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domingo, 12 de noviembre de 2023

Bosquejo para predicar: Tema: "Encontrando Seguridad en la Palabra de Dios"

PARA RECORDAR Bosquejo Homilético - Inseguridad

Tema: "Encontrando Seguridad en la Palabra de Dios"

I. Introducción

Breve explicación de la importancia de la seguridad en la vida cotidiana.

Versículo de introducción: Salmo 46:1 - "Dios es nuestro refugio y fortaleza, nuestro pronto auxilio en las tribulaciones."

II. La Inseguridad en el Mundo

Descripción de las diferentes formas de inseguridad que enfrentamos en la sociedad actual (ej. inseguridad económica, emocional, física, etc.).

Cita bíblica: Proverbios 29:25 - "El temor del hombre pondrá lazo; Mas el que confía en Jehová será exaltado."

III. La Promesa de Seguridad en la Biblia

Exploración de las promesas de seguridad que la Biblia ofrece a los creyentes.

Cita bíblica: Isaías 41:10 - "No temas, porque yo estoy contigo; no te desanimes, porque yo soy tu Dios. Te fortaleceré, te ayudaré; sí, te sostendré con la diestra de mi justicia."

IV. Encontrando Seguridad en la Fe

Hablar sobre cómo la fe en Dios puede traer seguridad en medio de la inseguridad.

Cita bíblica: Hebreos 11:1 - "Es, pues, la fe la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve."

V. La Responsabilidad de Compartir la Seguridad

Destacar la importancia de compartir la seguridad que encontramos en Dios con los demás.

Cita bíblica: Mateo 5:14-16 - "Vosotros sois la luz del mundo... así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras, y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos."

VI. Conclusión

Resumir los puntos clave del sermón.

Llamado a la acción para confiar en Dios y compartir su seguridad con los demás.

Oración final.

sábado, 11 de noviembre de 2023

Bosquejo Homiletico Temático - Juan 3:16: El Amor Redentor de Dios en Juan 3:16

Bosquejo Homilético Temático - Juan 3:16

El Amor Redentor de Dios en Juan 3:16

Introducción

Declaración del versículo: "Porque de tal manera amó Dios al mundo..."

La inmensidad y profundidad del amor de Dios.

El Destinatario del Amor de Dios

"Dios amó al mundo..."

La universalidad del amor divino.

Dios no hace acepción de personas.

La Naturaleza del Amor Divino

"De tal manera amó Dios..."

Amor incondicional y sacrificial.

El amor que va más allá de la comprensión humana.

El Don de Dios

"Dio a su Hijo unigénito..."

Jesucristo como el regalo supremo de Dios.

La encarnación y la redención a través de Cristo.

El Propósito del Amor de Dios

"Para que todo aquel que en Él cree..."

La importancia de la fe en Cristo como respuesta.

La redención y la reconciliación a través de la fe.

La Promesa de Vida Eterna

"No se pierda, mas tenga vida eterna."

La esperanza de la vida eterna en Cristo.

La seguridad de la salvación para aquellos que creen.

Aplicación

Invitación a la fe en Jesucristo.

Reflexión sobre el amor y la gracia de Dios.

El desafío de compartir este amor redentor con otros.

Conclusión

Recapitulación de los puntos clave.

Celebración del amor redentor de Dios.

Oración de cierre y bendición.

jueves, 9 de noviembre de 2023

Estudio homiletico de Juan 10


El Buen Pastor y las Ovejas

I. Introducción
La Imagen del Pastor y las Ovejas
    A. Conexión con la Metáfora Pastoral en el        
         Antiguo Testamento
    B. Jesús como el Buen Pastor que Cuida y                   Protege

II. Conociendo la Voz del Buen Pastor 
     (Juan 10:1-6)
    A. La Contraste entre el Buen Pastor y los                     Ladrones
     B. La Importancia de Reconocer la Voz del                 Maestro
     C. La Tendencia de las Ovejas a Seguir al                     Conocido

III. El Propósito del Buen Pastor (Juan 10:7-10)
      A. Jesús como la Puerta para la Vida Eterna
      B. Abundancia y Plenitud en la Relación con               el Buen Pastor

IV. El Sacrificio del Buen Pastor (Juan 10:11-18)
       A. La Identificación de Jesús como el Pastor                que Da su Vida por las Ovejas
       B. La Conexión con la Voluntad del Padre y                el Amor Incondicional

V. La Seguridad de las Ovejas en el Buen                 Pastor (Juan 10:27-30)
     A. La Promesa de la Seguridad Eterna
     B. La Unión Indisoluble entre las Ovejas y el              Buen Pastor

VI. Aplicación Práctica: Seguir al Buen Pastor         Hoy
     A. Reconociendo las Voces Engañosas en la                  Actualidad
     B. Buscando Abundancia y Plenitud en la                    Relación con Cristo
     C. Viviendo en la Seguridad de su Amor y                    Cuidado Constante

VII. Conclusión: 
       Respondiendo al Llamado del Buen Pastor
       A. Invitación a Responder a la Voz del Pastor
       B. Compromiso de Seguir a Jesús como el                    Buen Pastor en la Vida Diaria

Este bosquejo busca explorar la riqueza de la metáfora pastoral utilizada por Jesús en Juan 10, destacando su papel como el Buen Pastor, la responsabilidad de las ovejas de reconocer su voz y el profundo amor que lo lleva a dar su vida por ellas. 

Además, se enfoca en la aplicación práctica de estas verdades en la vida diaria de los creyentes.

sábado, 30 de septiembre de 2023

¿CUÁL ES EL PROCESO EN EL DESARROLLO DEL SERMON? . LA INTRODUCCIÓN AL SERMÓN - LE AYUDAMOS...




PROCESO EN EL DESARROLLO DEL SERMON

Un mensaje bien preparado contiene cuatro partes principales:



1. LA INTRODUCCION DEL SERMON
Lo primero que necesita el predicador es establecer comunicación con su auditorio. La introducción es el proceso mediante por el cual el predicador trata de preparar las mentes y de asegurar el interés de sus oyentes en el mensaje que tiene que proclamar. 

La introducción es una parte vital del mensaje, y el éxito de todo éste depende a menudo de la capacidad del ministro de conseguir el apoyo de sus oyentes en el inicio del discurso.

Principios para la preparación de la introducción
1. Debe ser generalmente breve
2. Debe ser interesante
3. Debe conducir a la idea dominante o punto principal del mensaje
    Debe despertar el interés y fijar la atención de los oyentes
    Debe relacionar el mensaje con algún conocimiento que posee el auditorio
4. Debe preparar el camino para la presentación del mensaje que seguirá

Buenas cualidades de la introducción
1. Breve
2. Directa
3. Sencilla
4. Lógica, y debe estar bien relacionada con la presentación o desarrollo del tema.

LA INTRODUCCION: Debe despertar el interés y fijar la atención de los oyentes.

¿CÓMO INICIA USTED SU SERMÓN? - LE AYUDAMOS





CÓMO INICIAR UN SERMÓN

A. Empezar con una porción de la escritura: a) Primero, se ha de empezar con una porción de la Escritura, después se ha de realizar una lista de lo que le sugiere el pasaje o porción que se está considerando. Un elemento necesario para toda predicación es un propósito.
Es decir que la predicación ha de ser una comunicación que persiga un objetivo definido.
Si no tiene un propósito definido, difícilmente tendrá un efecto positivo. Irá a la deriva como un barco flotando sobre el mar, sin rumbo definido y sin destino conocido.

Un ejemplo de Propósito:
Que el pueblo de Dios tenga seguridad de su salvación

B. Elegir un tema:
b) Segundo, se puede iniciar eligiendo el tema (una necesidad, inquietud, preocupación; una carga que se siente, o cualquier impresión fuerte que invada su interior). Después se escudriña la Escritura para encontrar el apoyo necesario.

El tema es el asunto principal sobre el cual trata el sermón. Sobre él debe girar todo el mensaje. Un sermón nunca debe presentar más de un tema. ¡Solamente un tema! Este tema debe ser claro, objetivo, y práctico; y derivado del texto bíblico. Así, el predicador puede presentar, en una sola frase, lo que él quiere decir en su predicación.

Todo lo demás del mensaje será para apoyar y aclarar este propósito. Por eso, fijar el propósito debe ser el elemento de mayor atención durante la preparación.

Para seleccionar el tema o texto de un mensaje, siempre hay que preguntarse dos cosas: 
- "¿cuál es la voluntad de Dios en esta situación?", y esto nos conducirá a la segunda pregunta, 
- "¿Qué es lo que la congregación tiene que saber en esta situación?".
Es de mucho valor que el predicador determine la necesidad de la congregación antes de seleccionar un tema o texto bíblico.

Ejemplos de temas:
-  El amor de Dios hacia el pecador
-  Cómo juzga Dios al pecador
El soldado cristiano
-  La nueva vida en Cristo
-  El arrebatamiento de la Iglesia
-  Ser fiel hasta el fin; etc.


domingo, 30 de octubre de 2022

LIDERAZGO MINISTERIAL: JESÚS ES NUESTRA AYUDA SUPREMA




EL ESPLENDOR DE LA CRUZ
Si queremos ver a nuestro Dios en toda su gloria y majestad, debemos mirar hacia la cruz. Allí, en el madero, él reivindicó su ley cuando dejó caer sobre su Hijo la ira santa de Dios; fue un despliegue de su amor para con el mundo perdido. En ese acto soberano no sólo mostró su gracia infinita al glorificarse, sino que también venció al enemigo y nos salvó.
Nadie pone en duda que Dios Trino tiene todo el derecho de reinar. El Creador hizo a la criatura y eso en sí le da ese derecho legítimo. Frente al Dios Trino no hay quien se oponga. Nabucodonosor, la cabeza de oro en la estatua de los reinos del mundo antiguo nos dio un anticipo de esta realidad.
“Mas al fin del tiempo yo Nabucodonosor alcé mis ojos al cielo, y mi razón me fue devuelta; y bendije al Altísimo, y alabé y glorifiqué al que vive para siempre, cuyo domino es sempiterno, y su reino por todas las edades. Todos los habitantes de la tierra son considerados como nada; y él hace según su voluntad en el ejército del cielo, y en los habitantes de la tierra, y no hay quien detenga su mano, y le diga: ¿Qué haces?” (Daniel 4:34, 35). De la misma boca del rey babilónico, el epítome del mal, viene esa franca confesión y admisión de la soberanía de Dios.
Pero surge la pregunta: ¿Cómo optó por reinar Dios Trino? Entramos ahora en áreas consideradas como terreno sagrado y difícil de pisar. Sin embargo, la Biblia nos permite sacar ciertas conclusiones. Dios mismo regirá al fin y al cabo. Dios Trino en la eternidad pasada se puso de común acuerdo, las tres personas en una substancia divina: Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu Santo. El Padre iba a enviar al Hijo del Hombre a “buscar y a salvar lo que se había perdido” (Lucas 19:10; Juan 3:16). El Espíritu Santo tomaría lo del Hijo y se lo revelaría al creyente y al mundo (Juan 16:14, 15).
¿Desde cuándo reina Dios? “Y la (la bestia) adoraron todos los moradores de la tierra cuyos nombres no estaban escritos en el libro de la vida del Cordero que fue inmolado desde el principio del mundo” (Apocalipsis 13:8). “Quien nos salvó y llamó con llamamiento santo, no conforme a nuestras obras, sino según el propósito suyo y la gracia que nos fue dada en Cristo Jesús antes de los tiempos de los siglos” (2 Timoteo 1:9).
Y la Escritura dice aún más: “Según nos escogió en él antes de la fundación del mundo, para que fuésemos santos y sin mancha delante de él” (Efesios 1:4). En la economía de Dios todo esto tomó lugar antes de la creación del hombre. Juan lo dice perfectamente bien cuando afirma: “A Dios nadie le vio jamás; el unigénito Hijo, que está en el seno del Padre, él le ha dado a conocer” (Juan 1:18). Cristo es la perfecta exégesis de Dios para el mundo.
Proponga la respuesta a la pregunta previa. Dios iba a reinar a través de su Hijo desde la Cruz, tanto en salvar al creyente como en condenar al incrédulo en el gran trono blanco (Apocalipsis 20:11–15). Éste es un pensamiento bien serio y solemne. La verdadera autoridad para reinar estriba en la Cruz. Éste era el plan eterno de nuestro Dios. Por lo tanto, el Liderazgo desde la Cruz lleva la marca del Dios Trino. Éste es el reto para aquel que busca ser un líder digno del Crucificado.
El Dios comunicativo se manifestará a los suyos según su propia personaIsaías lo dijo elocuentemente: “Porque mis pensamientos no son vuestros pensamientos, ni vuestros caminos mis caminos, dijo Jehová. Como son más altos los cielos que la tierra, así son mis caminos más altos que vuestros caminos, y mis pensamientos más que vuestros pensamientos” (Isaías 55:8, 9). El que quiere ser líder tiene que abrazar esta verdad en todo momento y aceptar que si queremos servir hay que hacerlo a su manera, siguiendo el ejemplo supremo que nos ha dejado, su Amado Hijo, el Crucificado.
Vuelve Isaías a confundirnos con otra verdad tan contradictoria a nuestra cultura y a nuestro modo de ser y pensar. Al tratar con nosotros Dios se nos revela a sí mismo y nos abre la puerta que nos permitirá llegar a ser verdaderos dirigentes bajo su mando. “Porque así dijo el Alto y Sublime, el que habita la eternidad, y cuyo nombre es el Santo. Yo habito en la altura y la santidad, y con el quebrantado y humilde de espíritu, para hacer vivir el espíritu de los humildes, y para vivificar el corazón de los quebrantados” (Isaías 57:15).
La cultura humana y perdida reina en nuestro medioLa historia humana tiene muchos ejemplos de dirigentes que son víctimas de sus propios intereses y su orgullo. El líder en cualquier iglesia puede caer víctima del mismo orgullo en diferentes grados. Estos estudios tienen como fin aclarar que Dios elige la humildad, la sumisión a él y la búsqueda del bienestar espiritual de los hermanos. La fuerza negativa de la cultura puede aparecer de varias maneras en la iglesia local.
La influencia de una familia grande con una trayectoria larga, la influencia de quien da más dinero, la popularidad de alguien que llegó recientemente, todos estos elementos pueden llegar a influir para mal. Por eso las verdaderas marcas del liderazgo bíblico se deben guardar con cuidado.
Además la historia de América Latina está repleta de grandes “caciques” o caudillos que agarraron el poder, manejaron a las masas buscando sus propios intereses y reinaron por décadas. Luego, se enriquecieron a costa de sus súbditos y, la mayoría de las veces, dejaron el país por el suelo.
Para ilustrar esto, basta con echarle una mirada a la historia de América Latina: México, Antonio López de Santa Ana (1824–1844); Cuba, Fidel Castro (1959–?); República Dominicana, Rafael Trujillo (1930–1960); Nicaragua, Anastasio Somoza (1933–1960); Ecuador, Gabriel García Moreno (1860–1895); Venezuela, Juan Vicente Gómez (1908–1935); Argentina, Juan Manuel de Rosas (1829–1852). Y hay más ejemplos.
Toda esta historia sólo para ilustrar que el líder humano, sea de cualquier cultura que fuere, es muy dado a promoverse y dejar que el orgullo lo domine. Debido a esta tendencia, el líder bíblico latinoamericano o cualquier líder cristiano tiene que luchar contra aquello que es ajeno a Dios en la cultura que nos bombardea constantemente. Estos estudios van a ilustrar cómo poder salir avante en este medio.
Dios introduce a su Hijo bajo dos figuras contrarias: el León y el Cordero
De estas dos figuras literarias, el león y el cordero, ¿Cuál figura nos parece más impresionante? Sin duda optamos por el león que es el rey de los animales. El reino de Dios es legítimo; Dios es Rey supremo. Pero no reinará por “fiat” (por decreto solamente) ni por orden ejecutiva. Sí que reinará en gracia y en amor aun sobre aquellos que se rebelaron contra él.
Por primera vez Dios introduce la tribu de Judá como león. “Judá, te alabarán tus hermanos;”… Así como león viejo: ¿Quién lo despertará? No será quitado el cetro de Judá, ni el legislador de entre sus pies, hasta que venga Siloh; y a él se congregarán los pueblos” (Génesis 49:8–10). Dios escogió la tribu de Judá como la tribu real y sólo de Judá podría venir el rey aprobado por Dios. Así David y Salomón llegaron a ser antecesores del Mesías.
En la providencia de Dios él iba a empezar a tratar con su mundo, no por la realeza del Mesías como rey o león, sino como el Cordero inmolado. De esta manera Dios lograría su propósito eterno de salvar a los suyos. Primero el Cordero y luego el León de la tribu de Judá. Dios combina las dos figuras, pero los judíos malentendieron el plan divino y rechazaron al Cordero.El Hijo del Hombre vendría como hombre puesto en muerte sacrificial. Lo salvaría, lo transformaría y luego reinaría en amor y gracia divina. El salvado de buena voluntad respondería a las misericordias. Dios reinaría desde la Cruz. La Cruz viene a ser la ventana por la cual conocemos al Dios de todo poder y santidad.
En la eternidad pasada irrumpió lo inescrutable del pecado en el cielo por el orgullo de Lucero (Isaías 14:4–23 - bajo el personaje del rey de Babilonia y el orgullo del querubín grande en Ezequiel 28:12–19 - bajo el príncipe de Tiro). Pero Dios respondió no por acabar con ellos por puro decreto. Sí que los condenó y los castigó; pero cuando nuestros padres los siguieron, lejos de aniquilarlos, Dios tomó cartas en aquello con el fin de salvarlos en amor y pura gracia.
Lo muy destacado de Dios es que en el momento justo de pronunciarle a Satanás su veredicto final le anunció a él y a nuestros padres el “protevangelium” o el primer evangelio. “Y pondré enemistad entre ti y la mujer, y entre tu simiente y la simiente suya; ésta te herirá en la cabeza, y tú le herirás en el calcañar” (Génesis 3:15). En un corto espacio muy comprimido predice la enemistad entre Sí y el diablo; pero habría un encuentro en el cual la simiente de Dios, Cristo mismo (Gálatas 3:16), vencería a Satanás. Aunque el diablo lo haría sufrir, no sería nada definitivo. En esto se ve la Cruz como el triunfo final de Dios en la resurrección de Jesús. El Cordero, no el León, ganaría la victoria.
El largo desfile de la sangre de los corderos de Génesis a IsaíasDesde Génesis cuatro, Dios introduce por oralidad (tradición oral) el valor de ofrecer en fe un cordero, un animal sacrificado en lugar del pecador culpable. Luego sigue el sacrificio de Abel, un sacrificio aceptable por fe (Hebreos 11:4); más tarde los sacrificios de animales limpios de Noé al salir del arca (Génesis 8:20); el altar de Abraham (Génesis 12:7) y el mandato de sacrificar a Isaac, el muy amado hijo seguido de la intervención muy a tiempo del Ángel de Jehová—es decir, Cristo pre encarnado (Génesis 22:1–21); a estos le sigue el cordero pascual cuya sangre fue aplicada en la puerta mientras adentro lo comían con hierbas amargas, bastón en la mano y los pies calzados (Éxodo 12:1–13).
Pero el desfile de sangre continúa. En Levítico aparecen los cinco sacrificios u ofrendas (Levítico 1–7). Finalmente, Isaías 42, 49, 50, 52:13–53:12, el colmo de la larga línea de sacrificios, el del Siervo Sufriente cuya alma fue puesta en expiación por el pecado (Isaías 53:10). Por fin ahora no es un animal el que muere sino el Siervo Sufriente, Cristo mismo y su Cruz.
“He aquí el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo” (Juan 1:29)Al empezar Jesús su ministerio público, Juan, el Bautizador, su medio primo, lo anunció a todo el mundo como el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo; en su bautismo Dios lo afirmó y descendió sobre él el Espíritu Santo como una paloma (Mateo 3:13–17).Toda la abundante profecía del Antiguo Testamento halló el cumplimiento de su ministerio terrenal en la última pascua en que Jesús dijo: “Ha llegado la hora para que el Hijo del Hombre sea glorificado… Ahora está turbada mi alma; y ¿qué diré? ¿Padre, sálvame de esta hora? Mas para esto he llegado a esta hora. Padre, glorifica tu nombre” (Juan 12:23, 27, 28).
Jesús puso su faz como pedernal hacia la cruz. Bien había dicho: “Por eso me ama el Padre, porque yo pongo mi vida, para volverla a tomar. Nadie me la quita, sino que yo de mí mismo la pongo. Tengo poder para ponerla, y tengo poder para volverla a tomar. Este mandamiento recibí de mi Padre” (Juan 10:17, 18).
En la consumación de las edades Dios pronunciará la palabra finalDesde la cruz el Hijo del Hombre ha reinado. Pablo escribe a los Corintios diciendo que reinará hasta que todos sus enemigos estén puestos debajo de sus pies. El último enemigo es la muerte. “Pero luego que todas las cosas le estén sujetas, entonces también el Hijo mismo se sujetará al que le sujetó a él todas las cosas, para que Dios sea todo en todos” (1 Corintios 15:25, 26, 28).En el último drama del tiempo Juan nos presenta el escenario en el cielo. En el libro de Apocalipsis Juan menciona veintisiete veces el Cordero. El personaje preeminente del futuro ha sido quien murió en aquella cruz; él ha sido el vencedor.
Todavía queda un evento en espera. En Apocalipsis 5 Juan nos narra: “Y vi en la mano derecha del que estaba sentado en el trono un libro escrito por dentro y por fuera, sellado con siete sellos… ¿Quién es digno de abrir el libro y desatar los sellos?”. No había nadie digno y Juan lloraba mucho. Pero “uno de los ancianos me dijo: No llores. He aquí que el León de la tribu de Judá, la raíz de David, ha vencido para abrir el libro y desatar sus siete sellos” (Apocalipsis 5:1, 2, 5).
En el resto de ese escenario futuro el Cordero toma el libro y desata los sellos y de allí en adelante los últimos eventos desastrosos se van cumpliendo. Fue el Cordero y ahora el León que unen sus poderes. Juan nos deja pasmados con el triunfo final del Cordero desde la Cruz. “Y miré, y oí la voz de muchos ángeles alrededor del trono, y de los seres vivientes, y de los ancianos; y su número era de millones de millones, que decían a gran voz: El Cordero que fue inmolado es digno de tomar el poder, las riquezas, la sabiduría, la fortaleza, la honra, la gloria, la alabanza” (Apocalipsis 5:11, 12). ¡A tal coro algún día, tú y yo agregaremos nuestra unánime voz!
La Cruz es la maravilla y la obra maestra de DiosPor lo tanto, todo lo que viene en nombre de Dios y el Hijo del Hombre tiene que conformarse a la Cruz, la plena expresión de la santidad de Dios, su amor y su gracia ilimitada. Además es Cristo en nosotros la esperanza de gloria. El Crucificado mora en el creyente desplazando la vida vieja caracterizada por el orgullo, el pecado original. El Postrero Adán crucificó al Primer Adán (Romanos 6:6).
Pablo, el Apóstol de la Cruz, introdujo en Corinto el evangelio con estas palabras: “Porque la palabra (mensaje) de la cruz es locura a los que se pierden; pero a los que se salvan, esto es, a nosotros, es poder de Dios… pero nosotros predicamos a Cristo crucificado, para los judíos ciertamente tropezadero, y para los gentiles locura; mas para los llamados, así judíos como griegos, Cristo el poder de Dios, y sabiduría de Dios” (1 Corintios 1:18, 23, 24).
Tal es nuestro mensajeLa lógica es que la cruz debe marcar todo paso que damos. Es la cruz en el glorioso plan de Dios la que forjó la obra salvadora y debe caracterizar a todo aquel que predica el mensaje del evangelio. Debemos ser la encarnación del mensaje de la Cruz. 
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DIOS NOS LLAMA A PREDICAR CON EXCELENCIA

PARA RECORDAR ... El que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6


PREDICAR CON EXCELENCIA
Proverbios 30:1–6, un pasaje que ha sido muy descuidado, pero que al mismo tiempo es notable, evoca nuestra necesidad de la Palabra de Dios:
    Palabras de Agur, hijo de Jaqué; la profecía
    que dijo el varón a Itiel.
    “Ciertamente más rudo
      soy yo que ninguno,
    ni tengo entendimiento de hombre.
      Yo ni aprendí sabiduría,
    ni conozco la ciencia del Santo.
      ¿Quién subió al cielo, y descendió?
    ¿Quién encerró los vientos en sus puños?
      ¿Quién ató las aguas en un paño?
    ¿Quién afirmó todos los términos de la tierra?
      ¿Cuál es su nombre, y el nombre de su hijo, si sabes?
      ¡Seguro que lo sabes!
    Toda palabra de Dios es limpia;
      Él es escudo a los que en él esperan.
    No añadas a sus palabras,
      para que no te reprenda, y seas hallado mentiroso”.
En este pasaje tan rico, que recompensa a la reflexión cuidadosa, Agur revela una profunda comprensión de sus límites como ser humano y el cansancio resultante (Prov 30:1) de tratar de vivir sin la Palabra de Dios. No importa lo brillantes e iluminados que podamos estar, no hemos subido al cielo ni hemos vuelto a bajar; no hemos recogido el viento ni atado las aguas en un paño; no hemos establecido los límites de la Tierra. En Eclesiastés, una metáfora común que el Predicador usa para la búsqueda autónoma y agotadora de la sabiduría es que es como “perseguir al viento” (véase, por ejemplo, Ec 2:26). El entendimiento humano y la sabiduría requieren una ayuda externa a la creación, del Santo (Pr 30:3), porque son creación, los humanos no son el Creador (Pr 30:4). Esto significa que la Palabra de Dios, que en hebreo significa literalmente “refinado” y que es, por lo tanto, pura y sin defectos (Pr 30:5), tiene un valor inestimable para la vida humana y el entendimiento en todas sus dimensiones.
En la actualidad, es difícil expresar la importancia de la Biblia como la Palabra de Dios tanto en la Iglesia como en el mundo. En medio de un resurgimiento global de la religión (no solo del cristianismo), el cansado Occidente continúa avanzando pesadamente por el camino del vacuo secularismo, como lo demuestra, por ejemplo, el nuevo ateísmo. En las profundidades de nuestro individualismo y cultura de consumo global, es un desafío para la imaginación el ver la gran necesidad que hay de la Palabra de Dios y su relevancia. En gran medida, la modernidad se basa en el deseo de marginar y eliminar a Dios de la dimensión pública de la vida, y además ha tenido éxito en su propósito, aunque no sin costo.
Dentro de los círculos más importantes de la misionología (el estudio de la misión), no llegó a consolidarse una crítica seria de la cultura occidental hasta después del Consejo Misionero Internacional en Tambaram, en 1938. Ahora, dos guerras mundiales y el holocausto hacen que sea imposible asumir que la cultura occidental es superior, fundamentalmente cristiana o incluso neutral. Los desastres y tragedias que afectaron a Occidente en el siglo XX, lo que, en algunas estimaciones, son las más brutales de la historia, afectaron a la Iglesia occidental en, al menos, dos formas principales. Por ejemplo, Walter E. Williams señaló en el año 2000 que “el siglo XX (…) será recordado por el progreso técnico sin precedentes, el avance del conocimiento y las mejoras en los estándares de vida. También será recordado como el siglo más brutal de la humanidad. Las guerras internacionales y civiles han producido un número de muertos de aproximadamente 50 millones de personas. Por más trágico que sea ese número, es pequeño en comparación con el número de personas asesinadas por su propio gobierno”. Por un lado, la estrecha asociación del cristianismo con Occidente significó que, como se evaluó y criticó a la cultura occidental, ocurriera lo mismo con el cristianismo. La cuestión de la singularidad de Jesús está en el corazón de la creencia cristiana, de ahí que muchas de las principales denominaciones abandonaran el firme compromiso de la “cuestión de la singularidad, suficiencia y finalidad de Jesucristo como el Señor y Salvador del mundo”3. Dentro de otros círculos cristianos y en la tradición evangélica, este compromiso se ha mantenido, pero con demasiada frecuencia acompañado de la pérdida de las dimensiones públicas y más amplias de la fe, que abarcan toda la creación, lo que conlleva que Jesús se afirme como salvador, pero no como salvador del mundo. Esto es lo que llamamos la “privatización de la religión”, en la cual la libertad de religión se tolera dentro de la esfera privada de nuestra vida, pero se mantiene fuera de las principales esferas públicas.                                                                                                                                                                El resultado es que, en el lado liberal del cristianismo occidental, nos quedamos con un “Evangelio” vacío que se alinea principalmente con la izquierda de nuestra cultura y es constitucionalmente incapaz de “enfrentar lo negativo y la implicación positiva de la confesión de Jesús como Señor”, es decir, permitir que el Evangelio dé forma y critique nuestra cultura occidental. Dentro del mundo evangélico, mantenemos el compromiso de que Jesús es el Señor, pero lo vemos principalmente como un salvador personal, por lo que tenemos poco que decir a un occidente que está en crisis, por no hablar del hemisferio sur.  De un modo bastante natural, y desgraciadamente, esta polarización se manifiesta en la predicación en las iglesias. En I Believe in Preaching, John Stott señala aspectos similares a los anteriormente mencionados. Señala que los liberales apuntan directamente a la vida contemporánea en su predicación. ¡Uno no siempre está seguro de dónde provienen los sermones! Recuerdo que hace algunos años participé en una reunión de teólogos prácticos de todo Reino Unido. Se nombraron a dos miembros para interpretar nuestras meditaciones de un modo general. Uno comentó que él pensó que estábamos de acuerdo en que la Biblia no debería estar sobre nosotros, sino a nuestro lado como si se tratara de un compañero de diálogo. Un profesor de hebreo y del Antiguo Testamento se atrevió a mostrar el hecho de que esta no era la opinión de todos nosotros. Claramente, si la Biblia se reduce a un compañero de diálogo, entonces no hay razón por la cual la predicación deba estar arraigada y fundamentada en las Escrituras. Si lo comparamos, los sermones evangélicos se originan en la Biblia, pero tienden a no estar dirigidos a ninguna parte en particular. Como dice Stott de la predicación evangélica:                                                                                 Si somos conservadores (…) y mantenemos la tradición histórica de la ortodoxia cristiana, vivimos en el lado bíblico del golfo. Ahí es donde nos sentimos cómodos y seguros. Creemos en la Biblia, amamos la Biblia, leemos la Biblia, estudiamos la Biblia y exponemos la Biblia. Pero, por otro lado, nuestra casa no está asentada en el mundo moderno (…). Si tuviera que dibujar un diagrama de la brecha existente entre estos dos mundos, y luego dibujar los sermones en el diagrama, tendría que dibujar una línea recta que comenzara en el mundo bíblico y luego se elevara en el aire en una trayectoria recta que nunca llegara a aterrizar en el otro lado. Porque nuestras predicaciones en raras ocasiones son terrenales. No logran construir un puente hacia el mundo moderno. Son bíblicas, pero no contemporáneas.                                                                                                                                                                                                                                        Stott caracteriza esta dicotomía entre la predicación liberal y la evangélica como una de las mayores tragedias de nuestros días:
Por un lado, tenemos a los conservadores que son bíblicos, pero no contemporáneos. Mientras que, por otro, los liberales y los radicales son contemporáneos, pero no bíblicos. Sin embargo ¿por qué hacemos esta polarización tan ingenua? Cada lado tiene razón para su preocupación, la primera de conservar la revelación de Dios, y la segunda de relacionarse de manera significativa con personas reales en el mundo real. ¿Por qué no podemos mezclarnos con las preocupaciones de los demás? ¿No es posible que los liberales aprendan de los conservadores sobre la necesidad de conservar los fundamentos históricos y bíblicos del cristianismo, y que los conservadores aprendan de los liberales la necesidad de relacionarse de un modo radical y relevante con el mundo real?
El análisis de Stott sobre la predicación evangélica ofrece una reflexión cercana sobre sus implicaciones. Los evangélicos se enorgullecen, comprensiblemente, de ser “los cristianos de la Biblia”, y es mérito suyo que tengan a la Biblia en tan alta estima. La modernidad, no solo a través de una gran cantidad de estudios bíblicos, ha apuntado una y otra vez a la fiabilidad de las Escrituras. Ya sea a través de la doctrina de la inerrancia o de la infalibilidad, en general, los evangélicos y otros cristianos ortodoxos se han mantenido firmes en la naturaleza totalmente confiable de la Biblia como las Sagradas Escrituras. En mi caso, fue durante los años en la Universidad de Oxford que me di cuenta de que había una brecha existente entre la naturaleza lógica de dichas doctrinas y la cuestión hermenéutica de cómo escuchar a Dios hablando con autoridad a través de las Escrituras. ¿Cómo escuchamos las Escrituras para que podamos predicar la Biblia con su valor al completo en el mundo de hoy?
Volviendo a la caracterización de Stott de la predicación evangélica, el área de aplicación es donde los problemas surgen con mayor claridad ya que, si el sermón no está dirigido a ningún lugar en particular, estará destinado a estrellarse. En la predicación, las posibilidades y el desafío de aplicación que se plantean se resumen en la frase “¡aterriza el avión!”. Debo esta metáfora de comparar un sermón con volar un avión tan sugerente a mi amigo, compañero y párroco, Ray David Glenn. Unos días antes del domingo, no es raro que conversemos sobre cómo aterrizar el texto sobre el que vamos a predicar en St. Georges el próximo domingo. A través de la oración, la reflexión y el arduo trabajo exegético, es posible que hayamos llegado a un entendimiento del texto, pero ¿cómo lo compartimos el domingo en nuestro contexto particular para que, a través de la predicación, escuchemos el mensaje que Dios tiene para nosotros hoy? ¿Cómo aterrizamos el avión cuyo cargamento es la palabra viva de Dios para que esté presente y, así, las congregaciones la reciban como tal?                                                                                                                                                                                                                 DESCARGAR                                                                                                                      ADQUIERALO AQUÍ.

viernes, 25 de octubre de 2019

¿Será verdad que el Padre está dispuesto a hacer lo que le pidamos?

PARA RECORDAR ... El que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6
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Lograr que el cielo se alinee con nuestras peticiones nos ha sido concedido 

Otra vez os digo que si dos de vosotros se ponen de acuerdo en la tierra acerca de cualquier cosa que pidan, les será hecho por mi Padre que está en los cielos, porque donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos. 
Mateo 18.19–20

Debo confesar que, francamente, este versículo me incomoda. Contiene declaraciones que no cuadran con mi interpretación del evangelio, ni tampoco con lo que he visto dentro de la iglesia.
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Para empezar, comparte esta increíble afirmación: «si dos de vosotros se ponen de acuerdo en la tierra acerca de cualquier cosa que pidan, les será hecho por mi Padre…» ¿Acaso Cristo se refería a que el Padre actuaría conforme a lo que nosotros acordamos en la tierra? ¡Esto mismo parecen decir las palabras del texto! Pero, ¿cómo puede ser esto? ¿De veras que el Padre está dispuesto a hacer lo que le pidamos?

Nuestra reacción inicial es la de calificar, explicar o dar vuelta el sentido de las palabras. Nuestros argumentos, no obstante, no harán que desaparezcan ni que las mismas dejen de incomodarnos. Este «poder» de lograr que el cielo se alinee con nuestras peticiones nos ha sido concedido. La manifestación de esta verdad, sin embargo, es rara. ¿Por qué? Porque depende de que dos o tres se pongan de acuerdo. ¡Es tan sencilla la declaración y tan difícil su realización! Nuestro incansable compromiso con nosotros mismos presenta un notable escollo en el camino a recorrer. Queremos ser los dueños de una idea, los que la engendran y controlan, los protagonistas en todo. Estas mismas actitudes son las que impiden que podamos ponernos de acuerdo, pues esto solamente es posible cuando lo nuestro muera.

Y ¿qué podemos decir de la segunda parte del versículo? ¿En cuántos lugares he oído la consabida proclama que Cristo está presente, porque hay dos o tres reunidos? ¿Será tan sencilla la cosa? ¿Dos o tres cristianos nos presentamos físicamente en el mismo lugar y el Señor, automáticamente, se hace presente? ¿Qué pasa cuando estos dos o tres no se hablan más que los domingos? ¿Cómo puede estar presente Cristo entre dos o tres cuyo único acuerdo es el de orar juntos, cómo si esto garantizara la unidad de espíritu?

La condición para la manifestación de Cristo en nuestro medio no es que seamos dos o tres, ni tampoco que estemos reunidos en un mismo lugar. Es, más bien, que todo esto sea en su nombre. Es decir, los tres presentes reconocemos que es necesaria una sumisión conjunta a su persona. Nuestra reunión, no obstante, no es la suma de mi sumisión, más la sumisión de mis hermanos. Como comunidad, nos rendimos a sus pies e, inevitablemente, ¡nos rendimos a los pies los unos de los otros! Solamente cuando estemos dispuestos a darle la misma honra a los que están con nosotros será posible que Cristo acompañe.


Para pensar:
¡Qué interesante la realidad señalada por Cristo! «Allí estoy yo en medio de ellos». No está identificado con ningún individuo, ni otorga preferencia a uno por encima del otro. Está en medio de ellos. Es el Dios de una comunidad de fe, igualmente accesible a todos, igualmente deseoso de bendecir a cada uno.

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domingo, 23 de junio de 2019

Esta lógica la manejan muy bien el mundo y sus concupiscencias

PARA RECORDAR ... El que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6
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ES LO MISMO MORAL Y ETICA?
ÉTICA Y MORAL

En su uso moderno, el término ética suele usarse de manera intercambiable con la palabra moral. Que ambos términos llegaran a ser prácticamente sinónimos es una señal de la confusión que invade el escenario ético moderno. La historia demuestra que ambas palabras tuvieron significados totalmente distintos. Ética proviene del griego ethos, que se deriva de una raíz que significa “establo”, en referencia al lugar para los caballos. Comunicaba el sentido de un lugar habitable, un lugar estable y permanente. Por otra parte, moral viene de la palabra mores, que describe los patrones de conducta de una sociedad determinada.


La ética es una ciencia normativa que busca los fundamentos principales que prescriben obligaciones o lo que “debe” ser. Su preocupación principal son los imperativos y las premisas filosóficas que sustentan los imperativos. La moral es una ciencia descriptiva, preocupada de lo que “es” y lo indicativo. La ética define lo que la gente debe hacer; la moral describe lo que la gente efectivamente hace. La diferencia entre ambas está entre lo normativo y lo descriptivo.





Cuando se identifica la moral con la ética, lo descriptivo se vuelve normativo y lo imperativo es absorbido por el statu quo. Esto crea una especie de “moralidad estadística”. En este esquema, lo bueno se determina por lo normal y lo normal se determina a través de un promedio estadístico. La “norma” se descubre mediante un análisis de lo normal, o contando uno por uno. Entonces, la conformidad a esa norma se vuelve una obligación ética. Así es cómo funciona:

  Paso 1. Se reúne un análisis de patrones de conducta estadísticos, tales como los que eran esenciales en el revolucionario Informe Kinsey en el siglo XX. Si descubrimos que la mayoría de las personas está participando de relaciones sexuales prematrimoniales, entonces esa actividad se declara “normal”.
  Paso 2. Se pasa rápidamente de lo normal a una descripción de lo que es auténticamente “humano”. Lo humano se define por lo que hacen los seres humanos. En consecuencia, si el ser humano normal se involucra en relaciones sexuales prematrimoniales, concluimos que tal actividad es normal y, por lo tanto, “buena”.
  Paso 3. El tercer paso consiste en declarar los patrones que se apartan de lo normal y llegan a ser anormales, inhumanos, y espurios. En este esquema, la castidad se vuelve una forma de conducta sexual desviada y el estigma recae sobre la persona virgen en vez de aquella que no lo es virgen.


La moralidad estadística opera según el siguiente silogismo:

    Premisa A: lo normal se determina por estadísticas;
    Premisa B: lo normal es humano y bueno;
    Conclusión: lo anormal es inhumano y malo.

A través de esta aproximación humanista a la ética, el máximo bien se define como la actividad más auténticamente humana. Este método alcanza gran popularidad cuando se aplica a ciertos asuntos, pero se derrumba cuando se aplica a otros. Por ejemplo, si hacemos un análisis estadístico de la experiencia de hacer trampa entre los estudiantes, o de mentir en la gente en general, descubrimos que la mayoría de los estudiantes ha hecho trampa alguna vez y que todos han mentido en algún momento. Si se aplicaran los cánones de moralidad estadística, el único veredicto que podríamos dar es que hacer trampa es un bien auténticamente humano y que mentir es una virtud real.

Obviamente debe haber una relación entre nuestras teorías éticas y nuestra conducta moral. Nuestras creencias realmente dictan nuestra conducta. Detrás de cada una de nuestras acciones hay una teoría. Puede que no seamos capaces de articular esa teoría, o ni siquiera estemos inmediatamente conscientes de ella, pero nada manifiesta nuestro sistema de valores con mayor claridad que nuestras acciones. La ética cristiana se basa en una antítesis entre lo que es y lo que debe ser. Vemos el mundo como caído; un análisis de la conducta humana caída describe lo que es normal dentro de la situación anormal de la corrupción humana. Dios nos llama a salir de lo indicativo mediante su imperativo. Nuestro llamado es llamado a dejar el conformismo: a una ética transformadora que derrumba el statu quo.


UNA GRAVE CONTRADICCIÓN

Aun dentro de las afirmaciones relativistas surge una grave incoherencia. Una revolución moral a nuestra cultura que fue encabezada por las protestas de la juventud fue llevada a cabo durante los sesentas. Dos lemas se repetían y se difundían por igual durante este movimiento. Estos lemas hermanos capturaban la tensión: “Llámalo por su nombre” y “haz lo que te parezca”.

El grito por libertad personal se condensó en el “derecho inalienable” de hacer lo que a uno mejor le parezca. Esta era una demanda de libertad subjetiva a través de la autoexpresión. No obstante, cuando las armas se volvían hacia la generación anterior, se escuchaba una curiosa y patente contradicción: “Llámalo por su nombre”. Ese lema implica que existe una base objetiva para la verdad y la virtud. A la generación anterior no se le “permitía” hacer lo que mejor le parecía si es que a ellos lo que les parecía mejor se alejaba de las normas objetivas de la verdad. Los hijos de la revolución de los 60s exigían el derecho a tener su propio bizcocho ético y también a comérselo.

Una vez fui llevado a una poco envidiable situación de consejería por una consternada madre cristiana, una Mónica (como la madre de Agustín) contemporánea, que estaba angustiada por el obstinado comportamiento de su hijo incrédulo y rebelde. El muchacho había abandonado las constantes instrucciones religiosas y morales de su madre mudándose de la casa de la familia a su propio departamento. No tardó en decorar su departamento con paredes negras y luces sicodélicas, y había adornado su habitación con accesorios que facilitaban un consumo abundante de hachís y otras drogas exóticas. El suyo era un departamento para juergas al que pronto invitó a una compañera dispuesta a unirse a él en lujuriosa cohabitación. Todo esto desesperaba y aterrorizaba a su madre. Yo convine en hablar con él solo después de explicarle a la madre que tal encuentro probablemente generaría mayor hostilidad. Se me consideraría como el “sicario” de la madre. El muchacho también estuvo de acuerdo en reunirse, obviamente solo para evitar más acoso verbal de parte de su madre.

Cuando el joven apareció en mi oficina, era abiertamente hostil y evidentemente quería concluir la reunión lo antes posible. Yo comencé la entrevista sin rodeos y pregunté directamente: “¿Con quién estás tan molesto?”.
Él gruñó sin titubear: “Con mi madre”.
“¿Por qué?”, quise saber.
“Porque lo único que hace es fastidiarme. No deja de intentar meterme la religión a la fuerza”.

Yo proseguí preguntándole qué sistema de valores alternativo había adoptado en lugar del sistema ético de su madre. Él contestó: “Yo creo que todo el mundo debe ser libre de hacer lo que mejor le parezca”.

Entonces le pregunté: “¿Eso incluye a tu madre?”. La pregunta lo tomó por sorpresa y no captó plenamente a dónde apuntaba. Yo le expliqué que si él adoptaba una ética cristiana, podía incluirme sin demora como un aliado de su causa. Su madre había sido áspera, provocando ira en su hijo y siendo insensible a preguntas y sentimientos, temas que están efectivamente circunscritos en la ética bíblica. Yo le expliqué que su madre había violado la ética cristiana en varios puntos cruciales. Sin embargo, señalé que el muchacho, en sus términos éticos, no tenía ningún asidero legítimo. “Quizá lo que a tu madre ‘le parece mejor’ es acosar a sus hijos metiéndoles la religión a la fuerza”, le dije. “¿Cómo puedes objetarle que lo haga?”. Quedó claro que el muchacho quería que todo el mundo (en especial él mismo) tuviera el derecho a hacer “lo que le parecía mejor”, excepto cuando lo que a los demás les “parecía mejor” obstaculizaba lo que a él le “parecía mejor”.

Es común escuchar el lamento de que algunos cristianos, especialmente los conservadores, están tan rígidamente atados a pautas moralistas que para ellos todo se vuelve una cuestión de “blanco y negro”, sin lugar para áreas “grises”. Aquellos que insisten en huir de lo gris y buscan refugio en las áreas nítidamente definidas de blanco y negro, reciben los epítetos de “rígido” o “dogmático”. Sin embargo, el cristiano debe buscar la justicia y nunca conformarse con vivir en la bruma de lo gris. Él desea saber cuál es el camino correcto, dónde se encuentra la senda de la justicia.
Existe lo correcto y lo incorrecto. 

La ética se ocupa de la diferencia entre ellos. Buscamos una forma de descubrir lo correcto, que no es ni subjetivo ni arbitrario. Buscamos normas y principios que trasciendan el prejuicio o las meras convenciones sociales. Buscamos una base objetiva para nuestros parámetros éticos. En definitiva, buscamos un conocimiento del carácter de Dios, cuya santidad debe ser reflejada en nuestros patrones de conducta. Con Dios existe un blanco y negro definido y absoluto. Nuestro problema consiste en descubrir adónde pertenece cada cosa. El siguiente esquema grafica nuestro dilema:

 

La sección negra representa el pecado o la injusticia. La sección blanca representa la virtud o la justicia. ¿Qué representa lo gris? El área gris puede llamar la atención hacia dos problemas distintos de la ética cristiana. Primero, puede referirse a aquellas actividades que la Biblia describe como indiferentes. Los asuntos indiferentes son los que, en sí mismos, son éticamente neutrales. Asuntos tales como el comer alimentos ofrecidos a los ídolos se ubican en esta categoría. Los asuntos indiferentes no son pecaminosos, pero hay ocasiones en las que podrían volverse pecaminosos. Por ejemplo, jugar ping-pong no es pecaminoso. Sin embargo, si una persona se obsesiona con el ping-pong al extremo de que eso domina su vida, se vuelve algo pecaminoso para esa persona.
El segundo problema representado por el área gris es muy importante que lo entendamos. El área gris representa confusión: está formado por aquellos asuntos en los que no existe certeza entre lo correcto y lo incorrecto. La presencia de lo gris llama la atención al hecho de que la ética no es una ciencia simple, sino compleja. Descubrir las áreas negras y blancas es una preocupación noble. No obstante, lanzarse a ellas de manera simplista es devastador para la vida cristiana. Cuando reaccionamos a los enfoques a la ética blanco/negro, puede que estemos evaluando bien una irritante tendencia humana que lleva a un pensamiento simplista. Pero debemos cuidarnos de la concluir con premura que no existen áreas en las que el pensamiento blanco/negro sea válido. Solo en el contexto del ateísmo podemos hablar de la inexistencia de blanco y negro. Deseamos un teísmo competente y coherente que exija un riguroso escrutinio de los principios éticos a fin de descubrir cómo salir de la confusión de lo gris.

EL CONTINUO ÉTICO

Nuestro gráfico también puede servir para ilustrar el continuo ético. En términos clásicos, el pecado se describe como justicia fuera de control. El mal se entiende como la negación, privación o distorsión del bien. El hombre fue creado para labrar un huerto. El lugar de trabajo se describe como una selva en la jerga moderna. ¿Cuál es la diferencia entre un huerto y una selva? Una selva es meramente un huerto caótico, un huerto fuera de control.
El ser humano fue creado con una aspiración por significado, lo cual es una virtud. El hombre puede pervertir ese impulso y convertirlo en un deseo de poder, lo cual es un vicio. Estos extremos representan los dos polos del continuo. En algún punto, cruzamos la línea entre la virtud y el vicio. Cuanto más nos acercamos a esa línea, tanto más nos cuesta percibirla claramente, y nuestra mente más se encuentra con la nublada área gris.

Mientras enseñaba un curso de ética a ministros que trabajaban para obtener el grado de doctor en ministerio, les planteé el siguiente dilema ético: un esposo y su esposa están internados en un campo de concentración. Han sido ubicados en pabellones separados y están incomunicados. Un guardia se acerca a la esposa y le exige que tenga relaciones sexuales con él. Ella rehúsa hacerlo. Entonces el guardia declara que si la mujer no accede a sus insinuaciones, le va a disparar a su esposo. La mujer accede. Cuando el campo es liberado y el esposo se entera de la conducta de su esposa, él la demanda pidiendo el divorcio por motivo de adulterio.

Luego les planteé esta pregunta a veinte ministros conservadores: “¿Ustedes le concederían el divorcio a este hombre por adulterio?”. Los veinte respondieron que sí, señalando que era obvio que la esposa sí tuvo relaciones sexuales con el guardia. Ellos consideraron las circunstancias atenuantes, pero la situación no cambió el hecho de la conducta inmoral de la esposa.

Mi siguiente pregunta fue: “Si una mujer es violada por la fuerza, ¿puede el esposo demandar el divorcio por adulterio?”. Los veinte respondieron que no. Todos los ministros reconocieron una clara distinción entre adulterio y violación. La diferencia se encuentra entre el punto de coerción versus la participación voluntaria. Yo señalé que el guardia de la prisión usó coerción (obligó a la esposa a cumplir para evitar el asesinato de su esposo) y pregunté si el “adulterio” de la mujer no era en realidad una violación.

Con el solo hecho de plantear la pregunta, la mitad de los ministros cambió su veredicto. Después de una larga discusión, casi todos lo cambiaron. La presencia del elemento de coerción arrojó el adulterio al área gris de confusión. Incluso aquellos que no cambiaron completamente de parecer modificaron radicalmente sus decisiones para integrar las circunstancias atenuantes, lo cual desplazó el “delito” de la mujer desde la clara área del pecado, al área gris de la complejidad. Todos estuvieron de acuerdo en señalar que si lo que hizo fue pecado, era un pecado inferior al adulterio cometido con “malicia premeditada”.

La existencia de un continuo entre la virtud y el vicio fue el impulso central de las enseñanzas de Jesús en el Sermón del Monte. Él estaba enseñando el principio acerca de la complejidad de la justicia y la complejidad del pecado. Los fariseos habían adoptado una comprensión simplista de los Diez Mandamientos. Sus juicios éticos eran superficiales y, por lo tanto, distorsionados. Ellos no lograban entender el tema del continuo.

Una vez leí un artículo de un connotado psiquiatra que era crítico de las enseñanzas éticas de Jesús. Él manifestaba su asombro de que el mundo occidental hubiera elogiado tanto a Jesús como un “gran maestro”. Él señalaba al Sermón del Monte (Mateo 5:7) como la prueba A de la necedad en la enseñanza ética de Jesús. Él preguntaba por qué alabábamos tanto la sabiduría de un maestro que sostenía que es tan malo que un hombre desee a una mujer como que cometa adulterio con ella. Él cuestionaba cómo un maestro podía aducir que estar enojado con un hombre o llamarlo necio es tan malo como asesinarlo. Luego el psiquiatra hacía hincapié en la diferencia entre la destrucción que causa la lujuria comparada con el adulterio, y la que causa la difamación comparada con el asesinato.

La respuesta al psiquiatra debería estar clara. Jesús no enseñó que la lujuria fuera tan mala como el adulterio, o que la ira fuera tan mala como el homicidio. (Lamentablemente, muchos cristianos han sacado apresuradamente la misma conclusión errónea del psiquiatra, obscureciendo con ello la idea a la que apuntaba la enseñanza ética de Jesús).
Jesús estaba corrigiendo la visión simplista de la ley que tenían los fariseos. Ellos habían adoptado una filosofía “todo, excepto” de moralidad técnica, asumiendo que si evitaban las dimensiones más obvias de los mandamientos, cumplían con la ley. Al igual que el joven rico, ellos tenían una comprensión simplista y externa del Decálogo. Como ellos nunca habían matado a nadie, pensaban que habían observado perfectamente la ley. Jesús expuso las implicaciones más amplias o la complejidad de la ley. “No matarás” significa más que abstenerse de homicidio. Este mandamiento prohíbe la totalidad de la complejidad que lleva al asesinato. También implica su virtud opuesta: “Promoverás la vida”. En nuestro continuo, observamos el siguiente rango:

 

Un continuo similar va desde el vicio del adulterio a la virtud de la castidad. Entre ellos hay virtudes menores y pecados menores, pero son virtudes y pecados al fin y al cabo.

La enseñanza de Jesús reveló tanto el espíritu como la letra de la ley. Por ejemplo, la difamación no mata el cuerpo ni deja a la esposa y a los hijos huérfanos. Pero sí destruye el buen nombre de un hombre, privándolo de un aspecto crucial de la vida. La difamación asesina al hombre “en espíritu”. Los fariseos se habían vuelto burdos literalistas que ignoraban el espíritu de la ley y pasaban por alto los asuntos más amplios de la complejidad del pecado de asesinato.


¿GRADOS DE PECADO?

Hablar de un continuo ético o de la complejidad de la justicia y la maldad es lanzarse al debate sobre los grados de pecado y justicia. La Biblia enseña que si pecamos contra un solo punto de la ley, pecamos contra toda la ley. ¿No implica esto que el pecado es pecado y que en definitiva no hay grados? ¿No ha repudiado el protestantismo la distinción católica romana entre pecados mortales y veniales? Estos son los temas que emergen tan pronto como comenzamos a hablar de grados de pecado.

La Biblia ciertamente enseña que si pecamos contra un punto de la ley pecamos contra toda la ley (Santiago 2:10), pero partiendo de allí no debemos inferir que no haya grados de pecado. Pecar contra la ley es pecar contra el Dios de la ley. Cuando quebranto un punto de la ley de Dios, me sitúo en oposición a Dios mismo. Esto no quiere decir que pecar contra un punto de la ley sea equivalente a pecar contra cinco puntos de la ley. En ambos casos, transgredo la ley y ejerzo violencia contra Dios, pero la frecuencia de mi violencia en el segundo caso es cinco veces mayor que en el primero.

Es cierto que Dios ordena una perfecta obediencia a toda la ley, de manera que por una sola transgresión quedo expuesto a su juicio. El pecado más ligero me expone a la ira de Dios, porque con el menor pecadillo soy culpable de traición cósmica. Con la más mínima transgresión, me sitúo por encima de la autoridad de Dios, insultando así su majestad, su santidad, y su soberano derecho a gobernarme. El pecado es un acto revolucionario en el que el pecador intenta derrocar a Dios de su trono. El pecado es una presunción de suprema arrogancia ya que la criatura hace alarde de su propia sabiduría sobre la del Creador, desafía la omnipotencia divina con su impotencia humana, y pretende usurpar la legítima autoridad del Señor del universo.

Es cierto que el protestantismo histórico ha rechazado el esquema católico romano de los pecados mortales y veniales. El rechazo, sin embargo, no se basa en un rechazo de los grados de pecado. Juan Calvino, por ejemplo, aducía que todo pecado es mortal en el sentido de que sea justo que merezca la muerte, pero que ningún pecado es mortal en el sentido de que destruya la gracia justificatoria. El rechazo protestante a la distinción entre pecados mortales y veniales estaban considerando factores distintos a los grados de pecado. El protestantismo histórico conservó la distinción entre pecados ordinarios y los pecados que se consideran crasos o atroces.

La razón más obvia para la conservación de los grados de pecado entre los protestantes es que tales gradaciones abundan en la Biblia. La ley del Antiguo Testamento tenía claras distinciones y penalidades para diferentes actos delictuales. Algunos pecados eran penados con la muerte, otros con castigos corporales, y otros con el cobro de multas. En el sistema judío de justicia penal, se hacían distinciones entre tipos de homicidio que corresponderían a distinciones modernas tales como homicidio en primero y segundo grado, y homicidio voluntario e involuntario.

El Nuevo Testamento menciona ciertos pecados que, si continúan sin arrepentimiento, exigen la expulsión de la comunión cristiana (1 Corintios 5). Al mismo tiempo, el Nuevo Testamento promueve un tipo de amor que cubre una multitud de pecados (1 Pedro 4:8). Abundan las advertencias acerca de un futuro juicio que tendrá en cuenta tanto el número (cantidad) como la gravedad (calidad) de nuestros pecados. Jesús habla de aquellos que recibirán muchos azotes y aquellos que recibirán pocos (Lucas 12:44–48); del juicio comparativamente mayor que recaerá sobre Corazín y Betsaida frente al de Sodoma (Mateo 11:20–24); y el mayor y menor grado de recompensas que se distribuirán entre los santos. 

El apóstol Pablo advierte a los romanos sobre acumular ira para el día de la ira de Dios (Romanos 2:5). Éstos y muchos otros pasajes indican que el juicio de Dios será perfectamente justo, y medirá el número, la gravedad, y las circunstancias atenuantes que rodean a todos nuestros pecados.
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