jueves, 7 de mayo de 2015

Los que están sanos no tienen necesidad de médico, sino los enfermos. No he venido a llamar a justos, sino a pecadores al arrepentimiento

Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6


 
 
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Los deseos del Pecador

También dijo: Un hombre tenía dos hijos; y el menor de ellos dijo a su padre: Padre, dame la parte de los bienes que me corresponde; y les repartió los bienes. No muchos días después, juntándolo todo el hijo menor, se fue lejos a una provincia apartada; y allí desperdició sus bienes viviendo perdidamente.
Lucas 15:11–13


Si recordamos que una parábola es la presentación de una verdad espiritual utilizando el recurso de una terrenal, ¿qué quiso el Señor comunicar con la petición de este hijo y su conducta posterior? Sin duda alguna quiso representar a los publicanos y pecadores que los fariseos menospreciaron tanto en sus días. En su apreciación personal, los fariseos eran justos en sí mismos, merecedores de toda bendición divina. La rigurosidad con que se conducían en todos los aspectos externos de la religión les elevaba muy por encima de los demás mortales. Y Cristo, ante la realidad de que nadie entrará al reino de Dios con el ego inflado, en muchas ocasiones razonó y usó de misericordia para llevarles a entender el verdadero estado de sus corazones.
Fue precisamente ante las murmuraciones de los escribas y fariseos que nuestro Señor ofreció las parábolas que se encuentran en Lucas 15. “Se acercaban a Jesús todos los publicanos y pecadores para oírle, y los fariseos y los escribas murmuraban, diciendo: Éste a los pecadores recibe, y con ellos come” (vv. 1–2), es “amigo de publicanos y pecadores” (Lucas 7:34). En su mentalidad, si Jesús era un profeta santo de Dios, no debía entrar en contacto con los pecadores. Así pensó Simón el fariseo: “Este, si fuera profeta, conocería quién y qué clase de mujer es la que le toca, que es pecadora” (v. 39). Y al razonar así, estos religiosos estaban confundiendo la misión misma que el Mesías había venido a realizar.
En su contacto con ellos en otras ocasiones, Jesús aseveró este punto muy diáfanamente. En Lucas 5 nos encontramos con el llamamiento de Leví, publicano o cobrador de impuestos, gente odiada por el pueblo por tener la reputación de traicionar la nación quitando el dinero de sus conciudadanos para darlo al imperio romano. Como una muestra de gratitud al Señor, Leví le preparó un banquete, invitando también a muchos de sus compañeros publicanos. Esto fue otro motivo para la murmuración. Los fariseos no se podían explicar cómo Jesús, clamando ser el Mesías enviado de Dios, comía y bebía con publicanos y pecadores. Fue en esa ocasión cuando Cristo dijo aquellas palabras tan conocidas hoy: “Los que están sanos no tienen necesidad de médico, sino los enfermos. No he venido a llamar a justos, sino a pecadores al arrepentimiento” (Lucas 5:31–32).
La misión de Cristo es salvar pecadores, sanar las almas enfermas con el cáncer del pecado. Por ello, cuando un hombre o una mujer se considera una persona tan justa y buena a los ojos de Dios como para no tener que experimentar un sentido de la culpa y odiosidad del pecado, nos encontramos frente a alguien que se rehúsa a ser sanado por Jesús, aun y cuando con urgencia necesita de la medicina que sólo Dios puede brindarle. El hombre tiene un grave problema con el pecado, y sólo Dios puede ayudarle. Los fariseos no veían esta necesidad, y por tanto, habían despreciado el único remedio para la sanidad de sus corazones.
En el capítulo 19 de su Evangelio, Lucas vuelve a narrar el contacto de Jesús con un publicano. En este caso, con uno de los jefes de los publicanos: Zaqueo. El Señor entró en casa de Zaqueo, levantando inmediatamente la queja de sus opositores. “Al ver esto, todos murmuraban, diciendo que había entrado a posar con un hombre pecador” (v. 7). Ciertamente era un hombre pecador. Él mismo confesó el pecado de hurto, arrepintiéndose y haciendo restitución por ello. Pero así llegó la salvación a su casa. “Porque el Hijo del Hombre vino a buscar y a salvar lo que se había perdido” (v. 10).
De esto se trata la parábola del hijo pródigo. Es la historia de un pecador que se arrepiente de sus pecados y es perdonado por su padre. Sabiamente, el Señor presenta el caso de un gran pecador, para así exaltar todavía más el abundante perdón de Dios para los que reconocen su condición y recurren al Salvador por medio de la fe. Pero los que no se consideran perdidos, nunca serán hallados; los que no se ven a sí mismos como muertos delante de Dios, jamás serán vivificados en su presencia.
Cristo trata primero con la oveja perdida (Lucas 15:1–7). Luego con la moneda perdida (vv. 8–10). Y finalmente con el hijo perdido (vv. 11–32). ¿Cuál es el punto entonces? Que el hombre está perdido en sus pecados y necesita de la salvación de Dios; que cuando éste se arrepiente, es alcanzado por la misericordia perdonadora del Señor, lo cual es causa y motivo de gran gozo y celebración en el reino de los cielos.
Lo primero que observamos en el contenido de esta parábola es una manifestación de los anhelos y deseos del hijo menor. Casi podemos sentir las palpitaciones del corazón de este joven. Sus principales anhelos quedan al descubierto; abrió su corazón, y lo que brotó puso en evidencia las más bajas inclinaciones de su alma. “De la abundancia del corazón habla la boca” (Mt. 12:34).
Antes de proseguir, debemos decir algunas palabras con respecto a los personajes de nuestro relato. El padre de la parábola es Dios. Obviamente, con esto Jesús no tiene la intención de afirmar que Dios es el Padre espiritual de todos los hombres. En otros lugares da a entender claramente lo contrario (Juan 8:44). Lo que Cristo está más bien argumentando es que Dios es Señor y Soberano sobre todos en virtud de Su identidad como Creador, que tiene autoridad sobre todos por cuanto es el Dador y Sustentador de la vida de cada una de Sus criaturas. “Él es quien da a todos vida y aliento y todas las cosas” (Hch. 17:25), y por esta razón tiene autoridad para mandar a todos los hombres en todo lugar que se arrepientan (v. 30). Al final de la historia, aunque la opinión de los hombres aquí en la tierra haya sido diferente, cada uno dará cuenta a Aquel que es soberano sobre todos (v. 31).
El padre bueno de la parábola es Dios, porque cuida y protege su creación como ningún padre jamás lo ha hecho ni lo hará. Las normas de Su hogar son las mejores: perfectas. Ha provisto al mundo de todos los recursos necesarios para toda la humanidad en todas las épocas conforme a Su misericordia y bondad. “Hace salir su sol sobre malos y buenos… hace llover sobre justos e injustos” (Mt. 5:45). ¿Quién no quisiera tener a Dios como Padre?
Sí, hay alguien que prefiere no tenerle dirigiendo sus asuntos: el pecador. Y esto nos lleva a nuestro segundo personaje: el hijo menor. Por lo que hemos explicado anteriormente acerca del contexto de esta parábola, vemos a los publicanos y pecadores representados en él.
El hijo mayor no es mencionado sino hasta el final de la narración, segmento que consideraremos en los capítulos finales de nuestro estudio. Por ahora, podemos simplemente afirmar que el papel que representa este personaje es el de los escribas y fariseos, pecadores igual que los demás, pero con un alto sentido de justicia personal.
No se nos dice mucho acerca del hogar de esta familia. Pero no sería ir muy lejos pensar que las condiciones en las cuales creció el pródigo fueron las mejores. Hay fuertes elementos emotivos en la parábola. Todo padre se puede identificar muy fácilmente con el dolor que el padre del hijo pródigo debió experimentar. A medida que avancemos en nuestro estudio veremos surgir cada uno de estos elementos. He aquí el caso de un padre con un hogar modelo, ordenado bajo principios justos y poniendo a disposición de sus hijos aquellas cosas que más le convenían. Pero nada de esto impidió la trágica decisión tomada por su hijo.
Otra información ausente en el texto es una descripción del tipo de vida que el hijo había tenido hasta ese momento. No parece ser el caso que éste haya sido delincuente o borracho; ni siquiera podemos afirmar que haya sido desobediente. Esto es un punto más a favor de pensar que este personaje no sólo representa a pecadores criminales, sino a todo tipo de pecadores. Todos estamos representados en él. No importa si usted creció en un hogar cristiano o si vivió perdidamente por largos años, está representado por él. Todo pecador está representado aquí con sus anhelos e inclinaciones.
¿Por qué es importante esta última declaración? Porque a menos que usted se identifique como uno de los perdidos que Cristo vino a salvar, no irá en la actitud del pródigo a encontrar el remedio para su condición. Veamos cuáles eran los grandes anhelos del hijo menor, y así podremos observar nuestro propio retrato en él.
Al realizar una radiografía de su corazón, nuestro personaje revela dos objetos principales de deseo:


Independencia

Con las palabras: “Padre, dame la parte de los bienes que me corresponde”, este joven estaba procurando experimentar una independencia plena de la influencia paterna. Era como si le estuviera diciendo: “Padre, yo sé que hasta ahora me has querido dar lo mejor. Sé que tienes una forma de ver las cosas, una manera de pensar. Pero ha llegado el momento para separarme de ti, para no encontrarme más bajo tu sombra. Puedes tener planes conmigo, pero otros son los que yo tengo para mí mismo. Hay cosas que quiero conocer y disfrutar, que me serían imposible de experimentar estando bajo tu techo. Dame mis bienes, porque de ahora en adelante voy a manejar mis cosas a mi manera y por mi propia cuenta.”
Sus palabras nos revelan una gran insatisfacción con su padre y con la casa de su padre. Empezó a observar que las cosas no siempre eran como él quería. Poco a poco fue surgiendo el deseo de una mal llamada libertad. No era libertad de un padre tirano; quería estar libre de la influencia del testimonio y del ejemplo paterno. Quería independencia espiritual para tomar su propio camino hacia el mundo. ¿No le parece haber leído algo similar en otro lugar de las Escrituras?
Eva fue tentada por el diablo precisamente en el terreno de la independencia moral. La serpiente cuestionó la moral de Dios y Su autoridad para legislar sobre la vida del hombre. Incitó a la mujer a actuar por iniciativa propia, independientemente de aquello en lo que había sido instruida previamente. Esa búsqueda de libertad de nuestros primeros padres ha sido la causa de todos los males y pecados de la humanidad. Nuestro Creador sabe lo que más conviene a Sus criaturas. Pero en su soberbia, el hombre siempre ha querido intentar una mejor opción, un camino más corto hacia la felicidad. ¿Resultado? La ruina y maldición del pecador; y con el pródigo no iba a ser diferente.
Pero no podemos olvidarnos de lo siguiente: la parábola está hablando de todo pecador. El hombre sin Cristo anhela la independencia de Dios. Es importante observar que no es necesario ser un ateo para ser incrédulo. Con tan sólo dejar de tomarle en cuenta es suficiente (Rom. 1:28).
Al igual que un padre de familia tiene reglas en su hogar que garanticen el buen orden y la paz doméstica, Dios también tiene sus reglas. Pero el hombre no quiere someterse al gobierno de su Creador; no quiere verse atado a tener que continuar siendo obediente a los principios y valores de su Hacedor. Él nos presenta un camino; el pecador prefiere tomar otra ruta hacia la felicidad. “Cada cual se apartó por su camino” (Isaías 53:6).


Placer

El segundo elemento que encontramos en el corazón del pecador, tal como la narración de esta parábola evidencia, es el placer. Todo pecador es hedonista de corazón, aunque las manifestaciones sean tan variadas como los gustos de cada quién. El disfrute de la vida se ha convertido en la pasión de la humanidad. Billones de dólares son destinados al único fin de promover la diversión. El razonamiento del hombre es el siguiente: “La vida es breve, y hay que gozarla”; aunque para lograr sus propósitos pisotee la voluntad de Dios revelada en Su Palabra.
En esencia, la humanidad del siglo I no es diferente a la de nuestra generación. “Comamos y bebamos, porque mañana moriremos” parece ser una expresión extraída de los debates modernos. Pero no es otra cosa que una declaración del hedonismo que el Apóstol Pablo confrontó (1 Cor. 15:32). Un ‘buen’ momento, una buena risa, un buen descanso, parece ser el sentido de la vida.
Pero todo esto no es más que la posposición de un pensamiento serio sobre la eternidad y el propósito y significado de la vida. Salomón fue alguien que cayó en esta trampa. “No negué a mis ojos ninguna cosa que desearan, ni aparté mi corazón de placer alguno… Y he aquí, todo era vanidad y aflicción de espíritu, y sin provecho debajo del sol” (Ecl. 2:10, 11). Su perspectiva de la vida cambió; el placer no suplió las grandes necesidades de su alma. “Mejor es ir a la casa del luto que a la casa del banquete; porque aquello es el fin de todos los hombres, y el que vive lo pondrá en su corazón. Mejor es el pesar que la risa; porque con la tristeza del rostro se enmendará el corazón” (7:2, 3).
Quizá para usted sea un sueño poder entregarse a todos los placeres que se le antoje a su corazón. ¡Pero Salomón lo hizo! Si veía algo que le gustaba, podía asumirse que ya era suyo. Ciertamente alguien pensaría que en eso radica la verdadera felicidad: en hacer lo que se quiere cuando se desee. El caso de Salomón nos demuestra lo contrario… ¡y la parábola del hijo pródigo lo confirma todavía más!
Este joven era el prototipo de un pecador que quiere ver sus sueños hechos realidad. El freno moral es la calamidad de la criatura que se rebela contra su Hacedor. Disfrutar de la vida ya no era el vivir en plena comunión con su padre, sino el poder dilapidar el dinero en lo que a su entender producía la máxima satisfacción. Por esto ha sido llamado “pródigo”; quiere quemar el dinero y las oportunidades de la vida en un instante. “No me hables de placer para el futuro; lo quiero ahora.”
Pasó lo mismo con Esaú, quien estuvo dispuesto a cambiar su primogenitura por un plato de lentejas (Gén. 25:29–34). El guiso, en el momento, significó mucho más que las bendiciones relacionadas a sus derechos como primer hijo. En el instante pensó que había hecho el trato de su vida. Pero pasado el tiempo lamentó su decisión. “Porque ya sabéis que aun después, deseando heredar la bendición, fue desechado, y no hubo oportunidad para el arrepentimiento, aunque la procuró con lágrimas” (Heb. 12: 17).
El hijo de nuestra parábola estaba haciendo exactamente lo mismo. El placer pasajero y temporal vino a ser el todo en la vida, borrando de su vista lo verdaderamente importante. Se fue tras espejismos e ilusiones con una firme pero triste resolución. “Se fue lejos a una provincia apartada” (Luc. 15:13). Quería estar lejos, lejos, bien lejos de su padre; como el pecador, que prefiere alejarse de Dios para así poder entregarse a la vanidad de su corazón. ¡Ay de aquellos que le piden a Dios que se vaya de sus vidas! Porque en ocasiones el Señor hace exactamente lo que le piden. “Entonces toda la multitud de la región alrededor de los gadarenos le rogó que se marchase de ellos… Y Jesús, entrando en la barca, se volvió” (Luc. 8:37). ¿Puede haber una situación más triste para el pecador?
El padre de la parábola no le impidió a su hijo que realizara el acto más descabellado de toda su vida. Su corazón debía estar destrozado; pero le dejó ir. Y así, “desperdició sus bienes viviendo perdidamente” (v. 13b).

 
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