Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6
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La conclusión de Sartre
Uno
de los pensadores más influyentes de nuestra generación es, sin duda alguna, el
existencialista francés Jean Paul Sartre. Junto su compañera y alter ego Simone
de Beauvoir, marcó un hito en el pensamiento occidental de la post guerra. No
es mi intención por el momento navegar por las aguas del existencialismo en un
brazo de mar tan pequeño, sino concentrarme en el concepto que Sartre tenía del
hombre.
Sartre
parte de la premisa de que no existe Dios y, por lo tanto, no considera al
hombre como un ser creado bajo la autoridad de un Ser superior, ni tampoco
presupone un propósito fuera de nosotros mismos que debamos perseguir: “El
hombre, dice Sartre, es nada más que lo que él hace de sí mismo. Ese es el
primer principio del existencialismo”. Y de ese principio fundamental se deriva
lo que podríamos llamar la libertad soberana del hombre. Para Sartre, la
libertad no es otra cosa que el poder que supuestamente poseemos de definir
nuestro propio ser, de determinar lo que somos.
Y ¿qué
es lo que realmente somos? Según él, eso es algo que no podemos establecer con
certeza en ningún punto de nuestra existencia porque nuestro ser no posee una
esencia fija, sino que es algo que estamos determinando continuamente por
nosotros mismos: “La naturaleza humana no existe, ya que no existe ningún Dios”
que nos provea un concepto adecuado de ella.
El
hombre está en un constante proceso de llegar a ser y, por lo tanto, nunca
podremos decir lo que un hombre realmente es. Consecuentemente, según Sartre,
el hombre es nada, una pasión inútil. ¡Que ironía! Echando a Dios fuera de su
sistema filosófico, y tomando al hombre como punto de partida para explicar su
esencia, termina reduciéndolo a nada.
De
manera que el ateismo no sólo atenta contra la existencia de Dios, sino también
contra la humanidad del ser humano. Cuando el hombre pretende obviar a Dios
pierde el único punto objetivo de referencia que le permite establecer su
significado y propósito.
Sorprendentemente
al final de su vida el pensamiento de Sartre dio un giro inesperado; unos meses
antes de morir escribió: “No siento que yo sea un producto de la casualidad,
una mota de polvo en el universo, sino alguien que era esperado, prefigurado.
En conclusión un ser que solamente un creador pudo colocar aquí; y esta idea de
una mano creadora se refiere a Dios”. ¿Será posible que el viejo pensador haya
encontrado algo trascendental que había perdido de vista luego de 75 años de
búsqueda?
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