sábado, 23 de julio de 2016

Ninguno que poniendo su mano en el arado mira hacia atrás, es apto para el reino de Dios. Las zorras tienen guaridas, y las aves de los cielos nidos; mas el Hijo del Hombre no tiene dónde recostar la cabeza.

RECUERDA Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6




Llevemos a pastos frescos a la congregación del Señor

LA ZORRA, EL FUNERAL Y EL ARADO (Lucas 9:57-62)
57Yendo ellos, uno le dijo en el camino: Señor, te seguiré adondequiera que vayas. 58Y le dijo Jesús: 
  • Las zorras tienen guaridas, y las aves de los cielos nidos; mas el Hijo del Hombre no tiene dónde recostar la cabeza. 59Y dijo a otro: Sígueme. Él le dijo: Señor, déjame que primero vaya y entierre a mi padre. 60Jesús le dijo: 
  • Deja que los muertos entierren a sus muertos; y tú ve, y anuncia el reino de Dios. 61Entonces también dijo otro: Te seguiré, Señor; pero déjame que me despida primero de los que están en mi casa.m 62Y Jesús le dijo: 
  • Ninguno que poniendo su mano en el arado mira hacia atrás, es apto para el reino de Dios.

Una parábola viva

LA ZORRA, EL FUNERAL Y EL ARADO 
(Lucas 9:57-62)



Los tres breves diálogos que aparecen en este pasaje no se suelen incluir en la lista de parábolas. 

Es cierto que no encajan con el prototipo de parábola, pero aquí Jesús también transmite sus enseñanzas a través de unas comparaciones. En estos diálogos encontramos dos proverbios-parábolas. Según el uso palestino del siglo I, ambos merecen el título de mashal. 

Hemos decidido incluir esta trilogía bajo la categoría de las parábolas de Jesús. 

En un estudio reciente sobre la estructura literaria de este pasaje, Louw escribe: «La semántica del estilo proverbial debe basarse en el análisis de las expresiones y no en la exposición tradicional palabra por palabra» (Louw, 107). 

Quizá esta sea una afirmación demasiado contundente, pues ambos acercamientos son necesarios. La exposición de Louw es defectuosa, porque no se detiene a considerar la cultura que hay detrás del texto, pero su trabajo, al menos, nos habla de la presencia de una estructura literaria en el texto y en algunas ocasiones es muy útil. El análisis que hemos ofrecido arriba nos permite ver un número de elementos entrelazados que merece la pena mencionar.

Como ocurre a menudo en la literatura bíblica, estamos tratando con un pasaje que tiene tres partes (cf. Bailey, Poet, 69). Típico de este tipo de formato, la primera y la tercera estrofa están unidas de diferentes formas. En este caso son cuatro los elementos que se comparan y que sirven de unión entre estas dos estrofas. 

Al principio, en la primera y la tercera estrofa (A y A’), la persona que habla es un voluntario. Se ofrece como discípulo. Por el contrario, la persona del diálogo del medio no lo es. Jesús lo llama para que le siga. En segundo lugar, en A y A’, Jesús responde con parábolas que toman elementos que encontramos en la intemperie. El primero es de la naturaleza y el segundo de la agricultura que se practicaba en la Palestina rural. 

El diálogo (B) no contiene ninguna palabra; en su lugar, encontramos una orden directa. Las ilustraciones del diálogo están sacadas de las costumbres de la convivencia y las relaciones, no de la naturaleza. En tercer lugar, en el caso de A y A’, ambas partes solo cuentan con una intervención. El segundo diálogo contiene tres intervenciones. Por último, la forma literaria de la primera y la última conversación es idéntica. El orden de las ideas es 

SEGUIR + IR + una parábola. 

En cambio, en la estrofa central encontramos un paralelismo invertido:

SEGUIR – IR – COSTE + COSTE – IR – SEGUIR/PROCLAMAR. 

Esta estructura tiene tres estrofas con un paralelismo escalonado que une la primera y la última estrofa, mientras la estrofa central rompe con un paralelismo invertido. Es la estructura que también aparece en Lucas 15:4-7 (Bailey, Poet, 144s.).

Además de los elementos que unen el primer y el último diálogo, hay un grupo de enlaces semánticos que unen el segundo y el tercero. Ambos acaban con una referencia al reino de Dios. Las dos personas dejan claro que están dispuestas a seguirle, «pero primero …». Por último, hay algunos elementos que unen los tres diálogos. 

Obviamente, en todos los diálogos se repiten las tres ideas principales: 

seguir + ir + coste. 

El primero está dispuesto a seguir y a ir dondequiera que su maestro vaya, pero no ha tenido en cuenta el coste. Al segundo, Jesús le dice, «sígueme». Él quiere ir a casa primero (pero recibe la orden de ir y proclamar el reino). 

El coste del discipulado aparece en forma de mandato. El tercero quiere seguirle y, como el segundo, primero quiere ir a casa. (La antigua versión siríaca contiene el verbo «ir» en este texto, y sugerimos que es muy probable que apareciera en el original. Sea como sea, es implícito). 

Él, como el primero, oye a un Jesús que le reta a calcular el coste. A la vez, las estrofas A y A’ no son idénticas. Hay una progresión. En la primera, el hombre no pone condiciones y Jesús le anima a considerar cuál es el coste. El último parece haberlo hecho ya. Quiere seguir a Jesús, pero pone una condición. Teniendo en cuenta todos estos paralelismos, ahora examinaremos cada uno de los diálogos.

Esta parábola no contiene elementos culturales difíciles de entender. No obstante, podría tener dos niveles de significado. El primer nivel está claro. Este primer aspirante a discípulo representa la fuerza centrípeta de la misión. Se ve atraído a unirse a la comunidad de discípulos. Nadie lo llama. Sin embargo, no tiene una comprensión muy profunda de lo que implica seguir a Jesús. Sa’id dice: «No entiende que “seguir” quiere decir Getsemaní, Gólgota y sepulcro» (Sa’id, 258). 

La idea de seguir a un Hijo del hombre rechazado y sufriente era ajena para el judío del siglo I. En Daniel, el Hijo del hombre tiene dominios, gloria y reino y pueblos, naciones y lenguas le sirven (Dn 7:14). El lector ya ha oído que «El Hijo del hombre tiene que sufrir» (Lc 9:22). Aquí, al voluntario no se le dan detalles, sino una imagen gráfica de un rechazo total. La idea no es tan solo «Quizá tú también tengas que sufrir privaciones, ¿lo has pensado bien?», sino también «Sea cual sea tu motivación, ten en mente que te estás ofreciendo para seguir a un líder rechazado». 

Mejor que «nidos» (como aparece en algunas traducciones) es «lugar donde descansar». Los pájaros siempre tienen dónde descansar, pero solo construyen nidos en momentos concretos del año. La idea es (parcialmente) que incluso animales como los pájaros tienen un lugar para descansar, pero el Hijo del hombre no.

A parte de este obvio significado extraído de la naturaleza (las zorras y los pájaros), también podría haber aquí un simbolismo político. T.W. Manson dice que los «pájaros del aire» eran un símbolo apocalíptico en el periodo intertestamentario, que hacía referencia a las naciones gentiles. La «zorra» era un símbolo de los amonitas que, como Manson recuerda, «tenían la misma raíz que los israelitas, pero eran un pueblo enemigo» (Manson, Sayings, 72). De la misma forma, la familia de Herodes (debido al origen de Herodes Idumeo) era mixta, y la población judía de la Palestina del siglo I siempre lo vio como extranjero (Stern, JPFC, I, 261-277). Jesús llama a Herodes Antipas «aquella zorra» (Lc 13:32). Manson escribe:

Entonces, el sentido de esta expresión podría ser: todos están en casa en la tierra de Israel, menos el verdadero Israel. Los pájaros del aire, los jefes romanos, las zorras, los intrusos edomitas, han desheredado a Israel: y si te arriesgas a seguirme te unes a las filas de los desposeídos y tienes que estar dispuesto a servir a Dios bajo esas condiciones (Manson, Sayings, 72s.).

Creemos que suele pasarse por alto el tono político que hay en estas palabras de Jesús. Todo aquel que vive en Oriente Próximo (donde cualquier aliento religioso tiene un cariz político) está obligado a considerar algunas cuestiones de este texto que raramente se mencionan. El amplio uso de las parábolas, con sus símbolos un tanto velados; la expresión críptica «el que tiene oídos para oír, oiga»; la presión popular para hacerle rey; la necesidad de ir al norte en varias ocasiones, saliendo de Galilea y adentrándose en provincias no judías; estos y otros pasajes indican que la dimensión política era una parte constante del mundo en el que Jesús vivía (cf. Manson, Messiah). 

Aquí también. Por lo general, los oprimidos no pueden declarar públicamente que están oprimidos. Se ven obligados a hablar de la opresión a la que están sometidos a través de símbolos. La atrocidad de la era herodiana, con sus torturas y asesinatos, estaba aún en la mente de todos. Nadie se atrevía a criticar a Roma. Los romanos y sus seguidores herodianos eran los poderosos de la tierra, y sus espías estaban por todas partes. 

Como Manson sugiere, quizá Jesús estaba diciendo de forma un tanto velada: Mirad, si queréis poder e influencia, id a los «pájaros» que «construyen sus nidos» por todas partes. Seguid a «la zorra» que lidera con astucia. Porque, a pesar de vuestras expectativas, el Hijo del hombre no tiene poder y está solo. ¿Estás seguro de que quieres seguir a un Hijo del hombre rechazado?

La afirmación cristológica del pasaje es bien clara. Jesús es el Hijo del hombre, pero su ministerio no es un cumplimiento triunfante de ese título, sino un cumplimiento sufriente.
No se nos dice cuál fue el resultado. El voluntario no contesta. 

Y en muchas de las parábolas de Jesús (cf. Lc 7:47; 14:24; 15:32) hay un final abierto. No sabemos si el voluntario respiró hondo, dio un paso adelante y se unió a los demás discípulos, o si, sorprendido por el precio que tenía que pagar y ante la idea de un líder rechazado, dio media vuelta y se volvió por donde había venido. 

Está claro que este voluntario es un reflejo de aquellos que en todas las épocas se ofrecen rápidamente para seguir a Jesús, antes de pensar seriamente en el precio y las implicaciones que tiene seguir a un maestro rechazado y sufriente. Al lector se le obliga a completar esta conversación con su propia respuesta.

El segundo aspirante a discípulo no se ofrece como voluntario, sino que le llaman a filas. Estamos ahora ante la fuerza centrífuga de la misión. Jesús lanza tres órdenes a alguien que pasaba por allí. Son las siguientes:


Ya hemos comentado arriba el uso del paralelismo invertido. Además, la estructura verbal del griego es muy precisa. El tipo de imperativo que se usa aquí (aoristo) es una orden para iniciar una nueva acción. La persona a la que Jesús se dirige no le está siguiendo aún y recibe la orden de empezar a hacerlo. 

Se ha malinterpretado en muchas ocasiones su respuesta. Plummer cree que o bien el padre acababa de morir, o bien está a punto de hacerlo (Plummer, 266; Marshall, 410-12). 

Pero cualquier persona que conoce bien la cultura oriental sería incapaz de hacer esa interpretación. Ibn al-Salibi comenta: ««Déjame ir a enterrar» significa «Déjame ir y servir a mi padre mientras viva y, cuando muera, lo enterraré y te seguiré»» (Ibn al-Salibi, I, 223). Sa’id, comentarista árabe de nuestros días, dice algo similar: «El segundo (discípulo) está pensando en un futuro lejano, pues la idea de seguir a Jesús la posterga al día en que su padre haya muerto …» (Sa’id, 258). Al comentar la petición que este hombre hace, «déjame ir … a enterrar a mi padre», Sa’id escribe:

Si su padre acababa de morir, ¿por qué no estaba él en ese momento velando su cuerpo? En realidad, lo que él hace es dejar la cuestión de seguir a Jesús para un futuro lejano, cuando su padre muera de viejo, quién sabe cuándo. Él no sabe que, en breve, Jesús mismo entregará su espíritu (Sa’id, 259).

El comentario de Sa’id tiene sentido. Se nos dice que estas tres conversaciones tienen lugar «en el camino». Si el padre de este hombre acababa de morir, ¿qué hacía él pasando el rato junto al camino? De hecho, el argumento de Sa’id tiene más peso del que él dice. La expresión «enterrar al padre» es un modismo tradicional que hace referencia al deber de un hijo de quedarse en casa y cuidar de sus padres hasta después de haberles hecho un entierro digno. Yo mismo he oído esta expresión una y otra vez cuando he mantenido conversaciones sobre la emigración aquí en Oriente Próximo. 

En medio de una conversación sobre ese tema, alguien pregunta: «¿No vas a enterrar a tu padre primero?». Esta suele ser una pregunta dirigida al joven de unos treinta años que está pensando en emigrar a algún otro lugar. Por lo que estamos hablando de un padre al que le quedan aproximadamente unos veinte años más de vida. La idea es: «¿No vas a quedarte hasta que cumplas con el deber de cuidar de tus padres hasta que mueran? іYa emigrarás entonces!». 

Existen otras expresiones coloquiales que reflejan este trasfondo cultural. En el siríaco coloquial de las aisladas aldeas de Siria e Iraq, cuando un hijo rebelde intenta afirmar su independencia, las palabras del enfadado padre son kabit di qurtly («іQuieres enterrarme!»). Es decir: «Quieres que muera pronto para que ya no tenga autoridad sobre ti y para poder hacer lo que quieras». Aquí encontramos la misma idea cultural que la mencionada más arriba. 

Entre los libaneses, una persona anciana aun le hace un cumplido a una persona más joven cuando, como expresión de cariño, le dice en árabe: tuqburni ja ibni («Hijo mío, tú me vas a enterrar»). El sentido es: «Tengo un concepto tan algo de ti que te considero mi hijo y sinceramente espero que tú seas el que me cuides en mi vejez y con respeto me deposites en la tumba». De nuevo, la idea que hay detrás de este modismo es que el hijo tiene el deber de quedarse en casa hasta la muerte de los padres. Entonces, y solo entonces, podrá considerar otras opciones. 

Aquí estamos hablando del tema de las expectativas de la comunidad, que traducido a nuestra cultura occidental vendría a ser, también, la presión social. El hombre que está en el camino dice: «Mi comunidad me exige ciertas cosas, y esas expectativas tienen mucho peso. ¿No querrás que viole las convenciones sociales?». Eso es precisamente lo que Jesús espera. 

La proclamación del reino de Dios solo puede significar anunciar el reino de Dios como una realidad presente. Jesús dice que los que están muertos espiritualmente pueden cuidarse de las responsabilidades tradicionales de la comunidad local, pero tú ve y proclama la llegada del reino (en el texto griego, el pronombre tú es enfático). 

Como el primer hombre, este aspirante a discípulo se ofrece de forma impetuosa a seguir al maestro. Como el hombre del segundo diálogo, pone una condición. Esta condición normalmente se traduce de la siguiente forma: «Deja que primero vaya a despedirme de los que están en mi casa». Esta petición parece tan legítima como la del segundo voluntario. іClaro que le va a dejar ir a su casa para despedirse! 

Eliseo, cuando Elías le dijo que le siguiera, pidió que le diera tiempo para «besar a mi padre y a mi madre» (1R 19:20). Elías le concedió ese deseo, y Eliseo no solo hizo eso sino que también aprovechó para matar y cocinar dos bueyes. ¿No sería razonable que a este hombre se le concediera su petición? La respuesta solo la encontraremos si realizamos un análisis más detallado de la petición.

La palabra griega que tradicionalmente se ha traducido como «decir adiós» es apotasso. Puede significar «decir adiós» o «ausentarse». Casi todas las versiones castellanas traducen «despedir» en todas las ocasiones (también en Mr 6:46; Hch. 18:18; 18:21; 2Co 2:13) impidiéndonos apreciar que en Oriente Próximo existen los dos sentidos y que la diferencia entre ellos es importante. 

La persona que se marcha, para poder ausentarse, debe pedir permiso a los que se quedan. Los que se quedan son los que «dicen adiós» a los que se marchan. Esta es una formalidad que en Oriente Próximo se tiene que cumplir, ya sea en ocasiones formales o informales. El que se marcha pide permiso para ausentarse. Pregunta: «¿Con vuestro permiso?». Los que se quedan, responden: «Ve en paz» o «Dios contigo» (cf. Rice, 74s.). 

Esas respuestas dan a entender que el permiso ha sido concedido. Vemos, pues, que al traducir apotasso por «despedir» o «decir adiós» se ha perdido este pequeño pero importante matiz. La cuestión es que el hombre de nuestro texto está diciendo que le deje ir a casa a pedir permiso a «los que están en mi casa» (es decir, a sus padres). 

Todo el que estuviera escuchando aquella conversación sabía que era normal que el padre no le diera permiso para irse a formar parte de una empresa cuestionable. Por tanto, ese hombre ya tenía la excusa preparada. Por mucho que llore o insista, su padre no le va a dejar marchar. La antigua traducción siríaca refleja esta idea: «Deja que primero explique mi caso a los que están en mi casa». 

Estos traductores sabían perfectamente que este hombre no iba a casa a darle a su padre el último abrazo ni a oír las palabras de despedida y de buenos deseos de boca de su madre. Iba a casa para dejar que sus padres ejercieran su autoridad sobre él; es decir, a poner el llamamiento de Jesús bajo la autoridad de sus padres. Las traducciones siríacas más modernas no recogen este matiz.

En las versiones árabes aparecen otras dos alternativas, ambas traducciones legítimas del texto griego. El texto griego dice literalmente «saludar a aquellos en mi casa». El artículo definido griego (que aquí traducimos por «aquellos») puede ser masculino (con el significado de «la gente» o «las personas») o neutro (con el significado de «las cosas»). También, el verbo apotasso es el verbo tasso con una preposición como prefijo. El verbo tasso significa «reparar», «ordenar», «determinar» o «arreglar». 

Cuando en griego se antepone una preposición a una palabra, normalmente le cambia el significado. Pero a veces tan solo hace hincapié en el significado de la raíz original. Apotasso significa «ausentarse» o «decir adiós». Cabría la posibilidad de que en este texto apotasso significara «arreglar». Durante casi mil años, algunas versiones árabes han optado por esa traducción: «Primero permite que deje hechos los arreglos necesarios para los que están en mi casa» (cf. Vaticano Copto 9; Vaticano Árabigo 610; Políglota de París y Londres; Schawayr). Si interpretamos que el artículo definido mencionado arriba es neutro en lugar de masculino el texto se podría traducir así: «Primero permite que deje arregladas las cuestiones que tienen que ver con las posesiones de mi casa». La versión original del Vaticano Arábigo 610 contiene esta traducción. 

Un corrector ha cambiado «las cosas» por «las personas». El problema de esta interpretación del texto es la suposición de que la raíz tasso («arreglar») es el significado original de la palabra, en lugar de «ausentarse», que tiene un mayor respaldo. Sin embargo, las versiones arábigas mencionadas más arriba son evidencia de que algunos escritores árabes antiguos vieron esta problemática. El segundo voluntario no va a casa a «decir adiós». Como reconocían esto, lucharon por encontrar una traducción que tuviera sentido en su cultura. En lugar de estas soluciones árabes, preferimos regresar a la vieja versión siríaca.

La antigua versión siríaca que mencionamos más arriba parece llevarnos por una buena dirección. El término griego apotasso significa «ausentarse», y es así como se traduce en los demás textos del Nuevo Testamento. Solo hemos de aplicar esta traducción a nuestro texto teniendo en cuenta el matiz cultural que hemos mencionado: está pidiendo permiso para ausentarse. En ese contexto, claramente está diciendo: «Te seguiré, Señor, pero obviamente la autoridad de mi padre es mayor que tu autoridad y necesito tener su permiso antes de marchar». Ibn al-Tayyib simplemente comenta: «El corazón del que quiere saludar a su familia está ligado a su familia» (Ibn al-Tayyib, folio 97v). 

En Oriente Próximo, por tradición, la autoridad del padre es suprema. Así, no sorprende que el padre se convirtiera en un símbolo de Dios. Un ingeniero de cuarenta años irá desde la gran área metropolitana a la aldea para seguir las normas de la tradición y pedirle permiso para viajar al extranjero, para cambiar de trabajo o para iniciar un negocio importante. Aunque el viaje sea ceremonial y el hijo de hecho está tomando sus propias decisiones, hará el viaje como señal de respeto. Rice observa con acierto que, en las sociedades tradicionales de Oriente Próximo, cualquier persona sometía todos los detalles de su vida a sus padres.

Cada día, al levantarse, un hombre hace sus oraciones, y luego va a su padre y a su madre y les besa las manos y les pide su bendición. Cuando empieza una nueva empresa, pide el favor de Dios para su empresa y acaba la oración con el deseo de que sus padres le aprueben y le bendigan (Rice, 60).

Yo mismo nunca olvidaré una clase en el seminario, con estudiantes de Oriente Próximo. Tendrían ustedes que haber visto las caras de estupefacción cuando explicamos este texto y vimos que Jesús está diciendo que su autoridad es mayor que la del padre del segundo voluntario. Es difícil explicar la conmoción que le causan a un lector/oyente de Oriente Próximo las demandas que encontramos en este texto. Y la conmoción debió de ser mayor cuando quien hacía las demandas era un joven (Jesús) de treinta años. Las únicas respuestas eran o la aceptación y la sumisión o el rechazo y la hostilidad. Ahora examinaremos la forma que Jesús utiliza para hacer esta afirmación.

La respuesta de Jesús a este segundo voluntario es como la respuesta que le dio al primero. A ambos les cuenta una parábola que se estructura en tres versos. Esta segunda parábola tiene que ver con la agricultura.

El arado palestino, muy ligero, se maneja con una mano. Esa mano –la mayor parte de las veces es la izquierda– al mismo tiempo tiene que asegurar la posición vertical del arado, presionarlo para que se clave en la tierra, y levantarlo cuando pasa por piedras y rocas. La otra mano el labrador la necesita para estimular a los bueyes recalcitrantes con un palo de unos 2m. de largo, que lleva una punta de hierro. Al mismo tiempo el labrador, mirando entre los animales, tiene que conservar constantemente el surco a la vista. 

Esa manera primitiva de arar requiere habilidad y una gran concentración en lo que se está haciendo. Si el labrador vuelve la cabeza, el nuevo surco se tuerce. Del mismo modo, el que quiere seguir a Jesús debe estar dispuesto a romper todos los vínculos con el pasado y poner su mirada solo en el reino de Dios que va a venir (Jeremias, Parábolas, 237-238, p. 195 de la edición en inglés).

Esa herramienta no solo era difícil de manejar, sino que el proceso de arar un campo era una tarea más exigente de lo que generalmente se cree.

Arar era una tarea minuciosa; para la primera retirada del rastrojo que hay después de la cosecha, se colocan unas bandas anchas en el arado y se hacen surcos anchos para facilitar la absorción de las lluvias. 

La segunda vez que se ara, después de las lluvias, con un arado de cadenas se hacen unos surcos más próximos y más estrechos para desecar. Por fin, justo antes de la siembra, se ara por última vez juntando aún más los surcos. La tarea final consiste en cubrir la semilla … El arado era más grande y más pesado que el arado árabe moderno (Applebaum, JPFC, II, 651ss.).

Queda claro que arar era una operación muy delicada; al principio, se hacían franjas anchas para la absorción del agua. El siguiente paso era hacer surcos que sirvieran para la desecación. En tercer lugar, se araba de nuevo para preparar la tierra y, por último, después de la siega se cubría la semilla. Está claro que quien quisiera llevar a cabo esta responsabilidad tenía que estar dispuesto a concentrarse completamente en lo que estaba haciendo.

Por tanto, tenemos aquí una imagen fuerte y clara. Se pretende ilustrar una tensión entre, por un lado, la lealtad a Jesús como inaugurador del reino de Dios y sus demandas y, por el otro, la lealtad a la autoridad de la familia. Ambas lealtades son una prioridad para cualquier cristiano. Cuando entran en conflicto, se trata de un conflicto altamente doloroso. Este texto se puede incluir en la larga lista de «enseñanzas difíciles» que nos encontramos en los Evangelios.

Parte de la tensión del diálogo proviene de la siguiente suposición: entre el discípulo y su maestro había una relación muy cercana. En Oriente Próximo, una relación de ese tipo es extremadamente estrecha. El Talmud dice que «Un padre y su hijo o un maestro y su discípulo … son considerados como un solo individuo» (B.T. Erubin 73a, Sonc., 510). Convertirse en el alumno/discípulo de un sabio no es algo tan simple como «matricularte a un curso» con el propósito de adquirir conocimiento. Se trata de iniciar una relación de por vida con una persona. Entendiendo esto, vemos que Jesús está pidiendo que su autoridad (las demandas del reino) esté por encima de todas las otras relaciones.

La persona que no pueda resolver la tensión entre lealtades en conflicto y siga girándose para mirar atrás y ver lo que la familia le está exigiendo «no es útil» para el reino de Dios. En resumen, observamos que el símbolo del arado es realmente adecuado (contra Bultmann, Historia, 28 de la edición en inglés). 
  • El agricultor que se distrae puede topar con una roca y romper la madera del arado, o puede cansar innecesariamente a los bueyes haciéndoles tirar fuerte cada vez que el arado topa con una roca. 
  • O el arado se puede desviar hasta el surco que ya se ha arado (y por tanto, destruir el trabajo ya realizado), o hasta la parte no arada y dificultar así la tarea en esa zona. 
  • O puede arruinar el sistema de desecación, o dañar el sistema de absorción de agua, o dejar las semillas recientemente sembradas al descubierto a la vista de los pájaros, etc. 
Así, el agricultor trabaja en armonía con la labor ya realizada, con la que aún está por realizar y en equipo con su arado y los bueyes. Podemos decir que en esta tarea existe una delicada armonía entre el pasado, el presente y el futuro. Por tanto, un agricultor distraído por una lealtad dividida no será capaz de mantener esta armonía. No solo no será productivo, sino que en el contexto de su tarea será destructivo.

De nuevo, tenemos un diálogo con un final abierto. Al segundo voluntario se le han presentado de forma clara, aunque dolorosa, dos opciones; y tiene que tomar una decisión. Se ofreció voluntario con la aparente confianza de que Jesús aceptaría que para él la lealtad al reino fuera secundaria, después de la lealtad a su familia. La parábola del arado descarta esa posibilidad. ¿Qué hará? No se nos dice. Como antes, cada oyente/lector ha de dar su propia respuesta.

A modo de conclusión, es apropiado sacar a la luz qué respuesta se le pidió al oyente original y qué cuestiones teológicas encontramos en estos diálogos.

EL PRIMER DIÁLOGO
El oyente original de este diálogo se ve obligado a considerar lo siguiente:
«Este «Hijo del hombre» no es la figura victoriosa que tú tenías en mente. Él va por el camino del sufrimiento. ¿Estás dispuesto a ir por ese camino con él?».

El conjunto de temas teológicos incluye al menos los siguientes:
  1. Los aspirantes a discípulos de Jesús a veces no consideran seriamente el coste del discipulado.
  2. Jesús es el Hijo del hombre. Pero su ministerio no es un camino de victorias y ovaciones, sino de rechazo y humillación.
  3. Los aspirantes a discípulos no son aceptados hasta que deciden conscientemente pagar el precio de seguir a un líder rechazado.
  4. En la misión hay una fuerza centrípeta. Algunos discípulos deciden seguir a Jesús porque les atrae la compañía de los fieles.

EL SEGUNDO DIÁLOGO
El hombre del segundo diálogo se tiene que enfrentar a la siguiente afirmación:
«La lealtad a Jesús y el reino que él inaugura es más importante que la lealtad a las normas culturales de tu sociedad».

El conjunto teológico incluye al menos los siguientes temas:
  1. Jesús no acepta que haya otra autoridad mayor.
  2. Las demandas culturales de la comunidad no son excusas aceptables cuando uno se plantea el discipulado (independientemente de lo antiguas y sagradas que estas sean).
  3. El «sígueme» de Jesús queda definido por el mandamiento de «participar en y proclamar el reino de Dios». Así, Jesús es el único agente de Dios a través del cual podemos expresar nuestra obediencia al reino de Dios.
  4. En la misión hay una fuerza centrífuga. Esta persona recibe un llamamiento. No es un voluntario. Jesús se acerca a él para llamarlo.

EL TERCER DIÁLOGO
Jesús desafió a este voluntario con la siguiente intención:
«Mi autoridad es absoluta. La autoridad, aunque sea de tu familia (si entra en conflicto con mi autoridad), es una distracción que debes evitar si me quieres ser útil / si quieres ser útil para el reino».

El conjunto teológico del tercer diálogo recoge los siguientes temas:
  1. El llamamiento del reino de Dios debe ponerse por delante de todas las demás lealtades.
  2. El discípulo con lealtades divididas es perjudicial para la obra del reino y, por tanto, no es apto para formar parte de él.
  3. Seguir a Jesús no es sentir el brillo de una luz interior o hacer un descubrimiento intelectual, sino que se compara con una tarea creativa, pero dura y exigente, como poner la mano sobre el arado y unirse a un equipo de bueyes.
  4. El servicio en el reino de Dios es sinónimo de seguir a Jesús. Por tanto, Jesús es el único agente de Dios por el cual podemos expresar nuestra lealtad a Dios. Es decir, servir/seguir a Jesús es servir/seguir a Dios.
Vemos que un análisis de la estructura literaria y de la cultura que hay detrás de la parábola nos ayuda a descubrir al menos una parte del significado que estos diálogos cuidadosamente compuestos tuvo para los oyentes originales y para el lector/oyente de nuestros días.
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viernes, 22 de julio de 2016

Para nosotros hay un solo Dios, el Padre, de quien proceden todas las cosas y nosotros somos para Él; y un Señor, Jesucristo, por quien son todas las cosas y por medio del cual existimos nosotros.

RECUERDA Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6




LA GRACIA SOBREABUNDA

LA GRACIA PROPORCIONA EL PODER  DE SER LIBRE DEL PECADO


Justo cuando el apóstol Pablo se estaba preparando para pronunciar su fabuloso tratado sobre la justicia, dio esta declaración: «Cuando el pecado abundó, sobreabundó la gracia» (Romanos 5:20). 

Es muy importante para el hombre cuya vida se ha caracterizado por actos lujuriosos saber que por mucho que se haya entregado al pecado, Dios tiene una medida de gracia todavía mayor para vencer ese pecado. 

La razón por la que Jesús vino fue para romper el poder del pecado sobre la vida del creyente. Pablo lo dijo de esta manera: «Porque la gracia de Dios se ha manifestado para salvación a todos los hombres, enseñándonos que, renunciando a la impiedad y a los deseos mundanos, vivamos en este siglo sobria, justa y piadosamente» (Tito 2:11-12). 

Sí, es cierto, la gracia es el medio por el cual la salvación está disponible para toda la humanidad. Sin embargo, es aun más que eso. La gracia también es una maestra, y su principal asignatura es enseñar cómo vivir una vida agradable a Dios. 

Cuando surge la tentación por algo profano, la gracia está ahí para enseñarnos a decir: «No». Cuando llega la ocasión para entregarse a alguna pasión mundana, la gracia nos enseña a rechazarla. No solo nos ayuda durante esos momentos de tentación, sino que la gracia diaria de Dios es una fuerza activa en la vida del creyente para que «vivamos en este siglo sobria, justa y piadosamente». 

Esto es justo lo que quería decir Pablo cuando dijo: «No os ha sobrevenido ninguna tentación que no sea humana; pero fiel es Dios, que no os dejará ser tentados más de lo que podéis resistir, sino que dará también juntamente con la tentación la salida, para que podáis soportar» (1 Corintios 10:13).

Es la gracia de Dios lo que nos faculta para resistir el agobiante deseo del pecado. En otros términos, el ambiente que proporciona la aceptación y el perdón cuando nos arrepentimos es el mismo ambiente piadoso que proporciona una senda a través de cada tentación a pecar. Es mi testimonio que en los últimos quince años ha sido la gracia de Dios lo que me ha mantenido sin entregarme a la poderosa lujuria por las mujeres que antes dominaba mi vida. 

Solo para dar un ejemplo de los muchos que podría compartir les contaré un incidente que sucedió en 1988. En ese tiempo solo tenía tres años de haber salido de la adicción al pecado. Estuve viajando, dictando una conferencia sobre el tema de cómo vencer la adicción sexual. 

Allí se encontraba una atractiva doctora que parecía muy interesada en los Ministerios Vida Pura. Hacía una gran cantidad de preguntas y parecía reacia a marcharse después de la conferencia. El hombre con el que yo viajaba tenía otros compromisos, y le pedí a ella que me llevara a la casa donde nos hospedábamos. En ese momento no había pasado por mi mente ninguna tentación. 

Parecía que esta señora tenía cierto interés en involucrarse con los Ministerios Vida Pura, así que me alegraba de tener la oportunidad de hablar con ella. No obstante, durante el recorrido a través de la ciudad, comencé a percatarme de su físico. Cuando llegamos a la casa, sentí que una lujuria irresistible por ella se apoderaba de mi mente. Era la misma demoníaca nube negra que había experimentado en el carro cuando viajaba a otra ciudad  a principios de ese año. 

Mientras experimentaba este intoxicante deseo, ella me aclaró que estaba disponible. Justo entonces, en ese momento crítico, me entró un temor aun más abrumador que la lujuria de que me sorprendieran si cometía adulterio. Este temor que me invadía era todo lo que necesitaba para escaparme de la situación. ¡Qué ejemplo de la maravillosa gracia de Dios que me sostuvo en ese instante! 

Si Dios me hubiera dejado solo, hubiera arrojado todo lo que el Señor había logrado en mi vida durante esos tres años. Habría destrozado la confianza que con tanto esmero y trabajo había restablecido con mi esposa.Habría arruinado a Ministerios Vida Pura, aun antes de que comenzaran a funcionar. 

En efecto, hubiera caído verticalmente en las profundidades del pecado una vez más. ¡No obstante, no estuve solo! La gracia de Dios estaba ahí para proporcionarme una vía de escape.

Si su gracia está ahí para el creyente, ¿por qué algunos hombres se hunden de continuo en sus tentaciones?. Aunque no lo comprendo del todo, el permanecer en Cristo hace posible que la gracia de Dios sustente al creyente. Como Juan dijo: «Y sabéis que él apareció para quitar nuestros pecados, y no hay pecado en él. Todo aquel que permanece en él, no peca; todo aquel que peca, no le ha visto, ni le ha conocido» (1 Juan 3:5-6,24).
      
Permítame ilustrar esto.

He tenido que viajar mucho. En otra ocasión estuve en un aeropuerto  cerca de Londres. Hay una pasarela movible que conduce hasta el centro de la terminal, probablemente una distancia de casi un kilómetro. Existen diversos bares, restaurantes y tiendas alineadas a cada lado. Si la persona desea encontrarse con el
pecado, ahí está al alcance de la mano.

Utilizando ese aeropuerto como ilustración del peregrinaje cristiano por la vida, la pasarela mecánica sería el objeto que representaría la gracia de Dios. Al permanecer seguro en Cristo, de alguna manera esto me mantiene firme frente a todas las tentaciones y trampas de este mundo. 

Mi responsabilidad es permanecer adherido a la vid. La obra de Dios es facultarme para vencer las tentaciones de la vida que aparecen en el camino. Mantenerme en una relación dependiente del Señor todos los días, a través de la oración y el estudio de la Biblia, me mantiene atado de forma segura a la vid y espiritualmente alimentado. Estos son los medios que utiliza el Señor para infundir su poder en mi vida. 

La pasarela movible es una ilustración de la gracia de Dios que me transporta a través de algunos lugares bastante infernales. No es mi propio esfuerzo el que logra liberarme. Es solo el poder de Dios. Él recibirá toda la gloria cuando llegue al cielo porque estoy consciente por completo de que no tengo la fuerza dentro de mí mismo para soportar tales tentaciones. 

Sí, si estuviese inclinado a cometer pecado podría en cualquier momento durante mi tránsito tomar el pasamanos y salirme a la esfera mundana, e ir a una librería que ofrece pornografía. Sin embargo, hay una salida espiritual que se llama temor al Señor y que se ha establecido dentro de mí. Es un rasgo protector agregado que se ha erigido en mi interior, el cual forma una barrera defensora suficiente para evitar que me extravíe hacia las siempre presentes seducciones que suministra el espíritu de este mundo. 

Aquellos cuyo temor de Dios ha sido paralizado por las enseñanzas de la «gracia desmedida» no disfrutan de esta protección añadida. En peores problemas aun están los que van por ahí sin la disciplina y la fortaleza espiritual que proviene de mantener una vida devocional diaria. 

Ahora tengo una mejor comprensión de su gracia maravillosa porque ella me ha sostenido por mucho tiempo. A través de los años la he visto funcionar para mi beneficio. Al principio de mi recorrido con el Señor no entendía bien la gracia. En realidad, tan asombroso como pueda parecer teniendo en consideración la profundidad del pecado en el que había estado involucrado antes, me habría podido convertir por completo en fariseo cuando comencé por primera vez a andar en victoria sobre el pecado sexual. 

Me di a mí mismo mucho crédito inmerecido por mi libertad. Llegue a ser notablemente similar al fariseo de Lucas 18, que dijo: «Dios, te doy gracias porque no soy como los otros hombres, ladrones, injustos, adúlteros, ni aun como este publicano; ayuno dos veces a la semana, doy diezmos de todo lo que gano» (Lucas 18:11-12). 


Me comparaba de continuo con los demás. Al igual que este fariseo, hacía muchas cosas correctamente. Mi fervor por el Señor era intenso. Estaba dispuesto a vivir una vida «agotadora» por Dios, sacrificando todo lo demás para servirle a él. Mi vida piadosa era firme, pero había perdido de vista cuán desdichado había sido y todo lo que el Señor había hecho por mí. Había llegado a ser muy orgulloso y autosuficiente.

Dios continuaba encargándose de mí. Él estaba reacio a dejarme en ese terrible estado. Cierto día de 1991, el Señor me ayudó de una manera por completo inesperada. A la siguiente semana tenía que aparecer en el programa Enfoque en la Familia. Me estaba preparando para compartir mi testimonio en ese programa, sabiendo que quizás millones de personas lo escucharían. 

En el fondo de mí mismo estaba ansioso de compartir con el mundo cómo yo había vencido el pecado sexual. Sin embargo, Dios no compartiría su gloria con nadie, ni siquiera conmigo. Durante ese tiempo me encontraba predicando en diversas iglesias por todo el país. 

Ese fin de semana en particular estaba programado para realizar los oficios religiosos en una iglesia. Mi esposa por lo regular viaja conmigo, pero comenzó a sentir un dolor en la espalda y decidió quedarse en casa. Yo tendría que hacer ese viaje de seis horas de duración por mi propia cuenta, y me sentía muy confiado.

Ese día manejé el largo recorrido, luchando a veces con la tentación de entrar en alguna ciudad por el camino para buscar pornografía o algo incluso peor. Sin embargo, logré controlar esos incesantes pensamientos y pude llegar a una gasolinería. Me detuve para llenar el tanque de gasolina y entré en la tienda para usar el servicio sanitario. 

Al abrirme paso por la tienda (¡a fin de apreciar de forma adecuada lo que sucedió después podría ser de utilidad que se imaginen que yo caminaba por el lugar con todo mi garbo farisaico!), me fijé que un hombre estaba de pie ante un estante de periódicos, mirando una revista de «muchachitas». Pase por su lado, atisbando por encima de su hombro con la esperanza de ver algún cuerpo semidesnudo. En efecto, la revista estaba abierta en una página pornográfica.

El vistazo de ese cuerpo me obsesionó todo el fin de semana. Por alguna razón logré llegar al culto del domingo, y el lunes por la mañana me encaminé a mi casa. 

Tan pronto como salí de la casa pastoral mi mente regresó con rapidez a aquella parada de camiones.«¡No! ¡No me detendré a mirar esa revista!», exclamé para mí mismo. Pero sin que importara cuán fuerte era mi disposición, el retrato de la muchacha continuaba fastidiándome. Al fin llegué al letrero que indicaba que la rampa de salida estaba a una milla de distancia. «¡No me detendré! ¡Voy a continuar con Dios!», grité. «¡Gloria, aleluya!»

Cuando apareció la desviación, me salí de la autopista, manejé directo hacia esa gasolinera, entré, y me saturé la mente con los retratos de esa revista. El corazón me latía de modo frenético el hojear esas páginas. Justo entonces, una vocecita dentro de mí me grito: «¡Corre!»

Sabiendo que era el Espíritu Santo, salí de inmediato e hice el largo viaje de regreso lleno de culpabilidad. En los días subsiguientes, me reprendía de continuo con vehemencia. Cierta mañana, mi autocondena llegó a su punto culminante. «¡Cómo pudiste ser tan estúpido! ¡Aquí estása punto de hablar por la radio a escala nacional y te has puesto a mirar pornografía! ¡Estúpido!» 

La injuria autoimpuesta continuaba sin cesar.

Antes de terminar esta historia, debo referirme a un incidente que me ocurrió hace diez años. Yo era cadete de la Academia de Alguaciles. Estaba por concluir el entrenamiento de dieciocho meses, y era uno de los afortunados que habían resistido la estricta academia. Una tercera parte de la clase de ciento cincuenta cadetes se había retirado. Los que habíamos logrado llegar hasta ahí vivíamos con 
un cierto grado de temor de hacer algo que pudiera causarnos la descalificación. 

Ese día en particular, los cadetes fuimos transportados en autobús a los terrenos de una feria para participar en clases de manejo intensivo de dos días de duración. Se llevaría a cabo un curso de alta velocidad para el cual se habían colocado en la extensa zona asfaltada conos anaranjados, de los que se usan para hacer señalamientos. Finalmente llegó mi turno. Lo primero que noté de la patrulla que me tocó conducir es que estaba equipada con una rejilla de seguridad. En el asiento del conductor estaba un casco esperándome... 

—Entra, ponte el casco y despega —me dijo el intrépido instructor, sentándose en el asiento del pasajero. Hice exactamente lo que me dijo. Iba manejando a alta velocidad cuando, para sorpresa mía, el instructor me gritó: «¡Más rápido!» 

De inmediato respondí aumentando la velocidad todavía más. Iba volando por las curvas particularmente difíciles. Perdí el control por un segundo y me vi forzado a salirme del carril. De inmediato regresé al camino a gran velocidad y terminé el curso. Me senté en silencio mientras el instructor hacía el papeleo. 

Sabiendo que me había salido del carril, me lamenté: —Supongo que no pasé el curso. Me sentía enfermo por dentro, pensando que esto podría afectar mi graduación de la academia. —¿Qué no pasaste? ¿Por qué crees que no pasaste? — preguntó. —Fallé en esa vuelta y me salí del carril —me quejé. —¡Sí, pero regresaste de inmediato al camino! ¡Lo hiciste grandioso! —exclamó. Diez años más tarde, al encontrarme en mi caminata matutina de oración, culpándome por ver la pornografía en la gasolinera, Dios me habló. (Aun después de todos estos años me brotan lágrimas de los ojos al recordar ese incidente.) 

En uno de esos momentos brillantes y eternos, volví a vivir el incidente que ocurrió una década antes en la patrulla. Ahora era el Señor el que me hablaba: «Cometiste un pequeño error. ¡Pero a partir de ahí has hecho todo magníficamente! Has acudido a mí en oración todos los días. Te has mantenido cerca de mí. Has estudiado con fidelidad la Palabra. ¡Sí, te saliste del carril por un momento, pero regresaste de inmediato a la vía!»

En se momento alcancé una verdadera revelación acerca de la gracia de Dios. ¡Desde ese día en adelante comprendí que mi victoria sobre el pecado no era por mis fuerzas, sino por la maravillosa gracia de Dios!
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