esmero cómo ha mejorado la vida de muchos homosexuales contemporáneos, que en esencia no es distinta de la de los heterosexuales.30 A la luz de su experiencia, debemos expandir nuestras categorías de relaciones amorosas tradicionales y preguntarnos simplemente: “¿Qué es un amor correcto, un buen amor?”
Una respuesta bíblica a esta pregunta acentuará diversos componentes, todos centrados en la calidad de la relación como base de la sexualidad. Primero, el amor debe ser autónomo; es decir, debe implicar consentimiento mutuo entre iguales.33 Segundo, debe ser constante; es decir, debe implicar algún tipo de compromiso entre las dos personas. Tercero, debe ser prolífico; es decir, debe nutrir a otras personas dentro y fuera de la relación.35 Podemos añadir otros componentes a esta lista, pero la cuestión es que los humanos en esencia son seres de compañía cuyas relaciones, homosexuales o heterosexuales, están gobernadas por los mismos principios bíblicos del amor.
Como la experiencia ha demostrado que los homosexuales disponen de la misma capacidad de disfrutar el compañerismo en todos los aspectos importantes, debemos ampliar nuestras definiciones de matrimonio para así incluirlos. El celibato, bíblicamente hablando, es un recurso temporal para unos cuantos espiritualmente dotados y no deberíamos forzar a todos los homosexuales a adoptarlo, privándoles de la descarga sexual y de la intimidad con otras personas.
La corrección del mensaje bíblico permite afirmar la homosexualidad aplicando el mensaje bíblico de liberación justamente a los pasajes problemáticos. En general, este acercamiento afirma que el relato del Éxodo es central en el mensaje bíblico. Las personas oprimidas, incluidos los homosexuales, ven su propia experiencia cuando leen los relatos bíblicos que ofrecen liberación a los proscritos sociales. Esta experiencia les permite corregir elementos injustos (y, por tanto, no cristianos) de la Biblia o de las interpretaciones tradicionales de la Biblia.
Hay una variante de este enfoque que encierra una lectura feminista de las Escrituras. Esta perspectiva empieza por el reconocimiento de que la sexualidad bíblica es patriarcal (dominada por el hombre), no enraizada en la biología humana, sino en la cultura humana. Si la Biblia no tiene que continuar siendo usada como medio de opresión, solamente las partes no sexistas y no opresoras de la interpretación bíblica pueden contar con la autoridad teológica de la Revelación.38 Los textos del Antiguo Testamento que condenan la homosexualidad son todos patriarcales y esa actitud se mantiene en los textos clave del Nuevo Testamento. Cuando Pablo dice en Romanos 1:26–27 que la intimidad sexual entre personas del mismo sexo va “contra la naturaleza”, está equiparando equivocadamente lo “natural” con un orden establecido que da por sentado el papel dominante y activo de los hombres. Condena las relaciones lesbianas porque sigue su patrón cultural y entiende que dicha actividad implica una apropiación de la masculinidad. Este “robo” de la superioridad masculina se corresponde con la desgracia de la pérdida de masculinidad por parte del hombre que es penetrado por otro. Sin embargo, la experiencia nos enseña que la homosexualidad pone en entredicho tales estereotipos de comportamiento entre géneros y, en cambio, incluye la simetría del placer mutuo. Esto es “natural” para algunas personas. Por lo tanto, podemos dejar de lado el supuesto paulino de asimetría sexual o de roles activos-pasivos. Podemos definir la sexualidad en términos de equidad y justicia.

Hay otra variante del acercamiento de la liberación que admite el patriarcado de las Escrituras, pero pone un mayor acento en la identificación entre los homosexuales y los pueblos oprimidos de la Biblia. Son los hijos de Israel quienes sufren en el Éxodo y quienes sientan el patrón del discipulado cristiano; no aquellos que controlan y excluyen en Levítico o Romanos. Jesús vino a liberar a los cautivos y los homosexuales se identifican como tales.40
Actuar como discípulos de Jesús, encarnar las implicaciones del Evangelio, es trabajar para la liberación; es decir, empuñar el poder en bien de la justicia de quienes han sido oprimidos. El poder ha permanecido demasiado tiempo en manos de opresores que han escrito las normas conforme a sus propios intereses. Han convertido a los homosexuales en proscritos y lo han hecho en el nombre de Dios, con lo cual han provocado una culpa y un temor que han conducido a muchos gays y lesbianas a la promiscuidad, el abuso de substancias, la depresión y el suicidio. Del mismo modo que en el caso de las minorías y de las mujeres, hay que darle un giro a la tuerca, el cual debe mantenerse en efecto durante un largo periodo de tiempo para que los valores del Reino puedan asentarse. Trabajar en este sentido es obedecer al Evangelio.


Sumario

Los acercamientos descritos se solapan en algunos aspectos y entran en conflicto en otros. Los expongo, sencillamente, para dar una idea al lector de la gama de opciones que se presentan dentro de la Iglesia, para justificar la revisión de la prohibición cristiana tradicional de la homosexualidad. Algunas denominaciones (Metropolitan Community Church, United Church of Christ) ya han adoptado en cierto modo una postura revisionista. Parece ser que hay otras denominaciones (Episcopal, United Methodist, Presbyterian Church [EEUU]) que también se están moviendo en esa dirección, ya que muchos de sus líderes y profesores de seminario intentan influir en la membresía general de la Iglesia, la cual suele ofrecer resistencia. Quedan otros grupos (la mayoría de los Bautistas, la Iglesia Católica Romana y los Pentecostales), que por razones diversas están a años luz de siquiera debatir el tema. Pero con el tiempo lo harán. La cuestión es ¿cómo lo harán?

Sea cual sea la fase del debate en que se halle una determinada denominación, el cristiano como individuo tiene la responsabilidad de pensar, evaluar los nuevos puntos de vista, discernir el bien del mal y lo verdadero de lo falso; así como de discrepar con respeto. Si ha leído hasta aquí, casi me atrevo a asegurar que usted es una persona preparada para asumir este riesgo. Después de la introducción a los acercamientos revisionistas, durante los siguientes capítulos le invito a considerar una respuesta entrelazada a la perspectiva cristiana sobre la moralidad homosexual.

 
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miércoles, 18 de marzo de 2015

Gays y lesbianas son usados actualmente por quienes practican la intimidad sexual con personas del mismo sexo

Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6



 
 
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                                  ACERCA DE MÍ, ACERCA DE TI


Sentado con la mirada fija en la pantalla del ordenador, busco palabras para presentar una cuestión moral; una cuestión tan importante que parece ir ocupando cada vez más el campo de batalla de todas las fuerzas que compiten por dar forma al mundo del siglo que viene. Sin embargo, lo que se me aparece no son palabras, sino caras. Y es que después de que los políticos, los consejos escolares y la Justicia hayan dado forma a la política pública, después de que las denominaciones hayan interpretado las Escrituras y las tradiciones, después de que los educadores, científicos y psicólogos hayan explicado el fenómeno, después de que los Medios lo hayan confeccionado todo para el consumo de masas; después de todo esto, las personas, de una en una, siguen deseando amar y ser amadas. Algunas buscan el amor entre personas de su mismo sexo.

Se trata de personas con rostro, personas con nombre, a menudo personas cristianas y, sea cual sea nuestra conclusión sobre el tema más general que representan sus historias, nunca debemos perder de vista su lucha individual, su dolor individual, sus rostros. Si desdeñamos los rostros, desdeñamos el Evangelio. El Evangelio es un medicamento poderoso, pero a fin de cuentas no administrado ni por dosis, ni por votos, ni por veredictos. Lo administra una sola mano temblorosa que sujeta una cuchara ante el dispuesto rostro de otra persona.

En mi mente veo a Jim: uno de mis mejores amigos de Secundaria, muy popular, un líder nato, todo un deportista, un joven comprometido con profundizar en la fe de su juventud. Compartimos el mismo apartamento de solteros durante unos meses al terminar la Universidad y pude observar a Jim sembrando avena silvestre con algunas amigas que pasaron allí la noche. Pero al cabo de menos de un año, cuando ya nos habíamos trasladado a costas opuestas del país, Jim me escribió inmerso en una gran confusión. Había recibido una beca de una prestigiosa escuela de Artes Escénicas y durante el primer año de su estancia allí, la amistad con el compañero de habitación había cobrado una dimensión sexual. Decidió volver a su tierra para aclarar las ideas y luego me escribió expresando lo mucho que agradecía mi carta, pero con el tiempo dejó de escribirme y se volvió a ir a la costa Este. Era el año 1980. Me pregunto si todavía sigue vivo y si todavía podríamos ser amigos.

Otro rostro que veo es el de Laura, una gran pensadora y una creyente comprometida con quien asistí a una universidad cristiana. Recientemente y, tras un lapso de tiempo de 15 años, me escribió diciendo que le gustaría asistir a uno de nuestros encuentros de ex - alumnos, pero que sabía que nunca iba a sentirse aceptada ahí con su pareja lesbiana. Ya en la Universidad había estado luchando en privado contra sus deseos de intimidad con otras mujeres, pero luego con el tiempo llegó a la conclusión de que sus deseos eran un don de Dios, no una tentación. Ahora debe vivir con la confusión de tener un pie en el mundo gay, que es ampliamente anticristiano, y el otro en el mundo cristiano, que es ampliamente antigay. Me pregunto de qué manera experimenta Laura la Justicia de Dios.

Y luego veo el rostro de Frank, un familiar que tuvo sus primeras experiencias sexuales de pequeño y con un miembro del clero de su propia iglesia. A Frank dichas experiencias le resultaron agradables. Ahora de adulto prefiere la intimidad sexual con los hombres y es un activista gay. Su bien intencionada familia cristiana quiere “odiar el pecado y amar al pecador”, pero lucha con el conflicto entre los valores de Frank y aquellos que quiere infundir en sus propios hijos. Frank, por su parte, lucha por mantener su lealtad a una familia que desaprueba lo que él percibe como su verdadera identidad. Me pregunto qué significa la familia para Frank.

Finalmente, veo el rostro de Bill, un estudiante de la universidad cristiana en que doy clases. Recientemente y, de manera anónima, escribió al periódico estudiantil acerca de su soledad. No piensa que esté bien meterse en una dinámica homosexual, pero entre sus colegas encuentra poca comprensión por esta lucha. Percibe que cuando otros estudiantes hablan abiertamente de sus tentaciones y fracasos heterosexuales, los demás los consideran modelos de vulnerabilidad dignos de apoyo y oración. Pero Bill se guarda dentro todas sus propias tentaciones y fracasos, pues teme que si los comparte, se convierta en un leproso social. Me pregunto quién tiene las manos de Jesús para tocarle.

Estos son algunos de los rostros que veo y algunas de las cosas que me pregunto cuando pienso en ellos. No pretendo que estas historias se tomen como representativas de la experiencia sexual en general; como tampoco pretendo arrancar un juicio positivo o negativo en torno al comportamiento de estos individuos. Sencillamente son personas que he conocido, algunos de los rostros que veo cuando pienso en todo este tema. Los describo por varias razones.


Autoridad, experiencia y yo

Al presentar las historias ya insinuaba que no se puede tratar un tema al margen de la experiencia humana. Nuestra experiencia es variada, compleja y cargada de emociones, por lo cual se puede caer en el peligro de lo demasiado general o abstracto. Desdichadamente, esto es algo que a menudo no parecen comprender aquellos que se hallan en el lado más conservador de la controversia que nos ocupa. Como consecuencia, los debates suelen enfrentar a gays y lesbianas, narrando su emotiva experiencia de haber superado la duda y la persecución, contra clérigos fríos y racionales, citando versículos sobre el pecado sexual y el juicio eterno. 

Quienes defienden un acercamiento objetivo no entienden el debate público, que lejos de buscar la verdad se convierte en un deporte de espectador. Nos guste o no, los espectadores reaccionan ante historias emotivas y animan al desvalido. Es más, dado que el valor reinante en la cultura moderna no es la verdad, sino la tolerancia, todo aquel que adopte una postura que desaprueba la conducta de otro está condenado a perder el debate.

¿Se trata, entonces, de alentar a ambas partes a que se limiten a intercambiar historias o argumentos y a dejar de actuar como si nada? No. La vida consiste tanto en Historia como en argumentación, tanto en experiencia como en autoridad. Las dos cosas deben entrar en diálogo, no en enfrentamiento. Es decir, las experiencias de personas reales deberían moderar nuestras abstracciones; al mismo tiempo, nuestras actividades deberían responder a autoridades más altas, tales como la Razón, la Familia, la Tradición y las Escrituras. Errar en una u otra dirección produce exactamente la misma fatua exigencia: “Yo lo sé mejor que tú”. La única diferencia es que quienes ponen a la experiencia contra la autoridad acentúan el “yo”, mientras que los que ponen a la autoridad contra la experiencia acentúan el “sé”. Ambos reivindican servir a la causa de Cristo. Ambos han perdido de vista el camino de Cristo.


Mi propia historia

¿Y quién soy yo para tocar este tema? Ya que acabo de explicar la importancia del diálogo entre la experiencia y la autoridad, haría bien en aplicarme el cuento y abrirme todo lo que pueda, explicar quién soy y por qué estoy escribiendo. ¿Qué puedo revelar de mi vida, mi rostro y de cualquier pretensión de experiencia que pueda ayudar al lector a apreciar la perspectiva de este libro?

En términos profesionales, estoy preparado para interpretar textos de la Antigüedad con orígenes cristianos y estoy especializado en la Ética del Nuevo Testamento. Obtuve un doctorado en la Universidad de Cambridge, ejerzo en la enseñanza y escribo en boletines académicos nacionales e internacionales, y también para editoriales (como este libro) cuyos lectores son primordialmente cristianos. Este libro ofrece parte de la investigación erudita más reciente en un formato accesible al público en general. También estoy publicando toda una colección de ensayos académicos sobre la homosexualidad con la participación de expertos en toda una serie de campos distintos.

En términos de sexualidad, represento a esa clase de gente responsable de la vasta mayoría de maldad sexual de hoy en el mundo: los varones heterosexuales. He sobrepasado mi propia cuota de maldad y necesito el perdón y la Gracia de Dios a diario para convertirme en el ser sexual que Dios desea. Jamás he deseado la intimidad sexual con otro hombre, ni jamás he recibido proposiciones ni he sido tratado más que con respeto por parte de los hombres gay que he conocido.

Al margen de la preocupación natural por que algún extremista pueda amenazarme a mí o a mi familia como venganza por haber expresado mi opinión públicamente, no pienso que tenga ninguna razón para temer a los gays y las lesbianas. Sin excepción alguna, mi experiencia es que los hombres gays y las mujeres lesbianas son de las personas más inteligentes, con más talento y más consideradas que he conocido. Sus deseos y prácticas sexuales difieren de las mías, pero ni me repulsan ni me siento amenazado por ellas. Sencillamente las desapruebo, del mismo modo que desapruebo algunos deseos y prácticas heterosexuales.

Por tanto, no me siento amenazado. ¿Cómo me siento, entonces? Pues la sensación de fastidio es la que me ha llevado a escribir este libro. Pero lo que me fastidia no son ni los gays ni las lesbianas, sino sus partidarios y detractores. Mi fastidio tiene dos vertientes. Empezó por fastidiarme el debate unilateral que se halla en los círculos académicos, en el cual se da una caracterización común de la postura cristiana tradicional sobre la homosexualidad como simplista y basada en el temor. Eso me condujo a investigar algunos de los temas por mi cuenta y la consiguiente labor académica desembocó en una serie de charlas para iglesias. Pero entonces me empezó a fastidiar la poca preparación de muchos cristianos para tratar este tema. 

La mayoría goza de un instinto moral conservador, pero desconoce casi por completo el punto de vista liberal, encuentra confusa la posible tensión entre Ciencia y Escrituras y habla de soluciones casi exclusivamente en términos políticos. Como resultado, suele adoptar una mentalidad de asedio y una sospecha de conspiración que, irónicamente, refleja como en un espejo todo aquello que detesta de la comunidad homosexual.

Ambas partes sienten frustración por no ser escuchadas, por no tener poder suficiente como para influir en la política pública, por no ganar enseguida. Pero ese desacuerdo degenera demasiado rápido en una batalla de etiquetas, la guerra cultural entre los Derechos Religiosos (que son todos “homófobos”) y la Agenda Homosexual (respaldada por el “humanismo secular”). A pesar de la verdad parcial que tales etiquetas representan, lo que de hecho hacen es socavar los esfuerzos de quienes las emplean. Aquellos que están en desacuerdo se alejan incluso más y la gente sabia que todavía no se ha decidido sospecha que, de donde hay etiquetas con intercambio de temores al acecho, solo se pueden esperar argumentos deshonestos.

Si quería ser de ayuda en esta volátil situación, primero debía preguntarme a quién iba a dirigir el libro. Haber elegido editor reducía, de alguna manera, el abanico de posibilidades, ya que InterVarsity Press sirve primordialmente a la comunidad cristiana de moral conservadora y de moderadamente a bien instruida. Esto quiere decir que no estoy escribiendo para convencer a la comunidad gay y lesbiana y sus partidarios, sino más bien para profundizar en la comprensión y sensibilidad de quienes cuestionan o desaprueban las prácticas homosexuales.

Pero incluso dentro de este mismo ámbito, escribo para muchos tipos diferentes de personas. A un amigo que ha vivido una larga y solitaria lucha por reconciliar su fe y sus deseos de intimidad sexual con alguien del mismo sexo. Al feligrés que jamás se ha preocupado por el tema y que se pregunta a qué viene todo esto, si la Biblia lo deja tan claro. Al profesional de la salud que trabaja con pacientes de SIDA. A la mujer inquieta que quiere fomentar un debate más a fondo en su iglesia. Al estudiante universitario con una fecha tope, que está desesperado por encontrar en una sola fuente toda la información que necesita sobre este tema. Al miembro de una familia cuyo ser querido le acaba de comunicar su orientación homosexual. Al médico, psicólogo o pastor que quiere salvar la distancia entre Ciencia y Teología. Al creyente que se está muriendo de SIDA.

Todas estas personas me están mirando por encima del hombro mientras escribo. Más rostros, más personas a quienes rendir cuentas con veracidad, claridad y honradez. Casi nada. ¡Que el lector extienda algo de gracia sobre mí en aquellos puntos en los que no dé la talla!

Aunque considero mi responsabilidad primordial fomentar una mayor comprensión y sensibilidad entre los cristianos de moral conservadora, espero también cumplir otro propósito para quienes estén en desacuerdo con mis conclusiones, es decir, demostrar la posibilidad de discrepar sin estupideces, sin odio y sin consignas. Discutan conmigo, pero no me coloquen dentro de una caja, no hagan de mí una caricatura para poder descartar mis conclusiones. Consiéntanme un rostro.


Un enfoque evangélico

Mi rostro es un rostro evangélico, y puede ser un rostro difícil de enfocar, sobre todo para quienes prefieren oponentes extremistas y predecibles. Los evangélicos suelen desafiar las suposiciones de la gente sobre los denominados Derechos Religiosos (“Religious Rights” en inglés, con referencia al movimiento conservador así denominado) y sus presuntas posturas sobre temas de actualidad. Hay algunos evangélicos activos en el liderato internacional de causas tradicionalmente “liberales” tales como la reforma en las prisiones, la reforma del sistema sanitario, la ayuda humanitaria y el desarrollo del Tercer Mundo. 

Muchos evangélicos disienten de las posturas evangélicas mayoritarias sobre el aborto, la violencia, la moralidad de la guerra, la mujer en el ministerio, la evolución, la crítica bíblica y la afiliación política. Ocurre que yo mismo mantengo posturas minoritarias en la mayoría de estos temas y me siento libre de hacerlo sin tener que asistir a una iglesia especial para discapacitados doctrinales. En lo que se refiere a la homosexualidad resulta que mantengo la postura de la mayoría, pero aun así no llamaría a mi postura “la postura cristiana”, ni siquiera “la postura evangélica”.

Si mis opiniones en torno a éste y otros temas no pueden inhabilitarme como evangélico, ¿qué es lo que me habilita para serlo? Si para empezar no hay una línea de pensamiento establecida, ¿cómo vas a formar parte de la misma? Preguntas difíciles de contestar. Los eruditos no llegan a ponerse de acuerdo en la definición de la palabra evangélico. Del mismo modo en que los términos Bible Belt y Midwestern tienen una relación muy frágil con la Geografía, el término evangélico representa también un desafío para los cartógrafos religiosos. El fenómeno abarca tal desconcertante diversidad de opiniones, denominaciones y grupos sociales, que cualquier intento de explicarlo o de dar ejemplos deja siempre a alguien pobremente representado.

Al no haber un cuerpo directivo que marque la distinción entre los de dentro y los de afuera, el evangelicalismo no puede describirse como un sistema con unos límites claramente definidos y hay que entenderlo en términos de unos principios centrales. En otras palabras, no se trata tanto de lo que se excluye como de lo que se afirma. (Algunos que ya se han cansado de la etiqueta preferirían llamarse “cristianos y nada más”, a lo que da pie el influyente libro de C.S. Lewis Cristianismo y nada más).

Mi esbozo de algunas afirmaciones evangélicas centrales tiene la intención de aclarar la perspectiva de este libro, sobre todo en contraste con el fundamentalismo tanto de la derecha como de la izquierda. También quiero dejar claro, desde el principio, que no se trata de un intento de abarcarlo todo, sino de describir aquellas afirmaciones que para mí dan un sentido particular a este tema.


El centro de todas las cosas

En primer lugar, el evangelicalismo afirma la centralidad de Jesús. Es más, Jesús es el hijo unigénito de Dios, que estuvo dispuesto a sufrir la muerte y luego vencerla a fin de liberar a todas las personas de las consecuencias de la rebelión humana contra Dios. Jesús es también, para algunos, un dispensador de sabiduría popular, un capitalista, un feminista, un instructor de líderes, un símbolo de vida en comunidad y un ejemplo de justicia social. Pero todos esos títulos representan, como mucho, adiciones, nunca substituciones de lo que, según la Biblia misma describe, y Jesús mismo afirma, es su rol primordial.

Mientras algunos trabajan para vestir a Jesús con el traje de seda de un tele-evangelista o con las ropas caquis de un revolucionario, la tarea más humilde y difícil es la de mantenernos leales a la verdad recibida hace dos mil años. Para estar seguros, en parte se trata de guardarnos de ciegos puntos culturales y de vacíos clichés religiosos. Sin embargo, la afirmación central acerca de Jesús seguirá siendo relevante mientras lo sigan siendo el sufrimiento, la muerte y el pecado; seguirá cambiando vidas mientras permanezcan la fe, la esperanza y el amor.


Las Escrituras y otras voces

La segunda afirmación del evangelicalismo, que acompaña a la primera, es la primacía y la finalidad de la autoridad de la Biblia en términos de fe y práctica. He escogido con detenimiento los términos primacía y finalidad. El significado es que las Escrituras son el primer y último lugar al que mirar cuando se busca una guía. Eso da lugar también a que se escuchen otras voces durante el proceso de interpretación y aplicación.

Con unos pocos ejemplos se puede demostrar lo positiva que es la aportación de otras tres voces importantes. La experiencia humana es un maestro importante, como podemos observar en el caso de las relaciones entre razas; tema sobre el que la Biblia no dice casi nada. Las tradiciones humanas producen un rico tapiz de patrones de adoración, devoción y gobierno de la Iglesia; pocos de los cuales ordena la Biblia de manera explícita. La Biblia nos dice que cuidemos a los enfermos y los necesitados y la Razón humana produce medicamentos, máquinas y programas que nos permiten implementar dicho cuidado.

Está claro que tanto la Experiencia, como la Tradición y la Razón tienen usos destructivos, pero lo que aquí nos interesa es que también tienen el potencial de contribuir a nuestro amor a Dios y al prójimo. La experiencia, la tradición y la razón participan de manera esencial en una misma conversación dirigida a aplicar las Escrituras en nuestras vidas. Decir que no tienen lugar, que la Biblia habla sola, es simplista y quizás engañoso; siempre hay una interpretación por en medio. Por otro lado, sugerir que la Experiencia, la Tradición y la Razón deberían pasar, o inevitablemente pasan, por encima de las Escrituras es perder legitimidad. En cualquiera de los extremos, y ambos están bien representados en el debate actual sobre la homosexualidad, el deseo de ejercer el poder supera al deseo de encontrar la verdad. Se pueden ganar batallas, pero el ganador queda lejos del Evangelio predicado y vivido por Jesús, el cual exige renunciar al poder en bien del amor.

Afirmar la primacía y finalidad de la autoridad bíblica nos ayuda a evitar que las Escrituras se conviertan en una herramienta manipulada, sea por la mano derecha o por la izquierda. Siempre lucharemos contra nuestra tendencia a manipular la Biblia y hoy luchamos con la ausencia de un método universalmente aceptado para encontrar la verdad. Solo nos podemos limitar a intentarlo, sopesando las voces que se oponen e intentando en primera y última instancia armonizarlas con la Palabra de Dios.


El contexto en la interpretación

Una tercera afirmación, que contribuye a concretar más la segunda, es que la tarea principal del estudio de la Biblia es buscar el significado pretendido por sus autores. Es cierto que cada lector lleva consigo un bagaje de cierta envergadura, que complica la tarea de leer (un idioma distinto, unos condicionantes culturales y una tendencia personal), pero también es cierto que los autores originales querían decir algo con sus palabras. Si queremos hacer justicia a las ideas de aquellos autores, sobre todo cuando se trata de un tema tan polémico, debemos ser responsables y aprender todo lo que podamos de sus idiomas, historia e imaginario colectivo. Solamente podremos valorar la vigencia de sus palabras si hemos intentado comprenderlas.

Limitarnos a darles nuestro propio significado denota vagancia y falta de interés, o ambas cosas a la vez. De nuevo, ambos tipos de fundamentalismo consienten esta conducta. Los de la derecha suelen ignorar las ambigüedades o el contexto histórico debido a la prisa por encontrar aplicaciones contemporáneas. Los de la izquierda echan mano justamente de esas ambigüedades y diferencias de contexto histórico para justificar la invención de sus propias aplicaciones.


La moralidad bíblica en nuestro mundo

En cuarto lugar, el evangelicalismo afirma la vigencia de la moralidad bíblica; lo que algunos llaman normatividad. Ciertamente, el mundo cambia y no podemos limitarnos a crear de nuevo códigos de conducta para todo. Al mismo tiempo, cada nueva generación no es libre de producir nuevos códigos de conducta, por muy iluminada que se considere a sí misma. La inspiración de las Escrituras y la rectitud generada por siglos de influencia nos sugieren que los valores bíblicos son duraderos. Deberíamos resistirnos a jugar con la moralidad de la Biblia a menos que se haga con todas las de la ley.

En raras ocasiones se da el caso. Por ejemplo, la repetida prohibición bíblica de la usura (cobrar intereses) fue algo normativo hasta épocas bastante recientes, debido a que en las economías simples, el dinero prestado con intereses, a menudo a unas tasas altísimas, tan solo enriquecía a los prestamistas privados. En una economía compleja, sin embargo, el sistema de intereses beneficia más a la gente que al prestamista, quien a su vez suele ser una institución cuya tasa de interés queda bajo el control de los reglamentos y la competencia. El cambio de coyuntura ha desembocado con el tiempo en una nueva manera de entender la prohibición bíblica. En estos casos, la experiencia, la tradición y la razón pueden todas ellas contribuir a una nueva valoración de un mandamiento bíblico en concreto, pero en tal evaluación se debe proceder con extrema cautela.

La unidad de la Biblia

Una quinta afirmación evangélica es que la Biblia es una unidad, en el sentido de que está inspirada por el Espíritu de Dios. Esto no significa que sus palabras de alguna manera se hayan desplomado desde el Cielo; son palabras totalmente humanas. Tampoco las palabras dicen siempre lo mismo sobre el mismo tema. Algunas ideas acerca de los comportamientos buenos y malos cambian con el tiempo dentro de las Escrituras (algunos llaman a esto “revelación progresiva”) y algunos temas tienen varias respuestas.

En cuanto al tema de la riqueza y las posesiones, por ejemplo, vamos desde el respaldo material de Dios a los patriarcas del Antiguo Testamento y de los consejos profesionales de los Proverbios, hasta la renuncia radical exigida por Jesús, pasando por la puesta en común de las posesiones en el libro de los Hechos, el apoyo misionero pedido por Pablo y llegando a Santiago y el Apocalipsis con más crítica social; y, por fin, las calles de oro. ¿Dónde está la unidad? El fundamentalista de la derecha puede seleccionar textos del Antiguo Testamento sobre las bendiciones materiales y el diezmo, espiritualizando otros textos más amenazadores. El fundamentalista de la izquierda puede convertir a los profetas y a Jesús en prototipos de socialistas y descartar textos por considerarlos culturalmente condicionados.

Pero mirar los textos que no nos gustan a través de la lente de los que sí nos gustan es una visión demasiado simple y descaradamente interesada. Cuando la Biblia nos ofrece diversidad, deberíamos considerar como alternativa el desarrollo y unas respuestas distintas para situaciones distintas o personas distintas. En algunos casos, unificar principios (en el caso que acabo de citar, la justicia y la dependencia de Dios) puede resultar más importante que cualquier situación concreta descrita en la Biblia. La búsqueda de la unidad a veces es difícil, pero fluye de la convicción de que ese mismo Dios inmutable inspira toda la Biblia y nos invita a encontrar algo de su carácter en cada página.

El cuidado de Dios y el juicio de Dios

En sexto lugar, los evangélicos afirman que el mundo se halla, al mismo tiempo, bajo el cuidado de Dios y bajo el juicio de Dios. Esto implica que la cultura contemporánea, el orden mundial o como queramos llamar a “lo que ocurre ahí afuera” nos puede ofrecer oportunidades de aprender, pero también oportunidades de confrontación.

No debemos dar por sentado que todo cambio es degeneración y quedarnos en un circuito cerrado; pero tampoco debemos dar por sentado que todo cambio es progreso y apuntarnos a un bombardeo. Los temas morales que las épocas de cambio nos presentan son difíciles de evaluar sin el beneficio de la retrospectiva. ¿Han aprendido los cristianos durante las últimas décadas que divorciarse y volverse a casar es un camino aceptable de crecimiento para algunas personas, o es que hemos racionalizado nuestra propia participación en el declive de la familia? ¿Son las nuevas oportunidades de liderazgo que la Iglesia da a la mujer resultado del movimiento del Espíritu de Dios o resultado de la presión del espíritu de nuestro tiempo?

Presento estos ejemplos no porque lleven una respuesta implícita, sino para demostrar la ambivalencia y la confusión que los evangélicos suelen sentir cuando intentan mirar de manera crítica en dos direcciones a la vez. Un cínico sugirió que los fundamentalistas son aquellos que hablan como si odiaran al mundo y actúan como si odiaran al mundo; los liberales son aquellos que hablan como si amaran al mundo y actúan como si amaran al mundo; los evangélicos son aquellos que hablan como si odiaran al mundo y actúan como si amaran al mundo. Se trata de un zapato feo si encaja, pero el desafío sigue siendo andar, por muy mal calzados que vayamos, por un mundo que Dios trabaja por redimir y promete, a la vez, destruir.

La imagen de Dios
Una séptima afirmación del evangelicalismo es que las personas importamos, de una en una, puesto que somos entes físicos y espirituales. Los evangélicos comparten con los fundamentalistas el derecho y el interés por la evangelización mundial y la influencia política. Con los fundamentalistas de la izquierda comparten el interés por la responsabilidad social y la sensibilidad hacia las diversas culturas y tradiciones. Pero a fin de cuentas un evangélico no es tan solo una persona que está de acuerdo con Billy Graham, sino una persona que invita a su vecino a asistir a una campaña de Billy Graham con vistas a que dicha persona se convierta. De hecho, un evangélico no es el que se limita a aprobar la labor de la Madre Teresa, sino aquel que se apunta a un equipo de misión médica para ir a un país en vías de desarrollo.

El Evangelio va de individuos con almas eternas y de un Dios a quien deberemos rendir cuentas de la manera en que las hemos tratado, de una en una. Los sistemas sociales y las estructuras políticas son importantes, pero secundarios. Las etiquetas que usamos para identificar a una persona en particular (negro, con estudios, gay, mujer, republicano) son importantes, pero secundarias. Lo primordial es que cada persona es una criatura eterna por quien Jesús murió y Dios desea que ande “como es digno del Señor, agradándole en todo, dando fruto en toda buena obra y creciendo en el conocimiento de Dios” (Col. 1:10).

Como esto es verdad, la Biblia encomienda a los cristianos que sean personas apacibles, pero con convicciones, que se rindan cuentas unos a otros y que amen con tenacidad. Cuando los evangélicos adoptan una postura sobre un tema moral, la izquierda puede acusarles de falta de amor; cuando adoptan una postura con humildad y respeto, la derecha los puede acusar de insuficiente firmeza.

Quizás nos sirva de consuelo pensar que Jesús fue crucificado cuando las personas defraudadas por su negativa a ser rey le entregaron a los romanos, acusándole de que decía serlo. Ninguno de los grupos comprendió que su mofa, la túnica y la corona de espinas, eran etiquetas que transformaron la cruz en un trono. He aquí un Dios de la alta comedia, un Dios de paradoja. Es difícil que la cultura contemporánea de persecución, en la que los fundamentalistas de la derecha y de la izquierda gimotean en armonía, pueda comprender a un Dios que abraza esa persecución para redimir a las personas, de una en una.

La organización del estudio

De nuevo, el esquema previo de afirmaciones evangélicas no define el evangelicalismo. Hay otras afirmaciones quizás más distintivas y no menos centrales que éstas. Lo que intento aquí es, sencillamente, bosquejar unos rasgos que sirvan de introducción a la perspectiva de este libro.

Esta perspectiva dicta la secuencia. Partiré de un tratamiento detallado de textos bíblicos relevantes para, después, pasar a la consideración de cómo aplicarlos, luego pasaré a las implicaciones médicas y los descubrimientos psicológicos y luego a una carta personal dirigida a un amigo ficticio (que es, de hecho, una combinación de varios amigos no ficticios). Las notas finales permitirán a los lectores interesados hacer por su cuenta un seguimiento de la erudición reciente


Elección de términos
Se ha dedicado una gran cantidad de espacio a la identidad del lector y a la identidad del escritor, pero debo sentar ciertos fundamentos finales respecto al tema. El lector puede haber notado que hasta este momento he ido alternando los términos homosexual, gays, lesbianas e intimidad sexual con personas del mismo sexo. Justificar la elección de estos términos exigiría escribir otro libro dedicado exclusivamente a eso.

Un problema es que algunos hombres gay y lesbianas consideran el término homosexual como un término clínico usado originalmente por los psicólogos alemanes con el sentido de enfermedad en contraste con la heterosexualidad “sana” y “normal”. Por otro lado, hay gente que desaprueba la intimidad con personas del mismo sexo y a quienes no les gusta esta definición porque parece otorgar legitimidad a la práctica o a la orientación a través de una etiqueta “respetable”; después de todo, no dignificamos a la gente promiscua llamándoles “polisexuales”. Otros consideran que se trata de un término simplista, porque al igual que “heterosexual”, lleva implícitas dos opciones y no contempla una gama más amplia.

Tanto entre defensores y detractores de la intimidad con personas del mismo sexo, todavía hay quienes niegan que la “orientación” sea un concepto válido o que la intimidad con personas del mismo sexo en otros tiempos significara lo que ahora significa para nosotros; entonces, ¿por qué utilizar un término como homosexual que implica tanto orientación como continuidad histórica? ¿O deberíamos acuñar un nuevo término como homosexo para referirnos a esa actividad sin hacer referencia a la orientación? ¿No sería todavía más confuso añadir un término más a lista de opciones?

Gays y lesbianas es la terminología preferida actualmente por quienes practican la intimidad sexual con personas del mismo sexo, pero quizás no dure mucho. Los activistas más militantes ahora prefieren llamarse a sí mismos maricas, alegando que ese término de ridiculización, si es usado por ellos mismos, despoja de poder a quienes les persiguen. A propósito, el término gay fue acuñado a mediados del siglo veinte por ellos mismos con la intención de combatir el estereotipo de homosexual deprimido y solitario (Gay en inglés significa alegre).

Los términos gay, lesbiana e intimidad con personas del mismo sexo comparten dos desventajas: son sintácticamente engorrosos para el escritor y, más en serio, nos crean el problema inverso al del término homosexual, no denotando nada acerca de la orientación. ¿Preguntamos si una persona ha querido tener intimidad sexual con personas del mismo sexo desde su nacimiento?

No hay solución que complazca a todas las partes, así que lo mejor que puedo hacer es vigilar que mi elección de términos en un contexto dado no desvíe el argumento en una dirección concreta. En la mayoría de los casos voy a emplear homosexual y homosexualidad, son conocidos y de sintáctica fácil; con el previo reconocimiento de que son términos controvertidos para según quien.

 
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Dios afirma que Job era perfecto y recto, temeroso de Dios y apartado del mal. ¿Cómo justificamos tal tragedia si es inocente?

Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6



 
 
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                                      ¿Por qué sufren los justos?


Comencemos analizando al sufrido Job. El patriarca pierde repentinamente todo lo que tiene y, encima de eso, sufre una grave enfermedad que por poco lo consume. Tan terrible pena requiere una causa. Job, opinaríamos, tiene que haber hecho algo horrible para merecer tan increíble juicio. Ante tal conclusión, nos sorprende la observación del propio Dios que afirma que Job era hombre perfecto y recto, temeroso de Dios y apartado del mal. ¿Cómo justificamos tal tragedia si es inocente?
Leyendo la historia con atención descubrimos que Job es la víctima inocente de un encuentro entre Dios y Satanás. Es como Dios descorriera la cortina y nos muestra la verdadera guerra espiritual que se libra en los cielos. Los protagonistas son Él y sus buenos ángeles. Los contrincantes son Satanás y sus huestes malignas. Job —como a veces nosotros— es una simple víctima de la guerra celestial, que ni tiene noción de lo que ocurre. El espectáculo nos obliga a preguntar: ¿Cómo puede Dios ser justo y permitir tal cosa? Veamos.
Satanás se acerca al trono de Dios acusando a Job de servirle por interés —debido a todas las bendiciones que Él da a los que le siguen. Y arguye que si Dios le quitara esas ricas bendiciones, Job le daría la espalda, al punto de blasfemar su glorioso nombre. Alarmados, vemos que Dios le da a Satanás el permiso para hacer lo que quiera con el indefenso Job, con la sola limitación de no quitarle la vida al pobre hombre.
De inmediato Satanás muestra su diabólico carácter. En un solo día desata sobre Job un desastre tras otro.
Primero, los sabeos matan a todos los sirvientes de Job a filo de espada. Luego, con un inclemente fuego misterioso acaba con todas sus riquezas, quemando a sus ovejas, ganado y camellos. Termina desplazando sobre los hijos de él un furioso torbellino sin que ninguno pudiera salvarse. La crueldad no tiene fin. Nótese cómo le llega la información a Job. Los mensajeros, uno tras otro, le informan las noticias devastadoras al pobre hombre —tanto como para darle un infarto al corazón instantáneo.
Como siempre, sin embargo, Satanás sale perdiendo. Dios está tan confiado en Job que permite todo ese inmerecido dolor. Sabe que Job lo seguirá amando y confiando en Él. En vez de blasfemias, de la boca del patriarca salen las dulces y ricas palabras:

    Desnudo salí del vientre de mi madre, y desnudo volveré allá. Jehová dio, y Jehová quitó; sea el nombre de Jehová bendito
(Job 1:21).

Satanás, sin embargo, no se da por vencido. Se le ocurre otra perversa idea —¡el hombre da todo por su salud! Con tal saña, peor que un monstruo, le pide permiso a Dios para quitarle la salud a Job. Lo enferma con lo que algunos médicos creen haber sido una combinación de lepra y elefantiasis. Así lo vemos lleno de úlceras, rascándose con un tiesto, buscando alivio en un nido de cenizas. Movidos por repugnancia ante tal sufrimiento, nos sorprende la respuesta de Job:

    ¿Recibiremos de Dios el bien, y el mal no lo recibiremos?
(Job 2:10)

Es lógico que exclamemos: ¿Cómo puede Dios permitir eso? ¿Cómo puede consentir el sufrimiento tan oprobioso de uno de sus fieles? Es una escena dantesca. No queremos ver más. Deseamos que se cierre la cortina de una por todas.
Alguien podría alegar: «Pero, el culpable no fue Dios, ¡fue Satanás!» Leamos con mucho cuidado lo que el Altísimo declara sobre el caso: Y Jehová dijo a Satanás: ¿No has considerado a mi siervo Job, que no hay otro como él en la tierra, varón perfecto y recto, temeroso de Dios y apartado del mal, y que todavía retiene su integridad, aun cuando tú [el diablo] me incitaste [a mí] contra él para que [yo Dios] lo arruinara sin causa? (Job 2:3)
Si en algo nos ayuda el libro de Job es precisamente a ver que, por ser Creador, Dios en su soberanía puede permitir lo que crea mejor para cualquiera de sus hijos (véase Job 42:1–6). Es al estudiar el libro completo que nos percatamos de que en Dios no hay acción perdida —todas las cosas ayudan a bien (Romanos 8:28), como declara Pablo. El sufrimiento de Job es útil para purificar su alma, para que conozca las imperfecciones de su corazón, para profundizar su conocimiento acerca de Dios. Lo que en apariencias es malo, Dios lo torna en bien, mostrándonos el corazón y el carácter del bondadoso y amoroso Padre celestial. La escena final nos muestra a un Job doblemente bendecido. A la vez Satanás termina derrotado por completo, con sus estrategias vencidas por la fidelidad y lealtad de un indefenso seguidor de Dios.
Ante los actos misteriosos del Creador, ¿qué somos nosotros para cuestionar sus acciones? Este es el gran argumento de Pablo ante los romanos:

    ¿Quién eres tú, para que alterques con Dios? ¿Dirá el vaso de barro al que lo formó: Por qué me has hecho así? ¿O no tiene potestad el alfarero sobre el barro, para hacer de la misma masa un vaso para honra y otro para deshonra?
(Romanos 9:20, 21)

Y hablando de Pablo, recordemos lo que este gran y fiel apóstol sufrió por su fidelidad a Dios. Dijo:

    He recibido cuarenta azotes menos uno. Tres veces he sido azotado con varas; una vez apedreado; tres veces he padecido naufragio; una noche y un día he estado como náufrago en alta mar; en caminos muchas veces; en peligros de ríos, peligros de ladrones, peligros de los de mi nación, peligros de los gentiles, peligros en la ciudad, peligros en el desierto, peligros en el mar, peligros entre falsos hermanos; en trabajo y fatiga, en muchos desvelos, en hambre y sed, en muchos ayunos, en frío y en desnudez
(2 Corintios 11:24–27).

Nada en ese dolor se debe a algún pecado personal, al contrario, es debido a su amor por Jesucristo.
Vayamos a los evangelios. Vemos allí a otro hombre. Él es el puro, santo, Hijo de Dios. Aunque no tiene mancha, nótese cómo lo describe el evangelista del Antiguo Testamento, Isaías:

    Despreciado y desechado entre los hombres, varón de dolores, experimentado en quebranto; y como que escondimos de él el rostro, fue menospreciado, y no lo estimamos. Ciertamente llevó él nuestras enfermedades, y sufrió nuestros dolores; y nosotros le tuvimos por azotado, por herido de Dios y abatido. Mas él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos nosotros curados. Todos nosotros nos descarriamos como ovejas, cada cual se apartó por su camino; mas Jehová cargó en él el pecado de todos nosotros. Angustiado él, y afligido, no abrió su boca; como cordero fue llevado al matadero; y como oveja delante de sus trasquiladores, enmudeció, y no abrió su boca
(Isaías 53:3–7).

¿Habrá existido persona en toda la historia más inmerecedora de sufrimiento? San Pablo da la siguiente explicación del padecimiento de Jesucristo:

    Porque convenía a aquel por cuya causa son todas las cosas, y por quien todas las cosas subsisten, que habiendo de llevar muchos hijos a la gloria, perfeccionase por aflicciones al autor de la salvación de ellos
(Hebreos 2:9, 10).

Si Job no pecó cuando fue obligado a sufrir tan terriblemente; si a Pablo, el santo apóstol, Dios lo sometió a una vida dolorosa; si el propio Jesús, el hombre sin pecado, tuvo tanta aflicción, ¿quiénes somos nosotros para pensar que a un hijo de Dios no le es justo sufrir en este mundo? Pero me adelanto. Esperemos el momento apropiado para llegar a conclusiones. Hay otro tema que debemos tratar primero.


¿Por qué prosperan los malos?

Parece que quienes más gozan, los que más disfrutan de la vida, los que más avanzan y prosperan son la gente más pecadora. De eso precisamente se quejaba el salmista:

    ¿Hasta cuándo los impíos, hasta cuándo, oh Jehová, se gozarán los impíos? ¿Hasta cuándo pronunciarán, hablarán cosas duras, y se vanagloriarán todos los que hacen iniquidad? A tu pueblo, oh Jehová, quebrantan, y a tu heredad afligen. A la viuda y al extranjero matan, y a los huérfanos quitan la vida. Y dijeron: No verá Jehová, ni entenderá el Dios de Jacob
(Salmos 94:1–7).

Obvio es el éxito de los degenerados del mundo. Observemos la historia de Genghis Khan, Napoleon, Musolini, Hitler, Stalín —y, si quiere, incluya a Fidel Castro. Todos fueron culpables de innumerables, horrorosas e inhumanas atrocidades. Sin embargo, por años disfrutaron de poder, riquezas, honor y gloria. Cierto es que desde Al Capone al presente, la prensa ha contado la vida de hombres y mujeres que han sido homicidas, adúlteros, ladrones, violadores, violentos, crueles y abusadores. Han vivido como reyes sin sufrir aparentemente castigo por sus delitos. ¿Cómo se explica eso si, como comúnmente se piensa, el castigo de Dios cae sobre los que pecan? ¿Dónde ha estado la justicia divina en estos casos?
No hay por qué preocuparse. Pablo indica: Los pecados de algunos hombres son ya evidentes, yendo delante de ellos al juicio; mas a otros, sus pecados le siguen (1 Timoteo 5:24, Biblia de las Américas). Dios, no obstante, es paciente. En ocasiones castiga a los malvados al instante (como en el caso del diluvio, o de Sodoma y Gomorra, o de Ananías y Safira). Otras veces espera hasta después de la muerte de ellos, para hacerlo en el terrible juicio final, en aquel día cuando pedirán a los montes y a las peñas: Caed sobre nosotros y escóndenos del rostro de aquel que está sentado sobre el trono, y de la ira del Cordero (Apocalipsis 6:16).
De lo siguiente no hay duda: el castigo de todo pecador es cierto y seguro, ¡sea ahora o después! Si la señal de que uno obra mal fuese un castigo inmediato, todos estaríamos en ataúdes y dos metros bajo la tierra. La furia de la ira de Dios nos habría consumido. Ningún hombre es inocente de pecado. Solo porque Dios es paciente y misericordioso es que cualquiera disfruta larga vida.
Por tanto, es irrazonable concluir que las causas del dolor que alguien sufre se debe a algún pecado, sea oculto o manifiesto. En esta vida no se sufre necesariamente las consecuencias de los pecados. En la mayoría de los casos el castigo espera hasta el gran juicio final.
Dios, por su propia condición, determinará lo que desea hacer con el mundo y con la humanidad que quebranta sus leyes. Con esto concuerda toda la Escritura: para que se sepa desde el nacimiento del sol, y hasta donde se pone, que no hay más que yo; yo Jehová, y ninguno más que yo, que formo la luz y creo las tinieblas, que hago la paz y creo la adversidad. Yo Jehová soy el que hago todo esto (Isaías 45:6, 7). Leemos también: ¿Habrá algún mal en la ciudad, el cual Jehová no haya hecho? (Amós 3:6). Además, se nos dice: Porque he aquí, el que forma los montes, y crea el viento, y anuncia al hombre su pensamiento; el que hace de las tinieblas mañana, y pasa sobre las alturas de la tierra; Jehová Dios de los ejércitos es su nombre (Amós 4:13). Y añade: Buscad al que hace las Pléyades y el Orión, y vuelve las tinieblas en mañana, y hace oscurecer el día como noche; el que llama a las aguas del mar, y las derrama sobre la faz de la tierra; Jehová es su nombre (Amós 5:8). Y concluye otro profeta: He aquí que yo hice al herrero que sopla las ascuas en el fuego, y que saca la herramienta para su obra; y yo he creado al destruidor para destruir (Isaías 54:16).

 
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