sábado, 8 de agosto de 2015

Subí según una revelación, y para no correr o haber corrido en vano, expuse en privado a los que tenían cierta reputación el evangelio que predico entre los gentiles.

Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6



 
Tipo de Archivo: PDF | Tamaño: MBytes | Idioma: Spanish | Categoría: Capacitación Ministerial
Información 


CONSTRUCCIÓN DE SERMONES
GÁLATAS 2:1-10

1 Después, pasados catorce años, subí otra vez a Jerusalén con Bernabé, llevando                también   conmigo a Tito. 
2 Pero subí según una revelación, y para no correr o haber corrido en vano, expuse en            privado a los que tenían cierta reputación el evangelio que predico entre los gentiles. 
3 Mas ni aun Tito, que estaba conmigo, con todo y ser griego, fue obligado a circuncidarse; 4 y esto a pesar de los falsos hermanos introducidos a escondidas, que entraban para            espiar nuestra libertad que tenemos en Cristo Jesús, para reducirnos a esclavitud, 
5 a los cuales ni por un momento accedimos a someternos, para que la verdad del                  evangelio permaneciese con vosotros. 
6 Pero de los que tenían reputación de ser algo (lo que hayan sido en otro tiempo nada me    importa; Dios no hace acepción de personas), a mí, pues, los de reputación nada nuevo      me comunicaron. 
7 Antes por el contrario, como vieron que me había sido encomendado el evangelio de la        incircuncisión, como a Pedro el de la circuncisión 
8 (pues el que actuó en Pedro para el apostolado de la circuncisión, actuó también en mí        para con los gentiles), 
9 y reconociendo la gracia que me había sido dada, Jacobo, Cefas y Juan, que eran                considerados como columnas, nos dieron a mí y a Bernabé la diestra en señal de                compañerismo, para que nosotros fuésemos a los gentiles, y ellos a la circuncisión. 
10 Solamente nos pidieron que nos acordásemos de los pobres; lo cual también procuré          con diligencia hacer.


En el capítulo 1 el apóstol demostró que había recibido su evangelio directamente de Cristo, y no de hombres ni a través de este u otro hombre. Ahora pasa a mostrar que, en virtud de este mismo hecho, el evangelio que proclama es independiente de la evaluación humana. Un evangelio dado por Dios no necesita de la validación de los hombres. Puede “valerse por sí mismo”. 

Y por esta precisa razón, tan pronto como las “columnas” de Jerusalén entendieron que Dios mismo les había encomendado el evangelio a Pablo y Bernabé, les extendieron la diestra en señal de compañerismo y acordaron dividir la obra. ¡Jacobo, Cefas y Juan reconocieron la mano de Dios cuando la vieron!

1. El párrafo empieza de la siguiente manera: Entonces después de un intervalo de catorce años, subí otra vez a Jerusalén con Bernabé, llevando también a Tito conmigo. En 1:15, 16, Pablo, habló en tono conmovedor sobre su conversión. En el versículo 18 de ese mismo capítulo relató como después de tres años fue a Jerusalén para conocer a Pedro. Habiendo dejado Jerusalén, estuvo algún tiempo en Siria y Cilicia (v. 21). 

Ahora bien, cuando Pablo continúa, él dice, “Entonces, después de un intervalo de catorce años, subí a Jerusalén”, es natural interpretar su afirmación como si indicara que el viaje a Jerusalén del que habla ocurrió catorce años después de la otra visita que describió en 1:18, y no catorce años después de su conversión. 

Si Pablo se convirtió en el año 34 d.C., entonces el primer viaje a Jerusalén, “después de tres años”, aconteció cerca del año 37 d.C. No obstante, como ya hemos dicho, es imposible ser preciso, ya que estos “tres años” podrían no haber sido tres años completos tal como ahora los computamos. Por eso, la fecha podría haber sido el año 36 d.C. 

En forma similar, lo único que podemos decir sobre la expresión “después de un intervalo de catorce años” es que probablemente ese viaje a Jerusalén, descrito aquí en el capítulo dos, se llevó a cabo más o menos por el año 50 d.C.

Entre el viaje a Jerusalén del que se habla en 1:18 y el mencionado en 2:1, Pablo estuvo en Tarso, trabajó con Bernabé en Antioquía de Siria, y por el tiempo en que Herodes Agripa murió (44 d.C.) acompañó a Bernabé a Jerusalén en una misión de ayuda, volvió a Antioquía, y desde allí Pablo y Bernabé—después de estos catorce años—hicieron su viaje a Jerusalén. Fueron enviados a Jerusalén para asegurar la libertad de los gentiles en contra de la insistente demanda de los judaizantes que los gentiles deberían ser circuncidados (Hch. 15:1, 2; Gá. 5:1). 

Dentro de las mentes de Pablo y Bernabé el asunto estaba bien claro, pero si era necesario probarían a toda la asamblea que el punto de vista que ellos tenían como también el curso que habían seguido era el único correcto.

Es evidente que, al igual que muchos intérpretes, acepto el punto de vista que identifica el viaje de Gá. 2 con el de Hch. 15. Mis razones son las siguientes:
(1) La gran pregunta de ambos relatos era esta: “¿Es Cristo suficiente para la salvación?”
Expresada de otra forma, esta pregunta la podemos colocar en estas palabras, “Es necesario exigir a los gentiles que han abrazado a Cristo con fe viva que, además de eso, y para conseguir su salvación, guarden las ordenanzas de Moisés?” Específicamente, “¿es necesario que sean circuncidados?” (cf. Hch. 15:1–3, 10 con Gá. 2:3; 4:10; 5:2–4; 6:12, 13).

(2) Hechos menciona a quienes fueron los oradores principales, a saber, Pedro, Bernabé, Pablo y Jacobo (15:7, 12, 13). Estos cuatro también son mencionados en Gálatas como los líderes junto con Juan (2:7, 9).

(3) Según Hechos, Bernabé y Pablo relataron delante de toda la asamblea “cuán grandes señales y maravillas había hecho Dios por medio de ellos entre los gentiles” (15:12). Y en Gálatas, Pablo informa, “expuse delante de ellos el evangelio que acostumbro predicar entre los gentiles”. También, “el que obraba (Dios) … también operó en mí a favor de los gentiles” (2:2a, 8).

(4) Según Hechos, “algunos de la secta de los fariseos” dijeron a la asamblea que la circuncisión también era una necesidad para los gentiles (15:5). En gálatas también se dejan oír las voces de estos judaizantes (2:4, 5).

(5) En el relato de Lucas no se registra ninguna rendición a los deseos y opiniones de los judaizantes (Hch. 15:8–19). Esto se afirma claramente en 15:10. La declaración de Gálatas es tan fuerte como la de Hechos: “a quienes (esto es, a los falsos hermanos) ni por un momento accedimos a someternos” (2:5).

(6) Según Hechos, había perfecta armonía entre los líderes (15:8–29). Así lo es también en Gálatas, si se sigue la interpretación más razonable: Jacobo, Cefas y Juan extendieron la diestra a Pablo y Bernabé (2:5, 9).

Otros prefieren identificar la visita registrada en Gá. 2 con la de Hch. 11:27–30; 12:25. Las razones que tienen para esto pueden deducirse de la nota 45, especialmente del punto (7).
Con el debido respeto a la erudición de todos los hombres eminentes que favorecen esta teoría y a sus muchas obras valiosas, que ellos (como también los que están en desacuerdo con ellos) han producido, a continuación presentaré las razones por las que no puedo concordar con ellos:
(1) Los dos relatos difieren en su tema principal. Gálatas capítulo 2 trata con la cuestión de si los gentiles que se vuelven a Cristo deben o no circuncidarse; en Hechos 11 y 12 se narra una misión de ayuda o socorro, y (en la sección mencionada) no se dice una palabra sobre la circuncisión.

(2) En Hch. 11:27–30; 12:25 es Bernabé el que toma la delantera (note, “Bernabé y Saúl” en 11:30 y 12:25). En Gálatas 2 Bernabé no tiene el papel principal (véase 2:1, 6, 8, 9).

(3) Si la visita registrada en Gá. 2:1–10 es la misma de Hch. 11:27–30; 12:25, entonces el asunto de si los gentiles debían o no recibir la circuncisión fue decidido en forma oficial mucho antes del tiempo del concilio de Jerusalén descrito en Hechos 15. En base a esta suposición, ¿no habría sido superfluo dicho concilio?

(4) Hch. 11:30 sólo menciona a los ancianos (“enviándolo a los ancianos”). No se hace referencia a ningún “apóstol”, sea como grupo o en forma individual. De modo que en este punto Gá. 2 (véase el v. 9) nuevamente se asemeja a Hch. 15 (véanse los vv. 7, 12, 22) mucho más que Hch. 11:27–30; 12:25.

(5) Cronológicamente, el identificar la visita registrada en Gá. 2 con la misión de ayuda descrita en Hch. 11:27–30; 12:25, presenta dificultades insuperables, ya que en ese caso, la visita debió haber ocurrido por el tiempo en que Herodes Agripa I muriera, es decir, cerca del año 44 d.C. 

Esto significaría que la primera visita que el apóstol hizo a Jerusalén después de su conversión—catorce años atrás—debió ocurrir alrededor del año 30 o 31 d.C., y la conversión misma “tres años” antes que eso; esto es, durante el ministerio terrenal del Señor. 

Esta conclusión sólo podŕa evitarse mediante una explicación muy poco natural de Gá. 2:1. Quizá la observación de Lenski no sea demasiado fuerte, “La suposición de que (en Gá. 2:1) Pablo está hablando de la visita que él y Bernabé hicieran a Jerusalén para llevar ayuda … (Hch. 11:27–30; 12:25) es cronológicamente imposible” (op. cit., p. 68).

Ahora bien, cuando Pablo dice que después de un intervalo de catorce años, subió otra vez a Jerusalén, la expresión otra vez no significa necesariamente “por segunda vez”. Puede significar simplemente “nuevamente”, sin indicar cuantos viajes se hicieron antes a Jerusalén.49 

Además, no es de ninguna forma extraño que Pablo, aquí en el segundo capítulo de Gálatas, no diga ni una palabra sobre la misión de ayuda registrada en Hch. 11:27–30; 12:25. El hecho simple es que ya no está hablando per se acerca de la fuente de su evangelio sino más bien acerca de lo que implica el hecho que lo haya recibido de Dios directamente; y la verdad sobreentendida es que su evangelio es independiente, no necesita presentarse con el sombrero en la mano para rogar la aprobación humana para que pueda existir y operar adecuadamente.

Debemos recordar que sea lo que haya ocurrido en el año 44 d.C.—sea que haya habido una misión de ayuda o lo que sea—no hubiera tenido relación con el asunto de cómo Pablo había recibido originalmente el evangelio, ¡ya que por ese tiempo él había sido un apóstol por algunos diez años! No sólo había estado predicando el evangelio en Damasco y en Jerusalén, pero también en (¿Tarso? y) Antioquía de Siria. 

El asunto es exactamente como lo plantea Greijdanus: “La pregunta de si Pablo, al obtener su ministerio en el evangelio, había dependido de los otros apóstoles sólo puede hacerse en conexión con el primer período de ese ministerio”. Ni siquiera es estrictamente necesario discutir que en la misión de ayuda Pablo y Bernabé sólo se encontraron con los “ancianos”, y no con los “apóstoles” de Jerusalén, puesto que si alguno de los apóstoles estuvo presente en la recepción, y aunque Pablo quedara con ellos por todo un año ¡no podrían haberle entregado el evangelio que él ya tenía, y que ya había estado proclamando por un período tan largo! Esta es la respuesta a la objeción (7).

Entre los hombres que fueron a Jerusalén, se señalan definidamente a tres, Pablo, Bernabé y Tito.

Pablo era un hombre de una ilimitada energía, firme determinación, con profunda devoción a su Señor, celoso en ganar almas, y con una resuelta renuencia a que la gran causa de la evangelización de los gentiles fuese estorbada de cualquier manera. No sólo era un gigante intelectual, sino que era un hombre profundamente emocional y con mucho tacto. Sin embargo, dado que estas cualidades ya han sido expuestas en algún detalle en otros comentarios de esta serie, no es necesario repetir lo mismo aquí.Pablo era verdaderamente un “hombre en Cristo”, y por todas estas razones la persona apropiada para ser enviada a Jerusalén con el fin ya indicado.

Muchas de estas características también se aplican a Bernabé, el levita de la isla de Chipre. Por medio de las muchas referencias que la Biblia hace de él—aproximadamente treinta—podemos llegar a tener un cuadro más o menos completo. Era “varón bueno, y lleno del Espíritu Santo y de fe” (Hch. 11:24). 

Su nombre mismo, Bernabé, esto es, “hijo de profecía” (Hch. 4:36), y así “de consolación” (VRV) o “exhortación” (BJer., A.R.V., N.E.B.) o “aliento” (R.S.V., Williams), fue un sustituto apropiado de su nombre José, que le dieron al nacer. Era un hombre con mucha elocuencia espiritual. Cuando se le menciona por primera vez (Hch. 4:36, 37) había cambiado su residencia de Chipre a Jerusalén, donde compró una propiedad. 

Pero cuando se daba cuenta que muchos de los santos de esa ciudad y sus alrededores eran pobres, una condición debida a una gran hambre en la región, pero también posiblemente a su fe en Cristo, él, que también era creyente y lleno de generosidad, vendió un campo que tenía y trajo el dinero a los pies de los apóstoles. 

Este mismo espíritu de generosidad, unido ahora a una agradable confiabilidad, también se manifestó en una forma totalmente distinta. Le llevó a disipar las sospechas de los discípulos cuando Saulo de Tarso, conocido como un mordaz perseguidor de la iglesia, repentinamente entró en la ciudad de Jerusalén y afirmó que él había experimentado una dramática conversión. Cuando nadie creía su historia, sólo Bernabé estuvo de parte del convertido, consiguiendo su entrada a la comunión de los discípulos (Hch. 9:26–28). A estos rasgos de la elocuencia, la generosidad, y la confianza debemos añadir el de una mentalidad misionera, que quiere decir comprensivo y de un criterio amplio (en el mejor sentido de la palabra). 

No tenía ningún escrúpulo en dejar entrar a los gentiles a la iglesia en base a su sola fe en Cristo, “sin las obras de la ley”. Por consiguiente, cuando, en Antioquía de Siria, a causa de la predicación de sus propios compatriotas y de otros más, un gran número de griegos “se convirtió al Señor”, fue Bernabé el que fue enviado por la iglesia de Jerusalén para guiar y dirigir esta nueva comunidad cristiana (Hch. 11:19–22). Es verdaderamente conmovedora la descripción que se da de la reacción que este ardiente misionero tuvo al ver la grandiosa obra de Dios en Antioquía: “Cuando llegó, y vio la gracia de Dios, se regocijó, y exhortó a todos a que con propósito de corazón permaneciesen fieles al Señor” (Hch. 11:23). ¡Qué cuadro más genuino de un cariño paternal! 

Agreguemos también la sabiduría, una sabiduría que en cierto sentido sobrepasaba a la de Moisés (véase Ex. 18; Nm. 11:17). Mientras que Moisés se recargó de trabajo y se le tuvo que aconsejar que debía compartir su responsabilidad con otros, Bernabé, al enfrentarse con una situación parecida, por su propia iniciativa se puso en acción inmediatamente y consiguió la ayuda de Pablo, a quien buscó y halló en Tarso. De esta forma, los dos trabajaron juntos por todo un año en aquel campo fructífero (Hch. 11:25, 26). Y el Señor bendijo sus esfuerzos. También fueron enviados los dos a Jerusalén, llevando las ofrendas para los necesitados (Hch. 11:27–30; 12:25). 

Y, habiendo regresado a Antioquía, los dos eran comisionados como misioneros y empezaron un viaje que llegó a ser conocido como el “primer viaje misionero” de Pablo (Hch. 13:lss). En este punto fue que otra virtud de Bernabé se dio a conocer, pues tenía muchas; nos referimos a su marcada humildad; porque, a pesar de que el hombre (Pablo), que al principio era su ayudante, poco a poco tomó la dirección, “el hijo de exhortación” (Bernabé) jamás mostró el más mínimo resentimiento en cuanto a este respecto. Y coronando todas sus virtudes, podemos añadir la paciencia, la disposición de dar a un desertor otra oportunidad. 

Esta característica se mostraría un poco después del concilio de Jerusalén, al que se refiere Gá. 2, pero lo mencionamos aquí para completar el cuadro. El desertor fue Juan Marcos, quien, habiendo empezado el primer viaje misionero junto con Pablo y Bernabé, les abandonó a la mitad del viaje para regresar a casa. Debido a este acto de deslealtad y cobardía, Pablo rechazó la sugerencia de Bernabé poco después del concilio, que Marcos les acompañe en el segundo viaje misioncro. Se levantó “un desacuerdo muy grande” entre los dos líderes (Hch. 15:36–41). 

Mas Bernabé se puso al lado de Juan Marcos, aun si eso significara separarse de la compañía de Pablo. Y su paciencia fue premiada magníficamente, ya que este mismo Marcos más trade llegó a ser “un consuelo” para Pablo (Col. 4:10b, 11), “muy útil” en la obra del reino (2 Ti. 4:11), ¡y el escritor del segundo Evangelio!

El propósito que tenemos al dar esta descripción no es exaltar a Bernabé por sobre Pablo, como si el primero fuera el mejor de los dos. En cuanto a Marcos, ¿no tenía necesidad de la fuerte disciplina de Pablo como de la incansable paciencia de Bernabé … y, además, de la supervisión paternal de Pedro?. Además, el hecho de que Bernabé también tuvo sus momentos de debilidad está claro por Gá. 2:13. 

Y en cuanto a capacidad de liderazgo, una penetración profunda en la verdad redentora y una consistencia en aplicar esta verdad a las condiciones del diario vivir, ¿había alguien en el tiempo de los apóstoles que superara a Pablo? No había ninguno, ¡ni aun Bernabé! Por tanto, el verdadero propósito de la descripción que hicimos de Pablo y Bernabé era mostrar cuan idóneos eran estos dos grandes hombres, idóneos para realizar la tarea que tenían de asegurar en Jerusalén que los gentiles que habían sido traídos al rebaño de Cristo no perdieran su libertad, que otros, judíos y gentiles, también fueran agregados a la multitud de los salvados, y que la gloria de Cristo como el todosuficiente Salvador no fuera debilitada.

También estaba Tito, quien asistiera por iniciativa de Pablo, tal come lo indica el v. 1, “llevando también conmigo a Tito”. Para una descripción de su carácter, véase C.N.T. sobre 1 y 2 Timoteo y Tito, pp. 45–48. Por esa descripción podemos darnos cuenta que el apóstol no podría haber llevado a un hermano en el Señor mejor que él, pues siempre estaba dispuesto y deseoso de cooperar en cualquier forma, y quien, siendo de raza gentil pura, y por consiguiente incircunciso, era un caso de prueba, un desafío definido contra los judaizantes, como ya lo explicamos. 

Pablo continúa, Además, subí como resultado de una revelación. Cualquier duda que pudiera haber habido de parte de Pablo cuando él junto con otros más fuera delegado por la iglesia de Antioquía para ir a Jerusalén con el propósito que ya indicamos, fue quitada por esta revelación divina. Véase la nota 45, punto (4). El Señor sabía que la conferencia que iba a realizarse sería de inmenso valor, no sólo para Pablo, Bernabé, Tito, etc., sino que para Jacobo, Cefas y Juan; y, de hecho, para toda la asamblea; sí, aun para toda la iglesia sobre la tierra, tanto de ese entonces como la de los siglos venideros. 

Continúa, y expuse delante de ellos el evangelio que acostumbro predicar entre los gentiles. Para un comentario sobre esta declaración, véase Hch. 15:4, 12. Con mucho entusiasmo y sinceridad Pablo y Bernabé contaron a toda la asamblea su proceder en cuanto a la proclamación a los gentiles del evangelio de la salvación gratuita, libre de toda ordenanza ceremonial. Se deleitaron especialmente al referirles cuán maravillosamente el Señor había colocado su sello de aprobación en la obra que habían realizado por medio de conversiones, señales y prodigios.

Además de la reunión a que asistieron “los apóstoles y los ancianos y toda la iglesia” (Hch. 15:22), también hubo una reunión privada, una reunión de los líderes: Pablo, Bernabé, Jacobo, Cefas y Juan. Tomando un término que los judaizantes usaban con mucho apego para referirse a los últimos tres de la lista de cinco hombres, a saber, “los de fama o reputación”, Pablo continúa, pero (lo hice) en privado a “los de reputación”. No es de gran importancia que lleguemos a saber con exactitud en qué momento se realizaó esta reunión, o si estos líderes se reunieron una o más veces. 

No obstante, es razonable creer que cuando la delegación de Antioquía llegó a Jerusalén, lo primero que hicieron fue reunirse con los líderes de la iglesia local. Ya que el término “los de reputación” no aparece sólo una vez sino cuatro veces de una forma u otra (2:2, 6a, 6b, 9), es muy probable que el apóstol esté usando la forma de expresarse que tenían sus oponentes. Sin embargo, Pablo no está tratando de restarle importancia a los hombres eminentes de la iglesia de Jerusalén. No está usando la frase “los de reputación” con el fin de burlarse de ellos o para ridiculizarlos. 

Es cierto que la frase tiene cierto grado de resentimiento, pero Pablo no dirige esas palabras a Jacobo, Cefas y Juan, sino a los legalistas que se habían hecho el hábito de exaltar a estos tres hombres a expensas de Pablo, un hombre que según su parecer era insignificante, un apóstol de segunda mano, e indigno de ser llamado “apóstol”. ¡Recordemos siempre que lo básico de su ataque a Pablo era un ataque al evangelio que predicaba! Lo que Pablo defiende aquí, entonces, es la dignidad e independencia de este evangelio.

Continúa, para dejar en claro que no estaba corriendo ni había corrido en vano; o, en forma un poco más literal, “no sea que de alguna manera corriera o hubiera corrido en vano”. Si los demás apóstoles (al mismo tiempo que Pablo predicaba el evangelio de la justificación por la sola fe y sin las obras de la ley) hubieran estado de acuerdo con él en principio, pero si también hubiesen sido “blandos” en su actitud hacia aquellos que seriamente ponían en duda la posición y predicación del apóstol, la causa de la obra misionera entre los gentiles habría sido seriamente dañada. La eficacia del trabajo que Pablo había realizado en el pasado y que todavía realizaba habría sido decisivamente debilitada.

3–5. Sin embargo, todo temor que Pablo podría haber tenido en este respecto, rápidamente se desvaneció. Y escribe, Con todo, ni siquiera Tito que estaba conmigo, fue obligado a circuncidarse, a pesar de ser griego; (en realidad, nunca se habría levantado esa sugerencia), si no fuera por los falsos hermanos entremetidos. 

¡Ni siquiera Tito! Si un cristiano totalmente de raza gentil no fue obligado a circuncidarse, a pesar de estar en la tierra misma de los judíos y en una asamblea en la que los líderes cristianos eran judíos, con toda seguridad, entonces, nadie podría objetar que se anularía este requisito en el caso de otros convertidos que no eran judíos y que vivían en un medio ambiente que es en parte o totalmente gentil. 

Los líderes de Jerusalén estuvieron de acuerdo desde el principio con la posición de Pablo y Bernabé en cuanto al asunto de la circuncisión de los gentiles que aceptaban a Cristo. ¿No fue Pedro el que (en medio de la sesión plenaria de la asamblea) pronunció estas palabras enfáticas: “Ahora, pues, ¿por qué tentáis a Dios, poniendo sobre la cerviz de los discípulos un yugo que ni nuestros padres ni nosotros hemos podido llevar?” (Hch. 15:10). ¿Y no apoyó inmediatamente esa posición de Jacobo al decir que no se debiera inquietar a los gentiles que se convierten a Dios? (15:19). No es que todo haya sido fácil en esa reunión pública. 

Está impícito por Hch. 15:5, 7 y Gá. 2:4, 5 que los judaizantes expresaron su opinión en términos inequívocos. Pero el punto es este: según los dos relatos, ¡los líderes en ningún momento vacilaron! La sugerencia de que Tito debía ser circuncidado nunca se hubiera introducido a no ser que los judaizantes la mencionaran. Ellos—y ellos sólo—fueron los que empezaron con el problema. 

Pablo dice ahora que fueron ellos, los intrusos que no habían sido invitados, quienes se habían infiltrado en la asamblea por algún lado, los que se habían infiltrado en nuestras líneas para espiar nuestra libertad que tenemos en Cristo Jesús. Los intrusos se mezclaron con los verdaderos creyentes con el propósito de espiar, esto es, para descubrir la situación estratégica de sus oponentes—sus lados fuertes y débiles—y específicamente, su libertad, esto es, su libertad de la maldición de la ley, de la ley como el camino de la salvación, y del cumplimiento ceremonial que esa ley exige. Esta es la libertad que los creyentes gozan “en Cristo”, porque si no hubiera sido por su expiación estarían desprovistos de ella (véase sobre Gá. 3:13). 

Continúa, para de este modo reducirnos a esclavitud. La palabra esclavitud, tal como aquí se usa, no es un término demasiado fuerte, puesto que las demandas de la ley constituyeron un yugo insoportable, lo que no sólo fue expresado por Pedro (Hch. 15:10), sino por Pablo también (Gá. 5:1). El esfuerzo para tratar de cumplir con estas demandas equivale a un afán a sangre para alcanzar a Dios con las fuerzas propias, un tremendo esfuerzo para obtener la salvación por las obras de la ley, sólo para descubrir después que es un esfuerzo inútil, y que, al igual que la mosca en la tela de araña, mientras más se lucha más se esclaviza.

Así que, en cuanto a estos seudohermanos, estos infiltrados, el apóstol afirma, a quienes ni siquiera por un momento55 accedimos a someternos. El significado es evidente y sencillo: en ningún momento durante la conferencia—sea en la entrevista en privado o en la reunión pública; sea al comienzo, en el medio, o al terminar—se sometió a los deseos de los enemigos del único y verdadero evangelio. 

Fue el mismísimo evangelio, sea que fuera predicado por Pablo o Bernabé; por Cefas, Jacobo o Juan. Y no dependía de ninguna cosa que los hombres pudieran decir sobre él. Los apóstoles no podían añadirle nada ni restarle nada. Ni tampoco querían hacerlo: para que la verdad del evangelio—esto es, el evangelio en toda su pureza—pudiera continuar con vosotros. Aquellos que se oponen a la teoría de Galacia del sur a veces interpretan esta cláusula como queriendo decir, “para la verdad del evangelio pudiera continuar con vosotros, creyentes (en general) de los gentiles”. No obstante, debiera ser evidente de que en una carta escrita específicamente a los gálatas, una misiva con rasgos marcadamente locales, la otra explicación suena mucho más natural: “para que la verdad del evangelio pudiera continuar con vosotros gálatas”. 

Los gálatas ya habían sido evangelizados en el primer viaje misionero de Pablo. Poco después surgió el problema: los judaizantes habían tratado de cambiar el evangelio de Pablo, el evangelio de la salvación por la sola gracia a través de la fe, por el “evangelio” (¿?) de ellos, el de la salvación por gracia más las obras de la ley (probablemente enfatizando la última). ¿Cuál sería el punto de vista que prevalecería? 

La posición firme de Pablo y Bernabé, apoyada de principio a fin por las “columnas” de Jerusalén, tenía como fin que desde ahora en adelante los judaizantes ya no pudieran decir a los gálatas: “Pablo les ha engañado. Los que realmente son los “líderes eminentes” de la iglesia madre de Jerusalén están de acuerdo con nosotros y no con él”. De este modo, la posición inflexible que se tomó en Jerusalén contribuiría significativamente a que el verdadero evangelio se perpetuara entre los gálatas.

He aquí una lección para todos los tiempos. Pablo de ninguna manera era un hombre testarudo o inflexible. Por el contrario, estaba dispuesto a amoldarse él y a acomodar su mensaje a toda situación, haciéndose judío a los judíos, gentil a los gentiles (1 Co. 9:19–23). En Hch. 16:3; 21:17–26 se narran algunos ejemplos sorprendentes en cuanto a esto. 

Pero no estaba dispuesto a colocar ningún obstáculo en el camino del evangelio de Cristo (1 Co. 9:12). Por cierto, si se le juzga correctamente, era a causa de su inflexibilidad en cuanto a hacer cualquier cosa que estuviese en su poder para promover el sencillo evangelio de la gracia de Dios en toda su inmaculada pureza que era tan flexible en todo asunto de menor importancia.

6. Volviendo otra vez a “los de reputación” (para el significado de esta expresión, véase sobre el v. 2), Pablo prosigue, Ahora bien, de aquellos que tenían “la reputación” de ser algo—lo que hayan sido alguna vez a mí no me importa, Dios no hace acepción de personas—estos “de reputación” nada me impartieron a mí. La interrupción de la secuencia gramatical (“anacoluto”) es clara: cuando Pablo empieza diciendo “ahora bien, de aquellos que tenían ‘reputación’ de ser algo”, esperamos que concluya diciendo, “nada recibí”. En lugar de eso, se interrumpe a sí mismo. 

La comparación totalmente injusta que sus oponentes constantemente estaban haciendo entre él y “los de reputación”, como si él y su evangelio fueran definitivamente inferiores, hizo que él incluyera una observación parentética con referencia a estos líderes adulados, las “columnas” de Jerusalén, no para faltarles el respeto debido a ellos, sino desaprobando la comparación. Hecho esto, vuelve a entrar en materia, pero en lugar de completar la oración colocando el predicado, introduce otra cláusula independiente, en la cual las palabras “estos de reputación” constituyen el sujeto: “estos de reputación nada me impartieron a mí”. 

Por cierto, esta interrupción de la secuencia gramatical no produce ninguna diferencia en la esencia del significado de la frase. De haber alguna diferencia, se podría indicar en esta forma quizá: “no sólo yo, por mi parte, no recibí ni acepté ninguna doctrina u ordenanza nueva de estos hombres eminentes, sino que quiero enfatizar que ellos por su parte, tampoco trataron de imponerme ningún precepto a mí”. 

No obstante, el punto principal que debe enfatizarse en relación con esto, es el hecho que el anacoluto, junto con el paréntesis, muestra una fuerte emoción. Nos revela hasta qué grado Pablo era afectado por cualquier intento de degradar su misión divina y/o su evangelio. Por tanto, él desea poner en relieve el hecho de que los líderes de Jerusalén no trataron de imponer en ninguna forma ningún cambio en el evangelio (de la salvación por la sola gracia a través de la fe) que él había estado proclamando. 

Específicamente, ellos no aconsejaron a Pablo que él debía enseñar a los gentiles que además de creer en Jesucristo debían ser circuncidados. Es posible que las palabras del apóstol también deseen dar a entender que estos líderes tampoco le instaron a imponer sobre los gentiles que habían creído ninguna regla nueva de conducta. Para que los convertidos del paganismo pudieran vivir en paz con los creyentes judíos, el concilio de Jerusalén les pidió que observaran las reglas mencionadas en Hch. 15:20, 28, 29: evitar la carne sacrificada a los ídolos o la carne que no había sido bien desangrada, y que evitaran los matrimonios que estuviesen dentro de los grados de afinidad o consanguinidad ofensiva para los judíos o contrarios a los preceptos de Lv. 18. 

Pero Pablo no consideró estas reglas como innovaciones molestas, imposiciones que se colocaban sobre él o los creyentes gentiles. En realidad, en Ro. 12:18; 14:1ss; 1 Co. 8:1ss; 9:19ss; 10:14ss; 10:23ss, se indica claramente que Pablo tenía la costumbre de insistir que por amor a la paz y la armonía, como también para poder promover la causa del evangelio, el creyente debía, por iniciativa propia, negarse ciertos privilegios. Como ya dijimos (véase sobre Gá. 1:6–9), aunque Pablo era completamente inflexible en asuntos de principios, en otras cosas estaba dispuesto a acomodarse y conformarse a las costumbres y deseos de los demás. Es natural, entonces, que a los que el Señor había colocado bajo su cuidado espiritual, les enseñase a tener la misma disposición.

En cuanto al paréntesis, si Pablo fue nombrado divinamente para su cargo y recibió su evangelio directamente del Cristo exaltado en la gloria celestial, ¿cómo podría, entonces, afectarle el que “los de reputación” hayan estado íntimamente asociados con Cristo durante su ministerio aquí en la tierra? ¿Por qué es que los judaizantes siempre estaban enfatizando ese compañerismo terrenal, como si a causa de él hombres como Cefas, Jacobo, Juan, etc., fueran intrínsecamente mejores que Pablo y, por tanto, de mayor confiabilidad? “Lo que (esto es, de qué índole) hayan sido una vez” no produce ninguna diferencia en la opinión de Pablo. 

Dios no hace acepción de personas, o más literalmente no toma en cuenta el “rostro” o la “persona” de ningún hombre. Las circunstancias externas de un individuo—sea, por ejemplo, que haya estado íntimamente asociado con Jesús como su discípulo (Cefas y Juan) o que sea su hermano (Jacobo); sea que ocupe una posición importante, o que sea de reputacion—nada valen para Dios; por tanto, tampoco tienen valor para Pablo. Este tipo de cosas jamás podrán determinar el valor intrínseco del evangelio que Pablo predica. Cf. 1 S. 16:7; Mt. 22:16; Mr. 12:14; Lc. 20:21; 2 Co. 12:5.

7–9. Pero aunque Pablo no se queda impresionado por la propaganda de los judaizantes, quienes constantemente están haciendo alarde de “los de reputación” en contra de Pablo, sí se queda impresionado por la influencia divina sobre Jacobo, Cefas y Juan, los cuales fueron llevados a recibir gozosos la gracia de Dios cuando la vieron manifestada en el apóstol de los gentiles. 

Habiendo dicho que los líderes de Jerusalén nada le impartieron, agrega: Por el contrario, cuando vieron que se me había encomendado el evangelio a los incircuncisos, así como a Pedro (el evangelio) a los circuncidados—porque el que obraba a través de Pedro en la actividad misionera apostólica a favor de los circuncidados, también obraba en mí a favor de los gentiles—y cuando percibieron la gracia que se me había dado, Jacobo y Cefas y Juan, “los que tenían la reputación” de ser columnas, nos dieron a mí y a Bernabé la diestra en señal de compañerismo, para que nosotros (fuésemos) a los gentiles, y ellos a los circuncidados.

Cuando en Jerusalén “los de reputación” (véase sobre el v. 2) se dieron cuenta de la pureza del evangelio que Pablo proclamaba, cuando vieron el entusiasmo con que hablaba sobre él, al manera en que el Señor había puesto su sello de aprobación sobre la proclamación efectuada entre los gentiles, aprobación que se manifestó en conversiones, señales y prodigios (cf. Hch. 15:4, 12: 1 Co. 9:2; 2 Co. 12:12), entusiasta y sinceramente le apoyaron a él y a su colaborador Bernabé. Literalmente, Pablo habla de “el evangelio de la incircuncisión así como Pedro el de la circuncisión”. Este es el mismísimo evangelio (cf. Gá. 1:6–9), y los términos “la incircuncisión” y “la circuncisión” usan el abstracto por el concreto (cf. Ro. 3:30; 4:9; Ef. 2:11; Col. 3:11). La distinción que se hace está entre el evangelio “al mundo gentil” y el que “es el mundo judío”.

Es claro que a Pedro y a Pablo es acordado el mismo honor. Ya que en esta combinación nada se dice acerca de Juan (aunque sabemos, sin embargo, que la expresión “los de reputación”, tomada de los judaizantes, incluye a Juan) sería una conclusión justa deducir que Pedro representaba a los doce (cf. Mt. 16:15, 16; Hch. 2:37), incluyendo a Juan. Por cierto, muchas veces hallamos a Pedro y a Juan juntos (Jn. 1:35–41; 13:23; 18:15, 16; 20:1–10; 21:2, 7, 20–22; Hch. 3:1–4, 11ss; 4:13ss; 8:14ss). El hecho de que Pedro sea colocado primero en todas las listas de los apóstoles es una indicación clara de que él era el líder reconocido entre los doce (Mt. 10:2–4; Mr. 3:16–19; Lc. 6:14–16; Hch. 1:13).

Pasajes como Hch. 1:15ss; 2:14ss; 2:37ss; 3:1ss; 4:8ss; 5:3ss (notablemente en 5:15); 11:2ss; 12:1ss; 15:7ss; y por implicación Gá. 1:18, muestran claramente que no sólo Gá. 2:7, 8 es una indicación clara de que el Señor estaba obrando—con energía poderosa—en Pedro, y especialmente (aunque no exclusivamente) en relación con su “actividad misionera apostólica” a favor de los judíos. El mismo Señor que dio poder a Pedro, también estaba vigorizando a Pablo, pero en su caso especialmente (aunque de ningún modo exclusivamente) en la actividad misionera apostólica que desarrollaba para beneficio de los gentiles. Este hecho ahora se estaba dejando bien en claro en Jerusalén donde, tanto en la entrevista privada como en la reunión pública, Pablo y Bernabé dieron sus informes de los maravillosos resultados logrados.

El resultado fue que Jacobo, Cefas y Juan, las “columnas”, reconocieron claramente que el ministerio que Pablo y Bernabé habían llevado a cabo con un respeto tan grande a la voluntad y revelación de Dios, con un fin tan recto y piadoso, una energía tan ilimitada, un amor tan tierno por las almas y, por último, con resultados tan maravillosos, debía ser el producto de “la gracia que les había sido dada” a los instrumentos usados por el Señor. Ellos vieron la maravillosa manifestación del inmerecido pero poderoso favor de Dios.

De los tres líderes de Jerusalén, Jacobo se menciona primero. Véase sobre 1:19. Como ya hemos visto, él se identificaba con Jerusalén mucho más que Pedro y Juan. De ahí que no sorprenda que se le mencione primero. Aunque no propiamente un apóstol (en el sentido pleno), su posición como “el hermano del Señor”, su moderación, sabiduría y simpatía, le aseguraron un lugar de especial importancia en esta plaza fuerte judía, en la cual mucha gente había aceptado a Cristo y muchos se estaban añadiendo (Hch. 2:41; 4:4; 21:20). Pedro, el líder de los doce, ya fue descrito. 

Véase también sobre Gá. 2:11ss. Es probable que se le llame por su nombre arameo Cephas debido a que la influencia y actividad que desarrollaba en Jerusalén se están enfatizando aquí. El que sigue es Juan, el compañero de Pedro, como ya hemos visto. Aunque por un tiempo también estuvo ligado a Jerusalén, es probable que dejara Jerusalén al empezar la guerra judía y que escogiera Efeso como su centro de operaciones. Después de haber sido desterrado a la isla de Patmos, más tarde se le permitió regresar a Efeso. 

Según la tradición, él, “el discípulo amado”, vivió más tiempo que todos los otros apóstoles.
Los judaizantes consideraban a estos tres hombres como “columnas” (cf. 1 Ti. 3:15; Ap. 3:12), esto es, como los que daban a la iglesia su estabilidad, como sus líderes genuinos, y les gustaba compararlos con Pablo para hacerlo a él sufrir. Pablo no toma de mala gana el honor que se les da a los tres. El punto verdadero de su argumento es mostrar que estas “columnas”, lejos de estar en desacuerdo con él, le aprueban con entusiasmo y reconocen el hecho que su evangelio y el de ellos era uno y el mismo, al cual nada podía añadirse ni restarse.
Los apóstoles siguieron el ejemplo de la “gente común” de Judea que eran creyentes (1:22–24). De tal forma que confirmaron su respaldo entusiasta en una forma singularmente notable, la cual se describe en estas palabras: “cuando vieron que se me había encomendado el evangelio a los incircuncisos … y cuando percibieron la gracia que se me había dado … me dieron a mí y a Bernabé la diestra en señal de compañerismo”. Nótese que fueron ellos mismos—Jacobo, Cefas y Juan—quienes tomaron la iniciativa. 

Por cierto, este apretón de manos era una señal de mutuo acuerdo y reconocimiento; y más que eso, de comunión (koinonía), uno de los términos más ricos del Nuevo Testamento. Para un análisis detallado de este término, véase C.N.T. sobre Fil. 1:5 y la nota 31, pp. 106–109. Pero también sirvió como la confirmación de un pacto solemne en el que entraron estos cinco hombres al dividirse el trabajo: “para que nosotros (Pablo y Bernabé) (fuésemos) a los gentiles, y ellos (Jacobo, Cefas y Juan) a los circuncidados”. 

Esta distribución de la obra debe interpretarse en términos generales. Equivalía a ratificar lo que ya había comenzado; porque, como ya hemos indicado, Pablo y Bernabé estaban atendiendo a los gentiles; Jacobo, Cefas y Juan a los judíos. Esto no prohibía a los dos misioneros dirigirse a los judíos, dondequiera hubiese una sinagoga, ni tampoco a los otros tres de llegar también a los que no eran judíos. 

De este modo, Pedro no tuvo que disculparse por haber estado trabajando con los samaritanos (Hch. 8:14ss) y por haber predicado a Cornelio el centurión romano y a sus amigos y conocidos (Hch. 10:1ss; 11:1ss; ¡especialmente 15:7!). No obstante, desde ese momento y hasta donde las circunstancias lo permitiesen, los judíos y su tierra serían la responsabilidad principal de los tres y de aquellos que ellos representaban, mientras que Pablo y Bernabé proclamarían el evangelio “lejos a los gentiles” (cf. Hch. 22:21).

Las siguientes lecciones se destacan en los vv.7–9:
(1) Bajo la autoridad de Dios, el evangelio de Pablo es independiente; esto es, es capaz de mantenerse firme ante amigos o enemigos. Puede vencer todos los argumentos de sus enemigos, y es defendido con mucho entusiasmo por sus amigos que reconocen que es el mismo evangelio que ellos aprecian.

(2) Un solo evangelio es suficiente para toda época y todo clima. El método de presentarlo puede variar, pero esencialmente el evangelio para el primer siglo es el evangelio para el día de hoy. Aquellos que afirman que “no es pertinente” para este tiempo y era están cometiendo un error trágico. Sólo cuando el mensaje del amor de Dios en Cristo haya penetrado en el corazón y la mente, dando por resultado una vida entregada a Dios y una obediencia agradecida de los principios de conducta que nos ha dejado en su Palabra, podrán hallarse soluciones a los problemas que en el día de hoy acosan al individuo, a la familia, a la sociedad, a la iglesia, a la nación y al mundo.

(3) El Nuevo Testamento no es una mezcolanza de teologías en desacuerdo—la teología de Juan, la teología de Pablo, etc.—sino una unidad armoniosa y hermosamente matizada. Es un hecho notable que estos cinco hombres, cuyo apretón de manos se describe aquí como una proclamación retumbante de su armonía, ¡produjeron no menos que veintiún libros de los veintisiete libros del Nuevo Testamento!

10. Se añadió una estipulación más al acuerdo principal que tenía que ver con la esencia del evangelio y la distribución del campo de trabajo: Solamente, tendríamos que continuar recordando a los pobres, cosa que también con diligencia traté de hacer. La difícil situación por la que estaban pasando los pobres de Judea requería que se tomaran medidas especiales para socorrerles. Al parecer, esta situación, aunque unas veces más severa que otras, era algo constante (Hch. 11:27–30; 12:25; 2 Co. 8:14). Hacía algunos años Pablo y Bernabé habían sido enviados en una misión de socorro. 

Ahora Pablo y Bernabé están de acuerdo en que esa ayuda debía continuar. Pablo afirma que fue con diligencia—se empeñó esmeradamente, hizo todo lo que pudo—en cumplir con este compromiso. Por cierto, fue tan diligente al entregarse a esta labor, que en su tercer viaje misionero, el que seguiría inmediatamente después del presente—segundo—viaje, durante el cual se escribió Gálatas tuvo, como uno de sus fines principales, tal como el mismo apóstol lo afirma, “hacer limosnas para mi nación” (Hch. 24:17). Las palabras, “tendríamos que continuar recordando” probablemente no sólo significan que la obra que se había comenzado debería reanudarse y así continuarse, sino también que la ayuda a los pobres debe ser y permanecer como una práctica permanente de la iglesia. 1 Co. 16:1, 2 apunta con toda seguridad en esa dirección.

Una obra de esta naturaleza debe ser impulsada con toda la fuerza disponible. Es algo requerido por la ley de Dios (Ex. 23:10, 11; 30:15; Lv. 19:10; Dt. 15:7–11), las exhortaciones de los profetas (Jer. 22:16; Dn. 4:27; Am. 2:6, 7), y la enseñanza de Jesús (Mt. 7:12; Lc. 6:36, 38; cf. 21:1–4; Jn. 13:29; Gá. 6:2), es algo que pertenece a la expresión de gratitud que el creyente tiene por los beneficios recibidos. Aquellos que han recibido misericordia deben ser misericordiosos. Pablo señala al hecho de que si los gentiles han recibido tantas bendiciones espirituales de los santos de Jerusalén, ellos deben servirles a ellos en lo material (Ro. 15:26, 27). ¡Y con toda seguridad, el texto más grande de todos en conexión con esto es 2 Co. 8:9! Al hombre generoso le espera una gran recompensa (Mt. 25:31–40).

Es notable que Pablo, el gran pensador, es a la vez el benefactor cristiano que cree con todo corazón en hacer “bien a todos, y mayormente a los de la familia de la fe”, como él dice en esta misma carta (6:10). Así es el cristianismo. Si es cristianismo genuino, se preocupa por los pobres, su salud y sus viviendas, su bienestar espiritual pero también material. Hace todo a su alcance para ayudar a los menesterosos, los analfabetos, los malnutridos, los emigrantes y los que pertenecen a las “minorías”. 

¡Lleno del amor de Dios en Cristo, con diligencia anhela hacerlo! Los cinco hombres que hicieron este acuerdo deben haber sentido una felicidad profunda cuando juntos dieron la diestra de compañerismo el uno al otro, hermanos en causa común. De modo que Pablo y Bernabé acordaron solemnemente con los otros, prometiendo recordarles a los gentiles a que ayudasen a los pobres; particularmente en el caso presente, a los santos en Jerusalén. ¡Uno de los cinco era Jacobo (o sea Santiago) hermano del Señor, cuyas palabras inolvidables respecto a los ricos y los pobres tenemos en el segundo y quinto capítulos de su epístola!

Bosquejo homilético
Llamados para ser apóstoles
Gálatas 2:6–10
Introducción: 
Los llamados de Dios siempre buscan lugares para servir. En el caso de Pablo el lugar no era importante. Sintió que su misión era a los gentiles, que en este pasaje se llama la incircuncisión. Pedro y otros apóstoles concentraron su ministerio en los judíos, que aquí abarca a los de la circuncisión. 

  I.      La fuente del llamado es Dios.
    1.      El llamado fue dado a Pedro y los otros apóstoles.
    2.      El llamado fue dado también a Pablo.

  II.      El propósito del llamado de Dios.
    1.      El llevar el evangelio a los judíos primeramente (de la circuncisión).
    2.      El llevar el evangelio a los gentiles (incircuncisos).

  III.      El alcance del llamado de Dios, v. 10. 
    1.      Enfocar en lo esencial del evangelio y no en los aspectos periféricos.
    2.      Acordar las obras sociales para ayudar a los pobres.

Conclusión: 
La aplicación práctica del pasaje hoy en día nos lleva a enfocar a los grupos étnicos en distintas partes del mundo, que nunca han escuchado el evangelio. No importa su raza; lo importante es que son personas por las cuales Cristo murió y Dios quiere que entren en su reino. 



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