El pecado y sus consecuencias
LAS MALDICIONES DEL PECADO
El pecado trae maldición a la tierra y a los hombres. Al traer maldición, produce heridas. Estas son brechas abiertas por las que el enemigo entra y destruye y hace toda clase de daño. Es decir, permiten que la ira de Dios se manifieste contra toda injusticia e impiedad de los hombres ( Romanos 1:18 ).
Todo Israel traspasó tu ley, apartándose para no obedecer tu voz; por lo cual ha caído sobre nosotros la maldición y el juramento que está escrito en la ley de Moisés, siervo de Dios; porque contra Él pecamos ( Daniel 9:11 ).
Necesitamos estudiar a fondo la Biblia para entender bien las advertencias que Dios hace a las ciudades y a las naciones .
Al enfrentarnos al adversario, debemos ser unánimes en el proceso de cumplir la voluntad de Dios, en arrepentimiento y confesión de nuestros pecados y los de generaciones anteriores, e intercediendo por nuestras ciudades y naciones. De esta manera veremos un comienzo a la reconciliación total que sana las heridas del pasado.
Y Él le dijo: ¿Qué has hecho? La voz de la sangre de tu hermano clama a mí desde la tierra. Ahora, pues, maldito seas tú de la tierra, que abrió su boca para recibir de tu mano la sangre de tu hermano ( Génesis 4:10–11 ).
Pues tengo por cierto que las aflicciones del tiempo presente no son comparables con la gloria venidera que en nosotros ha de manifestarse. Porque el anhelo ardien te de la creación es el aguardar la manifestación de los hijos de Dios.
Porque la creación fue sujetada a vanidad, no por su propia voluntad, sino por causa del que la sujetó en esperanza; porque también la creación misma será libertada de la esclavitud de corrupción, a la libertad gloriosa de los hijos de Dios. Porque sabemos que toda la creación gime a una, y a una está con dolores de parto hasta ahora ( Romanos 8:18–22 ).
Como es de notar, la naturaleza responde a la condición espiritual de sus habitantes. Por lo tanto, Satanás encuentra un campo fértil para construir su «fortaleza espiritual». Este término se refiere al lugar enfermo en la vida de una ciudad o una nación que aún no ha resuelto su culpabilidad. Si queremos rescatar un área que está muriendo, los cristianos podemos salvarla llevándole vida.
Dios también usa la naturaleza para traer sus juicios. El antiguo Egipto sufrió diversas plagas: la contaminación del río Nilo al convertirse el agua en sangre, la de ranas, la de piojos, las moscas, las úlceras del ganado, el granizo, las langostas, las tinieblas y, finalmente, la plaga de la muerte de los primogénitos de las familias y las bestias ( Éxodo 7:15–11:6 ). Creo que Dios trata de llamar nuestra atención mediante la avalancha de desastres «naturales» que han venido sobre nosotros: incendios, inundaciones, huracanes, terremotos.
Norteamérica está en vergüenza y segando en torbellino de juicio ( Oseas 8:7 ). Bajo el juicio de Dios estamos segando lo que hemos sembrado.
Las obras de las tinieblas
Aunque han pasado miles de años desde los tiempos del profeta Oseas, los medios de comunicación masiva de hoy en día nos dan las mismas noticias que el profeta proclamaba en su tiempo como consecuencias del juicio de Dios sobre las naciones. El perjurio, la mentira, el engaño, la inmoralidad, la violencia, la guerra, el homicidio, el robo, todo esto y mucho más continúa siendo parte de la vida diaria de todo el mundo.
En la actualidad, la violencia es el tema que más inquieta a Estados Unidos y a Latinoamérica. En naciones como México, Colombia y Perú, las noticias de guerras, guerrillas, terrorismo y homicidios son el pan de cada día.
En los últimos años, los estados de Florida y California han soportado una aterrorizante ola de violencia que las autoridades no pueden controlar. En todo el continente hay ciudades heridas donde la violencia, el crimen, la guerrilla y el narcotráfico ponen de manifiesto la incapacidad de la autoridad y de la ley para controlar los acontecimientos que en ellas ocurren. Entre ellas están México, Guadalajara, Bogotá, Medellín, Lima, Río de Janeiro, Brasil, Washington D.C., Los Ángeles, San Francisco, Miami, Nueva York, etc. Toda esta culpabilidad no resuelta es la causa para que cada ciudad y nación cosechen lo que han sembrado: dolor, miseria, enfermedad, muerte.
Consecuencias del pecado
Los profetas Daniel, Oseas y Jeremías revelan las consecuencias del pecado sobre las ciudades y naciones de la tierra:
Oíd palabra de Jehová, hijos de Israel, porque Jehová contiende con los moradores de la tierra; porque no hay verdad, ni misericordia, ni conocimiento de Dios en la tierra. Perjurar, mentir, matar, hurtar y adulterar prevalecen, y homicidio tras homicidio se suceden. Por lo cual se enlutará la tierra, y se extenuará todo morador de ella, con las bestias del campo y las aves del cielo; y aun los peces del mar morirán. Ciertamente hombre no contienda ni reprenda a hombre, porque tu pueblo es como los que resisten al sacerdote ( Oseas 4:1–4 ).
Alza tus ojos a las alturas y ve en qué lugar no te hayas prostituido. Junto a los caminos te sentabas para ellos como árabe en el desierto, y con tus fornicaciones y con tu maldad has contaminado la tierra. Por esta causa las aguas han sido detenidas, y faltó la lluvia tardía; y has tenido frente de ramera, y no quisiste tener vergüenza ( Jeremías 3:2–3 ).
Muchas veces nos encontramos en algún lugar en el que sentimos la presencia de la muerte. El discernimiento espiritual nos permite esa sensación. Es entonces cuando el poder para enfrentarnos con ella dependerá de la obediencia que tengamos a nuestro llamamiento. Por ejemplo, frente a la situación de opresión espiritual que sufría su nación, Esdras extendió sus manos al Señor e intercedió por el pueblo identificándose con sus pecados:
Para que se busque en el libro de las memorias de tus padres. Hallarás en el libro de las memorias, y sabrás que esta ciudad es ciudad rebelde y perjudicial a los reyes y las provincias, y que de tiempo antiguo forman en medio de ella rebeliones, por lo que esta ciudad fue destruida ( Esdras 4:15 ).
Dios el Padre envió a Jesús para deshacer las obras del diablo ( 1 Juan 3:8 ) y para salvar lo que se había perdido ( Mateo 18:11 ). De la misma manera, Dios el Padre nos salvó, nos llamó, nos apartó y nos mandó a hacer las mismas obras de Jesús, en todo lo relacionado con el reino de las tinieblas ( Juan 9:4 ).
En la proclamación de las promesas de Dios tenemos el deber de tomar parte en el proceso del cumplimiento de los objetivos de Dios, es decir, la reconciliación con el Padre. Como atalayas, debemos anunciar y advertir a las naciones las consecuencias de su desobediencia.
Puse también sobre vosotros atalayas, que dijesen: escuchad al sonido de la trompeta. Y dijeron ellos: No escucharemos. Por tanto oíd, naciones, y entended, oh congregación, lo que sucederá ( Jeremías 6:17–18 ).
Si se humillare mi pueblo, sobre el cual mi nombre es invocado, y oraren, y buscaren mi rostro, y se convirtieren de sus malos caminos; entonces yo oiré desde los cielos, y perdonaré sus pecados, y sanaré su tierra ( 2 Crónicas 7:14 ).
La falta de la presencia de Dios en las ciudades y naciones que están bajo maldición es lo que en hebreo se llama Icabod (la gloria se ha ido), situación que deja a las aves de rapiña en libertad para consumar la destrucción.
Los profetas del Antiguo Testamento proclamaron siempre que todo lo que le sobrevenía a la nación era debido a sus pecados. Esto se debía, especialmente, por la abominación de mezclar la idolatría de los pueblos venidos de otras tierras con los ritos religiosos del pueblo de Dios. Abominación mucho más grande aun cuando los que estaban en autoridad eran los primeros en cometer ese pecado ( Esdras 9:1–2 , 13 ).
Lo que sigue, ¿será solamente coincidencia?
En agosto de 1992 el sur de Florida sufrió uno de los desastres naturales más grandes de la historia de la nación. El huracán Andrew causó grandes estragos a su paso. Ahora, más de dos años después, todavía la ciudad no se ha recuperado del desastre.
Meses antes de esta tragedia, líderes y autoridades del estado tuvieron varias reuniones con los líderes religiosos de la santería cubana y del vudú haitiano. Su propósito era pedir su intercesión para evitar una explosión de violencia étnica entre negros e hispanos de las comunidades que representaban.
Pienso que el incremento de ritos y sacrificios de santería, vudú y macumba, por ese motivo, y el reconocimiento de su poder por parte de las autoridades de gobierno desencadenaron el juicio de Dios sobre el estado por medio de la naturaleza.
Luego, el 17 de enero de 1994, el sur de California sufrió los efectos devastadores de un terremoto que arrasó con el valle de San Fernando y particularmente la ciudad de North-ridge. El movimiento sísmico, de 6, 9 en la escala de Richter, destruyó cientos de edificios, residencias, autopistas y centros comerciales. Esta área de California ha sido azotada por la sequía, los incendios, la violencia, los temblores y la decadencia económica. ¿No será que el mensaje que sale de Hollywood sobre el aborto, el homosexualismo y la oposición y el ataque a los valores cristianos, a la iglesia y a sus líderes han traído como consecuencia una tragedia tras otra?
La prensa secular, irónicamente, dijo que el terremoto de Northridge sería con toda seguridad una oportunidad más para que los cristianos declararan, como siempre, que todo eso era el juicio de Dios. ¿Sería una coincidencia que una gran parte de la pornografía que consume la nación saliera de esta ciudad y que en el terremoto se destruyeran nada menos que centros pornográficos millonarios? ¿Qué piensa usted?
El pecado de una ciudad concede poder al enemigo sobre ella y abre sus puertas al mundo de las tinieblas para que entren la maldición y la destrucción.
El conflicto y el antagonismo entre ministerios, culturas, clases sociales, razas, regiones, religiones, etc., son puertas abiertas al infierno, y causas para que las maldiciones caigan sobre las ciudades y las naciones.
La violencia y el crimen son el resultado de heridas y ofensas del pasado y del presente. Todos los esfuerzos, leyes, alianzas y tratados para contrarrestarlos no tendrán ningún resultado.
Hace poco tiempo, en Los Ángeles, California, la televisión mostró a un mundo horrorizado la criminal paliza que la policía propinó a un ciudadano negro. La escena la filmó un camarógrafo aficionado. Este hecho lo llevó a cabo nada menos que varios policías de raza blanca y un hispano. Esto desencadenó una ola de violencia en la que los negros atacaron a los blancos, a los hispanos, a los orientales. Turbas enfurecidas destruyeron negocios, quemaron, robaron y saquearon todo cuanto pudieron. Tomaron forma humana las palabras de Jesús: «El ladrón no viene sino para matar, robar y destruir» ( Juan 10:10 ).
Una vez más, se hizo patético el antagonismo de razas. Ese que causó una herida a la ciudad y abrió las puertas a los demonios. La violencia engendró violencia. El derramamiento de sangre demandó más derramamiento de sangre, y todo esto desencadenó violencia social. Cayó la maldición de Dios sobre la ciudad.
Las guerras entre pandillas, entre carteles del narcotráfico, entre naciones, entre religiosos, etc., abren las puertas al mundo de las tinieblas y traen maldiciones sobre las ciudades y sobre las naciones.
El destino de nuestras ciudades y naciones, la anulación de las maldiciones que pesan sobre ellas y su pacificación, no depende ni de alianzas, ni pactos, ni tratados. No depende de la sangre que se derrama en las calles y en las plazas todos los días inútilmente. Su fortuna depende de la sangre que fue derramada por Jesucristo hace dos mil años en la cruz del Calvario. De la sangre que se derramó una vez y por todas para la remisión de pecados ( Hebreos 9:22 ), porque entonces y sólo entonces se cumplirá la Palabra: «Haciendo la paz, y mediante la cruz reconciliar con Dios[…] matando en ella las enemistades» ( Efesios 2:15b–16 ).