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miércoles, 18 de marzo de 2015

Dios afirma que Job era perfecto y recto, temeroso de Dios y apartado del mal. ¿Cómo justificamos tal tragedia si es inocente?

Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6



 
 
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                                      ¿Por qué sufren los justos?


Comencemos analizando al sufrido Job. El patriarca pierde repentinamente todo lo que tiene y, encima de eso, sufre una grave enfermedad que por poco lo consume. Tan terrible pena requiere una causa. Job, opinaríamos, tiene que haber hecho algo horrible para merecer tan increíble juicio. Ante tal conclusión, nos sorprende la observación del propio Dios que afirma que Job era hombre perfecto y recto, temeroso de Dios y apartado del mal. ¿Cómo justificamos tal tragedia si es inocente?
Leyendo la historia con atención descubrimos que Job es la víctima inocente de un encuentro entre Dios y Satanás. Es como Dios descorriera la cortina y nos muestra la verdadera guerra espiritual que se libra en los cielos. Los protagonistas son Él y sus buenos ángeles. Los contrincantes son Satanás y sus huestes malignas. Job —como a veces nosotros— es una simple víctima de la guerra celestial, que ni tiene noción de lo que ocurre. El espectáculo nos obliga a preguntar: ¿Cómo puede Dios ser justo y permitir tal cosa? Veamos.
Satanás se acerca al trono de Dios acusando a Job de servirle por interés —debido a todas las bendiciones que Él da a los que le siguen. Y arguye que si Dios le quitara esas ricas bendiciones, Job le daría la espalda, al punto de blasfemar su glorioso nombre. Alarmados, vemos que Dios le da a Satanás el permiso para hacer lo que quiera con el indefenso Job, con la sola limitación de no quitarle la vida al pobre hombre.
De inmediato Satanás muestra su diabólico carácter. En un solo día desata sobre Job un desastre tras otro.
Primero, los sabeos matan a todos los sirvientes de Job a filo de espada. Luego, con un inclemente fuego misterioso acaba con todas sus riquezas, quemando a sus ovejas, ganado y camellos. Termina desplazando sobre los hijos de él un furioso torbellino sin que ninguno pudiera salvarse. La crueldad no tiene fin. Nótese cómo le llega la información a Job. Los mensajeros, uno tras otro, le informan las noticias devastadoras al pobre hombre —tanto como para darle un infarto al corazón instantáneo.
Como siempre, sin embargo, Satanás sale perdiendo. Dios está tan confiado en Job que permite todo ese inmerecido dolor. Sabe que Job lo seguirá amando y confiando en Él. En vez de blasfemias, de la boca del patriarca salen las dulces y ricas palabras:

    Desnudo salí del vientre de mi madre, y desnudo volveré allá. Jehová dio, y Jehová quitó; sea el nombre de Jehová bendito
(Job 1:21).

Satanás, sin embargo, no se da por vencido. Se le ocurre otra perversa idea —¡el hombre da todo por su salud! Con tal saña, peor que un monstruo, le pide permiso a Dios para quitarle la salud a Job. Lo enferma con lo que algunos médicos creen haber sido una combinación de lepra y elefantiasis. Así lo vemos lleno de úlceras, rascándose con un tiesto, buscando alivio en un nido de cenizas. Movidos por repugnancia ante tal sufrimiento, nos sorprende la respuesta de Job:

    ¿Recibiremos de Dios el bien, y el mal no lo recibiremos?
(Job 2:10)

Es lógico que exclamemos: ¿Cómo puede Dios permitir eso? ¿Cómo puede consentir el sufrimiento tan oprobioso de uno de sus fieles? Es una escena dantesca. No queremos ver más. Deseamos que se cierre la cortina de una por todas.
Alguien podría alegar: «Pero, el culpable no fue Dios, ¡fue Satanás!» Leamos con mucho cuidado lo que el Altísimo declara sobre el caso: Y Jehová dijo a Satanás: ¿No has considerado a mi siervo Job, que no hay otro como él en la tierra, varón perfecto y recto, temeroso de Dios y apartado del mal, y que todavía retiene su integridad, aun cuando tú [el diablo] me incitaste [a mí] contra él para que [yo Dios] lo arruinara sin causa? (Job 2:3)
Si en algo nos ayuda el libro de Job es precisamente a ver que, por ser Creador, Dios en su soberanía puede permitir lo que crea mejor para cualquiera de sus hijos (véase Job 42:1–6). Es al estudiar el libro completo que nos percatamos de que en Dios no hay acción perdida —todas las cosas ayudan a bien (Romanos 8:28), como declara Pablo. El sufrimiento de Job es útil para purificar su alma, para que conozca las imperfecciones de su corazón, para profundizar su conocimiento acerca de Dios. Lo que en apariencias es malo, Dios lo torna en bien, mostrándonos el corazón y el carácter del bondadoso y amoroso Padre celestial. La escena final nos muestra a un Job doblemente bendecido. A la vez Satanás termina derrotado por completo, con sus estrategias vencidas por la fidelidad y lealtad de un indefenso seguidor de Dios.
Ante los actos misteriosos del Creador, ¿qué somos nosotros para cuestionar sus acciones? Este es el gran argumento de Pablo ante los romanos:

    ¿Quién eres tú, para que alterques con Dios? ¿Dirá el vaso de barro al que lo formó: Por qué me has hecho así? ¿O no tiene potestad el alfarero sobre el barro, para hacer de la misma masa un vaso para honra y otro para deshonra?
(Romanos 9:20, 21)

Y hablando de Pablo, recordemos lo que este gran y fiel apóstol sufrió por su fidelidad a Dios. Dijo:

    He recibido cuarenta azotes menos uno. Tres veces he sido azotado con varas; una vez apedreado; tres veces he padecido naufragio; una noche y un día he estado como náufrago en alta mar; en caminos muchas veces; en peligros de ríos, peligros de ladrones, peligros de los de mi nación, peligros de los gentiles, peligros en la ciudad, peligros en el desierto, peligros en el mar, peligros entre falsos hermanos; en trabajo y fatiga, en muchos desvelos, en hambre y sed, en muchos ayunos, en frío y en desnudez
(2 Corintios 11:24–27).

Nada en ese dolor se debe a algún pecado personal, al contrario, es debido a su amor por Jesucristo.
Vayamos a los evangelios. Vemos allí a otro hombre. Él es el puro, santo, Hijo de Dios. Aunque no tiene mancha, nótese cómo lo describe el evangelista del Antiguo Testamento, Isaías:

    Despreciado y desechado entre los hombres, varón de dolores, experimentado en quebranto; y como que escondimos de él el rostro, fue menospreciado, y no lo estimamos. Ciertamente llevó él nuestras enfermedades, y sufrió nuestros dolores; y nosotros le tuvimos por azotado, por herido de Dios y abatido. Mas él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos nosotros curados. Todos nosotros nos descarriamos como ovejas, cada cual se apartó por su camino; mas Jehová cargó en él el pecado de todos nosotros. Angustiado él, y afligido, no abrió su boca; como cordero fue llevado al matadero; y como oveja delante de sus trasquiladores, enmudeció, y no abrió su boca
(Isaías 53:3–7).

¿Habrá existido persona en toda la historia más inmerecedora de sufrimiento? San Pablo da la siguiente explicación del padecimiento de Jesucristo:

    Porque convenía a aquel por cuya causa son todas las cosas, y por quien todas las cosas subsisten, que habiendo de llevar muchos hijos a la gloria, perfeccionase por aflicciones al autor de la salvación de ellos
(Hebreos 2:9, 10).

Si Job no pecó cuando fue obligado a sufrir tan terriblemente; si a Pablo, el santo apóstol, Dios lo sometió a una vida dolorosa; si el propio Jesús, el hombre sin pecado, tuvo tanta aflicción, ¿quiénes somos nosotros para pensar que a un hijo de Dios no le es justo sufrir en este mundo? Pero me adelanto. Esperemos el momento apropiado para llegar a conclusiones. Hay otro tema que debemos tratar primero.


¿Por qué prosperan los malos?

Parece que quienes más gozan, los que más disfrutan de la vida, los que más avanzan y prosperan son la gente más pecadora. De eso precisamente se quejaba el salmista:

    ¿Hasta cuándo los impíos, hasta cuándo, oh Jehová, se gozarán los impíos? ¿Hasta cuándo pronunciarán, hablarán cosas duras, y se vanagloriarán todos los que hacen iniquidad? A tu pueblo, oh Jehová, quebrantan, y a tu heredad afligen. A la viuda y al extranjero matan, y a los huérfanos quitan la vida. Y dijeron: No verá Jehová, ni entenderá el Dios de Jacob
(Salmos 94:1–7).

Obvio es el éxito de los degenerados del mundo. Observemos la historia de Genghis Khan, Napoleon, Musolini, Hitler, Stalín —y, si quiere, incluya a Fidel Castro. Todos fueron culpables de innumerables, horrorosas e inhumanas atrocidades. Sin embargo, por años disfrutaron de poder, riquezas, honor y gloria. Cierto es que desde Al Capone al presente, la prensa ha contado la vida de hombres y mujeres que han sido homicidas, adúlteros, ladrones, violadores, violentos, crueles y abusadores. Han vivido como reyes sin sufrir aparentemente castigo por sus delitos. ¿Cómo se explica eso si, como comúnmente se piensa, el castigo de Dios cae sobre los que pecan? ¿Dónde ha estado la justicia divina en estos casos?
No hay por qué preocuparse. Pablo indica: Los pecados de algunos hombres son ya evidentes, yendo delante de ellos al juicio; mas a otros, sus pecados le siguen (1 Timoteo 5:24, Biblia de las Américas). Dios, no obstante, es paciente. En ocasiones castiga a los malvados al instante (como en el caso del diluvio, o de Sodoma y Gomorra, o de Ananías y Safira). Otras veces espera hasta después de la muerte de ellos, para hacerlo en el terrible juicio final, en aquel día cuando pedirán a los montes y a las peñas: Caed sobre nosotros y escóndenos del rostro de aquel que está sentado sobre el trono, y de la ira del Cordero (Apocalipsis 6:16).
De lo siguiente no hay duda: el castigo de todo pecador es cierto y seguro, ¡sea ahora o después! Si la señal de que uno obra mal fuese un castigo inmediato, todos estaríamos en ataúdes y dos metros bajo la tierra. La furia de la ira de Dios nos habría consumido. Ningún hombre es inocente de pecado. Solo porque Dios es paciente y misericordioso es que cualquiera disfruta larga vida.
Por tanto, es irrazonable concluir que las causas del dolor que alguien sufre se debe a algún pecado, sea oculto o manifiesto. En esta vida no se sufre necesariamente las consecuencias de los pecados. En la mayoría de los casos el castigo espera hasta el gran juicio final.
Dios, por su propia condición, determinará lo que desea hacer con el mundo y con la humanidad que quebranta sus leyes. Con esto concuerda toda la Escritura: para que se sepa desde el nacimiento del sol, y hasta donde se pone, que no hay más que yo; yo Jehová, y ninguno más que yo, que formo la luz y creo las tinieblas, que hago la paz y creo la adversidad. Yo Jehová soy el que hago todo esto (Isaías 45:6, 7). Leemos también: ¿Habrá algún mal en la ciudad, el cual Jehová no haya hecho? (Amós 3:6). Además, se nos dice: Porque he aquí, el que forma los montes, y crea el viento, y anuncia al hombre su pensamiento; el que hace de las tinieblas mañana, y pasa sobre las alturas de la tierra; Jehová Dios de los ejércitos es su nombre (Amós 4:13). Y añade: Buscad al que hace las Pléyades y el Orión, y vuelve las tinieblas en mañana, y hace oscurecer el día como noche; el que llama a las aguas del mar, y las derrama sobre la faz de la tierra; Jehová es su nombre (Amós 5:8). Y concluye otro profeta: He aquí que yo hice al herrero que sopla las ascuas en el fuego, y que saca la herramienta para su obra; y yo he creado al destruidor para destruir (Isaías 54:16).

 
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domingo, 22 de julio de 2012

Una Aventura Homiletica: Job dimension pastoral


biblias y miles de comentarios
 
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Una  de  las  anomalías  de  la  historia  es  que  Calvino  haya  llegado  a  ser  conocido  más  como teólogo  sistemático  cuando  él  mismo  se  consideraba  primordialmente  un  predicador.  Creía  que sus sermones, y no las Instituctiones fueron su mayor contribución. Aunque parte de su tiempo lo dedicaba  a  dar  conferencias  sobre  teología  siempre  consideraba  este  rol  como  secundario.  Se consideraba mayormente un pastor.
  Los  contemporáneos  de  Calvino  se  identificaron  más  con  esa  auto-evaluación  de  Calvino que las personas de siglos posteriores. En los días de su vida, y durante muchas décadas después, sus sermones rivalizaban en popularidad con las Instituciones. Sus sermones eran bien conocidos y  muy leídos  en todos los países de la Reforma.  Con frecuencia  eran usados en los pulpitos de iglesias  que  carecían  de  pastor.  Se  imprimían  centenares  de  copias  a  medida  que  Calvino  los predicaba  en  el  francés  original  a  efecto  de  introducirlos  sistemática  y  clandestinamente  a  los protestantes oprimidos de la patria de Calvino. Gran cantidad de ellos también fueron traducidos a otras lenguas, especialmente al inglés y al alemán.
  En  inglés  llegaron  a  publicarse  un  total  de  setecientos  que  gozaron  de  amplia  distribución. Aunque en esa tarea participaron numerosos traductores más de la mitad de los sermones fueron traducidos  por  Arthur  Golding.  La  primera  edición  ya  apareció  en  1553  y  durante  40  años  las imprentas siguieron haciendo copias. Comenzando en 1574 y a lo largo de 10 años se editó cinco veces el juego completo de los 159 sermones sobre Job. En tres años aparecieron cinco ediciones de los sermones sobre los Diez Mandamientos. Un juego completo de doscientos sermones sobre Deuteronomio  fue  publicado  en  1581  siendo  tan  grande  la  demanda  que  en  el  término  de dos
años  hubo  que  publicar  otra  edición.  No  caben  dudas  de  que  la  amplia  circulación  de  estos volúmenes  fue  el  principal  factor  del  primer  desarrollo  de  calvinismo  en  Inglaterra.  Allí  las Instituciones no aparecieron sino en 1561 y hasta fines de ese siglo solamente se reeditaron seis veces.
  A  comienzos  del  siglo  17  hubo  una  disminución  constante  en  el  uso  de  los  sermones  de Calvino.  Ello  es  comprensible  porque  los  sermones  siempre  se  adecuan  particularmente  a determinadas  épocas  y circunstancias  y, siendo piezas orales pierden mucho de su vigor  y  algo de  claridad  cuando  son  llevados  a  la  forma  escrita.  Es  completamente  natural  que  sólo  muy pocos sermones llegaran a ser escritos clásicos. No era de esperarse que las prédicas de Calvino fuesen  indefinidamente  populares  en  las  iglesias  y  hogares  reformados.  Pero,  por  otra  parte, resulta extraño que tan pronto cayeran en el más absoluto de los olvidos. Al cabo de poco tiempo estos sermones eran ignorados, no solamente por los reformados en general, sino también por las escuelas  teológicas.  En  efecto,  no  hubo  otra  edición  de  las  traducciones  en  inglés  sino  a mediados del siglo 19, cuando aparecieron dos colecciones pequeñas.
  Estos sermones del gran reformador, que una vez gozaran de tanta demanda de parte de sus seguidores  en  todas  partes,  se  desvalorizaron  tanto  que  en  1805  cuarenta  y  cuatro  preciosos volúmenes  en  folio,  conteniendo  manuscritos  originales,  taquigrafiados,  fueron  vendidos  a  dos libreros  a  un  precio  que  se  estimó  por  el  peso  del  papel.  Quizá  ello  haya  ocurrido inadvertidamente,  pero,  de  todos  modos,  indica  que  esos  manuscritos  eran  raras  veces consultados y que se ignoraba su valor. Debido a este desafortunado error es que la mayoría de los sermones de Calvino sobre los profetas del Antiguo Testamento se hayan perdido, igual que muchos  sobre  los  evangelios  y  las  epístolas.  Ocho  de  los  cuarenta  y  cuatro  volúmenes  fueron recuperados  20  años  después  por  unos  estudiantes  de  teología  que  los  encontraron  en  venta en una  tienda  de  ropa  usada;  luego,  a  fines  del  siglo,  reaparecieron  otros  cinco  volúmenes  que fueron  reintegrados a la  biblioteca.  Los estudiosos de Calvino aun  alientan una débil esperanza de que en alguna parte aparezcan los volúmenes restantes.
  Ciertamente, las iglesias calvinistas han sido empobrecidas al no tener sus ministros y otros líderes un fácil acceso a la rica y prolífica expresión de las enseñanzas de su mentor, contenidas en  los  centenares  de  sus  sermones,  sin  mencionar  la  inspiración  que  significa  el  encuentro  que ellos  ofrecen  con  su  cálido  corazón  pastoral.  Los  estudiosos  de  Calvino  se  han  ocupado extensamente de su vida y obra como reformador; de sus escritos sistemáticos y apologéticos; de sus comentaros, tratados, y cartas; de su pensamiento social, político y económico así como de su teología en general. Sorprendentemente prestaron poca atención a sus sermones, que por mucho constituyen  la  mayor  expresión  de  sus  pensamientos.  La  teología  reformada  y  los  estudiosos sobre  Calvino,  en  general,  han  descuidado  por  extraño  que  parezca,  una  de  sus  fuentes  más significativas.
  Teniendo en cuenta esta prolongada negligencia es notable que los eruditos modernos hayan prestado creciente atención a estos sermones. Emile Doumergue, quizá el mayor de los modernos estudiosos  de  Calvino,  ha  contribuido  mucho  para  reabrir  esta  perspectiva  sobre  el  gran reformador.  Su  obra  principal,  de  siete  volúmenes,  ofrece  mucha  información  sobre  Calvino como predicador.
 Además ha escrito un pequeño tratado sobre este tema en particular.
 A fines del siglo 19 aparecieron, en parte bajo su tutela, pero mayormente por su influencia, un número de monografías sobre la predicación de Calvino. La mayoría fueron escritas en francés.
 Además de  una  que  apareció  en  alemán,también  hubo  una  contribución  por  el  profesor  P.  Biesterveld del Seminario Kampen, de los Países Bajos.
 De fecha más reciente tenemos otra obra alemana sobre  el  tema  por  Erwin  Müllhaupt,y  finalmente,  en  1947  algo  en  inglés,  un  estudio  muy completo y fácil de comprender por T.H.L. Parker, un ministro religioso inglés. Su obra se titula Los Oráculos de Dios.
 Además de estos específicos muchos escritores modernos, dedicados a la  enseñanza  de  Calvino,  se  han  volcado  completamente  a  los  sermones  como  fuente  de material.
  Hay  que  agregar  que  durante  los  últimos  diez  años  han  aparecido  en  una  nueva tracucción al idioma holandés por lo menos seis volúmenes de sermones.
  Por eso es particularmente gratificante ver que en el círculo de calvinistas americanos ahora también haya un renovado interés en este campo. En 1950 causó alegría la reimpresiónde una colección miscelánea de sermones, la única que se había publicado anteriormente en los Estados Unidos  de  América.  La  misma  se  había  traducido  y  publicado  originalmente  en  1830,  y recientemente resultaba imposible conseguir una copia. Aún más alentador es que un ministro de la Iglesia Reformada en América, Leroy Nixon, produjera recientemente dos libros. El primero, un  estudio  fresco  y  estimulante  sobre  Calvino  como  predicador  expositivo.
  Es  un  estudio  tan incluyente  como  profundo.  El  segundo,  una  traducción  totalmente  nueva  del  latín  y  francés  de veinte  sermones  de  Calvino  sobre  el  Nuevo  Testamento,  titulada  La  Deidad  de  Cristo  y  otros Sermones.^ Su obra evidencia distinguida competencia, produciendo una anticipación agradable de  su  segundo  juego  de  traducciones  el  cual  presenta  ahora  a  través  de  este  volumen.  Su publicación  es  muy  bienvenida  porque  ofrece,  por  primera  vez  en  siglos,  al  lector  del  inglés, algunas  de  las  riquezas  del  pensamiento  de  Calvino,  contenidas  precisamente  en  su  prodigiosa serie de sermones sobre el libro de Job.
  El  avivamiento  que  experimenta  actualmente  el  interés  en  Calvino  supera,  al  menos  en  un sentido, a muchos anteriores, y es que considera a sus sermones con un cuidado nunca antes visto desde  1600.  Y  sus  sermones  realmente  son  indispensables  para  un  entendimiento  cabal  de Calvino. Emile Doumerge estuvo acertado cuando, el 2 de julio de 1909 en una gran celebraciónconmemorativa  de  los  400  años  del  nacimiento  de  Calvino,  y  hablando  del  mismo  pulpito  que Calvino ocupara, dijo: "Este es el que a mi parecer, es el verdadero  y auténtico Calvino, el que arroja luz sobre todos los demás: Calvino el predicador de Ginebra, moldeando con su palabra a los  reformados  del  siglo  16."
Los  calvinistas  americanos  harán  un  gran  servicio  a  su  causa siguiendo  la  sugerencia  implícita  en  estas  palabras.  Tienen  una  deuda  con  el  pastor  Nixon  que tan notable comienzo ha marcado.

MÉTODO HOMILETICO
  Calvino  fue  un  auténtico  predicador  extemporáneo.  No  usaba  manuscritos  ni  notas. Únicamente llevaba las escrituras al pulpito. Su preparación consistía en leer los comentarios de otros (incluyendo a los Padres de la Iglesia y probablemente también a los escolásticos así como a  sus  compañeros  de  reforma).  Realizaba  una  exégesis  muy  cuidadosa  del  texto  aplicando  sus notables  habilidades  como  lingüista  y  su  tremendo  conocimiento  de  la  Biblia.  Finalmente reflexionaba sobre la manera de aplicar el texto a la congregación y la forma de comunicar dicha aplicación.  Luego  todos  estos  pensamientos  eran  clasificados  y  almacenados  en  su  asombrosa memoria.  No  hay  evidencias  de  que  escribiera  un  bosquejo,  además  la  construcción  de  sus sermones aparentemente indican que no lo hacía.
  Se  puede  objetar  justificadamente  que  tal  preparación  es  inadecuada  para  la  predicación. Ciertamente  sería  insuficiente  para  la  gran  mayoría  de  los  predicadores  cuyos  dones  son  tanto menores  que  los  de  Calvino.  Probablemente  Calvino  mismo  no  recomendaría  su  método  como práctica  normal  de  homilética.  La  principal  razón  para  no  prepararse  con  más  precisión  era  la falta  de  tiempo.  Algunos  domingos  predicaba  dos  veces  además  de  predicar  todos  los  días  de semana. Todo esto lo hacía aparte de sus conferencias regulares sobre teología, su tarea pastoral, sus responsabilidades  cívicas  y su enorme correspondencia.  La predicación sola habría agotado la  capacidad  de  muchas  personas  menos  dotada  que  Calvino.  Pero  Calvino  hacía  todo  esto  a pesar  de  un  estado  prácticamente  continuo  de  escasa  salud.  Las  dimensiones  de  su  genio difícilmente podrían ser sobreestimadas, y sermones como los de este volumen adquieren mayor brillo cuando son vistos a la luz de la totalidad de su trabajo.
  Sin  embargo,  más  allá  de  esto,  había  algo  en  su  método  que  Calvino  recomendaría sinceramente,  incluso  a  predicadores  que  suben  al  pulpito  solo  una  o  dos  veces  por  semana, teniendo  tiempo  abundante  para  la  preparación.  Esta  no  debiera  ser  demasiado  mecánica.  La predicación  no  debería  estar  sujeta  al  recitado,  palabra  por  palabra,  de  algo  previamente compuesto. Nunca se debería leer el sermón, sino siempre proclamarlo como la viviente palabra de  Dios.  En  cierta  ocasión  Calvino  se  quejaba  en  una  carta  a  Lord  Somerset  de  las  pocas predicaciones  con  vida  en  la  Inglaterra  de  aquellos  días,  y  que,  emulando  a  Cranmer,  los predicadores  escribían  sus  sermones  palabra  por  palabra,  con  artificiosa  retórica,  para  luego esclavizarse a su lectura. Calvino creía firmemente que en el acto de la predicación debe haber lugar para la inspiración continua del Espíritu Santo. No iba al extremo de Lulero para quien la palabra predicada era virtualmente idéntica con la palabra escrita; tampoco aceptaba el punto de vista zwingliano  y anabaptista de que el sermón no era sino una señal dirigida hacia Cristo. Su posición era intermedia. Por un lado sostenía que la Biblia era singularmente inspirada, que en su forma  escrita  es  objetivamente  la  palabra  de  Dios,  y  que  el  sermón  solo  tiene  autoridad  como explicación de la palabra escrita; por otra parte sostenía que el sermón únicamente cobra eficacia redentora cuando el Espíritu Santo opera tanto en el predicador como en los oyentes. De paso sea dicho,  en  este  punto  la  doctrina  de  Calvino  sobre  la  predicación  concuerda  totalmente  con  su doctrina  sobre  los  sacramentos,  lo  mismo  que  también  se  daba  con  las  doctrinas  de  Lutero  y Zwinglio.  Para  Calvino  tanto  el  sermón  como  el  sacramento  dependen  de  la  palabra  escrita  y solamente son medios de gracia cuando van implementados por la presencia, llena de gracia, del Espíritu  Santo.  El  método  de  Calvino  no  consistía  solamente  en  hacer  una  adaptación  según fuera  la  fuerza  de  las  circunstancias;  también  era  una  expresión  de  doctrina  fundamental.  El sermón debe ser pronunciado como la palabra viviente. Es preciso que el predicador siga siendo, en el momento de su proclamación, un instrumento flexible del Espíritu Santo. Es preciso reiterar que Calvino no permitiría que ninguno de estos hechos  sirviera de excusa para una preparación superficial o descuidada. En cierta ocasión lo expresó de la siguiente manera: "Si voy a subir al pulpito  sin  dignarme  a  abrir  un  libro,  pensando  frívolamente  para  mis  adentros  'está  bien,  al predicar Dios ya me dará suficientes cosas para decir,' y vengo aquí sin preocuparme por leer o pensar  en  lo  que  debo  declarar,  y  sin  considerar  cuidadosamente  cómo  aplicar  las  sagradas escrituras la edificación de la gente, sería una persona realmente presuntuosa y arrogante."
  Debido a este método de preparación carecemos de apuntes sobre los primeros sermones de Calvino. Algunos de sus oyentes hacían anotaciones personales, pero éstas son poco más que un resumen  general  de  los  principales  pensamientos  y  prácticamente  carecen  de  valor.
Afortunadamente, en 1549, un grupo de refugiados franceses y caldenses, radicados en Ginebra, intensos seguidores de Calvino, reconocieron el valor permanente de sus sermones, de modo que contrataron a un secretario para que tomase notas taquigráficas de cada mensaje y luego  hiciera cuidadosas copias destinadas a la preservación en volúmenes de folios. Este secretario fue Denir Raguenier quien cumplió con tan importante tarea como trabajo de tiempo completo hasta morir en 1560.
  Calvino  predicaba  con  frecuencia.  Al  principio  los  servicios  religiosos  en  Ginebra  se realizaban  tres  veces  por  semana,  pero  en  1549  el  Concilio  ordenó  la  introducción  diaria  de la predicación  matutina.  Calvino  mismo  generalmente  predicaba  una  vez  por  domingo,  y  con frecuencia dos veces. Además, cada semana por medio, predicaba el sermón diario en la Iglesia San  Pedro.  La  serie  dominical  siempre  era  distinta  a  la  de  los  días  de  semana.  La predicación dominical  casi  siempre  se  basaba  en  el  Nuevo  Testamento,  siendo  la  única  excepción  notable algún sermón vespertino basado en los Salmos. Los sermones de los días de semana eran todos del Antiguo Testamento.
  Los textos no los escogía ni al azar, ni siguiendo el año eclesiástico. Su método común era predicar consecutivamente a través de libros completos de la Biblia, con frecuencia no cambiaba ni siquiera en los días especiales de la iglesia. La longitud de los textos variaba algo, de acuerdo al  contenido.  Los  de  los  libros  históricos  del  Antiguo  Testamento  y  de  las  narraciones evangélicas  generalmente cubrían  entre  10  y  20  versículos.  Los  de  las  epístolas  del  Nuevo Testamento y otros pasajes didácticos normalmente cubrían dos o tres versículos. Los textos para los sermones sobre Job son de 1 a 20, pero la mayoría de 4 a 7 versículos.
  Los libros cubiertos totalmente por su predicación son: Génesis, Deuteronomio, Job, Jueces, I y II Samuel, todos los profetas mayores y menores, Los Evangélicos, Hechos, I y  II Corintios, Galatas, Efesios, I y II Tesalonicenses, I y II Timoteo, Tito y Hebreos. Para citar algunos totales representativos  digamos  que  hay  200  sermones  sobre  Deuteronomio,  159  sobre  Job,  343  sobre Isaías, 43 sobre Amos, 189 sobre Hechos y 48 sobre Tito. Una de las omisiones más asombrosas es  el  libro  de  Apocalipsis.  Aparentemente  nunca  se  ocupó  de  este  libro,  ni  por  medio  de sermones,  ni  conferencias  ni  comentarios.  En  cuanto  a  los  otros  libros  no  mencionados  en  esta lista,  es  difícil  saber  algo  con  certeza  debido  a  que  la  información  anterior  a  1549  es  muy incompleta.  Cornos  los  de  Lutero,  los  sermones  de  Calvino  eran  de  longitud  moderada. Pronunciados a una velocidad promedia no superarían los cuarenta minutos. De hecho, la grave aflicción  asmática  de  Calvino  le  habrá  requerido  algo  más.  En  cuanto  a  la  duración  como  al estilo, Calvino tenía una fina sensibilidad por la capacidad de sus oyentes. Nunca sobrecargaba su  comprensión,  ni  por  una  indebida  complejidad,  ni  por  una  inadecuada  longitud.
Evidentemente la mayoría no lo emuló muy bien en este sentido, puesto que en 1572, ocho años después  de  muerto,  el  Concilio  de  Ginebra  promulgó  un  edicto  por  el  cual  los  ministros religiosos  debían  predicar  sermones  más  breves,  que  no  excedieran  una  hora  de  duración.
También  es  de  notar  que  la  longitud  de  los  sermones  sea  tan  consistentemente  igual.  Por ejemplo, en la serie sobre Job, el lector puede observar por sí mismo, que las longitudes de las copias impresas apenas varían un poco.

ESTRUCTURA DEL SERMÓN
  En  su  predicación,  como  en  muchos  otros  aspectos,  la  Reforma  significó  un  retorno  a  la doctrina y a las prácticas de la iglesia primitiva. Guiados por Lutero, los reformadores volvieron a  la  homilía  como  forma  normal  del  sermón.  Comparada  con  la  predicación  escolástica,  la homilía  era  más  expositiva  que  temática,  más  un  discurso  libre  que  una  alocución  sujeta  a estructuras, más analítica que sintética; expresada en términos de afirmaciones directas más que en sutilezas de la lógica; era más directa, a modo de conversación, que retóricamente precisa.
  Calvino  no  es  una  excepción.  Sus  sermones  son  simples  homilías  y  en  ese  sentido  son  de una trama totalmente distinta a sus escritos sistemáticos. Al predicar sobre pasajes consecutivos trataría  el  texto  sección  por  sección,  versículo  por  versículo,  y  algunas  veces  frase  por  frase, explicando o comentando a medida que avanzaba. Difícilmente se apartaría del orden impuesto por el texto mismo. Por otra parte, no se esclavizaría a explicar cada cosa del texto, como si su mera presencia allí o su longitud le dieran el peso necesario para ser parte del sermón. Tampoco limitaría necesariamente su interpretación a los diversos elementos del texto, ni a su significado dentro del mismo, ni a su significado dentro del contexto inmediato. Aunque siempre predicaba basado  en  el  texto  y  ciertamente  reconocía  la  importancia  del  respectivo  capítulo  y  libro,  su mayor  principio  para  la  interpretación  bíblica  era  que  las  escrituras  siempre  tenían  que  ser interpretadas por las escrituras mismas, por eso, al fin de cuentas, su contexto era toda la Biblia.
Sin embargo, para Calvino el resultado de esto no era lo que frecuentemente ha sido para otros que tenían el mismo propósito. Es de suma importancia notarlo. Para Calvino el desarrollo de un texto  nunca  estaba  sujeto  a  su  significado  abstracto  en  términos  de  teología.  Su  sermón  nunca estaba  controlado  por  un  bosquejo  o  esquema  provenientes  de  su  dogmática.  Para  Calvino  el cuerpo  en  sí  del  sermón,  su  esqueleto  y  su  carne,  se  componían  de  dos  cosas:  el  texto  mismo, visto a la luz de ambos contextos, el inmediato y  el último,  y las necesidades espirituales de la congregación. La predicación en Ginebra era el producto directo de un pastor dedicado a un libro
abierto  y a una congregación necesitada. Siempre eran sermones de una total relevancia para la
vida.
  Es fácil de ilustrar que para el pulpito de Calvino la importancia dogmática del texto no era decisiva.  De  ello  el  lector  encontrará  muchas  evidencias  en  este  volumen  de  sermones.  Por ejemplo, el texto en Job 9:1-6 "¿Cómo se justificará el hombre con Dios?", etc., fácilmente podía haber inducido a un predicador a desarrollar extensamente las doctrinas  de la justificación  y  de los méritos de Cristo. No así Calvino (vea el Sermón N°4,  p.57), quien apenas las menciona en unas  pocas  palabras  finales.  El  resto  del  sermón  Calvino  lo  dedica  a  estar  junto  a  Job  sobre  su montón  de  basura  procurando  que  sus  oyentes  se  acerquen  a  tan  angustiosa  experiencia.  Laspalabras clásicas del Job "Yo sé que mi Redentor vive" no lo llevan a desarrollar extensamente el
tema  de  la  resurrección  de  Cristo,  con  todas  sus implicaciones.  Afirma,  en  cambio,  que  Job  no anticipaba  tal  resurrección,  y  si  bien  nosotros  ciertamente  tenemos  que  ver  el  texto  a  la  luz  de nuestro  conocimiento,  aquí  debemos  ocuparnos  principalmente  de  la  convicción  de  Job  de  que los juicios últimos de Dios trascienden a los de los hombres. Calvino advierte que estas palabras "tomadas fuera de su contexto, no serían muy edificantes, y no sabríamos lo que Job quiso decir" (Sermón N°8, p.109). Muchos lectores se sorprenderán  al leer  estos sermones, tanto por lo que Calvino dice como por lo que omite. En su mayor parte es un tratado práctico referido a asuntos tales  como  las  relaciones  familiares,  las  actitudes  tanto  de  gozo  como  de  compasión  ante  el castigo  de  los  malvados,  una  advertencia  contra  la  hipocresía.  De  igual  modo,  al  tratar  los versículos que siguen a "en mi carne he de ver a Dios" etc. (Job 19:26-29, Sermón N° 9, p. 111), Calvino no se ocupa de los dogmas escatológicos y de la resurrección del cuerpo como doctrinas separadas,  sino  que  en  forma  impresionantes,  expone  lo  que  esto  significa  para  Job  y  para  el creyente que atraviesa la experiencia de Job. En este sentido lo más  asombroso es que Calvino hace una división entre los versículos 25 y 26 del capítulo 19 separándolos en dos textos mayores y  usándolos  para  dos  sermones  diferentes.  Cualquier  predicador  interesado  en  la  dogmática escatológica los habría mantenido unidos.
  También hemos observado que Calvino no necesariamente deje que las proporciones de los respectivos  elementos  del  texto,  ni  aún  su  significado  primordial  dentro  del  mismo,  sean decisivos  para  el  sermón.  El  lector  hallará  numerosos  casos  en  este  volumen.  Por  ejemplo,  el Sermón N°15, p.181, se ocupa extensamente de dos cosas referentes a Elihú: una, que Elihú era buzita; otra, que tenía la capacidad de indignarse. Ninguno de ambos temas realmente representa el  sentido  principal  del  texto.  Sin  embargo,  Calvino,  el  pastor,  tenía  aplicaciones  aquí  para  su gente,  y  éstas  de  ninguna  manera  eran  ajenas  al  texto.  Era  1554.  El  escándalo  de  Servetus era historia  reciente.  La  doctrina  calvinista  de  la  predestinación  era  fieramente  atacada  desde numerosos frentes. La lucha con los libertinos había alcanzado su clímax. El predicador veía aquí una oportunidad de subrayar dos puntos; Elihú, igual de Job, estaban fuera de la línea del pacto.
Probablemente desconocían la ley de Moisés. Sin embargo, tenían un auténtico conocimiento de Dios  y manifestaban verdadera piedad. Dice Calvino que la devoción a Dios de hombres como Job  y Elihú dejan sin excusa al malvado e impenitente, vindicando a Dios ante la acusación de ser  injusto  al  condenar  a  los  impíos,  aún  cuando  éstos  no  hubiesen  recibido  toda  la  luz  del evangelio.  Esto  responde  a  una  de  las  críticas  referidas  a  la  predestinación.  Habiendo mencionado, de paso, la acusación de Elihú de que Job se justificaba a sí mismo, en vez de ser justificado  por  Dios,  Calvino  prosigue  a  su  segundo  punto  principal,  totalmente  desligado  del primero,  es  decir,  la  justa  indignación  de  Elihú.  Esta  ofrece  una  oportunidad  bienvenida  para señalar la diferenciaentre el enojo egoísta y una santa indignación, y que ésta está totalmente en su lugar, que incluso es necesaria para el creyente respecto de los enemigos de Dios, tales como los papistas y los libertinos. A éstos no los llama así, en cambio los tilda de "perros y cerdos" de "burladores  de  Dios"  y  "villanos  profanos."  Otro  ejemplo  de  consideraciones  prácticas, pastorales, con desviación del sentido normal del texto, se encuentra en el Sermón N° 17, p. 204.
Calvino  usa  este  texto  para  defender  a  su  propio  ministerio  y  el  de  sus  asociados  contra  los despiadados ataques que a la sazón provenían de los libertinos de Ginebra. El texto admitirá tal interpretación, pero también enseña otras cosas  más amplias, algunas de ellas más prominentes que la función y autoridad del ministro de la palabra de Dios. Sin embargo, el aspecto práctico de la situación requería esta alternativa.
  Que  el  lector  sea  sensible  al  pulso  pastoral  que  tan  inconfundiblemente  palpita  en  estossermones. Nunca son meros discursos teológicos o tratados exegéticos. Son, en cambio, la viva palabra de Dios, siempre en una dinámica tensión entre el libro de Dios y el pueblo de Dios. 
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martes, 7 de febrero de 2012

Job y Los Patriarcas:


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Información
 Lección                                                                             Página

1          Adán y Eva-La Primera Pareja                                   
2          Noé y el Diluvio                                                                
3          Abram-Llamamiento y Promesa                                  
4          Abraham-Pacto y Patriarcado                                       
5          Isaac-Patriarca Pacífico                                                  
6          “A Jacob Amé”                                                                  
7          José-Despreciado pero Escogido                                  
8          Job-Prosperidad y Prueba                                             
9          Job-Incomprensión                                                          
10        Job-Vindicación                                                                
            Bibliografía                                                                      
En los albores del pueblo judío, la organización de una familia (no olvidemos que el pueblo judío surgió de una familia) tenía en la cúspide al patriarca de familia, quien era líder y señor de todo el patrimonio, además era quien tomaba las decisiones más importantes.
El primer patriarca hebreo fue Abraham, quien por mandato de Dios salió de su parentela para la tierra que Dios le mostraría, y como promesa, haría de él una gran nación, cuya esposa fue Sara y de la cual nació Isaac, el segundo patriarca, a su vez, Isaac tuvo dos hjos, Jacob y Esaú. Jacob fue el elegido de Dios para cumplir la promesa que le había hecho a Abraham, quien quitando la progenitura a su hermano, huyó a la tierra de su madre Rebeca, donde conoció a las que serían sus dos esposas, Lea, y Raquel, hijas de su tío Labán, quien además dio con sus hijas a sus siervas Zilpa y Bilha, como criadas de Lea y Raquel, respectivamente.
Jacob (quien, al luchar con Dios, éste le puso de nombre Israel, que significa "Él lucha con Dios") tuvo con su mujer Lea a los siguientes hijos: el primero fue Rubén, que signica "Ved, un hijo", el segundo fue Simeón (heb. shama, esto es oir). El tercer hijo fue Leví (heb. lawah, que significa "unión"). El cuarto hijo de Lia fue Judá (heb. hodah, "alabar"), y dejó de dar a luz.
Viendo Raquel que no daba hijos a Jacob, tuvo envidia de su hermana, y decía a Israel: Dame hijos, o si no, me muero. Por lo que dio a su sierva Bilha a Jacob por mujer, y quien concibió a: Dan ("El (Dios), juzgó), Neftalí (heb. niftal, "contendido").
Viendo Lia que había dejado de dar a luz, tomó a Zilpa, su sierva y la dio a Israel por mujer, de la cual nacieron: Gad ("fortuna"), Aser ("feliz").
De nuevo, Lia volvió a dar hijos a Jacob, quien durmió con ella porque le dio a su hermana Raquel unas mandrágoras, que había tomado su hijo Rubén. Así, pues, dio a luz Lia a Isacar, (heb. sakar, "recompensa"), a Zabulón (heb. zabal, "morar"). Después dio a luz una hija y le puso por nombre Dina.
Finalmente, como dicen las Escrituras, Dios se acordó de Raquel, y dio a luz dos hijos: a José (esto es, "Él añde") y a Benoni ("hijo de mi tristeza, pues al nacer, murió Raquel), a quien Jacob cambió el nombre a Benjamín ("Hijo de mi mano derecha).
 En el campo de los estudios bíblicos, existen cinco libros que normalmente son incluidos bajo el título de “literatura de sabiduría” o “los libros poéticos del Antiguo Testamento”. Estos son los libros de Proverbios, Salmos, Eclesiastés, Cantares de Salomón, y Job. De estos cinco libros, hay uno que sobresale, manifestando diferencias significativas respecto a los otros cuatro. Ése es el libro de Job. La sabiduría que se encuentra en el libro de Job no es comunicada en forma de proverbio. Más bien, el libro de Job trata las cuestiones de la sabiduría en el contexto de una narrativa que trata la profunda angustia y el dolor insoportable de Job. El escenario de esta narrativa es el tiempo de los patriarcas. Se han levantado preguntas acerca de la intención autorial de este libro, en cuanto a si estaba destinado a ser una narración histórica de un individuo real o si su estructura básica es aquella de un drama con un prólogo, incluyendo una escena de apertura en el cielo, conteniendo un discurso entre Dios y Satanás, y moviéndose de una forma gradual al epílogo, en el que son repuestas las profundas pérdidas sufridas por Job durante sus pruebas.
En cualquier caso, en el corazón del mensaje del libro de Job está la sabiduría respecto a la respuesta a la pregunta de cómo Dios está involucrado en el problema del sufrimiento humano. En cada generación protestas son levantadas diciendo que si Dios es bueno, entonces no debería haber dolor, ni sufrimiento o muerte en este mundo. Junto con estas protestas contra cosas malas que le suceden a gente buena, también han habido intentos de crear un cálculo de dolor, por el cual se asume que el umbral de sufrimiento en un individuo es directamente proporcional al grado de su culpa o del pecado que ha cometido.
Una respuesta rápida a esto es hallada en el capitulo noveno de Juan, donde Jesús responde a la pregunta de los discípulos acerca del origen del sufrimiento del hombre ciego de nacimiento.
En el libro de Job, el personaje es descrito como un hombre justo, de hecho el hombre más justo que se puede encontrar en la tierra, pero a quien Satanás afirma que él es justo únicamente para recibir bendiciones de la mano de Dios. Dios ha puesto un cerco alrededor de él y lo ha bendecido más que al resto de los mortales, y como resultado el Diablo acusa a Job de servir a Dios solo por la generosa retribución que recibe de su Hacedor. El reto viene del malvado, a que Dios quite el cerco de protección y compruebe si Job empezará entonces a maldecir a Dios. A medida que la historia se desarrolla, el sufrimiento de Job va en una rápida progresión de mal a peor. Su sufrimiento es tan intenso que él se encuentra a si mismo sentado en un montón de estiércol, maldiciendo el día que nació, y gritando a los cuatro vientos su dolor incesante. Su sufrimiento es tan grande que incluso su esposa le aconseja que maldiga a Dios, para que se pueda morir y ser aliviado de su agonía. Lo que se desarrolla mas adelante en la historia es el consejo dado a Job por los amigos de Job, Elifaz, Bildad y Zofar. Su testimonio muestra cuán hueca y superficial es su lealtad por Job, y lo presuntuosos que son al asumir que la innombrable miseria de Job se debe a una degeneración radical en carácter de Job. El consejo a Job alcanza un nivel más alto con algunas consideraciones profundas de Eliú. Eliú da varios discursos que tienen muchos elementos de sabiduría bíblica. Pero la sabiduría final que se encuentra en este gran libro no viene de los amigos de Job ni de Eliú, sino de Dios mismo. Cuando Job demanda una respuesta de Dios, Dios le responde con esta reprensión, “¿Quién es este que oscurece los consejos con palabras sin conocimiento? Vístete para la acción como un hombre; Yo te preguntaré, y tú me harás saber” (Job 38:1–3). Lo que sigue a esta reprensión es la interrogación más intensa al que un hombre ha sido llevado por el Creador. A primera vista casi parece que Dios está provocando a Job, tanto que Él dice, “¿Dónde estabas tú cuando yo echaba los cimientos de la tierra? (v. 4). Dios levanta pregunta tras pegunta de esta manera. ¿Puedes atar las cadenas de las Pléyades? ¿O aflojar el cinturón de Orión? ¿Puedes conducir a los Mazzaroth en su temporada, o puedes guiar la Osa con sus hijos?” (v. 31–32). Obviamente, la respuesta a estas preguntas retóricas que vienen con la rapidez de una ametralladora es siempre, “No, no, no.” Dios machaca en la inferioridad y subordinación de Job con Su interrogatorio. Dios continua con pregunta tras pregunta acerca de la habilidad de hacer cosas que Job no puede hacer pero que Dios claramente puede hacerlas.
En el capítulo 40, Dios finalmente le dice a Job, “¿Debería un criticón luchar contra el Todopoderoso? Él que reprende a Dios, responda a esto” (v. 2). Ahora, la respuesta de Job no es de demanda desafiante de respuestas a su miseria. Más bien dice, “He aquí, yo soy insignificante; ¿qué puedo yo responderte? Mi mano pongo sobre la boca. Una vez he hablado, y no responderé; aun dos veces, y no añadiré más.” (v. 4–5). Y una vez más Dios prosigue la interrogación y va aún más profundo en el fuego rápido de la interrogación que muestra el contraste abrumador entre el poder de Dios, quien es conocido en Job como El Shaddai, y contrastante la impotencia de Job. Finalmente, Job confiesa que esas cosas eran demasiado maravillosas. Él dice, “He sabido de ti sólo de oídas, pero ahora mis ojos te ven. Por eso me retracto, y me arrepiento en polvo y ceniza.” (42:5–6).
Lo que se debe notar en este drama, es que Dios nunca responde directamente a las preguntas de Job. No dice, “Job, la razón por la que has sufrido es esta o aquella”. Más bien, los que Dios hace en el misterio de la iniquidad de un sufrimiento tan profundo, es que Él responde a Job con Sí mismo. Esta es la sabiduría que responde a la pregunta del sufrimiento — no la respuesta de porqué tengo que sufrir de un modo particular, en un momento particular, y en una circunstancia particular, sino dónde descansa mi esperanza en medio del sufrimiento.
La respuesta a esto proviene claramente de la sabiduría del libro de Job, que concuerda con las demás premisas de la literatura de sabiduría: el temor del Señor, la asombro y la reverencia ante Dios, es el principio de la sabiduría. Y cuando estamos perplejos y confundidos por cosas de este mundo que no podemos entender, no buscamos respuestas específicas a preguntas específicas, sino que buscamos conocer a Dios en Su santidad, en Su rectitud, en Su justicia, y en Su misericordia. He aquí la sabiduría que se encuentra en el libro de Job.
El sufrimiento de Job
Job trata el problema de ¿porqué el justo sufre?... en el Libro, la estratagema de Satanás, le dio oportunidad a Dios de corregir y purificar al justo Job, que, después de muchos sufrimientos, se arrepiente, y recibe en todo doble porción.
Presenta a Jesucristo como nuestro Redentor por nombre (9:25) y purificador; ¡el Omnipotente!, palabra que se repite docenas de veces hablando del Señor. Job es de la época de los patriarcas, y es probablemente el libro más antiguo de la Biblia, que lo suele colocar a la cabeza de los 5 ó 7 libros sapienciales... y contiene algunos de los pasajes más citados y amados de la Biblia. Era de Hus, en Arabia, cerca de donde era Abrahán, y de su tiempo. ...
"Job" significa "el perseguido" en hebreo, y "el arrepentido" en árabe... los dos títulos le van bien, pero como era árabe, de Hus, quizás "el arrepentido" sea el verdadero significado. Dios le dio permiso a Satán a que hiriera a Job, y Satán le mató todos sus ganados, sus 7 hijos y 3 hijas, le quemó la casa... y Job reaccionó diciendo: "Desnudo salí del vientre de mi madre, y desnudo tornaré allá. Yavé lo dio, Yavé lo ha quitado. ¡Bendito sea el nombre de Yavé!" (1:21)...
¡Satán estaba equivocado!... Job siguió siendo integro... y este verso 1:21 es precioso para vivirlo nosotros en nuestras vidas, ¡siempre aceptando la voluntad de Dios!, que nos quiere, y nos manda siempre lo mejor para nosotros, ¡aunque lo mejor parezca de momento un gran desastre! Fue Satán quien le hizo el gran desastre a Job, pero Job no lo atribuye a Satán, sino a Yavé... porque Yavé es el único "Señor", ¡el único responsable!, que ahora usó a Satán; otras veces usará a la esposa o el marido para purificarnos, otras veces usará la rebeldía de los hijos, o una catástrofe económica o un huracán... ¡pero siempre Yavé es el único Señor!, el único responsable de lo que nos pasa en la vida...
Y así lo expondrá otra vez el mismo Job en 5:17-18: "¡Dichoso el hombre a quien corrige Dios!. No desdeñes la corrección del Omnipotente. Pues El es quien hace la herida y la venda, el que hiere y la cura con su mano"... ¡es el Señor!, quien usa el bacilo de la tuberculosis o el virus de SIDA, ¡pero es el Señor el que hiere y cura!... y así lo dirá luego Moisés en Deut.32:39, y Pablo en Hebreos 12:5-12, y el mismo Cristo en Mat.6:25-34... 2- Segundo desastre de Job (cap.2) Ahora Satán hizo más, con el permiso de Dios: ¡Tocó la propia carne de Job!: Le llenó todo su cuerpo de una úlcera maligna ... y hasta su misma esposa le reprochó:
"¿Aún sigues tu aferrado a tu integridad?. ¡Maldice a Dios y muérete!"... ¡olvídate de Dios!... Pero Job no pecó, se mantuvo íntegro, y le contestó a la esposa: "Has hablado como mujer necia. Si recibimos de Dios los bienes, ¿porqué no también los males?" (2:10)... ¡otra vez se equivocó Satán!, Job no era bueno por conveniencia. Después de los dos discursos de Dios, Job le contestó: "Sólo de oídas te conocía; mas ahora te han visto mis ojos, ¡por eso me retracto y hago penitencia sobre polvo y ceniza" (42:5-6)... ¡Job fue purificado!, se arrepintió de su pecado, que era de "autosuficiencia", ¡de creerse justo!...
Y, después de que hizo penitencia sobre polvo y ceniza, Dios, ¡el único Señor!, le devolvió doble porción en todo: Lo sanó de su úlcera, ¡sin que Satán pudiera hacer nada!; le dio 14.000 ovejas, 6.000 camellos; y el doble número de hijos: 14 hijos y 3 hijas... ¡y 140 años más de vida!, en la abundancia, y honrado por parientes, amigos y conocidos... Después de estos 7 días Job explotó en el cap.3, ¡era lo que buscaba Satán!:
 Comenzó a maldecir el día que nació, a desear haber muerto en el seno de su madre, o a haber sido abortado; maldijo los brazos que lo cogieron al nacer, y los pechos que lo amamantaron sin dejarlo morir... en 6:1 dirá, "que se digne Dios aplastarme, matándome"; y el cap.10 lanzará el grito más feroz: "¡Estoy hastiado de mi vida!... ¿porqué me sacaste del vientre de mi madre?. Muriera yo sin que ojos me vieran, llevado del vientre al sepulcro" (10:1,18).
Si alguna vez se ha sentido usted tan mal que ha deseado morirse, no se apure, ¡está en buena compañía!: El paciente Job deseo morirse; Moisés le pidió a Yavé "dame la muerte" en Num.11:15; Jeremías gritó, "maldito el día en que nací" (Jer.20:14); Elías y Jonás también desearon morirse (1Rey.19:4, Jon.4:8) El día que se sienta como que ya no vale para nada, ¡todavía vale para ser Santo!, como Job y Moisés y Jeremías y Elías y Jonás...
Job se siente totalmente turbado al final del cap.3 cuando dice, "lo que temo, eso me llega; y lo que me atemoriza, eso me coge"... pues cuando te sienta así, muy enfermo, o muy anciano, o desabilitado, o enterrado por el llanto... cuando te sientas que ya no sirve para nada, ¡todavía sirve para ser Santo! Tener siempre el ánimo de decir lo que gritó Job a Dios en medio de todas sus angustias, "aunque El me matara, no me dolería" (Job 13:15).
Y todavía es más impresionante el grito esperanzado de Job en medio de sus inmenso dolor, ¡esperando un redentor, y su recuperación!, "¡Quién me diera que se escribieran mis palabras y se consignaran en un libro, que con punzón de hierro y de plomo se esculpiesen para siempre en la roca!. Porque yo se que mi Redentor vive, y al fin se erguirá como fiador sobre el polvo; y detrás de mi piel yo me mantendré erguido, y desde mi carne yo verá a Dios" (Job 19:23-26)... ¡maravilloso!. ... En la persona de Job ocurrió lo que él mismo dijo, "que me pruebe al crisol, saldré como el oro" (23:10)... y nunca olvidemos, que "es batalla, la vida del hombre sobre la tierra" (7:1).
Purificación de Job: Esta es la esencia de la "filosofía del dolor" en Job: El sufrimiento es para "purificar al hombre y a la mujer"... es como la inyección que yo le pongo a mi hijo con mucho cariño, ¡para sanarlo!; como los martillazos que le da el artista al mármol, ¡para moldearlo!... ... Job era íntegro y recto, pero era un hombre, y como todo hombre ¡un pecador!... como nos dice Salomón, "el justo cae siete veces, y se levanta" (Prov.24:16). ¡todos somos pecadores!, nos gritarán San Pablo y San Juan...
... y Job, ¡también era pecador!... y su pecado era de esos que nunca confesamos, ¡porque ni nos lo imaginamos!... su pecado es que se creía justo, perfecto, sin ningún pecado... hasta el punto que en su último discurso del cap.31 Job retó a Dios a que le mostrara en qué había pecado: "¡péseme Dios en su balanza justa, y Dios reconocerá mi integridad!" (31:6).
Le da a continuación una lección a Dios de todas las cosas buenas que ha hecho en su vida... terminando con esta altanería, "¡ahí va mi firma!, ¡Respóndame el Todopoderoso!" (31-35)... Y el Todopoderoso le contestó desde un torbellino, haciéndole 77 preguntas en dos discursos, en los caps 39-41... ... Y Job comprendió su pecado de creerse santo, justo... y se arrepintió... y hizo penitencia, en 42:6... y Dios lo perdonó, y, después de purificado, le dio el doble en todo de lo que tenía antes de ser tentado por Satanás. Satanás también nos va a tentar a tí y a mí, ¡es su oficio!... tentó a Job, ¡y al mismo Jesucristo!, y lo tentó cuando Jesús se puso a orar y hacer penitencia por 40 días... así es que, por seguro, Satanás nos va a tentar... ¡pero no temas!...
¡/Dios está contigo!... y el resultado de todos los trabajos y asquerosidades de Satanás es que tu vas a purificarte y a recibir el doble de lo que antes tenías... ¡como Job!. A Job le ayudaron sus amigos y Dios. Ayuda de sus 3 Amigos (caps.3-31): Los 3 amigos de Job trataron de ayudarle... y le ayudaron con su presencia... ¡pero hicieron un muy mal trabajo!, según Dios (42:7-9)... y los 3 lo hicieron mal, porque, en vez de orar por Job, como hubiera hecho cualquier cursillista o carismático, lo que hicieron fue "insultarlo", cada uno en sus 3 discursos:
Elifaz le dijo a Job que era "inicuo malo", un "perverso" y un "tirano", y de "gran malicia" y de "faltas sin número" (4:8, 15:20, 22:5), a juzgar por cómo Dios lo había castigado... ¡y el pobre Job no era nada de eso!. ... Bildad le dijo que era un "impío", "perverso" y "malvado" (8:13, 18:5,21). Sofar le dijo que era un "charlatán", "malo", "inicuo", "malvado", "perverso", "culpable", "violento"... y, de verdad, Job no era todo eso...(11:3,14, 20:5:29, 27:13) .
La primera lección, es que nunca debemos juzgar a nadie por sus dolores, por los sufrimientos que Dios le mande... a Jesús, Dios le dio el regalo de morir en una cruz; a la Virgen, la cruz de ver morir en cruz a su único Hijo; San Pedro murió crucificado, San Pablo y Santiago y el Bautista, degollados... La segunda lección, es que cuando visitemos a un enfermo con dolor, ¡recemos por él y con él!... es lo que hizo Dios en los caps.38-41, considerar y alabar las bondades, grandezas y obras maravillosas del Señor que nos ama y se cuida por nosotros, tanto, que hasta los cabellos de nuestra cabeza tiene contados (Mat.10:30).
 ... esto es lo que debe hacer un cursillista cuando visita a un enfermo, ¡hacer palanca!... o un carismático, ¡orar!... o cualquier cristiano al visitar a alguien con un gran problema, ¡rezar con él!, pero nunca insultarlo, ni discutirle su vida... De todas formas, los 3 amigos tuvieron inspiraciones buenas:
Elifaz nos enseña sobre la "correccióm" de Dios, en 5:17-19, que después será ampliada por San Pablo en Hebreos 12, y por el Deuteronomio 32:39, Bildad le dijo algo bello y práctico para tí y para mí: "si tu recurres a Dios e imploras al Omnipotente, si fueres recto y puro, desde ahora velará por ti, y restaurará la morada de tu justicia" (8:5). .. ¡y en verdad, así ocurrió con Job!, y con todo que espera en el Señor. ... Sofar nos regaló la doctrina gloriosa de la "sabiduría", en el cap.28, que se alcanza con el "temor de Dios", cumpliendo sus mandamientos... es el tema del último libro de Salomón, "Sabiduría", uno de los más sustanciosos de la Biblia.
El joven Elihú trata de ayudar a Job con 4 discursos... Job no le contestó nada, y Dios tampoco lo menciona cuando el cap.42 cuando reprochó a los 3 amigos. ... Elihú acertó en decirle a Job que los dolores son "corrección" de Dios para purificar a los malos, y a los que parecen buenos (33:16-19). Le dijo la verdad a Job, señalándole que era una altanería decir "puro soy, sin pecado; limpio estoy, no hay culpa en mí" (33:9... y le hizo una profecía muy bella a Job que se cumplió a la letra:
"Reverdecerá tu carne más que en la juventud, volverá a los días de su adolescencia" (33:25)... y le dijo algo que nos puede valer en nuestras vidas, "no querelles contra Dios. .. pues a tu pecado añades la rebelión" (33:13,334:37). ... Y, en general, Elihú hizo un buen trabajo de ayuda, al insistir en las grandezas de Dios, e invitarle a Job a que se detuviera en contemplar las maravillas del Omnipotente... ¡será lo que haga luego Dios en persona!...
Finalmente, Yavé en persona, le da a Job dos discursos desde un torbellino; nunca le menciona sus dolores ni sus pecados... sólo le hace 77 preguntas acerca de la grandeza y maravillas de Dios... ¡sólo le invitó a reflexionar y alabar a su Dios!... ¡y este plan aparentemente absurdo es lo que condujo a Job a "ver a Dios"!, a su arrepentimiento y liberación. En su primer discurso, caps.38-39, Yavé se limita a hacer preguntas sobre el poder y las maravillas de Dios, la sabiduría del Creador, y su poder preservador...
Job le responde reconociendo su propia ignorancia e insignificancia, sin ofrecerle ninguna respuesta (39:33-34). ... En su segundo discurso, caps.39-40, Dios le hace repetidas preguntas sobre la soberanía y autoridad de Dios, capaz de controlar lo incontrolable... y el corazón arrepentido de Job responde con la penitencia y sumisión que condujo a su total liberación.En 42:1-6, cita que ya comentamos, ¡la solución de Job, y la tuya y la mía en cualquiera de nuestros dolores o adversidades!
SIGNIFICADO DEL DOLOR: 1- Es un "castigo" que Dios da por el pecado... y cada pecado es algo horrendo, es como "escupir a Dios en la cara"... merece un castigo inmenso, ¡aunque se hayan hecho cosas buenas!... el que le escupa a Dios en la cara uno que parece bueno, es tan malo como cuando le escupe un perverso... Es lo que dirá san Pablo y los Salmos, "no hay un justo, ni siquiera uno, todos se han corrompido" (Rom.3:11, Salmos 14 y 53). Es en lo que insistían repetidamente los 3 amigos de Job.
El castigo que Dios da es de "corrección", para purificar al malo o al que parece bueno, ¡porque todos somos pecadores!... así dice en Job 5:17... y será lo que amplíe Hebreos 12, llegando a decir que si Dios no te castiga es señal de que eres hijo "bastardo" de Dios, ¡que a Dios ya no le importa nada de tí!, que te da por perdido... pero como Dios no da a nadie por perdido, por eso a todos nos alcanza la corrección de Dios, como Padre... porque al cielo sólo puede entrar lo que es puro e inmaculado, ¡como la Virgen María!, dirá Efesios 1:4. 3. Desde Cristo, el dolor, la cruz, tiene un valor glorioso de "redención".
Jesús no nos redimió con sus milagros, ni con sus discursos tan bellos, ¡nos redimió con su cruz!. ... Los cristianos, cada cristiano, tenemos que ayudar a nuestros vecinos y familiares a ir al Cielo, tenemos que ser evangelistas, misioneros... y no lo seremos con nuestros sermones, ni con nuestros milagros, si milagros podemos hacer... ¡lo seremos con nuestra "cruz", la que Dios nos quiera regalar... así grita San Pablo, "me alegro de mis sufrimientos por vosotros, porque suplo en mi cuerpo lo que falta a los sufrimientos de Cristo por su Cuerpo, que es la Iglesia", en Colos.1:24.
Por eso, un anciano imposibilitado no es una carga para la casa, sino el tesoro más glorioso que posee ese hogar... un ciego o un sordo o mudo, no son una carga para la sociedad, sino el tesoro más estimable que posee esa comunidad. La Primera Carta a los de Corintio, es sobre la "cruz de Cristo"; la Segunda Carta, es sobre "la cruz del cristiano"... ... San Pedro y Santiago también se alegran de sus sufrimientos y tentaciones, ¡con sumo gozo! (1Ped.4:13, Sant.1:2).
En el Apocalipsis, se llaman a los dolores ¡las trompetas de Dios!: Porque Dios nos "susurra" al oído dándonos el aire y el sol y nuestros cuerpos, ¡pero no le escuchamos!; nos "habla" por medio de la Iglesia y los hermanos, ¡pero tampoco le escuchamos!; y entonces, cuando no hay más remedio, nos "grita" al oído con las trompetas de Dios, ¡con los dolores y enfermedades!... ¡son los cariños más amorosos del Señor. Jesús "divinizó" el dolor en la Cruz... y, de alguna forma, cada dolor nos diviniza y diviniza a nuestros familiares, amigos y enemigos... el dolor es la moneda de más valor en la tierra... ¡el "dolor"!, no el "dólar"... por eso dice San Juan Vianney que "debemos ir tan afanosos en busca de dolores, como el avaro tras el dinero"..
El dolor, tu enfermedad, los problemas grandes con tu esposa o hijos, o de trabajo, es el tesoro más entrañable que te regala el Señor, ¡para divinizarte!... y para que ayudes a tus familiares y amigos a divinizarse, a que sean santos, felices en la tierra y en el Cielo.. San Pablo no sólo recibía con gozo los dolores, sino que ¡se los proporcionaba!, "castigo a mi cuerpo y lo esclavizo, no sea que habiendo sido heraldo de la verdad para otros, resulte yo descualificado" (1Cor.9:27).
San Luis María de Monfort enseña, siguiendo la Biblia, que "las mayores gracias y mercedes del cielo son las cruces que Dios nos manda": Si Dios te quiere mucho, te va a regalar una cruz grande... si te quiere tanto como a Jesús, te va a regalar una cruz tan grande como la de Jesús. A la Virgen María le regaló la cruz de que querían matar a su Hijo recién nacido,, y de que lo vio matar en una cruz; San Pedro murió crucificado con la cabeza para abajo; San Andrés en una cruz en forma de X; San Pablo, Santiago y el Bautista, degollados; San juan el Evangelista en una olla de aceite hirviendo..
"La cruz es el mejor presente del cielo. Jamás debemos mirar de donde nos vienen las cruces; nos vienen de Dios. es Dios quien da ese medio de probarla nuestro amor"... el cristianismo es la "religión de la alegría", porque hasta los dolores deben ser ocasión de gran gozo alabando al Señor, que nos los regala... y la misma muerte es una gran bendición, ¡la única puerta para entrar en el cielo eterno!, por eso la fiesta de los Santos, es el día que murieron. Jesús bendijo el dolor en los dos montes, el de las Bienaventuranzas y el del Calvario... ¡bendita lección de Job!, que nos enseña y anima a vivir con esperanza y gozo nuestro dolor, ¡el cariño del amor!.


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