miércoles, 6 de mayo de 2015

Teatro para el Día de La Madre: Libretos para el Día de La madre ... Un Tesoro incomparable

Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6


 
 
Tipo de Archivo: PDF | Tamaño: MBytes | Idioma: Spanish | Categoría: Capacitación Ministerial
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El rey busca un tesoro

15 Minutos y 9 Personajes. Un rey va en busca de un tesoro. En su camino pregunta a diversos personajes y un niño le muestra cuál es el mejor tesoro: su madre.


EL REY BUSCA UN TESORO


PERSONAJES

FEISEL
SÉQUITO DEL REY
ABDUL
SARA
RAMA
ABDIEL
DAHANA
ALOHA
NARRADOR


NARRADOR. Hoy nos trasladaremos por unos minutos al reinado de Feisel, en un país oriental muy distante. ¿Qué sucede en el palacio? Todo es excitación y se oyen comentarios por todas partes. El Rey está vestido con su traje de gala y sale con su corte de honor. Está buscando algo, parece muy preocupado y toda la corte está en acción. ¿Qué buscará el rey con tanto empeño? Veamos lo que está sucediendo en ese reinado imaginario.


ESCENA 1

(Aparece el rey hablando con los hombres que componen su séquito.)

REY. Os ruego que me ayudéis a encontrar el tesoro que vi anoche en un sueño. Una voz me dijo que es el tesoro más valioso que jamás se haya visto en esta tierra. Yo quiero encontrarlo, por eso os he llamado. Saldremos en busca de él y no regresaremos al palacio hasta que lo tenga en mis manos. Salgamos presto. (el séquito se inclina ante el rey en señal de aprobación y salen juntos con el rey.)

ALOHA. (Hablando sola.) El Señor tenga piedad de mi hijo y prospere su camino. Tal vez no encuentre nunca lo que busca. Es muy difícil… (con gran preocupación.) Le oí decir que no regresaría hasta tener en sus manos el tesoro que vio en su sueño… ¡Oh, qué terrible sería si no lo encontrara! Tal vez nunca más lo volvería a ver. ¡No, no puede ser! Tal vez despierte a la realidad y se dé cuenta de que los sueños no son más que suelos… Ten piedad de mi hijo, Señor, te lo ruego. (Se retira.)

ESCENA II

(Aparece el rey con su séquito de nuevo, anda en busca del tesoro y está hablando con un señor de alto rango.)

ABDUL. Su majestad, os ruego que se me diga en qué puedo serviros, vuestro siervo se sentirá complacido de ser vuestro esclavo.

REY. Tan sólo una merced reclamo de tu mano, noble Abdul.

ABDUL. Soy todo vuestro. Decime vuestro encargo y trataré de complacer a mi señor el rey.

REY. Anoche tuve un sueño. Me ofrecieron un gran tesoro de inapreciable valor. He salido a buscarlo por campos y ciudades, pero nadie me sabe dar razón de él, y no regresaré al palacio hasta que lo haya encontrado.

ABDUL. Difícil empresa la de mi señor el rey. No es fácil hallar un tesoro donde abunda la pobreza. Si en realidad existiera alguno, habrían tantos ojos sobre él que jamás mi señor el rey lo vería.

REY. ¿Tratas de desanimarme, Abdul? Veo que eres un hombre pesimista. Pero yo no dejaré de buscar ese tesoro, seguiremos adelante.

ABDUL. Que el éxito corone vuestra empresa, su majestad. Vuestro siervo se retira, tengo otras cosas que debo atender. (Se va.)

REY. Aquí estaremos algún tiempo hasta que preguntemos a los que transitan por este lugar. Tal vez tengamos suerte.

SÉQUITO. Mande y ordene, vuestra majestad. Cumpliremos vuestras órdenes. (Una mujer que va pasando se detiene al ver al rey. Con respeto se inclina y lo saluda.)

SARA. Salve, su majestad. Bendita la tierra que besa vuestros pies.

REY. Bendito seré cuando encuentre lo que con tanto afán busco por campos y ciudades.

SARA. Si está en las manos de vuestra humilde sierva el dar reposo a mi señor el rey de vuestra fatiga, me llamaré dichosa.

REY. Busco un tesoro de gran precio que anoche me fue mostrado en sueño y no lo encuentro. No volveré al palacio hasta que mi deseo sea cumplido.

SARA. ¡Miserable de mí! Jamás los ojos de vuestra sierva han visto siquiera una piedra de las que usan las doncellas en el palacio del rey.

REY. Vete en paz, hija mía, tal vez un día tengas en tu mano una joya de valor.

SARA. El cielo escuche vuestra voz. Vaya con Dios mi señor el rey. (Sigue su camino.)

(Pasa un campesino y saluda también al rey.)

RAMA. ¡Salve, mi señor el rey!

REY. Dios bendiga tus faenas, labrador.

RAMA. Para serviros, su majestad, vivo en vuestro reinado.

REY. Tan solo un favor demando de tu mano, labrador.

RAMA. (Se inclina.) Ordene, su majestad.

REY. Busco un tesoro, el más preciado que ojos humanos hayan visto. Anoche lo vi en un sueño, pero nadie me da razón de haberlo visto… de haberlo encontrado. Tal vez tú, labrando la tierra has descubierto lo que otros no han podido encontrar.

RAMA. El cielo corone de favores y de tesoros a mi señor el rey. Este humilde labrador no ha visto otra cosa en toda su vida que el rico tesoro que Dios da a todos en la espiga del trigo, en la mies ya madura que sacia el hambre de un pueblo, que alimenta al humilde labriego y que corona la mesa del rey.

REY. Dios bendiga tus manos, labrador.

RAMA. Vaya con Dios el rey. (Se retira y sigue su camino.)

NARRADOR. Durante varios días el rey ha buscado el tesoro y a todos, ricos y pobres, grandes y pequeños, mujeres y hombres, ha preguntado si lo han visto, pero parece que su sueño jamás se convertirá en realidad. El séquito que lo acompaña se ve cansado y algunos piensan que el rey está perdiendo la razón. Pero éste no se cansa de preguntar y está decidido a no regresar al palacio hasta que haya encontrado el tesoro de su sueño.

REY. Si alguno de los que forman este séquito está cansado y quiere volverse, pensando que mi labor es un fracaso, puede retirar. Yo no regresaré hasta que haya logrado mi objetivo.

SÉQUITO. ¡Viva el rey! No nos apartaremos de su majestad.

(Viene un muchacho cantando alegremente, con sus libros de la escuela.)

ABDIEL. ¡Que tenga muy buenos días, su majestad el rey!

REY. Así lo pases tú, hijo mío. ¿A dónde vas tan alegre?

ABDIEL. A la escuela, su majestad, pero si en algo puedo seros útil, estoy listo a serviros.

REY. Lo que busco es difícil para ti, hijo mío. Mujeres y hombres que han pasado por este lugar no han podido darme lo que por días he tratado de encontrar.

ABDIEL. A veces un muchacho puede lograr lo que hombre y mujeres no son capaces de alcanzar. Si vuestra majestad me favorece al decirme lo que busca, tal vez puedo ayudaros a encontrarlo.

REY. Busco un tesoro, un tesoro de gran valor. Lo vi en un sueño, pero nadie ha podido darme razón acerca de él.

ABDIEL. Para deciros dónde está el tesoro que con empeño buscáis, tenéis que hacerme una promesa.

REY. Si estás seguro de que puedes decirme dónde está, dime cuál es tu petición y te será concedida.

ABDIEL. Estoy más que seguro, su majestad. Pero quiero pediros que nunca me separéis de él. Es todo lo que poseo en esta vida.

REY. Tu petición te será concedida. Anda, ve rápido y trae ese tesoro. Tengo mucha prisa.

ABDIEL. En unos minutos regresaré, su majestad. (Sale de prisa.)

REY. Ojalá que este plebeyo no se aparezca con una sucia moneda, pensando que tiene un gran tesoro…

SÉQUITO. Tenga fe, su majestad el rey. Tal vez pueda ver su sueño convertido en realidad.

REY. El cielo me depare su ventura.

SÉQUITO. Salud para su majestad el rey.

REY. Salud para mi reino, mi corte, mis súbditos y mis vasallos.

SÉQUITO. Allá viene el muchacho, su majestad, pero no viene sólo.

REY. Mi curiosidad es grande…

ABDIEL. (Llega sonriente, lo acompaña Dahana, los dos se inclinan y saludan al rey.) Su majestad, aquí traigo el tesoro de vuestro sueño. No hay en el mundo tesoro de mayor valor. Ni piedras preciosas, ni oro, ni plata, ni las más relucientes perlas del mar pueden igualarse al tesoro que hoy os presento. Este tesoro es mi madre. Cuando estoy enfermo es mi enfermera que me ciudad y me cura. Cuando estoy triste me consuela, si estoy alegre ríe y se goza junto a mí, si me va mal en mis estudios es mi maestra que me ayuda a comprender las lecciones difíciles. Ella, su majestad, es todo para mí. ¿Puede haber un tesoro mayor en el mundo?

REY. Por cierto que no. Hijo mío, eres más sabio que todos los sabios de mi reino. Quien tiene una madre tiene todos los tesoros del mundo. Yo también tengo un tesoro, lo tenía cerca de mí salí a buscarlo lejos. Tal vez en esta hora esté triste pensando en su hijo ausente y rogando al cielo por su salud. Iré a su lado sin más demora. Gracias por haberme enseñado esta preciosa lección.

ABDIEL. Vaya en paz, su majestad el rey. El cielo bendiga a vuestra querida madre y a todas las madres del mundo… ¡Y bendiga a mi madre también!

REY. ¡Vivan todas las madres del mundo! Con razón el sabio Salomón dijo: “Mujer virtuosa, ¿quién la hallará? Porque su estima sobrepasa largamente a la de las piedras preciosas”. (Prov. 31:10)

DAHANA. Gracias por desearnos la bendición de Dios. Yo pido al cielo que bendiga a nuestros hijos que son el tesoro que Dios nos ha dado. Que vaya en paz, su majestad el rey.

REY. Al cielo encomiendo mi reino y a todas las madres buenas del mundo. (Se retiran todos.)

CONCLUSIÓN. En la Santa Biblia podemos encontrar muchas historias de mujeres que supieron ser madres y que son una inspiración para todos, pero tenemos el ejemplo de una madre que fue la madre por excelencia, porque albergó en su seno al hijo de Dios. Su historia quedó registrada en las páginas sagradas para ayudarnos a comprender que la obra de una madre piadosa es la más importante en esta tierra. Cristo es el ejemplo del hijo perfecto, que siendo hombre no cometió pecado. Su vida debe ser un estímulo para cada hijo de Dios que trata de alcanzar la perfección por los méritos divinos de Aquel que dio su vida para darnos la redención. Que Dios bendiga a cada madre presente y con ellas a sus hijos, para que todos podamos alcanzar la perfección en Cristo Jesús. Recordemos que todo aquel que tiene una madre tiene un tesoro y que debemos honrar y respetar a nuestras madres en el temor de Dios.
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