viernes, 20 de marzo de 2015

No temas, gusano de Jacob: Yo te he puesto por trillo para moler montes

Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la conde nación del diablo. 1Timoteo3:2,6



 
 
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                      No temas, gusano de Jacob

No temas, gusano de Jacob, oh vosotros los pocos de Israel; yo soy tu socorro, dice Jehová; el Santo de Israel es tu Redentor. He aquí que yo te he puesto por trillo, trillo nuevo, lleno de dientes; trillarás montes y los molerás, y collados reducirás a tamo. Los aventarás, y los llevará el viento, y los esparcirá el torbellino; pero tú te regocijarás en Jehová, te gloriarás en el Santo de Israel.
(Isaías 41:14–16)


Antes de ascender a los cielos, el Señor Jesucristo encargó a un pequeño grupo de hombres sin recursos humanos la tarea de hacer discípulos en todas las naciones debajo del cielo; y les prometió que estaría con los Suyos en el cumplimiento de esa encomienda, hasta el fin del mundo. ¿Con qué contaban estos hombres para llevar a cabo semejante empresa? Con lo mismo que nosotros contamos hoy: la promesa de la presencia de Cristo por medio de Su Espíritu.
Esa ha sido la Historia del pueblo de Dios: un puñado de hombres y mujeres débiles, llevando a cabo una gran encomienda, y con un solo recurso a la mano: la promesa de ayuda y asistencia del Dios Todopoderoso. Y nunca han sido más efectivos los hijos de Dios a lo largo de los siglos que cuando han recordado cuán débiles son, y con qué recursos cuentan para llevar a cabo la tarea que se les ha encomendado. Ese es el tema que quiero considerar en esta ocasión, a la luz de Isaías 41:14–16. Pero, antes, vamos a ubicar el texto en su contexto…
El capítulo 40 de Isaías inicia una nueva sección en el libro, cuya nota dominante es la consolación de Dios a Su pueblo, anunciándole de antemano que serían librados del cautiverio babilónico que iban a padecer unos años más tarde: “Consolaos, consolaos, pueblo mío, dice vuestro Dios. Hablad al corazón de Jerusalén; decidle a voces que su tiempo es ya cumplido, que su pecado es perdonado; que doble ha recibido de la mano de Jehová por todos sus pecados” (Isaías 40:1–2). En los versículos siguientes se exalta el poder y la grandeza de Dios, que Él mostrará en favor de Su pueblo para llevar a cabo semejante liberación.
Luego, en el capítulo 41 y en el contexto de todo lo que Él hará a favor de Su pueblo, Dios reta a los ídolos de las naciones vecinas a que muestren de alguna manera que realmente son dioses:

  Alegad por vuestra causa, dice Jehová; presentad vuestras pruebas, dice el Rey de Jacob. Traigan, anúnciennos lo que ha de venir; dígannos lo que ha pasado desde el principio, y pondremos nuestro corazón en ello; sepamos también su postrimería, y hacednos entender lo que ha de venir. Dadnos nuevas de lo que ha de ser después, para que sepamos que vosotros sois dioses; o a lo menos haced bien, o mal, para que tengamos qué contar, y juntamente nos maravillemos (vv. 21–23).

En otras palabras: “Manifestad de alguna manera vuestro poder para que podamos maravillarnos en ello; o dad algún aviso de lo que ha de suceder en el futuro, para que sepamos que sois genuinamente divinos”. Dios está denunciando a través de Su profeta la insensatez de la idolatría: “He aquí que vosotros sois nada, y vuestras obras vanidad; abominación es el que os escogió” (v. 24). Pero al mismo tiempo está llevando a Su pueblo a fortalecerse en la fe.
Israel era una nación pequeña, rodeada de naciones poderosas y crueles que podían aplastarla en cualquier momento. De hecho, el mismo Dios había anunciado que serían llevados en cautiverio por causa de su pecado. Pero, en medio de ese panorama tan sombrío, viene este anuncio tan esperanzador: “No temas, gusano de Jacob, oh vosotros los pocos de Israel; yo soy tu socorro, dice Jehová; el Santo de Israel es tu Redentor”. Esa nación pequeña y vapuleada se levantaría de nuevo, porque el mismo Dios que había traído juicio sobre ella, traería también liberación en el momento preciso.
Hay tres aspectos en nuestro texto a los que quiero llamar la atención; y el primero de ellos es la descripción que hace Dios de Su pueblo.


LA DESCRIPCIÓN QUE HACE DIOS DE SU PUEBLO

Él está tratando de alentarlos y darles valor, pero no solo los describe como gusanos, sino que para colmo les recuerda que son pocos: “No temas, gusano de Jacob, oh vosotros los pocos de Israel”. En cierta ocasión estaba leyendo las Escrituras cuando, no sé de dónde, cayó sobre una de sus páginas un pequeño gusanito; y solo fue necesario un ligero movimiento de mis dedos para deshacerme de él. ¡Cuán indefensos son los gusanos! ¡Cuán débiles! Y, sin embargo, esa es la figura que usa Dios aquí para describir a Su pueblo.
Israel llegó a su punto más bajo durante el cautiverio babilónico, y algunos de sus más feroces enemigos estaban alcanzando entonces su punto más alto, tanto en poderío militar como económico. Seguramente muchos judíos veían su nación como un pequeño gusano en medio de animales feroces y depredadores. Pero en vez de corregir esta percepción y subirles la autoestima, Dios les hace ver que su percepción es correcta: se sienten como un pequeño y débil gusano, porque eso es precisamente lo que son; y esta descripción se aplica a nosotros también: separados del poder de Dios, somos seres débiles e indefensos.
Pensemos en nuestra vida física, por ejemplo: el más fuerte de los hombres sufre una embolia y repentinamente se convierte en un vegetal. La picadura de una araña o el ataque de un virus microscópico pueden ser suficientes para llevarnos a la tumba. El hombre en su soberbia se siente fuerte e invencible, sobre todo si goza generalmente de buena salud. Pero nada puede evitar que lleguen los años del achaque y, a final de cuentas, todos nosotros nos apagaremos como una vela. “¿Qué es vuestra vida? —pregunta Santiago—. Ciertamente es neblina que se aparece por un poco de tiempo, y luego se desvanece” (Santiago 4:14). Cada segundo nuestra vida pende de un hilo delgado, y lo único que evita que ese hilo se rompa es el poder y la misericordia de Dios. Somos como “la hierba que […] en la mañana florece y crece; [y] a la tarde es cortada, y se seca” (Salmo 90:5–6). Estamos sujetos al dolor y a la enfermedad, a los achaques del cuerpo, a la debilidad y al cansancio físico.
Y lo mismo podemos decir de nuestra vida emocional. ¿Acaso no es cierto que nuestras emociones suelen ser sorprendentemente fluctuantes? En un momento podemos estar rebosantes de alegría porque alguien nos ha expresado su amor o su aprecio, y al minuto siguiente estar al borde de una depresión, porque hemos oído un chisme sobre nosotros o algunos nos han mostrado francamente que no somos de su agrado.
Somos débiles física y emocionalmente. Y en el plano espiritual somos mucho más débiles aún. El más fuerte de los cristianos es, en sí mismo, tan débil como un gusano cuando tiene que enfrentar los embates y las seducciones del enemigo de su alma. El rey David quedó reducido a un bocado de pan por la visión de una mujer hermosa; y este hombre, que era conforme al corazón de Dios, llegó a ser motivo de escarnio y de burla para la verdadera fe. Somos débiles, hermanos, muy débiles, y el enemigo de nuestras almas es fuerte, astuto y cruel. Dios nos advierte en Su Palabra que Satanás anda como un león rugiente buscando a quien devorar.
Y si no tenemos fuerzas en nosotros mismos para resistir los ataques del enemigo, menos fuerzas tenemos aún para el avance y la ofensiva. El Señor Jesucristo describe nuestra tarea, en Mateo 12:29, como un asalto a la casa del hombre fuerte. Se nos ha llamado a penetrar en la fortaleza del enemigo y rescatar a sus cautivos. No es tarea fácil la que se le ha encomendado a la Iglesia. Somos como esos equipos de rescate que se envían al mar para recoger cadáveres; pero no para darles una honrosa sepultura, sino para darles vida por medio del Evangelio. Y nos preguntamos quiénes somos nosotros para semejante tarea. Como dice Daniel Shanks, “en la causa de Dios y de la verdad, nuestros propios recursos y habilidades nunca nos darán la victoria”. “No con ejército, ni con fuerza, sino con mi Espíritu, ha dicho Jehová de los ejércitos” (Zacarías 4:6).
Hasta que lleguemos al punto de decir junto con David en el Salmo 22:6: “Soy gusano, y no hombre”, todavía no estaremos preparados para ser usados por Dios. Hubo una época en que Moisés se sintió capaz de liberar al pueblo de Israel, y Dios tuvo que enviarlo a la “escuela de Madián” durante cuarenta años para moldear su carácter; hasta tal punto que cuando Dios se le aparece en el episodio de la zarza y le manda llevar a cabo lo que cuarenta años atrás había intentado hacer por sí mismo, Moisés le responde: “¿Quién soy yo para que vaya a Faraón, y saque de Egipto a los hijos de Israel?”. Por fin había adquirido conciencia de su “gusanía” y ahora estaba listo para ser usado por Dios. Moisés fue un instrumento poderoso en las manos de Dios, pero solo cuando se vio a sí mismo bajo esta luz y reconoció su propia indignidad y debilidad.
Y esto mismo era lo que Dios quería que Su pueblo entendiera en los días del profeta Isaías. Él tenía grandes cosas reservadas para ellos, pero primero debían dejar de confiar en sí mismos y verse como un gusano indefenso. Hasta que ese momento llegara, Israel no sería más que un pequeño gusano con delirios de grandeza, pero una vez adquirieran conciencia de lo que realmente eran, estarían preparados para las grandes cosas que Dios haría en ellos y con ellos.
Ya vimos cómo Dios describe al pueblo; veamos ahora, en segundo lugar, lo que Él les promete.


LA PROMESA DE DIOS PARA SU PUEBLO EN DEBILIDAD

“He aquí que yo te he puesto por trillo, trillo nuevo, lleno de dientes; trillarás montes y los molerás, y collados reducirás a tamo. Los aventarás, y los llevará el viento, y los esparcirá el torbellino; pero tú te regocijarás en Jehová, te gloriarás en el Santo de Israel” (vv 15–16). Ningún obstáculo podría interponerse para que Dios llevara a cabo Su obra en medio de ellos como, de hecho, sucedió. Unos 150 años después de que Isaías escribiera esta profecía, Dios levantó a Ciro el Persa (mencionado veladamente en este mismo capítulo, en los versículos 1–2 y 25, y al que luego señala por nombre en 44:28 y 45:1), el cual decretó el regreso de los judíos a su tierra (2 Crónicas 36:22–23). Y a pesar de todas las intrigas que se tejieron en los meses siguientes para impedir que los judíos llevaran a cabo la reconstrucción de las murallas de Jerusalén y del Templo, ninguna conspiración pudo contra ellos, como vemos en el libro de Nehemías.
Ningún enemigo, por poderoso que sea, podrá prevalecer contra el pueblo de Dios, siempre que este no intente luchar con sus propias fuerzas.
En los días de Gedeón se juntaron los madianitas y amalecitas con otros pueblos del Oriente para atacar a Israel. Dice la historia bíblica que eran como langostas en multitud tendidos en el valle, y sus camellos eran innumerables como la arena que está a la ribera del mar. Pero Dios levantó a Gedeón para libertar a Su pueblo, y se juntaron en torno a él más de 30 000 israelitas, un ejército comparativamente pequeño si tomamos en consideración que el ejército enemigo contaba con unos 135 000 hombres.
No obstante, Dios consideró que ese número era muy alto y debía disminuirse: “El pueblo que está contigo es mucho para que yo entregue a los madianitas en su mano […]. Ahora, pues, haz pregonar en oídos del pueblo, diciendo: Quien tema y se estremezca, madrugue y devuélvase” (Jueces 7:2–3). Se volvieron 22 000; de modo que quedaron 10 000… ¡para enfrentarse a 135 000! Pero Dios consideró que era mucho pueblo todavía. Seguían pareciéndose más a un ejército poderoso que a un grupo de gusanos. Así que usaron un sistema de selección que tenía que ver con la forma en la que tomaban el agua, y finalmente quedaron 300 hombres. “Entonces Jehová dijo a Gedeón: Con estos trescientos hombres que lamieron el agua os salvaré, y entregaré a los madianitas en tus manos” (Jueces 7:7). Y así lo hizo Dios; con la particularidad de que lo único que hizo este ejército tan peculiarmente pequeño fue tocar unas trompetas y levantar sus teas encendidas. Dios se encargó del resto.
Otro episodio que viene a nuestras mentes es el de David y Goliat. Los filisteos desafían a Saúl y lo retan a buscar entre el pueblo a alguien que se enfrente en una lucha cuerpo a cuerpo con ese gigante que mide unos 3 m de alto. David llega en ese momento a visitar a sus hermanos en el campo de batalla, escucha el desafío y acepta el reto; siendo un joven adolescente, se enfrenta con Goliat únicamente con una honda y cinco piedras lisas. David era un gusanito en comparación con Goliat; pero la piedra que salió de su honda fue lanzada con energía y dirigida por el poder de Dios, de tal modo que penetró con fuerza en el punto preciso.
En nuestras propias fuerzas somos tan débiles como gusanos, pero un gusano en las manos del Todopoderoso puede hacer cosas extraordinarias. Y esto nos lleva a nuestro tercer punto.
Ya hemos visto la descripción que hace Dios de Su pueblo y la promesa contenida en el texto; veamos ahora, en tercer lugar…


LA BASE QUE SUSTENTA LA PROMESA

“No temas, gusano de Jacob, oh vosotros los pocos de Israel; yo soy tu socorro, dice Jehová; el Santo de Israel es tu Redentor” (v. 14). Notad que Dios no dice a Su pueblo: “No temas, gusano de Jacob, mañana serás un león”. ¡¡No!!; seguiría siendo un gusano, pero uno que Dios promete usar como instrumento para trillar los montes y moler los collados. “He aquí que yo te he puesto por trillo, trillo nuevo, lleno de dientes”. El trillo era un instrumento de labranza que, tirado por bueyes, desbarataba los montones de grano o de tierra. Un trillo por sí mismo no puede hacer nada, pero si es movido con fuerza y empuñado por una mano diestra, puede hacer grandes cosas. Las naciones poderosas eran como manojos de trigo, e Israel era como un trillo nuevo, bien afilado y lleno de dientes, movido y guiado por el Todopoderoso.
Se cuenta la historia de cierto capitán cuya bandera siempre estaba en alto en la batalla, y cuya espada era temida por todos sus enemigos. Su monarca, intrigado, quiso conocer que secreto encerraba esa espada que había ganado tantas batallas, y le pidió al capitán que se la enviara. Pero después de examinarla cuidadosamente el monarca no encontró en ella ninguna cosa especial, así que se la devolvió al capitán con esta nota: “No veo nada maravilloso en la espada; y no puedo entender por qué cualquier hombre tenga que tener temor de ella”. El capitán, entonces, con todo respeto le envió otra nota diciendo: “Vuestra majestad ha sido complacida en examinar la espada, pero yo no le envié el brazo que la porta; si pudiera examinarlo también, y el corazón que guía ese brazo, entonces podría comprender el misterio”.
El secreto no estaba en la espada, sino en el brazo que la manejaba y el corazón que guiaba al brazo. No es al hombre de Dios al que debemos mirar, sino al poder de Dios que está detrás del hombre. La Escritura señala que los ministros no somos competentes por nosotros mismos para hacer la obra de Dios, sino que nuestra competencia proviene de Él (2 Corintios 3:5). Somos lo que somos por la gracia de Dios; sin esa gracia somos menos que nada, gusanos débiles e indefensos: “Separados de mí —dice Cristo— nada podéis hacer” (Juan 15:5).
David llevó al pueblo de Israel a su máximo esplendor, y su reino vino a ser uno de los reinos más poderosos del mundo en aquel entonces. Dice en 1 Crónicas 11:9 que “David se engrandecía cada vez más”. ¿Cuál era su secreto? Que “el Señor de los ejércitos estaba con él”. Aunque somos débiles gusanos, amparados en Dios haremos proezas. Él es el Dios Todopoderoso; Aquel cuya mano nadie puede detener, ni preguntarle: “¿Qué haces?” (Daniel 4:35). Él es el Dios Soberano que gobierna sobre todas las cosas que ha creado, cuyo dominio es tan vasto que si pudiésemos volar eternamente a la velocidad de la luz, nunca encontraríamos sus límites.


CONCLUSIÓN

Para concluir, quisiera señalar algunas lecciones prácticas que podemos extraer de nuestro pasaje.
En primer lugar, aprendemos de nuestro texto que, para ser usados por Dios, debemos comprender primero nuestra propia pequeñez y debilidad. Nadie será fuerte en Dios en tanto que no se vea a sí mismo como Dios nos describe en este texto: como meros gusanos del polvo, porque el poder de Dios se perfecciona en nuestra debilidad. “Por tanto, de buena gana me gloriaré mas bien en mis debilidades —dice Pablo—, para que repose sobre mí el poder de Cristo […], porque cuando soy débil, entonces soy fuerte” (2 Corintios 12:9–10).
Siempre somos débiles, pero no siempre estamos conscientes de ello, y nunca somos más incapaces e ineptos en el servicio de Dios que cuando perdemos de vista nuestra propia debilidad. La Biblia nos enseña que “el que se cree ser algo, no siendo nada, a sí mismo se engaña” (Gálatas 6:3). No nos engañemos, pues, a nosotros mismos; aun cuando estamos en nuestra mejor condición espiritual, seguimos siendo débiles gusanos rodeados de flaquezas y debilidades. La Escritura nos advierte que es maldito el hombre que confía en el hombre (Jeremías 17:5). ¿Eres tú un hombre de carne y hueso? No confíes, entonces, en ti mismo, ni para vivir la vida cristiana ni para hacer la obra de Dios.
En segundo lugar, aprendemos también que el pueblo de Dios no debe tener temor a pesar de su débil condición: “No temas, gusano de Jacob”. Somos tan débiles como un gusano, pero el Dios Todopoderoso ha hecho un pacto con Su pueblo de no volverse atrás de hacernos bien (Jeremías 32:40). Él ha comprometido Su nombre y su honor en ayudar al débil. Escucha las palabras del Salmista, en el Salmo 146:

Bienaventurado aquel cuyo ayudador es el Dios de Jacob,
cuya esperanza está en Jehová su Dios,
el cual hizo los cielos y la tierra,
el mar, y todo lo que en ellos hay;
que guarda verdad para siempre,
que hace justicia a los agraviados,
que da pan a los hambrientos.
Jehová liberta a los cautivos;
Jehová abre los ojos a los ciegos;
Jehová levanta a los caídos;
Jehová ama a los justos.
Jehová guarda a los extranjeros;
al huérfano y a la viuda sostiene,
y el camino de los impíos trastorna.

(vv. 5–9)

No temas, hermano, que aunque los obstáculos sean tan grandes como las murallas de Jericó, de un solo grito podremos derribarlas, siempre que gritemos en el nombre de Dios. “En Dios haremos proezas”, dice el Salmista (Salmo 60:12). No siempre esas proezas serán vistas como tales, porque Dios no mide el éxito de una empresa como nosotros solemos hacerlo. Dios llamó al profeta Ezequiel a predicar Su Palabra, y le advirtió de antemano que nadie pondría por obra sus palabras (Ezequiel 33:31–32). Si evaluamos el ministerio de Ezequiel por sus frutos visibles, fue un absoluto fracaso. Pero si medimos a este hombre y su ministerio con una tabla de fidelidad, y consideramos su perseverancia en hacer la obra que Dios le encomendó a pesar de las dificultades, entonces veremos que hizo verdaderas proezas.
Dios no ha llamado a todos sus hijos a ser pastores o misioneros; así como tampoco ha llamado a todos sus ministros a tener ministerios con frutos tan visibles como el de Spurgeon, o como el de Whitefield; pero Él requiere de sus ministros, y de cada uno de sus hijos, “que cada uno sea hallado fiel” (1 Corintios 4:2), según los dones y la vocación que el Señor repartió a cada uno. Dios quiere padres y madres que críen fielmente a sus hijos en Su temor; esposos y esposas fieles en ser testimonios vivos en el mundo de la relación de Cristo con Su Iglesia; profesionales que sirvan fielmente a Dios y a su generación por medio de sus talentos y habilidades; obreros fieles que no sirvan al ojo, “como los que quieren agradar a los hombres, sino con corazón sincero, temiendo a Dios” (Colosenses 3:22).
Dios quiere pastores y misioneros que proclamen fielmente Su Palabra, para la salvación de unos y la edificación de otros. Si Dios nos concede ver a miles venir a los pies de Cristo, nos gozaremos enormemente en ello. Eso es lo que quisiéramos ver. Pero si solo son cinco, o diez, o veinte, y logramos llevar a esas almas con seguridad hasta la Canaán celestial, habremos cumplido con nuestro trabajo y escucharemos de Dios lo que todo siervo ansía escuchar de su Amo: “Bien, buen siervo y fiel; sobre poco has sido fiel, sobre mucho te pondré; entra en el gozo de tu Señor” (Mateo 25:21). Una sola alma vale más que el mundo entero (Mateo 16:26). Si tuviésemos que gastar nuestra vida entera por la salvación de un alma, bien habrá valido la pena el esfuerzo.
Propongámonos, entonces, hacer la voluntad de Dios; y cuando nos parezca que los obstáculos son muy grandes, y nos veamos tan pequeñitos delante de ellos como gusanos, que las palabras de Dios contenidas en este texto nos sirvan de aliento y estímulo: “No temas, gusano de Jacob […] yo soy tu socorro”.
Tal vez estás a punto de desmayar bajo el peso de tus responsabilidades como cristiano, o bajo el peso de las tentaciones; y tal vez has deseado declararte impotente y claudicar. Pero a la luz de la enseñanza de este pasaje, te exhorto a volver tu debilidad en una bendición, refugiándote en Dios y en la gloria de Su poder.
En tercer lugar, aprendemos de nuestro texto que nuestra confianza debe estar puesta en Dios y solo en Él. ¿A quién se le ocurriría poner su confianza en un gusano? Nos parece ridículo solo pensarlo; sin embargo, eso es lo que hacemos cada vez que ponemos nuestra confianza en los hombres y no en Dios.
Es bueno que las ovejas confíen en sus pastores, pero no es bueno que descansen en ellos como si fuesen capaces por ellos mismos para llevar adelante la obra de Dios. ¿Qué son los pastores después de todo? Hombres débiles, sujetos a tentaciones, a pruebas inusuales, a ataques despiadados; sujetos al desánimo y al cansancio. Esto es lo que somos. Por eso nunca nos cansaremos de suplicar que oren por nosotros. Mostrad que vuestra confianza está en Dios intercediendo continuamente por vuestros pastores, suplicando que Dios los guarde del mal, y que Dios los tome en sus manos para trillar los montes y moler los collados. Por eso debemos insistir en la importancia del culto de oración congregacional a mitad de semana. Esa es la caldera que mantiene en movimiento el motor de la iglesia. Cuando alguien preguntó a Spurgeon dónde estaba el éxito de su ministerio, su respuesta fue muy sencilla: “La iglesia ora por mí”.
En cuarto lugar, y finalmente, aprendemos de este texto que Dios merece toda la gloria por cada avance y cada logro de Su pueblo. “Pero tú te regocijarás en Jehová, te gloriarás en el Santo de Israel” (Isaías 41:16). Tenemos un tesoro en vasos de barro, para que la excelencia del poder sea de Dios y no nuestra (cf. 2 Corintios 4:7). Somos lo que somos por la gracia de Dios; desprovistos de esa gracia no tenemos nada de qué presumir. “¿Qué tienes que no hayas recibido? —pregunta el apóstol Pablo en 1 Corintios 4:7—. Y si lo recibiste, ¿por qué te glorías como si no lo hubieras recibido?”. Es la conciencia de nuestra debilidad la que nos lleva a exclamar continuamente: “No a nosotros, oh Jehová, no a nosotros, sino a tu nombre da gloria” (Salmo 115:1).
Sigamos corriendo nuestra carrera con paciencia “con los ojos puestos en Jesús” y poniendo nuestros dones en acción para la expansión del Reino de Dios. Pero sean nuestro estandarte estas palabras de Pablo con las que ahora concluyo: “Y a aquel que es poderoso para hacer todas las cosas mucho más abundantemente de lo que pedimos o entendemos, según el poder que actúa en nosotros, a él sea gloria en la iglesia en Cristo Jesús por todas las edades, por los siglos de los siglos. Amén” (Efesios 3:20–21).

 
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Si uno dice que conoce a Dios y no guarda sus mandamientos, es mentiroso, y la verdad no está en él

Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6


 
 
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La Obediencia y la Comunión
1 Juan 2:3–17
En esta sección, Juan cambia su fraseología. Hasta este punto, su tema había sido la comunión. Ahora comienza a hablar de conocer a Dios. No por eso abandona el asunto de la comunión, porque hay una relación entre la comunión con y el conocimiento de una persona. Al estrechar los lazos de la comunión, se profundiza nuestro conocimiento de la persona.
CUARTO REQUISITO PARA DISFRUTAR DE LA COMUNIÓN: OBEDECER LOS MANDAMIENTOS DEL SEÑOR 2:3–6
Todos los creyentes conocen a Cristo como su Salvador personal y debido a eso, conocen a Dios también. Cristo mismo dijo en Juan 14:7 que el conocerle a él equivale a conocer al Padre. En 1 Juan 2:3 Juan hace referencia a otro aspecto del conocimiento, y establece una prueba para saber si uno conoce a Dios.
Pablo expresó en una de sus cartas que anhelaba conocer a Cristo (Filipenses 3:10). No existe ninguna duda acerca de su conocimiento de Cristo como su Salvador porque había sido salvo unos treinta años antes y en esa ocasión estaba preso por él, posiblemente en Roma. Su meta al mencionar el deseo de conocerle era llegar “a ser semejante a él en sus padecimientos”.
“Y EN ESTO SABEMOS QUE NOSOTROS LE
CONOCEMOS, SI GUARDAMOS SUS
MANDAMIENTOS” (1 JUAN 2:3).
Si uno dice que conoce a Dios y no guarda sus mandamientos, es mentiroso, y la verdad no está en él (2:4). La conclusión es igual a la que aparece en 1:6, donde el apóstol afirma que quien dice que tiene comunión con Dios, pero anda en tinieblas, miente, y no practica la verdad. Así como una espiritualidad fingida no conduce a la comunión, una obediencia fingida tampoco puede proporcionarnos un conocimiento íntimo de Dios.
La obediencia a la palabra de Dios resulta en una experiencia plena del amor de Dios, y nos ayuda a saber con certidumbre que estamos en él (2:5). Se puede decir lo mismo en cuanto a nuestro amor hacia el Señor. Si guardamos su palabra, nuestro amor para con él también se perfecciona. Dicho de otra manera, el amor es producto de la obediencia a la palabra de Dios.
¡PENSEMOS!
¿Qué relación existe entre tener comunión con Dios y conocer a Dios? ¿En qué sentido conocen todos los creyentes a Dios? ¿Qué quería decir Pablo al expresar su deseo ardiente de conocer a Cristo? Según 2:3, ¿cómo podemos saber sin lugar a duda que conocemos a Dios? ¿Cuál es la clave para que el amor de Dios se perfeccione en nosotros?
“EL QUE DICE QUE PERMANECE EN ÉL,
DEBE ANDAR COMO ÉL ANDUVO” (2:6).
¡Qué meta para los discípulos de Cristo! ¡Andar como él anduvo! ¿Quién puede hacerlo? Sólo aquél que permanece en él (2:6). ¿Qué significa esto? La contestación se encuentra en 1 Juan 3:24 donde dice: “Y el que guarda sus mandamientos, permanece en Dios, y Dios en él”.
En Juan 15:10, Cristo dio la misma enseñanza. Asimismo, prometió mucho fruto al que permanece en él (Juan 15:5). El fruto del Espíritu Santo mencionado en Gálatas 5:22–23 es la reproducción de la vida de Cristo en el creyente. Únicamente la persona salva por su gracia y llena del Espíritu Santo puede andar como él anduvo.
¿QUÉ PASA AL QUE NO PERMANECE
EN CRISTO?
En Juan 15:6 Cristo también advirtió que el que no permaneciera en él sería echado fuera y quemado en el fuego. Muchas personas indoctas han tropezado con esta enseñanza. Concluyen diciendo que un creyente puede perder su salvación y ser echado para siempre en el infierno o el lago de fuego.
Es más probable que este pasaje sea semejante a lo que Pablo enseña en 1 Corintios 3:12–15, donde trata de ciertas obras del creyente, que al pasar por la prueba de fuego, no persevera en la fe y por lo tanto, sus obras serán quemadas. Aclara Pablo que: “él sufrirá pérdida, si bien él mismo será salvo, aunque así como por fuego” (1 Corintios 3:15).
UN NUEVO MANDAMIENTO 2:7–11
En 1 Juan 2:7–8 tenemos una aparente contradicción. El versículo 7 comienza así: “No os escribo mandamiento nuevo”. En cambio, el versículo 8 dice: “Sin embargo, os escribo un mandamiento nuevo”. ¿Qué hemos de creer? Era nuevo, ¿o no? Y, ¿cuál era el mandamiento? En realidad el mandamiento es uno, y es el mismo mandamiento antiguo (2:7).
2 Juan 5 aclara que ese mandamiento antiguo es: “que nos amemos unos a otros”. Realmente no es nuevo. Se encuentra en Levítico 19:18 y fue repetido por nuestro Señor Jesucristo en Marcos 12:28–31 en respuesta a la pregunta que le hicieron: “¿Cuál es el primer mandamiento de todos?” Cristo agregó algo nuevo a ese mandamiento antiguo en Juan 13, después de lavar los pies de sus apóstoles y anunciar quién era el traidor.
“UN NUEVO MANDAMIENTO OS DOY: QUE OS
AMÉIS UNOS A OTROS; COMO YO OS HE
AMADO” (JUAN 13:34).
La parte nueva del mandamiento es como yo os he amado. Entre los cristianos se ha hecho muy común usar la palabra griega ágape. Es la que se usa para definir el amor de Cristo. El nos amó sin que nosotros le amáramos primero. Lo hizo sin esperar una respuesta recíproca. Amó sin que fuéramos amables o atractivos. Así hemos de amarnos los unos a los otros.
Otro aspecto nuevo del mandamiento se menciona en 1 Juan 2:8.
“LAS TINIEBLAS VAN PASANDO,
Y LA LUZ VERDADERA YA ALUMBRA”.
Cuando Cristo dio el nuevo mandamiento a sus discípulos la noche en que fue aprehendido, todavía no había sufrido en la cruz. Las tinieblas prevalecían por la obra del diablo. Satanás recibió un golpe fatal en la cabeza con la muerte de Cristo y las tinieblas desaparecieron. En aquel entonces, tampoco había venido al mundo el Consolador. Después de la muerte, resurrección y ascensión de Cristo, el Espíritu Santo vino a los discípulos y la luz verdadera empezó a alumbrar en todo el mundo por obra del Espíritu. Ahora los creyentes podemos amar como él nos amó.
Pero no es algo automático. El pecado está presente (1 Juan 1:8) y la lucha interna es real y verdadera (Romanos 7:18–19). Pero podemos triunfar, “porque mayor es el que está en vosotros, que el que está en el mundo” (1 Juan 4:4).
El que aborrece a su hermano 2:9 y 11
Cada pasaje dificil tiene su clave. Esta sección no es la excepción. La clave es el uso que se da a la palabra hermano en cada uno de estos dos versículos. El pecado cometido se lleva a cabo por hermanos, y la acción es contra hermanos. El que aborrece a su hermano no se ha apropiado del poder del Espíritu Santo para vencer su propia carne. El resultado es que está todavía en tinieblas, anda en ellas, y no sabe a dónde va (9 y 11).
El odio no debe existir en el corazón de un creyente, pero la realidad de la historia cristiana es que cualquier hermano extraviado puede cometer cualquier pecado. Aunque tiene que sufrir las consecuencias de su pecado, sigue siendo creyente. Uno de los casos más tristes de la Biblia es el relato del pecado del gran rey David con Betsabé.
El monarca dio órdenes que provocaron la muerte de Urías, su rival. David era creyente en Dios, y la Biblia no indica que perdiera su salvación, pero tuvo que pagar un precio enorme por este pecado.
El amor a los hermanos 2:10
En este caso, el amor se manifiesta porque el hermano permanece en la luz. De acuerdo con lo que vimos en el v.6, el que permanece en Cristo es el que guarda sus mandamientos. Además de permanecer en la luz, no hay ningún tropiezo en él. Él esparce claridad sobre el camino de sus hermanos y su ejemplo es bueno.
LA LÓGICA ES EVIDENTE. EL QUE ABORRECE
A SU HERMANO ES UN TROPIEZO PARA LOS
OTROS. ¡QUÉ TRISTE!
¡PENSEMOS!
¿Cómo podemos andar como Cristo anduvo? ¿Cuál es el mandamiento antiguo que Cristo mencionó? Según Juan 13:34, ¿cuál era el aspecto nuevo del mandamiento? ¿Qué otro aspecto del mandamiento es nuevo después de la muerte de Cristo? Lea de nuevo 2:9–11. ¿Cuál es la clave para entender este pasaje? Describa el estado del que aborrece a su hermano. ¿Cuáles son las características del que ama a su hermano?
PALABRAS DE ESTÍMULO PARA TRES GRUPOS 2:12–14
Juan menciona tres grupos y explica la razón por la que escribe a cada uno.
A hijitos
A padres
A jóvenes
Porque vuestros pecados han sido perdonados por su nombre (2:12), y habéis conocido al Padre (2:13c)
Porque conocéis al que es desde el principio (2:13a y 14a)
Porque habéis vencido al maligno (2:13b), sois fuertes, y la palabra de Dios permanece en vosotros (2:14b y c)
Sus palabras en 2:9 y 11 tienen la forma de regaño. Sus lectores podrían creer que estaba descontento con todos. Pero por el estímulo expresado en 2:12–14, es obvio que no era así, sino que les habla como a creyentes que van avanzando en su conocimiento de Dios y demostrando fuerza vencedora.
En la forma de referirse a sus lectores como hijitos, hay una evidente progresión de experiencias. Sus pecados habían sido perdonados por el Señor y habían llegado a conocerle en forma íntima.
Al dirigirse al otro grupo como padres, también hace hincapié en el hecho de que conocen al que es desde el principio. Vuelve a usar un término que indica madurez y una comunión íntima con el Señor.
Al llamar a los jóvenes, los alaba por la fuerza que han logrado y por la cual han vencido al maligno. Además, atribuye esa fuerza a la palabra de Dios que permanece en ellos.
INCOMPATIBILIDAD ENTRE EL MUNDO Y DIOS 2:15–17
La Biblia usa la palabra mundo de diferentes maneras. El mundo fue creado por Dios (Juan 1:10). El amó al mundo (Juan 3:16). En 1 Juan 2:15–17 se habla del mundo como un sistema totalmente opuesto a Dios. El mismo está encabezado por Satanás (1 Juan 5:19), quien lucha en forma sutil para frustrar los propósitos divinos.
La enseñanza bíblica es clara en cuanto a la actitud que los creyentes deben manifestar hacia ese sistema llamado mundo: No han de amar al mundo ni las cosas que están en el mundo (2:15).
Juan usa tres cosas bien conocidas para definir lo que está en el mundo: los deseos de la carne, los deseos de los ojos y la vanagloria (2:16a). El gran peligro de participar en estas cosas es que no provienen del Padre, sino del mundo (2:16b).
El resultado final es que el mundo con sus deseos pasa, pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre (2:17).
¡PENSEMOS!
Lea cuidadosamente 2:12–14. ¿Qué dice Juan a cada uno de los tres grupos? Reflexione en Juan 3:16. ¿Le parece que nosotros debemos amar al mundo de la misma manera en que Dios lo amó? En 1 Juan 2:15–17, ¿cuál es el significado de la palabra mundo? ¿Por qué no debemos amar al mundo? ¿Cuáles son las tres cosas que Juan menciona para definir lo que está en el mundo?
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Los apóstoles que proclamaron la resurrección dicen que fueron unos estafadores: La apostasía en marcha

Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6



 
 
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Información 


¿Un Sueño Pasajero?
1 Corintios 15
¿Ha visitado algún cementerio recientemente? ¿Cuándo fue la última vez que pensó en la tumba de Jesucristo o que visitó la de un amigo, familiar, o hermano en la fe?
La muerte del Señor confirma la realidad del evangelio que predicamos. En 1 Tesalonicenses 4:13 Pablo nos recuerda que no debemos entristecernos ante la desaparición de nuestros seres queridos como los que no tienen esperanza. Nuestro “adiós” no debe ser definitivo como el de los incrédulos, sino un “hasta luego”, como el que se dice al salir de viaje.
Es cierto que lloramos debido a la separación y por no saber cuándo nos volveremos a ver. Sin embargo, tenemos la seguridad de que nos encontraremos de nuevo. Extrañaremos al que ha partido, pero no sentimos la misma desesperación de quienes no tienen una razón para vivir. Nosotros sí tenemos la esperanza de saber que la persona se encuentra esperándonos en una condición mucho major que la nuestra.
Si quiere probar la veracidad de su fe, reflexione una vez más en el sepulcro de Jesús, y si no encuentra la base del evangelio allí entonces su fe en él no tiene razón de ser. Pablo insiste en que ésta no tiene valor si los discípulos no resucitan.
Las buenas nuevas del evangelio incluyen dos realidades increíbles: primero, que Dios murió y segundo, que lo hizo para siempre. Estas dos verdades están íntimamente relacionadas y consituyen los dos cimientos de nuestra fe.
LA NECESIDAD DE LA RESURRECCION
15:1–34
Relación entre la resurrección y el evangelio 15:1–11
La muerte de Cristo y las “buenas nuevas” 15:1–4a
¿Cuáles son las evidencias que comprueban la resurrección del Señor? Pablo afirma que esta doctrina es parte íntegra de las “buenas noticias”. Su mensaje contiene dos partes: el hecho de que Cristo haya sido enterrado Prueba su muerte y los testigos oculares que afirmaron haberlo visto con vida confirman que efectivamente resucitó (Romanos 4:25–5:1; 6:3–11).
Los hermanos de Corinto ya habían aceptado el evangelio. Si lo habían hecho sinceramente, entonces ya eran partícipes de los beneficios de la muerte del Salvador, quien murió por nuestros pecados de acuerdo con las Escrituras del Antiguio Testamento. El Juez Justo aceptó ese sacrificio en vez de exigirnos a nosotros el pago y el único requisito para recibir las bendiciones de su muerte es que confiemos en él. Esta es la esencia del evangelio y éste se fundamenta en el deceso del Hijo de Dios.
La resurrección de Cristo confirmada 15:4b–11
Además de éste, el otro cimiento de nuestra fe es que nuestro Salvador no permaneció en la tumba sino que resucitó de entre los muertos. Si se hubiera quedado en ella, no hubiera podido darnos nueva vida. Este acto fue testificado por muchas personas que lo vieron en distintas ocasiones: Pedro, “los doce” (que en esa ocasión ya eran solamente once); más de 500 personas en una reunión; Jacobo, el hermano de Cristo, que hasta entonces no había creído en él; los apóstoles; y Pablo, quien tampoco había confiado en él antes. Todos estos, que en su mayoría no esperaban tal acontecimiento, coincidieron en afirmar que habían visto al Señor resucitado.
Evidencia doctrinal de la resurrección 15:12–34
Consecuencias de negar la resurrección de Cristo 15:12–19
La mayor parte de este capítulo trata de esta doctrina y lista las evidencias de la resurrección. En primer lugar las presenta por el lado negativo. Explica siete resultados lógicos si no se hubiera comprobado que en efecto ésta se realizó.
1.     Si no hubiera resurrección, entonces tampoco Cristo habría resucitado y todavía estaría en la tumba. (15:12–13).
2.     El apóstol afirma que nuestra predicación resultaría vana porque todo terminaría con la muerte. No importaría entonces haber vivido o confiar en Cristo, porque todo concluiría al momento de fallecer(15:14a).
3.     De la misma manera, nuestra fe sería en vano y sin valor, porque no sería diferente de la de los demás (15:14b).
4.     Además, los apóstoles dieron un testimonio inexacto de un mensaje inventado. Proclamaron que habían visto al Señor resucitado, pero si no fue así, su afirmación tendría que ser falsa y su mensaje inválido (15:15–16).
5.     Los que han confiado en el Señor seguirían muertos en sus pecados. La resurrección es la evidencia que confirma la muerte de Cristo. Si ésta no hubiera existido, entonces el evangelio sería espurio. No habría salvación y nada en la vida tendría sentido (15:17).
6.     Los que murieron en Cristo hubieran perecido “comoperros” porque al morir todo acabaría, no habríanada más (15:18).
7.     Por último, seríamos dignos de compasión por tener esta creencia. Si no fuera cierta, estaríamos siguiendo una ilusión que no ofrece nada. ¡Qué pérdida tan lastimosa de tiempo y de esfuerzo (15:19)!
En realidad sólo existen tres alternativas en cuanto a la resurrección: a) los apóstoles que la proclamaron fueron unos estafadores, b) ellos mismos fueron engañados, o c) es verdad.
En cualquiera de los dos primeros casos, no deberíamos prestar oídos a su mensaje. Pero si fue cierta, debemos confiar en Cristo para encontrar la vida eterna que él nos ofrece.
DIARIO DE LA MAÑANA
¡ULTIMAS NOTICIAS!
Jerusalén, Israel. (AP). Los habitantes de esta ciudad se conmovieron al escuchar que se encontró un cuerpo en una tumba a poca distancia de la ciudad el cual fue definitivamente identificado como perteneciente a Jesús. Esto sucedió la noche anterior a la celebración anual que conmemora la resurrección de él.
La reacción inicial de los cristianos alrededor del mundo ha sido de temor e incredulidad. Tendremos que esperar a ver el efecto que este descubrimiento tendrá en esa antigua religión. Parece que la cristiandad tendrá que unirse a los demás cultos del mundo porque ya no podrá decir que la tumba de su fundador está vacía. Este descubrimiento prueba que todo lo dicho por él fue una mentira inventada hace dos mil años.
Pablo afirma que si una noticia semejante fuera cierta, nuestra fe en Cristo quedaría sin valor y todavía estaríamos bajo la culpa de nuestro pecado.
LA RESURRECCION DEL SEÑOR JESUCRISTO
ES TAN IMPORTANTE COMO SU MUERTE
Consecuencias de la resurrección de Cristo 15:20–28
1.     Propicia la resurrección de todo el mundo (15:20–22).Tanto la muerte como la resurrección llegan a la raza humana por medio del hombre. Todos los que están “en Adán“, es decir, sus descendientes físicos, mueren. La muerte entró por medio de él, pero ahora, los que estamos en Cristo, recibimos la vida. Por su intervención, la. posibilidad de resucitar ha sido provista para todos. Quien confíe en él participará de ella.
2.     Es evidencia de que todos la experimentarán de acuerdo a un orden establecido (15:23–28). El Señor resucitó primero, después, en la primera resurrección,lo harán los salvos de todas las épocas (Apocalipsis 20). Ella incluye a los participantes en el arrebatamiento (1 Tesalonicenses 4:16–17) así como a los santos del Antiguo Testamento y los que creyeron durante la Tribulación (Apocalipsis 20:6).Por último, los inconversos quienes participarán después del milenio en la segunda resurrección para recibir su castigo. Toda la raza humana se levantará de los muertos cuando el Cordero entregue el reino a su Padre.
LA RESURRECCION DE CRISTO ES LA FUENTE
DE RESURRECCION PARA TODOS
Contradicciones que surgen de negar la resurrección 15:29–34
El apóstol presenta tres:
1.     Explica que es ilógico ser bautizado por los muertos si no hay resurrección (15:29). El significado específico de este pasaje está en duda y se le han dado muchas interpretaciones. Lo seguro es que no enseña como algunos aseveran, que habrá oportunidad de salvarse después de muerto. Más de 200 textos claramente dicen que la salvación se recibe en esta vida por medio de la obra que Cristo realizó en la cruz sin la intervención de los méritos humanos.
Sin embargo, encontramos una verdad en este texto. Es obvio que los que negaban la resurrección participaban en la actividad de bautizarse por los muertos.Este era un rito pagano que no cabe en el sistema cristiano. Hacer algo así por quienes ya han fallecido es una locura si no hay resurrección. ¿Qué bien les podría hacer? Sólo si hubiera vida después de la tumba valdría la pena intentar hacer algo por ellos.
2.     La segunda contradicción es que es ilógico que algunos estuvieran dispuestos a dar su vida por causa de Cristo (15:30–32a). Sería irracional exponerse a sabiendas de que no hay resurrección. Al expirar se perdería todo, porque no quedaría nada más que esperar.
3.     Si no hay vida después de la muerte, sería mejor dedicarse a gozar de la vida presente (15:32b–34). ¿Para qué tratar de ser santos, negándose toda la diversión que se pueda disfrutar? Sería mejor gozar lo más posible mientras se pueda.
El apóstol termina esta sección presentando algunas consecuencias lógicas que resultan de creer en la resurrección, las cuales deben impactar nuestra vida. Son contrarias a las deducciones que la niegan. La Seguridad en ella debe motivarnos a:
1.     Tener Cuidado en la selección de amigos con quienes andamos (15:33). Si estamos ligados con la gente impía, su filosofía llegará también a ser la nuestra.
2.     Ser sobrios en nuestra manera de pensar (15:34a) y tratar de evitar el pecado (15:34b).
3.     Compartir con otros el conocimiento que tenemos de Dios y respaldar la realidad de esa fe por medio de un estilo de vida distinto (15:34c).
En fin, el mensaje de Pablo en este pasaje es que la resurrección de los muertos no es una doctrina sin importancia. Es vital para todo lo que creemos y hacemos. Si esta enseñanza se viniera abajo, lo mismo sucedería a la fe cristiana y el evangelio y sus predicadores no tendrían nada que ofrecer al mundo. Sin embargo, ya que Cristo ha resucitado, nuestra creencia tiene un cimiento sólido.
¡PENSEMOS!
¿Qué diferencia produce en nuestra vida saber que la resurrección existe? ¿Cómo afecta esta doctrina nuestra lucha contra el pecado? ¿Ve usted manifestaciones del poder de la resurrección en su vida (Romanos 8, Filipenses 3)? ¿Le anima esto a vivir santamente (1 Juan 3:2–3)?
¿Cambia lo anterior su opinión en cuanto a la muerte (1 Tesalonicenses 4:13–18)? ¿Cómo afecta a sus valores y a su propósito en la vida? ¿Le da esperanza en medio de los momentos difíciles? ¿Le ayuda a soportar la aflicción? ¿Cómo debe cambiar su conducta la próxima semana?
¿Ha visitado un cementerio recientemente? ¿Es real nuestra esperanza, o nada más es una ilusión? Pablo dice que si así fuera no tendría ningún valor. De entre todos, seríamos los más dignos de conmiseración. Pero, si es cierta, debe transformar nuestras vidas.
LA NATURALEZA DE LA RESURRECCION
15:35–57
Tres ilustraciones tomadas de la naturaleza 15:35–41
Habiendo establecido que la base de nuestra esperanza es la resurrección, Pablo expone el programa y naturaleza de esa verdad y contesta dos preguntas: ¿Cómo resucitan los muertos, con qué clase de cuerpo? (15:35–41) y ¿Cómo sucederá? (15:42–49)
Responde a la primera cuestión diciendo que hay una gran diferencia entre los dos tipos de cuerpos. Por su forma de tratar esta pregunta, parece que había algunos que sólo querían provocar un debate (15:35–36a).
El ejemplo del mundo vegetal enseña que es indispensable que las semillas mueran primero para poder dar fruto (15:36b–38). Tienen que ser sepultadas en tierra para producir otra planta viva. Este acto no produce una variedad distinta. Sin embargo, Dios le da una nueva forma. Así es en la resurrección. No brota el mismo cuerpo antiguo, sino uno nuevo, hecho conforme al plan divino.
De los animales también aprendemos que no todos son iguales (15:39). Dios Creó diferentes tipos de seres irracionales sin ningún parecido entre ellos. De igual manera, Ios cuerpos terrenales y los celestiales no se parecerán. Por último, al observar los astros, entendemos que hay grandes diferencias entre ellos (15:40–41). Lo que parece glorioso en la tierra no lo es en el cielo; ni siquiera la gloria celestial se ve siempre de la misma manera. Dios ha hecho distintos tipos de cuerpos para que manifiesten su esplendor en diversos contextos. Cuando el Señor nos levante de la tumba, seremos glorificados, pero no de acuerdo a las normas terrenales, sino conforme a la perspectiva divina. El sistema habrá cambiado radicalmente.
Podríamos añadir a esta lista de ilustraciones aquellos animales que pasan por la metamorfosis, como las mariposas. Aunque en diversos momentos se vean diferentes, se van haciendo cada vez más bellos. Cambian de una clase de existencia a otra más hermosa.
La Biblia no enseña que el Padre Celestial usará las partes originales para dar exactamente la misma apariencia de antes. El Altísimo puede rehacer esos componentes para crear una nueva forma de vida que sea muchísimo mejor. Sólo se nos indica que podremos reconocernos unos a otros como cuando pasamos por esta vida aunque las partes que nos formen sean totalmente distintas. Para el Creador no es problema rehacernos.
La interpretación de las ilustraciones 15:42–49
El apóstol utiliza las ideas de estas ilustraciones para enseñar la forma en que será nuestra resurrección. Presenta un contraste entre los dos tipos de cuerpos, el terrenal y el espiritual. Tal como sucede en la naturaleza, no comprendemos cómo se logra el cambio, pero sabemos que Dios lo hace porque él puede formar un nuevo organismo con otra naturaleza y apariencia.
¿Cómo sucederá esta transformación? No lo sabemos. Las Escrituras no lo explican, pero el Señor se ha comprometido a hacerlo y es poderoso para cumplir lo que ha prometido. Si no fuera así, estaríamos malgastando nuestro tiempo en una esperanza vana, un sueño pasajero.
Cuerpo Presente
Cuerpo Resucitado
Corrupción
Deshonra
Debilidad
Natural
Terrenal
Incorrupción 42
Gloria 43a
Poder 43b
Espiritual 44–46
Celestial 47–49
La instrucción acerca de los santos vivientes 15:50–57
Después de elaborar acerca de la resurrección de los santos que han muerto, Pablo describe lo que sucederá a quienes todavía vivan cuando el Señor regrese y afirma que todos serán transformados. Es posible que algunos santos no tengan que morir. Lo que es seguro es que el cuerpo humano no puede entrar en el reino eterno sin antes ser cambiado (15:50). La manera normal que Dios usa para realizar esto es por medio de la muerte (15:42, 51). Sin embargo, hay una excepción, lo cual es un misterio; no todos habremos muerto cuando el Señor venga por su iglesia (15:51–57). Pero el cambio será instantáneo en el momento del arrebatamiento. Los muertos serán resucitados y los vivos, transformados.
La muerte será derrotada. Su aguijón es el pecado que introduce su veneno en cada persona y produce consecuencias fatales, por eso morimos. No obstante, la resurrección pondrá fin a este proceso de corrupción tan conocido. Podemos vencer a la muerte por medio de Jesucristo, y ésta ya no tiene dominio sobre nosotros.
LA RESURRECCION DE CRISTO
NOS DA VICTORIA SOBRE LA MUERTE
LA EXHORTACION DE LA RESURRECCION
15:58
El resultado práctico de toda su enseñanza es que la esperanza que tenemos en la resurrección o transformación de nuestros cuerpos nos debe estimular a trabajar para el Señor. Esta no es sólo una verdad interesante para los curiosos, sino una motivación para vivir santamente. Hemos de estar firmes, constantes y crecer continuamente en el trabajo del Padre Celestial.
El Dr. lronside, famoso predicador de una generación pasada, con frecuencia decía a sus amigos íntimos que cuando muriera no quería que se hiciera un culto fúnebre formal ni que se comprara una tumba cara. Sólo quería un epitafio sencillo grabado en madera al pie de su sepulcro que dijera: “Harry A. Ironside, pecador salvado por gracia; ha sido trasladado al cielo para ser renovado y reparado”.
¡PENSEMOS!
¿Tiene usted esta misma esperanza? ¿Por qué no asegurarse hoy? Si no lo ha hecho antes, confíe en Cristo como Su Salvador. Reciba la vida eterna que Dios le ofrece a través de él.
Quienes ya gozamos de la expectación de ser transformados en el futuro, debemos animarnos unos a otros recordándonos esta promesa. Hemos de estar firmes y constantes, creciendo siempre en la obra del Señor. ¿Qué cambio necesita hacer en su vida para demostrar que tiene esta seguridad?

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