jueves, 7 de mayo de 2015

Eso que le llaman Noviazgo: Un Estudio Biblico


biblias y miles de comentarios
 
Tipo de Archivo: PDF| Idioma: Spanish | Categoría: Capacitación Ministerial
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 Capítulo 1 El noviazgo Llorón  9
Capítulo 2 El noviazgo Pollito  17
Capítulo 3 El noviazgo Osama Bin Laden  25
Capítulo 4 El noviazgo Alicate  31

Capítulo 5 El noviazgo Microondas  39
Capítulo 6 El noviazgo Ciclón  47
Capítulo 7 El noviazgo Pink y Cerebro  53
Capítulo 8 El noviazgo Peor es nada  61
Capítulo 9 El Noviazgo bombillo  69
Capítulo 10 El Noviazgo 007  77

Capítulo 11 El Noviazgo equivocado  87
Capítulo 12 El Noviazgo eterno  95
Conclusión Las señales 

Muchos de los fracasos en las relaciones de pareja, en los noviazgos, en la vida de “amigovios” (amigovios: dícese de una relación donde no saben si son amigos o novios), amigos con derechos u otro adjetivo que inventemos,  se deben principalmente a que en la mayoría de los casos nadie les dijo o mejor dicho, nadie nos dijo, cómo enfrentar eso a lo que todos llamamos amor. 

Las personas nacen, crecen, viven y mueren sin darse cuenta si supieron o no amar, en su larga o corta visita por esta Tierra. Lo peor es que culpamos al destino, a Dios, a la vida misma, a la suegra, a la novia o al dinero.
Sin percatarnose que en muchos casos el problema no está fuera sino dentro de nosotros mismos.
Hemos sido capaces de crear un sin número de di-ferentes maneras de relacionarnos, casi incontables, inimaginables, inigualables, incomparables e increí-bles. Tenemos la capacidad de “crear” cada vez más y más, extrañas y nuevas maneras de amar. Por ello, “Los doce tipos de noviazgo más comunes”, recopila de
una manera divertida las principales formas en que nos relacionamos.

La idea central, es tratar de identificar las características y los rasgos más importantes que tienen los implicados en los romances (tanto él como ella). Ya que los papeles que asumen los actores y actrices de estas comedias, muchas veces rayan en lo simpático, loco y atrevido.

Te desafío a que con papel en mano, pueda en este viaje por el libro, ir redescubriéndo el galán o el agresor que vive dentro de tì.  Tal vez descubras que mantienes una relación Osama Bin Laden o peor aún, que tu no-viazgo bien podría ser llamado Pinky y Cerebro.

Esta es una guía práctica que te permitirá meditar so-bre la forma en que desarrollas tus relaciones sentimentales, de manera que puedas redireccionar tus acciones en caso de ser necesario. En algunos casos no será nece-sario que cambies tus actitudes, sino obligatorio...

Te sugiero que no uses este libro solamente para identificar los errores de tu pareja. Más bien utilízalo para que puedas identificar los tuyos propios de ti mismo (la redundancia es intencional) y te asegures una gradua-ción con honores en la Universidad de la Vida con una Maestría en amor.

Fue escrito principalmente para jóvenes entre 15 a 25 años, pero luego de hacerlo y regalar unas copias a algunos amigos me di cuenta que muchos adultos también lo necesitan. Como por ejemplo a los que se los regalé.  Ya que han visto descubiertos sus curiosos comportamientos en él.

Espero lo disfrutes y puedas desarrollar de una manera correcta el regalo más preciado que nos ha dado Dios, como lo es el amor.

El noviazgo llorón se da cuando los enamorados en la relación (novio o novia), deciden utilizar el arma súper secreta (por lo menos eso cree el que la usa), conocida con el nombre de “lágrimas”, para lograr sus objetivos o caprichos.
Sucede cuando uno de los dos tiene algo importante que decir a su pareja y la otra persona irrumpe en llan-to, justo en ese preciso momento. Arma muy utilizada por las mujeres, pero en estos tiempos también ha sido aprovechada por los hombres.
La pregunta es: ¿Con qué intención lo hacen?¿Para hacer sentir culpable a la otra persona?, ¿Para que no le siga discutiendo del tema porque sabe que lleva las de perder?, ¿Para lograr que la persona ante la cual llora sienta lástima?, ¿Porque es la forma en que de pequeño o de pequeña conseguía las cosas, por ejemplo, los caramelos? o  ¿Para sentir que eres la víctima?
(nota: si el llanto es producto de un golpe, definitivamente eres una víctima, pero no es este el caso).
El asunto es que utilizar las lágrimas es un comporta-miento que bien puede mostrar dos cosas:

1.  El alto grado de sentimentalismo que tiene la perso-na (en realidad esto se da en muy pocos casos, como dos, o tal vez tres en el mundo), o; 
2.  La forma que utilizan para comunicar sus anhelos, deseos o temores. (Esta es la de la que hablamos). Los niños recién nacidos tienen una particular forma
de comunicación: las lágrimas. Ellos no saben hablar, en-tonces su única forma de comunicar lo que necesitan es el llanto. Lo utilizan para comunicar por ejemplo, que tienen deseo de hacer pupu (pupu:  dícese de un niño que necesita ir al baño), lo utilizan también para pedir alimento, para decir que les duele el estómago, para de-cir que quieren dormir o jugar, para llamar la atención o para espantar a los que le hacen feas muecas cuando los visitan y les hablan en un idioma extraño.
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Si Dios es por nosotros, ¿quién contra nosotros? …Antes, en todas estas cosas somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó

Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6


 
 
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Con Cristo no existe el fracaso

2 Corintios 1:12–2:17


En su libro Profiles in Courage [Perfiles de Valentía], John F. Kennedy escribió: “Grandes crisis producen grandes hombres y grandes obras de valentía”.
En tanto que es cierto que una crisis incide sobre la manera de ser de una persona, también es cierto que una crisis ayuda a revelar cómo es esa persona. Pilato enfrentó una gran crisis, pero su forma de manejarla no le dio ni valentía ni grandeza. La forma en que manejamos las dificultades de la vida dependerá grandemente de la clase de carácter que tenemos.
En esta carta tan personal Pablo abrió su corazón a los corintios (y a nosotros) y reveló las pruebas que había experimentado. Para empezar, había sido severamente criticado por algunas personas en Corinto debido a que había cambiado sus planes y al parecer no había cumplido su promesa. Cuando hay malos entendidos entre creyentes, las heridas pueden ser profundas. Además había el problema de la oposición a su autoridad apostólica en la iglesia. Uno de los miembros, posiblemente un líder, tuvo que ser puesto bajo disciplina, y esto le causó a Pablo gran tristeza. Finalmente, estaban las difíciles circunstancias que Pablo había atravesado en Asia (2 Corintios 1:8–11), una prueba tan severa que había llegado a temer por su vida.
¿Qué impidió que Pablo fracasara? Otras personas, al enfrentar las mismas crisis, habrían fracasado. Sin embargo, Pablo no sólo triunfó sobre las circunstancias, sino que de ellas produjo una gran carta que incluso hoy está ayudando al pueblo de Dios a alcanzar victoria. ¿Cuáles son los recursos espirituales que ayudaron a Pablo a persistir?


  Una conciencia limpia (2 Corintios 1:12–24)

La palabra conciencia procede de dos palabras latinas: com que quiere decir con, y scire que significa conocer. La conciencia es aquella facultad interna que conoce con nuestro espíritu y aprueba lo que está bien, pero nos acusa cuando hacemos mal. La conciencia no es la ley de Dios, pero da testimonio de esa ley. Es la ventana que permite entrar la luz; y si la ventana se ensucia debido a la desobediencia, entonces la luz que entra es cada vez más difusa (Mateo 6:22–23; Romanos 2:14–16).
Pablo usó la palabra conciencia veintitrés veces en sus cartas y ministerio de predicación que se relata en Hechos. “Y por esto procuro tener siempre una conciencia sin ofensa ante Dios y ante los hombres” (Hechos 24:16). Cuando una persona tiene una buena conciencia, tiene integridad, no duplicidad; se puede confiar en esa persona.
¿Por qué acusaban los corintios a Pablo de engaño y descuido? Debido a que no llegó a Corinto. Se había visto obligado a cambiar sus planes. Originalmente había prometido pasar el invierno en Corinto “si el Señor lo permite” (1 Corintios 16:2–8). Pablo quería recoger las ofrendas que los corintios habían recolectado para los creyentes judíos pobres. También quería darle a la iglesia el privilegio de enviarle a él y a sus compañeros camino a Jerusalén.
Pero para tristeza y vergüenza, Pablo había tenido que cambiar sus planes. Personalmente lo comprendo porque en mi propio ministerio algunas veces he tenido que cambiar mis planes e incluso cancelar reuniones, ¡y sin el beneficio de la autoridad apostólica! Pablo ahora planeaba hacer dos visitas a Corinto, una en su camino a Macedonia, y otra en su camino de regreso. Entonces añadiría la ofrenda recogida en Corinto a la de las iglesias de Macedonia, y continuaría su viaje a Jerusalén.
Sin embargo, incluso el segundo plan alternativo de Pablo tuvo que ser abandonado. ¿Por qué? Debido a que su propio corazón lleno de cariño no podía soportar otra “visita dolorosa” (2 Corintios 1:23; 2:1–3). Pablo le había informado a la iglesia del cambio en sus planes, pero ni siquiera esto silenció a la oposición. Lo acusaban de seguir sabiduría humana (2 Corintios 1:12), de tomar con ligereza la voluntad de Dios (2 Corintios 1:17), y de hacer planes sólo para complacerse a sí mismo. Estaban diciendo: “Si Pablo dice o escribe algo, ¡en realidad quiere decir otra cosa! Su sí es no, y su no es sí”.
Los malos entendidos entre el pueblo de Dios a menudo son muy difíciles de desenmarañar, debido a que un mal entendido conduce a otro. Una vez que empezamos a poner en tela de juicio la integridad de otros o a desconfiar de sus palabras, la puerta queda abierta a toda clase de problemas. Pero, sin que importe lo que sus acusadores pudieran decir, Pablo se mantuvo firme debido a que tenía limpia su conciencia. Lo que había escrito, dicho y vivido, concordaba. Y, después de todo, había añadido a su plan original la frase “si el Señor lo permite” (1 Corintios 16:7; ve también Santiago 4:13–17).
Cuando tienes limpia la conciencia, vives a la luz del retorno de Jesucristo (2 Corintios 1:14). “El día del Señor Jesús” se refiere al tiempo cuando Cristo aparecerá y llevará a su Iglesia al cielo. Pablo estaba seguro de que, ante el tribunal de Cristo, se regocijaría por los creyentes corintios y ellos por él. Cualquier mal entendido que pudiera haber hoy, cuando estemos frente a Jesucristo todo será perdonado, olvidado y transformado en gloria, para alabanza de Jesucristo.
Cuando tienes limpia tu conciencia tomarás en serio la voluntad de Dios (2 Corintios 1:15–18). Pablo no hizo sus planes al descuido o a la ventura; buscó la dirección del Señor. Algunas veces no estaba seguro de lo que Dios quería que hiciera (Hechos 16:6–10), pero sabía cómo esperar en el Señor. Sus motivos eran sinceros; estaba procurando agradar al Señor y no a los hombres. Cuando nos detenemos a considerar cuán difíciles eran la transportación y la comunicación en esos días, podemos maravillarnos de que Pablo no tuvo más problemas con su atiborrado calendario.
Jesús nos instruyó a ser serios en lo que decimos. Simplemente tenemos que decir “sí lo haré” o “no lo haré”. Tu palabra es suficiente, no hay que jurar. (Mateo 5:37). Sólo una persona con carácter malo usa palabras adicionales para dar fuerza a su sí o su no. Los corintios sabían que Pablo era un hombre de carácter veraz, porque era un hombre de conciencia limpia. Durante sus dieciocho meses de ministerio entre ellos, Pablo había demostrado ser fiel; no había cambiado.
Cuando tienes una conciencia limpia glorificas a Jesucristo (2 Corintios 1:19–20). No puedes glorificar a Cristo y practicar el engaño al mismo tiempo. Si lo haces, violas tu conciencia y erosionas tu carácter; pero a la larga la verdad saldrá a la luz. Los corintios habían sido salvos debido a que Pablo y sus amigos les predicaron a Jesucristo. ¿Cómo podía Dios revelar la verdad a través de instrumentos falsos? El testimonio y el andar del ministro deben marchar juntos, porque la obra que hacemos fluye de la vida que vivimos.
No hay sí y no respecto a Jesucristo. Es el eterno sí de Dios para los que confían en él. “Todas las promesas que ha hecho Dios son ‘sí’ en Cristo. Así que por medio de Cristo respondemos ‘amén’ para la gloria de Dios” (2 Corintios 1:20, NVI). Jesucristo revela las promesas, cumple las promesas, ¡y nos permite apropiarnos de ellas! Una de las bendiciones de una conciencia buena es que no tenemos temor de estar ante Dios o ante los hombres, o apropiarnos de las promesas que Dios nos da en su Palabra. Pablo no era culpable de manipular la Palabra de Dios para respaldar sus propias prácticas de pecado (ve 2 Corintios 4:2).
Finalmente, cuando tienes limpia tu conciencia, éstas en buenas relaciones con el Espíritu de Dios (2 Corintios 1:21–24). La palabra confirma es un término mercantil, y se refiere a la garantía de cumplimiento de un contrato. Es la seguridad que el vendedor le da al comprador de que el producto es como fue anunciado, o que el servicio se dará según lo prometido.
El Espíritu Santo es la garantía de Dios de que él es confiable y que realizará lo que ha prometido. Pablo se cuidaba de no entristecer al Espíritu Santo; y, puesto que el Espíritu Santo no le convencía de pecado, sabía que sus motivos eran puros y su conciencia estaba limpia.
Todos los creyentes han sido ungidos por el Espíritu Santo (2 Corintios 1:21). En el Antiguo Testamento las únicas personas que eran ungidas eran los profetas, los sacerdotes y los reyes. Su ungimiento los equipaba para el servicio. Cuando nos rendimos al Espíritu, él nos capacita para servir a Dios y vivir santamente. El nos da el discernimiento espiritual que necesitamos para servir a Dios aceptablemente (1 Juan 2:20, 27).
El Espíritu también nos ha sellado (2 Corintios 1:22; Efesios 1:13) de modo que pertenecemos a Cristo y él nos considera suyos. El testimonio interior del Espíritu nos garantiza que somos hijos auténticos de Dios (Romanos 5:5; 8:9). El Espíritu también nos asegura de que él nos protegerá, porque somos su propiedad.
Finalmente el Espíritu Santo nos capacita para que sirvamos a otros (2 Corintios 1:23–24), no como dictadores espirituales que les dicen a otros qué hacer, sino como siervos que tratan de ayudar a otros a crecer. Los falsos maestros que invadieron la iglesia de Corinto se portaban como dictadores (ve 2 Corintios 11), y esto había hecho que los corazones de la gente se alejaran de Pablo, quien se había sacrificado tanto por ellos.
El Espíritu es “las arras” de Dios (cuota de entrada, garantía, depósito) de que un día estaremos con él en el cielo y poseeremos cuerpos glorificados (ve Efesios 1:14). Él nos capacita para que disfrutemos de las bendiciones del cielo en nuestros corazones ¡hoy! Debido a que el Espíritu moraba en él, Pablo podía tener una conciencia limpia y hacer frente con amor y paciencia a los malos entendidos. Si vives para agradar a las personas, los malos entendidos te deprimirán; pero si vives para agradar a Dios, los enfrentarás con fe y valentía.


  Un corazón compasivo (2 Corintios 2:1–11)

Uno de los miembros de la iglesia en Corinto le había causado gran dolor a Pablo. No estamos seguros si este es el mismo hombre a quien Pablo se refería en 1 Corintios 5, aquel que estaba viviendo en fornicación abierta, o si era otra persona, alguien que públicamente había puesto en tela de juicio la autoridad apostólica de Pablo. Pablo había hecho una visita breve a Corinto para tratar este problema (2 Corintios 12:14; 13:1) y también les había escrito una carta dolorosa sobre la situación. En todo esto reveló un corazón compasivo. Fíjate en las evidentes muestras del amor de Pablo.
El amor pone a otros primero (vs. 1–4). Pablo no pensaba en sus propios sentimientos, sino en los de los demás. En el ministerio cristiano los que nos dan mayor gozo también pueden producirnos gran aflicción; y esto era lo que Pablo estaba experimentando. Les escribió una carta severa, brotada de la angustia de su propio corazón y bañada en amor cristiano. Su gran deseo era que la iglesia obedeciera la Palabra, disciplinara al ofensor y trajera pureza y paz a la congregación.
“Fieles son las heridas del que ama; pero importunos los besos del que aborrece” (Proverbios 27:6). Pablo sabía que sus palabras lastimarían a los que quería, y esto le partió el corazón. Pero también sabía (como todo padre amante conoce) que hay una gran diferencia entre lastimar a alguien y hacerle daño a alguien. Algunas veces quienes nos quieren nos lastiman para impedir que nos hagamos daño nosotros mismos.
Pablo podía haber ejercido su autoridad apostólica y ordenado a la gente que lo respetara y obedeciera; pero prefirió ministrar con paciencia y amor. Dios sabía que el cambio en los planes de Pablo tenían como motivo librar a la iglesia de más dolor (2 Corintios 1:23–24). El amor siempre considera los sentimientos de otros y procura poner el bienestar de ellos por sobre todo lo demás.
El amor procura ayudar a otros a crecer (vs. 5–6). Es digno de notarse que Pablo no mencionó el nombre del sujeto que se le había opuesto y había dividido a la familia de la iglesia. Sin embargo, Pablo le dijo a la iglesia que disciplinara al hombre por su propio bien. Si la persona a quien se refiere es el mismo fornicario mencionado en 1 Corintios 5, entonces estos versículos indican que la iglesia en efecto se había reunido y disciplinado al hombre, y que éste se había arrepentido de sus pecados y fue restaurado.
La verdadera disciplina es una evidencia del amor (ve Hebreos 12). Algunos padres jóvenes con pensamiento moderno respecto a cómo criar a los hijos, rehúsan disciplinarles cuando sean desobedientes aduciendo que quieren demasiado a sus hijos. Pero si en realidad aman a sus hijos, los disciplinarán.
La disciplina en la iglesia no es un tema popular, ni tampoco una práctica extendida. Demasiadas iglesias hacen caso omiso de los problemas en lugar de obedecer las Escrituras y enfrentar la situación con valentía “siguiendo la verdad en amor” (Efesios 4:15). El principio de “paz a cualquier costo” no es bíblico, por cuanto no puede haber verdadera paz espiritual sin pureza (Santiago 3:13–18). Los problemas ocultados tienden a multiplicarse y causar problemas peores más tarde.
El hombre al que Pablo confrontó, y a quien la iglesia disciplinó, fue ayudado por esta clase de amor. Cuando yo era niño no siempre aprecié la disciplina que mis padres me aplicaban, aun cuando debo confesar que merecía mucho más de lo que recibí. Pero ahora que miro en retrospectiva agradezco a Dios porque ellos me quisieron lo suficiente como para lastimarme y así impedir que me hiciera daño yo mismo. Ahora comprendo que ellos hablaban con verdad al decir: “Esto nos duele más a nosotros que a ti”.
El amor perdona y anima (vs. 7–11). Pablo instó a la familia de la iglesia a que perdonara al hombre, y dio sólidas razones para respaldar su admonición. Para empezar, debían perdonarle por causa del hombre mismo, “para que no sea consumido de demasiada tristeza” (2 Corintios 2:7–8). El perdón es la medicina que ayuda a sanar los corazones quebrantados. Era importante que la iglesia le asegurara su amor a este pecador arrepentido.
En mi propio ministerio pastoral he participado en reuniones en donde miembros bajo disciplina han sido perdonados y restaurados a la comunión; y han sido horas preciosas y santas en mi vida. Cuando la familia de una iglesia asegura a un hermano o hermana perdonados que su pecado ha quedado en el olvido y la comunión ha sido restaurada, se experimenta un maravilloso sentido de la presencia de Dios. Todo padre que disciplina a un hijo debe darle a continuación de la disciplina la seguridad de su cariño y perdón, o la disciplina hará más daño que bien.
Los corintios debían confirmar su amor hacia el hermano perdonado por causa del Señor (2 Corintios 2:9–10). Después de todo, la disciplina es tanto un asunto de obediencia al Señor como una obligación hacia el hermano. El problema no era simplemente entre un hermano que pecó y un apóstol afligido; era también entre el hermano que pecó y un Salvador afligido. El hombre había pecado contra Pablo y contra la iglesia, pero sobre todo había pecado contra el Señor. Cuando los líderes tímidos de la iglesia tratan de encubrir las situaciones en lugar de hacerles frente honestamente, están entristeciendo al Señor.
Pablo dio una tercera razón: debían perdonar al ofensor por causa de la iglesia (2 Corintios 2:11). Cuando no hay un espíritu perdonador en una congregación debido a que no se ha tratado con el pecado de una manera bíblica, se le da a Satanás una fortaleza de operación en la congregación. Cuando albergamos un espíritu no perdonador entristecemos al Espíritu Santo y le damos “lugar al diablo” (Efesios 4:27–32).
Una de las artimañas de Satanás es acusar a los creyentes que han pecado para que piensen que su caso está perdido. Ha habido personas que me han escrito o me han llamado por teléfono pidiendo ayuda porque han estado bajo la opresión y acusación satánica. El Espíritu Santo nos convence de pecado para que lo confesemos y acudamos a Cristo para que nos limpie; pero Satanás nos acusa de pecado para que nos desesperemos y nos demos por vencidos.
Cuando se disciplina según la Biblia a un hermano o hermana que han ofendido, y se arrepienten, entonces la familia de la iglesia debe perdonar y restaurar al miembro, y el asunto debe ser olvidado y jamás vuelto a traer a la luz. Si la familia de la iglesia, o cualquier persona en ella, mantiene un espíritu no perdonador, entonces Satanás usará esa actitud para sus nuevos asaltos contra la iglesia. Pablo pudo vencer los problemas que enfrentaba debido a que tenía una conciencia limpia y un corazón compasivo. Pero había un tercer recurso espiritual que le dio la victoria.


  Una fe conquistadora (2 Corintios 2:12–17)

En Asia parecía como que los planes de Pablo se habían desbaratado por completo. ¿Dónde estaba Tito? ¿Qué ocurría en Corinto? Pablo había abierto las puertas al ministerio en Troas, pero no tenía paz en su corazón para entrar por esas puertas. Humanamente hablando, parecía como que era el final de la batalla, con Satanás como el triunfador. Excepto por una cosa: ¡Pablo tenía una fe conquistadora! “Más a Dios gracias” (2 Corintios 2:14). Este canto de alabanza nacía de la seguridad que Pablo tenía debido a que confiaba en el Señor.
Pablo estaba seguro de que Dios le estaba guiando (v. 14a). Las circunstancias no eran de lo mejor, y Pablo no podía explicar los desvíos y desilusiones, pero estaba seguro de que Dios tenía las cosas bajo control. El creyente siempre puede estar seguro de que Dios hace que todo ayude a bien, en tanto y en cuanto le amemos y procuremos obedecer su voluntad (Romanos 8:28). Esta promesa no es una excusa para descuido, sino que es un estímulo para tener confianza.
Un amigo mío debía encontrarse con un líder cristiano detrás de la Cortina de Hierro, y arreglar la publicación de cierto libro, pero todos los arreglos se deshicieron. Mi amigo se encontraba solo en un lugar peligroso, preguntándose qué hacer, cuando dio la “casualidad” de encontrarse con un desconocido, que le llevó directamente a los mismos líderes con quienes deseaba hablar. Fue la providencia de Dios obrando, el cumplimiento de Romanos 8:28.
Pablo también estaba seguro de que Dios estaba guiándole en triunfo (v. 14b). El cuadro aquí es el del triunfo romano, el tributo especial que Roma daba a los generales conquistadores.
Si un comandante al mando ganaba una victoria sobre el enemigo en territorio extranjero, y si mataba por lo menos 5.000 soldados enemigos y ganaba nuevo territorio para el emperador, entonces tenía derecho a un triunfo romano. El desfile incluía al comandante montado en un carro dorado, rodeado de sus oficiales. También incluía una exhibición del botín ganado en la batalla, tanto como soldados enemigos capturados. Los sacerdotes romanos también participaban, llevando incienso ardiendo en tributo al ejército victorioso.
La procesión seguía una ruta especial en la ciudad, y concluía en el Circo Máximo, en donde los cautivos, reducidos a la impotencia, entretendrían a la gente, luchando contra bestias salvajes. Era un día muy especial en Roma cuando a los ciudadanos se les agasajaba con un triunfo romano a todo dar.
¿Cómo se aplica este retazo de historia al creyente atribulado hoy? Jesucristo, nuestro Comandante en Jefe al mando, vino a un país extranjero (esta tierra) y derrotó completamente al enemigo (Satanás). En lugar de matar a 5.000 personas, dio vida a más de 5.000: a más de 3.000 en Pentecostés y a otros 2.000 poco después de esa ocasión (Hechos 2:41; 4:4). Jesucristo se apropió del botín de la batalla: las almas perdidas que habían estado en esclavitud al pecado y a Satanás (Lucas 11:14–22; Efesios 4:8; Colosenses 2:15). ¡Qué gloriosa victoria!
Los hijos del general victorioso venían detrás del carruaje de su padre, participando en su victoria; y eso es lo que los creyentes son hoy: seguidores del triunfo de Cristo. No luchamos por la victoria; luchamos a partir de la victoria. Ni en Asia ni en Corinto la situación parecía de victoria para Pablo, pero él creyó a Dios, y Dios convirtió la derrota en victoria.
Dios le estaba usando así como le guiaba (vs. 14c–17). Mientras los sacerdotes romanos quemaban incienso en el desfile, el aroma afectaba a diferentes personas de diferente manera. Para los soldados triunfadores, significaba vida y victoria; pero para el enemigo conquistado, significaba derrota y muerte. Estaban en camino para ser muertos por las bestias.
Usando esta imagen del incienso, Pablo describe el ministerio cristiano. Vio a los creyentes como incienso, despidiendo la fragancia de Jesucristo a través de la vida personal. Para Dios los creyentes somos la misma fragancia de Jesucristo; para otros creyentes somos aroma de vida; pero para los incrédulos somos fragancia de muerte. En otras palabras, la vida y el ministerio cristianos son asuntos de vida o muerte. La manera en que vivimos y trabajamos puede significar vida o muerte para el mundo perdido que nos rodea.
No es para asombrarse cuando leemos lo que Pablo dijo: “Y para estas cosas, ¿quién es suficiente?” (2 Corintios 2:16). En el siguiente capítulo da su respuesta: “Nuestra competencia proviene de Dios” (2 Corintios 3:5). Les recordó a los corintios que su corazón era puro y sus motivos sinceros. Después de todo, no había necesidad de ser astuto o vender la Palabra de Dios, cuando estaba marchando en el séquito triunfante del Salvador victorioso. Ellos podían malentender al apóstol, pero Dios conocía su corazón.
¡No hay necesidad de fracasar! Las circunstancias pueden desalentarnos, y la gente puede oponerse a nosotros e incluso malentendernos; pero tenemos en Cristo los recursos espirituales para ganar la batalla: una conciencia limpia, un corazón compasivo y una fe conquistadora.
“Si Dios es por nosotros, ¿quién contra nosotros? …Antes, en todas estas cosas somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó” (Romanos 8:31, 37).
 
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Alzaré mis ojos a los montes; ¿De dónde vendrá mi socorro?: Fuimos abrumados sobremanera más allá de nuestras fuerzas

Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6


 
 
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                       ¡Caído, pero no Derrotado!

2 Corintios 1:1–11


“A ustedes les parece que no tengo mis altibajos, y que disfruto de un constante progreso espiritual con gozo y ecuanimidad ininterrumpida. ¡De ninguna manera! Con frecuencia estoy desalentado por completo y todo parece ser de lo más sombrío”.
Así escribió el hombre al que solían llamar “El más grande predicador en el mundo de habla inglesa”, el Dr. John Henry Jowett. Pastoreó iglesias destacadas, predicó a congregaciones muy numerosas, y escribió libros que fueron éxito de librería.
“Padezco de una depresión del espíritu tan aterradora que espero que ninguno de ustedes jamás padezca tanta desdicha como yo”.
Esas palabras fueron pronunciadas en un sermón por Carlos Haddon Spurgeon, cuyo maravilloso ministerio en Londres le hizo quizás el más grande predicador que jamás haya producido Inglaterra.
El desaliento no respeta a persona alguna. Es más, el desaliento parece atacar más a los que tienen éxito que a los que no lo tienen; porque mientras más alto subimos, mayor suele ser la caída. No nos sorprende, entonces, cuando leemos que el gran apóstol Pablo dice que “fuimos abrumados sobremanera más allá de nuestras fuerzas”, y que llegó incluso al punto de perder “la esperanza de conservar la vida” (2 Corintios 1:8). A pesar de la grandeza de su persona y ministerio, Pablo era tan humano como nosotros.
Si no fuera por su llamamiento de Dios y su interés por ayudar a las personas, Pablo podría haber escapado de estas cargas (2 Corintios 1:1). Había fundado la iglesia en Corinto y había ministrado allí por año y medio (Hechos 18:1–18). Cuando surgieron serios problemas en la iglesia después de su partida, envió a Timoteo para que los atendiera (1 Corintios 4:17) y luego escribió la carta que nosotros llamamos Primera de Corintios.
Desafortunadamente, las cosas empeoraron y Pablo tuvo que hacer una visita dolorosa a Corinto para tratar con los agitadores (2 Corintios 2:1 en adelante). Sin embargo no hubo solución. Entonces escribió una carta “dura y fuerte” que fue llevada por su compañero Tito (2 Corintios 2:4–9; 7:8–12). Después de mucha aflicción, Pablo nuevamente vio a Tito y recibió el informe de que el problema se había resuelto. Fue entonces que escribió la carta que nosotros conocemos como Segunda de Corintios.
Pablo escribió la carta por varias razones. Primero, quería animar a la iglesia a que perdonara y restaurara al miembro que había causado todo el problema (2 Corintios 2:6–11). También quería explicar el cambio en sus planes (2 Corintios 1:15–22) e imponer su autoridad como apóstol (2 Corintios 4:1–2; 10–12). Por último, quería animar a la iglesia a participar en la ofrenda de ayuda especial que estaba recolectando para los santos necesitados de Judea (2 Corintios 8–9).
La clave en esta carta es consuelo, estímulo o ánimo. La palabra griega, que está traducida así, quiere decir uno llamado al lado para ayudar. En su forma verbal se usa dieciocho veces en esta carta, y en su forma substantiva once veces. A pesar de todas las pruebas que atravesaba, Pablo podía (por la gracia de Dios) escribir una carta saturada de estímulo.
¿Cuál era el secreto de la victoria de Pablo cuando soportaba las pruebas? Su secreto era Dios. Cuando te halles desanimado y listo para darte por vencido, aparte de ti tu atención y enfócala en Dios. De su propia experiencia difícil, Pablo nos cuenta cómo podemos hallar ánimo en Dios. Nos da tres recordatorios sencillos.


  Recuerda lo que Dios es para ti (2 Corintios 1:3)

Pablo empieza su carta con una doxología. Ciertamente no podía alegrarse con respecto a sus circunstancias, pero sí podía alegrarse en Dios, el cual controla todas las circunstancias. Pablo había aprendido que la alabanza es un factor importante para alcanzar la victoria sobre el desánimo y la depresión. La alabanza cambia las cosas, tanto como la oración cambia las cosas.
¡Alábale porque él es Dios! La frase bendito sea Dios se halla en otros dos lugares del Nuevo Testamento: en Efesios 1:3 y en 1 Pedro 1:3. En Efesios 1:3 Pablo alabó a Dios por lo que él había hecho en el pasado, cuando “nos escogió en [Cristo]” (Efesios 1:4) y “nos bendijo con toda bendición espiritual” (Efesios 1:3). En 1 Pedro 1:3 Pedro alabó a Dios por las bendiciones futuras y por “una esperanza viva”. Pero en 2 Corintios Pablo alababa al Señor por las bendiciones presentes, por lo que Dios estaba realizando actualmente.
Durante los horrores de la Guerra de los Treinta Años, el pastor Martin Rinkart sirvió fielmente a la gente de Eilenburg, Sajonia. Oficiaba un promedio de 40 funerales al día, un total de más de 4.000 durante su ministerio. Sin embargo, a raíz de esta devastadora experiencia escribió unas palabras para que sus hijos las usaran para dar gracias antes de la comida. Estas todavía se usan como himno de acción de gracias:

    De boca y corazón load al Dios del cielo;
    Pues dionos bendición, salud, paz y consuelo.
    Tan sólo a su bondad debemos nuestro ser;
    Su santa voluntad nos guía por doquier.

¡Alábale porque él es el Padre de nuestro Señor Jesucristo! Es debido a Jesucristo que podemos llamar Padre a Dios, e incluso acercarnos a él como hijos suyos. Dios nos ve en su Hijo y nos ama así como ama a su Hijo (Juan 17:23). Somos “amados de Dios” (Romanos 1:7), debido a que somos “aceptos en el Amado” (Efesios 1:6). Todo lo que el Padre hizo por Jesús cuando éste estaba ministrando en la tierra, puede hacerlo por nosotros hoy. Somos amados por el Padre porque su Hijo es su Amado, y porque nosotros somos ciudadanos del “reino de su amado Hijo” (Colosenses 1:13). Somos preciosos para el Padre, y él cuidará que las presiones de la vida no nos destruyan.
¡Alábale porque él es el Padre de misericordias! Para los judíos la expresión padre de significa el originador de. Satanás es el padre de mentira (Juan 8:44) porque la mentira se originó en él. De acuerdo con Génesis 4:21, Jubal fue el padre de los instrumentos de música, porque originó el arpa y la flauta. Dios es el Padre de misericordias porque toda misericordia se origina en él y puede alcanzarse sólo en él.
Dios en su gracia nos da lo que no merecemos, y en su misericordia no nos da lo que sí merecemos. “Por la misericordia de Jehová no hemos sido consumidos, porque nunca decayeron sus misericordias” (Lamentaciones 3:22). Las misericordias de Dios son muchas (Nehemías 9:19), tiernas (Salmos 25:6), y grandes (Números 14:19). La Biblia frecuentemente habla de la multitud de las misericordias de Dios, porque tan inagotable es su provisión (Salmos 5:7; 51:1; 69:13, 16; 106:7, 45; Lamentaciones 3:32).
¡Alábale porque él es el Dios de toda consolación! Las palabras consuelo y consolación (y sus derivados) se repiten diez veces en 2 Corintios 1:1–11. No debemos pensar del consuelo en términos de lástima, porque la lástima puede debilitarnos en lugar de fortalecernos. Dios no nos da una palmadita en la cabeza ni nos da un caramelo para desviar nuestra atención de los problemas. ¡De ninguna manera! Pone fortaleza en nuestro corazón para que podamos enfrentar las pruebas y triunfar sobre ellas. La palabra confortar procede de dos palabras latinas que quieren decir con fuerza. La palabra griega quiere decir venir al lado de alguien para ayudar. Es la misma palabra que se usa para el Espíritu Santo (“el Consolador”) en Juan 14–16.
Dios puede animarnos por su Palabra y por medio de su Santo Espíritu, pero algunas veces usa a otros creyentes para darnos el estímulo que necesitamos (2 Corintios 2:7–8; 7:6–7). ¡Qué maravilloso sería que a todos nosotros nos apodaran “Bernabé, …hijo de consolación!” (Hechos 4:36).
Cuando te halles desanimado debido a las circunstancias difíciles, es fácil que te concentres en ti mismo o que te enfoques en los problemas que te rodean. Pero el primer paso que debes dar es mirar por fe al Señor, y darte cuenta de todo lo que Dios es para ti. “Alzaré mis ojos a los montes; ¿De dónde vendrá mi socorro? Mi socorro viene de Jehová, que hizo los cielos y la tierra” (Salmos 121:1–2).


  Recuerda lo que Dios hace por ti (2 Corintios 1:4a, 8–11)

El permite que vengan las pruebas. En el idioma griego hay diez palabras básicas para el sufrimiento, y Pablo usó cinco de ellas en esta carta. La palabra de más frecuente uso es thlipsis, que significa estrecho, confinado, bajo presión, y en esta carta se traduce como “tribulación” (2 Corintios 1:4, 8; 2:4; 4:17). Pablo se sentía oprimido por las circunstancias difíciles, y la única dirección en que podía mirar era hacia arriba.
En 2 Corintios 1:5–6 Pablo usó la palabra griega pathema, “aflicciones”, la cual también se usa para referirse a los sufrimientos de nuestro Salvador (1 Pedro 1:11; 5:1). Hay algunos sufrimientos que soportamos sencillamente porque somos humanos y estamos sujetos al dolor; pero hay otros sufrimientos que nos vienen debido a que somos el pueblo de Dios y queremos servirle.
Nunca debemos pensar que la aflicción es un accidente. Para el creyente todo es designio de Dios. Hay sólo tres posibles perspectivas que una persona puede tener en cuanto a las pruebas de la vida. Si nuestras pruebas son producto del destino o de la casualidad, entonces nuestro único recurso es darnos por vencidos. Nadie puede controlar el destino o la casualidad. Si somos nosotros mismos los que tenemos el control de todo, entonces la situación tampoco tiene esperanza. Pero si Dios controla, y confiamos en él, entonces podemos sobreponernos a las circunstancias con su ayuda.
Dios nos anima en todas nuestras tribulaciones enseñándonos por medio de su Palabra que es él quien permite que nos vengan las pruebas.
Dios está en control de las pruebas (v. 8). “Porque… fuimos abrumados sobremanera más allá de nuestras fuerzas, de tal modo que aun perdimos la esperanza de conservar la vida”. Pablo se sentía oprimido como una bestia de carga con un peso demasiado grande como para soportar. Pero Dios sabía exactamente cuánto podía soportar Pablo y mantenía la situación bajo control.
No sabemos cuál fue la tribulación específica, pero sí fue lo suficientemente grave para que Pablo pensara que iba a morir. Si fue peligro de parte de muchos enemigos (Hechos 19:21 en adelante; 1 Corintios 15:30–32), enfermedad grave, o ataque satánico especial, no lo sabemos; pero sí sabemos que Dios controlaba todas las circunstancias y que protegía a su siervo. Cuando Dios pone a sus hijos en el horno, mantiene su mano sobre el termostato y su ojo en el termómetro (1 Corintios 10:13; 1 Pedro 1:6–7). Pablo podía haber perdido la esperanza de salir con vida, pero Dios no había perdido la esperanza en cuanto a Pablo.
Dios nos capacita para que soportemos nuestras pruebas (v. 9). Lo primero que él tiene que hacer es mostrarnos cuán débiles somos por nosotros mismos. Pablo era un talentoso y experimentado siervo de Dios, que había atravesado diferentes clases de pruebas (2 Corintios 4:8–12; 11:23 en adelante). De seguro que toda esta experiencia debería ser suficiente para que Pablo enfrentara a estas nuevas dificultades y sobreponerse a ellas.
Pero Dios quiere que confiemos en él, no en nuestros talentos o capacidades, ni en nuestra experiencia o en nuestra reserva espiritual. En el momento preciso cuando nos sentimos confiados y capaces de hacerle frente al enemigo, fracasamos miserablemente. “Porque cuando soy débil, entonces soy fuerte” (2 Corintios 12:10).
Cuando tú y yo morimos a nosotros mismos, entonces el poder divino de la resurrección puede obrar. Fue cuando Abraham y Sara estuvieron casi muertos físicamente, que el poder divino de la resurrección los capacitó para tener el hijo de la promesa (Romanos 4:16–25). Sin embargo, morir a uno mismo no significa una complacencia ociosa, o quedarse sin hacer nada esperando que Dios lo haga todo. Puedes estar seguro de que Pablo oró, estudió las Escrituras, consultó con sus colegas, y confió en que Dios obraría. El Dios que resucita muertos es suficiente para cualquier dificultad en la vida. El todo lo puede, pero nosotros debemos estar a su disposición.
Pablo no negó lo que sentía, ni tampoco Dios quiere que nosotros neguemos nuestras emociones. “En todo fuimos atribulados; de fuera, conflictos; de dentro, temores” (2 Corintios 7:5). La frase “sentencia de muerte” en 2 Corintios 1:9 puede referirse a un veredicto oficial, tal vez una orden para el arresto y ejecución de Pablo. Ten presente que los judíos incrédulos acosaban a Pablo y querían eliminarlo (Hechos 20:19). En la lista de peligros no se debe soslayar los “peligros de los de mi nación” (2 Corintios 11:26).
Dios nos libra de nuestras tribulaciones (v. 10). Pablo vio la mano de Dios librándolo, sea que mirara hacia atrás, a su alrededor, o hacia adelante. La palabra que Pablo usó significa ayudarnos a salir del aprieto, salvarnos y protegernos. Dios no siempre nos libra de inmediato, ni tampoco de la misma manera. Jacobo fue decapitado, y sin embargo Pedro fue librado de la prisión (Hechos 12). Ambos fueron librados, pero de maneras diferentes. Algunas veces Dios nos libra de nuestras pruebas, y en otras nos libra en ellas.
La liberación divina vino en respuesta a la fe de Pablo, tanto como a la fe de las personas que oraban en Corinto (2 Corintios 1:11). “Este pobre clamó, y le oyó Jehová, y lo libró de todas sus angustias” (Salmo 34:6).
Dios se glorifica por medio de nuestras pruebas (v. 11). Cuando Pablo informó lo que Dios había hecho por él, un gran coro de alabanza y acciones de gracias ascendió de los santos al trono de Dios. El servicio más grande que tú y yo podemos rendir en la tierra es glorificar a Dios, y algunas veces ese servicio involucra sufrimiento. “El don concedido” se refiere a la liberación de Pablo de la muerte, ¡un maravilloso don en verdad!
Pablo nunca se avergonzó de pedir a los creyentes que oraran por él. En por lo menos siete de sus cartas mencionó su gran necesidad de apoyo en oración (Romanos 15:30–32; Efesios 6:18–19; Filipenses 1:19; Colosenses 4:3; 1 Tesalonicenses 5:25; 2 Tesalonicenses 3:1; Filemón 22). Pablo y los creyentes en Corinto se ayudaban mutuamente (2 Corintios 1:11, 24).
Un amigo misionero me contó sobre la liberación milagrosa de su hija de lo que se había diagnosticado como una enfermedad mortal. Precisamente cuando la niña estaba tan enferma, varios amigos en los Estados Unidos de Norteamérica estaban orando por la familia; y Dios contestó las oraciones y sanó a la niña. La más grande ayuda que podemos dar a los siervos de Dios es cooperar a favor de ellos en la oración.
La palabra sunupourgeo que se traduce “cooperando también vosotros”, se usa solo aquí en el Nuevo Testamento en griego, y está compuesta de tres palabras: con, bajo y obrar. Es un cuadro de un grupo de obreros bajo la carga, trabajando conjuntamente para realizar el trabajo. Es alentador saber que el Espíritu Santo también nos ayuda en nuestras oraciones y nos ayuda a llevar la carga (Romanos 8:26).
Dios cumple sus propósitos en las pruebas de la vida; si nos rendimos a él, confiamos en él, y obedecemos lo que nos dice que hagamos. Las dificultades pueden aumentar nuestra fe y fortalecer nuestra vida de oración. Las dificultades pueden acercarnos a otros creyentes según ellos sobrellevan con nosotros las cargas. Las dificultades pueden ser usadas para glorificar a Dios. De modo que, cuando te encuentres en las pruebas de la vida, recuerda lo que Dios es para ti y lo que Dios hace por ti.


  Recuerda lo que Dios hace por medio de ti (2 Corintios 1:4b–7)

En tiempos de sufrimiento la mayoría de nosotros nos inclinamos a pensar sólo en nosotros mismos y olvidarnos de los demás. Nos convertimos en cisternas en lugar de ser fuentes. Sin embargo, una de las razones para las pruebas es que tú y yo podamos aprender a ser fuentes de bendición para consolar y animar a otros. Debido a que Dios nos ha animado, nosotros podemos animar a los demás.
Uno de mis predicadores favoritos era el Dr. Jorge W. Truett, que pastoreó la Primera Iglesia Bautista de Dallas, Texas por casi cincuenta años. En uno de sus sermones cuenta de una pareja de personas inconversas cuyo bebé murió súbitamente. El Dr. Truett ofició en el funeral y más tarde tuvo el gozo de verlos a ambos confiar en Cristo.
Muchos meses más tarde una madre joven perdió su bebé; y de nuevo el Dr. Truett fue llamado para consolarla. Pero nada de lo que él decía parecía servir. En el culto del funeral, la madre recién convertida se acercó a la joven y le dijo: “Yo atravesé por esto, y sé por lo que estás pasando. Dios me llamó, y a través de las tinieblas vine a él. ¡Él me ha confortado a mí, y él te confortará!”
Él Dr. Truett dijo: “La primera madre hizo más por la segunda madre de lo que yo pudiera haber hecho tal vez en días y meses, por cuanto la primera madre había recorrido ella misma el camino del sufrimiento”.
Sin embargo, Pablo dijo claramente que no necesitamos experimentar las mismas pruebas para poder dar el consuelo divino. Si hemos experimentado el consuelo de Dios, entonces podemos “también nosotros consolar a los que están en cualquier tribulación” (2 Corintios 1:4b). Por supuesto, si hemos experimentado tribulaciones similares, éstas pueden ayudarnos a identificarnos mejor con otros y a saber mejor cómo se sienten; pero nuestras experiencias no pueden alterar el consuelo de Dios. Esta sigue siendo suficiente y eficaz sin que importe cuáles hayan sido nuestras experiencias.
Más adelante, en 2 Corintios 12, Pablo nos da un ejemplo de este principio. Padecía de un dolor descrito como “un aguijón en la carne”, tal vez alguna clase de sufrimiento físico que le fastidiaba constantemente. No sabemos qué era este “aguijón en la carne”, ni necesitamos saberlo. Lo que sí sabemos es que Pablo experimentó la gracia de Dios y entonces compartió ese estímulo con nosotros. Sin que importe cuál sea tu prueba, “Bástate mi gracia” (2 Corintios 12:9) es una promesa de la que puedes apropiarte. No tendríamos esa promesa si Pablo no hubiera sufrido.
El tema del sufrimiento humano no es fácil de entender, porque hay misterios en la obra de Dios que jamás captaremos sino hasta que estemos en el cielo. Algunas veces sufrimos debido a nuestro propio pecado y rebelión, como sucedía a Jonás. Algunas veces el sufrimiento nos guarda de pecar, como en el caso de Pablo (2 Corintios 12:7). El sufrimiento puede perfeccionar nuestro carácter (Romanos 5:1–5) y ayudarnos a participar del carácter de Dios (Hebreos 12:1–11).
Pero el sufrimiento también puede ayudarnos a ministrar a otros. En cada iglesia hay creyentes maduros que han sufrido y experimentado la gracia de Dios, y ellos son los grandes consoladores en la congregación. Pablo experimentó problemas, no como castigo por algo que había hecho, sino como preparación para algo que todavía tenía por hacer: ministrar a otros en necesidad. Simplemente piensa en las pruebas que el rey David tuvo que atravesar para darnos el gran estímulo que hallamos en los Salmos.
Segunda de Corintios 1:7 aclara que siempre hubo la posibilidad de que la situación pudiera invertirse: que los creyentes corintios pasaran por pruebas para poder animar a otros. Dios algunas veces permite que una familia de la iglesia experimente pruebas especiales para que pueda él otorgarles a ellos gracia especial en abundancia.
El ánimo misericordioso de Dios nos ayuda si aprendemos a soportar. El soportar con paciencia es una evidencia de fe. Si nos amargamos o criticamos a Dios, si nos rebelamos en lugar de someternos, entonces nuestras pruebas obran en contra nuestro en lugar de a favor nuestro. La capacidad para soportar pacientemente las dificultades, sin darnos por vencidos, es un rasgo de madurez espiritual (Hebreos 12:1–7).
Dios tiene que obrar en nosotros antes de poder obrar por medio de nosotros. Es mucho más fácil crecer en el conocimiento que crecer en la gracia (2 Pedro 3:18). Aprender la verdad de Dios y retenerla en nuestra cabeza es una cosa, pero vivir la verdad de Dios y hacerla parte de nuestro carácter es algo completamente diferente. Dios hizo que el joven José atravesara trece años de tribulación antes de hacerlo el segundo al mando en Egipto, ¡y qué gran hombre llegó a ser José! Dios siempre nos equipa para lo que él está preparando para nosotros, y una parte de esa preparación es el sufrimiento.
Visto desde esta perspectiva, 2 Corintios 1:5 es muy importante: ¡incluso nuestro Señor Jesucristo tuvo que sufrir! Cuando sufrimos en la voluntad de Dios, somos partícipes de los sufrimientos del Salvador. Esto no se refiere a sus sufrimientos vicarios en la cruz, por cuanto sólo él pudo morir por nosotros como el sustituto sin pecado (1 Pedro 2:21–25). Pablo se estaba refiriendo aquí a “la participación de sus padecimientos” (Filipenses 3:10), las pruebas que soportamos debido a que, como Cristo, somos fieles en hacer la voluntad del Padre. Esto es sufrir “por causa de la justicia” (Mateo 5:10–12).
Pero conforme aumenta el sufrimiento también aumenta la provisión de la gracia de Dios. La palabra abunda sugiere la figura de un río desbordándose. “Pero él da mayor gracia” (Santiago 4:6). Este es un importante principio que hay que captar: Dios tiene amplia gracia para todas tus necesidades, pero él no la otorgará por anticipado. Venimos por fe al trono de la gracia “para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro” (Hebreos 4:16). La palabra griega significa ayuda cuando la necesitas, ayuda oportuna.
Por ejemplo: leí acerca de un creyente devoto que había sido arrestado por su fe, y sentenciado a morir en la hoguera. La noche antes de su ejecución se preguntaba si tendría suficiente valor para convertirse en una antorcha humana; de modo que probó su valor poniendo su dedo encima de la llama de una vela. Por supuesto, se quemó y retiró la mano por el dolor. Estaba seguro de que jamás sería capaz de enfrentar el martirio sin claudicar. Pero al día siguiente, cuando sufría la hoguera Dios le dio la gracia que necesitaba, y tuvo un testimonio gozoso y triunfante ante sus enemigos.
Ahora podemos entender mejor 2 Corintios 1:9; porque si pudiéramos almacenar la gracia de Dios para usarla en emergencias, nos inclinaríamos a confiar en nosotros mismos, y no en “el Dios de toda gracia” (1 Pedro 5:10). Todos los recursos que Dios nos da pueden guardarse para uso futuro: dinero, alimento, conocimiento y otros, pero la gracia de Dios no puede almacenarse.
Más bien, conforme experimentamos la gracia de Dios en nuestras vidas diarias, ésta se la invierte en nuestras vidas como carácter piadoso (Romanos 5:1–5). Esta inversión paga dividendos cuando nuevos problemas se cruzan en nuestro camino, por cuanto el carácter piadoso nos capacita para soportar la tribulación para la gloria de Dios.
Hay compañerismo en el sufrimiento: puede acercarnos más a Cristo y a su pueblo. Pero si empezamos a revolcarnos en la autocompasión, el sufrimiento creará aislamiento en lugar de participación. Construiremos barreras y no puentes.
Lo importante es fijar nuestra atención en Dios y no en nosotros mismos. Recuerda lo que Dios es para ti: el “Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de misericordias y Dios de toda consolación” (2 Corintios 1:3). Recuerda lo que Dios hace por ti: él está contigo en medio de tus pruebas y hace que resulten para tu bien, y para su gloria. Finalmente, recuerda lo que Dios hace por medio de ti: y permítele que te use para animar a otros.

 
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El fin principal del hombre es “glorificar a Dios y gozar de Él por siempre”: Nuestro problema principal somos nosotros mismos

Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6


 
 
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 El Pecador tieneun Verdadero Problema

Y cuando todo lo hubo malgastado, vino una gran hambre en aquella provincia, y comenzó a faltarle. Y fue y se arrimó a uno de los ciudadanos de aquella tierra, el cual le envió a su hacienda para que apacentase cerdos. Y deseaba llenar su vientre de las algarrobas que comían los cerdos, pero nadie le daba.
Lucas 15:14–16


El reloj marcó las doce de la medianoche. La hermosura de sus vestidos desapareció; la gran carroza perdió su resplandor. El hijo de nuestra parábola volvió a convertirse en Cenicienta.
¿Dónde estaba la buena vida? ¿Qué pasó con el baile y los amigos? ¿Qué ocurrió con la independencia y el placer? El hechizo del pecado se había ido. La maldad se quitó la máscara y mostró su verdadero rostro. Detrás de la risa y de la algarabía se escondía la miseria de una vida sin Cristo. No había comprendido que el fin principal del hombre es “glorificar a Dios y gozar de Él por siempre” (Catecismo Menor de Westminster), que buscar la felicidad en cualquier otra fuente es como correr tras el viento.
En esta sección de nuestro texto hay una lección que no podemos pasar por alto. La causa de la insatisfacción y la infelicidad del hijo pródigo no se encontraba en el padre ni en la casa de su padre; el problema era él mismo. El hombre trata de explicar la causa de su mal de mil maneras. Atribuye sus problemas al ambiente, a los demás, al trabajo, a la situación económica… a todo, menos a él. Si tan sólo tuviera el poder y la oportunidad, las cosas serían diferentes. Lo que éste ignoraba era que la enfermedad no estaba en la sábana.
Mirarse en un espejo con ojos honestos habría sido suficiente. Le revelaría el verdadero estado de su corazón. Mientras las cosas marchan viento en popa hay esperanzas de hallar la felicidad a nuestro modo. El descenso espiritual del hijo de nuestra historia, le impedía evaluarse a sí mismo correctamente. El problema estaba ahí todo el tiempo, pero no tenía ojos para verlo. Sus dificultades no comenzaron cuando el dinero se acabó o cuando sus amigos le abandonaron.
En nuestro capítulo anterior decíamos que el hijo de la parábola representa a todo hombre. Las personas no tienen necesariamente que derrochar los bienes materiales de sus padres para poder identificarse con nuestro personaje. Hay muchas cosas más envueltas en esto. Cristo nos muestra el corazón. Lo que hizo al reclamar su “libertad”, las actividades a las que se dedicó mientras estaba lejos de su padre y la condición tan baja a la que descendió, nos conduce a identificar las verdaderas características del pecador desde el punto de vista de Cristo.


El pecador es insensible

“¿Cómo se sentirá mi padre cuando le pida la herencia? ¿Qué efecto tendrá mi partida en su corazón?” Éstas no fueron preguntas que el hijo consideró. Nadie quisiera tener un hijo que le trate de este modo. Fue un gran acto de desconsideración. Estaba decidido a hacer su voluntad sin importar cómo se habría de sentir su padre.
Así nacemos todos en el pecado. Fuimos creados para amar a Dios con todo el corazón y para tener comunión con Él. Nos hizo y nos ha cuidado; ha sido bueno y misericordioso. Pero también le dijimos: “Dame la parte de los bienes que me corresponde.” También le hemos menospreciado; hemos echado a un lado Su Palabra y Sus consejos. Conscientemente hemos hecho lo contrario a Su voluntad. Hemos utilizado la vida y los recursos que Él nos ha dado para fines personales, sin importar cómo se sienta en Su corazón. “No aprobaron tener en cuenta a Dios” (Rom. 1:28).
El hijo ni siquiera se molestó en considerar cómo su decisión afectaría a su padre. Eso tiene su nombre: insensibilidad. Cada hombre conoce muchas cosas que no son del agrado de su esposa, y viceversa. Muchas heridas han sido causadas cuando hemos tomado la decisión de llevar esas cosas a cabo sin tomar en cuenta el efecto en nuestro cónyuge. ¿Y Dios? Muchos han representado al Señor como alguien sin sentimientos. Nada está más lejos de la realidad. La Biblia abunda en referencias a las emociones divinas. Dios se contrista y se duele cuando Su pueblo se desvía de Sus mandamientos. Su gozo por un pecador que se arrepiente se encuentra en perfecto contraste con su tristeza por un pecador extraviado. Cada vez que un hombre ignora, pisotea y transgrede la verdad revelada en la Palabra de Dios, es culpable de la misma insensibilidad del hijo pródigo.


El pecador es egoísta

Para hacer que sus sueños y anhelos fueran una realidad, nuestro personaje se vio en la necesidad de reclamar sus “derechos”. En su mente sólo había espacio para una persona, y esa persona era él. Podía esperar que esa herencia viniera a ser suya en el curso normal de los acontecimientos. Sin embargo, eso implicaba refrenar la sed insaciable de su alma por obtener y disfrutar del placer inmediato. El pecador piensa que es su derecho hacer lo que quiera con su vida. ¿Y es acaso esto cierto?
“Alégrate, joven, en tu juventud, y tome placer tu corazón en los días de tu adolescencia; y anda en los caminos de tu corazón y en la vista de tus ojos; pero sabe, que sobre todas estas cosas te juzgará Dios” (Ecl. 11:9). No, el hombre no tiene derecho para hacer con su vida lo que quiera. Como creador, Dios es el dueño de la vida; le debemos nuestra existencia y somos responsables de lo que pensamos, decimos y hacemos ante Él.
Dios nos ha provisto abundantemente, mucho más allá de lo que merecemos. Pero en lugar de permitir que las muestras de Su bondad nos acerquen a Él, decidimos tomar un camino diferente en nuestra búsqueda de la felicidad. Cada cual piensa tomar su propio camino hacia lo que cree es la felicidad. Pero lo cierto es que la Biblia no contempla que el hombre sea feliz fuera de Dios. Cada vez que usted la busca haciendo su voluntad en contra de la de Dios, está cometiendo el mismo acto de egoísmo del hijo pródigo—está pensando solamente en sí mismo. ¿Dónde está Dios en sus pensamientos?
Espero que para este momento esté de acuerdo con el punto de que el hijo pródigo nos representa a todos. “Por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios” (Rom. 3:23). Hay muchos que no quieren ver a nadie —ni a Dios— intervenir con sus planes. No desean saber lo que la Biblia dice acerca de ellos; no quieren que alguien más les diga lo que tienen que hacer. Algo similar fue lo que hizo el hijo pródigo. En su egoísmo, no quería que nadie estorbara sus deseos, ni siquiera la persona que más amor le había demostrado: su padre.
Si los pecadores supieran, si tan sólo pudieran conocer las buenas intenciones que Dios tiene para con ellos, otra sería la moneda con que le pagarían. Nadie puede hacerles mayor bien, que aquel que Dios les puede brindar. Y aun así, prefieren echarle a un lado. Sus intereses personales están primero.


El pecador está muerto

Las dos características anteriores son una realidad en la vida de todo pecador, porque los dos rasgos siguientes las generan indefectiblemente. El hombre es insensible y egoísta porque está muerto y perdido.
Observe las palabras del padre cuando expresa los motivos para celebrar el regreso de su hijo: “Porque este mi hijo muerto era, y ha revivido” (v. 24). Después de la introducción del pecado en el mundo, el hombre, estando vivo, se encuentra espiritualmente muerto.
La advertencia clara y precisa que Dios le dio al hombre en el huerto fue: “Mas del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás; porque el día que de él comieres, ciertamente morirás” (Gén. 2:17). Adán no prestó la debida atención a la advertencia, y murió. Ahora estaba físicamente vivo, pero muerto e insensible a las realidades espirituales. Tal como la muerte significa el cese de nuestra participación en los eventos de la vida, para el pecador es imposible asimilar y participar de las realidades celestiales. En contraste con el hombre espiritual (aquel que tiene al Espíritu morando en él), “el hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque para él son locura, y no las puede entender, porque se han de discernir espiritualmente” (1 Cor. 2:14).
Con el fin de que entendamos esta realidad es que el Maestro pone tales palabras en la boca del padre de nuestra parábola. Es como si el padre dijera: “Mi hijo estaba muerto a las realidades espirituales, a la voluntad del Señor; pero he aquí que ahora vive. Dios le transformó.” Y eso es lo que ocurre con todo pecador al ser rescatado por la maravillosa gracia de Cristo. Es una especie de resurrección. Un alma imposibilitada de participar en el mundo de la comunión con Dios, ajena a Cristo y a sus promesas, por primera vez es despertada y llevada a tener una relación armoniosa con el Señor. La Biblia describe este fenómeno que se produce como una reconciliación. Ese estado de muerte espiritual es más que una mera inexistencia; es un estado de enemistad con Dios. El pecado había hecho separación entre Él y nosotros; y de ahí nos rescata por su bendita gracia.
“Y él os dio vida a vosotros, cuando estabais muertos en vuestros delitos y pecados, en los cuales anduvisteis en otro tiempo, siguiendo la corriente de este mundo… haciendo la voluntad de la carne y de los pensamientos, y éramos por naturaleza hijos de ira, lo mismo que los demás” (Efesios 1:1–3). Piense en esto: hijos de ira, hijos de ira, hijos de ira. Todos hemos pecado y somos merecedores de la ira de Dios. Le hemos ignorado y ofendido; somos los culpables de habernos acarreado la ira de Dios, y sin embargo, Él toma la iniciativa para salvar al hombre. Observe cómo continúa el texto:
“Pero Dios, que es rico en misericordia, por su gran amor con que nos amó, aun estando nosotros muertos en pecados, nos dio vida juntamente con Cristo” (vv. 4–5). ¡Gloria al Señor! Este texto puede decir lo mismo de usted, con tan sólo buscar a Dios mientras puede ser hallado. Llámele, en tanto está cercano. Busque a Cristo y vivirá, tal y como ocurrió con el hijo pródigo: “Mi hijo muerto era, y ha revivido.”


El pecador está perdido

El hombre en pecado no es descrito únicamente como muerto, sino también como perdido. “Mi hijo… se había perdido, y es hallado” (Lucas 15:24). Cuando el hombre buscó independencia de Dios, murió espiritualmente. Cuando el hombre decidió ir tras el placer olvidándose de Dios, se perdió.

“Todos nosotros nos descarriamos como ovejas, cada cual se apartó por su camino; mas Jehová cargó en él el pecado de todos nosotros” (Isaías 53:6).

¿Sabe usted lo que es estar perdido? ¿Alguna vez se ha extraviado en un lugar desconocido? ¡Es algo terrible! Pero estar perdido y no saberlo es todavía peor. Por lo menos en el primer caso la persona está consciente de que necesita resolver su situación. ¿Ha estado alguna vez perdido con una persona que no le gusta pedir ayuda? La persona se empecina en pensar que puede volver a encontrar la ruta de regreso, tornándose la situación cada vez peor.
Así es el hombre en el pecado. Está perdido. Está lejos de Dios y cree que por sí mismo puede tomar el camino al cielo. Lo interesante en la parábola es que el padre habla de su hijo como siendo hallado. Es Dios, y únicamente Él por medio de Su Palabra, quien nos ofrece la orientación y guía para encontrar la vía para llegar al cielo. Si todavía usted no ha encontrado el camino, déjese guiar por la Biblia y encontrará la senda de la vida eterna.
El hijo pródigo estaba vacío. Se encontraba en una situación de hambre y miseria, de locura y muerte; de perdición y esclavitud; pero él no lo sabía. Todo esto era una realidad mucho antes de salir de su casa. El problema no comenzó cuando se fue. Ya de antes la insensibilidad y el egoísmo habían atrapado su corazón, porque estaba perdido y muerto en sus delitos y pecados. Nuestro problema no es únicamente lo que hemos hecho, es lo que somos: pecadores.
Al relatar esta historia, es evidente que Cristo quería impresionar a sus oyentes con la realidad de la maldición y la miseria del pecado. ¿Qué piensa usted de él? No espere que el reloj de la oportunidad le marque las doce. Busque a Cristo antes que se deshaga el hechizo del pecado.
Dios envió al Mesías a buscar y a salvar lo que se había perdido. ¿Lo vino a buscar y a salvar a usted?

 
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Los que están sanos no tienen necesidad de médico, sino los enfermos. No he venido a llamar a justos, sino a pecadores al arrepentimiento

Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6


 
 
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Los deseos del Pecador

También dijo: Un hombre tenía dos hijos; y el menor de ellos dijo a su padre: Padre, dame la parte de los bienes que me corresponde; y les repartió los bienes. No muchos días después, juntándolo todo el hijo menor, se fue lejos a una provincia apartada; y allí desperdició sus bienes viviendo perdidamente.
Lucas 15:11–13


Si recordamos que una parábola es la presentación de una verdad espiritual utilizando el recurso de una terrenal, ¿qué quiso el Señor comunicar con la petición de este hijo y su conducta posterior? Sin duda alguna quiso representar a los publicanos y pecadores que los fariseos menospreciaron tanto en sus días. En su apreciación personal, los fariseos eran justos en sí mismos, merecedores de toda bendición divina. La rigurosidad con que se conducían en todos los aspectos externos de la religión les elevaba muy por encima de los demás mortales. Y Cristo, ante la realidad de que nadie entrará al reino de Dios con el ego inflado, en muchas ocasiones razonó y usó de misericordia para llevarles a entender el verdadero estado de sus corazones.
Fue precisamente ante las murmuraciones de los escribas y fariseos que nuestro Señor ofreció las parábolas que se encuentran en Lucas 15. “Se acercaban a Jesús todos los publicanos y pecadores para oírle, y los fariseos y los escribas murmuraban, diciendo: Éste a los pecadores recibe, y con ellos come” (vv. 1–2), es “amigo de publicanos y pecadores” (Lucas 7:34). En su mentalidad, si Jesús era un profeta santo de Dios, no debía entrar en contacto con los pecadores. Así pensó Simón el fariseo: “Este, si fuera profeta, conocería quién y qué clase de mujer es la que le toca, que es pecadora” (v. 39). Y al razonar así, estos religiosos estaban confundiendo la misión misma que el Mesías había venido a realizar.
En su contacto con ellos en otras ocasiones, Jesús aseveró este punto muy diáfanamente. En Lucas 5 nos encontramos con el llamamiento de Leví, publicano o cobrador de impuestos, gente odiada por el pueblo por tener la reputación de traicionar la nación quitando el dinero de sus conciudadanos para darlo al imperio romano. Como una muestra de gratitud al Señor, Leví le preparó un banquete, invitando también a muchos de sus compañeros publicanos. Esto fue otro motivo para la murmuración. Los fariseos no se podían explicar cómo Jesús, clamando ser el Mesías enviado de Dios, comía y bebía con publicanos y pecadores. Fue en esa ocasión cuando Cristo dijo aquellas palabras tan conocidas hoy: “Los que están sanos no tienen necesidad de médico, sino los enfermos. No he venido a llamar a justos, sino a pecadores al arrepentimiento” (Lucas 5:31–32).
La misión de Cristo es salvar pecadores, sanar las almas enfermas con el cáncer del pecado. Por ello, cuando un hombre o una mujer se considera una persona tan justa y buena a los ojos de Dios como para no tener que experimentar un sentido de la culpa y odiosidad del pecado, nos encontramos frente a alguien que se rehúsa a ser sanado por Jesús, aun y cuando con urgencia necesita de la medicina que sólo Dios puede brindarle. El hombre tiene un grave problema con el pecado, y sólo Dios puede ayudarle. Los fariseos no veían esta necesidad, y por tanto, habían despreciado el único remedio para la sanidad de sus corazones.
En el capítulo 19 de su Evangelio, Lucas vuelve a narrar el contacto de Jesús con un publicano. En este caso, con uno de los jefes de los publicanos: Zaqueo. El Señor entró en casa de Zaqueo, levantando inmediatamente la queja de sus opositores. “Al ver esto, todos murmuraban, diciendo que había entrado a posar con un hombre pecador” (v. 7). Ciertamente era un hombre pecador. Él mismo confesó el pecado de hurto, arrepintiéndose y haciendo restitución por ello. Pero así llegó la salvación a su casa. “Porque el Hijo del Hombre vino a buscar y a salvar lo que se había perdido” (v. 10).
De esto se trata la parábola del hijo pródigo. Es la historia de un pecador que se arrepiente de sus pecados y es perdonado por su padre. Sabiamente, el Señor presenta el caso de un gran pecador, para así exaltar todavía más el abundante perdón de Dios para los que reconocen su condición y recurren al Salvador por medio de la fe. Pero los que no se consideran perdidos, nunca serán hallados; los que no se ven a sí mismos como muertos delante de Dios, jamás serán vivificados en su presencia.
Cristo trata primero con la oveja perdida (Lucas 15:1–7). Luego con la moneda perdida (vv. 8–10). Y finalmente con el hijo perdido (vv. 11–32). ¿Cuál es el punto entonces? Que el hombre está perdido en sus pecados y necesita de la salvación de Dios; que cuando éste se arrepiente, es alcanzado por la misericordia perdonadora del Señor, lo cual es causa y motivo de gran gozo y celebración en el reino de los cielos.
Lo primero que observamos en el contenido de esta parábola es una manifestación de los anhelos y deseos del hijo menor. Casi podemos sentir las palpitaciones del corazón de este joven. Sus principales anhelos quedan al descubierto; abrió su corazón, y lo que brotó puso en evidencia las más bajas inclinaciones de su alma. “De la abundancia del corazón habla la boca” (Mt. 12:34).
Antes de proseguir, debemos decir algunas palabras con respecto a los personajes de nuestro relato. El padre de la parábola es Dios. Obviamente, con esto Jesús no tiene la intención de afirmar que Dios es el Padre espiritual de todos los hombres. En otros lugares da a entender claramente lo contrario (Juan 8:44). Lo que Cristo está más bien argumentando es que Dios es Señor y Soberano sobre todos en virtud de Su identidad como Creador, que tiene autoridad sobre todos por cuanto es el Dador y Sustentador de la vida de cada una de Sus criaturas. “Él es quien da a todos vida y aliento y todas las cosas” (Hch. 17:25), y por esta razón tiene autoridad para mandar a todos los hombres en todo lugar que se arrepientan (v. 30). Al final de la historia, aunque la opinión de los hombres aquí en la tierra haya sido diferente, cada uno dará cuenta a Aquel que es soberano sobre todos (v. 31).
El padre bueno de la parábola es Dios, porque cuida y protege su creación como ningún padre jamás lo ha hecho ni lo hará. Las normas de Su hogar son las mejores: perfectas. Ha provisto al mundo de todos los recursos necesarios para toda la humanidad en todas las épocas conforme a Su misericordia y bondad. “Hace salir su sol sobre malos y buenos… hace llover sobre justos e injustos” (Mt. 5:45). ¿Quién no quisiera tener a Dios como Padre?
Sí, hay alguien que prefiere no tenerle dirigiendo sus asuntos: el pecador. Y esto nos lleva a nuestro segundo personaje: el hijo menor. Por lo que hemos explicado anteriormente acerca del contexto de esta parábola, vemos a los publicanos y pecadores representados en él.
El hijo mayor no es mencionado sino hasta el final de la narración, segmento que consideraremos en los capítulos finales de nuestro estudio. Por ahora, podemos simplemente afirmar que el papel que representa este personaje es el de los escribas y fariseos, pecadores igual que los demás, pero con un alto sentido de justicia personal.
No se nos dice mucho acerca del hogar de esta familia. Pero no sería ir muy lejos pensar que las condiciones en las cuales creció el pródigo fueron las mejores. Hay fuertes elementos emotivos en la parábola. Todo padre se puede identificar muy fácilmente con el dolor que el padre del hijo pródigo debió experimentar. A medida que avancemos en nuestro estudio veremos surgir cada uno de estos elementos. He aquí el caso de un padre con un hogar modelo, ordenado bajo principios justos y poniendo a disposición de sus hijos aquellas cosas que más le convenían. Pero nada de esto impidió la trágica decisión tomada por su hijo.
Otra información ausente en el texto es una descripción del tipo de vida que el hijo había tenido hasta ese momento. No parece ser el caso que éste haya sido delincuente o borracho; ni siquiera podemos afirmar que haya sido desobediente. Esto es un punto más a favor de pensar que este personaje no sólo representa a pecadores criminales, sino a todo tipo de pecadores. Todos estamos representados en él. No importa si usted creció en un hogar cristiano o si vivió perdidamente por largos años, está representado por él. Todo pecador está representado aquí con sus anhelos e inclinaciones.
¿Por qué es importante esta última declaración? Porque a menos que usted se identifique como uno de los perdidos que Cristo vino a salvar, no irá en la actitud del pródigo a encontrar el remedio para su condición. Veamos cuáles eran los grandes anhelos del hijo menor, y así podremos observar nuestro propio retrato en él.
Al realizar una radiografía de su corazón, nuestro personaje revela dos objetos principales de deseo:


Independencia

Con las palabras: “Padre, dame la parte de los bienes que me corresponde”, este joven estaba procurando experimentar una independencia plena de la influencia paterna. Era como si le estuviera diciendo: “Padre, yo sé que hasta ahora me has querido dar lo mejor. Sé que tienes una forma de ver las cosas, una manera de pensar. Pero ha llegado el momento para separarme de ti, para no encontrarme más bajo tu sombra. Puedes tener planes conmigo, pero otros son los que yo tengo para mí mismo. Hay cosas que quiero conocer y disfrutar, que me serían imposible de experimentar estando bajo tu techo. Dame mis bienes, porque de ahora en adelante voy a manejar mis cosas a mi manera y por mi propia cuenta.”
Sus palabras nos revelan una gran insatisfacción con su padre y con la casa de su padre. Empezó a observar que las cosas no siempre eran como él quería. Poco a poco fue surgiendo el deseo de una mal llamada libertad. No era libertad de un padre tirano; quería estar libre de la influencia del testimonio y del ejemplo paterno. Quería independencia espiritual para tomar su propio camino hacia el mundo. ¿No le parece haber leído algo similar en otro lugar de las Escrituras?
Eva fue tentada por el diablo precisamente en el terreno de la independencia moral. La serpiente cuestionó la moral de Dios y Su autoridad para legislar sobre la vida del hombre. Incitó a la mujer a actuar por iniciativa propia, independientemente de aquello en lo que había sido instruida previamente. Esa búsqueda de libertad de nuestros primeros padres ha sido la causa de todos los males y pecados de la humanidad. Nuestro Creador sabe lo que más conviene a Sus criaturas. Pero en su soberbia, el hombre siempre ha querido intentar una mejor opción, un camino más corto hacia la felicidad. ¿Resultado? La ruina y maldición del pecador; y con el pródigo no iba a ser diferente.
Pero no podemos olvidarnos de lo siguiente: la parábola está hablando de todo pecador. El hombre sin Cristo anhela la independencia de Dios. Es importante observar que no es necesario ser un ateo para ser incrédulo. Con tan sólo dejar de tomarle en cuenta es suficiente (Rom. 1:28).
Al igual que un padre de familia tiene reglas en su hogar que garanticen el buen orden y la paz doméstica, Dios también tiene sus reglas. Pero el hombre no quiere someterse al gobierno de su Creador; no quiere verse atado a tener que continuar siendo obediente a los principios y valores de su Hacedor. Él nos presenta un camino; el pecador prefiere tomar otra ruta hacia la felicidad. “Cada cual se apartó por su camino” (Isaías 53:6).


Placer

El segundo elemento que encontramos en el corazón del pecador, tal como la narración de esta parábola evidencia, es el placer. Todo pecador es hedonista de corazón, aunque las manifestaciones sean tan variadas como los gustos de cada quién. El disfrute de la vida se ha convertido en la pasión de la humanidad. Billones de dólares son destinados al único fin de promover la diversión. El razonamiento del hombre es el siguiente: “La vida es breve, y hay que gozarla”; aunque para lograr sus propósitos pisotee la voluntad de Dios revelada en Su Palabra.
En esencia, la humanidad del siglo I no es diferente a la de nuestra generación. “Comamos y bebamos, porque mañana moriremos” parece ser una expresión extraída de los debates modernos. Pero no es otra cosa que una declaración del hedonismo que el Apóstol Pablo confrontó (1 Cor. 15:32). Un ‘buen’ momento, una buena risa, un buen descanso, parece ser el sentido de la vida.
Pero todo esto no es más que la posposición de un pensamiento serio sobre la eternidad y el propósito y significado de la vida. Salomón fue alguien que cayó en esta trampa. “No negué a mis ojos ninguna cosa que desearan, ni aparté mi corazón de placer alguno… Y he aquí, todo era vanidad y aflicción de espíritu, y sin provecho debajo del sol” (Ecl. 2:10, 11). Su perspectiva de la vida cambió; el placer no suplió las grandes necesidades de su alma. “Mejor es ir a la casa del luto que a la casa del banquete; porque aquello es el fin de todos los hombres, y el que vive lo pondrá en su corazón. Mejor es el pesar que la risa; porque con la tristeza del rostro se enmendará el corazón” (7:2, 3).
Quizá para usted sea un sueño poder entregarse a todos los placeres que se le antoje a su corazón. ¡Pero Salomón lo hizo! Si veía algo que le gustaba, podía asumirse que ya era suyo. Ciertamente alguien pensaría que en eso radica la verdadera felicidad: en hacer lo que se quiere cuando se desee. El caso de Salomón nos demuestra lo contrario… ¡y la parábola del hijo pródigo lo confirma todavía más!
Este joven era el prototipo de un pecador que quiere ver sus sueños hechos realidad. El freno moral es la calamidad de la criatura que se rebela contra su Hacedor. Disfrutar de la vida ya no era el vivir en plena comunión con su padre, sino el poder dilapidar el dinero en lo que a su entender producía la máxima satisfacción. Por esto ha sido llamado “pródigo”; quiere quemar el dinero y las oportunidades de la vida en un instante. “No me hables de placer para el futuro; lo quiero ahora.”
Pasó lo mismo con Esaú, quien estuvo dispuesto a cambiar su primogenitura por un plato de lentejas (Gén. 25:29–34). El guiso, en el momento, significó mucho más que las bendiciones relacionadas a sus derechos como primer hijo. En el instante pensó que había hecho el trato de su vida. Pero pasado el tiempo lamentó su decisión. “Porque ya sabéis que aun después, deseando heredar la bendición, fue desechado, y no hubo oportunidad para el arrepentimiento, aunque la procuró con lágrimas” (Heb. 12: 17).
El hijo de nuestra parábola estaba haciendo exactamente lo mismo. El placer pasajero y temporal vino a ser el todo en la vida, borrando de su vista lo verdaderamente importante. Se fue tras espejismos e ilusiones con una firme pero triste resolución. “Se fue lejos a una provincia apartada” (Luc. 15:13). Quería estar lejos, lejos, bien lejos de su padre; como el pecador, que prefiere alejarse de Dios para así poder entregarse a la vanidad de su corazón. ¡Ay de aquellos que le piden a Dios que se vaya de sus vidas! Porque en ocasiones el Señor hace exactamente lo que le piden. “Entonces toda la multitud de la región alrededor de los gadarenos le rogó que se marchase de ellos… Y Jesús, entrando en la barca, se volvió” (Luc. 8:37). ¿Puede haber una situación más triste para el pecador?
El padre de la parábola no le impidió a su hijo que realizara el acto más descabellado de toda su vida. Su corazón debía estar destrozado; pero le dejó ir. Y así, “desperdició sus bienes viviendo perdidamente” (v. 13b).

 
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