domingo, 23 de febrero de 2014

El sembrador y su semilla: ¿Eres un sembrador bendito o maldito?

Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6


 
 
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  Las instrucciones más largas y más detalladas de las Escrituras con respecto a la evangelización se encuentran en Marcos 4. Esta serie de parábolas es la Carta Magna de nuestro Señor en la evangelización, y el fundamento de su enseñanza es la parábola de las tierras. El punto de esta ilustración va en contra de mucho del pensamiento evangelístico de hoy como lo demuestra que ni el estilo del evangelizador ni su adaptación del mensaje tienen en último término un impacto en los resultados de sus esfuerzos. Lo que Jesús entendía por evangelización es una reprimenda sonora a los que suponen que la manera en que está vestido un pastor, el estilo o la música le ayudan a alcanzar a una cultura en particular o a una multitud, o que diluyendo el evangelio para hacerlo más aceptable se producirán más conversiones. La realidad es que el poder de Dios está en el mensaje, no en el mensajero.

Los discípulos estaban confundidos. Habían dejado sus casas, sus tierras, sus parientes y sus amigos (Marcos 10:28); habían dejado sus vidas pasadas para seguir a Jesús, y creían que era el Mesías largamente esperado y suponían que otros israelitas harían sacrificios similares y creerían también en Jesús. En vez de una conversión nacional, los discípulos encontraron tremenda animosidad. Los líderes judíos odiaban a Jesús y a sus enseñanzas, mientras muchos de las multitudes solo estaban interesados en señales y milagros. Pocos se arrepentían y la duda estaba comenzando a apoderarse de los doce.

El problema no era la habilidad de Jesús para atraer a una multitud. Cuando Él viajó por Galilea enseñando, las multitudes fueron enormes, contándose a menudo por decenas de miles. Los discípulos eran a menudo apretujados por las gentes. En ocasiones, Jesús tenía que meterse en un bote y alejarse levemente de la orilla del lago para enseñarles, escapando a duras penas del peso aplastante de los desesperados buscadores de milagros.

Pero pese a lo fascinante e impresionante de la escena, no daba como resultado verdaderos creyentes. Las personas no se arrepentían de manera genuina y no aceptaban a Jesús como Salvador. Aun las propias expectativas de los discípulos no se estaban cumpliendo. Las profecías de Isaías 9 y 45 hablaban de un día cuando el reino del Mesías sería global y sin fin. Para cuando ocurren los acontecimientos de Marcos 4, el ministerio del Señor había sido público por dos años y la noción de que Jesús establecería esa clase de reino parecía lejos de la realidad. Por eso, pocas personas eran sinceras en seguirle. El Antiguo Testamento describe al Mesías como trayendo a Israel tanto la salvación nacional como la supremacía internacional. Las multitudes estaban interesadas más bien en los milagros, las sanidades y la comida que en la salvación de sus pecados.

Así que no era para sorprenderse que los discípulos tuvieran preguntas. Si Jesús era de verdad el Mesías, ¿por qué muchos de sus seguidores eran tan superficiales? ¿Cómo era que el Mesías, por tanto tiempo esperado viniera a Israel solo para ser rechazado por los líderes religiosos de la nación? ¿Y por qué no exigía poder y autoridad para establecer el reino prometido como el cumplimiento de todo lo que se había propuesto en los pactos nuevo, davídico y abrahámico?

El asunto era este: Jesús predicaba un mensaje que requería un sacrificio radical de sus seguidores. Por otro lado, seguir a Cristo era muy atrayente. Ofrecía libertad del laberinto de opresivas reglas hechas por el hombre e impuestas por los fariseos (Mateo 11:29–30; cp. 17:25–27). Seguir a Cristo era atemorizante, porque requería encontrar la puerta estrecha, negándose a sí mismo, y obedecerle hasta el punto de estar dispuestos a morir por Él (Mateo 7:13–14; Marcos 8:34). Seguir a Jesús requería reconocer su divinidad y que fuera de Él no hay salvación ni ninguna otra manera para reconciliarse con Dios (Juan 14:6). También significaba el completo abandono del judaísmo que se enfocaba en la práctica religiosa en lugar de en un corazón penitente vuelto a Dios.

Muchos judíos esperaban que el Mesías les librara de la ocupación romana, pero Jesús se negó a hacerlo. En su lugar, predicó un mensaje de arrepentimiento, sumisión, sacrificio, devoción radical y exclusividad. Las masas fueron atraídas por los milagros que realizaba y por el poder que poseía; sin embargo, los discípulos percibieron que su enfoque, tan poderoso y veraz como era, no volvía a los curiosos en convertidos. Cuando le preguntaron: «Señor, ¿son pocos los que se salvan?» fue una pregunta honesta nacida de la realidad de lo que experimentaban (Lucas 13:23). Quién sabe si los discípulos llegaron a pensar que Jesús debería modificar su mensaje, aunque fuera ligeramente, para conseguir la respuesta de la gente.

NO ES EL MENSAJERO SINO EL MENSAJE
De muchas formas, el evangelicalismo actual está igualmente confundido. A menudo he notado que el mito dominante en el evangelicalismo es que el éxito del cristianismo depende de cuán popular sea. El principio es que, si el evangelio va a seguir teniendo pertinencia, el cristianismo debe adaptarse y apelar a las últimas tendencias culturales.

Este modo de pensar por lo general limitado a la multitud de buscadores de emociones hace poco que ha aparecido más en círculos reformados. Hay movimientos que estarían de acuerdo con las verdades de la predestinación, la elección y la depravación total, pero que también, inexplicablemente, exigen que los pastores actúen como estrellas de rock en vez de como humildes pastores. Influenciadas por la retórica emocional de la mala teología, las personas toleran la idea de que la sagacidad cultural de un pastor determina cuán exitoso es su mensaje y cuán influyente será su iglesia. La actual metodología de crecimiento de la iglesia dice que si un evangelizador quiere «llegar a la cultura» (cualquier cosa que esto signifique), debe imitar la cultura. Pero tal enfoque es contrario al paradigma bíblico. El poder del Espíritu en el evangelio no se encuentra en el mensajero, sino en el mensaje. De modo que la motivación detrás de los buscadores compulsivos podría ser noble, pero está seriamente mal encaminada.

Cualquier esfuerzo para manipular el resultado de la evangelización cambiando el mensaje o estilizando al mensajero es un error. La idea de que más personas se arrepentirán si solo el predicador se hace más atrayente o más chistoso invariablemente dará lugar a que la iglesia sufra en carne propia un desfile ridículo de tipos que actúan como si su encanto personal pudiera llevar a las personas a Cristo.

Este error conduce a la noción dañina de que la conducta de un pastor y un discurso deberían ser determinados por la cultura en la cual él ministra. Si trata de alcanzar a una cultura de personas no relacionadas con ninguna iglesia, algunos abogarían que él debiera hablar como los que nunca han tenido relación con una iglesia, aun cuando el comportamiento de ellos no sea santo. Hay muchos problemas con esa clase de lógica, pero en primer lugar está la falsa suposición que un pastor puede confeccionar conversiones verdaderas luciendo o actuando de cierta forma. La verdad final es que solo Dios tiene el control de si los pecadores se salvarán o no como resultado de cualquier sermón.

En realidad, las verdades duras del evangelio no propician ganar popularidad e influencia dentro de la sociedad secular. Tristemente, muchos predicadores desean ardientemente la aceptación cultural que están en verdad dispuestos a alterar el mensaje de salvación de Dios y su estándar de santidad con tal de lograr esa aceptación. El resultado, por supuesto, es otro evangelio que no es el evangelio.

Tales componendas no hacen nada por incrementar el testimonio de la iglesia dentro de la cultura. De hecho, tienden al efecto opuesto. Al crear un evangelio sintético, facilitan que las iglesias se llenen de personas que no se han arrepentido de sus pecados. En lugar de hacer al mundo como la iglesia, tales esfuerzos tienen solo el éxito de hacer la iglesia más como el mundo. Esta precisamente fue la enseñanza de Jesús en Marcos 4 para evitar esto.

LA PARÁBOLA DE LAS TIERRAS

Los discípulos, realmente preocupados porque otros creyeran, estaban asombrados que las multitudes no se estaban arrepintiendo. Quizá en algún momento hayan dudado de la conveniencia del mensaje duro, exigente y acusador que predicaba Jesús.

Si tal fue el caso, el Señor respondió a esta creciente marea de dudas diciéndoles a los discípulos una serie de parábolas y proverbios acerca de la evangelización. Un año antes de que les diera la Gran Comisión, Jesús usó esta serie de parábolas como su fundamento para la instrucción con respecto al tema de la evangelización (Marcos 4:1–34). Marcos le dedica más espacio a esta que a ninguna otra enseñanza en su Evangelio y el punto principal es la parábola inicial, una historia acerca de un agricultor esparciendo semillas:

  Oíd: He aquí, el sembrador salió a sembrar; y al sembrar, aconteció que una parte cayó junto al camino, y vinieron las aves del cielo y la comieron. Otra parte cayó en pedregales, donde no tenía mucha tierra; y brotó pronto, porque no tenía profundidad de tierra. Pero salido el sol, se quemó; y porque no tenía raíz, se secó. Otra parte cayó entre espinos; y los espinos crecieron y la ahogaron, y no dio fruto. Pero otra parte cayó en buena tierra, y dio fruto, pues brotó y creció, y produjo a treinta, a sesenta, y a ciento por uno. (Marcos 4:3–8)

Esta ilustración es una explicación paradigmática de a qué debería parecerse la evangelización. Está diseñada para contestar una pregunta básica que, tarde o temprano, todos los evangelizadores se formularán: ¿Por qué algunas personas responden al evangelio mientras que otras no? La respuesta a esta pregunta aclara la esencia de la evangelización.

EL SEMBRADOR PERDIDO

La parábola de las tierras comienza con un agricultor. Lo que es sorprendente acerca de él es qué poco control en realidad tiene del crecimiento de los cultivos. No se usan adjetivos para describir su estilo o su habilidad, y en una subsiguiente parábola nuestro Señor describe a un sembrador que planta, regresa a casa y se va a dormir:

  Decía además: Así es el reino de Dios, como cuando un hombre echa semilla en la tierra; y duerme y se levanta, de noche y de día, y la semilla brota y crece sin que él sepa cómo. Porque de suyo lleva fruto la tierra, primero hierba, luego espiga, después grano lleno en la espiga; y cuando el fruto está maduro, en seguida se mete la hoz, porque la siega ha llegado. (Marcos 4:26–29)

Jesús dice que el agricultor desconoce cómo se transforma la semilla en una planta madura. Después de sembrar la semilla, el agricultor «duerme y se levanta, de noche y de día, y la semilla brota y crece sin que él sepa cómo».

Esta ignorancia no es única para este agricultor en particular, sino que es cierta de todo el que siembra. El crecimiento de la semilla es un misterio que aun el agricultor más adelantado no puede explicar. Y esta realidad es la clave para toda la parábola. Jesús explica que la semilla representa el evangelio y el agricultor representa al evangelizador (v. 26). El evangelizador esparce la semilla; es decir, explica el evangelio a las personas, y algunas de esas personas creen y reciben vida. Cómo ocurre, es un misterio divino para el evangelizador. Una cosa es clara, sin embargo: Aunque es el medio humano, finalmente no depende de él. El poder del evangelio está en el obrar del Espíritu, no en el estilo del sembrador (Romanos 1:16; 1 Tesalonicenses 1:5; 1 Pedro 1:23). Es el Espíritu de Dios quien resucita las almas de muerte a vida, no los métodos o las técnicas del mensajero.

El apóstol Pablo comprendió este principio. Cuando llevó el evangelio a Corinto, inició la iglesia y la dejó al cuidado de Apolos. Más tarde, describiría la experiencia de este modo: «Yo planté, Apolos regó; pero el crecimiento lo ha dado Dios» (1 Corintios 3:6). Dios fue el que en verdad trajo a los pecadores a sí mismo, cambió sus corazones e hizo que ellos fueran santificados. Tanto Pablo como Apolos fueron fieles, pero con toda seguridad no eran la explicación para el crecimiento y la vida sobrenaturales. Esta verdad dio lugar a que Pablo dijera: «Así que ni el que planta es algo, ni el que riega, sino Dios, que da el crecimiento» (1 Corintios 3:7).

De manera intencional Jesús resalta la falta de influencia del agricultor sobre el crecimiento de la semilla. De hecho, Jesús hace énfasis en que el agricultor, después de plantar la semilla, simplemente se fue a casa y se durmió. Esto es directamente análogo a la evangelización. Para que una persona sea salva, es el Espíritu de Dios el que tiene que atraerle y regenerar su alma (Juan 6:44; Tito 3:5). Esto es contrario de la noción de que los resultados de la evangelización pueden ser influidos por el vestuario del pastor o la clase de música que se pone antes del mensaje. Un agricultor podría llevar sus semillas en una arpillera o una bolsa de cachemira y ni lo uno ni lo otro tendría efecto alguno en el crecimiento de la semilla. El pastor que piensa que pantalones vaqueros de marca harán su mensaje más aceptable es semejante a un agricultor que invierte en una bolsa de semilla de marca esperando que con ello el terreno será más receptivo para sus semillas.

No se equivoque pensando que estoy diciendo que los predicadores deberíamos usar solo trajes azul oscuro. El punto de Jesús no es si el evangelizador debería llevar puesta una corbata y cantar himnos. La parábola entera declara que hasta donde la evangelización llega, simplemente no tiene importancia lo que el evangelizador lleva puesto o cómo se arregla el cabello. Tales apariencias externas no son las que hacen crecer la semilla. Cuando las personas arguyen que si un pastor se comporta como un segmento particular de una cultura logra alcanzar mejor a esa cultura, fracasan en comprender el punto de vista de Jesús.

Todo lo que el agricultor puede hacer es sembrar y todo lo que el evangelizador puede hacer es proclamar. Como predicador, si pensara que la salvación de alguien está en dependencia de mi adherencia a algún aspecto sutil de la cultura, no podría dormir. Pero por el contrario, sé que «conoce el Señor a los que son suyos» (2 Timoteo 2:19). No es una coincidencia que en el Nuevo Testamento nunca se llama a los evangelizadores como teniendo la responsabilidad por la salvación de otra persona. Más bien, habiendo proclamado el mensaje fielmente, se nos llama a descansar en la soberanía de Dios.

Por supuesto, el hecho de que el agricultor se haya ido a dormir no es una excusa para la pereza. Está equivocado quien piensa que el estilo del evangelizador decide quiénes y cuántos se salvarán. Pero hay también el igualmente serio error de tomar como excusa la soberanía de Dios para no evangelizar. A menudo designado como híper calvinismo, este punto de vista asume de forma incorrecta que como los evangelizadores no son capaces de regenerar a alguien, entonces la evangelización misma no es necesaria.

Pero esa perspectiva también pierde el punto de vista de la enseñanza de Jesús. El agricultor durmió, pero solo después de que diligentemente sembró su semilla. Un agricultor que piensa: «No puedo hacer que la semilla crezca, ¿por qué me voy a molestar en plantarla?», no será un agricultor por mucho tiempo.

La verdad es que la descripción del agricultor hecha por Jesús provee el modelo para la evangelización. El evangelizador debe plantar la semilla del evangelio, sin la cual nadie puede ser salvo (Romanos 10:14–17). Entonces debe confiar en Dios para los resultados, ya que solo el Espíritu puede dar vida (Juan 3:5–8).

LA SEMILLA DESAPROVECHADA

No solo es irrelevante el estilo del agricultor para el éxito de sus cultivos sino que Jesús tampoco sugiere que el sembrador debería alterar su semilla para facilitar su crecimiento. La parábola de las tierras muestra seis resultados del proceso de sembrar, pero en ningún lugar se dice que los resultados dependan de la habilidad del sembrador.
La ausencia de análisis acerca de la semilla también concuerda con la evangelización. Jesús asume que los cristianos evangelizarán usando la semilla verdadera: el evangelio. Alterar el mensaje no es una opción. A los creyentes se les advierte contra manipular indebidamente el mensaje como un todo (Gálatas 1:6–9; 2 Juan 9–11). La única variable en esta parábola es la tierra. Si un evangelizador frustrado mira cuán difícil es su tarea o cuán cerrada su cultura parece ser para el evangelio, el problema no está en el mensajero fiel o en el evangelio verdadero; más bien recae sobre la naturaleza del terreno en el que se echa la semilla verdadera.

Jesús describe diferentes tipos de tierra en los que se depositan las semillas; algunos no producen fruto de salvación, pero otros sí. Los seis describen un cuadro de las respuestas inevitables a la evangelización, ya que las tierras representan condiciones diversas del corazón humano.

La siembra en el camino
La primera clase de tierra definitivamente no es receptiva. En Mateo 13:4 se describe una parte de la semilla cayendo «junto al camino». Los campos en Israel no estaban cercados o amurallados. En lugar de cercas, había rutas que entrecruzaban los campos, haciendo bordes. Estas sendas se dejaban a propósito sin cultivar. Ya que el clima en Israel es árido y caliente, las rutas eran caminos apisonados tan duros como el pavimento para los pies de los que los atravesaban. Si la semilla caía sobre esas sendas, las aves que seguían al sembrador descenderían rápidamente y la arrebatarían.
Jesús relaciona este arrebatamiento de la semilla con la actividad de Satanás. La tierra compactada del camino representa el corazón duro en el que la semilla del evangelio no penetra, quedando en la superficie para ser comida para las aves. Es un cuadro de los que, estando sujetos a la esclavitud por Satanás, no tienen ningún interés en la verdad. Habiendo rechazado el evangelio, sus corazones solo se vuelven cada vez más encallecidos. Mientras más pise el camino el agricultor, sea que esté echando la semilla o no, más dura se vuelve la tierra.

Alguien podría pensar que este tipo de tierra describe los corazones de los peores, más atroces e irreligiosos pecadores imaginables. Pero en realidad, Jesús se refiere a los líderes religiosos de Israel que estaban intensa y devotamente comprometidos con la moralidad externa, la ceremonia religiosa, y las formas tradicionales de culto. Pero habiendo rechazado al Mesías, también se perdieron completamente. Fueron prueba de que ser «religioso» no es indicación de un corazón suave. Más bien, mientras más profundo el corazón se arraiga en la religión hecha por el hombre, más impenetrable se vuelve. La única esperanza es desbaratar por la fuerza la tierra dura, como el aplastar fortificaciones de piedra a que se refiere Pablo en 2 Corintios 10:3–5:

  Pues aunque andamos en la carne, no militamos según la carne; porque las armas de nuestra milicia no son carnales, sino poderosas en Dios para la destrucción de fortalezas, derribando argumentos y toda altivez que se levanta contra el conocimiento de Dios, y llevando cautivo todo pensamiento a la obediencia a Cristo.

La siembra en pedregales
El segundo tipo de tierra se compara con «pedregales, donde no tenía mucha tierra» (Marcos 4:5; véase también 4:16). Antes de que los agricultores sembraran sus campos, quitaban todas las piedras que podían lo cual demandaba un gran esfuerzo. Algunos rabinos acostumbraban decir que cuando Dios decidió poner piedras en la tierra echó la mayor parte de ellas en Israel. Así que debajo del alcance del arado había a menudo un manto rocoso de piedra caliza. A esto es a lo que se refiere Jesús aquí.

Cuando la semilla caía sobre esta clase de tierra, se asentaba en el enriquecedor y suave terreno labrado por el arado. Al encontrar agua, la semilla se desarrollaría, comenzaría a echar raíces y a abrirse camino hacia la superficie. Pero debido a que pronto habrían de encontrarse con el lecho rocoso, las jóvenes raíces no podrían dar firmeza a la planta. La planta procesaría rápidamente los nutrientes que encontrara en la tierra con lo cual se desarrollaría sin problema; sin embargo, al empezar a recibir la luz del sol, requeriría más humedad. Pero como las raíces no podían penetrar en el lecho rocoso para conseguir sus nutrientes, la frágil planta terminaría secándose bajo los rayos del sol.

Jesús comparó esta tierra con alguien que oye el evangelio e inmediatamente responde con alegría (Mateo 13:20). Su respuesta rápida podría conducir al evangelizador a engañarse pensando que la conversión fue genuina. Inicialmente, este «convertido» muestra un cambio dramático, al absorber y aplicar toda la verdad que le rodea. Pero semejante a la semilla que se chamusca con rapidez, la vida aparente es superficial y temporal. Porque no hay profundidad en la respuesta emotiva o egocéntrica del pecador, ningún fruto puede venir de ella.

La naturaleza verdadera de esta conversión falsa se trasluce pronto en el calor del sufrimiento, del sacrificio propio y de la persecución. Tales adversidades son demasiado para que el corazón poco profundo las resista.

La siembra entre espinos
La tercera clase es una tierra llena de espinos (Marcos 4:7, 18). Esta tierra es engañosa. Ha sido arado y da la apariencia de estar fértil, pero debajo de la superficie acecha una red de raíces silvestres capaces de producir una plaga de cizaña. Cuando la buena semilla se ve forzada a competir por vivir contra cardos y espinos, los cultivos del agricultor terminarán ahogándose. Las malas hierbas roban la humedad de la semilla y le impiden recibir la luz del sol. Como consecuencia, la buena semilla muere.

La palabra que Jesús usa para espinos es el término griego κανθα (akantha), que es una clase particular de mala hierba espinosa común en el Oriente Medio y que se encuentra con frecuencia en terrenos cultivados. Es la misma palabra usada en Mateo 27:29 para referirse a la corona de espinas colocada en la cabeza de nuestro Señor. Estas plantas indeseadas eran comunes y peligrosas para los cultivos.

Jesús compara esta tierra cubierta de maleza con las personas que oyen el evangelio pero «los afanes de este siglo, y el engaño de las riquezas, y las codicias de otras cosas, entran y ahogan la palabra, y se hace infructuosa» (Marcos 4:19). Si la tierra rocosa significaba emoción superficial y si los del borde del camino representaban el engaño religioso impulsado por la autoestima y el interés propio, la tierra espinosa describe a una persona vacilante. Cuando el corazón de alguien está cautivo por las cosas del mundo, su arrepentimiento sobre el pecado no es genuino. Su corazón está dividido entre los placeres terrenales y temporales y las realidades celestiales y eternas. Pero estas cosas se excluyen mutuamente.

Los espinos tienen correlación con «los afanes de este siglo», y esta frase aun podría ser mejor traducida como «las distracciones de la época» (Marcos 4:19). El corazón con espinos está ocupado por cualquiera de las cosas mundanas que preocupan a la cultura. Es el corazón que ama al mundo y todas las cosas que hay en el mundo, y por eso el amor de Dios no está en él (véase 1 Juan 2:15; Santiago 4:4).

Los que intentan evangelizar acomodándose a la cultura no pueden evitar cultivar en esta clase de tierra. La semilla puede caer bastante bien, pero cuando crece, el amor al mundo expondrá lo que la profesión de fe es en realidad: Otra acción temporal y superficial de un corazón que todavía permanece cautivo al mundo.

Las semillas del evangelio caen sobre los oyentes de al lado del camino, sobre los oyentes de entre pedregales y sobre los oyentes de entre los espinos. En cada uno de estos casos, el evangelio no fructifica. Al dar esta analogía poderosa y evidente, el Señor nunca sugiere que se debería culpar al agricultor por la respuesta negativa. El problema no es un evangelizador que no fue hábil o lo bastante popular. Más bien, el problema está en la tierra. Los pecadores rechazan el evangelio porque aborrecen la verdad y aman su pecado. Es por eso que el evangelio, fielmente proclamado, puede ser arrebatado por Satanás, matado por autoestima o sofocado por el mundo.

La siembra en buena tierra
Puede haber corazones que rechacen la salvación, pero Jesús también describe corazones que reciben el evangelio. El ánimo llega cuando Jesús dice: «Pero otra parte cayó en buena tierra, y dio fruto, pues brotó y creció, y produjo a treinta, a sesenta, y a ciento por uno» (Marcos 4:8). La buena tierra es profunda, suave, enriquecida y limpia. Ni Satanás, ni la carne, ni el mundo pueden sofocar el evangelio cuando es plantado en esta clase de corazones

Casi todas las parábolas de Jesús contienen un elemento chocante e inesperado, y la parábola de las tierras no es la excepción. Hasta este momento esta analogía con las actividades del campo les habría sido familiar a los discípulos o a cualquier israelita. Ellos dependían completamente de su agricultura, y su tierra estaba cubierta de campos de grano. Comprendían el peligro de las aves, las piedras y la maleza. Todo eso era muy común. Pero Jesús abandona lo familiar para describir un resultado que nadie habría alguna vez esperado: una cosecha al treinta, al sesenta y aun al ciento por uno. Un promedio de cosecha podría alcanzar un séxtuplo, y un cultivo que produjera diez veces más sería considerado una cosecha de una sola vez en la vida. Así es que cuando Jesús dijo que hasta una de las semillas del agricultor podría producir hasta cien veces, eso tiene que haber producido conmoción en los discípulos.

Si no es parte de una sociedad agraria, usted podría no entender el disparate de Jesús al describir una semilla que puede producir al 10.000 por ciento. Todas las ilustraciones dejan de ser útiles en un cierto punto y este es precisamente el punto donde la analogía agraria ya no es aplicable a la evangelización. Al describir una cosecha tan grande, Jesús está indicando que el evangelio puede producir vida espiritual en múltiplos que son imposibles excepto por el propio poder de Dios.

La preparación del corazón para el evangelio es la tarea del Espíritu Santo. Solo Él convence (Juan 16:8–15), regenera (Juan 3:3–8) y justifica (Gálatas 5:22–23). La obra en el corazón es del dominio de Dios:

  Esparciré sobre vosotros agua limpia, y seréis limpiados de todas vuestras inmundicias; y de todos vuestros ídolos os limpiaré. Os daré corazón nuevo, y pondré espíritu nuevo dentro de vosotros; y quitaré de vuestra carne el corazón de piedra, y os daré un corazón de carne. Y pondré dentro de vosotros mi Espíritu, y haré que andéis en mis estatutos, y guardéis mis preceptos, y los pongáis por obra. (Ezequiel 36:25–27; cp. Jeremías 31:31–33)

Tal como Salomón preguntó retóricamente: «¿Quién podrá decir: Yo he limpiado mi corazón, limpio estoy de mi pecado?» (Proverbios 20:9). La respuesta, por supuesto, es nadie.

Mientras hay explicaciones de por qué las personas rechazan el evangelio, tanto satánicas como humanas, el arrepentimiento verdadero es sobrenatural. En ningún lugar se observa esta verdad con más claridad que en la conversión del ladrón en la cruz (Lucas 23:39–43; cp. Mateo 27:38–44). Su conversión no pudo haber sido más improbable, al ocurrir en un momento cuando Jesús daba la apariencia de ser un fracaso colosal. El Señor parecía débil, derrotado, victimizado y sin poder para salvarse a sí mismo, muchos menos a otro. Jesús estaba deshonrado, sus enemigos triunfantes y sus seguidores ausentes. La marea de la opinión pública estaba contra Él, y el comentario sarcástico, por parte del primer ladrón, era la respuesta apropiada y comprensible.

Dios, sin embargo, obró su habilidad sobrenatural de salvación en el segundo ladrón y en contra de la razón natural, este se arrepintió y creyó. ¿Por qué este rebelde moribundo aceptó a un hombre sangrante y crucificado como su Señor? La única respuesta es que fue un milagro de gracia y el resultado de la intervención divina. Antes de los terremotos sobrenaturales, la oscuridad y las tumbas abiertas, este hombre creyó porque la semilla del evangelio cayó en tierra fértil, preparada por la mano de Dios. Su conversión da testimonio del hecho de que no es el estilo o la fuerza del hombre los que salvan, sino el poder de Dios.

Ya que Dios produce ese cambio de corazón, el resultado será evidente en cada vida transformada, sin embargo diferente en alcance, y mucho más allá de lo que los discípulos alguna vez podrían haber soñado. El evangelio pronto estallaría en una cosecha espiritual, comenzando en Pentecostés y continuando exponencialmente hasta el último día del reino terrenal de Cristo. El poder para esta multiplicación es sobrenatural, pero la manera es el fiel testimonio de creyentes verdaderos.

Lo asombroso del evangelio es que es obra de Dios. Sembramos la semilla al compartir el evangelio, entonces nos vamos a dormir, y el Espíritu obra mediante el evangelio para dar vida. No controlamos quién se salva, porque el Espíritu va donde Él quiera (Juan 3:8). No sabemos cómo ocurre, no más que lo que un agricultor sabe cómo una semilla en la tierra se convierte en alimento. Nuestro trabajo no es impartir vida, solo plantar la semilla. Una vez que hemos hecho esto, podemos descansar en el poder soberano de Dios.

CÓMO APLICARNOS PARA LA EVANGELIZACIÓN

La verdad en esta parábola debería tener un efecto profundo en cómo vemos la evangelización. Y motivarnos a evangelizar estratégica, humilde, obediente y confiadamente.

Estratégicamente
Jesús enseña que ciertas clases de tierras permiten que la semilla crezca con gozo en lugar de ser ahogada o que se seque. Este hecho debería ser suficiente para demostrar la insensatez de hacer del evangelio algo que apela solo a las emociones. Nada es un guía menos confiable con respecto a la fe verdadera que las emociones, ya que ni el gozo ni el pesar son necesariamente indicativos de arrepentimiento verdadero (véase 2 Corintios 7:10–11). Cuando el evangelizador apunta a los sentimientos del pecador o basa la seguridad de la salvación en una experiencia emocional, está dirigiendo el evangelio a corazones superficiales. Tal enfoque inicialmente puede dar la apariencia de ser impresionante, ya que la tierra poco profunda se ve bien de corto plazo. Pero no da como resultado conversiones duraderas.

Tampoco el evangelizador debería manipular la voluntad apelando a los deseos naturales del pecador. Es normal que pecadores esperen con ilusión mejores cosas para ellos mismos, como salud, riqueza, éxito y realización personal. Pero el evangelio nunca ofrece lo que el corazón no comprometido e impuro ya quiere. Solo los falsos maestros usan el orgullo y los deseos de la carne para coaccionar una respuesta positiva de las personas. Por contraste, el evangelio verdadero ofrece lo que es incongruente para el deseo humano natural. Como Jesús lo dijo a sus seguidores:

  No penséis que he venido para traer paz a la tierra; no he venido para traer paz, sino espada. Porque he venido para poner en disensión al hombre contra su padre, a la hija contra su madre, y a la nuera contra su suegra; y los enemigos del hombre serán los de su casa. El que ama a padre o madre más que a mí, no es digno de mí; el que ama a hijo o hija más que a mí, no es digno de mí; y el que no toma su cruz y sigue en pos de mí, no es digno de mí. El que halla su vida, la perderá; y el que pierde su vida por causa de mí, la hallará. (Mateo 10:34–39)

El verdadero arrepentimiento y la fe en Cristo niegan los anhelos depravados comunes de la voluntad humana.

  De cierto, de cierto os digo, que si el grano de trigo no cae en la tierra y muere, queda solo; pero si muere, lleva mucho fruto. El que ama su vida, la perderá; y el que aborrece su vida en este mundo, para vida eterna la guardará. Si alguno me sirve, sígame; y donde yo estuviere, allí también estará mi servidor. Si alguno me sirviere, mi Padre le honrará. (Juan 12:24–26)

Si ni la emoción cruda ni el deseo racional son un indicador confiable de fe verdadera, entonces ¿qué lo es? Como Jonathan Edwards correctamente observó, un indicador responsable es un «corazón humilde y quebrantado que ama a Dios». Él escribió:

  Los deseos de los santos, no importa cuán fervorosos sean, son deseos humildes; su esperanza es una esperanza humilde; su gozo, aunque indecible y lleno de gloria, es un gozo del corazón quebrantado y humilde que deja al cristiano más pobre de espíritu, más semejante a un niño pequeño, más dispuesto a una humildad universal de comportamiento.

Según Edwards, la evangelización no debería dirigirse a influir en las emociones o a manipular la voluntad porque esas cosas no son solo fáciles de alcanzar, sino que no son señales seguras de conversión. Más bien, «una vida santa es la señal principal de la gracia». Una vida santa fluye de un corazón santo, el cual produce afectos santos dirigidos por el Santo. Esto es solo posible cuando la mente del pecador es persuadida a ver su pecado tal como es y al evangelio como su única solución.

Humildemente
La verdad es que el poder del evangelio está en las manos de Dios, no en las nuestras. Por lo tanto, deberíamos evangelizar con humildad. Por «humildad» no queremos decir incertidumbre, tolerancia ecuménica o alguna otra distorsión posmoderna del término. Más bien, entendemos por humildad el sentido bíblico de temblar ante Dios y su Palabra (Isaías 66:2), evitando cualquier noción orgullosa que nos pudiera hacer tan osados como para cambiar su mensaje o tan engreídos como para tomar el mérito por la obra de Él.

El poder del evangelio está en su verdad invariable, y una semilla mutante producirá un producto mutante. Además, el evangelizador no debería intentar hacer atractivo a Jesús para los pecadores. Jesús es atractivo en sí mismo. Pero las personas están cegadas a sus atributos a causa de su pecado. No es suficiente alentar a las personas a activar sus voluntades egoístas o a incitar sus emociones inconstantes. En lugar de eso deben ser llamados a llorar por su pecado al punto del arrepentimiento genuino. De modo que explicar la profundidad del pecado y el castigo que merece es una parte esencial de la evangelización bíblica. Un pecador debe escuchar que su pecado le acusa y le condena porque ofende a Dios, y solo el Espíritu de Dios puede llevar esa verdad desde los oídos del pecador a su corazón.

Es exactamente esta clase de evangelización que es la primera en sufrir en el afán de atraer más personas a Cristo. En un intento por hacer el mensaje más popular y los resultados más notables, los evangelizadores muy a menudo apelan a las emociones y a la voluntad en vez de a la mente.

Pero cuando el evangelio real es predicado a la mente, un mensaje que incluye los difíciles llamados al discipulado, la naturaleza radical de la conversión y la obra gloriosa de Cristo, entonces la semilla correcta es sembrada en el corazón, y los corazones divinamente preparados serán receptivos a la semilla.

Obedientemente
Cuando terminó de explicar la parábola de las tierras, Jesús les preguntó a los discípulos: «¿Acaso se trae la luz para ponerla debajo del almud, o debajo de la cama? ¿No es para ponerla en el candelero?» (Marcos 4:21). Él les decía a sus discípulos que después de su muerte y su resurrección, poseerían una gran luz. Esa luz es la «luz del evangelio de la gloria de Cristo, el cual es la imagen de Dios» (2 Corintios 4:4). Es para ser predicado fielmente por los esclavos de Cristo (v. 5), pero los resultados son por el poder soberano de Dios como lo fue en la creación original: «Porque Dios, que mandó que de las tinieblas resplandeciese la luz, es el que resplandeció en nuestros corazones, para iluminación del conocimiento de la gloria de Dios en la faz de Jesucristo» (2 Corintios 4:6).

Nuestro Señor continuó su enseñanza con este axioma: «Porque no hay nada oculto que no haya de ser manifestado; ni escondido, que no haya de salir a luz» (Marcos 4:22). Aquí había una perogrullada al comunicar el hecho de que cada secreto tiene su tiempo adecuado para decirse. Todo el asunto de guardar un secreto es que ahora no es el tiempo para que se sepa. En el caso de los discípulos, aún no habían sido comisionados y enviados al mundo. Pero cuando ese tiempo llegó, ellos fueron y hablaron con audacia. Esto se refiere al mandato frecuente de nuestro Señor a no hablar de Él o de sus milagros hasta después de su muerte y resurrección (Mateo 8:4; 9:30; 12:16; 17:9; Marcos 1:44; 3:12; 5:43; 7:36; 8:30; 9:9; Lucas 4:41; 8:56; 9:21). Una razón evidente para tal restricción era dejar en claro que el mensaje que Él quería que sus seguidores esparcieran no era el que Él era un sanador o un liberador político, sino un Salvador que murió y resucitó de entre los muertos.

La utilidad de un agricultor está relacionada con la cantidad de semilla que siembra. Mientras más siembra, más cantidad de semilla que él esparce y más probabilidad que una parte de la semilla alcance una buena tierra. Para comunicar este deber, Jesús siguió a los proverbios en Marcos 4:21–22 con una clara promesa: «con la medida con que medís, os será medido, y aun se os añadirá a vosotros los que oís» (v. 24). Ese es el lenguaje de recompensas eternas y provee gran motivación para proclamar el evangelio tanto activamente como con exactitud. Aunque no podemos controlar los resultados, somos llamados a esparcir el mensaje. Y aun si somos rechazados por los que nos escuchan, nuestros fieles esfuerzos harán que un día seamos recompensados por el Señor.

Hay cristianos falsos y evangelizadores falsos. El Señor juzgará a ambos. Pero los creyentes verdaderos son obedientes en evangelizar cada vez que tienen oportunidad, recordando que nuestra obediencia lleva a la bendición divina tanto aquí como en la vida venidera.

Confiadamente
El saber que nuestra evangelización es energizada por el poder de Dios nos da confianza en los resultados divinos.

Esto es precisamente por qué Marcos concluyó esta amplia sección acerca de la evangelización con una parábola final describiendo el reino de Dios: «Es como el grano de mostaza, que cuando se siembra en tierra, es la más pequeña de todas las semillas que hay en la tierra; pero después de sembrado, crece, y se hace la mayor de todas las hortalizas, y echa grandes ramas, de tal manera que las aves del cielo pueden morar bajo su sombra» (Marcos 4:31–32).

Recuerde que los discípulos estaban preocupados que las promesas del Antiguo Testamento de un reino no se pudieran cumplir con Jesús. Él había estado predicando por dos años y todavía parecían ser muy pocos los que creían. Los doce estaban al borde de perder la esperanza. Pero Jesús les dijo que si la semilla se esparcía, el evangelio crecería y el reino vendría. Lo que Jesús quiso decir es que el reino comenzaría pequeño pero se haría muy grande y finalmente, las aves de las naciones descansarían a su sombra (Ezequiel 31:6). El evangelio se volvería global y lo haría mediante estos acosados discípulos.

Esto es exactamente lo que ocurrió. Después de la resurrección eran solo 120 seguidores de Jesús y después del día de Pentecostés el número se elevó a 3,000 (Hechos 1:13; 2:41). Este número rápidamente alcanzó a 5,000 (Hechos 4:4). En pocos meses eran más de 20,000. El poder del evangelio estaba poniendo el mundo al revés. Dos mil años más tarde, incontables personas se han salvado, y están ahora tanto en la iglesia militante en la tierra como en la iglesia triunfante en el cielo. Un día, Cristo regresará y establecerá su reino milenial en esta tierra. Hasta entonces, el evangelio continuará invitando a los pecadores al arrepentimiento.

El mensaje de salvación se mantiene en movimiento mediante los que son sembradores, produciendo vida espiritual y fruto genuino en buen terreno. Esto solamente es posible porque lo hace el poder de Dios, lo que significa que la popularidad o la manera persuasiva del mensajero humano no tiene nada que ver con esto.

La evangelización es un llamado privilegiado. Hacemos lo que podemos por propagar el evangelio dondequiera que sea. Una vez hecho el trabajo, regresamos a casa y nos vamos a dormir. Si hemos trabajado duro podremos dormir bien, sabiendo, como el agricultor, que el crecimiento no depende de nosotros.


¿Preparar sermones Biblicos?... Haga una exégesis para profundizar

Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6



 
 
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Afortunadamente, la exégesis para la preparación de un sermón no incluye la redacción de uno o dos ensayos exegéticos por semana. Desafortunadamente, la mayoría de los pastores con estudios teológicos, que aprendieron a escribir ensayos exegéticos para un curso, no fueron entrenados de la misma manera para aplicar tales capacidades a la tarea más común de preparar un sermón. Este capítulo trata de llenar ese vacío, al proporcionar un formato manejable a seguir en la exégesis de un pasaje del Nuevo Testamento, para predicarlo con confianza.
La exégesis para un sermón no es diferente de la que se requiere para un ensayo, pero es distinta en el tiempo requerido y en su meta. Este capítulo, por tanto, es una versión mezclada de la guía completa usada para los ensayos exegéticos bosquejada en los capítulos I y II. (Si por alguna razón parte de esa enseñanza nunca se aprendió o se ha olvidado, podría tomarse tiempo para repasar esos dos capítulos).
Aunque el proceso de la exégesis no se puede definir de nuevo, la manera como se hace puede adaptarse considerablemente. En el caso de la preparación de un sermón, la exégesis no puede ser tan exhaustiva como la del ensayo. Afortunadamente, esto no significa que no pueda ser adecuada. La meta de esta guía breve es ayudar al pastor a extraer del pasaje lo esencial que atañe a la buena interpretación y exposición (explicación y aplicación). El producto final, el sermón, puede y debe basarse en la investigación reverente y erudita. El sermón, como acto de obediencia y adoración, no debe encubrir la mala preparación con un abrigo de fervor. Que el sermón sea emocionante pero también en todo fiel a la revelación de Dios.
El capítulo está dividido en dos partes: (1) una guía a través del proceso exegético y (2) algunas breves sugerencias acerca del paso del texto al sermón, es decir, la preparación del sermón. La guía es para el pastor que dispone de diez horas o más a la semana para la preparación de un sermón (aproximadamente cinco para la exégesis y el resto para el sermón). Cada sección de la parte exegética de la guía contiene una sugerencia del tiempo que se dedicaría a los asuntos considerados en esa sección. Aunque las cinco horas fueron asignadas arbitrariamente, serían el tiempo mínimo que un pastor debe dedicar al aspecto investigativo de la preparación de un sermón. Según el pasaje en particular, el tiempo disponible en una semana determinada, y la familiaridad con el texto y los recursos exegéticos, el tiempo de estudio varía. El punto aquí es que los sermones buenos y exegéticamente sólidos pueden producirse en diez horas, y esta guía puede ayudar a lograr ese fin.
A medida que uno se va familiarizando con los pasos y los métodos, puede llegar al punto de prescindir de la referencia a la guía. La meta es ayudar al pastor a comenzar, no que se deba usar la guía siempre.

  A. LA TAREA EXEGETICA

La predicación bíblica del Nuevo Testamento es, por definición, causar un encuentro entre las personas del siglo presente y la Palabra de Dios, hablada por primera vez en el primer siglo. La tarea de la exégesis es descubrir esa Palabra y su significado en la iglesia del primer siglo; la tarea de la predicación es conocer bien tanto la exégesis del texto como las personas a quienes se ha de predicar la Palabra de nuevo, como Palabra viva.
La cuestión es dónde empezar. El lugar obvio para comenzar es la elección del texto, pero ¿qué lleva a esa elección? (1) Mientras usted estudia el texto bíblico, reconoce la necesidad de aplicar un pasaje determinado a la congregación; o (2) Usted reconoce cierta necesidad de la gente y se dirige a la Biblia en busca de un mensaje que enfrente esa necesidad. El bosquejo que sigue supone el enfoque anterior, es decir, que el texto bíblico determina la dirección del sermón.
El gran riesgo de predicar a través de un libro de la Biblia, o de permitir que el texto determine el sermón, es que el sermón puede convertirse en un ejercicio de exégesis. Tal “sermón” es una exposición sin objeto, información sin enfoque. Eso puede estar muy bien en una clase de escuela dominical, donde uno va a través de un pasaje, exponiendo y aplicando según convenga, pero no es predicación. La predicación debe basarse en exégesis sólida, pero no es un despliegue de exégesis. Más bien, es exégesis aplicada, y debe tener un objetivo si ha de funcionar apropiadamente.
A través de la tarea exegética, por tanto, se deben buscar dos fines: (1) Aprender lo más posible acerca del texto, su propósito principal y cómo todos los detalles se combinan para lograr ese propósito (reconociendo que no todo lo que uno aprende debe incluirse en el sermón; (2) pensar en la aplicación del texto, lo cual especialmente en este caso incluye el uso discerniente de todo lo que se ha aprendido en el proceso exegético. Usted debe vencer el impulso de incluir en el sermón todo lo que ha aprendido en la exégesis.
Los pasos siguientes se ilustrarán regularmente con dos textos, uno de las epístolas (1 P 2:18–25) y uno de los evangelios (Mr 9:49–50). El primero se escogió por sus problemas hermenéuticos (¿cómo se nos aplican hoy las palabras dirigidas a los esclavos del primer siglo?); el segundo porque son enseñanzas difíciles de Jesús. Se espera que uno no siempre descuide o deje de predicar sobre textos como estos.

  1. PARA COMENZAR (Dedique aproximadamente una hora y veinte minutos)

Es importante que al comienzo tenga una buena percepción preliminar del contexto y contenido del pasaje. Para hacer esto bien será necesario hacer lo siguiente:

  1.1. Lea el contexto mayor
No debe estar tan preocupado por encontrar el significado del texto que no dedique tiempo a ver como encaja en el libro bíblico acerca del cual predica. Recuérdese siempre que el texto es sólo una pequeña parte de un todo, y el autor bíblico nunca tuvo la intención de que el texto se considerara de manera independiente del resto de lo que dijo.
Por lo tanto, debe acostumbrarse a leer el pasaje en su contexto mayor. Y entonces léalo de nuevo, tal vez en una traducción diferente la segunda vez. Si estudia una de las epístolas más cortas, lea la epístola completa, pensando cuidadosamente acerca del argumento del autor y cómo el pasaje encaja en él. Si es una epístola más larga, lea varias veces la sección en la que se encuentra (e.g., 1 P 1:1 a 3:12 ó 22). Si está en los evangelios, escoja una sección mayor como contexto (v.g., Mr 8:27 a 10:16; permita que los comentarios lo orienten aquí si es necesario), y lea mucho, de modo que con facilidad repase en la mente lo que está antes y después del texto.
Si se prepara para predicar a través de un libro de la Biblia, es necesario entonces dedicar un tiempo adicional al comienzo y trabajar en el paso 1 del capítulo I (I.1). El conocimiento del libro completo debe preceder al trabajo en cualquiera de sus partes.

  1.2. Lea el pasaje varias veces
Ahora haga lo mismo con el pasaje. Sólo que esta vez se lee repetidamente en busca de su contenido básico. Lea el pasaje en voz alta. Considérelo como una unidad que le comunica la Palabra de Dios a usted y su congregación. Conozca el pasaje y retenga lo esencial mientras sigue los cinco pasos siguientes. Tal vez pueda leerlo en diferentes traducciones que la congregación conozca y use, y haga una lista de las diferencias importantes.
También existe la posibilidad de hacer un ajuste en los límites del pasaje, ya que las divisiones de los capítulos y versículos como aparecen ahora son menos importantes que la composición del original y no siempre son confiables. Compruebe comenzando unos pocos versículos antes del principio del pasaje, y siga algunos versículos después del fin. Deben ajustarse los límites si es necesario (acorte o expanda el pasaje para que coincida con los límites más naturales si su conocimiento del pasaje lo requiere así). Resultará claro mediante este examen, por ejemplo, que 1 P 2:18–25 es la unidad con la que se debe trabajar. En el caso de Mr 9:49, 50 también resultará claro que esto es una unidad en sí, unida por la palabra “sal”, pero el gar (por) en v. 49 también lo vincula con lo que precede, así que en este caso uno haría bien en incluir los vv. 42–48 en el trabajo exegético, aun si se limitara el sermón a los vv. 49, 50. Una vez satisfecho de que el pasaje está bien delimitado, y conoce el contenido y el modo en que las palabras y los pensamientos fluyen, proceda al paso 1.3.

  1.3. Haga su propia traducción
Intente esto, aunque su conocimiento del idioma griego esté latente o débil. Para esta tarea debe emplearse una de las ayudas señaladas en IV.4. Puede comprobar su trabajo al referirse, cuando sea necesario, a una o dos de las mejores versiones modernas.
La traducción propia tiene varios beneficios. Uno es que le ayuda a observar cosas del pasaje que no se notarían en la lectura, incluso en el original. Mucho de lo que se comienza a notar dará pistas para los pasos 2.1 a 2.6. Por ejemplo, se debiera percatar de preguntas textuales que afecten el significado del texto, el vocabulario especial del pasaje, sus características gramaticales, y los aspectos histórico-culturales, ya que estos asuntos vienen naturalmente a la atención al traducir las palabras del pasaje. Además, usted es el experto en su congregación y conoce el vocabulario y el nivel educativo de los miembros, el grado de su conocimiento bíblico y teológico, etc. En realidad, usted es la única persona capaz de producir una traducción significativa de la que se pueda servir en todo o en parte durante el sermón, para asegurar que la congregación entiende la verdadera fuerza de la Palabra de Dios como la presenta el pasaje.

  1.4. Compile una lista de opciones
Al hacer su traducción, necesita mantener una lista de opciones de traducción de carácter textual, gramatical, lingüístico o estilístico. No tiene que ser una lista larga; deben incluirse sólo cosas importantes. Esta lista puede servir como un punto de referencia para los asuntos del paso 2. Por ejemplo, la lista para Mr 9:42–50 deberá incluir los asuntos textuales en los vv. 42, 44, 46 y 49; las palabras skandalízo (ofendo, peco, tropiezo, destruyo), géenna (infierno), hálas (sal), zoé = basileía toú theoú (vida = reino de Dios) en vv. 43, 45, 47; y la cuestión gramatical relacionada con gár en el versículo 49.
La cantidad de esas opciones que deben mencionarse en el sermón será un asunto de juicio personal. En cualquier caso, es mejor excederse en la restricción, no sea que el sermón se vuelva confuso. En 2.1 se dan sugerencias sobre aspectos textuales. Se trata de la importancia de la comprensión del pasaje. Algunas veces uno puede sencillamente escoger su opción como aparece en una de las traducciones y decir: “Como traduce la Reina Valera, revisada …” o “En mi punto de vista la NVI tiene la mejor traducción aquí …” Si el asunto es más determinante, relacionado con el significado del texto, o lo que se quiere enfatizar, entonces será apropiado dar un breve resumen de la razón para creer que la evidencia lleva a su elección (o por qué uno piensa que la evidencia no es decisiva).

  1.5. Analice la estructura
Otra manera de observar el texto de modo preliminar también puede ser de inmenso valor. Es importante no sólo que uno esté al tanto de los detalles que necesitan investigarse, sino también que se tenga un buen conocimiento de las estructuras del pasaje y del flujo del argumento. El mejor modo de hacer esto es transcribir el texto griego a un esquema de flujo de oración como se describe en II.2.1. La gran ventaja de este ejercicio es que le ayuda a imaginar la estructura del párrafo, y también lo obliga a decidirse sobre asuntos sintácticos. En realidad, casi siempre esto ayudará a darse cuenta de asuntos que se pasaron por alto aun en la traducción.
Por ejemplo, un diagrama de flujo de oración de 1 P 2:18–25 le ayudará a ver no sólo que en los vv. 18–20 el punto principal de exhortación es que uno debe dejar el asunto en las manos de Dios cuando se sufre injustamente, sino también que el ejemplo de Cristo dado en los vv. 21–25, el cual refuerza la exhortación, tiene dos partes: (1) el hecho de que “Cristo padeció por ustedes” (v. 21) y al mismo tiempo (2) “dejándoles ejemplo, para que lo sigan” (v. 21). Las cuatro cláusulas relativas que siguen (que de otro modo serían pasadas por alto) recogen estos dos temas: Las primeras dos (vv. 22, 23) hablan de su ejemplo; las otras dos (vv. 24a–b, 24c) explican sus sufrimientos por ellos, según Isaías 53. Todo eso pudiera verse al traducir, pero el diagrama de flujo de oración, sobre todo cuando se emplea el código de colores, hace todo esto claramente visible.

  1.6. Comience una lista útil para el sermón
De la misma manera que usted compiló la lista de opciones mencionadas en 1.4 (y tal vez incluyendo dicha lista), mantenga a la mano una hoja de papel para anotar las observaciones del trabajo exegético en el pasaje que merezcan mencionarse en el sermón. Esta lista debe incluir los puntos descubiertos a través de los pasos 1–5 en este capítulo, y proveerán una referencia fácil conforme se elabora el sermón.
¿Qué incluir? Incluya cosas por las cuales se sentiría defraudado si no las conociera. No deben limitarse a observaciones que cambien la vida, pero tampoco deben ser insignificantes ni arcanas. Si algo realmente le ayuda a apreciar y entender el texto de manera que de otro modo no sería obvia, entonces póngalo en la lista mencionada.
Amplíe al principio. Incluya todo lo que merezca mencionarse porque la congregación podría sacar provecho al conocerlo. Después, cuando escriba o bosqueje el sermón, tal vez tenga que excluir algunas o la mayoría de las cosas de la lista mencionada, a causa de la presión del tiempo. Esto será así especialmente si el sermón no tiene un formato más rígidamente expositivo. Además, en perspectiva verá sin duda que ciertas cosas que se incluyeron al principio para mencionarse no son tan determinantes como se pensaba. O, a la inversa, puede hallarse que se tiene tanto de importancia para presentar a la congregación que será necesario preparar dos sermones sobre el pasaje para exponerlo bien.
Recuerde que la lista no es un bosquejo del sermón, como tampoco una pila de madera constituye una casa. La lista de cosas por mencionar es un registro tentativo de las observaciones obtenidas por exegésis que la congregación merece oír y puede en realidad beneficiarse de ellas.


  2. ASUNTOS DE CONTENIDO (Dedique aproximadamente una hora)

Los pasos en esta sección están relacionados con las varias clases de detalles que integran el contenido del pasaje, el “qué” del texto. Las cuestiones a tratar son cuatro en cualquier pasaje del NT, a saber, textuales, gramaticales, lingüísticas e histórico-culturales.

  2.1. Busque asuntos textuales de importancia
Refiérase al aparato textual en el NA26. Busque variaciones textuales que afectarían el significado del texto para la congregación en la traducción en castellano. Estas son las variantes textuales importantes. No tiene caso concentrarse en las variaciones menores que no hacen mucha diferencia en las traducciones al castellano. Aquí será de especial ayuda haber leído el pasaje en varias traducciones al castellano, como se sugirió en el paso 1.2. Cuando la variación textual sea responsable de las diferencias, inclúyala en la lista de opciones (1.4). Será necesario evaluar las variaciones principales para determinar cuál es más probable que sea la original y por qué (véase II.1), en especial cuando hay diferencias entre las traducciones que la congregación usa.
La cuestión de cuántas cosas pueden incluirse en el sermón es complicada, porque éste es un aspecto que puede algunas veces perturbar a los creyentes (tiene que ver con la confiabilidad de las Escrituras para muchos). La regla es: casi nunca explique a la congregación cómo arribó a una decisión en particular. Debe incluirse el razonamiento sólo en las situaciones siguientes: (1) Cuando son decisiones textuales mayores que se reflejan en las traducciones que usa la gente (v.g., la RVR [’60], la NVI y la Biblia de las Américas en 1 Co 11:29). (2) Cuando su selección difiera de la Biblia que usa la congregación (no critique la versión que use otra congregación cristiana). (3) Cuando una nota textual ayude a que las personas vean cómo se entendía, o no, el texto en la iglesia primitiva. Por ejemplo, uno puede mostrar que en Marcos 9:49 el texto Occidental aliviaba lo que de otro modo es una enseñanza difícil, pero al mismo tiempo, al conformarlo a Lv 2:13, ha dado considerable luz al posible trasfondo de la enseñanza original. Eso puede formar parte de la explicación del texto mientras se expone su significado a la congregación.
Por otra parte, el intercambio entre humón (vuestro) y hemón (nuestro) en 1 P 2:21 puede mencionarse, o no, dependiendo de si uno desea subrayar el punto de que Cristo sufrió por esos siervos/esclavos cristianos. En ese caso uno podría decir: “Con el propósito de reforzar su mensaje que estos esclavos debían seguir el ejemplo de Cristo, Pedro les recordó también del efecto del sufrimiento de Cristo, es decir, que fue por ellos. En algunas traducciones se hallará el v. 21 traducido ‘Cristo padeció por nosotros’, y aunque es cierto y aparece en el v. 24, eso no es lo que Pedro propone en el v. 21. Aquí la evidencia más antigua y confiable, que ha sido incorporada a la mayoría de las traducciones más nuevas, es preferible por tener el texto original …”

  2.2. Anote cualquier asunto gramatical que sea raro, ambiguo o de alguna importancia
Su principal interés es aislar las características gramaticales que puedan tener algún efecto en la interpretación del pasaje. Aquí en particular aprenderá más de lo que tendrá ocasión de presentar. Por ejemplo, al analizar la expresión ambigua diá suneídesin theoú (por su sentido de responsabilidad delante de Dios [NVI]; por causa de la conciencia ante Dios [BA]) en 1 P 2:19, será necesario que decida acerca de la fuerza del genitivo, pero no necesita dar la información gramatical a la congregación.
A veces, por supuesto, una explicación gramatical puede ser especialmente útil. El gár (porque) en 1 P 2:25, por ejemplo, se puede mencionar como explicativo de que “sanados” del v. 24 debe de ser una metáfora para la salvación en este caso, no una referencia al saneamiento física. Así mismo, la diferencia entre un genitivo objetivo y uno subjetivo debe explicarse a veces para que la fuerza de su exégesis se pueda ver con más claridad (véase II.3.3.1). La forma de tratar gár en Mr 9:49 puede variar. Probablemente sería apropiado hacer notar (tal vez en la introducción del sermón) que mediante el empleo de esa palabra Marcos se proponía enlazar estas enseñanzas con lo que precedía pero esa conexión no está del todo claro; más adelante en el sermón, después de haber dado su interpretación del texto, usted puede comentar de nuevo sobre cómo estas enseñanzas se pueden ver ahora relacionadas con las precedentes.

  2.3. Haga una lista de términos claves
En este punto puede repasar la lista en 1.4, y buscar términos claves que puedan necesitar explicación en algún punto en el sermón. Por ejemplo, la lista preliminar de 1 P 2:18–25 debiera incluir lo siguiente (de la RVR): criados, sufrir, aprobación, llamados, ejemplo, madero, herida, sanados, Pastor, Obispo. Debe comprender a satisfacción los matices de significado especiales de todas esas palabras del pasaje, pero no debe sentirse obligado a explicar todo en el sermón. Probablemente sería de alguna importancia por ejemplo, indicar que aunque oikétes significa sirviente doméstico, tales sirvientes eran casi siempre esclavos; y sería de algún interés decir que los mólops que Cristo sufrió por las salvación de estos esclavos se refería a los verdugones causados por los latigazos, lo cual muchos de ellos sin duda habían experimentado (cf. v. 20).

  2.4. Haga un estudio breve de palabras decisivas
Algunas veces una o más de las palabras son tan importantes para el sermón que uno querrá investigarlas más allá de los confines del pasaje, para una mejor comprensión de lo que significan en el pasaje. “Sal” en Mr 9:49, 50 es un ejemplo obvio; pero como su significado se relaciona con asuntos histórico-culturales, lo dejaremos hasta 2.5. En 1 P 2:19, 20, el uso de járis por Pedro es diferente del significado ordinario que le dan Pablo y la mayoría de los cristianos, pero ¿significa “aprobación” (RVR), o “gracia” (BA)?
Para el estudio de palabras siga el método descrito en II.4, pero use el tiempo sabiamente. En Bauer y la concordancia griega podrá fácilmente discernir sus posibles campos de significado. Deberá observar el uso en 1 Pedro especialmente y cómo difiere del de Pablo. Aquí hará un favor a los oyentes al compartir con ellos una forma condensada de parte de la información pertinente. El empleo de Pablo de járis, después de todo, no es el único bíblico, y los oyentes necesitan saberlo.

 
2.5. Investigue asuntos histórico-culturales importantes
La mayoría de las personas de la congregación recibe ayuda cuando se explican asuntos histórico-culturales que en realidad son importantes para el significado del texto. Para lo que necesita investigarse y algunas sugerencias bibliográficas, véase II.5.
En los dos pasajes que se usan como ejemplo hay por lo menos dos asuntos en cada uno que merecen su atención. En Mr 9:49, 50 probablemente será útil hacer una breve investigación del término géenna (Gehena = infierno) y la fuerza de la metáfora de estas enseñanzas. El término “sal” es por supuesto crucial. Aquí la investigación del uso de la sal en el judaísmo antiguo probablemente será la clave para la interpretación de las tres enseñanzas. Parece que en ellas se hace una referencia metafórica a tres usos, es decir, la sal en los sacrificios, para sabor o conservación y como señal de un pacto.
En 1 P 2:18–25 dedique un breve tiempo para leer acerca de los esclavos en el mundo grecorromano. La congregación merece saber algo acerca de la esclavitud del primer siglo, y cuán radicales debieron ser esas palabras de exhortación. También es de vital importancia para la exégesis trazar con mucho cuidado el uso de Isaías 53 en los vv. 22–25. Respecto a esto se puede consultar uno de los mejores estudios sobre las técnicas judías de exposición bíblica empleadas por los autores cristianos del NT.
Como esta información puede ser tan fascinante, uno puede algunas veces ceder a la tentación de dedicarle una excesiva cantidad de tiempo en el sermón. No permita que tales asuntos lleguen a absorber demasiado tiempo en la predicación. Que estos y otros asuntos sean siervos útiles para la proclamación de la Palabra, pero no deje que la dominen.

  3. CUESTIONES CONTEXTUALES (Dedique aproximadamente una hora)

El análisis de los asuntos de contenido es solamente la mitad de la tarea exegética. Ahora usted debe dar mayor atención a las cuestiones de contexto histórico y literario. El contexto histórico tiene que ver con el medio ambiente histórico general y con la ocasión del documento. El contexto literario tiene que ver con la forma como el pasaje encaja en su lugar en el argumento o narración.
Ya que la naturaleza de los evangelios requiere que uno considere estas cuestiones de manera diferente a la de otros géneros, esta sección, como en el capítulo I, se dividirá en dos partes, una para las epístolas (incluso Hechos y Apocalipsis) y otra para los evangelios.


  3 (E). EPISTOLAS (HECHOS, APOCALIPSIS)

Para la exégesis de un pasaje de las epístolas es necesario familiarizarse con el estudio de I.9–11 (E). Para Hechos véase I:10–11 (H), y para Apocalipsis véase I:9–11 (A).

  3.1 (E). Examine el contexto histórico
La investigación tiene tres partes. En primer lugar, es necesario aprender algo acerca de la situación general de los destinatarios. Si el pasaje está en una de las epístolas paulinas, dedique algún tiempo para familiarizarse con la ciudad y sus habitantes. Para esto puede consultarse uno de los mejores diccionarios (véase II.5.2.1) o la introducción a uno de los mejores comentarios (véase IV.13.3); si usted dispone de tiempo, y tiene interés y recursos (una buena biblioteca cercana), puede investigar más algunos de esos asuntos.
En segundo lugar, necesita familiarizarse con el carácter y composición de la(s) iglesia(s) a la(s) cuál(es) se escribió la epístola. ¿Son principalmente judíos cristianos, no judíos, o combinados? ¿Hay algún indicio sobre su situación socioeconómica? Consulte las introducciones de los comentarios, pero mantenga la atención en el texto bíblico. Por ejemplo, al leer 1 P 1–3 un par de veces (1:1), debe haber observado que los destinatarios son creyentes no judíos (1:18; 2:10; cf. 4:3) y que al menos algunos son esclavos y mujeres (2:18 a 3:7).
Por último, y lo más importante, usted mismo deberá reconstruir, con la ayuda de sus fuentes de consulta si es necesario, la situación histórica que ocasionó esta sección dentro de la epístola. Este es uno de los pasos cruciales en el proceso exegético, porque su carta, después de todo, es una respuesta a algo. Es una ayuda inmensa para la comprensión el descubrimiento cuidadoso de la situación tratada en la epístola. Usted puede lograrlo solo, si el tiempo lo permite, escuchando con cuidado la epístola al leerla. Si es necesario, consulte los mejores comentarios; pero debido a la especulación, compare dos o tres fuentes sobre este asunto. Así para 1 Pedro, aunque algunos detalles diferirán de un comentarista a otro, puede reconocerse fácilmente que la hostilidad de origen pagano es la causa básica de la carta, y nuestro pasaje es una parte de una exhortación sobre cómo debe responder el cristiano a la expresión de esa hostilidad.
Casi siempre es apropiado incluir este material en el sermón. Esto, más que todo lo demás, dará credibilidad a la interpretación, cuando el texto se considera como una respuesta a una situación dada.

  3.2 (E). Examine el contexto literario
Para su texto usted ha llegado a la pregunta exegética esencial: ¿Cuál es el sentido de este pasaje? ¿Cómo encaja en el esquema general de la carta? Y más importante, ¿cómo encaja exactamente en este punto del argumento o exhortación del autor? Para hacer esto bien es necesario tomar tiempo para escribir en la lista útil para el sermón (véase IV.1.6) las dos declaraciones breves sugeridas en I.11 (E), es decir: (1) la lógica y el contenido del pasaje; (2) una explicación de cómo contribuye este contenido al argumento. Este es el lugar donde muchas interpretaciones fracasan. Acostúmbrese a obligarse a hacer siempre eso, aunque los comentarios no siempre lo hacen (éste también es el lugar donde muchos comentarios fallan). Nunca quede satisfecho de que ha hecho su exégesis hasta tener confianza de que puede contestar las preguntas por qué, y qué. Habrá ocasiones, por supuesto, cuando esto es menos claro (v.g., 2 Co 6:14 a 7:1), y uno puede tener cierta indecisión; pero aun en tales casos, siempre debe lucharse con esta pregunta. Para que el sermón tenga integridad como una proclamación del propósito de las Escrituras, debe enfocarse en este asunto, y todas sus partes deben servir a ese enfoque.

Por ejemplo, un sermón sobre 1 P 2:18–25 debe enfocarse en el sentido principal de la exhortación, o sea, dejar el problema a Dios ante la hostilidad y la crueldad, aunque la forma en que se dé ese sentido, y se presenten los argumentos de apoyo de Pedro, variará tanto como los predicadores que haya. Tal vez usted quiera predicar solamente de los vv. 21–25, sobre Cristo como ejemplo y Salvador, pero aun así es bueno ubicar el sermón en su contexto literario de los vv. 18–25.

  3 (Ev). EVANGELIOS

Para la exégesis de un pasaje de los evangelios debe familiarizarse con el estudio de I.9–11 (Ev) y II.6.

  3.1 (Ev). Identifique la forma
No pase mucho tiempo aquí. Lo importante a notar es que en los evangelios existen géneros dentro del género. Las parábolas, por ejemplo, funcionan en cierta manera, como lo hacen los proverbios, o la hipérbole (Mr 9:43–48), o las narrativas. Sobre la literatura para identificar las formas, véase IV.9 (Ev). Esto no es algo de importancia en el sermón en sí, salvo quizá para recordar a la congregación, por ejemplo, que un dicho es proverbial y que los proverbios funcionan en cierta manera (v.g., Mr 9:50a).

  3.2 (Ev). Use una sinopsis
Para llegar al contexto histórico-literario de un pasaje de los evangelios es de gran beneficio aprender a estudiar el pasaje en una sinopsis en griego. Si uno no está familiarizado con el trabajo en una sinopsis, se hará un favor para toda la vida si se dedica tiempo para aprender cuidadosamente los procedimientos bosquejados en II.6, especialmente II.6.3. Lo que usted descubre es cómo el evangelista ha compuesto su evangelio alrededor del texto de estudio; y a menudo es útil ver cómo los otros evangelistas tratan la misma información, ya sea de modo dependiente o independiente.
Así, por ejemplo, no debiera sorprender que ni Mateo ni Lucas siguen totalmente a Marcos de 9:37 a 9:50 (existen varias dificultades inherentes aquí, como ya se habrá percatado al leerlo todo). Ni Mateo ni Lucas incluyen las tres enseñanzas sobre la sal. Por otra parte, se obtendría alguna ayuda en la interpretación de Marcos 9:50a si se reconoce que hay otra versión de la misma enseñanza (o una similar) en la tradición doble. Al menos parte de esta clase de información, sin que trate sobre el problema sinóptico y su solución, puede incluirse en el sermón, como información útil y para reforzar el punto acerca de la dificultad inherente en su comprensión.

  3.3 (Ev). Investigue los posibles ambientes cuando sea apropiado
Si esto es de alguna utilidad para el sermón, uno puede dedicar algún tiempo a pensar acerca del posible ambiente original del pasaje en el ministerio de Jesús (véase II.11 [Ev] y IV.11 [Ev]). Esto será especialmente cierto para muchas de las parábolas. En el pasaje presente, sin embargo, muy poco se gana aquí, ya que esto sería más bien especulativo y ya que la verdadera cuestión contextual aquí es la literaria.
Siempre es apropiado considerar si el pasaje contribuye a la comprensión del medio ambiente del evangelista; o de otro modo, si ese medio ambiente (hipotético) agrega a su comprensión del pasaje. Si como cree la mayoría, el Evangelio de Marcos apareció en Roma durante un tiempo de sufrimiento para la iglesia, y el discipulado para él significa seguir a un Mesías que es siervo sufriente (cf. Mr 8:27–38, etc.), entonces al menos el primero de estos dichos de la sal encaja exactamente en este motivo (después de la segunda predicción de la pasión) como un llamado al discipulado probado por fuego.

  3.4 (Ev). Describa la organización o la adaptación presentes
Este paso se desprende de 3.2 (Ev). El procedimiento puede hallarse en II.6.5–6. Especialmente aquí usted aprenderá más acerca del texto de lo que sea necesario incluir en el sermón. Usted busca las cosas que le den información sobre los énfasis del autor y su propósito al incluir el pasaje exactamente aquí. Así responde a las cuestiones de contexto literario.
Como fue relativamente fácil determinar el contexto literario de 1 P 2:18–25, también es difícil hacerlo con Mr 9:49, 50. Siempre es apropiado ser precavido en tales puntos. No obstante, si uno piensa que puede entender bien el texto en su contexto, entonces no dude en decirlo, con tal que sea claro para todos que usted tiene también algunas” reservas. Busque la ayuda de los mejores comentarios.


  4. LITERATURA SECUNDARIA (Dedique aproximadamente cincuenta minutos)

Usted ha llegado ahora a la conclusión del trabajo básico en el texto. Con la ayuda de varias ayudas exegéticas debe sentir que tiene una buena comprensión del texto, tanto en sus particularidades como en su lugar en el libro bíblico. En este punto debiera tomar tiempo para consultar literatura secundaria.

  4.1. Consulte comentarios
No evite los comentarios; sólo debe asegurarse de que no sea lo primero que lea. Si lo hace, predicará del trabajo que otro hizo en el texto, por bueno que sea, y nunca tendrá la confianza de que el texto es suyo porque lo domina. Pero ahora es el tiempo para mirar algunos comentarios. Debe conseguir para su biblioteca al menos dos de los mejores comentarios de cada libro del NT. Hay tres razones para leer los comentarios en este punto: (1) Buscar las opciones de los comentaristas para algunas dificultades que usted haya tenido en varios puntos de la exégesis. A veces, por supuesto, se consultan los comentarios cuando se encuentre la dificultad mientras se hace la exégesis del texto. (2) Para escuchar al menos otras dos interpretaciones del texto, con las cuales se puede comparar la propia y adaptar si las otras resultan más convincentes. (3) Informarse de los asuntos u opciones que uno pasó por alto en la exégesis que puedan ser decisivos para el sermón. Así, por ejemplo, la lectura de los comentarios sobre 1 P 2:18–25 debe no sólo aumentar la confianza en su trabajo sino también ayudarle en su comprensión del texto.

  4.2. Lea otra literatura
Este es el paso que está condicionado por el tiempo, los recursos y la geografía. Hay veces, como cuando se estudia Mr 9:49, 50 que a uno le gustaría dedicar algún tiempo a leer lo que otros han escrito acerca de esos dichos. Si se presenta la oportunidad, necesita consultar las ayudas bibliográficas enumeradas en IV.13.1–2.


  5. CONTEXTO BIBLICO-TEOLOGICO (Dedique aproximadamente treinta minutos)

Antes de pasar a la aplicación, piense en la relación de este pasaje con otras Escrituras y la teología cristiana.

  5.1. Analice la relación del pasaje con el resto de las Escrituras
¿Qué tiene este pasaje de peculiar o de semejante con otros? ¿Es parecido a otros, o es totalmente único? ¿Cuáles vacíos llena? ¿Hay algo esencial sobre esto en otro lugar? ¿Cómo ayudan otras Escrituras a hacerlo comprensible? ¿Dónde encaja en la estructura total de la revelación bíblica? ¿Qué valor tiene para el estudiante de la Biblia? ¿Cuál es su importancia para la congregación?
Así, por ejemplo, para 1 P 2:18–25 analice brevemente los pasajes similares de Pablo (Ef 6:5–9; Col 3:22 a 4:1; 1 Ti 6:1, 2; Tit 2:9, 10). Es interesante anotar que los pasajes de Efesios y Colosenses suponen amos cristianos, mientras que los demás (incluso 1 Pedro) suponen esclavos cristianos y amos paganos.

  5.2. Analice la relación del pasaje con la teología
¿A cuáles doctrinas teológicas agrega luz el pasaje? ¿Cuáles son sus asuntos teológicos? ¿Puede el pasaje suscitar algunas cuestiones o dificultades acerca de algunos asuntos u opiniones teológicos que necesitan explicación? ¿De qué magnitud son los asuntos teológicos que toca el pasaje? ¿Dónde parece encajar el pasaje dentro del sistema completo de verdad contenido en la teología cristiana? ¿Cómo se armoniza el pasaje con la teología en su totalidad? ¿Son los asuntos teológicos del pasaje más o menos explícitos (o implícitos)? ¿Cómo se puede usar el pasaje para dar a la congregación más armonía o conciencia teológica?

  6. APLICACION (Dedique aproximadamente cuarenta minutos)
Usted debe haber estado pensando al hacer el análisis cómo su pasaje puede aplicarse a su vida y a la de la congregación, pero ahora debe enfocarse directamente sobre la aplicación.

  6.1 Haga una lista de los asuntos de la vida en el pasaje
Haga una lista de los posibles asuntos de la vida mencionados de modo explícito, por referencia implícita, o de inferencia lógica del pasaje. Puede haber sólo uno o varios. Sea inclusivo al principio. Más adelante se pueden eliminar los que, después de reflexionar, se consideren de menos importancia o que no vienen al caso.

  6.2. Aclare el carácter y el campo de aplicación
Organice la lista tentativa (mental o escrita) según el pasaje o sus partes sean de carácter informativo o directivo, y si tratan del campo de la fe o la acción. Aunque esas distinciones son artificiales y arbitrarias en cierto grado, son a menudo útiles. Pueden conducir a aplicaciones más precisas y específicas de la enseñanza de las Escrituras para la congregación, y le ayudarán a evitar las aplicaciones generales y vagas que muchas veces no son aplicaciones en absoluto.

  6.3. Identifique el público y las categorías de aplicación
¿Son los asuntos de la vida del pasaje instrucciones principalmente para personas o para entidades corporativas, o no hay distinción? Si se refiere a las personas, ¿a cuáles? ¿a creyentes o no creyentes; clérigos o laicos; padres o hijos; fuertes o débiles; presuntuosos o humildes? Si se refiere a instituciones, ¿a cuáles? ¿a la iglesia, nación, clérigos, laicos, una profesión, una estructura social?
¿Están estos asuntos de la vida relacionados o confinados a ciertas categorías como relaciones interpersonales, piedad, finanzas, espiritualidad, conducta social, vida familiar?


  B. PASO DE LA EXEGESIS AL SERMON

Lo que usted ha hecho hasta este punto no es el sermón en sí. Ha estado descubriendo el significado del texto en términos de su propósito original. En cierto sentido esa tarea es más fácil que ésta, la preparación del sermón. Aquí el mejor aliado es una buena cabeza, ¡con una imaginación vivaz! En cualquier caso nada puede sustituir el pensar. ¿Cómo convergen la comprensión exegética y los asuntos de aplicación en un solo sermón, con un enfoque claro y un propósito preciso? No puede haber reglas aquí, porque un buen sermón es algo individual. Debe ser su sermón, basado en su exégesis, dirigido a su congregación. Lo que sigue son simplemente advertencias y sugerencias.

  7. DEDIQUE TIEMPO A LA REFLEXION SOBRE EL TEXTO Y A LA ORACION A DIOS.

La predicación no es un asunto sólo de la mente y del estudio; es también una asunto del corazón y la oración. Una vez que la mente está saturada del texto, su significado y sus posibles aplicaciones, dedique tiempo a reflexionar en él en oración. ¿Cómo afecta el texto su vida? ¿A cuáles necesidades personales habla o satisface este pasaje? Tome tiempo para responder personalmente a la Palabra de Dios. Es muy difícil comunicar con urgencia a otros lo que no le ha hablado a uno primero.
Luego pase tiempo en reflexión sobre el texto otra vez, teniendo presente las varias necesidades de las personas de la congregación. ¿Cómo podrá usted, con la ayuda del Espíritu Santo en este sermón, ayudar, alentar, o exhortar con este pasaje? En realidad, cuanto más tiempo les dedique en oración sobre este pasaje, tanto más probable es que preparará un sermón que les hablará a ellos.
Recuerde que a la preparación de un sermón sin el encuentro personal con la Palabra y sin oración probablemente le faltará inspiración; y los sermones predicados por quienes no se han presentado en reverente silencio ante la majestad de Dios y su Palabra probablemente lograrán muy poco.


  8. COMIENCE CON DETERMINACION.

Valiéndose de la lista útil para el sermón y las otras notas que hizo al realizar la exégesis, principie con tres cosas (que estarán sujetas a cambio, por supuesto, conforme el sermón se desarrolla):

  8.1. Puntos principales
El punto o puntos principales del texto bíblico que es necesario proclamar. El sermón necesita enfoque o usted no sabrá lo que trata de lograr, y será difícil entenderle. Decida lo que la congregación necesita saber, o escuchar, del pasaje, a diferencia de lo que usted necesitaba saber para preparar el sermón. Los dos mejores criterios aquí son el propio pasaje y su reacción. Lo que el pasaje trata como importante probablemente es lo que el sermón debe tratar como importante; lo que usted piensa que es de más ayuda e importancia para usted es probablemente lo que la congregación hallará de más ayuda e importancia para ellos.

  8.2. Propósito
El propósito del presente sermón. Decida cómo los puntos anteriores se aplicarán mejor. ¿Es el sermón informativo sobre la fe cristiana, o es exhortativo y trata de la conducta cristiana?

  8.3. Reacción

La reacción que usted espera que logre el sermón. Este es el otro aspecto de 8.2. ¿Espera cambiar un modo de pensar, de conducta, o ambos? ¿Quiere alentar, motivar, llamar al arrepentimiento o llevar a las personas a un encuentro con el Dios viviente? Si la tarea del predicador es “consolar al afligido y afligir al que se siente cómodo tal como se encuentra”, ¿en cuál de estas direcciones lo lleva el texto? ¿En un poco de ambas?
Los últimos dos asuntos tienen que ver con el objetivo del sermón. Un sermón que no tiene objetivo rara vez lo logra. La decisión del enfoque y el objetivo del sermón ayudarán mucho a la elaboración del bosquejo y el análisis del contenido.

  9. DECIDA SOBRE LA INTRODUCCION Y LA CONCLUSION.

El contenido del sermón lo determinará en gran medida la manera como usted piense comenzar y terminar. El final será dirigido por el objetivo (8.3). Por lo general, los buenos sermones comienzan en uno de tres lugares: (1) con el texto bíblico (pero debe ser especialmente cuidadoso aquí no sea que los mate de aburrimiento antes de llegar a la aplicación); (2) con las necesidades de las personas; o (3) de algún modo imaginativo que capte su atención pero que finalmente establezca la relación entre las personas y el texto.

  10. HAGA UN BOSQUEJO.

Ya debe haber surgido un bosquejo de todo el sermón. Tampoco hay reglas aquí; pero se necesita precaución en varias áreas. En primer lugar, no es necesario seguir el bosquejo del texto bíblico. Eso estaría bien para una enseñanza, pero un sermón es algo diferente. Que el bosquejo toque varios puntos del texto, pero la lógica de la presentación sea la suya, de manera que se avance hacia las conclusiones que se haya propuesto en el paso 9.
En segundo lugar, no debe sentirse obligado a incluir en el sermón todo lo que hay en el texto. Sea selectivo. Procure que todo lo que se seleccione sirva al propósito del sermón.
En tercer lugar, decida al principio dónde encajará la exégesis en el sermón. Puede servir de introducción, de la cual el resto del sermón será aplicación, recogiendo los varios puntos de la exégesis; puede venir más tarde, conforme uno pasa del siglo actual al primero, y de regreso. O puede referirse a ella punto por punto al avanzar en el sermón. Pero recuerde que el sermón no es simplemente una repetición de la exégesis. Para ser bíblico, debe dejar que sus palabras sean revestidas de la autoridad de la Palabra como se encontraba en su medio ambiente del primer siglo; pero para ser pertinente, debe cobrar vida esa Palabra en el ambiente del siglo presente.

  11. DESARROLLE EL SERMON.
Este es un asunto sumamente personal. Sea sensato sobre la cantidad de información que incluya de la lista útil para el sermón. Recuerde que una historia bien contada (que sea pertinente al texto) se recordará más que su prosa más elegante. No avance demasiado en el sermón sin el descanso que da una buena y útil ilustración, tanto para ilustrar su mensaje como para dar descanso a la mente de los que siguen su lógica. Para más ayuda en este aspecto, consulte usted otros libros sobre la homilética.

¿No puedes más?¿Te quedaste sin fuerzas?...Toma la fuerza más poderosa del universo

Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6


 
 
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La fuerza más poderosa del mundo

Nehemías 1:4–11


La oración ha sido llamada la fuerza más poderosa de este mundo. Hay algunas personas, sin embargo, que la consideran fuera de lugar en nuestra sociedad, tan altamente civilizada. Dicen que con todos los adelantos de la tecnología, la oración solo es un obstáculo para la acción. Otros han ido más lejos aún, diciendo que la creencia en una relación vital con Dios ha sido mantenida viva solo por «el pueril ego de hombres inferiores».

A pesar de tales críticas, muchos han encontrado en la oración un apoyo cuando los problemas parecían abatirlos. Abraham Lincoln admitía: «Muchas veces he caído de rodillas ante la abrumadora convicción de que no tengo a nadie más a quien recurrir. Mi propia sabiduría y la de aquellos que me rodean resultan insuficientes para el momento».

La clave de una actuación sobresaliente

En sus «memorias», Nehemías nos habla de su experiencia con la oración. Tuvo que enfrentarse a una situación que era demasiado grande para sus fuerzas. Esta se relacionaba con el pueblo escogido de Dios «en la provincia de más allá del río». Estaba en Babilonia y se sentía incapaz de ayudarles; por eso recurrió a Dios en oración. De su ejemplo podemos aprender cómo la oración puede convertirse en una fuerza eficaz en nuestra vida. Cuando examinamos más cuidadosamente a Nehemías, comprobamos que para que la oración sea eficaz, debe ir precedida por el conocimiento de una necesidad. Alan Redpath señala que «muchas de nuestras oraciones se concretan a pedir a Dios bendiciones para familiares enfermos y que nos mantenga en nuestra lucha diaria por la vida. Pero la oración no es tan solo un simple balbuceo: es una guerra».

Cuando Hanani y sus acompañantes vinieron a visitar a Nehemías, este les preguntó acerca del estado del pueblo y las condiciones de la ciudad de Jerusalén. Esta pregunta de orden general, recibió una respuesta muy concreta: «El remanente, los que quedaron de la cautividad, allí en la provincia, están en gran mal y afrenta y el muro de Jerusalén derribado, y sus puertas quemadas a fuego».

Jerusalén había sido destruida por los babilonios en el año 586 a.C. (2 Reyes 25:10). A pesar de los repetidos intentos de reconstruir sus muros (Esdras 4:7–16), la ciudad aún se mantenía en ruinas. Sin una muralla que los protegiera, los moradores del lugar se encontraban indefensos. Los ladrones podían bajar de las colinas cercanas y caer sobre ellos inesperadamente, llevándose sus posesiones. Como eran incapaces de defenderse a sí mismos, perdieron estimación a los ojos de otras naciones (véase Nehemías 2:17; 4:2, 3; Salmos 79:4–9). Lo que es mucho peor, perdieron el respeto propio. Se sentían humillados, porque de acuerdo con sus profetas, los muros de Jerusalén simbolizaban salvación y sus puertas, alabanza (Isaías 60:18).

El conocimiento de la triste condición de su pueblo movió a Nehemías a la oración. Lloró e hizo duelo por varios días. También ayunó y rogó a Dios en favor de sus hermanos.

Algunos comentaristas creen que Artajerjes estaba ausente del palacio en los momentos en que Nehemías recibió las noticias traídas por Hanani. Del capítulo segundo parece desprenderse que Nehemías continuó con sus deberes de copero y no permitió que sus preocupaciones personales interfirieran con su trabajo. Comparando Nehemías 1:4 y 2:1, 2, podemos entresacar algunas muestras de su dominio personal. Era bien diferente a los fariseos, que hacían pública ostentación de su supuesta devoción (Mateo 23:14; Marcos 12:40). Solo después de cuatro meses de intensa oración y abnegación, el rey vino a notar cierto cambio en Nehemías.

Firme en la brecha

En los versículos que siguen, se conserva para nosotros el tipo de oración que produce resultados. Notemos que para que la oración sea eficaz, debe ser hecha en actitud de reverencia.
Nehemías comienza su invocación con adoración y reverencia: «Te ruego, oh Jehová, Dios de los cielos, fuerte grande y temible». Su fervor es evidente. Centra sus pensamientos en la grandeza de Aquél a quien se está dirigiendo. Permanece en temor reverencial ante la majestad de Dios. Reconoce su superioridad al mismo tiempo que su soberanía. A medida que Dios se va haciendo más grande para él, más pequeños van resultando sus problemas.

La oración de Nehemías está basada en las Escrituras. Aunque creció en una tierra entregada a la idolatría y trabajaba en una corte pagana, todo ello no le impidió cultivar su vida espiritual (compare Colosenses 2:6, 7; 2 Pedro 1:5–9). Esta oración nos muestra hasta qué grado dominaba la Palabra y cómo esta señoreaba toda su vida.

En su oración, Nehemías incluye la alabanza. Su agradecimiento está basado en el carácter de Dios. Da gracias porque Dios «guarda el pacto y la misericordia a los que le aman y guardan sus mandamientos». Los hijos de Israel tenían una relación especial y única con el Señor. Siguiendo una costumbre arraigada en el Cercano Oriente, ellos estaban sujetos a una autoridad suprema, un soberano. En este caso, el soberano del pueblo israelita era el Dios de los cielos. Ellos eran sus subditos. Dios les impuso sus leyes y esperaba que ellos obedecieran sus mandatos. Como pago a su lealtad, Dios les ofreció su protección. Si obedecían su pacto, disfrutarían de sus bendiciones (Jeremías 11:4; 30:22; véase Levítico 26:12).

Nehemías sabía que la cautividad se había producido porque los Israelitas habían quebrantado su pacto con Dios. No obstante, daba gracias a Dios, porque en contraste con otras autoridades que castigan con prontitud a los rebeldes, el soberano del pueblo de Israel era misericordioso y clemente (Salmos 103:8; 117:2; Joel 2:13) y preservaba su amor y cariño para aquellos que guardaban sus mandamientos.

A medida que Nehemías continúa su plegaria, pasa de la adoración reverente a la petición específica. Su actitud es de un persistente fervor, basado en el conocimiento de que Dios responderá a las necesidades de su pueblo, si se somete otra vez a la autoridad divina (véase 1 Reyes 8:29, 30, 52; 2 Crónicas 7:14). Con esta seguridad, prosigue: «Esté ahora atento tu oído y abierto tus ojos para oír la oración de tu siervo, que hago ahora delante de ti día y noche, por los hijos de Israel tus siervos».

El modelo que Nehemías sigue en su oración es sumamente instructivo. Se asemeja al bosquejo que el Señor Jesús les dio a sus discípulos (Mateo 6:9–12; Lucas 11:2–4).

Hay muchas personas en nuestros días, que cuando oran siguen la misma progresión de Nehemías, pero sin sus resultados. Comienzan con la adoración y pasan a la súplica, pero no perseveran. La persistencia de Nehemías es digna de admiración. Permaneció en oración por su pueblo de día y de noche. Pudo haber hecho lo que muchas veces nosotros realizamos; es decir, orar por las necesidades de alguien, para olvidamos apenas no lo tenemos presente.

O pudo haber formulado sus ruegos en dos o tres oportunidades y haber dejado el resto al Señor. Sin embargo Nehemías persistió en su oración hasta que Dios le contestó. Nunca consideró su petición como la actividad mecánica de sonar una campanilla demandando que lo sirvieran, ni imaginó remotamente a Dios como un «sirviente cósmico» que se apresuraría a cumplir en forma solícita sus órdenes.

Él sabía que cuando Dios toma interés en nuestros asuntos, usa sus medios. En esta situación, la oración era el medio que Dios estaba usando para lograr sus propósitos (Ezequiel 36:37), Nehemías no esperó nunca que Dios contestaría sus peticiones en el mismo momento de formularlas. En lugar de ello, reconoció su subordinación a un soberano Señor y persistió respetuosamente hasta que Dios le contestó (Santiago 5:16–18).

La oración no solo nos ayuda conduciendo nuestra vida a la conformidad con la voluntad de Dios, sino que nos prepara para recibir la respuesta. A medida que tomamos conciencia de las intenciones del Señor, vemos con mayor nitidez la parte que nos toca dentro del plan divino. La oración persistente sirve asimismo al propósito de fortalecer nuestra resolución. Recibimos con ella una confianza renovada. Esta confianza nos libera de la garra del abatimiento y la desesperación y nos brinda fe para perseverar hasta lograr lo que Dios desea.

La actitud de la oración de Nehemías es también importante. Presenta un marcado contraste con algunas plegarias carentes de respeto para Aquél a quien van dirigidas. La postura de Nehemías es de absoluta reverencia y sumisión. Él sabía que los que se consideran auto suficientes, no oran a Dios, sino que solo se hablan a sí mismos. Los que están plenamente satisfechos de sí mismos, tampoco lo hacen porque no tienen conciencia de sus necesidades. Los que se consideran justos en su propia estimación no pueden tampoco orar, por carecer de base para aproximarse a Dios.

Quitando todas las barreras

Concentrando su pensamiento en quién es Dios, Nehemías llegó a tomar conciencia de una barrera que impedía a su Soberano la renovación de los privilegios de su pacto con el pueblo. Este obstáculo era el pecado no confesado por él. Esto viene a ilustrar con claridad otra lección en nuestra vida de oración. Para que la oración sea eficaz, debe ir acompañada de confesión. Nehemías sabía bien que el pecado reposaba en el fondo de aquellos por quienes pedía. Por esa razón comienza: «Y confieso los pecados de los hijos de Israel que hemos cometido contra ti». No deseando culpar solamente a la nación israelita, él se identifica con la culpa de su pueblo: «Sí, yo y la casa de mi padre hemos pecado». Este tipo de confesión sería particularmente apropiado si Nehemías era descendiente del linaje de David.

Comenzando con esta confesión general, Nehemías pasa a los puntos específicos: «En extremo nos hemos corrompido contra ti, y no hemos guardado los mandamientos, estatutos y preceptos que diste a Moisés tu siervo». Puesto que dice esto, se ve que cree firmemente que la continua tristeza y aflicción de Jerusalén está directamente relacionada con los pecados no confesados por el pueblo. Tácitamente acepta que este pueblo no tiene merecimientos propios. Ha roto el pacto con el Señor. Dios sin embargo ha previsto de los medios para ser restaurado, y esta provisión se convierte en la base de la petición de Nehemías.

Reclamando esa provisión hecha para que el pueblo pueda ser restaurado en el favor de Dios, Nehemías nos muestra otro principio de la oración: para que sea eficaz, debe estar basada en las promesas de Dios. «Acuérdate ahora de tu palabra», dice. Entonces, parafraseando la enseñanzas de Deuteronomio 4:25–31; 30:1–5; Levítico 26:27–45 y 2 Crónicas 6:36–39, demanda el cumplimiento de la promesa de Dios. Esta apelación marca el punto más alto de su plegaria. Su confianza en el Señor es tan absoluta, que sabe que él resolverá todos los detalles. Entonces concluye refiriéndose al pueblo de Dios como «sus siervos». Esto implica una nueva sumisión a la autoridad divina y el restablecimiento del pacto previo de relación con Dios.

La intercesión de Nehemías subraya lo cierta que es la observación del doctor R. C. Trench: «La oración no es para vencer la resistencia de Dios, sino para asirnos de su benevolencia».

Nehemías continúa solicitando el favor de Dios por cuatro largos meses (véase Nehemías 1:1, noviembre–diciembre y Nehemías 2:1, marzo–abril del 445 a.C.). Durante esas semanas pudo ver todos los asuntos con mayor claridad que nunca. Empezó de igual manera a entender la parte que le iba a tocar en la respuesta a su oración. Todo ello parece evidente por la forma en que Nehemías concluye su oración, pidiendo a Dios buen éxito en su empeño. Después hace saber al rey Artajerjes sus planes.

Sabe que será mas difícil abandonar la corte de Persia que haber entrado en ella. Es un cortesano de confianza y el rey ha puesto su seguridad en cierta manera en sus manos. No sabe cómo Dios habrá de lograr todo esto, pero su esperanza en el Señor es grande y confía en que él mismo resolverá todos los detalles.

El hombre que usa Dios

A medida que revisamos este pasaje, encontramos que contiene varios principios muy importantes para los líderes de nuestros días. Uno de ellos es que el líder debe tener una sincera preocupación por los demás. Cuando Nehemías recibió a la delegación de Jerusalén, mostró un interés inmediato respecto al bienestar del pueblo y a las condiciones de la ciudad. Cuando supo de sus apuros, se comprometió personalmente en la empresa. Ayunó y oró por ellos.

Muy a menudo, los que quieren llegar a ser líderes tratan de alcanzar la cima del éxito pisoteando los derechos ajenos. Aprovechan y explotan las capacidades de otros para progresar ellos. La importancia de esta preocupación vital por los demás ha sido encarecida por Sir Arthur Bryant en un artículo publicado en Illustrated London News [Noticias ilustradas de Londres]. Este renombrado historiador dice: «Nadie es apto para guiar a sus conciudadanos, a menos que considere el cuidado y el bienestar de ellos como su responsabilidad primordial … y privilegio».

Un líder sabio coloca el bienestar de aquellos con quienes trabaja, entre las cosas más importantes de su lista. Se asegura de que sus preocupaciones serán consideradas antes que las suyas propias. Sabe que si sus subordinados están libres de ansiedades personales, pueden hacer un trabajo mucho mejor. Ninguna corporación o iglesia, institución educacional o misión, puede tener éxito en alcanzar sus metas sin la ayuda espontánea de aquellos que están listos a darse ellos mismos por amor a la obra. El cuidado de un administrador capacitado se exterioriza por la forma en que trata a sus empleados; el reconocimiento que hace de sus contribuciones y la manera en que recompensa sus servicios (Efesios 6:9; Colosenses 3:1).

Esta no es solo una sana política para aquellos que ocupan altos puestos ejecutivos, sino también un consejo práctico para los aspirantes a hombres de negocios, pastores y líderes de misiones. Un líder que se identifica estrechamente con aquellas personas a quienes orienta, está capacitado para motivarlas hacia logros cada vez mayores. Será capaz de valorar sus capacidades individuales, unir a sus subalternos y retarlos con metas personales y de grupo. Como señala Bernard L. Montgomery: «El comienzo de todo liderazgo es una batalla por ganar el corazón y la mente de los hombres».

Esto nos lleva a un segundo principio del éxito en el liderazgo. Aunque la preocupación vital por las personas es un requisito necesario para ganar su confianza, y la íntima identificación con ellas es la clave para motivarlas, la importancia de la oración no debe ser ignorada ni desatendida. En una de las paredes de un corredor del Colegio Spurgeon en Londres, aparecen pintadas en letras gigantescas las siguientes palabras de Cristo: PORQUE SEPARADOS DE MÍ, NADA PODÉIS HACER (Juan 15:5). Gracias a la oración somos capaces de usar el poder de Dios, porque en ella le pedimos al Señor que haga lo que nosotros no podemos.

Desafortunadamente, tenemos la tendencia de subestimar la oración. Es tan secreta y silenciosa, que a menudo la pasamos por alto como algo sin mayor importancia. Para corregir tan acomodaticia impresión, J. Edgar Hoover decía: «La fuerza de la oración es mayor que cualquier combinación posible de poderes controlados por el hombre, porque la oración es el instrumento supremo del hombre para extraer los recursos infinitos de Dios».

Nehemías encontró que la oración era una gran fuente de poder. Él se enfrentaba a un problema superior a sus fuerzas humanas y por ello llevó todo en oración al Señor. Dios entonces le mostró la solución. A través de sus súplicas, Nehemías recibió una nueva perspectiva del problema, fue orientado a reordenar su escala de valores y recibió a la vez un claro sentido del propósito que había en su misión.

Como resultado de la oración de Nehemías por su pueblo, un obstáculo aparentemente insuperable fue reducido a proporciones que permitieron manejarlo. Al término de cuatro meses de consagrada intercesión, Dios le brindó la solución al problema.

La oración nos ofrece también nuevas perspectivas. El fundador de las tiendas Penney acostumbraba a decir a sus colegas: «La verdadera oración abre nuestros ojos a cosas nunca vistas con anterioridad. Es lo opuesto a la oración que ha sido solamente una mera expresión de nuestros deseos egoístas». Mientras mayor sea Dios ante nuestros ojos, mejor será nuestra perspectiva en todos los problemas y situaciones que confrontemos.

Teniendo ya conciencia plena de lo que Dios quería que se hiciera, Nehemías fue guiado a un reordenamiento de sus prioridades. Comprendió su función en la solución del dilema que afrontaba su pueblo. Reconoció y aceptó que se convertiría en una pieza vital del vehículo que Dios utilizaría para lograr los fines por los cuales habían orado tan intensamente.

No tenemos medios precisos para comprobar cuántas veces la oración ha cambiado el curso de la historia. Lo que sí sabemos es que como resultado de la oración de Nehemías, Dios intervino en una situación aparentemente desesperada y, trabajando a través de un solo hombre, llevó a feliz término una tarea que a todos les parecía imposible.

La oración no solamente fijó las precedencias de Nehemías sino que también le dio una motivación. La certeza de ser un enviado de Dios había de sostenerlo a través de las innumerables vicisitudes que encontraría tan pronto comenzara la reconstrucción de los muros de la ciudad. En lo que Dios logró a través de Nehemías hay mucho de inspiración para nosotros. Él está dispuesto y deseoso, y es capaz de hacer lo mismo a través de cada uno de nosotros, si así lo queremos y aprendemos el secreto de utilizar esos recursos infinitos de su poder divino. Nuestros «gemidos indecibles» son las oraciones que Dios no puede rechazar (Romanos 8:26, 27). Nuestras oraciones diarias aminoran nuestras diarias preocupaciones. A la vez, nos mantienen en el sitio en que Dios puede utilizamos.

La constancia en la oración es la que marca la diferencia. Qué clase de diferencia es esta y cómo la fe y el trabajo marchan juntos, lo veremos en la próxima sección.

Unos Ojos Amorosos y Misericordiosos: El Punto de Vista de Dios

Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6


 

 
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Todas las personas que llegan a este mundo han tenido que batallar de una forma u otra para descubrir su identidad. Actualmente, los estudios psiquiátricos han acuñado un nuevo término de diagnóstico: “la crisis de identidad”. Todos hemos tenido que luchar con nuestras imágenes contradictorias. Muchas personas se pasan la vida tratando de ganarse la aceptación y atención de los demás, pensando que están edificando una indestructible fortaleza de valor personal. Pero fallan al ir poniendo los ladrillos y sus expectativas fracasan. En el proceso, hacen a un lado la verdadera perspectiva que Dios tiene de ellas porque ignoran el inmenso valor que tienen para él. Los pasos para entender estas verdades están dispersos a lo largo de las Escrituras. Para descubrirlos, primero debemos saber lo que significa la palabra IDENTIDAD.

¿Alguna vez se ha preguntado “quién soy”? “¿A dónde voy?” ¿Cree que carece de propósito o que tiene poco valor? Es importante que tenga una respuesta verdadera a estas cuestiones para que pueda experimentar lo que es tener significado y propósito en la vida.

Es vital entender que nuestra IDENTIDAD determina nuestro valor y destino. En un sentido muy práctico, si yo entrase a un banco, me dirigiera al cajero y le dijera: “¿Me puede dar 100 dólares?”
El cajero me pediría mi nombre y el número de mi cuenta. Si no le doy esa información y sigo solicitando dinero, lo único que recibiré serán las instrucciones para salir del banco. Pero si tengo recursos económicos, sin importar de dónde provienen, cuando doy al cajero mi nombre y número de cuenta, prontamente recibo los fondos. Mi identidad definitivamente determina mi valor y mi capacidad de retirar de mis reservas monetarias.

“¿A dónde voy?” ¿Cómo responde usted a esta pregunta? Hace poco tuve que volar de Atlanta a Dallas. Llegué con suficiente tiempo antes de abordar. Llamé a mi madre utilizando ese tiempo extra, que según yo, todavía tenía. Cuando quise subir al avión, me dijeron que ya estaban asignando los lugares sobrantes a las personas que estaban en lista de espera y que debía dirigirme al agente principal para aclarar mi situación. ¡Existía la posibilidad de que hubieran dado mi asiento a otra persona! Mi corazón latía apresuradamente. Me acerqué al agente y le extendí mi boleto. ¿Me permitiría regresar a casa? Pasó lo que me pareció una eternidad silenciosa mientras el empleado revisaba su lista oficial de pasajeros. Llegó hasta mi nombre y dijo: “Sí, usted está en este vuelo; puede abordar el avión”. Es evidente que mi identidad estaba ligada directamente al destino de ese avión.

Por eso es muy importante conocer cuál es nuestra identidad en términos de nuestro valor real y nuestro destino eterno. Existen dos “identidades” o “familias” diferentes a las que pertenecen todos los seres humanos. Los que están en Adán y los que están en Cristo: “Porque por cuanto la muerte entró por un hombre, también por un hombre la resurrección de los muertos. Porque así como en Adán todos mueren, también en Cristo todos serán vivificados” (1 Corintios 15:21–22). La pregunta es: ¿A cuál de esas dos familias pertenece usted?

Su identidad personal con una de esas familias determinará sus características y herencia.
Nuestras características físicas están determinadas por nuestra familia. Cuando inicié mis estudios en la universidad, mi compañera de cuarto era Josephine Eng de Hong Kong. Ella tenía el pelo negro y liso, ojos cafés, facciones planas y baja estatura. Yo tenía cabello rubio rizado, ojos verdes, tez blanca, facciones angulares y estatura alta. Por mucho que yo apreciara a Josephine, nunca llegaría a poseer sus características. En otras palabras, no podía tener las características de los Eng a menos que hubiera nacido dentro de esa familia. De la misma manera, cuando nacemos en la familia “de Adán”, heredamos las características de su línea familiar.

En el huerto de Edén, Adán decidió desobedecer a Dios. Por eso, él y todos sus descendientes se identifican con el pecado. Esa inclinación a la independencia de Dios es la naturaleza básica que todos hemos heredado. Salmos 51:5 dice: “He aquí, en maldad he sido formado, y en pecado me concibió mi madre”. En consecuencia, nuestra inclinación natural es al pecado, porque nacimos de la familia de Adán.

No obstante, Dios nos da la posibilidad de cambiar de familia, y también nos capacita para tener una nueva identidad… es decir, ¡una nueva naturaleza! Podemos ser adoptados en la familia de Cristo y convertirnos en “hijos de Dios”. Al hacerlo, perdemos nuestra identidad en Adán y recibimos una nueva identidad en Cristo. Llegamos a tener características distintas: “De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas” (2 Corintios 5:17). Nuestra antigua “naturaleza pecadora” se transforma en una nueva naturaleza divina.

Una consecuencia de esta nueva identidad es que obtenemos un nuevo valor, el cual se basa en los abundantes recursos que Dios ha depositado en nuestra cuenta personal. Una segunda consecuencia es que tenemos un nuevo destino en la eternidad en el cual viviremos para siempre seguros en la presencia de Dios.

Amado amigo, ¡el anhelo de Dios es que usted reciba todo lo que él le ofrece! La baja auto estima puede ser remplazada por el valor santo que posee cuando está en Cristo. Pero para que pueda tener las características de Cristo, primero debe cambiar de familia. ¿Ha realizado ese cambio en su vida? Si no es así, con la autoridad que le da la palabra de Dios puede convertirse en hijo de Dios. Juan 1:12 dice: “Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios”.

Si desea tener esa nueva relación con Dios a través de Jesucristo, haga la siguiente oración:
Señor: Acepto que muchas veces he tomado malas decisiones. Sé que he pecado y te pido que me perdones todos mis pecados. Ahora quiero ser tu hijo. Te pido que Jesucristo venga a mi vida para salvarme y para que sea mi Señor. Rindo completamente mi voluntad a la tuya. Y te agradezco cualquier cosa que quieras hacer en mi vida. Lo pido en el nombre de Jesús. Amén.
En completa humildad, puede dar gracias a Dios porque él ha deseado en lo profundo de su corazón traerlo a una nueva familia, a la de él.

¡Qué extraordinario! Cada hijo de Dios ¡tiene un nuevo valor, un nuevo destino, y una nueva identidad!


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