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lunes, 4 de enero de 2016

Tú, Señor, que conoces los corazones de todos, muestra cuál... has escogido, para que tome la parte de este ministerio

RECUERDA Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6




Nos preparamos para enseñar
Empieza una comunión sólida en el Cuerpo de Cristo
Hechos 1:15-26
15En aquellos días Pedro se levantó en medio de los hermanos (y los reunidos eran como ciento veinte en número), y dijo: 
16Varones hermanos, era necesario que se cumpliese la Escritura en que el Espíritu Santo habló antes por boca de David acerca de Judas, que fue guía de los que prendieron a Jesús, 17y era contado con nosotros, y tenía parte en este ministerio. 

18Este, pues, con el salario de su iniquidad adquirió un campo, y cayendo de cabeza, se reventó por la mitad, y todas sus entrañas se derramaron. 19Y fue notorio a todos los habitantes de Jerusalén, de tal manera que aquel campo se llama en su propia lengua, Acéldama, que quiere decir, Campo de sangre. 

20Porque está escrito en el libro de los Salmos: Sea hecha desierta su habitación, y no haya quien more en ella; y: Tome otro su oficio. 21Es necesario, pues, que de estos hombres que han estado juntos con nosotros todo el tiempo que el Señor Jesús entraba y salía entre nosotros, 22comenzando desde el bautismo de Juan hasta el día en que de entre nosotros fue recibido arriba, uno sea hecho testigo con nosotros, de su resurrección. 

23Y señalaron a dos: a José, llamado Barsabás, que tenía por sobrenombre Justo, y a Matías. 24Y orando, dijeron: Tú, Señor, que conoces los corazones de todos, muestra cuál de estos dos has escogido, 25para que tome la parte de este ministerio y apostolado, de que cayó Judas por transgresión, para irse a su propio lugar. 26Y les echaron suertes, y la suerte cayó sobre Matías; y fue contado con los once apóstoles.
La Historia continúa
LA PRIMERA EVIDENCIA DE LA COMUNIÓN 
(Hechos 1:15–26)

Aunque Pedro lidera el grupo no toma una actitud de dominio. Más vale, asume la posición de liderazgo pensando en el pastoreo de las ovejas frente a una decisión difícil. El texto dice que “se levantó en medio de sus hermanos” y no sobre ellos. Habían vivido tiempos de intensa oración, lo suficiente como para que Dios creara en él una inquietud particular por solucionar un problema grave. Todos sabían que Jesús tenía doce apóstoles, pero con lo sucedido a Judas quedaron solamente once.
A. Pedro utiliza la Escritura
Son muchos los que creen que el apóstol se adelantó cuando debió haber esperado. Pero nosotros no nos atrevemos a juzgar. Es más provechoso observar el modo en que propuso al grupo de hermanos la solución del problema.
Comienza explicando cómo se había cumplido la profecía. Notemos el modo en que explica la inspiración del texto, señalando: “La Escritura en que el Espíritu Santo habló antes por boca de David”. Es el Espíritu quien anuncia la apostasía de Judas. Recordemos que después de su resurrección, el Señor Jesús abrió el entendimiento de los once para que comprendiesen las Escrituras (Lc. 24:25, 27, 32, 45, 49). Desde ese momento pudieron entender cómo había sido compuesto el AT y el valor que tenía para poder aplicarlo con precisión en la vida de la iglesia.

Pedro se basó en dos salmos que sorpresivamente combinó para obtener la conclusión. El primero es el 69, del cual no extrajo las varias referencias al Señor Jesús que cita el evangelio de Juan (2:17; 15:25), sino otras.

El apóstol aplica a Judas el trozo de una oración en la que David pide el juicio para los inicuos. “Sea su palacio asolado; en sus tiendas no haya morador” (v. 25). A esta frase le agrega parte del v. 8 del Salmo 109: “Tome otro su oficio”. Aunque parecería que el texto autoriza a que “otro” ocupe el lugar vacante, no hay aprobación para elegir al reemplazante. Como tampoco la hay para llenar posteriormente la vacante de Jacobo (12:1–2).
B. Pedro explica el caso Judas
Lucas inserta una explicación sobre la ética de Judas y los últimos momentos de su vida tal como la narró el apóstol Pedro. La aparente discrepancia entre Mateo 27:3–5 donde dice que “se ahorcó” y nuestro texto: “cayendo de cabeza, se reventó por la mitad, y todas sus entrañas se derramaron” (1:18), armoniza si pensamos que Mateo únicamente dice lo que Judas hizo, pero en nuestro caso cuenta lo que sucedió después.

Como en otras ocasiones (comp. 2 Cr. 25:12) pensamos que el hecho pudo haber sucedido a mucha altura y la cuerda utilizada no resistir el peso y se romperse. Hay quienes creen que para terminar con el espectáculo alguien cortó la cuerda, y Pedro narró a los reunidos el final del ex apóstol.

La segunda nota que necesita explicación es la compra del campo. Mateo dice que Judas cargado de culpa devolvió el dinero, y al no ser aceptado por los sacerdotes, el mismo Judas lo arrojó dentro del templo. Posteriormente los fariseos con ese importe compraron el campo. Pero nuestro texto dice: que “con el salario [dinero] de su iniquidad [Judas] adquirió un campo”. 
¿Quién fue finalmente el comprador? Lo más correcto es decir que con el dinero de Judas (que los sacerdotes nunca aceptaron para sí) los religiosos compraron el campo que naturalmente era de Judas. A ese campo del alfarero en aramaico se lo llamaba Acéldama porque fue comprado con dinero de sangre, incluyendo la misma de Judas (Mt. 27:6).
EL PECADO DE JUDAS
1.     Le gustó convivir con la avaricia
     (Jn. 12:6)
2.     Se ocupó de la murmuración
     (Jn. 12:4–5)
3.     Permitió que Satanás dirigiera su mente
     (Lc. 22:3)
4.     Reveló sus planes a los enemigos
     (Lc. 22:4–5)
5.     Rehusó oír la amonestación del Señor
     (Jn. 13:26–27)
6.     Pervirtió la manifestación de afecto en traición
     (Mt. 26:47)
7.     Cayó en la desesperación y se dirigió a la religión
     (Mt. 27:3–4)
8.     Se suicidó
     (Mt. 27:5)
C. Pedro propone una solución para la vacante
El escritor continúa dando espacio al discurso de Pedro, ahora para cubrir la vacante dejada.
a.     Tenía que ser una persona del grupo
La persona a elegir tenía que poseer una relación familiar con todos y con el Señor Jesús. Estar juntos “todo el tiempo que el Señor Jesús entraba y salía” indica que se necesitaba alguien que hubiera gustado la vida de hogar junto con ellos. “Salir y entrar” (comp. Sal. 121:8) es una manera de expresar libertad, sujeción y comunión (Jn. 10:9). El ministro del Señor no es un improvisado solitario surgido de la noche a la mañana, sino que debe conocer y haber practicado la convivencia (comp. Dt. 31:2).
b.     Tenía que poseer una experiencia completa
El candidato para cubrir la vacante debía poseer un “desde” y un “hasta”. Es lo que denominamos un “hombre completo”. Tenía que haber palpado el comienzo del ministerio del Señor (10:37), bautizándose para sujetarse al propósito de Dios y “cumplir toda justicia” (Mt. 3:15). Tenía que ser alguien entrenado en estar bajo dependencia del Padre, en santidad y amor para los perdidos. El apóstol necesitaba encarnar la ética de Cristo y hablarle a otros con experiencia de su comunión. Haber sido testigo presencial de la resurrección era un ingrediente fundamental (Hechos 2:32; 3:15; 5:32; 10:39; 1 Co. 9:1; 15:8) pero no suficiente; además debía haber vivido la experiencia de la ascensión.

También tenía que conocer sus responsabilidades. Pedro las denominó diakonia (ministerio) y apostole̅ (apostolado), que unidos a martyr (testigo) componen lo que el Señor había determinado. Durante nuestro estudio observaremos el modo en que estas características se concretaron.
c.     Tenía que tener la aprobación de Dios
Con sumo cuidado en un ambiente de oración y unanimidad (Hechos 1:14) repasaron los nombres de los ciento veinte, y sólo hallaron a dos que reunían todos los requisitos. Se enfrentaron con la primera prueba de sus limitaciones a fin de reconocer a una persona para el ministerio. Pudieron avanzar hasta lo que sabían pero no quisieron avanzar dentro del terreno de Dios que es quien “conoce los corazones” (Hechos 15:8). Si también hubieran podido hacer este análisis, habrían actuado como Dios. La sabiduría espiritual está en saber hasta dónde llega la responsabilidad humana y allí parar.

Detenidos en su limitación se remitieron al Señor (Hechos 2:36; 7:59) pidiendo específicamente en una oración especial que mostrase su elección (comp. 1 S. 16:7). De inmediato “echaron suertes” basándose seguramente en el método legislado en el AT (comp. Lv. 16:8; Nm. 26:55; Jos. 7:14; Pr. 16:33, etc.), utilizado aquí por última vez. Notemos que fue antes de Pentecostés. El Señor mostró su voluntad y Matías fue “contado con los once apóstoles”. 

Hay muchos que discrepan con el método utilizado y aun con la persona elegida. El autor de este libro cree que habiéndose cumplido con tanta prolijidad la sujeción al Señor, es peligroso emitir juicios.

Están ya preparados para esperar la promesa del Señor. Tres experiencias básicas confirman esta presunción: 
(1) Estuvieron con Cristo y recibieron sus instrucciones; 
(2) recibieron la bendición y lo vieron ir; 
(3) completaron el número de los doce, necesario para el testimonio en Pentecostés (Hechos 2:14). 
Pudieron cubrir la vacante de Judas, pero no pueden hacer lo mismo con la del Señor Jesús. Tienen que esperar.
TIEMPO DE ESPERA
1.     Tiempo de transición
*     Entre la obra completada por Cristo en la tierra y la apertura de la labor del Espíritu.
*     Se había terminado el capítulo de la encarnación que concluyó en la cruz. Ahora estaba por iniciarse otro.
2.     Tiempo de necesidad
*     Los apóstoles convertidos en testigos, sin comprender lo que significaba.
*     Necesitaban aclarar sus pensamientos y recibir entendimiento.
3.     Tiempo de expectativa
*     Tenían que esperar la “promesa del Padre” aunque no entendían el significado.
4.     Tiempo de oración
*     Para incentivar la unidad
*     Para acrecentar la perseverancia
*     Para vivir la dependencia
5.     Tiempo de tomar decisiones
*     Observar al verdadero líder
     Pedro
*     Tener fundamento para decidir
     la Escritura
*     Emplear un sistema sano para persuadir
     sabiduría
*     Buscar un candidato a pastor
     oración y condiciones espirituales


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sábado, 26 de diciembre de 2015

Ni del sabio ni del necio habrá memoria para siempre, pues en los días venideros todo habrá sido olvidado. ¿Y cómo muere el sabio? ¡Como el necio!

RECUERDA Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6





Nos preparamos para enseñar en la congregación
Eclesiastes 2:12-26
12      Después volví a considerar la sabiduría, la locura y la necedad (¿qué podrá añadir el hombre que suceda al rey, a lo que ya se hizo?),
13      y vi que la sabiduría aventaja a la necedad, como la luz a las tinieblas.
14      Los ojos del sabio están en su cabeza, mas el necio anda en tinieblas. Aunque también comprendí que una misma cosa les acontece a ambos.
15      Entonces me dije en mi corazón: Como la suerte del necio, así me acontecerá a mí. ¿Para qué, entonces, he sido más sabio? Y me dije en mi corazón que también esto es vanidad.
16      Porque ni del sabio ni del necio habrá memoria para siempre, pues en los días venideros todo habrá sido olvidado. ¿Y cómo muere el sabio? ¡Como el necio!
17      Aborrecí pues la vida, porque la obra que se hace debajo del sol me era fastidiosa, por cuanto todo es vanidad y correr tras el viento.
18      Y aborrecí todo mi trabajo en que me había afanado debajo del sol, viendo que tenía que dejarlo a alguno que vendrá después de mí.
19      ¿Y quién sabe si será sabio o necio? Con todo, él señoreará en todo el fruto del esfuerzo que realicé y en que me mostré sabio debajo del sol, y también esto es vanidad.
20      Y a causa de todo mi trabajo con que me había afanado debajo del sol entregué mi corazón a la desesperación:
21      ¡Que un hombre trabaje con sabiduría, conocimiento y maestría, y tenga que dejar su porción a otro que nunca se afanó en ello, esto es vanidad y grande mal!
22      Entonces, ¿qué saca el hombre de todos sus afanes y del ansia de su corazón con que tanto se fatiga debajo del sol?
23      Porque todos sus días son dolores; y su tarea, frustración, pues ni aun de noche su corazón reposa; y esto también es vanidad.
24      No hay, pues, mejor cosa para el hombre que comer y beber, y hacer que su alma vea lo bueno de su trabajo. Y he visto que esto proviene de la mano de Dios.
25      Porque, ¿quién podrá comer y regocijarse sin Él?
26      Porque al hombre que le agrada, Él le da sabiduría, conocimiento y gozo, pero al pecador le impone la tarea de recoger y amontonar para darlo a quien Ha-’Elohim le agrada. Esto también es vanidad y correr tras el viento.

Año Nuevo con La Sabiduría de Dios


El afán humano
Eclesiastés 2:12–26
En esta sección aparece por vez primera el tema de la muerte. No porque el Predicador tuviera los conceptos modernos sobre la muerte, ya que el hombre bíblico de la antigüedad no temía la muerte, la asumía como una cosa natural. 

El aguijón de la muerte está aquí en que le resta significado al quehacer humano. Pretendemos trabajar para lo eterno y nos encontramos con que la vida es pasajera. La muerte interrumpe el curso de la vida y le resta sentido a todo lo que hacemos. No sabemos si alguien, un sucesor que podía ser el hijo, continuará la obra comenzada, ni siquiera podemos prever si podrá aprovechar lo que ha sido hecho. ¿De qué sirve entonces el afanarse? 

Ni siquiera cabe esperar que quede perpetua memoria de lo que se ha hecho. La muerte cierra todos los caminos, ante ella se desvanecen las ventajas que la sabiduría tiene sobre la necedad (2:13). Queda un solo camino: disfrutar la vida sin caer en la ansiedad (2:24). Pero el sabio encuentra dificultades aun en esto. Es Dios quien decide. Y así aparecen los únicos dos absolutos que limitan el pensamiento del Predicador: Dios y la muerte. No podemos huir de ninguno de ellos.

Yo volví (v. 1). Es yo enfático, yo y no otro. La luz sobre las tinieblas (v. 13). La luz es símbolo de todo lo positivo, las tinieblas son el símbolo de todo lo negativo, de todo lo que causa horror. La reflexión israelita sobre el tema aparece por vez primera en nuestras Biblias en Génesis 1:4 cuando Dios se muestra apartando la luz de las tinieblas. Entonces dije en mi corazón… (v. 15). 

Me dije a mí mismo en presencia de que la muerte sobreviene igualmente al sabio y al necio. La sabiduría tiene un gran valor, pero no perpetua memoria (v. 16). Para una evaluación distinta ver Salmo 112:6; Proverbios 10:7. Aborrecí la vida (v. 17), recordando el uso del término “aborrecer” (sane 8130, “amar menos”) en la Biblia, podríamos entender que el sabio atempera su entusiasmo por la sabiduría y por la vida al comprenderlas en la perspectiva de la muerte.

Los vv. 18–22 cubren en la perspectiva de la muerte el trabajo evaluado positivamente en el v. 10 y adquiere su dimensión justa. Otra vez nos encontramos con “aborrece” como equivalente a “amar menos”. ¿Qué, específicamente es “vanidad”? Que no disfrute de mi trabajo y no sepa quién disfrutará de él a mi muerte. Es una valoración negativa de la historia de la cultura si se entiende por trabajo la adquisición de la sabiduría. Ni aún de noche reposa (v. 23). Para el “dormir” en el AT ver Salmo 3:5; Proverbios 4:16; Eclesiastés 5:12.

No hay, pues, mejor cosa, es una apreciación positiva de la vida, no la vida complicada por la ambición o por valores absolutos, sino la vida sencilla (comp. 1 Rey. 4:20; Jer. 22:15). Nada más lejos de una posición hedonista: se aprueba la vida sencilla y no el placer por el placer. Pero el vivir esa vida sencilla es un don de Dios. Aparece así el tema bíblico de la soberanía de Dios (Deut. 8:17, 18; Sal. 39:4–6; Prov. 30:8).

Si un hombre no puede hallar una felicidad duradera en la actividad y la acumulación de una fortuna, ¿podrá hallarla en la utilización al máximo de la mente? El escritor dirige ahora su pensamiento a mirar para ver la sabiduría … y la necedad (12). No requiere mucho tiempo llegar a la conclusión del Predicador: La sabiduría sobrepasa a la necedad, como la luz a las tinieblas (13). El sabio (14) emplea su inteligencia para guiarlo, mas el necio anda en la oscura noche de la ignorancia. El hombre es mejor que un animal debido a que puede vivir una vida inteligente.

Pero aquí se hace visible el fundamento de arena de todo lo que es un mero humanismo. ¿Cuánto mejor es el sabio que el necio cuando la respectiva duración de sus vidas es igual? Los valores relativos de la vida terrenal parecen todos más o menos iguales si todas ellas terminan en el sepulcro. Para el hombre totalmente mundano no queda siquiera la satisfacción de sobrevivir en las memorias de los hombres: ni del sabio ni del necio habrá memoria (16). 

La mente del Predicador se rebela contra esta nivelación de todos los valores que más aprecian los hombres: Aborrecí, por tanto, la vida (17). No fue él ni el primero ni el último en sentir la justicia del anhelo de inmortalidad del hombre. Addison escribió del argumento de Platón:

    Debe ser así, —¡bien razonaste, Platón!
    De otro modo, ¿de dónde esta agradable esperanza, este hondo anhelo,
    Esta ansia de inmortalidad?
    ¿O de dónde este secreto temor, e interno horror
    A caer en la nada? ¿Por qué el alma se encoge
    En sí misma, y se asusta ante la destrucción?
    Es la divinidad que se agita en nuestro interior;
    Es el mismo cielo que nos señala un más allá,
    E insinúa al hombre la eternidad.

    Vanidad de la acumulación de riquezas ( Eclesiastés 2:18–23)
En estos seis versículos el escritor reflexiona sobre la inutilidad de los años pasados en obtener y acumular riqueza. Lo que más lo fastidia es que todo lo tendrá que dejar a otro que vendrá después de mí (18). Y ¿quién sabe si será sabio o necio? (19). Probablemente para un hombre que había reunido para sí con tanta diligencia fuera natural desconfiar de otros—aun de sus herederos.

La historia a menudo ha verificado los hechos en que se basa el pesimismo del Predicador. Pocos hijos se han mostrado tan eficientes en la conservación de fortunas como lo fueron sus padres en reunirlas— a menudo bastan “tres generaciones para volver a estar en mangas de camisa”. Pero estos hechos no tienen porqué llevar a desesperanzarse al corazón (20). Más bien debieran guiarnos en la manera de obtener, gastar y transmitir nuestro dinero.

Si uno está tan loco por el dinero que aun de noche su corazón no reposa (23), esto es vanidad. Una vida satisfactoria es más importante que una fortuna. Si no podemos pensar en un uso mejor para nuestra riqueza acumulada que dejarla para ser dilapidada por herederos irresponsables, hay motivos para el pesimismo en cuanto a nuestro trabajo. 

Pero el rey podría haber usado su riqueza mientras vivía— usarla para el bien de sus semejantes y para el progreso de la obra de Dios. No es sabio que alguien pase toda su vida acumulando dinero y deje totalmente a otros las decisiones en cuanto a su uso. Durante su vida el hombre ha de invertir y dar tan sabia y generosamente como ha acumulado. Cuando así lo hace, tiene algo por todo su trabajo y … la fatiga de su corazón (22). Y si tiene algo que dejar a sus herederos, que ore sobre las decisiones y luego actúe con fe en la generación siguiente, cuyo carácter ha contribuido a formar.

    Las bendiciones del trabajo (Eclesiastés 2:24–26)
El rey llega a la conclusión de que una entrega total a la riqueza es una necedad (23). El hombre debe tener suficiente para comer y beber (24), pero también debe “gozarse cuando hace su trabajo” (24, Moffatt). Este es el buen plan de Dios para el hombre.

El versículo 25 en Reina Valera traduce correctamente el hebreo, pero la traducción no concuerda con el contexto. La mayoría de las traducciones modernas siguen la Septuaginta, por ejemplo, la Nueva Biblia Española: “Pues ¿quién come y goza sin su permiso?” Esta interpretación conecta el 24 y el 26 en una secuencia significativa. Sabemos que todo don procede de Dios (Stg. 1:17). El es quien ha dado apetito, la capacidad de gustar, y la capacidad de gozar de la vida.

En el 26 el Predicador resume lo que enseña la Biblia acerca de un universo moral: Al hombre que le agrada, Dios le da sabiduría, ciencia y gozo; mas al pecador da el trabajo. 

Adam Clarke comenta: “1. Dios da sabiduría; —el conocimiento de Sí mismo, luz para guiarlo en el camino de la salvación. 2. Ciencia—entendimiento para discernir la operación de su mano; relación experimentada con El, en la dispensación de su gracia y los dones de su Espíritu. 3. Gozo; cien días de alivio por uno de dolor; mil goces por una privación; y a los que creen, paz de conciencia, y gozo en el Espíritu Santo.”

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domingo, 18 de octubre de 2015

El fin de toda carne viene ante mí...la tierra se ha llenado de violencia a causa de ellos, he aquí los destruyo con la tierra....toda carne en que hay aliento de vida bajo los cielos. Todo lo que hay en la tierra perecerá.

RECUERDAEl que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6








EL FIN DE MUCHAS CIVILIZACIONES
Génesis 6:13-7:24

13      Y dijo ’Elohim a Noé: El fin de toda carne viene ante mí. Por cuanto la tierra se ha llenado de violencia a causa de ellos, he aquí los destruyo con la tierra.
14      Hazte un arca de madera de ciprés, y harás compartimentos al arca, y la calafatearás con brea por dentro y por fuera.
15      Y esto es lo que le harás: Trescientos codos será la longitud del arca, cincuenta codos su anchura, y treinta codos su altura.
16      Harás una claraboya al arca y la rematarás a un codo por arriba, pondrás una puerta en un lado del arca, y le harás planta baja, segunda y tercera.
17      Y he aquí que Yo, sí, Yo hago caer un diluvio de aguas sobre la tierra para destruir toda carne en que hay aliento de vida bajo los cielos. Todo lo que hay en la tierra perecerá.
18      Pero estableceré mi pacto contigo, y entrarás en el arca, tú y tus hijos, tu mujer y las mujeres de tus hijos contigo.
19      También harás entrar en el arca dos de cada ser viviente, de toda carne, para que sobrevivan contigo. Serán macho y hembra.
20      De las aves, según su especie. De las bestias, según su especie. Y de todo reptil del suelo, según su especie. Dos de cada irán a ti para que sobrevivan.
21      Y tú, toma para ti de todo alimento comestible y almacénalo contigo, pues te será de sustento para ti y para ellos.
22      E hizo Noé conforme a todo lo que le había ordenado ’Elohim, así hizo.


El diluvio

7      Y dijo YHVH a Noé: Entra tú y toda tu casa en el arca, porque a ti he visto justo ante mi presencia entre esta generación.
2      De todo animal limpio tomarás contigo siete pares, macho y su hembra, pero del animal que no es limpio tomarás dos: el macho y su hembra.
3      También de las aves del cielo, de siete en siete, macho y hembra, para preservar la descendencia sobre la faz de toda la tierra.
4      Porque dentro de siete días Yo haré llover sobre la tierra durante cuarenta días y cuarenta noches, y borraré todo lo que existe, lo que he hecho de sobre la faz de la tierra.
5      E hizo Noé conforme a todo lo que YHVH le había ordenado.
6      Era Noé de seiscientos años cuando el diluvio de aguas vino sobre la tierra.
7      Y ante las aguas del diluvio Noé entró en el arca, y con él sus hijos, su mujer, y las mujeres de sus hijos.
8      Del animal limpio, y del animal que no es limpio, y de las aves, y de todo lo que repta sobre el suelo,
9      de dos en dos llegaron a Noé, al arca, macho y hembra, conforme ’Elohim había ordenado a Noé.
10      Y sucedió que a los siete días, las aguas del diluvio estaban sobre la tierra.
11      En el año seiscientos de la vida de Noé, en el segundo mes, el día diecisiete del mes, ese mismo día fueron resquebrajadas todas las fuentes del gran abismo, y las compuertas de los cielos fueron abiertas,
12      y fue la lluvia sobre la tierra cuarenta días y cuarenta noches.
13      En ese mismo día entró Noé en el arca, con Sem, Cam y Jafet, hijos de Noé, la mujer de Noé, y las tres mujeres de sus hijos con ellos.
14      Ellos, y toda bestia salvaje según su especie, y todo animal según su especie, y todo reptil que repta sobre la tierra según su especie, y toda ave según su especie, y todo pájaro, todo alado.
15      Y llegaron a Noé, al arca, de dos en dos, de toda carne en que había aliento de vida.
16      Y los que llegaron, macho y hembra de toda carne, entraron tal como lo había ordenado ’Elohim. Y YHVH cerró por él.
17      Y fue el diluvio sobre la tierra durante cuarenta días. Las aguas crecieron y levantaron el arca, y ésta se elevó sobre la tierra.
18      Las aguas fueron arreciando y crecieron mucho sobre la tierra, y flotaba el arca sobre la superficie de las aguas.
19      Y las aguas crecieron muy por encima de la tierra, de modo que quedaron cubiertas todas las altas montañas que están debajo de todos los cielos.
20      Quince codos más arriba crecieron las aguas, y las montañas quedaron cubiertas.
21      Y pereció toda carne que se movía sobre la tierra, tanto ave como animal y fiera, y de todo bicho que pulula sobre la tierra, y todos los hombres.
22      Todo lo que respiraba espíritu de vida con sus narices, todo lo que estaba en lo seco, murió.
23      Y borró todo lo que existía sobre la faz de la tierra, desde el hombre hasta la bestia, el reptil y el ave de los cielos, fueron borrados de la tierra, y en el arca quedó solamente Noé y los que estaban con él.
24      Y prevalecieron las aguas sobre la tierra ciento cincuenta días.

La destrucción de civilizaciones



Algunos intérpretes bíblicos afirman que la preparación del arca duró 120 años en referencia al límite de vida que Dios declara en 6:3. Sin embargo, las únicas fechas que el relato provee son el año 500 de la vida de Noé (5:32) y luego el diluvio en el año 600 de la vida de Noé (7:6). No se especifica cuándo Dios ordena a Noé a construir el arca.

Dios comunica su decisión de establecer su pacto de preservación con Noé. 

El pacto consiste específicamente en que Noé, su esposa, sus tres hijos y las esposas de sus hijos entrarían en el arca para ser preservados del diluvio. 

Además, para la continuación de la vida sobre la tierra, Noé debe meter en el arca una pareja de todo animal para que también sobrevivan al diluvio. 

Así como el diluvio fue el instrumento de juicio, el arca fue el instrumento de salvación para Noé y su familia y de sobrevivencia para las especies vivientes (1 Ped. 3:20). 

Hasta este tiempo, las plantas servían de alimento para el hombre y los animales (Gén. 1:29, 30). Ello hacía posible la convivencia entre todos en el arca. Noé obedece a Dios en todo.

Noé entra al arca, Génesis 7:1–10
Una vez terminada el arca, Dios ordena a Noé a entrar y así ser salvo de la destrucción. Dios muestra misericordia a Noé porque lo ve justo en su generación.

Luego entran todos los animales —domésticos y silvestres— y las aves, un macho y una hembra de cada especie. Se especifica que de los animales limpios deben entrar siete pares cada uno previendo así para el sacrificio que Noé ofrecería a Dios y para servir de alimento después del diluvio. 

Levítico 11:1–47 da una lista de los animales considerados limpios e impuros. Dios ordena que Noé suba al arca con su familia y los animales, concediéndole siete días para completar todo el “embarque” de seres vivientes y alimentos.

Dios trae el diluvio, Génesis 7:11–24. 
Casi todas las civilizaciones han transmitido tradiciones que relatan la experiencia común de un diluvio. 

En la cultura mesopotámica se preservan relatos de un diluvio con bastantes detalles e informaciones. Las similaridades y/o diferencias en estas tradiciones atestiguan el recuerdo permanente por parte de la humanidad de una catástrofe que afectara a la población y la naturaleza. 

Además, se han encontrado sedimentos llamados aluviones en diferentes lugares geográficos que indican que alguna vez hubo inundaciones. El relato en Génesis es parte de la revelación bíblica y posee las explicaciones necesarias y autoritarias que son normativas en la relación Dioshombre. 

De ahí afirma que el diluvio fue el instrumento de juicio de Dios contra la civilización corrupta y violenta. 

Los datos resaltantes del diluvio bíblico son los siguientes: 
Primero, las aguas separadas y contenidas en los actos creativos de Dios son liberadas e inundan la tierra. La creación vuelve a un estado de caos en donde no existen condiciones para la vida (Gén. 1:6–11). 
Segundo, la lluvia o la afluencia de agua tanto de arriba (encima de la bóveda) como la de abajo (las aguas que quedaron bajo la tierra) dura un período largo y suficiente como para cumplir su propósito. Las aguas llegan a cubrir aun las partes más elevadas de la tierra de tal manera que nada queda que pueda servir al hombre o al animal como medio de sobrevivencia. Todos los seres vivos enjuiciados por Dios (seres de respiración pulmonar; no se mencionan a los seres acuáticos) mueren por causa del diluvio. 
Tercero, Noé, su familia y los animales escogidos para la preservación de cada especie quedan a salvo dentro del arca la cual flota y se eleva sobre las aguas. La lluvia comienza después que todos hubieron entrado y después que Dios mismo cerrara la puerta del arca.

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Cosas para considerar
En Noé encontramos un ejemplo a seguir:
  1.      Noé caminó con Dios a pesar del ambiente pecaminoso que le rodeaba (6:8–              12).
  2.      Noé fue obediente cuando se le asignó la difícil tarea de construir el arca                      (6:14–21; 7:5).
  3.      Noé fue recordado por Dios y librado de la muerte (8:1).
  4.      Noé por la fe trabajó por su salvación y la de su familia (Heb. 11:7).
  5.      Noé advirtió a sus vecinos acerca del peligro inminente (2 Ped. 2:5).
  6.      Noé construyó el primer altar para adorar a Dios (8:20).
  7.      Noé fue honrado por Dios con una bendición especial (8:15–19), y luego con                un pacto extraordinario (8:20 a 9:17).
_____________________________________________________________________

La memoria del diluvio ha permanecido en el pensamiento bíblico como advertencia de juicio destructivo para los impíos y de salvación para los justos (2 Ped. 2:5). El mismo Señor Jesús compara la venida del Hijo del Hombre con los días de Noé y el diluvio (Mat. 24:37–39).

El diluvio Génesis 7:6–24 
Debemos notar que Noé era de seiscientos años (6) cuando ocurrió la catástrofe. La entrada al arca está descrita como un suceso calmo y ordenado, realizándose según lo que Dios había mandado. De acuerdo con el relato, las aguas del diluvio vinieron (10) sobre la tierra.

La segunda notación cronológica menciona el mes y día cuando comenzó el diluvio. Las aguas provinieron de dos partes: de abajo, las fuentes del gran abismo (11) y de arriba, las cataratas de los cielos. Una descripción tan sucinta ha despertado conjeturas acerca del significado de esas frases. La Biblia solamente nos dice que la turbulencia continuó durante cuarenta días y cuarenta noches (12). 

Antes que comenzara el diluvio, Noé y su familia con los animales entraron al arca, de acuerdo con lo ordenado por Dios. El Altísimo cerró la puerta, de modo que ellos flotaron a salvo sobre las aguas que crecieron en gran manera (18) hasta que todos los montes altos… fueron cubiertos (19).

El relato agrega que las aguas subieron quince codos más alto (20), es decir, unos siete metros; pero, lo que no se aclara es si esto era desde la cima de la montaña más elevada o desde algún otro punto. El agua realizó su objetivo catastrófico destruyendo todo lo que había en la tierra (22). Dos veces se hace énfasis sobre la destrucción (21, 23), porque el juicio fue algo pavoroso. Sólo los que estaban en el arca escaparon del diluvio; después, las aguas prevalecieron sobre la tierra ciento cincuenta días (24).

Pero, Dios se acordó Génesis 8:1–19
La declaración Se acordó Dios (1), es como un rayo de luz en la tenebrosa escena. La violencia y la maldad traen una cosecha de destrucción; pero la obediencia fiel de unos pocos produce expresiones bondadosas de parte del Juez celestial. El diluvio no iba a durar para siempre, ni los que estaban en el arca iban a quedar allí como si fuera una prisión. Nuevamente Dios actuó, enviando un viento secador que barrió las aguas, que rápidamente se retiraron de las cimas de las montañas. 

Pronto el arca (4) reposó sobre el monte Ararat que se encuentra en la parte oriental de Turquía. Lentamente, los montes (5) fueron descubriéndose; pero, cuando abrió Noé la ventana del arca (6) y envió una paloma (8), no halló tierra seca sobre la cual posase, de modo que volvió a él al arca (9). Una semana más tarde volvió a soltar la paloma (10) y nuevamente regresó, pero con una hoja de olivo (11).

Después de otros siete días (12), la paloma fue soltada por tercera vez. Pero en esta ocasión no volvió, lo que impulsó a que Noé quitara la cubierta del arca (13). El no permitió que nadie saliera del arca hasta que la tierra estuvo completamente seca, 57 días más tarde. 

Note que en el versículo 13 dice que las aguas se secaron (harevu); pero, en el siguiente afirma: se secó la tierra (yavesah). El cambio del verbo hebreo indica un secado superior al efectuado por la desaparición de las aguas sobre la tierra (13). En respuesta al mandato de Dios, Noé (18) abrió el arca, y todos los que habían estado adentro, salieron del arca (19).

Sacrificio y promesa Génesis 8:20–22 
Al salir del arca, Noé dirige primeramente sus pensamientos y acciones de gracias hacia Dios. Sobre el altar (20) fueron sacrificados algunos de los animales limpios, de las aves en igual condición, cuyo número era excesivo (7:2, 8–9) y el Señor le respondió. 

Las palabras y percibió Jehová olor grato (21) no sugieren que Dios tenía mucho apetito sino que El tomó en cuenta la acción de Noé y la aprobó. Se presenta a Dios como resolviendo para sí, que jamás volvería a emplear el diluvio como medio de castigo. 

Las razones para un juicio todavía permanecen, porque el intento del corazón del hombre es malo desde su juventud (21); pero la misericordia de Dios excluyó al diluvio como castigo. Esto no significa que ya no habrá más castigo. Este vendrá mientras el pecado persista entre los hombres; aunque por otros medios. Como señal de decisión, el Altísimo estableció un orden de secuencias naturales que animarían al hombre a abrigar esperanzas para el futuro.

Pacto de Dios con Noé Génesis 9:1–17 
Muy parecido a Génesis 1:28–29, Bendijo Dios a Noé y a sus hijos (1) y les dio el mismo mandamiento de poblar la tierra. Ellos tendrían que dominar todos los demás seres que la habitaran. 

Además de las plantas para comer, ahora se les autoriza a comer carne con una sola limitación. No podían comer carne en la que aun estuviera la sangre (4). La sangre era símbolo de la vida; y, en el hombre en particular, esto no debía ser tratado con liviandad. El había sido hecho a imagen de Dios (6) y por eso, tenía una posición especial.

Habiendo aclarado el papel único del hombre sobre la tierra, el Señor continúa elevando su relación especial con él, estableciendo un pacto (9) con Noé y sus descendientes. 

En ese pacto se hacía más énfasis sobre la misericordia que sobre el castigo, misericordia que quedaba extendida a todas sus criaturas y su señal peculiar mi arco he puesto en las nubes, (13) no quería decir, que el arco iris no hubiera aparecido antes. Su estrecha relación con la lluvia parece haber sido el principal motivo como señal del pacto divino, de que jamás se repetiría el diluvio. El punto es tan esencial que se reitera en seis ocasiones en los versos 11–17.


Las sugestiones teológicas de las experiencias de Noé relacionadas con el diluvio, a menudo solamente implícitas, son sin embargo claras. La raíz de la dificultad yace en la rebelión del hombre contra Dios y su propensidad e imaginación para el mal. 

Tampoco Dios tolera desmesuradamente el pecado. Hay un punto terminal que resulta en juicio para el hombre, pero no sin dolor para Dios (6:6). El dio el primer paso en la preparación para el juicio, haciendo provisión para aquellos que vivían conforme a su voluntad. Los demás, tuvieron que pasar por el juicio por haber desechado a Dios. 

La experiencia de Noé presenta a Dios como Amo completo de todas las fuerzas naturales, algunas de las cuales son usadas como instrumentos de castigo y otras de salvación. La solicitud divina en medio del juicio, se pone de manifiesto en la declaración de su recuerdo de aquellos que permanecían en el arca. Aunque la situación de ellos era arriesgada, jamás estuvieron ausentes del pensamiento del Altísimo. 

Cuando terminó el peligro, el Señor puso en evidencia su amor entrando en un pacto de relación personal con el hombre y las criaturas, espontáneamente dando promesas de gracias futuras. 

La vinculación de Dios con el hombre no tenía la índole de un complejo de fuerzas naturales a quienes se les asignara el nombre de dioses y diosas caracterizados por la extravagancia y el capricho. El es el Dios-Creador que demanda la justicia y castiga la corrupción. Sus tratos con el hombre son profundamente personales.

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jueves, 30 de julio de 2015

Ya está puesta el hacha a la raíz de los árboles, de modo que todo árbol que no da buen fruto es cortado y echado al fuego.

Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6




 
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Información 


Preparación de sermones Expositivos
Mateo 3: 1-12

1      En aquellos días se presentó Juan el Bautista predicando en el desierto de Judea,
2      diciendo: Arrepentíos, porque el reino de los cielos se ha acercado.
3      Pues éste es el anunciado por el profeta Isaías, cuando dice:
        Voz de uno que clama en el desierto: Preparad el camino del Señor,
        Haced llanas sus sendas.
4      Y este Juan tenía su vestido de pelos de camello y un cinto de cuero alrededor de su           cintura, y su comida era langostas y miel silvestre.
5      Y acudían a él Jerusalem y toda la Judea, y toda la región en torno al Jordán,
6      y eran bautizados por él en el río Jordán, confesando sus pecados.
7      Pero al ver que muchos fariseos y saduceos venían a su bautismo, les dijo:                           ¡Generación de víboras! ¿Quién os enseñó a huir de la inminente ira venidera?
8      Dad, pues, frutos dignos de arrepentimiento,
9      y no digáis entre vosotros: A Abraham tenemos por padre, porque os digo que Dios             puede levantar hijos a Abraham de estas piedras.
10    Y ya está puesta el hacha a la raíz de los árboles, de modo que todo árbol que no da           buen fruto es cortado y echado al fuego.
11    Yo ciertamente os bautizo con agua para arrepentimiento, pero el que viene después           de mí es más poderoso que yo, cuyas sandalias no soy digno de llevar. Él os bautizará         con Espíritu Santo y fuego.
12    Tiene su aventador en la mano y limpiará bien su era. Recogerá su trigo en el                       granero y quemará la paja con fuego inextinguible.

En aquellos días se presentó Juan el Bautista, predicando en el desierto de Judea. La expresión “en aquellos días” es muy indefinida, y probablemente signifique solamente “en los días de la peregrinación terrenal de Cristo”. Para una nota cronológica más precisa, véase Lc. 3:1, 2. 

Si Juan, como Jesús (Lc. 3:23), tenía unos treinta años cuando hizo su primera aparición pública, y puesto que el Bautista era unos seis meses mayor que Jesús (Lc. 1:26, 36), y dado que Jesús probablemente haya iniciado su ministerio a fines del año 26 d.C. o a principios del 27, fue probablemente durante el verano del mismo año (junio–septiembre del 26) que Juan comenzó a predicar a las multitudes.

Todo tocante a Juan el Bautista era sorprendente: su repentina aparición, el modo de vestir, la alimentación, la predicación y el bautismo. El evangelista Lucas primero relata con gran detalle (1:5–25, 41, 57–79) la forma milagrosa en que nació Juan al sacerdote Zacarías y su esposa Elizabet, que también era de la línea sacerdotal. Luego, en una breve nota, Lucas cubre todo el período entre el nacimiento de Juan y el principio de su ministerio: “Y el niño crecía y se fortalecía en espíritu, y estuvo en lugares desiertos hasta el día de su manifestación a Israel” (1:80). En aquel día, de repente allí estaba, completamente maduro, enfrentando una gran multitud, y recordando, con su asombrosa aparición, a Elías (1 R. 17:1).

Estaba predicando en el “el desierto de Judea”, expresión que indica las ondulantes tierras estériles que están entre la región montañosa de Judea por el oeste y el Mar Muerto y el bajo Jordán por el oriente, y que se extiende hacia el norte hasta cerca del punto en que el Jaboc desemboca en el Jordán. 

Es ciertamente una desolación, un vasto espacio ondulante de suelo gredoso cubierto de rocas, piedras partidas y guijarros. Por aquí y por allá se ve un matorral debajo de los cuales se arrastran víboras (véase v. 7). Sin embargo, es claro de Mt. 3:5 (cf. Jn. 1:28), que el campo de actividad de Juan se extendía hasta la ribera oriental del Jordán. Incluía toda la región alrededor, es decir, ambas riberas de esta parte del Jordán.

Predicaba diciendo: Convertíos … Su mensaje no era prolijo pero sí conciso, no era complaciente sino escrutador de la conciencia, no era lisonjero sino aterrador, por lo menos en un grado considerable. Predicaba la condenación inminente (véanse vv. 7 y 10), una catástrofe que sólo podía ser evitada por una conversión radical del corazón y la mente. 

La sustancia de su mensaje se da en el v. 2. La traducción en algunas versiones castellanas, “arrepentíos”—VM y RVR (cambiar de actitud, en la Versión Popular)—probablemente no sea la mejor. Ha sido denominada como: 

a. “infeliz” (W. D. Chamberlain), 
b. una traducción que “no hace justicia al original, puesto que da una prominencia indebida     al elemento emocional” (L. Berkhof), 
c. “una traducción terriblemente errada” (A. T. Robertson), y aun, d. “la peor traducción en       el Nuevo Testamento” (J. A. Broadus). 

Estoy de acuerdo con a. y con b., pero encuentro que c. y d. son demasiado duros para calificarla. ¡No es tan mala! La idea de arrepentimiento está definitivamente incluida en la concisa amonestación del Bautista. Enfatiza el genuino pesar por el pecado y una resolución sincera de romper con el mal del pasado (véase especialmente 3:6 y Lc. 3:13–14). Pero el arrepentimiento, aunque es básico, es sólo un lado de la moneda. Podría llamarse el aspecto negativo. El lado positivo es dar fruto (Mt. 3:8, 10). La palabra usada en el original al mismo tiempo mira hacia atrás y hacia adelante. Por lo tanto, la traducción “convertíos” probablemente sea mejor que “arrepentíos”. 

Además, la conversión afecta no sólo las emociones, sino también la mente y la voluntad. En el original la palabra usada por el Bautista indica un cambio radical de mente y corazón que conduce a un cambio completo de vida. Cf. 2 Co. 7:8–10; 2 Ti. 2:25. Esta insistencia en la conversión, ¿no hace que uno recuerde a Elías? (1 R. 18:18, 21, 37; Mal. 4:5, 6; Mt. 11:14; 17:12, 13; Mr. 9:11–13; Lc. 1:17).

Hay que destacar que aunque Juan atribuía una importancia considerable al bautismo, ya que bautizó a muchos y en consecuencia fue llamado “el Bautista”, no consideraba que este rito tuviera algún significado salvador sin el cambio de vida fundamental indicado por la conversión. Es en esto en lo que ponía mayor énfasis (véanse especialmente vv. 7, 8).

A la palabra “convertíos” Juan añade, porque el reino de los cielos está muy cerca. Este concepto del “reino de los cielos” será considerado detalladamente en relación con 4:23. 

Por el momento baste afirmar que Juan quería decir que estaba por empezar la dispensación en la que, a través del cumplimiento de las profecías mesiánicas, el reino de los cielos (o el reinado de Dios) en los corazones y vidas de los hombres comenzaría a manifestarse en una forma mucho más poderosa que nunca antes; en un sentido, ya había llegado. Había grandes bendiciones a disposición de todos los que, por gracia soberana, confesasen sus pecados abandonándolos para empezar a vivir para la gloria de Dios. 

Por otra parte, la condenación estaba por caer sobre los impenitentes. Como el soberano Señor, Dios estaba a punto de manifestarse más enfáticamente, tanto para salvación como para condenación. El Bautista enfatizaba lo segundo (vv. 7, 8, 10–12), aunque ciertamente no omitió lo primero (v. 12). Con el fin de huir del castigo y obtener la bendición, los hombres debían pasar por el cambio radical ya descrito.
Mateo continúa: 3. Este es aquel de quien habló el profeta Isaías, cuando dijo:

         Voz de uno que clama en el desierto:
         Preparad el camino del Señor,
         Enderezad sus sendas.

Is. 40:3–5 describe simbólicamente la venida de Jehová con el propósito de conducir la procesión de judíos que regresarán con gozo a su tierra después de largos años de cautividad. En el desierto sirio, entre Babilonia y Palestina, había que preparar el camino para la venida del Señor. Por esto, el heraldo clama ante el pueblo:
En el desierto preparad el camino del Señor,
Enderezad en el desierto un camino para nuestro Dios.

Esta figura del heraldo, Mateo la aplica a Juan, como heraldo de Cristo. Al decir: “Yo soy la voz …”, el Bautista muestra que está de acuerdo con esta interpretación (Jn. 1:23). También lo está Jesús (Mt. 11:10). Esto muestra que la liberación otorgada a los judíos cuando, en la última parte del sexto siglo a.C. y después, regresaron a su país, era sólo un tipo de la liberación mucho más gloriosa que estaba preparada para todos los que recibieran a Cristo como su Salvador y Señor. En otras palabras, la profecía de Isaías acerca de la voz que clama no tuvo un cumplimiento total hasta que el precursor del Mesías y también el Señor mismo hicieron su aparición en el escenario.

El carácter apropiado de la aplicación de Is. 40:3 a Juan el Bautista es evidente por lo siguiente: a. Juan estaba predicando en el desierto (v. 1); y b. la tarea que se le había asignado desde los días de su infancia (Lc. 1:76, 77), sí, aun antes (Lc. 1:17; Mal. 3:1), era exactamente ésta, a saber, ser el heraldo o preparador del camino del Mesías. Iba a ser la “voz” del Señor al pueblo, todo eso, pero no más que eso (cf. Jn. 3:22–30). Como tal no solamente debía anunciar la venida y presencia de Cristo, sino también exhortar al pueblo a preparar el camino del Señor, esto es, por la gracia y el poder de Dios efectuar un cambio completo de mente y corazón (véase v. 2). 

Esto significa que ellos deben enderezar sus sendas, significando con ello que deben proporcionar al Señor un libre acceso a sus corazones y vidas. Deben enderezar lo que estaba torcido, o que no estaba en conformidad con la santa voluntad de Dios. Deben quitar todos los obstáculos que habían arrojado a su paso; obstrucciones tales como la justicia propia, la presumida satisfacción (“Tenemos a Abraham por padre”, v. 9), la avaricia, la crueldad, la extorsión, etc. (Lc. 3:13, 14).

Es evidente que en Isaías y en la predicación de Juan tal como la relata Mateo, “el desierto” a través del cual hay que preparar camino para el Señor es, en último análisis, el corazón del pueblo que estaba inclinado a todo mal. Aunque el sentido literal no está ausente, queda incluido en lo figurativo. La idea básica es ciertamente el desierto literal. “Pero la vista misma del desierto literal debe haber tenido un efecto poderoso sobre el corazón estúpido y endurecido de los hombres, llevándoles a percibir que estaban en un estado de muerte, y a aceptar la promesa de salvación que se les había extendido” (Juan Calvino sobre Mt. 3:3).

El modo de vida de Juan el Bautista se describe de la siguiente manera: 4. Y Juan tenía un vestido de pelo de camello y un cinto de cuero a la cintura; y su comida era langostas y miel silvestre. El largo vestido de Juan, tejido de pelo de camello, nos recuerda algo el manto de Elías, aunque hay una diferencia en la descripción (cf. Mt. 3:4 con 2 R. 1:8). 

La tosca vestidura podría haber sido considerada como simbólica del oficio profético. Zac. 13:4 (cf. 1 S. 28:14) parece señalar en ese sentido. En todo caso, un vestido así de rústico era adecuado para el desierto. Era durable y económico. Jesús hace mención especial del hecho de que Juan no usaba ropa fina (Mt. 11:8). No fue criado como lo fuera un pequeño señorito, y jamás llegó a ser un modelo de elegancia. 

La ruda vestimenta del Bautista armonizaba con su mensaje. ¡Imagínese a un “hombre de vestidos delicados” (Mt. 11:8) como un Bussprediger, predicador del arrepentimiento! La vestimenta ruda armonizaba con el papel de este severo predicador. El cinto de cuero en su cintura no sólo evitaba que se le volara la túnica suelta y que se le rasgara, sino que también le facilitaba el caminar. En esta conexión véase también C.N.T. sobre Ef. 6:14.

El alimento de Juan era tan sencillo como su vestidura. Se mantenía con langostas y miel silvestre, evidentemente el tipo de comida que se podía encontrar en el desierto. La miel del tipo que se encuentra en estado silvestre no es problema. No era un simple endulzante (el azúcar, como la conocemos ahora, era algo más bien raro) sino un alimento. En el desierto se podía encontrar bajo las rocas o en grietas debajo de las rocas (Dt. 32:13). Es bastante conocido el papel que tuvo la miel en las historias de Sansón (Jue. 14:8, 9, 18) y de Jonatán (1 S. 14:25, 26, 29), de manera que no requiere mayor explicación.

Pero, ¡langostas! Es muy posible que uno se estremezca ante la sola idea de comerlas, quitándoles patas y alas, y tostándoles el cuerpo o asándolo para comerlo con un poco de sal. Sin embargo, es claro de Lv. 11:22 que el Señor permitía—y por implicación, alentaba—a los israelitas a comer cuatro tipos de insectos que nosotros popularmente llamamos “langostas”. Aun en la actualidad ciertas tribus árabes los disfrutan. Y, ¿por qué no? El dicho latino “De gustibus non disputandum est” (los gustos no deben ser motivo de disputas, o el dicho como se conoce más en español: En cuestión de gustos nada se ha escrito) aún tiene vigencia. Los que se deleitan comiendo camarones, mejillones, ostras y patas de ranas no debieran sentir prejuicios contra los que comen langostas.

Sin embargo, no es necesario concluir que el v. 4 nos da un resumen completo de la dieta del Bautista. El punto principal es que por medio de su sencillo modo de vida, evidente con respecto al vestido y la comida, Juan hacía una protesta viva contra el egoísmo, el desenfreno, la frivolidad, la negligencia, y la falsa seguridad con que mucha gente se estaba precipitando hacia su propia condenación, y lo hacían con el juicio tan cerca de ellos, a la mano (véanse vv. 7, 10, 12; cf. Mt. 24:37–39; y Lc. 17:27–29).

La poderosa y valiente predicación de Juan era efectiva: 5. Entonces salía a él Jerusalén, y toda Judea y toda la región de alrededor del Jordán. En cantidades muy grandes, salían a ver y a oír a Juan la población de Jerusalén, los residentes de Judea en general, y los que vivían a ambos lados del Jordán (véase sobre el v. 1). Todos lo consideraban profeta (Mt. 21:26). Continúa: 

Al confesar sus pecados ellos eran bautizados por él en el río Jordán. ¡Sin confesión de pecados no había bautismo! Para los que en verdad se arrrepentían de su estado de maldad y de su mala conducta, el bautismo (nunca un carisma que opera independientemente) era un signo y sello visible de la gracia invisible (cf. Ro. 4:11), la gracia del perdón y de la adopción en la familia de Dios.

Contrario a la opinión de algunos, que creen que no había conexión entre el bautismo de prosélitos—esto es, el bautismo de gentiles que se convertían al judaísmo—y el bautismo de Juan, la teoría opuesta parecería tener de su parte el peso de la evidencia. La fecha en que vivió el Rabino Hillel puede fijarse con toda confianza en la segunda mitad del primer siglo a.C. y el primer cuarto del siglo d.C. El Rabino Shammal era contemporáneo suyo. Sus respectivos seguidores daban respuestas contradictorias a la pregunta: “¿Es posible que un no judío que se hace prosélito la tarde anterior a la Pascua participe de la cena pascual?” La escuela de Shammal respondía que ese convertido “debía tomarse un baño” y entonces podía participar. 

La escuela de Hillel negaba esto. ¿No es razonable creer que estas dos respuestas contradictorias señalan hacia los dos maestros en oposición? Por lo tanto, parece que el bautismo de prosélitos precedía al bautismo proclamado y administrado por Juan el Bautista. Además, hay otra razón por la que es difícil creer que el bautismo de Juan y el bautismo cristiano, que lo siguió de inmediato, que en cada caso simbolizaban un cambio radical y de una vez para siempre en el estilo de vida, hayan precedido históricamente al bautismo de prosélitos. ¿Es concebible que éste, como ritual judaico, pudiera haberse copiado por los judíos de algo similar que se practicaba entre los cristianos, sus más aborrecidos enemigos? Conclusión: “El bautismo de prosélitos tiene que haber precedido al bautismo cristiano”.

Como ya se ha indicado en forma implícita, el bautismo de prosélitos no era un rito ceremonial que se repetía constantemente, sino un acto legal que se celebraba una sola vez y por el cual la persona era recibida en la comunión religiosa del judaísmo. En consecuencia, cuando en forma similar Juan el Bautista exhortó a los judíos que se convirtieran y se bautizaran, ellos deben haber estado conscientes del hecho de que tal bautismo, si se recibía en la forma correcta, simbolizaría una renuncia definitiva y pública a su modo anterior de vida. 

Lo que era nuevo y sorprendente para los que oían al Bautista no era el rito del bautismo como tal, como símbolo del cambio radical, sino más bien el hecho de que tal transformación fundamental y su signo y sello se requerían no sólo de los gentiles que adoptaban la religión judía, como en el caso del bautismo de prosélitos, sino ¡aun de los hijos de Abraham! ¡También ellos eran inmundos! ¡Ellos también debían reconocer esto francamente! ¡También ellos tenían que experimentar un cambio básico de mente y corazón!

Sin embargo, muchos confesaron sus pecados y fueron bautizados en el río Jordán. Por supuesto, no podemos juzgar qué porcentaje de ellos aceptaron el bautismo con buena conciencia, ni qué proporción se bautizó sin sentir un genuino pesar de corazón. El v. 7 nos muestra que había un peligro definitivo de hipocresía. Pero cuando vio a muchos de los fariseos y saduceos que acudían a bautizarse, les dijo: “¡Camada de víboras!”


Fariseos y saduceos
Su origen

Es oscuro el modo exacto y la fecha exacta en que surgieron estos partidos. Sin embargo, hay razones para creer que los fariseos eran los sucesores de los hasidhim, esto es, los píos o santos. Estos eran los judíos que, aun antes de la revuelta de los macabeos y durante ella, se habían opuesto a la adopción de la cultura y las costumbres griegas. 

Es comprensible que mientras que los macabeos en su lucha heroica fueron motivados principalmente por motivos religiosos, que tuvieran el pleno apoyo de los hasidhim; pero que, especialmente en los días de Juan Hircano y los que le siguieron, cuando el énfasis de los gobernadores judíos se desplazó de lo religioso a lo secular, los hasidhim perdieran el interés y se retiraran o también se opusieran activamente a los descendientes de las mismás personas a quienes con anterioridad habían apoyado. Los fariseos, que significa separatistas, en su origen bien pudieron haber sido los hasidhim reformados o reorganizados bajo otro nombre. 

Ellos se apartaron no solamente de ios paganos, de los publicanos y pecadores, sino también en general de las multitudes judías indiferentes, a quienes en forma burlona denominaban “la gente que no conoce la ley” (Jn. 7:49). Trataban árduamente de no contaminarse o mancharse por la asociación con alguien o algo que pudiera dejarlos ceremonialmente impuros.

En muchos aspectos los saduceos eran exactamente lo opuesto a los fariseos. Eran los tolerantes, los hombres que, aunque en forma ostentosa se aferraban aún a la ley de Dios, realmente no eran hostiles a la difusión del helenismo. Eran el partido sacerdotal, el partido al que generalmente pertenecían los sumo sacerdotes. 

No es sorprendente que fuera común derivar el nombre saduceos de Sadoc, etimología que podría ser correcta. Este Sadoc fue el hombre que durante el reinado de David compartió el sumo sacerdocio con Abiatar (2 S. 8:17; 15:24; 1 R. 1:35), y fue hecho sumo sacerdote único por Salomón (1 R. 2:35). Los descendientes de Sadoc habían retenido el sumo sacerdocio hasta los días de los macabeos.

Oposición mutua entre ellos

En Hch. 23:6–8, se presenta claramente un punto importante en que chocaban los dos partidos:
“Entonces Pablo, notando que una parte era de saduceos y otra de fariseos, alzó la voz en el concilio: Varones hermanos, yo soy fariseo, hijo de fariseos; acerca de la esperanza y de la resurrección de los muertos se me juzga. Cuando dijo esto, se produjo disensión entre los fariseos y los saduceos, y la asamblea se dividió. 

Porque los saduceos dicen que no hay resurrección, ni ángel, ni espíritu; pero los fariseos afirman estas cosas”. Por medio de Josefo sabemos que los saduceos negaban la inmortalidad del alma además de negar la resurrección de los muertos. Sostenían que cuando el cuerpo moría también moría el alma.
Otro punto que los dividía tenía que ver con el canon. 

Los fariseos reconocían dos criterios o normas de doctrina y disciplina: el Antiguo Testamento escrito y las tradiciones orales. En cuanto a éstas, ellos creían que estas adiciones (en realidad con frecuencia eran más bien interpretaciones peculiares de la ley) a la ley escrita habían sido dadas por Moisés a los ancianos y luego se habían transmitido oralmente a través de las generaciones. Daban tanta importancia a estas tradiciones que con frecuencia, con el énfasis puesto en ellas, “dejaban sin efecto la palabra de Dios” (Mt. 15:6; Mr. 7:13). Por el contrario, los saduceos nada aceptaban sino las Escrituras. Estimaban que el Pentateuco era superior a los profetas, etc.

Finalmente, si se puede confiar en Josefo, quien a la edad de diecinueve años se unió a los fariseos en forma pública, había otro agudo contraste: los fariseos creían no solamente en la libertad del hombre y en su responsabilidad con respecto a sus propias acciones sino también en el decreto divino; los saduceos rechazaban el decreto (Josefo, Guerra judaica, II. 162–166; Antigüedades XIII. 171–173, 297, 298; XVIII. 12–17).

Cooperación entre ellos

A pesar de las diferencias tan notables, básicamente muchos de estos fariseos y saduceos estaban en perfecto acuerdo, porque en último análisis ambos trataban de lograr la seguridad por sus propios esfuerzos: sea que esta seguridad consistiera en posesiones terrenales a este lado de la tumba, como ocurría con los saduceos, muchos de los cuales eran ricos terratenientes o beneficiarios del comercio realizado en los atrios del templo o ambas cosas; o, al otro lado de la tumba (por lo menos también al otro lado) como era el caso de los fariseos que con todas sus fuerzas trataban de abrirse paso hacia el cielo. En ambos casos la religión era una conformidad exterior, por medio del esfuerzo propio, para lograr un cierto nivel.

Por lo tanto, no debiera ser motivo de sorpresa que cuando Jesús apareció en el escenario de la historia con su énfasis en la religión del corazón y en Dios como el único autor de la salvación, fuera rechazado por ambos grupos: por los fariseos porque él los denunció de limpiar el exterior del vaso y del plato (Mt. 23:25), y que mientras diezmaban la menta, el eneldo y el comino, descuidaban lo más importante de la ley: “la justicia, la misericordia y la fidelidad” (23:23); y los saduceos se opusieron a él porque, al limpiar el templo, denunció el robo que cometían y probablemente también porque vieron amenazado el status quo de la nación y su posición actual de influencia por las exigencias de Jesús. Además, es comprensible que fariseos y saduceos tuvieron envidia de Jesús (Mt. 27:18).

Así que al final los fariseos y saduceos cooperan para darle muerte a Jesús (16:1, 6, 11; 22:15, 23; 26:3, 4, 59; 27:20). Aun después combinan sus esfuerzos en el intento de evitar la creencia en la resurrección de Cristo (27:62). No es extraño, por lo tanto, que a veces Jesús en una sola frase condenara a ambos grupos (16:6ss).

Ahora bien, según este pasaje (3:7) los fariseos y saduceos acuden a Juan y le piden que los bautice. Esto podría parecer extraño. Aunque no todos los comentaristas concuerdan, a la luz de lo que se ha dicho acerca de los dos grupos, su conducta en el caso presente puede explicarse mejor por su egoísmo. No querían perder la influencia sobre la multitud que se estaba agrupando en torno a Juan para ser bautizada. Si este era el lugar donde estaba la acción, ellos querían ser parte de ella para asumir, si fuera posible, el liderazgo. Pero, ¿no implicaba una confesión de pecados el someterse al rito del bautismo? Bueno, si fuera necesario, estaban dispuestos a condescender a fin de vencer. Por cierto que no eran sinceros, no estaban realmente arrepentidos, ni estaban deseosos de sufrir un cambio radical de mente y corazón. Eran engañosos, hipócritas. Cf. Mt. 16:1; 22:15.

Es a la luz de esto que podemos entender la seria reprensión del Bautista: “¡Camada de víboras!” Juan estaba familiarizado con las víboras del desierto. Aunque eran pequeñas, eran muy engañosas. A veces era posible confundirles con ramas secas. Sin embargo, de repente, atacaban y mordían (cf. Hch. 28:3). Por lo tanto, la comparación era válida. ¿No se llama también serpiente (Ap. 12:9; 20:2) a Satanás, ese engañador (Jn. 8:44)? ¿No son ellos sus instrumentos?

Juan añade: ¿Quién os advirtió a huir de la ira que está llegando? En este conexión, las siguientes ideas merecen atención:
Primero, esta ira o indignación está por naturaleza sobre el hombre no regenerado (Ef. 2:3). Pertenece aun al presente (Jn. 3:18; Ro. 1:18).

Segundo, el derramamiento final de esta ira está reservado para el futuro (Ef. 5:6; Col. 3:6; 2 Ts. 1:8, 9; Ap. 14:10).

En tercer lugar, esta manifestación final de la ira (Sof. 1:15; 2:2) está relacionada con la (segunda) venida del Mesías (Mal. 3:2, 3; 4:1, 5).

En cuarto lugar, sin una conversión genuina el hombre no puede escapar de ella: “¿Quién os advirtió a huir …?” Esto probablemente significa: “¿Quién os engañó para que penséis que es posible evadir a Dios y os animó para que tratéis de hacerlo?” Cf. Sal. 139; Jon. 1:3.

En quinto lugar, para el verdadero arrepentido hay ciertamente un camino de escape: 8. Haced, pues, frutos dignos de arrepentimiento. 

Como se señaló anteriormente (véase sobre el v. 2), el arrepentimiento, si es genuino, debe ir acompañado de frutos. Una confesión del pecado puramente exterior nada logrará. Un puro deseo de bautizarse, como si el rito fuera una clase de encantamiento que obra maravillas, no tiene valor positivo. 

Tiene que haber un cambio interior que se expresa exteriormente en una conducta que glorifica a Dios, fruto que concuerda con la conversión. Según Lc. 3:10–14 este fruto debe incluir cualidades tales como generosidad, justicia, consideración y contentamiento; según Mt. 23:23, justicia, misericordia y fe; y en vista del modo que el Bautista se dirige descriptivamente a estos fariseos y saduceos (“Camada de víboras”) debe haber honradez. En cuanto a llevar fruto, véanse también Mt. 5:20–23; 7:16–19; 12:33; 13:8, 23; 16:6, 11, 12; capítulo 23; Lc. 13:6–9; Jn. 15:1–16; Gá. 5:22, 23; Ef. 5:9; Fil. 1:22; 4:17; Col. 1:6; Heb. 12:11; 13:15; y Stg. 3:18.

La deplorable falta de fruto por parte de las personas a que se dirigen las palabras es evidente también por el v. 9.… y no presumáis deciros a vosotros mismos: A Abraham tenemos por padre; porque yo os digo que Dios puede levantar hijos a Abraham de estas piedras. La razón porqué estos fariseos y saduceos iban a la condenación era porque para su seguridad eterna estaban confiando en el hecho de ser descendientes de Abraham. Cf. Gá 3:1–9 y véase C.N.T. sobre esos versículos. 

Juan el Bautista estaba plenamente consciente del hecho de que la descendencia física de Abraham no garantizaba el ser verdadero hijo de Abraham. También sabía que en forma completamente independiente de tal linaje, Dios podría dar hijos a Abraham si así lo quisiera. El Dios que pudo crear a Adán del polvo de la tierra también podía hacer verdaderos hijos de Abraham de las piedras del desierto a las que probablemente Juan estaba señalando. Probable armonía simbólica: Dios puede cambiar los corazones de piedra convirtiéndolos en corazones obedientes (Ez. 36:26), sin consideración de la nacionalidad de esos corazones de piedra.

En lo que respecta a la salvación, las antiguas distinciones desaparecieron gradualmente. Esto no significa que no había distinción en el orden en que esta salvación estaba siendo proclamada y en que la iglesia estaba siendo reunida. La secuencia histórica, un reflejo del plan de Dios desde la eternidad era ciertamente “al judío primeramente y también al griego” (Ro. 1:16; cf. Hch. 13:46; Ro. 3:1, 2; 9:1–5). 

Este orden también es claro en el Evangelio de Mateo (10:6; 15:24). Pero el amanecer de un nuevo día, un día en que no había distinción entre judío y griego, estaba comenzando. Véanse Mt. 2:1–12; 8:11, 12; 22:1–14; 28:19, 20; Hch. 10:34–48; Ro. 9:7, 8; 10:12, 13; 1 Co. 7:19; Gá 3:7, 16, 17, 29; 4:21–31; 6:15, 16; Ef. 2:14–18; Fil. 3:2, 3; Col. 3:11; y Ap. 7:9, 14, 15.

En cuanto a los impenitentes, Juan el Bautista continúa en el v. 10. Ya el hacha está puesta a la raíz de los árboles. El juicio está cerca. El hacha ya está frente (πρός) o, como diríamos, “a” la raíz, con intención siniestra, lista para talar un árbol tras otro. Por lo tanto, ahora mismo es el momento propicio para arrepentirse y creer. En esta conexión, véanse también Sal. 95:7, 8; Is. 55:6; Lc. 13:7, 9; 17:32; Jn. 15:6; Ro. 13:11; 2 Co. 6:2; 1 Jn. 2:18; Ap. 1:3. Sigue … por lo tanto, todo árbol que no da buen fruto es cortado y echado al fuego. 

Se podría hacer la pregunta: Pero, ¿estaba realmente tan cerca el día de la manifestación final de la ira de Dios? ¿No es verdad que han transcurrido mucho siglos desde que el Bautista pronunció estas palabras, y todavía no ha regresado el Señor para ejecutar el juicio? Hay que recordar los siguientes hechos:

Primero, Juan hace que uno recuerde a los profetas del Antiguo Testamento que, al hablar de los últimos días o de la era mesiánica, a veces miraban hacia el futuro como el viajero mira hacia las montañas distantes. 

El se imagina que una cumbre se levanta inmediatamente detrás de la otra, cuando en realidad están a varios kilómetros de distancia la una de la otra. Las dos venidas de Cristo se consideran como si fueran una sola. Así leemos: “Saldrá una vara del tronco de Isaí … y herirá la tierra” (Is. 11:1–4). “Me ungió Jehová; me ha enviado a predicar buenas nuevas a los abatidos, a vendar a los quebrantados de corazón, a publicar libertad a los cautivos … y el día de venganza del Dios nuestro” (Is. 61:1, 2). “Derramaré mi Espíritu sobre toda carne, y profetizarán vuestros hijos y vuestras hijas; vuestros ancianos soñarán sueños, y vuestros jóvenes verán visiones.… 

El sol se convertirá en tinieblas, y la luna en sangre, antes que venga el día grande y espantoso de Jehová” (Jl. 2:28–31). Cf. Mal. 3:1, 2. Esto se ha denominado “escorzo profético”.

En segundo lugar, la caída de Jerusalén (70 d.C.) se acercaba peligrosamente, y anunciaba el juicio final.

En tercer lugar, la falta de arrepentimiento tiene la tendencia de endurecer a una persona, de modo que con frecuencia es dejada en su presente condición perdida. Sin un verdadero arrepentimiento, la muerte y el juicio están para tal persona irrevocablemente “a la puerta”.

En cuarto lugar, “para el Señor un día es como mil años, y mil años como un día” (2 P. 3:8).

En quinto lugar, como lo indican las referencias dadas arriba (comenzando con Sal. 95:7, 8), de ningún modo Juan era el único que enfatizaba la inminencia del juicio y la necesidad de convertirse ahora mismo. Por lo tanto, si en este punto hallamos que el Bautista falla, también tendríamos que acusar de lo mismo a los salmistas, a los profetas, a los apóstoles y aun al Señor mismo. Ciertamente ningún creyente verdadero está dispuesto a hacer tal cosa.

En sexto lugar, todo esto no significa necesariamente que el Bautista mismo siempre vio el presente y el futuro en verdadera perspectiva. Véase sobre 11:1–3. Solamente significa que el Espíritu Santo lo guió de modo que en su predicación en la forma aquí relatada él tenía perfecto derecho de decir lo que dijo.

El “fuego” en que se echan los árboles sin fruto evidentemente es un símbolo del derramamiento final de la ira de Dios sobre los malvados. Véanse también Mal. 4:1; Mt. 13:40; Jn. 15:6. Jesús habló acerca de la “Gehena del fuego” (Mt. 5:22, 29; 18:9; Mr. 9:47). Este es el fuego que no se apaga (Mt. 3:12; 18:8; Mr. 9:43; Lc. 3:17). El argumento no es simplemente que hay un fuego que nunca se apaga en la Gehena, sino que Dios hace arder al impío con un fuego que no se puede apagar, el fuego que ha sido preparado para el diablo y sus ángeles (Mt. 3:12; 25:41).

Se podría formular la pregunta: “Entonces, si Juan el Bautista era en un grado considerable un predicador del infierno y de la condenación, ¿cómo es que fue llamado Juan por orden divina (Lc. 1:13), ya que Juan significa “Jehová es benigno”? 

Respuesta: El advertir a la gente que la condenación es inminente y ciertamente los alcanzará a menos que se arrepientan y crean, ¿no es un acto de benignidad? ¿No indica que Dios no es cruel, ni está ansioso de castigar, sino que es paciente? ¿No mostró su paciencia a los antediluvianos (Gn. 6:3; 1 P. 3:20); a Lot (Gn. 19:12–22); a David (2 S. 23:5); a los israelitas (Ex. 33:12–17; Is. 5:1, 2; 63:9; Jer. 8:20; Ez. 10:19—la dilación de la carroza del trono—; 18:23; 33:11); y a Simón Pedro (Jn. 21:15–17)? ¿No es el mismo atributo divino gloriosamente revelado en la parábola de la higuera estéril (Lc. 13:8, “déjala todavía este año”); en 2 P. 3:9 (“Dios es paciente para con vosotros”); en Ro. 9:22 (“Dios soportó con mucha paciencia”); en Ap. 2:21 (“le di tiempo para que se arrepienta”); y en Ap. 8:1 (“silencio en el cielo por media hora”)?

Volviéndose ahora a toda la multitud, Juan prosigue: 11. Yo os bautizo con agua para conversión. Pero, esta frase “para conversión”, ¿no es una contradicción de la idea que un hombre debe ya haberse convertido antes de ser bautizado, verdad claramente implícita en los vv. 6–10? Respuesta: No del todo, porque por medio del bautismo se estimula y acrecienta poderosamente la verdadera conversión. 

La persona que recibe el bautismo de una manera correcta—esto es, con una promesa a Dios procedente de una clara conciencia (1 P. 3:21)—comprendiendo el significado del signo y sello externo, se rendirá con gratitud a Dios con todo su corazón. Además, ¿cómo podría tener un efecto diferente la reflexión sobre la gracia de Dios que adopta, perdona y purifica, simbolizada por el signo y sello del bautismo? Para tal persona el signo y sello externo aplicado al cuerpo, y la gracia interior aplicada al corazón, van juntos. 

Entre los pasajes bíblicos que prueban este punto están: “Esparciré sobre vosotros agua limpia y seréis limpiados … os daré corazón nuevo y pondré espíritu nuevo dentro de vosotros” (Ez. 36:25, 26); “Acerquémonos con corazón sincero, en plena certidumbre de fe, purificados los corazones de mala conciencia, y lavados los cuerpos con agua limpia” (Heb. 10:22).

Este aspecto doble de la conversión, a. como ya presente antes del bautismo mismo, y b. como aumentada por medio de él, también se expresa en forma hermosa en varios formularios para el bautismo de adultos, de uno de los cuales citamos las siguientes palabras:
“(El bautismo) llega a ser un medio efectivo de salvación, no por alguna virtud que haya en él o en aquel que lo administra, sino solamente por la bendición de Cristo, y la obra del Espíritu en aquellos que por la fe lo reciben” (Constitución de la Iglesia Presbiteriana en los Estados Unidos de América, Filadelfia, 1941, p. 448).

Sin embargo, en último análisis este rico resultado no lo efectúa la persona que administra el rito del bautismo, ni aun cuando el nombre de la persona es Juan el Bautista. Todo lo que Juan puede hacer es exhortar a sus oyentes mostrándoles su necesidad de conversión. 

En cuanto al bautismo, él puede proporcionar el signo, pero se necesita Uno más poderoso que Juan para proporcionar la cosa significada. Por eso, después de decir, “yo os bautizo con agua para conversión”, Juan continúa: pero el que viene tras mí es más poderoso que yo—no soy digno de quitarle las sandalias—; él os bautizará con el Espíritu Santo y con fuego. Fue necesario que Juan trazara este contraste porque la gente ya estaba comenzando a preguntarse si quizás no sería él mismo el Cristo (Lc. 3:15; cf. Jn. 1:19, 20; 3:25–36). 

Por lo tanto, el Bautista está diciendo que el contraste entre él y quien cronológicamente venía tras él era tan grande, que él, Juan, ni siquiera era digno de desatarle (esto solamente en Mr. 1:7 y Lc. 3:16), quitar y llevar las sandalias de su sucesor; esto es, que para uno tan grande él ni siquiera era digno de prestar los servicios de un esclavo. Es verdad que en el camino de la vida, no solamente en su nacimiento, sino también en el principio de su ministerio público, Jesús había venido tras Juan (Lc. 1:26, 36; 3:23). Pero entre Cristo y el Bautista había una diferencia cualitativa como la que existe entre el infinito y finito, lo eterno y lo temporal, la luz original del sol y la luz reflejada de la luna (Jn. 1:15–17).

Juan bautiza con agua; Jesús bautizará con el Espíritu. El hará que su Espíritu y los dones de éste vengan sobre sus seguidores (Hch. 1:8), sean derramados sobre ellos (Hch. 2:17, 33), caigan sobre ellos (Hch. 10:44; 11:15).

Ahora bien, es verdad que cuando quiera que una persona es conducida de las tinieblas hacia la luz maravillosa de Dios, está siendo bautizada con el Espíritu Santo y con fuego. Así Calvino, al comentar Mt. 3:11, hace notar que Cristo es quien otorga el Espíritu de regeneración, y que, como el fuego, este Espíritu nos purifica quitando nuestra inmundicia. Sin embargo, según las propias palabras de Cristo (Hch. 1:5, 8), recordadas por Pedro (Hch. 11:16), en un sentido especial esta predicción se cumplió en Pentecostés y con la era que introdujo. 

Fue entonces que, por la venida del Espíritu, las mentes de los seguidores de Cristo fueron enriquecidas con una iluminación sin precedentes (1 Jn. 2:20); sus voluntades se fortalecieron, como nunca antes, con contagiosa animación (Hch. 4:13, 19, 20, 33; 5:29); y sus corazones estaban inundados con cálido afecto en un grado hasta ahora desconocido (Hch. 2:44–47; 3:6; 4:32).

La mención del fuego (“El os bautizará con el Espíritu Santo y con fuego”) armoniza con su aplicación a Pentecostés, cuando “aparecieron lenguas repartidas como de fuego, que se posaron sobre cado uno” (Hch. 2:3). 

- La llama ilumina. 
- El fuego purifica. 
- El Espíritu hace ambas cosas. 

Sin embargo, parecería por el contexto (antes y después; véanse vv. 10 y 12) y por la profecía de Joel respecto de Pentecostés (Jl. 2:30; cf. Hch. 2:19), considerada en su contexto (véase Jl. 2:31), que el cumplimiento final de las palabras del Bautista espera hasta la segunda venida gloriosa de Cristo para purificar la tierra con fuego (2 P. 3:7, 12; cf. Mal. 3:2; 2 Ts. 1:8).

Con frecuencia en las Escrituras el fuego simboliza la ira. Pero el fuego también indica la obra de gracia (Is. 6:6, 7; Zac. 13:9; Mal. 3:3; 1 P. 1:7). Por lo tanto, no es extraño que esta expresión pueda ser usada en un sentido favorable para indicar las bendiciones de Pentecostés y de la nueva dispensación, y en un sentido desfavorable para indicar los terrores del futuro día del juicio. Es Cristo quien purifica al justo y limpia la tierra de la paja, los impíos. 

Además, si los profetas del Antiguo Testamento, por medio del escorzo profético combinan acontecimientos que corresponden a la primera venida de Cristo (tomada en su sentido completo, incluyendo Pentecostés) con los de la segunda, ¿por qué no se puede atribuir el mismo rasgo también al estilo de Juan el Bautista, que en muchas maneras se parecía a estos profetas? Por lo tanto, es claro que es fuerte el argumento en favor de la interpretación según la cual la palabra fuego aquí en 3:11 se refiere tanto a Pentecostés como al juicio final.

El carácter razonable de la explicación, según la cual el bautismo con fuego incluye una referencia al juicio final, también se hace evidente por el v. 12. que de igual modo se refiere al gran día. Su bieldo está en su mano, y limpiará completamente su era. La figura subyacente es la de una era donde se está aventando el trigo. 

Ese piso puede ser natural o artificial. En el primer caso, es la superficie de una roca en la cumbre de una colina expuesta al viento. Si es el segundo, es igualmente una zona al aire libre de unos diez a quince metros de diámetro que se ha preparado limpiando el suelo de piedras, humedeciéndolo y apisonándolo a fin de que quede compacto y suave, haciendo que tenga una leve pendiente hacia arriba en el borde, y rodeándola con un borde de piedras a fin de mantener dentro el grano. Primero los bueyes trillan las espigas con el grano (de trigo o cebada), las que ha sido esparcidas en esta área, tirando una rastra o trineo en cuya parte inferior se le han puesto piedras por medio de las cuales se separa el grano del tallo. Sin embargo, el tamo (lo que queda de la espiga, la cubierta o vaina del grano, el polvo, pequeños pedazos de paja) todavía esta junto con el grano. Entonces comienza el uso del bieldo a que se hace referencia en el v. 12. 

Montón tras montón, el grano trillado se lanza al aire por medio de una pala que tiene dos o más dientes, permitiendo que el viento de la tarde, que generalmente sopla del Mediterraneo durante los meses de mayo a septiembre, lleve la paja. El grano, más pesado que la paja, cae verticalmente en la era. Así se apartan el grano y la paja. La avienta no termina hasta que quede completamente limpiada la era.

Así también Cristo limpiará completamente su era, es decir, el lugar donde ejecutará el juicio en su segunda venida. Nadie evitará el ser detectado. Aun ahora ya esté completamente equipado con todo lo que necesita para la realización de la tarea de separar a los buenos de los malos.

Continúa: Recogerá el trigo en el granero, pero quemará la paja con fuego inextinguible. Volvamos ahora a la figura subyacente. El grano trillado y aventado ahora es llevado al granero; literalmente, al lugar donde se dejan las cosas (o, donde se almacenan).

Se almacena porque se considera como algo muy valioso, muy precioso. De la figura subyacente pasamos a la realidad. Aun la muerte de los creyentes se describe en las Escrituras de un modo muy consolador. 

Es “preciosa ante los ojos de Jehová” (Sal. 116:15); “llevado por los ángeles al seno de Abraham” (Lc. 16:22); “ir al paraíso” (Lc. 23:43); una bendita partida (Fil. 1:23); estar en casa con el Señor (2 Co. 5:8); “ganancia” (Fil. 1:21); “muchísimo mejor” (Fil. 1:23) y dormir en el Señor (Jn. 11:11; 1 Ts. 4:13). 

Entonces ciertamente la etapa final en la glorificación de los hijos de Dios, cuerpo y alma ahora participando de esta bienaventuranza, será preciosísima: ir a la “casa donde hay muchas moradas” (Jn. 14:2), el ser bienvenido a la presencia misma de Cristo (“Vendré otra vez, y os tomaré para que estéis conmigo, para que donde yo estoy, vosotros también estéis”, Jn. 14:3), un vivir eternamente en el nuevo cielo y la nueva tierra de donde se quitará toda mancha del pecado y toda huella de la maldición; donde mora la justicia (2 P. 3:13); en donde “Dios mismo estará con ellos como su Dios, y ellos serán su pueblo. Enjugará Dios toda lágrima de los ojos de ellos, etc.” (Ap. 21:1–5); y en donde tendrá su cumplimiento final la profecía de Is. 11:6–9 (“Morará el lobo con el cordero, etc.”) y de Ap. 21:9–22:5 (la nueva Jerusalén).

Volvamos de nuevo a la figura subyacente. Del grano ahora pasamos a la paja. Habiendo caído en un lugar, o lugares, lejos del grano, se recoge y se quema. Así también los impíos, apartados de los buenos, serán echados en el infierno, un lugar donde el fuego no se apaga. El castigo no tiene fin. No se trata de que haya un fuego siempre ardiendo en la Gehena, sino que los impíos son quemados con un fuego que no se puede apagar, el fuego que ha sido preparado para ellos así como para el diablo y sus ángeles (Mt. 25:41). Su gusano nunca muere (Mr. 9:48). Su vergüenza es eterna (Dn. 12:2). Así también ocurre con sus prisiones (Jud. 6, 7). Serán atormentados con fuego y azufre … y el humo de su tormento asciende para siempre jamás, de modo que no tienen reposo de día ni de noche (Ap. 14:9–11; cf. 19:3; 20:10).

¿En qué sentido hay que entender “el fuego”? Respuesta: aunque no hay que excluir la idea de un fuego que en algún sentido es físico, según las Escrituras el sentido literal no agota el significado. El fuego eterno ha sido preparado para el diablo y sus ángeles. Sin embargo, estos son espíritus y no pueden ser dañados por el fuego literal. Además, la Escritura misma indica el sentido simbólico: esto es, el fuego de la ira divina que cae sobre el inconverso, y consecuentemente, su angustia (Dt. 9:3; 32:22; Sal. 11:5, 6; 18:8; 21:9; 89:46; Is. 5:24, 25; Jer. 4:4; Nah. 1:6; Mal. 3:2; Mt. 5:22; Heb. 10:27; 12:29; 2 P. 3:7; Ap. 14:10, 11; 15:2).

La advertencia del Bautista, horrible y espantosa, al parecer, está llena de misericordia, como ya se ha explicado.

Juan se refiere ahora con mayor particularidad a su misión como predecesor del Mesías: el que viene tras mí, cuyo calzado yo no soy digno de llevar, es más poderoso que yo (11). Lucas 3:16 dice: “No soy digno de desatar la correa de su calzado.” Con su estilo característico, Marcos lo presenta aún más vívidamente: “No soy digno de desatar encorvado la correa de su calzado” (Mr. 1:7). 

El atar y desatar “las correas” de las “sandalias” del amo y cargar estas últimas eran las tareas más bajas del más humilde de los esclavos. A pesar de eso, Juan no se sentía digno de hacer estas cosas para el Mesías. “Lightfoot (tomado de Maimónides) muestra que era la señal de un esclavo que había llegado a ser propiedad de su amo, desatar el calzado, atarlo o llevarle los implementos necesarios al baño.” De modo que las palabras empleadas en los tres relatos son adecuadas.

Entonces viene la declaración más significativa en la predicación de Juan el Bautista. Mientras él bautizaba en agua, el que vendría bautizaría en Espíritu Santo y fuego. Otras religiones habían bautizado con agua. El bautismo distintivo del cristiano es el bautismo con el Espíritu Santo. A la luz de la declaración de Juan en este lugar, es difícil justificar el silencio de la mayoría de las iglesias en lo concerniente al bautismo con el Espíritu Santo.

Mateo y Lucas agregan al relato de Marcos, las palabras: y fuego. Muchos eruditos han interpretado esto, especialmente vinculándolos con los versos 10–12, como una referencia al juicio final de los pecadores. Pero también implica que el fuego del Espíritu consume la naturaleza carnal. Alford dice de esta predicción: “Fue cumplida literalmente en el día de Pentecostés.” En manera similar Micklem asevera: “El agregado ‘y fuego’ señala que la limpieza es la esencia del bautismo del Mesías.”73 Nos llama la atención a la descripción del advenimiento de Cristo que nos hace Malaquías 3:2: “El es como fuego purificador.”

También Brown está en desacuerdo con la referencia al juicio. Nos dice: “Tomarlo como un bautismo distinto del que efectúa el Espíritu—el bautismo del impenitente con fuego del infierno—es excesivamente antinatural.” Además, observa: “Claramente… no se refiere sino al carácter fogoso de las operaciones del Espíritu sobre el alma, escudriñando, consumiendo, refinando, purificando, que es como casi todos los buenos intérpretes entienden las palabras.”

G. Campbell Morgan hace eco a este criterio. Parafrasea las palabras del Bautista de la manera siguiente: “El os sumergirá en el fuego envolvente del Espíritu Santo que os quemará y rehacerá.”

Especialmente notable es el comentario del difunto obispo Ryle, de la Iglesia Anglicana. Escribe:

  Necesitamos que se nos diga que el perdón de los pecados no es lo único necesario para la salvación. Hay algo más todavía; y eso es el bautismo de nuestros corazones con el Espíritu Santo… No descansemos hasta que sepamos algo, por haberlo experimentado, del bautismo del Espíritu. El bautismo de agua es un gran privilegio. Pero estemos seguros de que también tenemos el bautismo del Espíritu Santo.

El fuego hace tres cosas: 
(1) calienta; 
(2) ilumina; 
(3) limpia. 

Y eso es lo que el Espíritu Santo trae al corazón humano que lo recibe: calor, luz y limpieza de todo pecado.

Airhart observa que este gran mensaje de Juan acerca de Cristo está relacionado con la doctrina cristiana sobre el bautismo del Espíritu Santo (1) por Jesús en su mandato a los discípulos (Hch. 1:4–5), y (2) por Pedro, cuando interpretó el significado del Pentecostés gentil (Hch. 11:15–16). También nota que la promesa: recogerá su trigo en el granero (12) sugiere los valores positivos del bautismo con el Espíritu Santo. Escribe: “Solamente se quema la paja, y eso, sólo con el fin de que el trigo—los valores genuinos en la personalidad—pueda ser acopiado y dispuesto para el uso. Hay potencial en nuestras personalidades que sólo Dios puede discernir. Hay posibilidades de gracia, talentos latentes, tesoros sepultados en las vidas de los creyentes que en su mayor parte no han sido empleados por estar todavía encajados en la paja de una naturaleza no santificada. El bautismo con el Espíritu Santo proveerá la base para la realización de las posibilidades de la personalidad, conocidas por el Espíritu, pero que de otro modo serán perdidas para siempre.”

El Mesías tiene en su mano un aventador (12)—“una horquilla para aventar”. (Es usado solamente aquí y en Lc. 3:17). El escritor ha estado observando un hombre sobre la cima del monte Samaría arrojando con esa horquilla el trigo ya trillado. La brisa se lleva la paja y el grano bueno recogido queda en el suelo.

Juan declaró que Cristo limpiará su era. El verbo griego compuesto, que significa “limpiar completamente” se halla solamente en este lugar en el Nuevo Testamento. La era consistía en un lugar para el grano trillado tal como lo había cerca de cada villa. Generalmente se encontraba sobre terreno elevado para aprovechar la ventaja de los vientas que llegaban del Mediterráneo. “El borde estaba levantado y el piso pavimentado con piedra o barro endurecido por el uso a través de los siglos.” 

El nuevo trigo o cebada cosechados se apilaba a una profundidad de unos 50 centímetros. Luego, un par de bueyes tiraban de una tabla trilladora sobre los cereales; la trilladora era manejada por una mujer o por niños. La tabla, de 1.25 metros de largo por unos 75 centímetros de ancho, estaba dentada con pedazos de piedra o metal adheridos al fondo. Esos dientes desgarraban el grano, mientras que las patas de los bueyes también lo aplastaban. Todavía es posible ver en la Palestina estos pisos trilladores, algunas veces con dos pares de bueyes haciendo su labor.

Después que el grano ha sido trillado y aventado, el trigo es echado en el granero—(depósito) y la paja es quemada en fuego que nunca se apagará. La palabra griega asbestos da la expresión de inapagable.

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