Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6
Tweet
Tipo de Archivo: PDF | Tamaño: MBytes | Idioma: Spanish | Categoría: Capacitación Ministerial
Génesis
GÉNESIS
PASAJES Y HECHOS CLAVE
La creación y la corrupción del mundo, capítulos 1-3
Caín mata a su hermano Abel 4
Noé y el diluvio 6-9
La torre de Babel 11
La historia de Abraham 12-25
Destrucción de Sodoma y Gomorra 19
Historia de Jacob 27-35
Historia de José 37-50
En el principio creó Dios los cielos y la tierra. (Gn 1.1)
La Biblia comienza con esta magnífica y fascinante declaración, que nos retrotrae a los comienzos de nuestro mundo. En estas pocas palabras, el autor establece las grandes verdades fundacionales de que hay un solo Dios, quien existía en los comienzos, y que toda la creación es obra suya. Todo descansa en esto, y desde aquí discurre toda la narración bíblica.
La creación del mundo
A continuación tenemos una descripción de la creación, que comienza:
Dijo Dios: «Sea la luz». Y fue la luz. Vio Dios que la luz era buena, y separó la luz de las tinieblas. Llamó a la luz «Día», y a las tinieblas llamó «Noche». Y fue la tarde y la mañana del primer día. (Gn 1.3-5)
Cada uno de los dramáticos actos creadores comienza con las palabras: «Dijo Dios: “Sea...”» o «“Haya…”», y termina con las palabras: «Y fue la tarde y la mañana», y el número del día.
La creación del mundo se nos describe en el lenguaje de la poesía y los acontecimientos se ordenan dentro de un patrón perfecto. La poesía no solamente comunica belleza; es también un maravilloso vehículo para transmitir verdad. Las afirmaciones no son meras declaraciones de carácter científico sino que representan la verdad, con muchos estratos de significado. Pueden ser entendidas simplemente por lo que expresan en primera instancia, o se puede descubrir y apreciar también algo del significado subyacente. El relato de Génesis no pretende presentar un informe fáctico sobre cómo Dios creó el mundo —digamos, en siete días literales— sino que permite al lector absorber la verdad esencial sobre la creación: el sol, la luna, las plantas, los animales y los seres humanos entraron en existencia por el magnífico poder de Dios y en respuesta a su expreso deseo y mandato.
Hombre y mujer
A medida que se desarrolla el relato, los mares turbulentos son contenidos, el mundo es vestido de árboles y plantas, y la tierra, el mar y el aire se llenan de criaturas vivientes. Pero cuando hace a los seres humanos, el propósito creador de Dios se describe de una manera diferente.
Entonces dijo Dios: «Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza; y tenga potestad sobre los peces del mar, las aves de los cielos y las bestias, sobre toda la tierra y sobre todo animal que se arrastra sobre la tierra». (Gn 1.26)
Hombres y mujeres fueron hechos para parecerse a Dios de una manera imposible para la creación animal. Hombres y mujeres tendrían la capacidad de amar, de recordar, de elegir y de estar en relación con Dios mismo. También fueron creados para ser agentes de Dios, a cargo del resto de la creación, para administrarla bien. El autor no percibe a los seres humanos como resultado del azar ciego ni a merced de planetas y estrellas. Los describe como una obra artesanal de un Dios amante que los diseñó para gobernar su mundo y —algo aún más asombroso— para gozar de su amistad. Es una escena perfecta y el autor concluye el relato con las palabras:
Y vio Dios todo cuanto había hecho, y era bueno en gran manera. (Gn 1.31)
Un segundo aspecto de la historia es la creación de la mujer como una pareja para el hombre, en igualdad con este. Dios los acerca y el autor resume allí el criterio de Dios acerca del matrimonio:
Por tanto dejará el hombre a su padre y a su madre, se unirá a su mujer y serán una sola carne. (Gn 2.24)
En lenguaje poético, el autor ha descrito el vasto alcance de la buena creación de Dios. Ha dado respuesta a algunas de las preguntas más profundas sobre el origen y la finalidad de la vida. Nos ha presentado ante un mundo perfecto.
Pero todos sabemos que la vida no es perfecta. Incluso en el mundo natural hay perturbación y caos, y entre los seres humanos hay codicia, ira, explotación y crimen. De modo que el autor relata en seguida, siempre en el lenguaje de la poesía, cómo se introdujeron estos elementos extraños en ese mundo perfecto.
Tragedia
El primer hombre y la primera mujer, Adán y Eva, vivían en el hermoso Jardín del Edén, ocupándose de plantas y animales, en feliz compañía de Dios. Tenían completa libertad, excepto por una condición:
Del árbol del conocimiento del bien y del mal no comerás, porque el día que de él comas, ciertamente morirás». (Gn 2.17)
Esas fueron las palabras de Dios. El nombre del árbol nos da una clave sobre su significación. Hombres y mujeres pretenderían saber por sí mismos lo que era bueno o malo para ellos. Eso destruiría la inocencia e introduciría un conocimiento peligroso. Comer de ese fruto traería como resultado la muerte.
La narración describe cómo la astuta serpiente tentó a Eva para comer el fruto prohibido. En otra parte de la Biblia se dice que la serpiente es el nombre dado a Satanás, el enemigo de Dios y de la humanidad. Eva tomó el fruto porque vio que era «agradable a los ojos y deseable para alcanzar la sabiduría». Ella también le dio un poco a Adán y, cuando hubieron comido, sus ojos se abrieron. Habían perdido su inocencia. Tomaron conciencia de su desnudez delante de Dios y el uno frente al otro. Por primera vez sintieron vergüenza de encontrarse con Dios y se escondieron de él. Habían elegido la autonomía y la desobediencia en lugar de la dependencia amorosa de Dios, su Hacedor; y por este acto la creación entera se desquició. Este trágico acto desencadenó una multitud de amargas consecuencias.
Dios aparece hablando a la serpiente y a Adán y Eva, mostrándoles las consecuencias de sus actos. De ahora en adelante la tierra dará espinos y abrojos. La relación entre los sexos se echará a perder por la explotación. La muerte física los alcanzará, aunque no en forma inmediata. La muerte espiritual ya había destruido su estrecha relación con Dios. En un acto profundamente significativo, Adán y Eva fueron expulsados de su jardín paradisíaco. Sangre, sudor, trabajo y lágrimas estaban esperándoles.
La poesía de estos primeros capítulos de Génesis es seguida por informes narrativos sobre los primeros descendientes de este primer hombre y de esta primera mujer. Su hijo Caín mató a su hermano Abel, por celos, y sus descendientes prosiguieron la espiral de creciente pecado y violencia. Finalmente:
Vio Jehová que la maldad de los hombres era mucha en la tierra… y se arrepintió Jehová de haber hecho al hombre en la tierra. (Gn 6.5-6)
Otras historias sobre la creación y el diluvio
Además de la narración bíblica, hay otras primitivas historias de la creación y de una gran inundación, que nos llegan de Babilonia. Algunas de las ideas se asemejan a los relatos bíblicos; pero las diferencias, especialmente en el concepto de Dios, son muy marcadas. El Dios de Génesis es un solo Dios, no varios dioses, y el hombre y la mujer son la obra culminante de su creación. En el relato babilónico, los seres humanos aparecen como una idea tardía, conveniente para los dioses, a quienes debían alimentar y servir. El Dios de Génesis actúa por amor y justicia, y no por capricho o egoísmo.
El diluvio
Dios determinó borrar su creación con una inundación, pero encontró un hombre bueno, Noé, quien confiaba en él y le obedecía, aun en esos días tenebrosos. A pedido de Dios, Noé construyó una enorme embarcación —el arca— para preservar a su familia y a miembros del reino animal. Noé también intentó persuadir a quienes lo rodeaban para que retornasen a Dios, pero sin éxito. Cuando vino el diluvio, Noé y su arca con su precioso cargamento sobrevivieron y, cuando finalmente emergieron, construyeron un altar y dieron gracias a Dios. Dios prometió que nunca más enviaría otro diluvio y entregó el arco iris como signo de su inquebrantable promesa.
La Torre de Babel
Después del diluvio los hombres y las mujeres continuaron viviendo a su propio arbitrio. No quisieron diseminarse y poblar la tierra como Dios instruyera a Adán y Eva y a sus descendientes. En lugar de eso se establecieron en un centro donde comenzaron a edificar un monumento que haría honor a su soberbia y a sus logros. Dios confundió sus planes, pero estaba claro que la mayoría no estaba preparada para tomar el camino de Dios.
Abraham
En la segunda parte del libro de Génesis la pintura cambia: de la escena amplia pasa a enfocar un hombre en particular, Abraham, su esposa y familia. Dios aún deseaba darse a conocer a hombres y a mujeres y quería apartarlos de su desobediencia para que tuvieran con él una feliz relación. La estrategia que planeó consistió en elegir a un hombre —una sola familia— y hacer de él y de sus descendientes una nación con una relación especial con Dios. Se daría a conocer a ellos, les entregaría sus promesas y sus leyes. Ellos, a su vez, darían a conocer a Dios a las demás naciones del mundo: este era el plan de Dios, su propósito al elegir a esta gente.
La promesa de Dios
Abraham y su mujer, Sara, vivían en la ciudad de Ur, al oriente de lo que se conoce como la Medialuna Fértil. Se trata de un semicírculo de tierra que va desde Egipto, pasando por Palestina y Siria, para bajar luego al Río Éufrates, hasta el Golfo Pérsico. En el medio del bienestar y de la cultura de Ur, Dios llamó a Abraham a abandonar su hogar sedentario y comenzar una vida nómada, viajando hacia la tierra de Palestina. Dios le prometió:
Haré de ti una nación grande, te bendeciré… y serán benditas en ti todas las familias de la tierra». (Gn 12.2-3)
UR: LA CIUDAD DE ABRAHAM
Abraham y su esposa Sara vivían en la ciudad de Ur, en el sur de Babilonia, cuando Dios les dio nuevas instrucciones. Debían abandonar la seguridad de la ciudad con su gran templo al dios-luna, y partir en un largo viaje a una nueva tierra que Dios prometía darles.
Excavaciones en el lugar del antiguo Ur han descubierto los restos de casas de ciudadanos acaudalados: dos pisos construidos alrededor de un patio pavimentado. Grandes cantidades de tablillas de arcilla proporcionan registros del comercio —adquisición de tierras, herencias, matrimonios— y de asuntos diplomáticos. Por su parte, las ruinas de un gran templo piramidal escalonado dan testimonio de la importancia de la religión.
Abraham obedeció al llamado de Dios. Por el resto de su vida viviría como un nómada, trasladándose en función de las necesidades de agua de sus rebaños y familia, aunque siempre dentro de la tierra de Canaán que Dios había prometido a sus descendientes.
Dios hizo un pacto o alianza con Abraham. En una solemne ceremonia, prometió que los descendientes de Abraham serían tan numerosos como las arenas de la playa o las estrellas del cielo, y que heredarían la tierra de Canaán. Había un gran obstáculo en la forma en que Dios había dispuesto cumplir su promesa. Abraham y Sara no tenían hijos y ambos eran viejos. Sin embargo, la promesa involucraba a sus descendientes.
Después de muchos duros años de espera, cuando Sara había sobrepasado la edad de tener hijos, la promesa de Dios se cumplió y nació un hijo, Isaac. La Biblia alaba a Abraham por su fe, porque continuó confiando en Dios aun cuando parecía imposible que la promesa se cumpliera.
Una prueba aun mayor tuvo que afrontar la fe de Abraham. Cuando Isaac era ya un muchacho, Dios hizo lo impensable y le pidió a Abraham que ofreciera a su hijo en sacrificio. En aquel tiempo se practicaban sacrificios humanos entre los pueblos vecinos.
Con el corazón dolido, Abraham se puso en camino con su atesorado y muy amado hijo. Mientras iban hacia el lugar del sacrificio, Isaac advirtió que algo estaba mal, y dijo:
—Tenemos el fuego y la leña, pero ¿dónde está el cordero para el holocausto?
Abraham respondió:
—Dios proveerá el cordero para el holocausto, hijo mío. (Gn 22.7-8)
Al levantar Abraham el cuchillo para matar a su hijo, el ángel de Dios lo detuvo:
—No extiendas tu mano sobre el muchacho ni le hagas nada, pues ya sé que temes a Dios, por cuanto no me rehusaste a tu hijo, tu único hijo. (Gn 22.12)
Abraham encontró un carnero en los arbustos, enredado por sus cuernos. Lo ofreció en holocausto a Dios, en lugar de su hijo. Ahora Abraham sabía que su Dios no quería los sacrificios humanos que otros dioses exigían. También descubrió que estaba preparado para confiar absolutamente en Dios y darle el primer lugar, antes de cualquier otra cosa.
El pueblo judío considera a Abraham como el padre de su nación. No solo fue el antecesor físico de sus tribus, sino que la promesa divina de heredar una nación y una tierra le fue hecha a él. Abraham es también el principal ejemplo de alguien que confía en Dios y le obedece de todo corazón.
La época de los patriarcas
Abraham, Isaac y Jacob suelen llamarse «los patriarcas» porque fueron los padres fundadores de su nación. Si bien en el pasado algunos eruditos pusieron en duda su existencia, hay muchas buenas razones para creer que sí vivieron. Probablemente vivieron en la Edad Media del Bronce, entre los años 2000 y 1500 a.C., aunque algunos los ubican entre 3000 y 1000 a.C.
En ese período muchas tribus migraban en la región. Los patriarcas iban de un lugar a otro en Palestina, donde entonces había un cierto número de ciudades-estados que tenían fuertes lazos con Egipto. Posiblemente los nómadas tenían autorización para apacentar sus rebaños en los campos, después de las cosechas. También podían dirigirse a un oasis —uno era Beerseba— en busca de pasto y agua.
Jacob
Con el tiempo, Isaac contrajo matrimonio y tuvo hijos mellizos. Solo uno de los dos continuaría la línea familiar y las promesas del pacto hecho por Dios con Abraham. Antes de que los niños nacieran, Dios dijo a la madre, Rebeca, que el hijo menor sería el elegido. Sin embargo Isaac favorecía a Esaú, el mayor, y Jacob trató de escamotear a su hermano mayor el derecho que tenía a la sucesión de las promesas y bendiciones de Dios.
Pese a sus intrigas y engaños, Jacob realmente daba valor a las promesas de Dios, mientras que su hermano Esaú, aunque atractivo y simpático, no las tenía en cuenta. Dios utilizó las muchas y severas experiencias de la vida de Jacob para acercarlo a él y transformarlo de un embaucador marrullero en una persona de firme confianza en Dios.
Camino a casa, después de muchos años de exilio, Jacob tuvo un extraño encuentro. Durante toda la noche luchó con un misterioso forastero. Al final del combate, Jacob exclamó: «Vi a Dios cara a cara».
Jacob el engañador pasó a ser «Israel», el que lucha, o el que persevera en Dios. Este nuevo nombre fue dado a sus descendientes.
Jacob tuvo seis hijos varones de su primera mujer, Lea, y una hija, Dina. Tuvo dos hijos con cada una de las esclavas de sus dos esposas y, más adelante, dos hijos de Raquel, su segunda esposa, a quien amaba entrañablemente. Fueron los once hijos de Jacob, y los dos hijos de su favorito José, quienes se convirtieron en los líderes tribales de la nación de Israel.
Los primeros cinco libros de la Biblia
Los primeros cinco libros de la Biblia suelen formar un grupo conocido como el Pentateuco o cinco libros. El nombre judío es Torá, que significa instrucción o enseñanza. Estos son los libros de la ley de Dios.
Eruditos del siglo XIX desarrollaron la teoría de que había cuatro estratos distintos en los textos del Pentateuco. Algunos de estos estratos se diferenciaban por la forma del nombre empleado para designar a Dios. El autor que usó el nombre Yahvé es conocido como J. El que usó Elohim, E. Un grupo sacerdotal de autores es llamado P, y se usa D para los autores deuteronómicos; se cree que estos reunieron y editaron el libro de Deuteronomio y otros libros con el mismo tipo de mensaje. La teoría se volvió más compleja en años recientes, al identificarse muchos otros estratos. Hoy se la pone en tela de juicio.
Algunas partes de los cinco libros son claramente muy antiguas y parecen remontarse a registros orales o escritos del propio Moisés. El hecho es que se incluyen muchas tradiciones diferentes, y los editores finales utilizaron su propio saber y entender en la compilación de los libros. También es incierta la fecha en que vivieron estos compiladores.
Los eruditos prosiguen el debate, olvidando a veces que esta forma de mirar el texto no debería impedirnos la contemplación de su significado primordial y su tema de conjunto. Lo esencial es leer y comprender el texto en su estado actual.
La historia de José
De todos sus hijos, Jacob amaba más a José. Era el primogénito de su muy amada esposa Raquel. Los otros hermanos, sin embargo, estaban celosos de José, especialmente cuando les contaba sus sueños: sueños en los que él se enseñoreaba sobre el resto de la familia. Un día en que fue enviado a ver a sus hermanos que estaban lejos, apacentando el ganado, estos encontraron la manera de librarse de él. Lo arrojaron a un pozo vacío, y luego lo vendieron a unos mercaderes que viajaban rumbo a Egipto.
En Egipto, la suerte de José fluctuó violentamente. Comprado como esclavo por Potifar, importante funcionario del rey de Egipto, José se mostró capaz y digno de confianza. Muy pronto se convirtió en el mayordomo de la casa. Pero la mujer de Potifar puso en él sus ojos. Cuando José rechazó sus intentos de seducción, ella lo acusó a gritos de intentar violarla, y José fue arrojado a la cárcel. No importa cuán adversas fueran las circunstancias, el autor nos dice que «Jehová estaba con José».
En la prisión, José se ganó muy pronto la confianza del carcelero. Se hizo famoso por explicar sus sueños a dos funcionarios del faraón que también estaban presos junto con él. Los antiguos egipcios creían firmemente en los sueños como una clave para conocer el futuro. Había manuales para su interpretación. El jefe de los coperos, cuyo sueño había sido interpretado por José, fue liberado. Se acordó de José cuando el faraón tuvo un sueño que nadie entendía. José fue sacado rápidamente de la prisión y vestido para presentarse ante el rey. Interpretó los sueños del faraón, y reconoció prestamente a Dios como la fuente de su asombrosa capacidad de visión: primero vendrían siete años de abundancia, seguidos por siete años de una terrible hambruna. Impresionado, el faraón puso a José a cargo del almacenamiento y distribución de alimentos.
Así, por un golpe de suerte (o, como creía José, por designio de Dios), sus hermanos llegaron un día —sin sospechar nada— a mendigarle comida, ya que el hambre también había alcanzado a su tierra. Por un tiempo José mantuvo secreta su identidad, pero al fin perdió el control y les confesó quién era, perdonándolos y rogándoles que trajeran al anciano Jacob y a sus familias para establecerse en Egipto, donde había alimento para todos.
Allí, en el país de Egipto, termina el libro de Génesis. Pero la promesa de Dios no fue olvidada. Antes de morir, José impartió instrucciones para que llevaran sus huesos cuando la familia abandonara Egipto, pues estaba seguro de que eso ocurriría. Él quería descansar por fin en la tierra prometida por Dios.
No hay comentarios:
Publicar un comentario