viernes, 7 de agosto de 2015

Amados de Dios, llamados a ser santos: Gracia y paz a vosotros, de Dios nuestro Padre y del Señor Jesucristo.

Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6



 
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CONSTRUCCIÓN DE SERMONES EXPOSITIVOS
ROMANOS 1:1–15

A.     INTRODUCCIÓN DE LA PROCLAMA (1:1–7)
1Pablo, siervo de Jesucristo, llamado a ser apóstol, apartado para el evangelio de Dios, 2que él había prometido antes por sus profetas en las santas Escrituras, 3acerca de su Hijo, nuestro Señor Jesucristo, que era del linaje de David según la carne, 4que fue declarado Hijo de Dios con poder, según el Espíritu de santidad, por la resurrección de entre los muertos, 5y por quien recibimos la gracia y el apostolado, para la obediencia a la fe en todas las naciones por amor de su nombre; 6entre las cuales estáis también vosotros, llamados a ser de Jesucristo; 7a todos los que estáis en Roma, amados de Dios, llamados a ser santos: Gracia y paz a vosotros, de Dios nuestro Padre y del Señor Jesucristo.
1.     Credenciales del heraldo (v. 1)
La carta a los Romanos comienza con un saludo lleno de inspiración comunicativa. Es el saludo de Pablo, que escribe como un cristiano decidido a servir a Cristo. Se presenta a sí mismo como siervo de Jesucristo, y como llamado en forma especial por Dios para la difusión de su proclama de buenas noticias para el hombre. Todos los cristianos compartimos, al menos en la expresión de deseos, la decisión de Pablo de servir a nuestro Salvador y Señor. 

Es una decisión que todos hemos expresado una o muchas veces, aunque por lo general con altibajos y superficialidad en lo referido a su cumplimiento. Pablo, en cambio, tomaba en serio sus decisiones de servicio y acá se presenta como un siervo de Jesucristo, un esclavo fiel y hasta las últimas consecuencias. 

Era obediente y sujeto a un Señor que podía disponer de su tiempo, de sus posesiones, de sus actos, y de su vida toda. Su vida no sólo en el sentido de ser vivida para Cristo, sino también en el de ser una vida en permanente actitud de renuncia propia, una vida expuesta y entregada a cada momento por la causa suprema que ocupaba su visión (Ro. 8:36). Pablo es:
a) Siervo, un esclavo servidor y servicial que nos escribe en ese carácter. Es un ejemplo típico del siervo o esclavo voluntario o por amor (Dt. 15:15–17). Cristo lo había hecho libre con una libertad tan gloriosa, que lo convirtió, por amor a El, de perseguidor de los cristianos en perseguido por los no cristianos.
Hay un doble significado para la palabra siervo, que tal vez no estuvo ausente del sentir de Pablo al utilizarla. Por un lado, siervo en el sentido de ser un esclavo, sujeto y obediente a los mandatos y órdenes, y aun a los deseos no expresados pero perceptibles del amo. Por el otro lado, siervo en el sentido de honor, como lo fueron aquellos recordados hombres del pasado, como Caleb (Nm. 14:24), Job (Job 1:8; 2:3), David (Sal. 116:16), Jacob (Is. 44:1; 44:21; 48:20; 49:3), Daniel (Dn. 6:20), Moisés (He. 3:5) y otros.1

b) Llamado a ser apóstol, un mensajero especial, con un llamado y con una misión concretos, un enviado de Dios. Escribe en cumplimiento de esa misión. La palabra “apóstol” define, en términos generales, a uno que es enviado. En el caso de Pablo, como también en el de los apóstoles de Cristo que compartieron su ministerio terrenal (Lc. 6:13), el término apóstol adquiere un carácter único y especial. Y aunque Pablo no fue uno de los doce, hace valer su apostolado, con ese carácter distintivo, por haberlo recibido así del Señor (1 Co. 9:1–2).

c) Apartado para el evangelio de Dios, separado, absorbido con una misión o trabajo específico y definido (Hch. 26:16–18): predicar el evangelio de Dios.
Aplicación: 
En esta presentación que Pablo hace en su carta, tenemos un hermoso modelo que puede ayudarnos a replantear nuestras decisiones de servicio, motivaciones y realidad práctica. ¿Asumimos nuestra condición de siervos del gran Rey? ¿Experimentamos que somos enviados? ¿Conocemos los términos de nuestra misión y estamos abocados a su fiel cumplimiento?
2.     Definición de la proclama (v. 1)
Pablo fue apartado para el evangelio de Dios, esto es, para:
a) la tarea de divulgación del evangelio, lo que incluye también
b) el contenido del mensaje.

No se trata de una doctrina nueva, nacida en la imaginación de los hombres. No es algo así como “una nueva era” de invención humana, en la cual pueden tener cabida y fusionarse los pensamientos mundanos con los religiosos, la verdad con el error, lo santo con lo vil. Y hoy lo vemos difundirse a través de mezclas sutiles de conceptos desfigurados como el amor, la ecología, la meditación trascendental, el cuidado del cuerpo, el bien hacer, y otros. 

Se trata, en cambio, de una doctrina directamente opuesta a cualquier mezcla de ese tipo; es nada menos que el evangelio de Dios, las buenas noticias de Dios, tan antiguas como la humanidad misma, y aun anteriores a ella. Son las buenas noticias del mensaje divino de salvación a la humanidad perdida.
3.     Cumplimiento profético (v. 2)
Notamos que tanto el esclavo servidor, como la empresa o propósito a llevar a cabo, están relacionados en forma estrecha con el cumplimiento de una promesa. Es la promesa que Dios había hecho en las Santas Escrituras, bajo el sello de su inspiración divina, por medio de los profetas que así lo anunciaron (ver en Ro. 10:16 la cita de Is. 53:1: “¿Quién ha creído a nuestro anuncio?”). 

Había llegado el tiempo en que lo que Dios había prometido en las Sagradas Escrituras del Antiguo Testamento, se había convertido, en la persona de Jesucristo, en una realidad viviente y amplificada.

Es, en síntesis, la más pura doctrina evangélica, que adquiere por la revelación de Dios una forma inalterable, y que, por venir en forma directa de Dios, es eterna, segura y confiable.
a) Es la revelación personal de Dios en Cristo por medio de la encarnación (Hch.                      13:18).
b) Es la revelación escrita compuesta de 66 libros, en dos tomos, Antiguo y Nuevo                    Testamento, inspirada en los idiomas originales, e inerrante (2 Ti. 3:15–16).
c) Es la revelación por la iluminación que el Espíritu Santo hace hoy para nosotros                    de esa palabra encarnada y escrita (Jn. 14:26; 15:26; 16:7, 13).
4.     La Persona señalada (vv. 3–4)
Este prometido “evangelio proclama” que Pablo nos presenta, es de Dios y es nuestro. Es acerca de su Hijo, del cual aclara que es también nuestro Señor Jesucristo, el Dios Hombre a quien debemos adorar. Es suyo (de Dios) y al mismo tiempo nuestro (mío). Esto indica una posesión común. Esto es comunión verdadera con el Padre y con su Hijo Jesucristo (1 Jn. 1:3). Nacido de mujer (Gá. 4:4), descendiente del rey David en lo que respecta a su naturaleza humana. 

Declarado Hijo de Dios con poder, en lo que se refiere a su naturaleza divina. Cuando leemos “por quien recibimos la gracia y el apostolado …” (v. 5), surge de inmediato la pregunta: ¿quién es ese por quien? Acaba de mencionar a Dios, sin duda en referencia a Dios el Padre; ha nombrado a Dios el Hijo, nuestro Señor Jesucristo, y termina refiriéndose al Espíritu de santidad. En este contexto, la mención que hace del Espíritu de santidad, no podemos sino tomarla como una referencia específica al Espíritu Santo.2 No podemos equivocarnos si atribuimos el “quien” del v. 5 en forma indistinta a cualquiera de las tres personas, que equivale a decir, al trino Dios. “Dios en tres personas, bendita trinidad”.

Jesucristo es, entonces, la Persona. Ante El, Pablo se considera a la vez como un honrado siervo y como un sumiso esclavo. En este caso, uno que declina ejercer sus propios derechos con el fin de servir a los intereses de Cristo, y servir a la causa del glorioso anuncio de las buenas noticias para el hombre.

Pablo, aun antes de haber nacido (Gá. 1:15), había sido separado para esa misión única y empresa grandiosa: la proclama de las buenas noticias de Dios al hombre que cree, y de la advertencia de Dios al hombre que no cree.
Aplicación: 
No se trata, entonces, de un mero predicar sermones, sino de lanzarse a la empresa de la extensión evangelizadora, cuya meta es anunciar, proclamar a toda criatura el contenido doctrinal del evangelio, que produce en los que lo aceptan, la alegría y regocijo de saberse perdonados y en comunión con el Dios eterno.
5.     Resumen de la enseñanza sobre Jesús (vv. 3–4)
a) Su Hijo;
b) nuestro Señor Jesucristo;
c) del linaje, de la descendencia del rey David. Tiene, como hombre, una ascendencia               real (de rey).
d) Declarado Hijo de Dios con poder. Con el poder de un nacimiento sobrenatural,                     virginal, no teniendo un padre humano. Ningún hombre pudo señalarlo y decir: es mi            hijo, yo lo engendré. Pero eso es lo que justamente expresó el Padre desde los cielos:          “Este es mi hijo amado” (Mt. 3:17; 2 P. 1:17). Además, fue declarado Hijo de Dios con          el poder de la resurrección de los muertos. Tenemos así su entrada al mundo como              Hombre perfecto, y su salida del mundo como Salvador perfecto una vez                          consumada su obra. “Mi hijo eres tú, yo te he engendrado hoy” (cita en He. 1:5 del                Sal. 2:7, aplicado en Hch. 13:33 a la resurrección de Cristo).

Con la misma fuerza con que se afirma que Jesús es el Hijo de Dios, se establece que es nuestro Señor Jesucristo.

La declaración de Jesús como Hijo de Dios es una declaración doctrinal basada en los hechos objetivos de la encarnación, por un lado, y de la resurrección de entre los muertos, por el otro. Entre el nacimiento virginal y la tumba vacía, encontramos la muerte en la cruz.

Podría argumentarse que si Cristo murió, tuvo que haber sido porque de alguna manera experimentó el pecado, que es el que trae como consecuencia la muerte (Ro. 6:23). Pero sabemos con toda claridad que Cristo no conoció el pecado por experiencia propia. Fue concebido por María siendo engendrado por el Espíritu Santo, como “el Santo Ser …” (Lc. 1:35). Sabemos también que “no conoció pecado” (2 Co. 5:21), no tuvo experiencia personal de lo que significa pecar, “no hizo pecado, ni se halló engaño en su boca” (1 P. 2:22). “Por nosotros [Dios] lo hizo pecado” (2 Co. 5:21), “habiendo él llevado el pecado de muchos” (Is. 53:12), no el propio. “Jehová cargó en él el pecado de todos nosotros” (Is. 53:6). 

Entonces vemos que El se identificó con el pecado porque se identificó con la situación que tenía el pecador culpable ante la justicia de Dios. El pecado fue juzgado en El y castigado, pero siendo El “santo, inocente, sin mancha, apartado de los pecadores” (He. 7:26). El pecado castigado en El fue deshecho, desvanecido en forma literal, como una nube que es atravesada por el sol potente (Is. 44:22). Así, el Hijo de Dios emergió de la muerte, se levantó de la tumba en resurrección, según el Espíritu de santidad, que no permitió que el Santo fuera afectado por la corrupción de la muerte (Sal. 16:10) debido, justamente, a que era el Hijo de Dios, impecablemente santo y perfecto.
6.     La obediencia reclamada (v. 5)
Pablo se refiere otra vez al tema de su apostolado, mencionado ya en el v. 1. El Señor Jesucristo dio a Pablo la gracia, el don y el favor, junto con la importante comisión de ser un apóstol, un mensajero especial, para que al ser predicado el evangelio en todas las naciones, gente de todas las naciones crea y obedezca, adhiriendo a la fe en Cristo. (Hch. 6:7; Ro. 6:16–17; 10:16; 15:18; 16:19, 26; 2 Co. 10:5, 6; 2 Ts. 1:8; 1 P. 1:22; He. 5:9; ver también He. 11:8 B de J.) Pablo consideraba su apostolado como un don especial de la gracia de Dios (1 Co. 3:10; 15:10; Gá. 2:9).
7.     Las personas incluidas (v. 6)
Al mismo tiempo que la inclusión general de personas de todas las naciones, se destaca la inclusión personal: los de Roma, nosotros, yo. “Me incluye, sí, me incluye a mí”. Nuestra proclamación tiene el compromiso del Señor Jesucristo mismo de que va a producir frutos. Esto es por amor de su nombre. El mismo ha garantizado los resultados. Entre esos resultados estamos también nosotros, llamados a ser, o los que ya somos, o pertenecemos a Jesucristo. Como lo expresa el Dr. Motyer: “La grande gloria de la ética cristiana es que somos llamados a llegar a ser lo que ya somos”.3
8.     La comunicación establecida (v. 7)
La progresión continúa: un siervo-apóstol (Pablo); una proclama (el evangelio); un cumplimiento profético; una Persona señalada (Dios-Hombre, Jesucristo); la enseñanza sobre Jesús; la obediencia reclamada; las personas incluidas; y ahora la comunicación establecida: a todos los que estáis en Roma o en América Latina, o en cualquier lugar del mundo, con tal que sepan que son amados de Dios, llamados a ser santos. 

Ahora Pablo, el comunicador humano de la proclama, concluye estos grandes pensamientos iniciados en el v. 1 y entrega su saludo como cierre de la presentación de su carta. “Gracia y paz de Dios nuestro Padre y del Señor Jesucristo.” Es el saludo formal de Pablo en todas sus epístolas. Es una combinación del concepto cristiano de gracia con el concepto judío de paz.
B.     LA VISITA DESEADA POR PABLO, EL HERALDO (1:8–15)
8Primeramente doy gracias a mi Dios mediante Jesucristo con respecto a todos vosotros, de que vuestra fe se divulga por todo el mundo. 9Porque testigo me es Dios, a quien sirvo en mi espíritu en el evangelio de su Hijo, de que sin cesar hago mención de vosotros siempre en mis oraciones, 10rogando que de alguna manera tenga al fin, por la voluntad de Dios, un próspero viaje para ir a vosotros. 11Porque deseo veros, para comunicaros algún don espiritual, a fin de que seáis confirmados; 12esto es, para ser mutuamente confortados por la fe que nos es común a vosotros y a mí. 13Pero no quiero, hermanos, que ignoréis que muchas veces me he propuesto ir a vosotros (pero hasta ahora he sido estorbado), para tener también entre vosotros algún fruto, como entre los demás gentiles. 14A griegos y a no griegos, a sabios y a no sabios soy deudor. 15Así que, en cuanto a mí, pronto estoy a anunciaros el evangelio también a vosotros que estáis en Roma.
1.     Reconocimiento a Dios y a los creyentes en Roma (vv. 8, 9)
Pablo se encuentra lejos en cuanto a distancia, tiempo, circunstancias y experiencia de las personas a las que escribe su carta. Tiene en todo sentido un largo camino que recorrer, pero antes que todo eso está para él la preparación de ese camino por medio de la oración a Dios.

Pablo no puede comenzar su mensaje escrito, que es revelación del mismo Dios del cielo, sin poner sus distintivos toques personales. En este caso, hace en primer lugar un llamado de atención, un “antes que nada”. Nos da una enseñanza sobre la importancia de las prioridades correctamente establecidas y ordenadas. Primeramente (“antes de entregar mi mensaje”), pone en práctica su propia exhortación “sed agradecidos” (Col. 3:15). 

Expresa su gratitud a Dios en razón de aquellos a los que dirige su carta. Si fuera por él, hubiera sacado de en medio a su amanuense Tercio y el papel (papiro en aquel tiempo) en que la pluma iba registrando los pensamientos que Dios le inspiraba, y hubiera entregado verbalmente su mensaje. Muchas veces se había propuesto hacer el viaje que lo separaba de Roma, pero hasta ese momento—lo cual indica que mantenía vivo su anhelo y propóesito—había sido estorbado (v. 13).

Tal vez por las circunstancias de su tan ocupada vida y servicio (“el cuidado de todas las iglesias”), o por no contar con los recursos necesarios, o los obstáculos puestos en su camino por el enemigo; o aun por el mismo Espíritu de Dios, que en otras ocasiones había marcado para él un camino diferente al humanamente deseado o predecible (Hch. 16:7). Su intento de estar con los hermanos de Roma no era algo puesto a un lado o desechado. El “hasta ahora” dejaba la puerta abierta a su posibilidad de concreción.
Aplicación: 
¡Cuántos “hasta ahora” tenemos en nuestras propias vidas de servicio! ¡Y cuántas esperanzas de que viejos anhelos puedan todavía ser realizados! ¡Y qué buen ejemplo nos da Pablo en su larga y paciente espera en Dios!
2.     Oración del apóstol (vv. 9, 10)
Al comenzar el v. 8 es como si Pablo dijera: “Ahora vamos a tener un momento de oración”. Nuestros corazones se solemnizan en la misma presencia de Dios, mientras que el corazón de Pablo queda al descubierto. Da gracias a Dios, y esto mediante Jesucristo, por los de Roma, por todos ellos (v. 8). Da gracias por el hecho de que la fe que han depositado en Cristo se divulga por todo el mundo. La calidad de la fe que tienen en Cristo hace de ella una fuerza expansiva.
Aplicación: Mi padre solía decir que el evangelio es como el sarampión, pues empieza por uno y se contagia a toda la familia. ¡Cuánto necesitamos en las iglesias esa clase de fe viva, contagiosa y expansiva!
Pero además de dar gracias por el resultado incontenible que produce la fe de ellos, la oración de Pablo llega a ser tan personal, que siempre hace mención de ellos en sus oraciones.

Y esto es tan real que, por si a alguno le parece que ha exagerado dando como un hecho lo que sólo pudiera ser una expresión de deseos, pone a Dios mismo por testigo así como en una corte de justicia se cita a testigos para que quede probada la veracidad de las afirmaciones. Pablo pone como testigo al mismo Dios al que está sirviendo en su espíritu en la difusión del evangelio de su Hijo (v. 9).
Aplicación: ¿Oramos nosotros así? ¿Podemos también citar a Dios como testigo de nuestras oraciones?
3.     Deseo de un viaje próspero (vv. 10, 13)
Su oración por ellos concuerda en forma exacta con su anhelo de verlos. Cumple además, con los requisitos de la oración que el Señor ha prometido contestar: que “por la voluntad de Dios”, no por la suya propia, tenga al fin, como para colmar todos sus anhelos por ellos, un próspero viaje a Roma (v. 10) para permanecer allá un tiempo con ellos (15:22, 29).
4.     Propósito de la visita (vv. 11–13)
Pablo ya sabía el porqué y el para qué de ese viaje que culminaría con la victoria sobre todos los estorbos que había tenido antes. Sin embargo, también se agregarían los nuevos y múltiples problemas del viaje que, por último, lo llevó a Roma como prisionero, a través de una tormenta dramática en el mar, un naufragio, una serpiente en la isla de Malta (Hch. 27 y 28), y de las cadenas que por fin lo retuvieron preso a él pero no a la Palabra de Dios. ¿Próspero viaje? nos preguntamos. 

Y Pablo mismo contesta la pregunta: “las cosas que me han sucedido, han redundado más bien para el progreso del evangelio” (Fil. 1:12).
¡Qué lección, que nunca terminamos de aprender nosotros, de mirar todas las circunstancias desde la perspectiva de Dios!

El porqué (v. 11) de su ruego para ir a Roma, tenía una sencilla pero válida motivación: ver cumplido su deseo de verlos, de ver a sus hermanos de Roma. Siendo que Dios “produce así el querer (deseo) como el hacer (cumplimiento del deseo) por su buena voluntad (Fil. 2:13), Pablo sabe que su querer, su deseo, proviene de la voluntad del Soberano que dispondrá de los medios y las circunstancias para que se efectivice en el tiempo adecuado.

El para qué está relacionado con el porqué y con el deseo mismo: “Comunicarles algún don espiritual” (ver 12:6–8), lo que constituye el medio para lograr el propósito: que ellos sean confirmados. Al hacerlo así, Pablo será un transmisor de la bendición que resulta de la proclamación de la preciosa fe, pero al mismo tiempo se convertirá en un receptor de bendición. Espera confortarlos a ellos, y espera ser confortado por ellos. 

Les dará a conocer cómo es la confianza que tiene en Cristo, y conocerá de la confianza que ellos tienen en Cristo. Comprobará así que se trata de una misma fe, de una fe común a ambas partes (v. 12). Compartirá la fe que les es común a los romanos y a él. Con razón dice la Escritura: “Hermosos son los pies de los que anuncian la paz” (10:15). La proclamación es una avenida de bendición de doble vía: hacia el que recibe el mensaje, y hacia el que lo da.

Por último, en el v. 13 que ya hemos comentado en parte, Pablo agrega otro para qué de su anhelado viaje hasta ahora intentado pero estorbado, que puede ser el resumen de lo que ya ha anticipado en el mismo sentido: “para tener entre vosotros [los de Roma] algún fruto, como entre los demás gentiles”. El fruto mencionado debemos entenderlo como bendiciones espirituales (fruto: Jn. 15:18; Ro. 6:21–22; Gá. 5:22; Fil. 1:11; 4:17), y también como la conversión de muchos. Así fue hasta ahora entre los demás gentiles, y así ha de ser entre los de Roma por la garantía de resultados asegurados, que ya fue mencionada en el v. 5.

Aparece así la iglesia de Roma, identificada como una iglesia gentil, aunque no le habrán faltado componentes judíos. Pero más que a una iglesia de gentiles, Pablo sabe que en última instancia su viaje a Roma le llevará a una ciudad y a un imperio eminentemente gentiles, donde él tendrá ocasión de ver funcionar a pleno su misión a todas las naciones no judías (Hch. 26:17).
Aplicación: 
Pablo sabe que a medida que el propio pueblo judío cierra su puerta y su corazón a su Mesías Jesús, esa puerta se abre de par en par para que entren los gentiles hasta una situación que es llamada en la profecía bíblica “la plenitud de los gentiles”. 
¡Qué cerca nos parece encontrarnos de esa consumación feliz que traerá a Jesucristo de los cielos para arrebatar su amada iglesia! Si Juan, el vidente, pudo decir hace cerca de 2.000 años: “¡Ven, Señor Jesús, ven pronto!”, ¡cuánto más cerca está ahora nuestra total redención que cuando creyeron (13:11) aquellos que estaban al comienzo de la formación de la iglesia!
5.     Deuda de Pablo y decisión de pagarla (vv. 14, 15)
Como para que ningún lector de su carta a Roma lo tome a mal o lo interprete mal cuando llegue a estar entre ellos, Pablo se declara “deudor a griegos y a no griegos, a sabios y a no sabios” (v. 14). Es decir que proclamará un evangelio que no hace acepción de personas (3:22, 23; Hch. 10:34).

En cuanto a mí, dice Pablo, lo siento como una deuda que no puedo dejar de pagar. Es una obligación que no puedo dejar de cumplir. Estoy pronto, decidido a predicarles el evangelio a los que están en Roma, el corazón mismo del más grande imperio, y a la vez el centro de mayor divulgación posible de la fe, como ya estaba sucediendo (v. 8). 

Como entonces, así seguiría ocurriendo, no sólo por ser una fe y comunión expansivas, sino también porque Dios y Pablo como su siervo no dejaron de lado las consideraciones estratégicas, como aquello de que “todos los caminos conducen a Roma” y por consecuencia inversa “todos los caminos salen de Roma”. Porter el evangelio en el corazón del imperio era sin duda ponerlo en su torrente sanguíneo, en todo su interior, y también en su periferia y aun más allá de ella.
Aplicación: 
¿Tenemos en cuenta en nuestra proclamación los aspectos estratégicos de nuestro lugar y de nuestro tiempo? ¿Percibimos en el entorno de nuestro lugar de reunión las posibilidades de servicio a la comunidad que nos permitirán ayudar a satisfacer necesidades generales primero, y las profundas y más importantes necesidades espirituales de inmediato?
La deuda que reconoce Pablo es, como la nuestra, una deuda transcultural (griegos y no griegos), que comprende la patria chica de cada uno, su país, y la patria grande representada en el continente, y aun extensiva al mundo entero. Es también deuda con los sabios y los no instruidos, los alfabetizados y los analfabetos. Hubo épocas en que el evangelio casi se circunscribió a los círculos privilegiados del conocimiento. Hoy casi se circumscribe a los círculos cerrados, que constituyen a veces verdaderos ghettos, y a la vez puja por extenderse a los ambientes populares con expresiones masivas. Observando el todo, quedan inmensos bolsones de gente religiosa sin vida en Cristo, o de gente indiferente, o de los que se están volcando en forma masiva a sectas de todo tipo y color.

Si es correcta la estadística oficial de que en la Argentina hay un 25% de analfabetos funcionales4 (incluyendo personas que no han concluido la instrucción primaria y que sólo pueden leer y entender títulos de los periódicos, pero no una columna densa, y mucho menos un pasaje bíblico), nos damos cuenta de que la deuda de los cristianos en nuestro gran continente es una deuda de proporciones gigantescas. 

Ya no basta el pensamiento de distribuir porciones escritas de la Biblia. Habrá que pensar, como las Sociedades Bíblicas están actualmente afrontando el desafío en distintos continentes, en proveer la Biblia hablada (grabada en CDs), como un medio de dar oportunidades eficaces de oír el mensaje del evangelio. Después de todo, es algo así como volver al principio, en que la comunicación escrita era privilegio de muy pocos, con la ventaja de que en la actualidad disponemos de los medios de grabación y reproducción de la palabra.

Hay una fuerte deuda también hacia los sectores intelectuales de la sociedad moderna, altamente secularizados en cuanto a la religiosidad. Estos tienden a absorber doctrinal lindantes o directamente imbuidas con conceptos orientalistas como la meditación trascendental, o universalistas como la Nueva Era, y mezcladas como muchas otras, con abierto ateísmo y aun satanismo. En definitiva, las mismas corrientes que penetran las capas inferiores de la sociedad, aunque con expresiones y efectos diferentes.

Aparte de cuáles sean los resultados que se alcancen, la misión de la iglesia debe tener en vista el cumplimiento de una deuda, de una obligación que abarque a todos los hombres desde sus perspectivas particulares.

Pablo ha recorrido en los vv. 1–15 toda la distancia que podía haber entre él y los creyentes de Roma. Comenzó identificándose él mismo (v. 1), y termina con el identificatorio “vosotros que estáis en Roma” (v. 15). 

Y de él hacia ellos, ha tendido un puente de comunicación matizado con:

a) lo que quiere que ellos sepan de él (vv. 1; 8–15);
b) lo que él sabe de Dios, de Jesucristo, del Espíritu Santo y del evangelio (vv. 1–5);
c) lo que sabe de ellos y desea para ellos (vv. 6–15).

Con semejante presentación y saludo (vv. 1–7) e introducción (vv. 8–15), ha dejado allanado el camino no sólo para llegar en un futuro a Roma, sino para llegar de inmediato desde su corazón al corazón de los romanos, y también al nuestro.
Aplicación: 
Los que predicamos y enseñamos la Palabra de Dios debemos tomar en cuenta este modelo de comunicación para que nuestra proclamación como iglesia de Cristo sea lo que debe ser en cuanto a estrategia, métodos y contenido. 
Que dejen de abundar en el púlpito cristiano evangélico los “sonidos inciertos” (1 Co. 14:8) y se afirme como propia la convicción de Pablo: 
“en cuanto a mí, pronto estoy a anunciaros el evangelio …” (v. 15). 
Y al decir evangelio, no nos referimos al así “llamado” evangelio, sino al evangelio que Pablo presenta como tal en toda la extensión de su carta a los Romanos y que es motivo de análisis en este Comentario.
BOSQUEJO EXPOSITIVO - ROMANOS  1:1–15
La proclama de Dios para salvar a todo aquel que cree
A.     Introducción de la proclama (1:1–7)
1.     Credenciales del heraldo (1)
a)     un siervo, un esclavo servidor y servicial
b)     llamado a ser apóstol, enviado con un llamado y misión concreta.
c)     apartado para el evangelio de Dios
2.     Definición de la proclama (1)
El evangelio de Dios, las buenas noticias de Dios
3.     Cumplimiento profético (2)
4.     La Persona señalada (3–4)
5.     Resumen de la enseñanza sobre Jesús (3–4)
a)     Su Hijo;
b)     Nuestro Señor Jesucristo;
c)     Del linaje, de la descendencia del rey David.
d)     Declarado Hijo de Dios con poder.
6.     La obediencia reclamada (5)
7.     Las personas incluidas (6)
8.     La comunicación establecida (7)
B.     La visita deseada por Pablo, el heraldo (1:8–15)
1.     Reconocimiento a Dios y a los creyentes en Roma (8–9)
2.     Oración del apóstol (9–10)
3.     Deseo de un viaje próspero (10, 13)
4.     Propósito de la visita (11–12)
5.     Deuda de Pablo y decisión de pagarla (14–15)
1   Ver también Mt. 8:9; 20:27; 24:45; Ro. 6:16, 17.
2   Interpretar, como hacen algunos, que Espíritu de santidad se refiere al espíritu humano       de Jesús, es      dejar de ver la expresa mención de las tres personas de la Trinidad             divina que aparece no sólo acá,      sino también en otras partes de la epístola. Por otra       parte, mencionemos la siguiente traducción del      versículo: “… fue constituido Hijo de         Dios con plenos poderes, como Espíritu santificador” (VP).
3    J. Alec Motyer, El mensaje de Filipenses, págs. 56 y 32. Ed. Hebrón, Portavoz.
4    En el resto de América latina ese porcentaje a menudo es mucho más alto.
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No os toca a vosotros saber los tiempos o las sazones, que el Padre puso en su sola potestad; pero recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y me seréis testigos...hasta lo último de la tierra

Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6



 
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El Señor Jesucristo establece las enseñanzas para la Iglesia
HECHOS 1:1–8

1 En el primer tratado, oh Teófilo, hablé acerca de todas las cosas que Jesús comenzó a        hacer y a enseñar, 
2 hasta el día en que fue recibido arriba, después de haber dado mandamientos por el            Espíritu Santo a los apóstoles que había escogido; 
3 a quienes también, después de haber padecido, se presentó vivo con muchas pruebas        indubitables, apareciéndoseles durante cuarenta días y hablándoles acerca del reino de      Dios. 
4 Y estando juntos, les mandó que no se fueran de Jerusalén, sino que esperasen la              promesa del Padre, la cual, les dijo, oísteis de mí. 
5 Porque Juan ciertamente bautizó con agua, más vosotros seréis bautizados con el                Espíritu Santo dentro de no muchos días. 
6 Entonces los que se habían reunido le preguntaron, diciendo: Señor, ¿restaurarás el reino    a Israel en este tiempo? 
7 Y les dijo: No os toca a vosotros saber los tiempos o las sazones, que el Padre puso en        su sola potestad; 
8 pero recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y me seréis        testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y hasta lo último de la tierra.




Al leer cuidadosamente lo que Lucas quiere explicar a Teófilo nos encontramos de inmediato con las dos etapas del ministerio de Cristo. En el primer tratado habló acerca de lo que Jesús comenzó a hacer y a enseñar. Ahora, le seguirá mostrando lo que realizó como Cristo ascendido y glorificado. Miremos el cuadro que sigue.


El cuadro señala la continuidad del ministerio del Señor Jesucristo tal como lo muestran los dos libros, dándole a la ascensión una posición trascendente. 

A. En el Evangelio está el principio y fin de su trabajo en Palestina. 
B. En Hechos describe el comienzo y desarrollo de la obra mundial.

Desde el siglo II, y a causa de esto, el título tradicional del libro ha sido “Hechos de los apóstoles”, y en algunos casos “Los hechos de los apóstoles”. Sin embargo, preferimos decirle simplemente “Hechos”, como parece que fue la tendencia en algunos manuscritos antiguos. Debido a la relación que tiene con el Espíritu Santo, tal como lo señalamos en el cuadro, muchos otros preferirían denominarlo “Los hechos del Espíritu Santo”. La base para esto último radica en las muchas maneras en que el Espíritu opera a lo largo de todo el escrito que abarca aproximadamente unos treinta años de historia.

Si somos equilibrados en nuestro juicio veremos que todas estas alternativas son ciertas. Si nos detenemos a ver: 

A. los trabajos de Pedro y Juan (cap. 1–8), 
B. las giras de Pedro (cap. 10–12), Santiago—o Jacobo—en Jerusalén (cap. 15) y 
C. las extensas actividades de Pablo (cap. 9, 13–28), 

Probablemente optemos por “Los hechos de los apóstoles”; pero si pensamos en los muchos otros que sin serlo (en el sentido de los doce o Pablo) fueron y vinieron llevando el evangelio, nos quedaremos sorprendidos. De modo que en un sentido sustancial es el Espíritu Santo quien opera, pero en otro, lo hace por medio de testigos y enviados que obedecen aun a riesgo de sus vidas.

Es por esta razón, reiteramos, que hemos preferido referirnos a este libro simplemente con el nombre de Hechos.

Los primeros dos versículos tratan de explicar los hechos del Señor Jesús “por medio del Espíritu Santo”, y muestran la vitalidad del evangelio a diferencia de lo que enseña cualquier religión. Para dichas creencias, los hechos de sus iniciadores son pasados. Todas las prácticas se relacionan con los años en que ellos vivieron.

En nuestro caso, tal como Lucas lo desea expresar, la vida del Señor fue solamente un comienzo. La preposición “hasta” con que comienza el v. 2 abre un capítulo inmenso para la historia del cristianismo que el mismo Lucas no pudo ver, ni aun millones y millones después de él.

Lo que se inició con la resurrección del Señor Jesús y su ascensión, sobrepasó la vida de todos los historiadores, porque constantemente el Espíritu ha revitalizado el ministerio de los hombres que levanta. Las lecciones que aprendemos del Jesús histórico se ensanchan con las del Jesús “kerygmático” (el Cristo proclamado), y se convierten en la fuerza transformadora del evangelio.


A. Los mandamientos


El texto dice que fue recibido arriba, después de haber dado mandamientos por el Espíritu Santo. Es decir que los apóstoles recibieron instrucciones muy expresas sobre el futuro que comenzarían a vivir. Al leer nuevamente sobre la relación entre Jesús y ellos, nos damos cuenta de la importancia de ser apóstol.

  a.      Los apóstoles habían sido escogidos por Él

Al relatar la elección de los doce, Lucas dice que Jesús había pasado “la noche” orando a Dios. A la mañana “llamó a sus discípulos [seguidores], y escogió a doce de ellos, a los cuales también llamó apóstoles” (Lc. 6:12–13). La multitud estaba animada por tener un profeta hacedor de milagros, pero él tenía los ojos puestos en ese puñado de hombres a quienes enviaría a discipular las naciones.

Necesitaba sacarlos y prepararlos para que miraran a las gentes y aprendieran a identificarse con sus necesidades. Lucas dice que después de nominados, Jesús descendió con ellos del monte y “se detuvo en un lugar llano, en compañía de sus discípulos y de una gran multitud de gente”. 

Al escribir Hechos, Lucas utiliza por segunda vez el verbo eklego̅ (separar, seleccionar, elegir) cuando los hermanos eligen a dos personas para ocupar el espacio dejado por Judas. 

Oraron diciendo: “Tú, Señor, que conoces los corazones de todos, muestra cuál de estos dos has escogido” (1:24). La tercera vez que utiliza esta palabra es en el incidente de la conversión de Saulo y la resistencia de Ananías a asistirlo. El Señor le dijo a Ananías: “Ve, porque instrumento escogido me es éste, para llevar mi nombre” (9:15) (comp. 22:14–15).

De modo singular, Lucas describe una característica básica del propósito del Señor, que sus apóstoles fueran todos llamados al ministerio por él o por su expreso deseo, evitando interferencia extraña en el mensaje.

  b.      Los doce habían recibido una revelación especial

Marcos dice que el Señor “llamó a sí a los que él quiso; y vinieron a él. Y estableció a doce para que estuviesen con él, y para enviarlos a predicar” (Mr. 3:13). La doble intención que señala el escritor fue que tuvieran un mensaje basado en una relación con Jesús y no simplemente con datos pasajeros o una información tradicional.

Desde un comienzo Jesús quiso preparar testigos y no solamente comunicadores. Lucas dice que su escrito es para documentar cosas que eran “ciertísimas” entre ellos. Los predicadores del evangelio son embajadores y no sólo informantes. Los discípulos no componían la masa de seguidores desvinculados de la realidad, sino que eran un grupo selecto a quienes él les daría la oportunidad de conocerlo íntimamente para que posteriormente fueran sus testigos.

Los doce eran el fundamento de la nueva comunidad. Sabían cosas del Señor que nadie había oído (Mt. 13:11) y conocían secretos sobre su muerte y resurrección que nadie sabía. El candidato a ocupar el lugar de Judas debía saber tanto como lo que el traidor sabía, es decir, haber estado con Jesús “comenzando desde el bautismo de Juan hasta el día en que de entre nosotros fue recibido arriba” (1:22).

Era necesario que todos por igual tuvieran evidencias de que la persona resucitada era la misma que habían visto crucificar. Tanto los evangelistas (Ej. Pablo—1 Co. 15:2–7) como los demás tenían que conocer el poder de la resurrección. Tenían que saber con claridad que había tenido entrevistas con varias personas y tanto su amor como su ética era la del Jesús que los había llamado.

Ya vemos cuán importante era que tuvieran más que una simple información sobre lo sucedido. Es la presencia de Cristo lo que destruye las dudas y pone las cosas en su lugar. Durante sus apariciones (en distintas circunstancias y a diferentes personas) por cuarenta días, les fue dando muestras de su poder y comunicando nuevas dimensiones de sus propósitos.

Lucas dice que les habló acerca del “reino de Dios”. Como este asunto ya lo había abordado durante los tres años anteriores, es justo pensar que ahora con “las pruebas indubitables” en sus manos podía enseñarles algo más sobre el tema, especialmente en lo relacionado con la predicación del evangelio (8:12; 28:23, 31).

Lo trascendente de todo lo que oyeron de él es que pudieron aprender y aplicar algunas lecciones que no habían entendido antes. Lucas mismo dice que cuando les predijo su muerte y de su resurrección “ellos nada comprendieron de estas cosas” (Lc. 18:34). Pero también dice que el día que resucitó les abrió el entendimiento a los dos que iban a Emaús “para que comprendiesen las Escrituras” (Lc. 24:45). Posiblemente ésta sea la prueba más indubitable para los once (Jn. 2:22; 12:16), porque pudieron asociar lo que les repetía ahora con algunas enseñanzas que habían olvidado.

  c.      Les dio un mandato distinto (v. 4)

Antes de morir les había dicho: “que os améis unos a otros” (Jn. 13:34; 15:12). Ahora los mandamientos o instrucciones se extienden a otros campos. El v. 4 dice que “estando juntos” (posiblemente en una de las habituales comidas) les mandó que no se ausentaran de Jerusalén, es decir que no pusieran en actividad su propio programa de extensión del reino de Dios, sino el que estaba establecido (comp. Lc. 24:17).

La primera fase del programa era esperar el cumplimiento de la promesa. Ésta era la venida del Espíritu Santo (Lc. 24:49), del cual muchas cosas les había explicado la noche en que fue entregado (Jn. 14:26; 15:26; 16:7–13). Como es el Espíritu de verdad, necesitaban ser guiados por él para caminar el camino de la verdad.

Para ellos esperar era quedarse “dando vueltas” por Jerusalén. Este verbo (en gr. perimeno̅) que se utiliza aquí por única vez, les daba a entender el valor que tenía para el Señor la observación de las circunstancias, mucho más que simplemente “dar vueltas”. El Señor los invita a mirar alrededor, observar los detalles y ver la manera de actuar de Dios. Todo lo que se mueve a nuestro alrededor es una demostración de que Dios está en actividad.


B. La promesa (vv. 4–5)       


La “promesa del Padre” tenía siglos de vida (Is. 32:15; Jl. 2:28). Los grandes profetas creían que algún día Dios visitaría a su pueblo. Los que vivieron en el exilio (como Ezequiel por ejemplo) esperaban que Dios les mostrase cuándo ocurrirían los grandes cambios en los corazones de la nación (comp. Ez. 36:27) porque observaban que el pueblo no entendía la voz del Señor (Zac. 12:10). El Señor Jesús les había anticipado que el cumplimiento de la promesa estaba cerca (Lc. 24:49). Él mismo sería el medio para que se cumpliese: “He aquí, yo enviaré la promesa de mi Padre sobre vosotros …” El “derramamiento” de Joel 2:28 es como un “vestido” en los labios del Señor Jesús. La promesa los investiría con poder (Ro. 13:14. Comp. 1 P. 3:3–4) y los uniría en un grupo.

Lucas volvió a repetir lo que ya había escrito en su primer tratado con el fin de enfatizar los puntos básicos. Dos temas sobresalientes ocuparon la atención de los cuarenta días: el reino de Dios y el cumplimiento de la promesa. No tenemos ningún síntoma de cómo relacionó a los dos, pero en el curso de nuestro estudio observaremos que el poder del Espíritu actuando de varias maneras era fundamental para la extensión del reino. Por esta razón sigue explicando “la promesa”.

Lo que en principio parecía ser un vestido es ahora similar a un bautismo. Juan había confirmado que su mensaje no admitía personas neutrales. Los que lo aceptaban tenían que bautizarse en señal de arrepentimiento y confesión. Los que no lo hacían, aunque demostraron estar de acuerdo, de hecho no aplicaban lo que oían. El bautismo de Juan dividió a su audiencia en dos: los que aceptaban y los que rechazaban.

Con el cumplimiento de la “promesa”, y el recibimiento del “don”, también tendría lugar el “bautismo en el Espíritu Santo”. Los que sabían cómo había sido con Juan, no podían evitar reconocer el “antes y el después” del bautismo en el Espíritu Santo que ocurriría “dentro de no muchos días” (1:5). Era el momento en que serían vestidos “con poder de lo alto”.

“Los que se habían reunido” (v. 6) interrumpieron la enseñanza con la misma duda que los había acompañado durante todo el tiempo que estuvieron con él. Lucas inicia el nuevo párrafo con una modalidad que utiliza a lo largo de todo su escrito. Nuestra versión la traduce como “entonces”, “así que” o “pero los que”, etc. (1:8; 2:41; 5:41; 8:4, 25; 9:31; 11:19; 12:5; 13:4; 15:3, 30; 16:5; etc.)

La duda era profunda y no se había disipado con las explicaciones que les había dado. Ellos querían saber si lo que habían oído era el mecanismo para la restitución del reino a Israel. De modo que la pregunta podría formularse así: La restitución del reino a Israel ¿viene juntamente con el Espíritu Santo o es un hecho aislado?

El término “restituir” significa volver a poner en su lugar (He. 13:19). De modo que lo que querían saber en realidad era: “Señor ¿volverás a reponer el rey sobre Israel? ¿lo hará el Espíritu Santo?” El Señor no contestó la pregunta formulada en estos términos porque se hubiera apartado de los objetivos presentes del reino de Dios (comp. 1 Ts. 5:1; Tit. 1:2).

Les respondió algo así como: “no es competencia de ustedes saber lo que Dios ha reservado para sí” (comp. Dt. 29:29). Les habló de “los tiempos” como el espacio que mediaba entre ellos y el día que esperaban; y las “sazones” como a los sucesos que habían de acaecer durante ese tiempo. 

Si pusiéramos esa respuesta en el idioma de hoy diríamos: “no les corresponde a ustedes saber cuánto tiempo hay entre este momento y la venida del rey, ni tampoco cuáles serán los hechos que lo caracterizarán (comp. Mt. 24:36). La instauración del reino de Israel es algo futuro por lo cual no deben luchar ahora”. Es un tema que el Padre “ha determinado por su propia autoridad” (comp. 17:26).

Sin embargo, los apóstoles estaban aún equivocados porque confundían el reino de Israel con el reino de Dios. Lo que el Señor les respondió está relacionado con el reino de Dios para la promoción del cual les había preparado.
Convendría dejar aclarados algunos detalles:

  a.      El reino de Dios es actualmente espiritual

Lucas señala cómo el pueblo anhelaba ardientemente la venida del Mesías libertador (Lc. 2:25, 38; 23:51). Durante su ministerio, el Señor Jesús proclamó la “entrada” al reino por medio del arrepentimiento y la fe. 

El término aramaico malkuth es más propiamente “soberanía”, es decir un estilo de gobierno más que un espacio territorial. “Buscar primeramente el reino y su justicia” es preparar el camino para el gobierno de Dios y esperar que por su medio venga todo lo demás (comp. Mt. 6:33). En Marcos 10:23–24 leemos de la reacción del Señor Jesús al rechazo del joven rico. Dijo que era muy difícil que entraran al reino los que confían en sus riquezas. Mas adelante al leer el v. 30, advertimos que para él (Cristo), entrar en el reino de Dios es igual a entrar en la vida eterna.

Según Lucas mismo lo explicó, en Jesucristo el reino se presentó como un mensaje de poder, respaldado por milagros y prodigios. Al narrar la gira de los setenta, dice que el Señor les dio instrucciones precisas sobre las labores: “Sanad a los enfermos que en ella haya, y decidles: Se ha acercado a vosotros el reino de Dios”. Si eran rechazados cometían el grave pecado de despreciar el reino: “Sabed, que el reino de Dios se ha acercado a vosotros” (Lc. 10:9–11). 

Al volver, los setenta dieron un informe triunfalista de la gira, señalando que hasta los demonios se les sujetaban en el nombre de Cristo. Fue una buena ocasión para que Jesús les recordara que no debían regocijarse sólo por esto sino más bien porque podían agradecer la procedencia de la autoridad con que se manejaban y administraban (Lc. 10:20).

Ahora nuevamente estamos en vísperas de una labor misionera y otra vez se plantea el tema del poder y autoridad. Pero es diferente. El poder (gr. dynamis) que recibirían cuando viniera el Espíritu Santo es resistente y no temporal, como en el caso de la gira. Habría de operar en ellos una inmediata transformación porque los convertiría en testigos habilitados para dar sus vidas por el nombre de Cristo.
El reino no necesitaba espadas o armaduras humanas para la conquista; necesitaba testigos con poder interior que demostraran con sus vidas la potencia transformadora del Cristo resucitado (comp. 2:32; 3:15; 5:32; 10:39; 13:31; 22:15).

  b.      El reino de Dios no está vinculado a un solo pueblo

La explicación del propósito de Dios que habían recibido era distinta a lo que imaginaban. No debían confundir el reino de Israel con el reino de Dios, porque este último hacía que cada súbdito fuera testigo “hasta lo último de la tierra”. 

El Señor les trazó los círculos de actividad comenzando desde Jerusalén donde “el reino” había sido rechazado, y desde allí seguirían avanzando (13:47). Algunos creen que para aquellos días “lo último de la tierra” era llegar a Roma. Si así fuera, Lucas cumple su propósito trabajando hasta que Pablo llegó a la capital del imperio.

El libro se puede dividir en: (1) Jerusalén (caps. 1–7); (2) Judea y Samaria (8:1–25); (3) “hasta lo último de la tierra” (8:26–28:31).

Cada lugar es un nuevo descubrimiento, cada persona un desafío distinto. Judíos, samaritanos, griegos, religiosos, paganos, siervos, libres, varón o mujer, etc., todos ingresan al reino cumpliendo los mismos requisitos. 

Para evitar la separación que podrían provocar los nacionalismos o los intentos étnicos de superioridad, Dios estableció que “nuestra ciudadanía está en los cielos” (Fil. 3:20) y no en el Imperio Romano o en algún otro lugar de la tierra.

Componemos una comunidad de salvados. Estamos dentro del reino de Dios y el reino está dentro de nosotros. Esto nos lleva a otro tema que el Señor Jesús también explicó.

  c.      El reino de Dios está delante de nosotros como una misión

La pregunta de “los que se habían reunido” no tenía relación alguna con la expansión del mensaje del evangelio. En cambio, la respuesta concordaba con lo que habían oído en Cesarea de Filipo acerca de las “llaves del reino” (Mt. 16:19). Se trataba de que la nueva comunidad fuera testigo de Dios abriendo puertas para muchos corazones sedientos.

Por siglos ya, desde aquellos días el reino ha vivido la expansión, algunas veces visible y otras veces invisible. Pero la manera en que se extendió fue extraordinaria. Si pensamos en que eran sólo ciento veinte los reunidos cuando vino el Espíritu (1:5) y en Pentecostés se agregaron como tres mil más (2:41), nos damos cuenta del rigor con que Dios comenzó a operar. Pero a esto le sumamos cinco mil más algunos días después (4:4) y la sorpresa de las autoridades religiosas por la conmoción. 

Las cosas siguieron adelante (4:32–6:1, 7) y después de la persecución en los días de Esteban, Samaria recibió el mensaje (8:14) y los que habitaban en Lida y Sarón se convirtieron al Señor (9:35). También muchos en Jope (9:42) oyendo el mensaje eran salvos, y los esparcidos por la persecución en los días de Esteban salieron por todas partes, algunos de los cuales llegaron a Siria. En Antioquía una multitud recibió al Señor (11:21). No sabemos qué ocurrió con los que fueron en otras direcciones.

Posteriormente, Saulo y Bernabé salieron a predicar por Galacia y esparcieron el mensaje por toda la región (13:48–49). Desde Antioquía de Pisidia y por toda el Asia Menor se extendía el evangelio en numerosas iglesias que aumentaban constantemente en número (16:5). Pero el mensaje ingresó también en Europa, y los puntos más duros de Grecia se conmovieron por la predicación (Filipos, Tesalónica, Berea y Corinto—16:10; 17:4, 12; 18:10) y desde allí a muchos otros lugares hasta llegar a Roma (Ro. 15:19; Hch. 19:2; 28:24).

Miles y miles de personas de diversas lenguas, culturas y dialectos entraron en el reino de Dios alabando por la gracia de la vida eterna.

Hemos podido constatar que en el propósito de Dios “hasta lo último de la tierra” no es Roma sino el mundo entero. La historia sigue mostrando que todo el mundo está bajo el ojo de Dios. Él se encarga de preparar y enviar a sus siervos a los lugares más remotos para que se cumpla el mandato: “Id y haced discípulos a las naciones”. A medida que los embajadores caminan, aprenden nuevas verdades sobre el poder de Dios.

Así llegamos hasta nuestro día. Como aquellos discípulos nosotros también solemos abandonar nuestra responsabilidad de ser testigos. Nos acostumbramos a ser ciudadanos de nuestras patrias terrenales y nada más. Pero es posible que al estudiar estos versículos, también aprendamos a recrearnos en lo que debemos hacer, y no a tratar de seguir buscando argumentos para permanecer paralíticos.


C. La misión (v. 8)


Para confirmar la misión el Señor les anunció que recibirían poder del cielo cuando viniera sobre ellos el Espíritu Santo.

Para nosotros, como seres humanos, nada es más estimulante que poseer fuerza. No la podemos crear, pero nos encanta reunirla de todos modos y dominar. Son los elementos que hacen posible que seamos grandes y los demás nos sirvan. No obstante, aquí el Señor Jesús no les está prometiendo poder físico como el de Sansón o el del ejército romano, posible de ser controlado por los hombres. No, les anuncia la venida del poder de Dios que los controlaría a ellos. Es el poder proveniente de la unión vital con el Dios eterno. En ese momento quedaría totalmente cumplida la promesa que tendría siempre evidencias frescas y renovadas.

El Espíritu los capacitaría de tal modo que podrían vivir y explicar a otros las maravillas de Dios. Los seres humanos que no conocían la verdad serían impactados por el modo de reprochar del Espíritu y se convertirían al Señor.

Para los apóstoles en aquella hora como para nosotros ahora, la presencia del Consolador cambia todas las cosas. La enseñanza y la guía a toda la verdad (Jn. 16:13) son una garantía para el ministerio en terreno desconocido y lleno de adversidad. Su sabiduría y su poder son también una evidencia de la presencia de Dios. El es el Morador permanente que abre el sentido y santifica las conciencias para hacer la voluntad de Dios.

  a.      Todos serían ordenados como testigos

La venida del Espíritu no sólo sería una prueba de la fidelidad de Dios en cumplir su promesa. Sería además una preparación para esparcir el evangelio al mundo. El soplo (gr. pneuma) de Dios que podía unirlos en un cuerpo, también los constituía en testigos competentes (2:32; 3:15, etc.) Una de las características de estas personas es la valentía para decir lo que han visto y oído. Exponer ante el juez en presencia de los acusadores la verdad de lo que está en curso y demostrar que no solamente hablan sino que también viven lo que dicen.

  b.      Todos deberían operar bajo el poder del Espíritu

El poder les había sido necesario para subsistir hasta ese presente. Pero el que habrían de recibir era la credencial del evangelio (4:33; 6:8) para vivir la victoria. El Señor Jesús dejó bien claro los principios de autoridad con que se manejaba el reino de Dios. Operamos bajo esos principios y cumplimos los estatutos que agradan a sus planes.

  c.      Todos tenían que transmitir el conocimiento de Cristo

“Me seréis testigos” significa mucho más que simplemente ser “testigos míos”. Significa más vale que “ustedes son los testigos que yo pongo para que me representen”. No se limitarían únicamente a una ceremonia forense o judicial sino a hablar en todas partes lo que Jesucristo era y había hecho. Así como un buen cuadro es el mejor testimonio para un artista, o un buen libro para un autor; los santos son los mejores testigos del Señor. Tales testigos saben y hablan de Cristo y para Cristo, con experiencias personales de su amor y poder.

  d.      Todos tenían que moverse en un campo amplio de labor

Era muy difícil el servicio que el Señor Jesús les proponía. Ser testigos en Jerusalén era casi imposible bajo las condiciones imperantes después de lo acontecido con el Señor Jesús.

Sin embargo, las condiciones cambiarían muy pronto. El testimonio sería difícil pero no imposible, y muchos opositores se convertirían al evangelio: Jerusalén sería el lugar para la recepción del Espíritu y también el sitio donde los testigos comenzarían a actuar. La promesa se cumplió en la tierra prometida y allí también se vivió por primera vez la plenitud del gozo. Posteriormente, otros lugares blancos para la siega (Jn. 4:35) tuvieron la experiencia de los hebreos, y así se expandió la obra misionera tal como lo veremos más adelante.

BOSQUEJO DE HECHOS 1:1-8

A. Los mandamientos
       a.      Los apóstoles habían sido escogidos por Él
       b.      Los doce habían recibido una revelación especial
       c.      Les dio un mandato distinto (v. 4)

B. La promesa (vv. 4–5)
     a.      El reino de Dios es actualmente espiritual
       b.      El reino de Dios no está vinculado a un solo pueblo
       c.      El reino de Dios está delante de nosotros como una misión

C. La misión (v. 8)
     a.      Todos serían ordenados como testigos
       b.      Todos deberían operar bajo el poder del Espíritu
       c.      Todos tenían que transmitir el conocimiento de Cristo
       d.      Todos tenían que moverse en un campo amplio de labor
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