Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6
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LEY Y LIBERTAD
Éxodo • Levítico • Números • Deuteronomio
Tras la muerte de José (hecho con el que termina Génesis), el pueblo de Israel floreció y se multiplicó en Egipto. Sin embargo, los egipcios pronto olvidaron cómo José los había salvado de la hambruna. De parte de los gobernadores de Egipto, la gratitud se convirtió en recelo y odio.
Éxodo
ÉXODO
PASAJES Y HECHOS CLAVE
Moisés entre los juncos 1-2
Las diez plagas 7-12
La Pascua 12-15
El cruce del Mar Rojo 14
Los diez mandamientos y la Ley 20-24
El Tabernáculo 26
Al cabo de unos 300 a 400 años, la sola cantidad de israelitas planteaba una amenaza a los egipcios nativos. El faraón —rey de Egipto— trató de suprimirlos, usando a los israelitas como fuerza de trabajo forzado para sus ambiciosos proyectos arquitectónicos. Como aun así siguieron creciendo en número, el monarca promulgó un edicto en virtud del cual todos los bebés israelitas varones serían asesinados al nacer.
Un hombre y una mujer desacataron esta orden. Durante tres meses escondieron a su hijo recién nacido y, cuando ya no podían seguir haciéndolo, su madre lo puso en un canasto impermeable en el río, y dejó a María, la hermana, a cargo de su vigilancia. El bebé fue encontrado en su canasto por la hija del faraón, cuando bajaba a tomar su baño. María se acercó y ofreció a su madre como nodriza para el niño. La princesa llamó Moisés al bebé, y lo dejó a cargo de la mujer hasta el destete. Luego Moisés fue criado y educado en la corte egipcia como hijo adoptivo de la hija del rey.
Moisés
A pesar de haber sido criado en la corte real, el afecto de Moisés estaba con su propio pueblo sometido, los israelitas. Trató de protegerlos de sus mayorales y de arreglar las disputas entre ellos, con la intención de defender su causa, pero ellos lo rechazaron. Finalmente, en su pasión por la justicia, mató a un capataz egipcio que golpeaba a un israelita, y tuvo que huir del país.
Durante los siguientes 40 años, Moisés vivió como pastor, y pasó largas horas solo en el desierto. Un día, cerca del Monte Sinaí, vio una zarza ardiendo. Lo que llamó su atención fue el hecho de que el arbusto no se consumiera. Al acercarse, una voz le habló desde la zarza ardiente.
Dios le dijo:
—No te acerques; quita el calzado de tus pies, porque el lugar en que tú estás, tierra santa es.
Y añadió:
—Yo soy el Dios de tu padre, el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob. (Éx 3.5-6)
Dios había escuchado los clamores de su pueblo. Llegaba la hora de liberarlos de la esclavitud y había elegido a Moisés para dirigirlos. Moisés se excusó una y otra vez. Era mayor y más sabio de lo que era en su impetuosa juventud y carecía de la ambición para emprender la tarea.
Dijo Moisés a Dios:
—Si voy a los hijos de Israel y les digo: “Jehová, el Dios de vuestros padres, me ha enviado a vosotros”, me preguntarán: “¿Cuál es su nombre?”. Entonces ¿qué les responderé?
Respondió Dios a Moisés:
—“Yo soy el que soy”…‘Yo soy’ me envió a vosotros”. (Éx 3.13-14)
En aquel tiempo se creía que el nombre de una persona indicaba su carácter. Este nombre misterioso era una manera de decir que Dios se da a conocer por sus actos. También, en las palabras de John Drane, ese nombre nos dice que «Dios es el Señor del tiempo y hará en el futuro lo que hizo en el pasado y está haciendo en el presente».
El nombre del Dios de la alianza fue revelado a Moisés de una manera nueva. Este nombre ha sido transcrito en las Biblias castellanas de diversas maneras, como Jehová, Yahvé o Señor.
Dios indicó a Moisés que dijera a la gente de Israel que su Dios los liberaría. Muchos habían olvidado cómo era Dios, pero pronto tendrían una demostración de su poder cuando Moisés desafiase al rey egipcio. Cuando Moisés puso como objeción no ser un buen orador, Dios le prometió que su hermano Aarón lo acompañaría y sería el vocero. Dios no aceptaba excusas.
VIDA EN EGIPTO
Desde los tiempos de José hasta los de Moisés (cuatro siglos), los clanes de Israel vivieron en Egipto, un reino cuya historia incluso entonces se remontaba a bastante más de mil años. En los tiempos de Moisés, la mayoría de los habitantes de Egipto eran agricultores campesinos que cultivaban pequeñas parcelas de tierra. La inundación anual del Nilo regulaba su vida. El Nilo aportaba el agua para irrigar las siembras y producir el rico légamo o lodo, que hacía de Egipto una tierra tan fértil. Durante la inundación del Nilo, cuando nadie podía ocuparse de la tierra, muchas personas eran reclutadas para trabajar en proyectos estatales de construcción.
El faraón (rey de Egipto e intermediario entre los dioses y la humanidad) estaba en la cúspide del orden social; le seguían dos visires, que dirigían la vasta burocracia que controlaba y registraba cada área de la vida.
Obreros y campesinos vivían en casas hechas de ladrillos de barro, pero los nobles tenían casas y jardines más espléndidos. La abundante información que poseemos sobre la vida egipcia procede de pinturas e inscripciones funerarias, de escritos en muros de templos y monumentos, y de objetos encontrados en las tumbas.
Los egipcios adoraban muchos dioses, en santuarios locales y en grandes templos, por intermedio de sacerdotes. La magia era una parte activa de la religión. Creían en la vida después de la muerte y todo lo necesario para esta nueva vida se incluía en la tumba de la persona muerta, donde se depositaba el cuerpo cuidadosamente embalsamado.
«Deja ir a mi pueblo»
Moisés y Aarón se presentaron ante el faraón, el rey de Egipto, con la petición de que permitiera salir al pueblo de Israel, con el propósito de adorar a su Dios. El faraón rehusó de plano. Con el fin de demostrar que Dios era más fuerte que faraón y los dioses de Egipto, y para hacer cambiar la actitud del faraón, cayó sobre los egipcios una serie de desastres: las diez plagas. Primero las aguas del Nilo, dadoras de vida, se volvieron color sangre. Luego fueron las plagas de ranas, de moscas y de piojos. Pero el faraón endureció su corazón y se negó a permitir que el pueblo abandonara Egipto, como Dios había mandado… y su pueblo sufrió en consecuencia. Después de nueve plagas, Moisés previno al rey que vendría una décima y mucho más terrible tragedia: el primogénito de cada familia en Egipto —incluso la primera cría del ganado— moriría en una noche determinada.
La Pascua
A través de estas intervenciones, el pueblo de Israel también aprendía acerca del poder de Dios y de su misericordia hacia ellos. Por eso, antes de que cayera la última plaga, Moisés indicó ciertos preparativos especiales. Cada familia israelita debía matar un cordero y salpicar con su sangre los dinteles y postes de las puertas de su casa. Esto era un símbolo: la vida del cordero era entregada por ellos. Cada familia refugiada en una vivienda marcada por esa sangre estaba a salvo del poder destructor de la muerte.
La noche del juicio para los egipcios habría de ser la noche de salvación y liberación para los israelitas. En el interior de cada hogar debían preparar una comida especial de cordero asado y hierbas amargas, con pan sin levadura. Comerían ya vestidos para la travesía. Apenas amaneciera, los egipcios estarían ansiosos por acelerar la partida de los israelitas.
Llantos y lamentaciones llenaron la tierra a medida que la muerte llegaba a cada vivienda egipcia. El faraón le dijo a Moisés que se llevara lejos a su pueblo. Los israelitas estaban finalmente libres para abandonar la tierra de esclavitud y partir en busca de la tierra que Dios les había prometido desde el tiempo de Abraham.
El Mar Rojo
Tan pronto como la vasta procesión de israelitas con sus rebaños y ganados hubo abandonado Egipto, el faraón se arrepintió de haber dejado escapar a sus esclavos. Envió un ejército para recapturarlos. Los israelitas parecían estar atrapados. Tenían al ejército en sus talones, y el camino delante de ellos estaba bloqueado por el agua.
El Mar Rojo, tal como lo llama la Biblia, puede no ser el mar que hoy lleva ese nombre. Una mejor traducción es Mar de los Junquillos, una extensión de agua probablemente ubicada en la región que actualmente ocupa el canal de Suez.
Cuando vieron acercarse los caballos y carros egipcios, los israelitas se sobrecogieron de pánico. Pero Moisés les dijo:
—No temáis; estad firmes y ved la salvación que Jehová os dará hoy, porque los egipcios que hoy habéis visto, no los volveréis a ver nunca más. (Éx 14.13)
A la orden de Dios, Moisés alzó su cayado sobre el mar y un fortísimo viento del este separó las aguas para que la gente pudiera seguir por tierra firme. Solo cuando estuvieron a salvo del otro lado, las aguas volvieron a fluir, ahogando al ejército egipcio que los perseguía.
Moisés y su hermana María rompieron a cantar e iniciaron una danza de victoria a la que se sumó todo el pueblo:
«Cantaré yo a Jehová,
porque se ha cubierto de gloria;
ha echado en el mar al caballo y al jinete.
Jehová es mi fortaleza y mi cántico.
Ha sido mi salvación. (Éx 15.1-2)
A lo largo de la historia de Israel, esta poderosa liberación en el Mar Rojo se ha visto como el acto supremo de Dios para salvar a su pueblo, junto con la Pascua, su gran acto de redención de la esclavitud en Egipto.
En el desierto
Moisés alejó al pueblo del bien custodiado camino de la costa, y lo llevó hacia el sur, por el Desierto de Sinaí, hacia el Monte Sinaí. Dios había prometido a Moisés que regresarían al mismo lugar donde él había sido llamado. Durante toda la larga peregrinación en el desierto, se describe a Dios yendo al frente de su pueblo: una columna de nubes en el día y una columna de fuego en la noche eran los signos de que él estaba con ellos. El fuego y las nubes se emplean a menudo como símbolos de la presencia de Dios. Esta nube se describe como brillante y luminosa. Más tarde, la tienda o Tabernáculo de Dios sería otro símbolo visible de su presencia.
La alianza
La alianza o pacto entre Dios y su pueblo de Israel, en el Monte Sinaí, es el corazón de todo el Antiguo Testamento. El pacto está basado en el libre amor y bondad de Dios hacia su pueblo. Él los había elegido para que le pertenecieran de una manera especial. Él los protegería y los haría prosperar. La parte que le correspondía al pueblo en el pacto era obedecer a Dios y cumplir las leyes dadas por intermedio de Moisés.
Todos estaban entusiasmados con este acuerdo. No dudaban de que podían cumplir su parte en la alianza, aunque el resto del Antiguo Testamento muestra cuán lejos estuvieron de ser fieles y obedientes a Dios.
Moisés subió a la montaña a recibir las palabras de Dios y descendió para la ceremonia del pacto. Espantados por la nube, el sonido de una trompeta, los truenos y relámpagos en derredor, el pueblo prestamente se declaró dispuesto a acatar el pacto. Moisés selló las promesas de la alianza con la sangre de animales.
El signo de la relación contractual entre Dios e Israel era la circuncisión de todos los varones, tal como primero se requirió a Abraham. La circuncisión era práctica común en esa parte del mundo, como rito de iniciación a la adultez, pero para los israelitas marcaría su relación especial con Dios; la operación se ejecutaría, de allí en adelante, en el octavo día después del nacimiento. Dios les reveló su nombre especial para el pacto —el nombre que había dado a conocer a Moisés— para que así lo nombrasen en adelante.
Los diez mandamientos
El núcleo central de las numerosas leyes contenidas en los libros Éxodo y Levítico es el Decálogo o los diez mandamientos. La primera mitad resume la relación de las personas con Dios y la segunda mitad, la relación entre personas. Estas leyes son mucho más que un conjunto pasajero de reglas para un determinado grupo de personas. Han sido ampliamente reconocidas como universales y permanentes; las leyes actuales de muchos países occidentales tienen base en estos mandamientos.
«Yo soy Jehová, tu Dios, que te saqué de la tierra de Egipto, de casa de servidumbre.
»No tendrás dioses ajenos delante de mí.
»No te harás imagen ni ninguna semejanza… No te inclinarás a ellas ni las honrarás…
»No tomarás el nombre de Jehová, tu Dios, en vano…
»Acuérdate del sábado para santificarlo…
»Honra a tu padre y a tu madre, para que tus días se alarguen en la tierra que Jehová, tu Dios, te da.
»No matarás.
»No cometerás adulterio.
»No hurtarás.
»No dirás contra tu prójimo falso testimonio.
»No codiciarás… ni cosa alguna de tu prójimo». (Éx 20.2-17)
Leyes civiles
Los libros de la ley en el Antiguo Testamento contienen muchas otras leyes, algunas claramente relacionadas con las formas de vida en ese tiempo.
Se dan instrucciones acerca de la conducta correcta en situaciones particulares. Por ejemplo, si un toro corneaba a una persona y esta moría, se daba muerte al toro. Si el toro era conocido por dar cornadas a la gente, el dueño pagaba la misma pena.
Otras leyes se refieren a la vida familiar y al trato de los esclavos. Un aspecto que tienen en común es la consideración por los débiles y desposeídos, a quienes Dios pone especial cuidado en proteger:
«Cuando siegues la mies de tu tierra, no segarás hasta el último rincón de ella ni espigarás tu tierra segada. No rebuscarás tu viña ni recogerás el fruto caído de tu viña; para el pobre y para el extranjero lo dejarás. Yo, Jehová, vuestro Dios…
»No retendrás el salario del jornalero en tu casa hasta la mañana siguiente.
»No maldecirás al sordo, ni delante del ciego pondrás tropiezo, sino que tendrás temor de tu Dios. Yo, Jehová.
»No cometerás injusticia en los juicios, ni favoreciendo al pobre ni complaciendo al grande: con justicia juzgarás a tu prójimo.
»No andarás chismeando entre tu pueblo.
»No atentarás contra la vida de tu prójimo. Yo, Jehová…
»No te vengarás ni guardarás rencor a los hijos de tu pueblo, sino amarás a tu prójimo como a ti mismo. Yo, Jehová. (Lv 19.9-18)
Alianzas o pactos en tiempos de Moisés
La alianza era un concepto familiar para los contemporáneos de Moisés. Los arqueólogos han descubierto registros de alianzas hititas que datan de 1400 a 1200 a.C. Los hititas eran otro pueblo que vivía en el Medio Oriente en los tiempos de Moisés. Una alianza solía pactarse entre un caudillo o rey y un grupo menos poderoso.
En el texto de la alianza, el que había tomado la iniciativa se presentaba y enumeraba lo que había hecho por la otra parte. Requería ciertas cosas a cambio. Por lo general seguía luego una enumeración de bendiciones o maldiciones, según que la otra parte respetara o rompiera los votos (el capítulo 28 de Deuteronomio enumera tales bendiciones y maldiciones en relación con la alianza divina).
La alianza de Dios opacó cualquier otro pacto celebrado por reyes o caudillos humanos. Como su iniciador, prometió bendiciones y beneficios inigualados a su pueblo.
Leyes ceremoniales
Otro grupo de leyes tiene que ver con la adoración y servicio a Dios. Algunas normas prescriben la manera de ofrecer el culto a Dios. Otras son leyes alimentarias, que estipulan los alimentos que no deben ser comidos. La carne de puerco y los mariscos, entre otros, estaban prohibidos. Es muy posible que estas leyes fueran dictadas para proteger la salud en un clima cálido. La separación entre animales limpios e inmundos también simboliza la separación de Israel de las naciones.
Había además muchas otras leyes que se referían a la limpieza ritual de la persona. Tenían su fundamento en la higiene, pero la razón predominante era que el Dios de Israel era un Dios santo. Era puro y no era tocado por el pecado. La suciedad física se consideraba símbolo de corrupción moral y espiritual. Si Dios iba a vivir en medio de su pueblo, este también debía mantenerse santo y puro en todo sentido.
El becerro de oro
Después de sellar la alianza, Moisés ascendió nuevamente la montaña y allí permaneció largo tiempo en comunión con Dios. El pueblo se cansó de esperar su regreso. Rompiendo las promesas que acababan de hacer, le rogaron a Aarón que les hiciera un dios que pudieran ver y tocar. Él pidió que le entregaran sus joyas de oro, las fundió e hizo un becerro. Siguió luego una ruidosa y concupiscente celebración, una orgía que pretendía ser un culto de adoración, con el becerro en el centro.
Finalmente Moisés y su ayudante Josué descendieron de la montaña. Moisés llevaba las tablillas de piedra grabadas por Dios con los diez mandamientos. Débilmente al comienzo, pero cada vez más fuerte, escucharon el griterío que venía del campamento. Moisés muy pronto se dio cuenta de lo que sucedía. Se puso furioso. Arrojó al suelo las tablillas de piedra, rompiéndolas en pedazos, e irrumpió en la escena de la francachela, restableciendo rápidamente el juicio en la gente. Moisés no podía creer que tan pronto después de jurar obediencia a los mandamientos de Dios pudieran romper el segundo mandamiento e inclinarse ante una imagen hecha por el hombre.
En su furia, Moisés molió el becerro hasta convertirlo en polvo, lo mezcló con agua e hizo que los israelitas lo bebieran. Sin embargo, poco después Moisés mismo emprendió de nuevo la caminata montaña arriba, e imploró el perdón de Dios y la rehabilitación para ese pueblo que había pecado tan gravemente. Dios se reveló así a Moisés:
¡Jehová! Dios fuerte, misericordioso y piadoso; tardo para la ira y grande en misericordia y verdad, que guarda misericordia a millares, que perdona la iniquidad, la rebelión y el pecado, pero que de ningún modo tendrá por inocente al malvado… (Éx 34.6-7)
Muchas veces Dios perdonó y redimió a su pueblo. Lamentablemente, la idolatría marcaría la conducta de Israel durante muchos siglos subsiguientes. Finalmente la infidelidad condujo a la quiebra de la nación.
El Tabernáculo
Dios prometió a Moisés que estaría con su pueblo; su presencia se reconocía en las columnas de nubes y fuego. Pero Dios también decidió que se erigiera un Tabernáculo: una carpa para sí mismo en medio del campamento israelita. Moisés trasmitió las detalladas instrucciones de Dios a los artífices que habrían de construir este pabellón especial o Tabernáculo. En el centro de una serie de claustros, se encontraba «el Lugar santísimo». No había allí imagen alguna de Dios, como en otros santuarios similares de la época, pero sí una caja o arca cubierta de oro, en la que se colocaron las dos tablas de la Ley que Moisés había traído de lo alto de la montaña.
Una característica de este Tabernáculo era que cada una de las partes estaba provista de varas y anillos para transporte. Puesto que el pueblo estaba en marcha, el Tabernáculo también tenía que ser movible. El Dios de Israel no era como los dioses de los pueblos de los alrededores, cuyo poder estaba confinado al territorio en que vivía su tribu. Mientras el pueblo de Dios estuviera peregrinando, él prometía ir con ellos y vivir allí.
Se estipularon pautas muy estrictas, para evitar que la gente pensara que se podía tratar a Dios con liviandad. Solo los sacerdotes elegidos tenían permiso para servir en el Tabernáculo; y una vez instalado el campamento, las tiendas de los sacerdotes rodeaban a la tienda de Dios. A la vez que señalaba la presencia de Dios entre su pueblo, el Tabernáculo protegía a todos de un contacto demasiado próximo con la terrible majestad y santidad de la presencia de Dios.
El libro del Éxodo está lleno de la gloria y santidad de Dios, pero los escritores también ponen énfasis en el hecho de que Dios estaba dispuesto a vivir en medio de su pueblo, protegiéndolo y salvándolo. La gente tuvo que aprender muchas lecciones amargas durante su peregrinación por el desierto. Faltaba el agua, y a menudo protestaban y aturdían a Moisés con sus quejas. Pero Dios se revela como Aquel que constantemente proporciona lo que necesita su pueblo.
El libro de Éxodo termina cuando se completa la construcción del Tabernáculo, y lo envuelve la brillante nube de la presencia de Dios en toda su gloria. Dios está con su pueblo.
EL TABERNÁCULO
La tienda del culto de Israel
Las instrucciones para construir el Tabernáculo están estipuladas en detalle en el libro de Éxodo. Los israelitas debían hacer una tienda portátil para el Señor, que llevarían durante la travesía hasta la tierra prometida. Cuando instalaban el campamento, la tienda de Dios se erigía en el centro. Dios estaba en el medio de su pueblo: estaba siempre presente entre ellos.
La tienda tenía dos habitaciones: en el cuarto privado interior se depositaba el arca de la alianza y la copia de las leyes de Dios. En el atrio externo había un candelabro con siete lámparas, un altar para el incienso y una mesa con doce panes.
Un amplio atrio rodeaba a la tienda de Dios: aquí la gente se presentaba ante los sacerdotes. Había un altar para los sacrificios. Un gran recipiente de bronce contenía agua para que los sacerdotes se lavaran antes de entrar a la tienda de Dios.
Levítico
LEVÍTICO
PASAJES Y HECHOS CLAVE
Leyes sobre ofrendas y sacrificios 1-7
Aarón y sus hijos ordenados sacerdotes 8-9
Leyes rituales sobre pureza e impureza 11-15
El Día del perdón 16
Los grandes festivales 23
Leyes sobre santidad en la vida y en el culto 17-21
A primera vista, Levítico es poco más que un informe sobre cómo ofrendar sacrificios y llevar a cabo disposiciones rituales. Eso se debe a que el libro se refiere a los deberes de los sacerdotes y levitas, como el título indica.
Los levitas eran miembros de la tribu de Leví. No eran sacerdotes, porque no descendían de Aarón, el primer sumo sacerdote. Sin embargo, ayudaban a los sacerdotes en sus deberes. Necesitaban instrucciones detalladas a fin de poder ejecutar sus servicios correctamente.
La palabra clave de Levítico es «santo». El estilo de vida de los sacerdotes, los levitas y el pueblo debe ser limpio, puro y consagrado a Dios. Debido a que están en una relación de alianza con un Dios santo, ellos también deben ser santos: libres de contaminación y completamente dedicados a Dios.
En el centro mismo del libro, leemos sobre las fiestas religiosas que marcan el paso del año para los israelitas. Los festivales celebraban los actos salvíficos de Dios en el pasado y su incesante protección.
El Día del perdón
Si había algo que comunicaba a la gente la santidad de Dios, era la observancia anual del Día del perdón. En ese día nadie trabajaba y todos ayunaban. Debían reconocer y confesar su fracaso en seguir y obedecer la ley de Dios. Procedía luego un rito solemne para quitar los pecados.
Nadie, excepto el sumo sacerdote, tenía derecho a entrar en el santuario interior del Tabernáculo, donde se guardaba la caja de oro: el arca de la alianza. Aun el sumo sacerdote solo podía entrar una vez al año, en el Día del perdón (o expiación). Salpicaba con sangre la tapa del arca, conocida como el propiciatorio, para expiar los pecados de la gente. La sangre representaba la ofrenda de vida.
«Perdón» conlleva la idea de la reconciliación de Dios con su pueblo, que se purifica con la eliminación del pecado. El sumo sacerdote también ofrecía sacrificios de animales para expiar los pecados de los sacerdotes y del pueblo. Luego seleccionaba dos machos cabríos. Mataba a uno como sacrificio, pero sobre el otro recitaba los pecados del pueblo. A continuación lo mandaba lejos, para que llevara consigo esos pecados, al desierto. Era el chivo emisario con los pecados de todos.
El día de reposo (sábado)
El día de reposo —es decir, el principio de separar un día de descanso cada seis días de trabajo— tiene sus raíces en la historia misma de la creación. El relato de Génesis dice que Dios descansó de su obra de creación en el séptimo día, y ese día fue santo para el Señor. Guardar ese día especial era uno de los diez mandamientos y distinguía a los israelitas como pueblo de la alianza, como pueblo de Dios. El día de reposo, al parecer, tenía como propósito ser una celebración gozosa. Era un día en el cual la gente podía recordar el pacto con Dios, y estar libre del trabajo de todos los días. Incluso los esclavos y los animales de labor debían disfrutar del feriado semanal.
La Pascua
La Pascua era una conmemoración clave en Israel. Era la primera de las fiestas anuales y, una vez que Israel llegó a la tierra de Canaán, todos los israelitas varones debían acercarse al Tabernáculo de Dios —más tarde el templo— para celebrar la Pascua.
En la noche de la primera Pascua, Dios había liberado a su pueblo de la esclavitud en Egipto; desde entonces, esos acontecimientos se conmemoraban durante la comida pascual. La redención de Dios se recordaba al comer el cordero asado, junto con hierbas amargas, que eran remembranza de la amargura de la esclavitud en Egipto. También comían pan preparado sin levadura, pues la fiesta de los panes sin levadura («ázimos») se celebraba al mismo tiempo.
Algunos consideran la fiesta del pan sin levadura como una celebración agrícola, por estar relacionada con la cosecha de la cebada, ocasión en que la primera gavilla madura se ofrecía a Dios. La Biblia asocia el acto de comer el pan sin levadura con la primera Pascua, cuando la gente tenía tanta prisa por abandonar Egipto, que no podía esperar que leudara la masa que llevaría consigo.
El festival de las semanas (Pentecostés)
Esta fiesta tenía lugar siete semanas después de la Pascua y de ofrecer a Dios la gavilla de cebada. Su otro nombre era Pentecostés, pues ocurría 50 días después de la ofrenda de cebada. Era la fiesta de las primicias. Para entonces había terminado la recolección del grano y se hacía una ofrenda especial a Dios. En esta oportunidad también debían todos los hombres de Israel dirigirse al Tabernáculo de Dios.
Fiesta de los Tabernáculos
Esta era la tercera fiesta en que los israelitas se presentaban ante Dios en su Tabernáculo. Se trataba de una acción de gracias por la cosecha, a veces llamada la fiesta de la reunión. Era un festival especialmente alegre, que los niños disfrutaban, cuando el pueblo, una vez establecido en Palestina, acampaba en rústicas chozas hechas de ramas. Algunos consideran que esta costumbre proviene del hábito de los agricultores de vivir en los campos mientras se hace el trabajo de la cosecha. Levítico lo explica como un recordatorio del tiempo en que todos vivían en tiendas, durante su éxodo por el desierto.
Sacrificio
A mucha gente hoy el sacrificio le parece algo bárbaro, especialmente si involucra animales. Otrora el sacrificio se practicaba en todo el mundo como una forma de poner aquello que puede ser visto y conocido en este mundo en contacto con el mundo espiritual. En ciertas religiones, el sacrificio se considera una manera de alimentar y satisfacer a los dioses. La Biblia rechaza este punto de vista y pone énfasis en la santidad de Dios; su bondad absoluta lo sitúa lejos del error y del mal, y por esa razón se hace necesario un camino especial para que hombres y mujeres pecadores se acerquen a él. El sacrificio era ese camino.
Se prescribían ofrendas diferentes para distintas ocasiones y situaciones, pero en cada caso el sacrificio expresaba el reconocimiento de que el devoto no estaba en condiciones de aproximarse a Dios. Antes de hacerlo, los pecados deben ser cubiertos y expiados. Con el paso del tiempo, la necesidad del perdón de los pecados se convirtió en la principal razón para el sacrificio en Israel.
Se realizaba de la manera siguiente:
El ofrendante se aproximaba al altar, que estaba en el atrio externo del Tabernáculo, y traía el animal determinado. Tenía que ser perfecto, libre de defectos. La persona ponía su mano sobre la cabeza del animal, identificándose con este. Luego él mismo mataba al animal, y el sacerdote untaba la sangre en los cuernos y en la base del altar. El cuerpo del animal era quemado sobre el altar. A veces se guisaba parte del animal y se compartía una comida.
No existe una explicación clara de la relación entre el sacrificio y el pecado; con todo, al identificarse con el animal, el ofrendante claramente expresaba que, por haber quebrantado las leyes de Dios, merecía el destino que el animal iba a sufrir. El animal moría en lugar de él. Había varios tipos de sacrificio. En la ofrenda colectiva, la acción de compartir y comer la carne guisada significaba la renovada relación del pecador con Dios y con sus congéneres hombres y mujeres.
Todo el poderoso rito del sacrificio servía como fuerte ayuda visual, y ponía en claro la necesidad de cada persona de estar en buenos términos con un Dios santo.
Ceremonial
Buena parte de Levítico y otras partes del Pentateuco se ocupan del ritual. No hay explicación de las detalladísimas instrucciones que acompañan la construcción del Tabernáculo o el procedimiento para los sacrificios. Con todo, es importante atribuirles el peso que merecen. Algunos antropólogos sociales sostienen que la comprensión del ritual de un pueblo es la clave para conocer su identidad. Explica cuáles son sus valores y qué es lo que más los conmueve.
Cada grupo en la sociedad tiene sus propios ritos, aunque a veces, por la misma familiaridad, no nos percatemos de ellos. Todos los ritos de los israelitas pretendían enfatizar la santidad del Dios al cual servían, el hecho de su absoluta bondad y ausencia de pecado. Las ceremonias traían a la memoria la seriedad que reviste acercarse a Dios, la necesidad de obedecer sus leyes y de seguir los procedimientos adecuados para ser santos también.
El capítulo 19 del Levítico es un maravilloso ejemplo de cómo tenía que vivirse la santidad de Israel en la vida cotidiana. Las leyes abarcan muchos aspectos de la vida, desde la exactitud de las pesas y medidas hasta el cuidado de los desposeídos, así como mandatos sobre no robar, mentir o cometer fraude. En todas estas enseñanzas subyace el amor y la veneración hacia Dios y hacia los demás.
Levítico también establece las disposiciones de Dios para rehabilitar a su pueblo y restaurar su herencia, la tierra. Cada séptimo año habría de ser un año «sabático», durante el cual la tierra descansa y queda en barbecho. Cada 50 años se proclamaría un año de Jubileo. La tierra debía ser devuelta a su primitivo propietario y los esclavos puestos en libertad.
Números
NÚMEROS
PASAJES Y HECHOS CLAVE
Vida en el desierto, en Sinaí y después 14
Espionaje de la tierra 13
Cuarenta años de peregrinaje 14
La rebelión de Coré 16
Agua de la roca 20
La serpiente de bronce 21
Balac y Balaam 22-24
Fronteras de Canaán 34
El libro de Números contiene la lista de los clanes del pueblo de Israel; el título del libro proviene del censo o empadronamiento con el cual comienza. Lo que hoy puede parecernos lectura árida y polvorienta era fascinante para la gente que leía acerca de sus propios antepasados. El libro de Números, sin embargo, contiene algo más que guarismos relativos al censo. Hay otras leyes, así como un relato de ciertas experiencias de Israel durante su peregrinación por el desierto.
Cades-Barnea
Una historia clave relata que Moisés, desde un lugar llamado Cades, envió a doce hombres —uno por cada tribu— a explorar la tierra de Canaán, antes de prepararse para entrar en ella. Los frutos que trajeron de vuelta eran exquisitos, pero solo dos de los doce espías creían que Dios les daría la tierra. Los demás vieron a sus habitantes como gigantes que podrían repelerlos fácilmente. La mayoría del pueblo se puso del lado de los diez, rehusando creer en Dios y en su promesa.
Entonces toda la congregación gritó y dio voces; y el pueblo lloró aquella noche. (Nm 14.1)
En vano Caleb y Josué, los dos que confiaban en Dios, suplicaban a la gente:
Si Jehová se agrada de nosotros, él nos llevará a esta tierra y nos la entregará; es una tierra que fluye leche y miel… Jehová está con nosotros: no los temáis. (Nm 14.8-9)
Pero el pueblo no quiso escucharlos y, por no haber confiado en Dios, los israelitas fueron condenados a vagar por el desierto durante 40 años: el tiempo necesario para que esa generación de incrédulos se extinguiera. Luego Josué y Caleb condujeron a una nueva generación hacia la tierra prometida.
Biografía de Moisés
Nacido en Egipto bajo amenaza de muerte del faraón; hijo de Amram, un levita, y de Jocabed (Éxodo 2, 6).
Escondido de los soldados egipcios y puesto en un canasto impermeable a orillas del Río Nilo, es encontrado por la hija del faraón y criado en la corte tras un cuidado inicial a cargo de su madre (Éxodo 2).
En defensa de sus hermanos israelitas, mata a un capataz egipcio y es obligado a huir del país (Éxodo 2).
Se casa en Madián, y trabaja como pastor para su suegro, Jetro, durante 40 años (Éxodo 2-3).
Atraído por la zarza ardiente en el desierto, es llamado por Dios para rescatar a su pueblo (Éxodo 3).
Regresa a Egipto; el faraón se niega a dejar ir al pueblo. Moisés y Aarón anuncian una serie de desastres: las diez plagas (Éxodo 7-12).
Muerte de los primogénitos; la Pascua; Moisés saca al pueblo de Egipto (Éxodo 12-13).
El cruce del Mar Rojo y una canción de triunfo (Éxodo 13-15).
Recibe la ley de Dios para su pueblo en Sinaí y sella la alianza (Éxodo 20-24).
El becerro de oro. Enojado, Moisés rompe las tablas de la ley; pero más tarde intercede ante Dios por su pueblo (Éxodo 32).
Exploradores son enviados a Canaán desde Cades; la rebelión tiene como resultado 40 años de peregrinaje en el desierto bajo el liderazgo de Moisés, que estaba siempre alentando a su pueblo (Números 13).
Agua brota de una roca; la ira de Moisés (Números 20).
El último gran discurso de Moisés al pueblo recordándoles la alianza; Moisés entrega el liderazgo a Josué y observa la Tierra prometida desde el monte Pisga (Deuteronomio 34).
Muerte de Moisés (Deuteronomio 34).
Números describe a Moisés como «un hombre muy humilde”. Tal vez esta sea la cualidad que mejor lo describe. Se crió gozando de todas las ventajas de la educación ofrecida en un palacio. Fue escogido por Dios para ser líder de su pueblo, y además tuvo una relación íntima con Dios. Sin embargo, Moisés nunca se impuso a nadie ni luchó por sus propios derechos. La mayor parte del tiempo soportó las quejas y la desobediencia del pueblo con paciencia. Habló con dureza al pueblo solo cuando el honor de Dios estaba en juego.
No solo sacó al pueblo de la esclavitud y lo llevó a la frontera de la Tierra prometida, sino que también les entregó la Ley y confirmó la alianza entre ellos y Dios. Hizo de una muchedumbre indisciplinada un pueblo casi unido. Cuidó de sus necesidades diarias —alimento y agua— y administró justicia. También los guió en victorias militares.
Deuteronomio cataloga su grandeza con estas palabras:
Nunca más se levantó un profeta en Israel como Moisés, a quien Jehová conoció cara a cara; nadie como él por todas las señales y prodigios que Jehová le envió a hacer en tierra de Egipto, contra el faraón y todos sus siervos, y contra toda su tierra, y por el gran poder y los hechos grandiosos y terribles que Moisés hizo a la vista de todo Israel. (Dt 34.10-12)
Serpientes venenosas
Números habla bastante de las experiencias del pueblo en el desierto y de las lecciones que Dios trató de inculcarles bajo la guía de Moisés. En cierta ocasión, los israelitas habían vuelto a refunfuñar, como tantas veces, contra Moisés y contra el mismo Dios:
«¿Por qué nos hiciste subir de Egipto para que muramos en este desierto?» (Nm 21.5)
En respuesta, Dios permitió que una plaga de serpientes venenosas los asediaran. Lleno de remordimiento, el pueblo se acercó a Moisés y le pidió que intercediera ante Dios para que alejara las serpientes. Dios le dijo a Moisés que hiciera una serpiente de bronce o de cobre y la pusiera en lo alto de un asta. Cualquiera que hubiera sido mordido y mirara la serpiente de bronce, sanaría. Se trataba de otra simple ayuda visual para enseñar fidelidad y obediencia.
Alimento
Cuando se cansaban de la vida en el desierto, los israelitas a menudo hablaban con nostalgia de la comida que solían disfrutar en Egipto: pescado, pepinos, melones, puerros y ajo. No había ninguna posibilidad de encontrar estos productos en el desierto. En cambio, tenían que satisfacer su hambre con lo que llamaban «este pan tan liviano».
Se referían a la comida especial que Dios les proveyó durante todo su peregrinaje por el desierto. El autor de Éxodo lo describe como una sustancia blanca, escamosa y dulce. Se derretía al sol. La gente lo llamaba maná, vocablo que significa «¿qué es?», pues cuando lo vieron por primera vez nadie sabía lo que era. El maná cubría la tierra cada mañana. Puede haberse tratado del man arábigo, sustancia exudada por dos tipos de insecto que viven en el tamarisco.
Oraciones y bendiciones
Cada vez que la nube de la presencia de Dios y el arca de la alianza se detenían, los israelitas armaban sus tiendas. La oración que Moisés repetía era la siguiente:
«¡Descansa, Jehová,
entre los millares de millares de Israel!». (Nm 10.36)
Cuando la nube y el arca se ponían nuevamente en movimiento, oraba:
«¡Levántate, Jehová!
¡Que sean dispersados tus enemigos
y huyan de tu presencia los que te aborrecen!». (Nm 10.35)
Aarón y los sacerdotes impartían esta bendición especial sobre el pueblo:
“Jehová te bendiga y te guarde.
Jehová haga resplandecer su rostro sobre ti
y tenga de ti misericordia;
Jehová alce sobre ti su rostro
y ponga en ti paz”. (Nm 6.24-26)
Deuteronomio
DEUTERONOMIO
PASAJES Y HECHOS CLAVE
«No se olviden»; a través de todo el libro, Moisés le recuerda al pueblo los mandamientos de Dios y todo lo que él había hecho por ellos.
Los diez mandamientos 5
Obediencia y desobediencia: maldiciones y bendiciones 27-28
La renovación de la alianza 29
Josué, un nuevo líder 31
Cántico y bendición de Moisés 32-33
La muerte de Moisés 34
Este libro ha sido llamado «el latido del corazón» del Antiguo Testamento. Su nombre significa «segunda ley», porque describe la renovación de la alianza entre Dios e Israel.
El libro toma la forma de un discurso de despedida de Moisés al pueblo de Israel, cuando después de tanto tiempo alcanzan la tierra prometida. A Moisés no le fue permitido entrar en esa tierra con ellos. En una ocasión había dejado que su ira hacia los israelitas brotara sin control; en consecuencia, dijo Dios, podría ver pero no entrar en Canaán.
Deuteronomio evoca el pasado, recordando al pueblo todo el amor y la fidelidad que Dios les ha mostrado durante los años en el desierto. Expone nuevamente ante los israelitas las promesas de la alianza, fielmente guardadas por el lado divino. Por su parte, ellos deberán obedecer a fin de experimentar la bendición de Dios en la nueva vida que tienen por delante.
El libro termina con la muerte de Moisés, y la figura de Josué, su nuevo líder, que surge para conducirlos hacia la tierra prometida.
Amor y obediencia
El tema de la fidelidad de Dios está presente en todo el libro de Deuteronomio. Moisés mueve a los israelitas a pensar sobre su historia de los últimos 40 años, recordándoles el constante cuidado de Dios. Hasta las pruebas padecidas han sido parte del plan amoroso de Dios:
Te acordarás de todo el camino por donde te ha traído Jehová, tu Dios, estos cuarenta años en el desierto, para afligirte, para probarte, para saber lo que había en tu corazón, si habías de guardar o no sus mandamientos. Te afligió, te hizo pasar hambre y te sustentó con maná, comida que ni tú ni tus padres habían conocido, para hacerte saber que no sólo de pan vivirá el hombre, sino de todo lo que sale de la boca de Jehová vivirá el hombre. (Dt 8.2-3)
Fecha y compilación de Deuteronomio
Hay muchas opiniones en cuanto a la fecha en que fue escrito el libro de Deuteronomio; oscilan desde los tiempos de Moisés hasta después del exilio, una diferencia de unos 600 años. Muchos están de acuerdo con que parte de su contenido se remonta hasta el mismo Moisés; pero la mayoría cree que el libro fue escrito o compilado (o sea, que su lenguaje fue actualizado) en el siglo VII a.C. Algunos piensan que fue compilado por levitas; otros, por escribas. Pero también puede ser obra de profetas del reino del norte de Israel, quienes habían huido hacia Judá, al sur, después de la caída de su capital, Samaria. Se cree que fue escrito por ellos durante los malos días del reinado de Manasés (ver 2 Reyes 21).
Muchos eruditos creen que los que compilaron Deuteronomio también son responsables por los libros de Josué, Jueces, 1 y 2 Samuel, y 1 y 2 de Reyes. Reconocen que todos estos libros ponen de relieve en la alianza con Dios y la importancia de obedecerla. Se les llama a estos escritores los «deuteronomistas».
Los autores asimismo hacen hincapié en la forma en que Israel debía corresponder al cuidado paternal de Dios. Debían responder en obediencia amorosa:
Mirad, pues, que hagáis como Jehová, vuestro Dios, os ha mandado. No os apartéis a la derecha ni a la izquierda. Andad en todo el camino que Jehová, vuestro Dios, os ha mandado, para que viváis, os vaya bien y prolonguéis vuestros días en la tierra que habéis de poseer. (Dt 5.32-33)
El libro de Deuteronomio reitera la Ley —el Decálogo y algunas de las leyes que de él derivan— y luego resume todo en una sola sentencia:
«Oye, Israel: Jehová, nuestro Dios, Jehová uno es.
»Amarás a Jehová, tu Dios, de todo tu corazón, de toda tu alma y con todas tus fuerzas». (Dt 6.4-5)
La Ley se cumple en el amor.
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